Ecclesia in America ES

EXHORTACION APOSTOLICA POSTSINODAL

DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II



EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL ECCLESIA IN AMERICA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LOS CONSAGRADOS Y CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO VIVO,
CAMINO PARA LA CONVERSIÓN, LA COMUNIÓN Y LA SOLIDARIDAD EN AMÉRICA



INTRODUCCIÓN

1 La Iglesia en América, llena de gozo por la fe recibida y dando gracias a Cristo por este inmenso don, ha celebrado hace poco el quinto centenario del comienzo de la predicación del Evangelio en sus tierras. Esta conmemoración ayudó a los católicos americanos a ser más conscientes del deseo de Cristo de encontrarse con los habitantes del llamado Nuevo Mundo para incorporarlos a su Iglesia y hacerse presente de este modo en la historia del Continente. La evangelización de América no es sólo un don del Señor, sino también fuente de nuevas responsabilidades. Gracias a la acción de los evangelizadores a lo largo y ancho de todo el Continente han nacido de la Iglesia y del Espíritu innumerables hijos. (1) En sus corazones, tanto en el pasado como en el presente, continúan resonando las palabras del Apóstol: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co 9,16). Este deber se funda en el mandato del Señor resucitado a los Apóstoles antes de su Ascensión al cielo: "Proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16,15).

Este mandato se dirige a la Iglesia entera, y la Iglesia en América, en este preciso momento de su historia, está llamada a acogerlo y responder con amorosa generosidad a su misión fundamental evangelizadora. Lo subrayaba en Bogotá mi predecesor Pablo VI, el primer Papa que visitó América: "Corresponderá a nosotros, en cuanto representantes tuyos, [Señor Jesús] y administradores de tus divinos misterios (cf. 1Co 4,1 1P 4,10), difundir los tesoros de tu palabra, de tu gracia, de tus ejemplos entre los hombres". (2) El deber de la evangelización es una urgencia de caridad para el discípulo de Cristo: "El amor de Cristo nos apremia" (2Co 5,14), afirma el apóstol Pablo, recordando lo que el Hijo de Dios hizo por nosotros con su sacrificio redentor: "Uno murió por todos [...], para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Co 5,14-15).

La conmemoración de ciertas fechas especialmente evocadoras del amor de Cristo por nosotros suscita en el ánimo, junto con el agradecimiento, la necesidad de "anunciar las maravillas de Dios", es decir, la necesidad de evangelizar. Así, el recuerdo de la reciente celebración de los quinientos años de la llegada del mensaje evangélico a América, esto es, del momento en que Cristo llamó a América a la fe, y el cercano Jubileo con que la Iglesia celebrará los 2000 años de la Encarnación del Hijo de Dios, son ocasiones privilegiadas en las que, de manera espontánea, brota del corazón con más fuerza nuestra gratitud hacia el Señor. Consciente de la grandeza de estos dones recibidos, la Iglesia peregrina en América desea hacer partícipe de las riquezas de la fe y de la comunión en Cristo a toda la sociedad y a cada uno de los hombres y mujeres que habitan en el suelo americano.

(1) Al respecto, es elocuente la antigua inscripción en el baptisterio de San Juan de Letrán: "Virgineo foetu Genitrix Ecclesia natos quos spirante Deo concipit amne parit" (E. Diehl, Inscriptiones latinae christianae veteres, n. 1513, I. I: Berolini 1925, p. 289).
(2) Homilía en la Ordenación de diáconos y presbíteros en Bogotá (22 de agosto de 1968): AAS 60 (1968), 614-615.


La idea de celebrar esta Asamblea sinodal

2 Precisamente el mismo día en que se cumplían los quinientos años del comienzo de la evangelización de América, el 12 de octubre de 1992, con el deseo de abrir nuevos horizontes y dar renovado impulso a la evangelización, en la alocución con la que inauguré los trabajos de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, hice la propuesta de un encuentro sinodal "en orden a incrementar la cooperación entre las diversas Iglesias particulares" para afrontar juntas, dentro del marco de la nueva evangelización y como expresión de comunión episcopal, "los problemas relativos a la justicia y la solidaridad entre todas las Naciones de América". (3) La acogida positiva que los Episcopados de América dieron a esta propuesta, me permitió anunciar en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente el propósito de convocar una asamblea sinodal "sobre la problemática de la nueva evangelización en las dos partes del mismo Continente, tan diversas entre sí por su origen y su historia, y sobre la cuestión de la justicia y de las relaciones económicas internacionales, considerando la enorme desigualdad entre el Norte y el Sur". (4) Entonces se iniciaron los trabajos preparatorios propiamente dichos, hasta llegar a la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, celebrada en el Vaticano del 16 de noviembre al 12 de diciembre de 1997.

(3) N. 17: AAS 85 (1993), 820.
(4) N. 38: AAS 87 (1995), 30.


El tema de la Asamblea

3 En coherencia con la idea inicial, y oídas las sugerencias del Consejo presinodal, viva expresión del sentir de muchos Pastores del pueblo de Dios en el Continente americano, enuncié el tema de la Asamblea Especial del Sínodo para América en los siguientes términos: "Encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América". El tema así formulado expresa claramente la centralidad de la persona de Jesucristo resucitado, presente en la vida de la Iglesia, que invita a la conversión, a la comunión y a la solidaridad. El punto de partida de este programa evangelizador es ciertamente el encuentro con el Señor. El Espíritu Santo, don de Cristo en el misterio pascual, nos guía hacia las metas pastorales que la Iglesia en América ha de alcanzar en el tercer milenio cristiano.


La celebración de la Asamblea como experiencia de encuentro

4 La experiencia vivida durante la Asamblea tuvo, sin duda, el carácter de un encuentro con el Señor. Recuerdo gustoso, de modo especial, las dos concelebraciones solemnes que presidí en la Basílica de San Pedro para la inauguración y para la clausura de los trabajos de la Asamblea. El encuentro con el Señor resucitado, verdadera, real y substancialmente presente en la Eucaristía, constituyó el clima espiritual que permitió que todos los Obispos de la Asamblea sinodal se reconocieran, no sólo como hermanos en el Señor, sino también como miembros del Colegio episcopal, deseosos de seguir, presididos por el Sucesor de Pedro, las huellas del Buen Pastor, sirviendo a la Iglesia que peregrina en todas las regiones del Continente. Fue evidente para todos la alegría de cuantos participaron en la Asamblea, al descubrir en ella una ocasión excepcional de encuentro con el Señor, con el Vicario de Cristo, con tantos Obispos, sacerdotes, consagrados y laicos venidos de todas las partes del Continente.

Sin duda, ciertos factores previos contribuyeron, de modo mediato pero eficaz, a asegurar este clima de encuentro fraterno en la Asamblea sinodal. En primer lugar, deben señalarse las experiencias de comunión vividas anteriormente en las Asambleas Generales del Episcopado Latinoamericano en Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). En ellas los Pastores de la Iglesia en América Latina reflexionaron juntos como hermanos sobre las cuestiones pastorales más apremiantes en esa región del Continente. A estas Asambleas deben añadirse las reuniones periódicas interamericanas de Obispos, en las cuales los participantes tienen la posibilidad de abrirse al horizonte de todo el Continente, dialogando sobre los problemas y desafíos comunes que afectan a la Iglesia en los países americanos.


Contribuir a la unidad del Continente

5 En la primera propuesta que hice en Santo Domingo, sobre la posibilidad de celebrar una Asamblea Especial del Sínodo, señalé que "la Iglesia, ya a las puertas del tercer milenio cristiano y en unos tiempos en que han caído muchas barreras y fronteras ideológicas, siente como un deber ineludible unir espiritualmente aún más a todos los pueblos que forman este gran Continente y, a la vez, desde la misión religiosa que le es propia, impulsar un espíritu solidario entre todos ellos". (5) Los elementos comunes a todos los pueblos de América, entre los que sobresale una misma identidad cristiana así como también una auténtica búsqueda del fortalecimiento de los lazos de solidaridad y comunión entre las diversas expresiones del rico patrimonio cultural del Continente, son el motivo decisivo por el que quise que la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos dedicara sus reflexiones a América como una realidad única. La opción de usar la palabra en singular quería expresar no sólo la unidad ya existente bajo ciertos aspectos, sino también aquel vínculo más estrecho al que aspiran los pueblos del Continente y que la Iglesia desea favorecer, dentro del campo de su propia misión dirigida a promover la comunión de todos en el Señor.

(5) Discurso de apertura de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (12 de octubre de 1992), 17: AAS 85 (1993), 820-821.


En el contexto de la nueva evangelización

6 En la perspectiva del Gran Jubileo del año 2000 he querido que tuviera lugar una Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para cada uno de los cinco Continentes: tras las dedicadas a África (1994), América (1997), Asia (1998) y, muy recientemente, Oceanía (1998), en este año de 1999 con la ayuda del Señor se celebrará una nueva Asamblea Especial para Europa. De este modo, durante el año jubilar, será posible una Asamblea General Ordinaria que sintetice y saque las conclusiones de los ricos materiales que las diversas Asambleas continentales han ido aportando. Esto será posible por el hecho de que en todos estos Sínodos ha habido preocupaciones semejantes y centros comunes de interés. En este sentido, refiriéndome a esta serie de Asambleas sinodales, he señalado cómo en todas "el tema de fondo es el de la evangelización, mejor todavía, el de la nueva evangelización, cuyas bases fueron fijadas por la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi de Pablo VI". (6) Por ello, tanto en mi primera indicación sobre la celebración de esta Asamblea Especial del Sínodo como más tarde en su anuncio explícito, una vez que todos los Episcopados de América hicieron suya la idea, indiqué que sus deliberaciones habrían de discurrir "dentro del marco de la nueva evangelización", (7) afrontando los problemas sobresalientes de la misma. (8)

Esta preocupación era más obvia ya que yo mismo había formulado el primer programa de una nueva evangelización en suelo americano. En efecto, cuando la Iglesia en toda América se preparaba para recordar los quinientos años del comienzo de la primera evangelización del Continente, hablando al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en Puerto Príncipe (Haití) afirmé: "La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como Obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de reevangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión". (9) Más tarde invité a toda la Iglesia a llevar a cabo esta exhortación, aunque el programa evangelizador, al extenderse a la gran diversidad que presenta hoy el mundo entero, debe diversificarse según dos situaciones claramente diferentes: la de los países muy afectados por el secularismo y la de aquellos otros donde "todavía se conservan muy vivas las tradiciones de piedad y de religiosidad popular cristiana". (10) Se trata, sin duda, de dos situaciones presentes, en grado diverso, en diferentes países o, quizás mejor, en diversos ambientes concretos dentro de los países del Continente americano.

(6)
TMA 21: AAS 87 (1995), 17.
(7) Discurso de apertura de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (12 de octubre de 1992), 17: AAS 85 (1993), 820.
(8) Cf. TMA 38: AAS 87 (1995), 30.
(9) Discurso a la Asamblea del CELAM (9 de marzo de 1983), III: AAS 75 (1983), 778.
(10) CL 34: AAS 81 (1989), 454.


Con la presencia y la ayuda del Señor

7 El mandato de evangelizar, que el Señor resucitado dejó a su Iglesia, va acompañado por la seguridad, basada en su promesa, de que Él sigue viviendo y actuando entre nosotros: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Esta presencia misteriosa de Cristo en su Iglesia es la garantía de su éxito en la realización de la misión que le ha sido confiada. Al mismo tiempo, esa presencia hace también posible nuestro encuentro con Él, como Hijo enviado por el Padre, como Señor de la Vida que nos comunica su Espíritu. Un encuentro renovado con Jesucristo hará conscientes a todos los miembros de la Iglesia en América de que están llamados a continuar la misión del Redentor en esas tierras.

El encuentro personal con el Señor, si es auténtico, llevará también consigo la renovación eclesial: las Iglesias particulares del Continente, como Iglesias hermanas y cercanas entre sí, acrecentarán los vínculos de cooperación y solidaridad para prolongar y hacer más viva la obra salvadora de Cristo en la historia de América. En una actitud de apertura a la unidad, fruto de una verdadera comunión con el Señor resucitado, las Iglesias particulares, y en ellas cada uno de sus miembros, descubrirán, a través de la propia experiencia espiritual que el "encuentro con Jesucristo vivo" es "camino para la conversión, la comunión y la solidaridad". Y, en la medida en que estas metas vayan siendo alcanzadas, será posible una dedicación cada vez mayor a la nueva evangelización de América.




CAPÍTULO I - EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO VIVO

"Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41)


Los encuentros con el Señor en el Nuevo Testamento

8 Los Evangelios relatan numerosos encuentros de Jesús con hombres y mujeres de su tiempo. Una característica común a todos estos episodios es la fuerza transformadora que tienen y manifiestan los encuentros con Jesús, ya que "abren un auténtico proceso de conversión, comunión y solidaridad". (11) Entre los más significativos está el de la mujer samaritana (cf. Jn 4,5-42). Jesús la llama para saciar su sed, que no era sólo material, pues, en realidad, "el que pedía beber, tenía sed de la fe de la misma mujer". (12) Al decirle, "dame de beber" (Jn 4,7), y al hablarle del agua viva, el Señor suscita en la samaritana una pregunta, casi una oración, cuyo alcance real supera lo que ella podía comprender en aquel momento: "Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed" (Jn 4,15). La samaritana, aunque "todavía no entendía", (13) en realidad estaba pidiendo el agua viva de que le hablaba su divino interlocutor. Al revelarle Jesús su mesianidad (cf. Jn 4,26), la samaritana se siente impulsada a anunciar a sus conciudadanos que ha descubierto el Mesías (cf. Jn 4,28-30). Así mismo, cuando Jesús encuentra a Zaqueo (cf. Lc 19,1-10) el fruto más preciado es su conversión: éste, consciente de las injusticias que ha cometido, decide devolver con creces —"el cuádruple"— a quienes había defraudado. Además, asume una actitud de desprendimiento de las cosas materiales y de caridad hacia los necesitados, que lo lleva a dar a los pobres la mitad de sus bienes.

Una mención especial merecen los encuentros con Cristo resucitado narrados en el Nuevo Testamento. Gracias a su encuentro con el Resucitado, María Magdalena supera el desaliento y la tristeza causados por la muerte del Maestro (cf. Jn 20,11-18). En su nueva dimensión pascual, Jesús la envía a anunciar a los discípulos que Él ha resucitado (cf. Jn 20,17). Por este hecho se ha llamado a María Magdalena "la apóstol de los apóstoles". (14) Por su parte, los discípulos de Emaús, después de encontrar y reconocer al Señor resucitado, vuelven a Jerusalén para contar a los apóstoles y a los demás discípulos lo que les había sucedido (cf. Lc 24,13-35). Jesús, «empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras» (Lc 24,27). Los dos discípulos reconocerían más tarde que su corazón ardía mientras el Señor les hablaba en el camino explicándoles las Escrituras (cf. Lc 24,32). No hay duda de que san Lucas al narrar este episodio, especialmente el momento decisivo en que los dos discípulos reconocen a Jesús, hace una alusión explícita a los relatos de la institución de la Eucaristía, es decir, al modo como Jesús actuó en la Última Cena (cf. Lc 24,30). El evangelista, para relatar lo que los discípulos de Emaús cuentan a los Once, utiliza una expresión que en la Iglesia naciente tenía un significado eucarístico preciso: "Le habían conocido en la fracción del pan" (Lc 24,35).

Entre los encuentros con el Señor resucitado, uno de los que han tenido un influjo decisivo en la historia del cristianismo es, sin duda, la conversión de Saulo, el futuro Pablo y apóstol de los gentiles, en el camino de Damasco. Allí tuvo lugar el cambio radical de su existencia, de perseguidor a apóstol (cf. Ac 9,3-30 Ac 22,6-11 Ac 26,12-18). El mismo Pablo habla de esta extraordinaria experiencia como de una revelación del Hijo de Dios "para que le anunciase entre los gentiles" (Ga 1,16).

La invitación del Señor respeta siempre la libertad de los que llama. Hay casos en que el hombre, al encontrarse con Jesús, se cierra al cambio de vida al que Él lo invita. Fueron numerosos los casos de contemporáneos de Jesús que lo vieron y oyeron, y, sin embargo, no se abrieron a su palabra. El Evangelio de san Juan señala el pecado como la causa que impide al ser humano abrirse a la luz que es Cristo: "Vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas" (Jn 3,19). Los textos evangélicos enseñan que el apego a las riquezas es un obstáculo para acoger el llamado a un seguimiento generoso y pleno de Jesús. Típico es, a este respecto, el caso del joven rico (cf. Mt 19,16-22 Mc 10,17-22 Lc 18,18-23).

(11) Propositio 3.
(12) S. Agustín, Tract. in Joh., 15, 11: CCL 36, 154.
(13) Ibíd., 15, 17: l.c., 156.
(14) "Salvator... ascensionis suae eam (Mariam Magdalenam) ad apostolos instituit apostolam". Rábano Mauro, De vita beatae Mariae Magdalenae, 27: PL 112, 1574. Cf. S. Pedro Damián, Sermo 56: PL 144, 820; Hugo de Cluny, Commonitorium: PL 159, 952; S. Tomás de Aquino, In Joh. Evang. expositio, 20, 3.


Encuentros personales y encuentros comunitarios

9 Algunos encuentros con Jesús, narrados en los Evangelios, son claramente personales como, por ejemplo, las llamadas vocacionales (cf. Mt 4,19 Mt 9,9 Mc 10,21 Lc 9,59). En ellos Jesús trata con intimidad a sus interlocutores: "Rabbí —que quiere decir “Maestro”— ¿dónde vives?" [...] "Venid y lo veréis" (Jn 1,38-39). Otras veces, en cambio, los encuentros tienen un carácter comunitario. Así son, en concreto, los encuentros con los Apóstoles, que tienen una importancia fundamental para la constitución de la Iglesia. En efecto, los Apóstoles, elegidos por Jesús de entre un grupo más amplio de discípulos (cf. Mc 3,13-19 Lc 6,12-16), son objeto de una formación especial y de una comunicación más íntima. A la multitud Jesús le habla en parábolas que sólo explica a los Doce: "Es que a vosotros se os ha dado a conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no" (Mt 13,11). Los Apóstoles están llamados a ser los anunciadores de la Buena Nueva y a desarrollar una misión especial para edificar la Iglesia con la gracia de los Sacramentos. Para este fin, reciben la potestad necesaria: les da el poder de perdonar los pecados apelando a la plenitud de ese mismo poder en el cielo y en la tierra que el Padre le ha dado (cf. Mt 28,18). Ellos serán los primeros en recibir el don del Espíritu Santo (cf. Ac 2,1-4), don que recibirán más tarde quienes se incorporen a la Iglesia por los sacramentos de la iniciación cristiana (cf. Ac 2,38).


El encuentro con Cristo en el tiempo de la Iglesia

10 La Iglesia es el lugar donde los hombres, encontrando a Jesús, pueden descubrir el amor del Padre: en efecto, el que ha visto a Jesús ha visto al Padre (cf. Jn 14,9). Jesús, después de su ascensión al cielo, actúa mediante la acción poderosa del Paráclito (cf. Jn 16,7), que transforma a los creyentes dándoles la nueva vida. De este modo ellos llegan a ser capaces de amar con el mismo amor de Dios, "que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5).

La gracia divina prepara, además, a los cristianos a ser agentes de la transformación del mundo, instaurando en él una nueva civilización, que mi predecesor Pablo VI llamó justamente "civilización del amor". (15)

En efecto, "el Verbo de Dios, asumiendo en todo la naturaleza humana menos en el pecado (cf. He 4,11), manifiesta el plan del Padre, de revelar a la persona humana el modo de llegar a la plenitud de su propia vocación [...] Así, Jesús no sólo reconcilia al hombre con Dios, sino que lo reconcilia también consigo mismo, revelándole su propia naturaleza". (16) Con estas palabras los Padres sinodales, en la línea del Concilio Vaticano II, han reafirmado que Jesús es el camino a seguir para llegar a la plena realización personal, que culmina en el encuentro definitivo y eterno con Dios. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí" (Jn 14,6). Dios nos "predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29). Jesucristo es, pues, la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano.

(15) Discurso en la clausura del Año Santo (25 de diciembre de 1975): AAS 68 (1976), 145.
(16) Propositio 9; cf. Vaticano II, GS 22.


Por medio de María encontramos a Jesús

11 Cuando nació Jesús, los magos de Oriente acudieron a Belén y "vieron al Niño con María su Madre" (Mt 2,11). Al inicio de la vida pública, en las bodas de Caná, cuando el Hijo de Dios realizó el primero de sus signos, suscitando la fe de los discípulos (Jn 2,11), es María la que interviene y orienta a los servidores hacia su Hijo con estas palabras: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). A este respecto, he escrito en otra ocasión: "La Madre de Cristo se presenta ante los hombres como portavoz de la voluntad del Hijo, indicadora de aquellas exigencias que deben cumplirse para que pueda manifestarse el poder salvífico del Mesías". (17) Por eso, María es un camino seguro para encontrar a Cristo. La piedad hacia la Madre del Señor, cuando es auténtica, anima siempre a orientar la propia vida según el espíritu y los valores del Evangelio.

¿Cómo no poner de relieve el papel que la Virgen tiene respecto a la Iglesia peregrina en América, en camino al encuentro con el Señor? En efecto, la Santísima Virgen, "de manera especial, está ligada al nacimiento de la Iglesia en la historia de [...] los pueblos de América, que por María llegaron al encuentro con el Señor". (18)

En todas las partes del Continente la presencia de la Madre de Dios ha sido muy intensa desde los días de la primera evangelización, gracias a la labor de los misioneros. En su predicación, "el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta. Desde los orígenes —en su advocación de Guadalupe— María constituyó el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión". (19)

La aparición de María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. (20) Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el Continente. Y América, que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido "en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, [...] en Santa María de Guadalupe, [...] un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada". (21) Por eso, no sólo en el Centro y en el Sur, sino también en el Norte del Continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América. (22)

A lo largo del tiempo ha ido creciendo cada vez más en los Pastores y fieles la conciencia del papel desarrollado por la Virgen en la evangelización del Continente. En la oración compuesta para la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, María Santísima de Guadalupe es invocada como "Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización". En este sentido, acojo gozoso la propuesta de los Padres sinodales de que el día 12 de diciembre se celebre en todo el Continente la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América. (23) Abrigo en mi corazón la firme esperanza de que ella, a cuya intercesión se debe el fortalecimiento de la fe de los primeros discípulos (cf. Jn 2,11), guíe con su intercesión maternal a la Iglesia en este Continente, alcanzándole la efusión del Espíritu Santo como en la Iglesia naciente (cf. Ac 1,14), para que la nueva evangelización produzca un espléndido florecimiento de vida cristiana.

(17) RMA 21: AAS 79 (1987), 369.
(18) Propositio 5.
(19) III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Mensaje a los pueblos de América Latina, Puebla, febrero de 1997, 282. Para los Estados Unidos de América, cf. National Conference of Catholic Bishops, Behold Your Mother Woman of Faith, Washington 1973, 53-55.
(20) Cf. Propositio 6.
(21) Juan Pablo II, Discurso inaugural de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo (12 de octubre de 1992), 24: AAS 85 (1993), 826.
(22) Cf. National Conference of Catholic Bishops, Behold Your Mother Woman of Faith, Washington 1973, 37.
(23) Cf. Propositio 6.


Lugares de encuentro con Cristo

12 Contando con el auxilio de María, la Iglesia en América desea conducir a los hombres y mujeres de este Continente al encuentro con Cristo, punto de partida para una auténtica conversión y para una renovada comunión y solidaridad. Este encuentro contribuirá eficazmente a consolidar la fe de muchos católicos, haciendo que madure en fe convencida, viva y operante.

Para que la búsqueda de Cristo presente en su Iglesia no se reduzca a algo meramente abstracto, es necesario mostrar los lugares y momentos concretos en los que, dentro de la Iglesia, es posible encontrarlo. La reflexión de los Padres sinodales a este respecto ha sido rica en sugerencias y observaciones.

Ellos han señalado, en primer lugar, "la Sagrada Escritura leída a la luz de la Tradición, de los Padres y del Magisterio, profundizada en la meditación y la oración". (24) Se ha recomendado fomentar el conocimiento de los Evangelios, en los que se proclama, con palabras fácilmente accesibles a todos, el modo como Jesús vivió entre los hombres. La lectura de estos textos sagrados, cuando se escucha con la misma atención con que las multitudes escuchaban a Jesús en la ladera del monte de las Bienaventuranzas o en la orilla del lago de Tiberíades mientras predicaba desde la barca, produce verdaderos frutos de conversión del corazón.

Un segundo lugar para el encuentro con Jesús es la sagrada Liturgia. (25) Al Concilio Vaticano II debemos una riquísima exposición de las múltiples presencias de Cristo en la Liturgia, cuya importancia debe llevar a hacer de ello objeto de una constante predicación: Cristo está presente en el celebrante que renueva en el altar el mismo y único sacrificio de la Cruz; está presente en los Sacramentos en los que actúa su fuerza eficaz. Cuando se proclama su palabra, es Él mismo quien nos habla. Está presente además en la comunidad, en virtud de su promesa: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (
Mt 18,20). Está presente "sobre todo bajo las especies eucarísticas". (26) Mi predecesor Pablo VI creyó necesario explicar la singularidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, que "se llama “real” no por exclusión, como si las otras presencias no fueran “reales”, sino por antonomasia, porque es substancial". (27) Bajo las especies de pan y vino, "Cristo todo entero está presente en su “realidad física” aún corporalmente". (28)

La Escritura y la Eucaristía, como lugares de encuentro con Cristo, están sugeridas en el relato de la aparición del Resucitado a los dos discípulos de Emaús. Además, el texto del Evangelio sobre el juicio final (cf. Mt 25,31-46), en el que se afirma que seremos juzgados sobre el amor a los necesitados, en quienes misteriosamente está presente el Señor Jesús, indica que no se debe descuidar un tercer lugar de encuentro con Cristo: "Las personas, especialmente los pobres, con los que Cristo se identifica". (29) Como recordaba el Papa Pablo VI, al clausurar el Concilio Vaticano II, "en el rostro de cada hombre, especialmente si se ha hecho transparente por sus lágrimas y por sus dolores, podemos y debemos reconocer el rostro de Cristo (cf. Mt 25,40), el Hijo del hombre". (30)

(24) Propositio 4.
(25) Cf. ibíd.
(26) Vaticano II, SC 7.
(27) Enc. Mysterium fidei (3 de septiembre de 1965) : AAS 57 (1965), 764.
(28) Ibíd., l.c., 766.
(29) Propositio 4.
(30) Discurso en la última sesión pública del Concilio Vaticano II (7 de diciembre de 1965): AAS 58 (1966), 58.




CAPITULO II - EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO EN EL HOY DE AMERICA

"A quien se le dio mucho, se le reclamará mucho" (Lc 12,48)


Situación de los hombres y mujeres de América y su encuentro con el Señor

13 En los Evangelios se narran encuentros con Cristo de personas en situaciones muy diferentes. A veces se trata de situaciones de pecado, que dejan entrever la necesidad de la conversión y del perdón del Señor. En otras circunstancias se dan actitudes positivas de búsqueda de la verdad, de auténtica confianza en Jesús, que llevan a establecer una relación de amistad con Él, y que estimulan el deseo de imitarlo. No pueden olvidarse tampoco los dones con los que el Señor prepara a algunos para un encuentro posterior. Así Dios, haciendo a María "llena de gracia" (Lc 1,28) desde el primer momento, la preparó para que en ella tuviera lugar el más importante encuentro divino con la naturaleza humana: el misterio inefable de la Encarnación.

Como los pecados y las virtudes sociales no existen en abstracto, sino que son el resultado de actos personales, (31) es necesario tener presente que América es hoy una realidad compleja, fruto de las tendencias y modos de proceder de los hombres y mujeres que lo habitan. En esta situación real y concreta es donde ellos han de encontrarse con Jesús.

(31) Cf. Juan Pablo II, RP 16: AAS 77 (1985), 214-217.


Identidad cristiana de América

14 El mayor don que América ha recibido del Señor es la fe, que ha ido forjando su identidad cristiana. Hace ya más de quinientos años que el nombre de Cristo comenzó a ser anunciado en el Continente. Fruto de la evangelización, que ha acompañado los movimientos migratorios desde Europa, es la fisonomía religiosa americana, impregnada de los valores morales que, si bien no siempre se han vivido coherentemente y en ocasiones se han puesto en discusión, pueden considerarse en cierto modo patrimonio de todos los habitantes de América, incluso de quienes no se identifican con ellos. Es claro que la identidad cristiana de América no puede considerarse como sinónimo de identidad católica. La presencia de otras confesiones cristianas en grado mayor o menor en diferentes partes de América, hace especialmente urgente el compromiso ecuménico, para buscar la unidad entre todos los creyentes en Cristo. (32)

(32) Cf. Propositio 61.



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