Ecclesia in America ES 44

Los fieles laicos y la renovación de la Iglesia

44 "La doctrina del Concilio Vaticano II sobre la unidad de la Iglesia, como pueblo de Dios congregado en la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, subraya que son comunes a la dignidad de todos los bautizados la imitación y el seguimiento de Cristo, la comunión mutua y el mandato misional". (156) Es necesario, por tanto, que los fieles laicos sean conscientes de su dignidad de bautizados. Por su parte, los Pastores han de estimar profundamente "el testimonio y la acción evangelizadora de los laicos que integrados en el pueblo de Dios con espiritualidad de comunión conducen a sus hermanos al encuentro con Jesucristo vivo. La renovación de la Iglesia en América no será posible sin la presencia activa de los laicos. Por eso, en gran parte, recae en ellos la responsabilidad del futuro de la Iglesia". (157)

Los ámbitos en los que se realiza la vocación de los fieles laicos son dos. El primero, y más propio de su condición laical, es el de las realidades temporales, que están llamados a ordenar según la voluntad de Dios. (158) En efecto, "con su peculiar modo de obrar, el Evangelio es llevado dentro de las estructuras del mundo y obrando en todas partes santamente consagran el mismo mundo a Dios". (159) Gracias a los fieles laicos, "la presencia y la misión de la Iglesia en el mundo se realiza, de modo especial, en la diversidad de carismas y ministerios que posee el laicado. La secularidad es la nota característica y propia del laico y de su espiritualidad que lo lleva a actuar en la vida familiar, social, laboral, cultural y política, a cuya evangelización es llamado. En un Continente en el que aparecen la emulación y la propensión a agredir, la inmoderación en el consumo y la corrupción, los laicos están llamados a encarnar valores profundamente evangélicos como la misericordia, el perdón, la honradez, la transparencia de corazón y la paciencia en las condiciones difíciles. Se espera de los laicos una gran fuerza creativa en gestos y obras que expresen una vida coherente con el Evangelio". (160)

América necesita laicos cristianos que puedan asumir responsabilidades directivas en la sociedad. Es urgente formar hombres y mujeres capaces de actuar, según su propia vocación, en la vida pública, orientándola al bien común. En el ejercicio de la política, vista en su sentido más noble y auténtico como administración del bien común, ellos pueden encontrar también el camino de la propia santificación. Para ello es necesario que sean formados tanto en los principios y valores de la Doctrina social de la Iglesia, como en nociones fundamentales de la teología del laicado. El conocimiento profundo de los principios éticos y de los valores morales cristianos les permitirá hacerse promotores en su ambiente, proclamándolos también ante la llamada "neutralidad del Estado". (161)

Hay un segundo ámbito en el que muchos fieles laicos están llamados a trabajar, y que puede llamarse "intraeclesial". Muchos laicos en América sienten el legítimo deseo de aportar sus talentos y carismas a "la construcción de la comunidad eclesial como delegados de la Palabra, catequistas, visitadores de enfermos o de encarcelados, animadores de grupos etc.". (162) Los Padres sinodales han manifestado el deseo de que la Iglesia reconozca algunas de estas tareas como ministerios laicales, fundados en los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, dejando a salvo el carácter específico de los ministerios propios del sacramento del Orden. Se trata de un tema vasto y complejo para cuyo estudio constituí, hace ya algún tiempo, una Comisión especial (163) y sobre el que los organismos de la Santa Sede han ido señalando paulatinamente algunas pautas directivas. (164) Se ha de fomentar la provechosa cooperación de fieles laicos bien preparados, hombres y mujeres, en diversas actividades dentro de la Iglesia, evitando, sin embargo, una posible confusión con los ministerios ordenados y con las actividades propias del sacramento del Orden, a fin de distinguir bien el sacerdocio común de los fieles del sacerdocio ministerial.

A este respecto, los Padres sinodales han sugerido que las tareas confiadas a los laicos sean bien "distintas de aquellas que son etapas para el ministerio ordenado" (165) y que los candidatos al sacerdocio reciben antes del presbiterado. Igualmente se ha observado que estas tareas laicales "no deben conferirse sino a personas, varones y mujeres, que hayan adquirido la formación exigida, según criterios determinados: una cierta permanencia, una real disponibilidad con respecto a un determinado grupo de personas, la obligación de dar cuenta a su propio Pastor". (166) De todos modos, aunque el apostolado intraeclesial de los laicos tiene que ser estimulado, hay que procurar que este apostolado coexista con la actividad propia de los laicos, en la que no pueden ser suplidos por los sacerdotes: el ámbito de las realidades temporales.

(156) Propositio 54.
(157) Ibíd.
(158) Cf. Vaticano II,
LG 31.
(159) Propositio 55; cf. Vaticano II, LG 34.
(160) Propositio 55.
(161) Cf. ibíd.
(162) Propositio 56.
(163) Cf. CL 23: AAS 81 (1989), 429-433.
(164) Cf. Congregación para el Clero y otras, Instruc. Ecclesiae de mysterio (15 de agosto de 1997): AAS 89 (1997), 852-877.
(165) Propositio 56.
(166) Ibíd.


Dignidad de la mujer

45 Merece una especial atención la vocación de la mujer. Ya en otras ocasiones he querido expresar mi aprecio por la aportación específica de la mujer al progreso de la humanidad y reconocer sus legítimas aspiraciones a participar plenamente en la vida eclesial, cultural, social y económica. (167) Sin esta aportación se perderían algunas riquezas que sólo el "genio de la mujer" (168) puede aportar a la vida de la Iglesia y de la sociedad misma. No reconocerlo sería una injusticia histórica especialmente en América, si se tiene en cuenta la contribución de las mujeres al desarrollo material y cultural del Continente, como también a la transmisión y conservación de la fe. En efecto, "su papel fue decisivo sobre todo en la vida consagrada, en la educación, en el cuidado de la salud". (169)

En varias regiones del Continente americano, lamentablemente, la mujer es todavía objeto de discriminaciones. Por eso se puede decir que el rostro de los pobres en América es también el rostro de muchas mujeres. En este sentido, los Padres sinodales han hablado de un "aspecto femenino de la pobreza". (170) La Iglesia se siente obligada a insistir sobre la dignidad humana, común a todas las personas. Ella "denuncia la discriminación, el abuso sexual y la prepotencia masculina como acciones contrarias al plan de Dios". (171) En particular, deplora como abominable la esterilización, a veces programada, de las mujeres, sobre todo de las más pobres y marginadas, que es practicada a menudo de manera engañosa, sin saberlo las interesadas; esto es mucho más grave cuando se hacer para conseguir ayudas económicas a nivel internacional.

La Iglesia en el Continente se siente comprometida a intensificar su preocupación por las mujeres y a defenderlas "de modo que la sociedad en América ayude más a la vida familiar fundada en el matrimonio, proteja más la maternidad y respete más la dignidad de todas las mujeres". (172) Se debe ayudar a las mujeres americanas a tomar parte activa y responsable en la vida y misión de la Iglesia, (173) como también se ha de reconocer la necesidad de la sabiduría y cooperación de las mujeres en las tareas directivas de la sociedad americana.

(167) Cf. Carta ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988) : AAS 80 (1988), 1653-1729 y Carta a las mujeres (29 de junio de 1995): AAS 87 (1995), 803-812; Propositio 11.
(168) Cf.
MD 31: AAS 80 (1988), 1728.
(169) Propositio 11.
(170) Ibíd.
(171) Ibíd.
(172) Ibíd.
(173) Cf. Juan Pablo II, CL 49: AAS 81 (1989), 486-489.


Los desafíos para la familia cristiana

46 Dios Creador, formando al primer varón y a la primera mujer, y mandando "sed fecundos y multiplicaos" (Gn 1,28), estableció definitivamente la familia. De este santuario nace la vida y es aceptada como don de Dios. La Palabra, leída asiduamente en la familia, la construye poco a poco como iglesia doméstica y la hace fecunda en humanismo y virtudes cristianas; allí se constituye la fuente de las vocaciones. La vida de oración de la familia en torno a alguna imagen de la Virgen hará que permanezca siempre unida en torno a la Madre, como los discípulos de Jesús (cf. Ac 1,14)". (174) Son muchas las insidias que amenazan la solidez de la institución familiar en la mayor parte de los países de América, siendo, a la vez, desafíos para los cristianos. Se deben mencionar, entre otros, el aumento de los divorcios, la difusión del aborto, del infanticidio y de la mentalidad contraceptiva. Ante esta situación hay que subrayar "que el fundamento de la vida humana es la relación nupcial entre el marido y la esposa, la cual entre los cristianos es sacramental". (175)

Es urgente, pues, una amplia catequización sobre el ideal cristiano de la comunión conyugal y de la vida familiar, que incluya una espiritualidad de la paternidad y la maternidad. Es necesario prestar mayor atención pastoral al papel de los hombres como maridos y padres, así como a la responsabilidad que comparten con sus esposas respecto al matrimonio, la familia y la educación de los hijos. No debe omitirse una seria preparación de los jóvenes antes del matrimonio, en la que se presente con claridad la doctrina católica, a nivel teológico, espiritual y antropológico sobre este sacramento. En un Continente caracterizado por un considerable desarrollo demográfico, como es América, deben incrementarse continuamente las iniciativas pastorales dirigidas a las familias.

Para que la familia cristiana sea verdaderamente "iglesia doméstica", (176) está llamada a ser el ámbito en que los padres transmiten la fe, pues ellos "deben ser para sus hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo". (177) En la familia tampoco puede faltar la práctica de la oración en la que se encuentren unidos tanto los cónyuges entre sí, como con sus hijos. A este respecto, se han de fomentar momentos de vida espiritual en común: la participación en la Eucaristía los días festivos, la práctica del sacramento de la Reconciliación, la oración cotidiana en familia y obras concretas de caridad. Así se consolidará la fidelidad en el matrimonio y la unidad de la familia. En un ambiente familiar con estas características no será difícil que los hijos sepan descubrir su vocación al servicio de la comunidad y de la Iglesia y que aprendan, especialmente con el ejemplo de sus padres, que la vida familiar es un camino para realizar la vocación universal a la santidad. (178)

(174) Propositio 12.
(175) Ibíd.
(176) Cf. Vaticano II, LG 11.
(177) Ibíd.
(178) Cf. Propositio 12.


Los jóvenes, esperanza del futuro

47 Los jóvenes son una gran fuerza social y evangelizadora. "Constituyen una parte numerosísima de la población en muchas naciones de América. En el encuentro de ellos con Cristo vivo se fundan la esperanza y la expectativas de un futuro de mayor comunión y solidaridad para la Iglesia y las sociedades de América". (179) Son evidentes los esfuerzos que las Iglesias particulares realizan en el Continente para acompañar a los adolescentes en el proceso catequético antes de la Confirmación y de otras formas de acompañamiento que les ofrecen para que crezcan en su encuentro con Cristo y en el conocimiento del Evangelio. El proceso de formación de los jóvenes debe ser constante y dinámico, adecuado para ayudarles a encontrar su lugar en la Iglesia y en el mundo. Por tanto, la pastoral juvenil ha de ocupar un puesto privilegiado entre las preocupaciones de los Pastores y de las comunidades.

En realidad, son muchos los jóvenes americanos que buscan el sentido verdadero de su vida y que tienen sed de Dios, pero muchas veces faltan las condiciones idóneas para realizar sus capacidades y lograr sus aspiraciones. Lamentablemente, la falta de trabajo y de esperanzas de futuro los lleva en algunas ocasiones a la marginación y a la violencia. La sensación de frustración que experimentan por todo ello, los hace abandonar frecuentemente la búsqueda de Dios. Ante esta situación tan compleja, "la Iglesia se compromete a mantener su opción pastoral y misionera por los jóvenes para que puedan hoy encontrar a Cristo vivo". (180)

La acción pastoral de la Iglesia llega a muchos de estos adolescentes y jóvenes mediante la animación cristiana de la familia, la catequesis, las instituciones educativas católicas y la vida comunitaria de la parroquia. Pero hay otros muchos, especialmente entre los que sufren diversas formas de pobreza, que quedan fuera del campo de la actividad eclesial. Deben ser los jóvenes cristianos, formados con una conciencia misionera madura, los apóstoles de sus coetáneos. Es necesaria una acción pastoral que llegue a los jóvenes en sus propios ambientes, como el colegio, la universidad, el mundo del trabajo o el ambiente rural, con una atención apropiada a su sensibilidad. En el ámbito parroquial y diocesano será oportuno desarrollar también una acción pastoral de la juventud que tenga en cuenta la evolución del mundo de los jóvenes, que busque el diálogo con ellos, que no deje pasar las ocasiones propicias para encuentros más amplios, que aliente las iniciativas locales y aproveche también lo que ya se realiza en el ámbito interdiocesano e internacional.

Y, ¿qué hacer ante los jóvenes que manifiestan comportamientos adolescentes de una cierta inconstancia y dificultad para asumir compromisos serios para siempre? Ante esta carencia de madurez es necesario invitar a los jóvenes a ser valientes, ayudándoles a apreciar el valor del compromiso para toda la vida, como es el caso del sacerdocio, de la vida consagrada y del matrimonio cristiano. (181)

(179) Propositio 14.
(180) Ibíd.
(181) Ibíd.


Acompañar al niño en su encuentro con Cristo

48 Los niños son don y signo de la presencia de Dios. "Hay que acompañar al niño en su encuentro con Cristo, desde su bautismo hasta su primera comunión, ya que forma parte de la comunidad viviente de fe, esperanza y caridad". (182) La Iglesia agradece la labor de los padres, maestros, agentes pastorales, sociales y sanitarios, y de todos aquellos que sirven a la familia y a los niños con la misma actitud de Jesucristo que dijo: "Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos" (Mt 19,14).

Con razón los Padres sinodales lamentan y condenan la condición dolorosa de muchos niños en toda América, privados de la dignidad y la inocencia e incluso de la vida. "Esta condición incluye la violencia, la pobreza, la carencia de casa, la falta de un adecuado cuidado de sanidad y educación, los daños de las drogas y del alcohol, y otros estados de abandono y de abuso". (183) A este respecto, en el Sínodo se hizo mención especial de la problemática del abuso sexual de los niños y de la prostitución infantil, y los Padres lanzaron un urgente llamado "a todos los que están en posiciones de autoridad en la sociedad, para que realicen, como cosa prioritaria, todo lo que está en su poder, para aliviar el dolor de los niños en América". (184)

(182) Propositio 15.
(183) Ibíd.
(184) Ibíd.


Elementos de comunión con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales

49 Entre la Iglesia católica y las otras Iglesias y Comunidades eclesiales existe un esfuerzo de comunión que tiene su raíz en el Bautismo administrado en cada una de ellas. (185) Este esfuerzo se alimenta mediante la oración, el diálogo y la acción común. Los Padres sinodales han querido expresar una voluntad especial de "cooperación al diálogo ya comenzado con la Iglesia ortodoxa, con la que tenemos en común muchos elementos de fe, de vida sacramental y de piedad". (186) Las propuestas concretas de la Asamblea sinodal sobre el conjunto de las Iglesias y Comunidades eclesiales cristianas no católicas son múltiples. Se propone, en primer lugar, "que los cristianos católicos, Pastores y fieles, fomenten el encuentro de los cristianos de las diversas confesiones, en la cooperación, en nombre del Evangelio, para responder al clamor de los pobres, con la promoción de la justicia, la oración común por la unidad y la participación en la Palabra de Dios y la experiencia de la fe en Cristo vivo". (187) Deben también alentarse, cuando sea oportuno y conveniente, las reuniones de expertos de las diversas Iglesias y Comunidades eclesiales para facilitar el diálogo ecuménico. El ecumenismo ha de ser objeto de reflexión y de comunicación de experiencias entre las diversas Conferencias Episcopales católicas del Continente.

Si bien el Concilio Vaticano II se refiere a todos los bautizados y creyentes en Cristo "como hermanos en el Señor", (188) es necesario distinguir con claridad las comunidades cristianas, con las cuales es posible establecer relaciones inspiradas en el espíritu del ecumenismo, de las sectas, cultos y otros movimientos pseudoreligiosos.

(185) Cf. Vaticano II,
UR 3.
(186) Propositio 61.
(187) Ibíd.
(188) UR 3.


Relación de la Iglesia con las comunidades judías

50 En la sociedad americana existen también comunidades judías con las que la Iglesia ha llevado a cabo en estos últimos años una colaboración creciente. (189) En la historia de la salvación es evidente nuestra especial relación con el pueblo judío. De ese pueblo nació Jesús, quien dio comienzo a su Iglesia dentro de la Nación judía. Gran parte de la Sagrada Escritura que los cristianos leemos como palabra de Dios, constituye un patrimonio espiritual común con los judíos. (190) Se ha de evitar, pues, toda actitud negativa hacia ellos, ya que "para bendecir al mundo es necesario que los judíos y los cristianos sean previamente bendición los unos para los otros". (191)

(189) Cf. Propositio 62.
(190) Cf. Sínodo de los Obispos, Asamblea Especial para Europa, Decl. Ut testes simus Christi qui nos liberavit (13 de diciembre de 1991), III, 8: Ench. Vat. 13, 653-655.
(191) Propositio 62.


Religiones no cristianas

51 Respecto a las religiones no cristianas, la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en ellas hay de verdadero y santo. (192) Por ello, con respecto a las otras religiones, los católicos quieren subrayar los elementos de verdad dondequiera que puedan encontrarse, pero a la vez testifican fuertemente la novedad de la revelación de Cristo, custodiada en su integridad por la Iglesia. (193) En coherencia con esta actitud, los católicos rechazan como extraña al espíritu de Cristo toda discriminación o persecución contra las personas por motivos de raza, color, condición de vida o religión. La diferencia de religión nunca debe ser causa de violencia o de guerra. Al contrario, las personas de creencias diversas deben sentirse movidas, precisamente por su adhesión a las mismas, a trabajar juntas por la paz y la justicia.

"Los musulmanes, como los cristianos y los judíos, llaman a Abraham, padre suyo. Este hecho debe asegurar que en toda América estas tres comunidades vivan armónicamente y trabajen juntas por el bien común. Igualmente, la Iglesia en América debe esforzarse por aumentar el mutuo respeto y las buenas relaciones con las religiones nativas americanas". (194) La misma actitud debe tenerse con los grupos hinduistas y budistas o de otras religiones que las recientes inmigraciones, procedentes de países orientales, han llevado al suelo americano.

(192) Vaticano II,
NAE 2.
(193) Cf. Propositio 63.
(194) Ibíd.




CAPÍTULO V - CAMINO PARA LA SOLIDARIDAD

"En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35)


La solidaridad, fruto de la comunión

52 "En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40; cf. Mt 25,45). La conciencia de la comunión con Jesucristo y con los hermanos, que es, a su vez, fruto de la conversión, lleva a servir al prójimo en todas sus necesidades, tanto materiales como espirituales, para que en cada hombre resplandezca el rostro de Cristo. Por eso, "la solidaridad es fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los más necesitados". (195)

De aquí deriva para las Iglesias particulares del Continente americano el deber de la recíproca solidaridad y de compartir sus dones espirituales y los bienes materiales con que Dios las ha bendecido, favoreciendo la disponibilidad de las personas para trabajar donde sea necesario. Partiendo del Evangelio se ha de promover una cultura de la solidaridad que incentive oportunas iniciativas de ayuda a los pobres y a los marginados, de modo especial a los refugiados, los cuales se ven forzados a dejar sus pueblos y tierras para huir de la violencia. La Iglesia en América ha de alentar también a los organismos internacionales del Continente con el fin de establecer un orden económico en el que no domine sólo el criterio del lucro, sino también el de la búsqueda del bien común nacional e internacional, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos. (196)

(195) Propositio 67.
(196) Cf. ibíd.


La doctrina de la Iglesia, expresión de las exigencias de la conversión

53 Mientras el relativismo y el subjetivismo se difunden de modo preocupante en el campo de la doctrina moral, la Iglesia en América está llamada a anunciar con renovada fuerza que la conversión consiste en la adhesión a la persona de Jesucristo, con todas las implicaciones teológicas y morales ilustradas por el Magisterio eclesial. Hay que reconocer, "el papel que realizan, en esta línea, los teólogos, los catequistas y los profesores de religión que, exponiendo la doctrina de la Iglesia con fidelidad al Magisterio, cooperan directamente en la recta formación de la conciencia de los fieles". (197) Si creemos que Jesús es la Verdad (cf. Jn 14,6) desearemos ardientemente ser sus testigos para acercar a nuestros hermanos a la verdad plena que está en el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por la salvación del género humano. "De este modo podremos ser, en este mundo, lámparas vivas de fe, esperanza y caridad". (198)

(197) Propositio 68.
(198) Ibíd.


Doctrina social de la Iglesia

54 Ante los graves problemas de orden social que, con características diversas, existen en toda América, el católico sabe que puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia la respuesta de la que partir para buscar soluciones concretas. Difundir esta doctrina constituye, pues, una verdadera prioridad pastoral. Para ello es importante "que en América los agentes de evangelización (Obispos, sacerdotes, profesores, animadores pastorales, etc.) asimilen este tesoro que es la doctrina social de la Iglesia, e, iluminados por ella, se hagan capaces de leer la realidad actual y de buscar vías para la acción". (199) A este respecto, hay que fomentar la formación de fieles laicos capaces de trabajar, en nombre de la fe en Cristo, para la transformación de las realidades terrenas. Además, será oportuno promover y apoyar el estudio de esta doctrina en todos los ámbitos de las Iglesias particulares de América y, sobre todo, en el universitario, para que sea conocida con mayor profundidad y aplicada en la sociedad americana.

Para alcanzar este objetivo sería muy útil un compendio o síntesis autorizada de la doctrina social católica, incluso un "catecismo", que muestre la relación existente entre ella y la nueva evangelización. La parte que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a esta materia, a propósito del séptimo mandamiento del Decálogo, podría ser el punto de partida de este "Catecismo de doctrina social católica". Naturalmente, como ha sucedido con el Catecismo de la Iglesia Católica se limitaría a formular los principios generales, dejando a aplicaciones posteriores el tratar sobre los problemas relacionados con las diversas situaciones locales. (200)

En la doctrina social de la Iglesia ocupa un lugar importante el derecho a un trabajo digno. Por esto, ante las altas tasas de desempleo que afectan a muchos países americanos y ante las duras condiciones en que se encuentran no pocos trabajadores en la industria y en el campo, "es necesario valorar el trabajo como dimensión de realización y de dignidad de la persona humana. Es una responsabilidad ética de una sociedad organizada promover y apoyar una cultura del trabajo". (201)

(199) Propositio 69.
(200) Cf. Sínodo de los Obispos, Segunda Asamblea general extraordinaria, Relación final Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi (7 de diciembre de 1985), II, B, a, 4: Ench. Vat. 9, 1797; Juan Pablo II, Const. ap. Fidei depositum (11 de octubre de 1992): AAS 86 (1994), 117;
CEC 24.
(201) Propositio 69.


Globalización de la solidaridad

55 El complejo fenómeno de la globalización, como he recordado más arriba, es una de las características del mundo actual, perceptible especialmente en América. Dentro de esta realidad polifacética, tiene gran importancia el aspecto económico. Con su doctrina social, la Iglesia ofrece una valiosa contribución a la problemática que presenta la actual economía globalizada. Su visión moral en esta materia "se apoya en las tres piedras angulares fundamentales de la dignidad humana, la solidaridad y la subsidiariedad". (202) La economía globalizada debe ser analizada a la luz de los principios de la justicia social, respetando la opción preferencial por los pobres, que han de ser capacitados para protegerse en una economía globalizada, y ante las exigencias del bien común internacional. En realidad, "la doctrina social de la Iglesia es la visión moral que intenta asistir a los gobiernos, a las instituciones y las organizaciones privadas para que configuren un futuro congruente con la dignidad de cada persona. A través de este prisma se pueden valorar las cuestiones que se refieren a la deuda externa de las naciones, a la corrupción política interna y a la discriminación dentro [de la propia nación] y entre las naciones". (203)

La Iglesia en América está llamada no sólo a promover una mayor integración entre las naciones, contribuyendo de este modo a crear una verdadera cultura globalizada de la solidaridad, (204) sino también a colaborar con los medios legítimos en la reducción de los efectos negativos de la globalización, como son el dominio de los más fuertes sobre los más débiles, especialmente en el campo económico, y la pérdida de los valores de las culturas locales en favor de una mal entendida homogeneización.

(202) Propositio 74.
(203) Ibíd.
(204) Cf. Propositio 67.


Pecados sociales que claman al cielo

56 A la luz de la doctrina social de la Iglesia se aprecia también, más claramente, la gravedad de "los pecados sociales que claman al cielo, porque generan violencia, rompen la paz y la armonía entre las comunidades de una misma nación, entre las naciones y entre las diversas partes del Continente". (205) Entre estos pecados se deben recordar, "el comercio de drogas, el lavado de las ganancias ilícitas, la corrupción en cualquier ambiente, el terror de la violencia, el armamentismo, la discriminación racial, las desigualdades entre los grupos sociales, la irrazonable destrucción de la naturaleza". (206) Estos pecados manifiestan una profunda crisis debido a la pérdida del sentido de Dios y a la ausencia de los principios morales que deben regir la vida de todo hombre. Sin una referencia moral se cae en un afán ilimitado de riqueza y de poder, que ofusca toda visión evangélica de la realidad social.

No pocas veces, esto provoca que algunas instancias públicas se despreocupen de la situación social. Cada vez más, en muchos países americanos impera un sistema conocido como "neoliberalismo"; sistema que haciendo referencia a una concepción economicista del hombre, considera las ganancias y las leyes del mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad y del respeto de las personas y los pueblos. Dicho sistema se ha convertido, a veces, en una justificación ideológica de algunas actitudes y modos de obrar en el campo social y político, que causan la marginación de los más débiles. De hecho, los pobres son cada vez más numerosos, víctimas de determinadas políticas y de estructuras frecuentemente injustas. (207)

La mejor respuesta, desde el Evangelio, a esta dramática situación es la promoción de la solidaridad y de la paz, que hagan efectivamente realidad la justicia. Para esto se ha de alentar y ayudar a aquellos que son ejemplo de honradez en la administración del erario público y de la justicia. Igualmente se ha de apoyar el proceso de democratización que está en marcha en América, (208) ya que en un sistema democrático son mayores las posibilidades de control que permiten evitar los abusos.

"El Estado de Derecho es la condición necesaria para establecer una verdadera democracia". (209) Para que ésta se pueda desarrollar, se precisa la educación cívica así como la promoción del orden público y de la paz en la convivencia civil. En efecto, "no hay una democracia verdadera y estable sin justicia social. Para esto es necesario que la Iglesia preste mayor atención a la formación de la conciencia, prepare dirigentes sociales para la vida pública en todos los niveles, promueva la educación ética, la observancia de la ley y de los derechos humanos y emplee un mayor esfuerzo en la formación ética de la clase política". (210)

(205) Propositio 70.
(206) Ibíd.
(207) Cf. Propositio 73.
(208) Cf. Propositio 70.
(209) Propositio 72.
(210) Ibíd.


El fundamento último de los derechos humanos

57 Conviene recordar que el fundamento sobre el que se basan todos los derechos humanos es la dignidad de la persona. En efecto, "la mayor obra divina, el hombre, es imagen y semejanza de Dios. Jesús asumió nuestra naturaleza menos el pecado; promovió y defendió la dignidad de toda persona humana sin excepción alguna; murió por la libertad de todos. El Evangelio nos muestra cómo Jesucristo subrayó la centralidad de la persona humana en el orden natural (cf. Lc 12,22-29), en el orden social y en el orden religioso, incluso respecto a la Ley (cf. Mc 2,27); defendiendo el hombre y también la mujer (cf. Jn 8,11) y los niños (cf. Mt 19,13-15), que en su tiempo y en su cultura ocupaban un lugar secundario en la sociedad. De la dignidad del hombre en cuanto hijo de Dios nacen los derechos humanos y las obligaciones". (211) Por esta razón, "todo atropello a la dignidad del hombre es atropello al mismo Dios, de quien es imagen". (212) Esta dignidad es común a todos los hombres sin excepción, ya que todos han sido creados a imagen de Dios (cf. Gn 1,26). La respuesta de Jesús a la pregunta "¿Quién es mi prójimo?" (Lc 10,29) exige de cada uno una actitud de respeto por la dignidad del otro y de cuidado solícito hacia él, aunque se trate de un extranjero o un enemigo (cf. Lc 10,30-37). En toda América la conciencia de la necesidad de respetar los derechos humanos ha ido creciendo en estos últimos tiempos, sin embargo todavía queda mucho por hacer, si se consideran las violaciones de los derechos de personas y de grupos sociales que aún se dan en el Continente.

(211) Ibíd.
(212) III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Mensaje a los pueblos de América Latina, Puebla 1979, n. 306.


Amor preferencial por los pobres y marginados

58 "La Iglesia en América debe encarnar en sus iniciativas pastorales la solidaridad de la Iglesia universal hacia los pobres y marginados de todo género. Su actitud debe incluir la asistencia, promoción, liberación y aceptación fraterna. La Iglesia pretende que no haya en absoluto marginados". (213) El recuerdo de los capítulos oscuros de la historia de América relativos a la existencia de la esclavitud y de otras situaciones de discriminación social, ha de suscitar un sincero deseo de conversión que lleve a la reconciliación y a la comunión.

La atención a los más necesitados surge de la opción de amar de manera preferencial a los pobres. Se trata de un amor que no es exclusivo y no puede ser pues interpretado como signo de particularismo o de sectarismo; (214) amando a los pobres el cristiano imita las actitudes del Señor, que en su vida terrena se dedicó con sentimientos de compasión a las necesidades de las personas espiritual y materialmente indigentes.

La actividad de la Iglesia en favor de los pobres en todas las partes del Continente es importante; no obstante hay que seguir trabajando para que esta línea de acción pastoral sea cada vez más un camino para el encuentro con Cristo, el cual, siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf.
2Co 8,9). Se debe intensificar y ampliar cuanto se hace ya en este campo, intentando llegar al mayor número posible de pobres. La Sagrada Escritura nos recuerda que Dios escucha el clamor de los pobres (cf. Ps 34,7) y la Iglesia ha de estar atenta al clamor de los más necesitados. Escuchando su voz, "la Iglesia debe vivir con los pobres y participar de sus dolores. [...] Debe finalmente testificar por su estilo de vida que sus prioridades, sus palabras y sus acciones, y ella misma está en comunión y solidaridad con ellos". (215)

(213) Propositio 73.
(214) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia (22 de marzo de 1986), 68: AAS 79 (1987), 583-584.
(215) Propositio 73.



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