Ecclesia in America ES 30

Vocación universal a la santidad

30 "Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Lv 19,2). La Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América ha querido recordar con vigor a todos los cristianos la importancia de la doctrina de la vocación universal a la santidad en la Iglesia. (86) Se trata de uno de los puntos centrales de la Constitución dogmática sobre la Iglesia del Concilio Vaticano II. (87) La santidad es la meta del camino de conversión, pues ésta "no es fin en sí misma, sino proceso hacia Dios, que es santo. Ser santos es imitar a Dios y glorificar su nombre en las obras que realizamos en nuestra vida (cf. Mt 5,16)". (88) En el camino de la santidad Jesucristo es el punto de referencia y el modelo a imitar: Él es "el Santo de Dios y fue reconocido como tal (cf. Mc 1,24). Él mismo nos enseña que el corazón de la santidad es el amor, que conduce incluso a dar la vida por los otros (cf. Jn 15,13). Por ello, imitar la santidad de Dios, tal y como se ha manifestado en Jesucristo, su Hijo, no es otra cosa que prolongar su amor en la historia, especialmente con respecto a los pobres, enfermos e indigentes (cf. Lc 10,25 ss)". (89)

(86) Cf. Propositio 29.
(87) Cf. V; cf. Sínodo de los Obispos, Segunda Asamblea general extraordinaria, Relación final Ecclesia sub Verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi (7 de diciembre de 1985), II, A, 4-5: Ench. Vat. 9, 1791-1793.
(88) Propositio 29.
(89) Ibíd.


Jesús, el único camino para la santidad

31 "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Con estas palabras Jesús se presenta como el único camino que conduce a la santidad. Pero el conocimiento concreto de este itinerario se obtiene principalmente mediante la Palabra de Dios que la Iglesia anuncia con su predicación. Por ello, la Iglesia en América "debe conceder una gran prioridad a la reflexión orante sobre la Sagrada Escritura, realizada por todos los fieles". (90) Esta lectura de la Biblia, acompañada de la oración, se conoce en la tradición de la Iglesia con el nombre de Lectio divina, práctica que se ha de fomentar entre todos los cristianos. Para los presbíteros, debe constituir un elemento fundamental en la preparación de sus homilías, especialmente las dominicales. (91)

(90) Propositio 32.
(91) Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Dies Domini (31 de mayo de 1998), 40: AAS 90 (1998), 738.


Penitencia y reconciliación

32 La conversión (metanoia), a la que cada ser humano está llamado, lleva a aceptar y hacer propia la nueva mentalidad propuesta por el Evangelio. Esto supone el abandono de la forma de pensar y actuar del mundo, que tantas veces condiciona fuertemente la existencia. Como recuerda la Sagrada Escritura, es necesario que muera el hombre viejo y nazca el hombre nuevo, es decir, que todo el ser humano se renueve "hasta alcanzar un conocimiento perfecto según la imagen de su creador" (Col 3,10). En ese camino de conversión y búsqueda de la santidad "deben fomentarse los medios ascéticos que existieron siempre en la práctica de la Iglesia, y que alcanzan la cima en el sacramento del perdón, recibido y celebrado con las debidas disposiciones". (92) Sólo quien se reconcilia con Dios es protagonista de una auténtica reconciliación con y entre los hermanos.

La crisis actual del sacramento de la Penitencia, de la cual no está exenta la Iglesia en América, y sobre la que he expresado mi preocupación desde los comienzos mismos de mi pontificado, (93) podrá superarse por la acción pastoral continuada y paciente.

A este respecto, los Padres sinodales piden justamente "que los sacerdotes dediquen el tiempo debido a la celebración del sacramento de la Penitencia, y que inviten insistente y vigorosamente a los fieles para que lo reciban, sin que los pastores descuiden su propia confesión frecuente". (94) Los Obispos y los sacerdotes experimentan personalmente el misterioso encuentro con Cristo que perdona en el sacramento de la Penitencia, y son testigos privilegiados de su amor misericordioso.

La Iglesia católica, que abarca a hombres y mujeres "de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9), está llamada a ser, "en un mundo señalado por las divisiones ideológicas, étnicas, económicas y culturales", el "signo vivo de la unidad de la familia humana". (95) América, tanto en la compleja realidad de cada nación y la variedad de sus grupos étnicos, como en los rasgos que caracterizan todo el Continente, presenta muchas diversidades que no se han de ignorar y a las que se debe prestar atención. Gracias a un eficaz trabajo de integración entre todos los miembros del pueblo de Dios en cada país y entre los miembros de las Iglesias particulares de las diversas naciones, las diferencias de hoy podrán ser fuente de mutuo enriquecimiento. Como afirman justamente los Padres sinodales, "es de gran importancia que la Iglesia en toda América sea signo vivo de una comunión reconciliada y un llamado permanente a la solidaridad, un testimonio siempre presente en nuestros diversos sistemas políticos, económicos y sociales". (96) Ésta es una aportación significativa que los creyentes pueden ofrecer a la unidad del Continente americano.

(92) Propositio 33.
(93) Cf. RH 20: AAS 71 (1979), 309-316.
(94) Propositio 33.
(95) Ibíd.
(96) Ibíd.




CAPÍTULO IV - CAMINO PARA LA COMUNIÓN

"Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros" (Jn 17,21)


La Iglesia, sacramento de comunión

33 "Ante un mundo roto y deseoso de unidad es necesario proclamar con gozo y fe firme que Dios es comunión, Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidad en la distinción, el cual llama a todos los hombres a que participen de la misma comunión trinitaria. Es necesario proclamar que esta comunión es el proyecto magnífico de Dios [Padre]; que Jesucristo, que se ha hecho hombre, es el punto central de la misma comunión, y que el Espíritu Santo trabaja constantemente para crear la comunión y restaurarla cuando se hubiera roto. Es necesario proclamar que la Iglesia es signo e instrumento de la comunión querida por Dios, iniciada en el tiempo y dirigida a su perfección en la plenitud del Reino". (97) La Iglesia es signo de comunión porque sus miembros, como sarmientos, participan de la misma vida de Cristo, la verdadera vid (cf. Jn 15,5). En efecto, por la comunión con Cristo, Cabeza del Cuerpo místico, entramos en comunión viva con todos los creyentes.

Esta comunión, existente en la Iglesia y esencial a su naturaleza, (98) debe manifestarse a través de signos concretos, "como podrían ser: la oración en común de unos por otros, el impulso a las relaciones entre las Conferencias Episcopales, los vínculos entre Obispo y Obispo, las relaciones de hermandad entre las diócesis y las parroquias, y la mutua comunicación de agentes pastorales para acciones misionales específicas". (99) La comunión eclesial implica conservar el depósito de la fe en su pureza e integridad, así como también la unidad de todo el Colegio de los Obispos bajo la autoridad del Sucesor de Pedro. En este contexto, los Padres sinodales han señalado que "el fortalecimiento del oficio petrino es fundamental para la preservación de la unidad de la Iglesia", y que "el ejercicio pleno del primado de Pedro es fundamental para la identidad y la vitalidad de la Iglesia en América". (100) Por encargo del Señor, a Pedro y a sus Sucesores corresponde el oficio de confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22,32) y de pastorear toda la grey de Cristo (cf. Jn 21,15-17). Asimismo, el Sucesor del príncipe de los Apóstoles está llamado a ser la piedra sobre la que la Iglesia está edificada, y a ejercer el ministerio derivado de ser el depositario de las llaves del Reino (cf. Mt 16,18-19). El Vicario de Cristo es, pues, "el perpetuo principio de [...] unidad y el fundamento visible" de la Iglesia. (101)

(97) Propositio 40; cf. Vaticano II, LG 2.
(98) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, a los Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (28 de mayo de 1992), 3-6: AAS 85 (1993), 839-841.
(99) Propositio 40.
(100) Ibíd.
(101) Vaticano I, Const. dogm. Pastor aeternus, sobre la Iglesia de Cristo, Prólogo: DS 3051.


Iniciación cristiana y comunión

34 La comunión de vida en la Iglesia se obtiene por los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. El Bautismo es "la puerta de la vida espiritual: pues por él nos hacemos miembros de Cristo, y del cuerpo de la Iglesia". (102) Los bautizados, al recibir la Confirmación "se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras". (103) El proceso de la iniciación cristiana se perfecciona y culmina con la recepción de la Eucaristía, por la cual el bautizado se inserta plenamente en el Cuerpo de Cristo. (104)

"Estos sacramentos son una excelente oportunidad para una buena evangelización y catequesis, cuando su preparación se hace por agentes dotados de fe y competencia". (105) Aunque en las diversas diócesis de América se ha avanzado mucho en la preparación para los sacramentos de la iniciación cristiana, los Padres sinodales se lamentaban de que todavía "son muchos los que los reciben sin la suficiente formación". (106) En el caso del bautismo de niños no debe omitirse un esfuerzo catequizador de cara a los padres y padrinos.

(102) Conc. Ecum. de Florencia, Bula de unión Exultate Deo (22 de noviembre de 1439): DS 1314.
(103) Vaticano II,
LG 11.
(104) Cf. Vaticano II, PO 5.
(105) Propositio 41.
(106) Ibíd.


La Eucaristía, centro de comunión con Dios y con los hermanos

35 La realidad de la Eucaristía no se agota en el hecho de ser el sacramento con el que se culmina la iniciación cristiana. Mientras el Bautismo y la Confirmación tienen la función de iniciar e introducir en la vida propia de la Iglesia, no siendo repetibles, (107) la Eucaristía continúa siendo el centro vivo permanente en torno al cual se congrega toda la comunidad eclesial. (108) Los diversos aspectos de este sacramento muestran su inagotable riqueza: es, al mismo tiempo, sacramento-sacrificio, sacramento-comunión, sacramento-presencia. (109)

La Eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo. Por ello los Pastores del pueblo de Dios en América, a través de la predicación y la catequesis, deben esforzarse en "dar a la celebración eucarística dominical una nueva fuerza, como fuente y culminación de la vida de la Iglesia, prenda de su comunión en el Cuerpo de Cristo e invitación a la solidaridad como expresión del mandato del Señor: 'que os améis los unos a los otros, como yo os he amado (
Jn 13,34)". (110) Como sugieren los Padres sinodales, dicho esfuerzo debe tener en cuenta varias dimensiones fundamentales. Ante todo, es necesario que los fieles sean conscientes de que la Eucaristía es un inmenso don, a fin de que hagan todo lo posible para participar activa y dignamente en ella, al menos los domingos y días festivos. Al mismo tiempo, se han de promover "todos los esfuerzos de los sacerdotes para hacer más fácil esa participación y posibilitarla en las comunidades lejanas". (111) Habrá que recordar a los fieles que "la participación plena en ella, consciente y activa, aunque es esencialmente distinta del oficio del sacerdote ordenado, es una actuación del sacerdocio común recibido en el Bautismo". (112)

La necesidad de que los fieles participen en la Eucaristía y las dificultades que surgen por la escasez de sacerdotes, hacen patente la urgencia de fomentar las vocaciones sacerdotales. (113) Es también necesario recordar a toda la Iglesia en América "el lazo existente entre la Eucaristía y la caridad", (114) lazo que la Iglesia primitiva expresaba uniendo el ágape con la Cena eucarística. (115) La participación en la Eucaristía debe llevar a una acción caritativa más intensa como fruto de la gracia recibida en este sacramento.

(107) Cf. Conc. Ecum. de Trento, Ses. VII, Decreto sobre los sacramentos en general, can. 9: DS 1609.
(108) Cf. Vaticano II, LG 26.
(109) Cf. Juan Pablo II, RH 20: AAS 71 (1979), 309-316.
(110) Propositio 42; cf. Juan Pablo II, Carta ap. Dies Domini (31 de mayo de 1998), 69: AAS 90 (1998), 755-756.
(111) Propositio 41.
(112) Propositio 42; cf. Vaticano II, SC 14 LG 10.
(113) Cf. Propositio 42.
(114) Propositio 41.
(115) Cf. Vaticano II, AA 8.


Los Obispos, promotores de comunión

36 La comunión en la Iglesia, precisamente porque es un signo de vida, debe crecer continuamente. En consecuencia, los Obispos, recordando que "son, individualmente, el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares", (116) deben sentirse llamados a promover la comunión en su propia diócesis para que sea más eficaz el esfuerzo por la nueva evangelización de América. El esfuerzo comunitario se ve facilitado por los organismos previstos por el Concilio Vaticano II como apoyo de la actividad del Obispo diocesano, los cuales han sido definidos más detalladamente por la legislación postconciliar. (117) "Corresponde al Obispo, con la cooperación de los sacerdotes, los diáconos, los consagrados y los laicos [...] realizar un plan de acción pastoral de conjunto, que sea orgánico y participativo, que llegue a todos los miembros de la Iglesia y suscite su conciencia misionera". (118)

Cada Ordinario debe promover en los sacerdotes y fieles la conciencia de que la diócesis es la expresión visible de la comunión eclesial, que se forma en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía en torno al Obispo, unido con el Colegio episcopal y bajo su Cabeza, el Romano Pontífice. Ella en cuanto Iglesia particular tiene la misión de empezar y fomentar el encuentro de todos los miembros del pueblo de Dios con Jesucristo, (119) en el respeto y promoción de la pluralidad y de la diversidad que no obstaculizan la unidad, sino que le confieren el carácter de comunión. (120) Un conocimiento más profundo de lo que es la Iglesia particular favorecerá ciertamente el espíritu de participación y corresponsabilidad en la vida de los organismos diocesanos. (121)

(116) Vaticano II,
LG 23.
(117) Cf. CD 27 PO 7; Pablo VI, Motu proprio Ecclesiae sanctae (6 de agosto de 1966) I, 15-17: AAS 58 (1966), 766-767; CIC 495 CIC 502 CIC 511 CIO 264 CIO 271 CIO 272.
(118) Propositio 43.
(119) Cf. Propositio 45.
(120) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, a los Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la Iglesia considerada como comunión (28 de mayo de 1992), 15-16: AAS 85 (1993), 847-848.
(121) Cf. ibíd.


Una comunión más intensa entre las Iglesias particulares

37 La Asamblea especial para América del Sínodo de los Obispos, la primera en la historia que ha reunido a Obispos de todo el Continente, ha sido percibida por todos como una gracia especial del Señor a la Iglesia que peregrina en América. Esta Asamblea ha reforzado la comunión que debe existir entre las Comunidades eclesiales del Continente, haciendo ver a todos la necesidad de incrementarla ulteriormente. Las experiencias de comunión episcopal, frecuentes sobre todo después del Concilio Vaticano II por la consolidación y difusión de las Conferencias Episcopales, deben entenderse como encuentros con Cristo vivo, presente en los hermanos que están reunidos en su nombre (cf. Mt 18,20).

La experiencia sinodal ha enseñado también las riquezas de una comunión que se extiende más allá de los límites de cada Conferencia Episcopal. Aunque ya existen formas de diálogo que superan tales confines, los Padres sinodales sugieren la conveniencia de fortalecer las reuniones interamericanas, promovidas ya por las Conferencias Episcopales de las diversas Naciones americanas, como expresión de solidaridad efectiva y lugar de encuentro y de estudio de los desafíos comunes para la evangelización de América. (122) Será igualmente oportuno definir con exactitud el carácter de tales encuentros, de modo que lleguen a ser, cada vez más, expresión de comunión entre todos los Pastores. Aparte de estas reuniones más amplias, puede ser útil, cuando las circunstancias lo requieran, crear comisiones específicas para profundizar los temas comunes que afectan a toda América. Campos en los que parece especialmente necesario "que se dé un impulso a la cooperación, son las comunicaciones pastorales mutuas, la cooperación misional, la educación, las migraciones, el ecumenismo". (123)

Los Obispos, que tienen el deber de impulsar la comunión entre las Iglesias particulares, alentarán a los fieles a vivir más intensamente la dimensión comunitaria, asumiendo "la responsabilidad de desarrollar los lazos de comunión con las Iglesias locales en otras partes de América por la educación, la mutua comunicación, la unión fraterna entre parroquias y diócesis, planes de cooperación, y defensas unidas en temas de mayor importancia, sobre todo los que afectan a los pobres". (124)

(122) Cf. Propositio 44.
(123) Ibíd.
(124) Ibíd.


Comunión fraterna con las Iglesias católicas orientales

38 El fenómeno reciente de la implantación y desarrollo en América de Iglesias particulares católicas orientales, dotadas de jerarquía propia, ha merecido una especial atención por parte de algunos Padres sinodales. Un sincero deseo de abrazar cordial y eficazmente a estos hermanos en la fe y en la comunión jerárquica bajo el Sucesor de Pedro, ha llevado a la Asamblea sinodal a proponer sugerencias concretas de ayuda fraterna por parte de las Iglesias particulares latinas a las Iglesias católicas orientales existentes en el Continente. Así, por ejemplo, se propone que sacerdotes de rito latino, sobre todo de origen oriental, puedan ofrecer su colaboración litúrgica a las comunidades orientales carentes de un número suficiente de presbíteros. Igualmente, respecto a los edificios religiosos, los fieles orientales podrán usar, en los casos que sea conveniente, las iglesias de rito latino.

En este espíritu de comunión son dignas de consideración varias propuestas de los Padres sinodales: que allí donde sea necesario exista, en las Conferencias Episcopales nacionales y en los organismos internacionales de cooperación episcopal, una comisión mixta encargada de estudiar los problemas pastorales comunes; que la catequesis y la formación teológica para los laicos y seminaristas de la Iglesia latina, incluyan el conocimiento de la tradición viva del Oriente cristiano; que los Obispos de las Iglesias católicas orientales participen en las Conferencias Episcopales latinas de las respectivas Naciones. (125) No puede dudarse de que esta cooperación fraterna, a la vez que prestará una ayuda preciosa a las Iglesias orientales, de reciente implantación en América, permitirá a las Iglesias particulares latinas enriquecerse con el patrimonio espiritual de la tradición del Oriente cristiano.

(125) Cf. Propositio 60.


El presbítero, signo de unidad

39 "Como miembro de una Iglesia particular, todo sacerdote debe ser signo de comunión con el Obispo en cuanto que es su inmediato colaborador, unido a sus hermanos en el presbiterio. Ejerce su ministerio con caridad pastoral, principalmente en la comunidad que le ha sido confiada, y la conduce al encuentro con Jesucristo Buen Pastor. Su vocación exige que sea signo de unidad. Por ello debe evitar cualquier participación en política partidista que dividiría a la comunidad". (126) Es deseo de los Padres sinodales que se "desarrolle una acción pastoral a favor del clero diocesano que haga más sólida su espiritualidad, su misión y su identidad, la cual tiene su centro en el seguimiento de Cristo que, sumo y eterno Sacerdote, buscó siempre cumplir la voluntad del Padre. Él es el ejemplo de la entrega generosa, de la vida austera y del servicio hasta la muerte. El sacerdote sea consciente de que, por la recepción del sacramento del Orden, es portador de gracia que distribuye a sus hermanos en los sacramentos. Él mismo se santifica en el ejercicio del ministerio". (127)

El campo en que se desarrolla la actividad de los sacerdotes es inmenso. Conviene, por ello, "que coloquen como centro de su actividad lo que es esencial en su ministerio: dejarse configurar a Cristo Cabeza y Pastor, fuente de la caridad pastoral, ofreciéndose a sí mismos cada día con Cristo en la Eucaristía, para ayudar a los fieles a que tengan un encuentro personal y comunitario con Jesucristo vivo". (128) Como testigos y discípulos de Cristo misericordioso, los sacerdotes están llamados a ser instrumentos de perdón y de reconciliación, comprometiéndose generosamente al servicio de los fieles según el espíritu del Evangelio.

Los presbíteros, en cuanto pastores del pueblo de Dios en América, deben además estar atentos a los desafíos del mundo actual y ser sensibles a las angustias y esperanzas de sus gentes, compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud de solidaridad con los pobres. Procurarán discernir los carismas y las cualidades de los fieles que puedan contribuir a la animación de la comunidad, escuchándolos y dialogando con ellos, para impulsar así su participación y corresponsabilidad. Ello favorecerá una mejor distribución de las tareas que les permita "consagrarse a lo que está más estrechamente conexo con el encuentro y el anuncio de Jesucristo, de modo que signifiquen mejor, en el seno de la comunidad, la presencia de Jesús que congrega a su pueblo". (129)

El trabajo de discernimiento de los carismas particulares debe llevar también a valorizar aquellos sacerdotes que se consideren adecuados para realizar ministerios particulares. A todos los sacerdotes, además, se les pide que presten su ayuda fraterna en el presbiterio y que recurran al mismo con confianza en caso de necesidad.

Ante la espléndida realidad de tantos sacerdotes en América que, con la gracia de Dios, se esfuerzan por hacer frente a un quehacer tan grande, hago mío el deseo de los Padres sinodales de reconocer y alabar "la inagotable entrega de los sacerdotes, como pastores, evangelizadores y animadores de la comunión eclesial, expresando gratitud y dando ánimos a los sacerdotes de toda América que dan su vida al servicio del Evangelio". (130)

(126) Propositio 49.
(127) Ibíd.
(128) Ibíd.; cf. Vaticano II,
PO 14.
(129) Propositio 49.
(130) Ibíd.


Fomentar la pastoral vocacional

40 El papel indispensable del sacerdote en la comunidad ha de hacer conscientes a todos los hijos de la Iglesia en América de la importancia de la pastoral vocacional. El Continente americano cuenta con una juventud numerosa, rica en valores humanos y religiosos. Por ello, se han de cultivar los ambientes en que nacen las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada e invitar a las familias cristianas para que ayuden a sus hijos cuando se sientan llamados a seguir este camino. (131) En efecto, las vocaciones "son un don de Dios" y "surgen en las comunidades de fe, ante todo, en la familia, en la parroquia, en las escuelas católicas y en otras organizaciones de la Iglesia. Los Obispos y presbíteros tienen la especial responsabilidad de estimular tales vocaciones mediante la invitación personal, y principalmente por el testimonio de una vida de fidelidad, alegría, entusiasmo y santidad. La responsabilidad para reunir vocaciones al sacerdocio pertenece a todo el pueblo de Dios y encuentra su mayor cumplimiento en la oración continua y humilde por las vocaciones". (132)

Los seminarios, como lugares de acogida y formación de los llamados al sacerdocio, han de preparar a los futuros ministros de la Iglesia para que "vivan en una sólida espiritualidad de comunión con Cristo Pastor y de docilidad a la acción del Espíritu, que los hará especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de Dios y los diversos carismas, y de trabajar en común". (133) Por ello, en los seminarios "se ha de insistir especialmente en la formación específicamente espiritual, de modo que por la conversión continua, la actitud de oración, la recepción de los sacramentos de la Eucaristía y la penitencia, los candidatos se formen al encuentro con el Señor y se preocupen de fortificarse para la generosa entrega pastoral". (134) Los formadores han de preocuparse de acompañar y guiar a los seminaristas hacia una madurez afectiva que los haga aptos para abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir en comunión con sus hermanos en la vocación sacerdotal. Han de promover también en ellos la capacidad de observación crítica de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y contravalores, pues esto es un requisito indispensable para entablar un diálogo constructivo con el mundo de hoy.

Una atención particular se debe dar a las vocaciones nacidas entre los indígenas; conviene proporcionar una formación inculturada en sus ambientes. Estos candidatos al sacerdocio, mientras reciben la adecuada formación teológica y espiritual para su futuro ministerio, no deben perder las raíces de su propia cultura. (135)

Los Padres sinodales han querido agradecer y bendecir a todos los que consagran su vida a la formación de los futuros presbíteros en los seminarios. Así mismo, han invitado a los Obispos a destinar para dicha tarea a sus sacerdotes más aptos, después de haberlos preparado mediante una formación específica que los capacite para una misión tan delicada. (136)

(131) Cf. Propositio 51.
(132) Propositio 48.
(133) Propositio 51.
(134) Propositio 52.
(135) Cf. ibíd.
(136) Cf. ibíd.


Renovar la institución parroquial

41 La parroquia es un lugar privilegiado en que los fieles pueden tener una experiencia concreta de la Iglesia. (137) Hoy en América, como en otras partes del mundo, la parroquia encuentra a veces dificultades en el cumplimiento de su misión. La parroquia debe renovarse continuamente, partiendo del principio fundamental de que "la parroquia tiene que seguir siendo primariamente comunidad eucarística". (138) Este principio implica que "las parroquias están llamadas a ser receptivas y solidarias, lugar de la iniciación cristiana, de la educación y la celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de los movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abiertas a los proyectos pastorales y superparroquiales y a las realidades circunstantes". (139)

Una atención especial merecen, por sus problemáticas específicas, las parroquias en los grandes núcleos urbanos, donde las dificultades son tan grandes que las estructuras pastorales normales resultan inadecuadas y las posibilidades de acción apostólica notablemente reducidas. No obstante, la institución parroquial conserva su importancia y se ha de mantener. Para lograr este objetivo hay que "continuar la búsqueda de medios con los que la parroquia y sus estructuras pastorales lleguen a ser más eficaces en los espacios urbanos". (140) Una clave de renovación parroquial, especialmente urgente en las parroquias de las grandes ciudades, puede encontrarse quizás considerando la parroquia como comunidad de comunidades y de movimientos. (141) Parece por tanto oportuno la formación de comunidades y grupos eclesiales de tales dimensiones que favorezcan verdaderas relaciones humanas. Esto permitirá vivir más intensamente la comunión, procurando cultivarla no sólo "ad intra", sino también con la comunidad parroquial a la que pertenecen estos grupos y con toda la Iglesia diocesana y universal. En este contexto humano será también más fácil escuchar la Palabra de Dios, para reflexionar a su luz sobre los diversos problemas humanos y madurar opciones responsables inspiradas en el amor universal de Cristo. (142) La institución parroquial así renovada "puede suscitar una gran esperanza. Puede formar a la gente en comunidades, ofrecer auxilio a la vida de familia, superar el estado de anonimato, acoger y ayudar a que las personas se inserten en la vida de sus vecinos y en la sociedad". (143) De este modo, cada parroquia hoy, y particularmente las de ámbito urbano, podrá fomentar una evangelización más personal, y al mismo tiempo acrecentar las relaciones positivas con los otros agentes sociales, educativos y comunitarios. (144)

Además, "este tipo de parroquia renovada supone la figura de un pastor que, en primer lugar, tenga una profunda experiencia de Cristo vivo, espíritu misional, corazón paterno, que sea animador de la vida espiritual y evangelizador capaz de promover la participación. La parroquia renovada requiere la cooperación de los laicos, un animador de la acción pastoral y la capacidad del pastor para trabajar con otros. Las parroquias en América deben señalarse por su impulso misional que haga que extiendan su acción a los alejados". (145)

(137) Cf. Propositio 46.
(138) Ibíd.
(139) Ibíd.
(140) Propositio 35.
(141) Cf. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, octubre de 1992, Nueva evangelización, promoción humana y cultura cristiana, 58.
(142) Cf. Juan Pablo II,
RMi 51: AAS 83 (1991), 298-299.
(143) Propositio 35.
(144) Cf. Propositio 46.
(145) Ibíd.


Los diáconos permanentes

42 Por motivos pastorales y teológicos serios, el Concilio Vaticano II determinó restablecer el diaconado como grado permanente de la jerarquía en la Iglesia latina, dejando a las Conferencias Episcopales, con la aprobación del Sumo Pontífice, valorar la oportunidad de instituir los diáconos permanentes y en qué sitios. (146) Se trata de una experiencia muy diferente no sólo en las distintas partes de América, sino incluso entre las diócesis de una misma región. "Algunas diócesis han formado y ordenado no pocos diáconos, y están plenamente contentas de su incorporación y ministerio". (147) Aquí se ve con gozo cómo los diáconos, "confortados con la gracia sacramental, en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad". (148) Otras diócesis no han emprendido este camino, mientras en otras partes existen dificultades en la integración de los diáconos permanentes en la estructura jerárquica.

Quedando a salvo la libertad de las Iglesias particulares para restablecer o no, consintiéndolo el Sumo Pontífice, el diaconado como grado permanente, está claro que el acierto de esta restauración implica un diligente proceso de selección, una formación seria y una atención cuidadosa a los candidatos, así como también un acompañamiento solícito no sólo de estos ministros sagrados, sino también, en el caso de los diáconos casados, de su familia, esposa e hijos. (149)

(146) Cf.
LG 29; Pablo VI, Motu proprio Sacrum Diaconatus Ordinem (18 de junio de 1967), I, 1: AAS 59 (1967), 599.
(147) Propositio 50.
(148) Vaticano II, LG 29.
(149) Cf. Propositio 50; Congr. para la Educación Católica y Congr. para el Clero, Instr. Ratio fundamentalis institutionis diaconorum permanentium y Directorium pro ministerio et vita diaconorum permanentium (22 de febrero de 1998): AAS 90 (1998), 843-926.


La vida consagrada

43 La historia de la evangelización de América es un elocuente testimonio del ingente esfuerzo misional realizado por tantas personas consagradas, las cuales, desde el comienzo, anunciaron el Evangelio, defendieron los derechos de los indígenas y, con amor heroico a Cristo, se entregaron al servicio del pueblo de Dios en el Continente. (150) La aportación de las personas consagradas al anuncio del Evangelio en América sigue siendo de suma importancia; se trata de una aportación diversa según los carismas propios de cada grupo: "los Institutos de vida contemplativa que testifican lo absoluto de Dios, los Institutos apostólicos y misionales que hacen a Cristo presente en los muy diversos campos de la vida humana, los Institutos seculares que ayudan a resolver la tensión entre apertura real a los valores del mundo moderno y profunda entrega de corazón a Dios. Nacen también nuevos Institutos y nuevas formas de vida consagrada que requieren discreción evangélica". (151)

Ya que "el futuro de la nueva evangelización [...] es impensable sin una renovada aportación de las mujeres, especialmente de las mujeres consagradas", (152) urge favorecer su participación en diversos sectores de la vida eclesial, incluidos los procesos en que se elaboran las decisiones, especialmente en los asuntos que les conciernen directamente. (153)

"También hoy el testimonio de la vida plenamente consagrada a Dios es una elocuente proclamación de que Él basta para llenar la vida de cualquier persona". (154) Esta consagración al Señor ha de prolongarse en una generosa entrega a la difusión del Reino de Dios. Por ello, a las puertas del tercer milenio se ha de procurar "que la vida consagrada sea más estimada y promovida por los Obispos, sacerdotes y comunidades cristianas. Y que los consagrados, conscientes del gozo y de la responsabilidad de su vocación, se integren plenamente en la Iglesia particular a la que pertenecen y fomenten la comunión y la mutua colaboración". (155)

(150) Cf. Propositio 53.
(151) Ibíd.; cf. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Mensaje a los pueblos de América Latina, Puebla 1979, n. 775.
(152) Juan Pablo II,
VC 57: AAS 88 (1996), 429-430.
(153) Cf. VC 58: l.c., 430.
(154) Propositio 53.
(155) Ibíd.



Ecclesia in America ES 30