Ecclesia in America ES 72

Evangelizar con los medios de comunicación social

72 Es fundamental para la eficacia de la nueva evangelización un profundo conocimiento de la cultura actual, en la cual los medios de comunicación social tienen gran influencia. Es por tanto indispensable conocer y usar estos medios, tanto en sus formas tradicionales como en las más recientes introducidas por el progreso tecnológico. Esta realidad requiere que se domine el lenguaje, naturaleza y características de dichos medios. Con el uso correcto y competente de los mismos se puede llevar a cabo una verdadera inculturación del Evangelio. Por otra parte, los mismos medios contribuyen a modelar la cultura y mentalidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo, razón por la cual quienes trabajan en el campo de los medios de comunicación social han de ser destinatarios de una especial acción pastoral (277)

A este respecto, los Padres sinodales indicaron numerosas iniciativas concretas para una presencia eficaz del Evangelio en el mundo de los medios de comunicación social: la formación de agentes pastorales para este campo; el fomento de centros de producción cualificada; el uso prudente y acertado de satélites y de nuevas tecnologías; la formación de los fieles para que sean destinatarios críticos; la unión de esfuerzos en la adquisición y consiguiente gestión en común de nuevas emisoras y redes de radio y televisión, y la coordinación de las que ya existen. Por otra parte, las publicaciones católicas merecen ser sostenidas y necesitan alcanzar un deseado desarrollo cualitativo.

Hay que alentar a los empresarios para que respalden económicamente producciones de calidad que promueven los valores humanos y cristianos. (278) Sin embargo, un programa tan amplio supera con creces las posibilidades de cada Iglesia particular del Continente americano. Por ello, los mismos Padres sinodales propusieron la coordinación de las actividades en materia de medios de comunicación social a nivel interamericano, para fomentar el conocimiento recíproco y la cooperación en las realizaciones que ya existen en este campo. (279)

(277) Cf. Propositio 25.
(278) Cf. ibíd.
(279) Cf. ibíd.


El desafío de las sectas

73 La acción proselitista, que las sectas y nuevos grupos religiosos desarrollan en no pocas partes de América, es un grave obstáculo para el esfuerzo evangelizador. La palabra "proselitismo" tiene un sentido negativo cuando refleja un modo de ganar adeptos no respetuoso de la libertad de aquellos a quienes se dirige una determinada propaganda religiosa. (280) La Iglesia católica en América censura el proselitismo de las sectas y, por esta misma razón, en su acción evangelizadora excluye el recurso a semejantes métodos. Al proponer el Evangelio de Cristo en toda su integridad, la actividad evangelizadora ha de respetar el santuario de la conciencia de cada individuo, en el que se desarrolla el diálogo decisivo, absolutamente personal, entre la gracia y la libertad del hombre.

Ello ha de tenerse en cuenta especialmente respecto a los hermanos cristianos de Iglesias y Comunidades eclesiales separadas de la Iglesia católica, establecidas desde hace mucho tiempo en determinadas regiones. Los lazos de verdadera comunión, aunque imperfecta, que, según la doctrina del Concilio Vaticano II, (281) tienen esas comunidades con la Iglesia católica, deben iluminar las actitudes de ésta y de todos sus miembros respecto a aquéllas. (282) Sin embargo, estas actitudes no han de poner en duda la firme convicción de que sólo en la Iglesia católica se encuentra la plenitud de los medios de salvación establecidos por Jesucristo. (283)

Los avances proselitistas de las sectas y de los nuevos grupos religiosos en América no pueden contemplarse con indiferencia. Exigen de la Iglesia en este Continente un profundo estudio, que se ha de realizar en cada nación y también a nivel internacional, para descubrir los motivos por los que no pocos católicos abandonan la Iglesia. A la luz de sus conclusiones será oportuno hacer una revisión de los métodos pastorales empleados, de modo que cada Iglesia particular ofrezca a los fieles una atención religiosa más personalizada, consolide las estructuras de comunión y misión, y use las posibilidades evangelizadoras que ofrece una religiosidad popular purificada, a fin de hacer más viva la fe de todos los católicos en Jesucristo, por la oración y la meditación de la palabra de Dios. (284)

A nadie se le oculta la urgencia de una acción evangelizadora apropiada en relación con aquellos sectores del Pueblo de Dios que están más expuestos al proselitismo de las sectas, como son los emigrantes, los barrios periféricos de las ciudades o las aldeas campesinas carentes de una presencia sistemática del sacerdote y, por tanto, caracterizadas por una ignorancia religiosa difusa, así como las familias de la gente sencilla afectadas por dificultades materiales de diverso tipo. También desde este punto de vista se demuestran sumamente útiles las comunidades de base, los movimientos, los grupos de familias y otras formas asociativas, en las cuales resulta más fácil cultivar las relaciones interpersonales de mutuo apoyo, tanto espiritual como económico. Por otra parte, como señalaron algunos Padres sinodales, hay que preguntarse si una pastoral orientada de modo casi exclusivo a las necesidades materiales de los destinatarios no haya terminado por defraudar el hambre de Dios que tienen esos pueblos, dejándolos así en una situación vulnerable ante cualquier oferta supuestamente espiritual. Por eso, "es indispensable que todos tengan contacto con Cristo mediante el anuncio kerigmático gozoso y transformante, especialmente mediante la predicación en la liturgia". (285) Una Iglesia que viva intensamente la dimensión espiritual y contemplativa, y que se entregue generosamente al servicio de la caridad, será de manera cada vez más elocuente testigo creíble de Dios para los hombres y mujeres en su búsqueda de un sentido para la propia vida. (286) Para ello es necesario que los fieles pasen de una fe rutinaria, quizás mantenida sólo por el ambiente, a una fe consciente vivida personalmente. La renovación en la fe será siempre el mejor camino para conducir a todos a la Verdad que es Cristo.

Para que la respuesta al desafío de las sectas sea eficaz, se requiere una adecuada coordinación de las iniciativas a nivel supradiocesano, con el objeto de realizar una cooperación mediante proyectos comunes que puedan dar mayores frutos. (287)

(280) Cf. Instrumentum laboris, 45.
(281) Cf.
UR 3.
(282) Cf. Propositio 64.
(283) Cf. Vaticano II, UR 3.
(284) Cf. Propositio 65.
(285) Ibíd.
(286) Cf. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Santo Domingo, octubre de 1992, Nueva evangelización, promoción humana y cultura cristiana, 58.
(287) Cf. Propositio 65.


La misión "ad gentes"

74 Jesucristo confió a su Iglesia la misión de evangelizar a todas las naciones: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt 28,19-20). La conciencia de la universalidad de la misión evangelizadora que la Iglesia ha recibido debe permanecer viva, como lo ha demostrado siempre la historia del pueblo de Dios que peregrina en América. La evangelización se hace más urgente respecto a aquéllos que viviendo en este Continente aún no conocen el nombre de Jesús, el único nombre dado a los hombres para su salvación (cf. Ac 4,12). Lamentablemente, este nombre es desconocido todavía en gran parte de la humanidad y en muchos ambientes de la sociedad americana. Baste pensar en las etnias indígenas aún no cristianizadas o en la presencia de religiones no cristianas, como el Islam, el Budismo o el Hinduismo, sobre todo en los inmigrantes provenientes de Asia.

Ello obliga a la Iglesia universal, y en particular a la Iglesia en América, a permanecer abierta a la misión ad gentes. (288) El programa de una nueva evangelización en el Continente, objetivo de muchos proyectos pastorales, no puede limitarse a revitalizar la fe de los creyentes rutinarios, sino que ha de buscar también anunciar a Cristo en los ambientes donde es desconocido.

Además, las Iglesias particulares de América están llamadas a extender su impulso evangelizador más allá de sus fronteras continentales. No pueden guardar para sí las inmensas riquezas de su patrimonio cristiano. Han de llevarlo al mundo entero y comunicarlo a aquéllos que todavía lo desconocen. Se trata de muchos millones de hombres y mujeres que, sin la fe, padecen la más grave de las pobrezas. Ante esta pobreza sería erróneo no favorecer una actividad evangelizadora fuera del Continente con el pretexto de que todavía queda mucho por hacer en América o en la espera de llegar antes a una situación, en el fondo utópica, de plena realización de la Iglesia en América.

Con el deseo de que el Continente americano participe, de acuerdo con su vitalidad cristiana, en la gran tarea de la misión ad gentes, hago mías las propuestas concretas que los Padres sinodales presentaron en orden a "fomentar una mayor cooperación entre las Iglesias hermanas; enviar misioneros (sacerdotes, consagrados y fieles laicos) dentro y fuera del Continente; fortalecer o crear Institutos misionales; favorecer la dimensión misionera de la vida consagrada y contemplativa; dar un mayor impulso a la animación, formación y organización misional". (289) Estoy seguro de que el celo pastoral de los Obispos y de los demás hijos de la Iglesia en toda América sabrá encontrar iniciativas concretas, incluso a nivel internacional, que lleven a la práctica, con gran dinamismo y creatividad, estos propósitos misionales.

(288) Cf. Propositio 66.
(289) Ibíd.




CONCLUSIÓN


Con esperanza y gratitud

75 "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Confiando en esta promesa del Señor, la Iglesia que peregrina en el Continente americano se dispone con entusiasmo a afrontar los desafíos del mundo actual y los que el futuro pueda deparar. En el Evangelio la buena noticia de la resurrección del Señor va acompañada de la invitación a no temer (cf. Mt 28,5.10). La Iglesia en América quiere caminar en la esperanza, como expresaron los Padres sinodales: "Con una confianza serena en el Señor de la historia, la Iglesia se dispone a traspasar el umbral del Tercer milenio sin prejuicios ni pusilanimidad, sin egoísmo, sin temor ni dudas, persuadida del servicio primordial que debe prestar en testimonio de fidelidad a Dios y a los hombres y mujeres del Continente". (290)

Además, la Iglesia en América se siente particularmente impulsada a caminar en la fe respondiendo con gratitud al amor de Jesús, "manifestación encarnada del amor misericordioso de Dios (cf. Jn 3,16)". (291) La celebración del inicio del Tercer milenio cristiano puede ser una ocasión oportuna para que el pueblo de Dios en América renueve "su gratitud por el gran don de la fe", (292) que comenzó a recibir hace cinco siglos. El año 1492, más allá de los aspectos históricos y políticos, fue el gran año de gracia por la fe recibida en América, una fe que anuncia el supremo beneficio de la Encarnación del Hijo de Dios, que tuvo lugar hace 2000 años, como recordaremos solemnemente en el Gran Jubileo tan cercano.

Este doble sentimiento de esperanza y gratitud ha de acompañar toda la acción pastoral de la Iglesia en el Continente, impregnando de espíritu jubilar las diversas iniciativas de las diócesis, parroquias, comunidades de vida consagrada, movimientos eclesiales, así como las actividades que puedan organizarse a nivel regional y continental. (293)

(290) Propositio 58.
(291) Ibíd.
(292) Ibíd.
(293) Cf. ibíd.


Oración a Jesucristo por las familias de América

76 Por tanto, invito a todos los católicos de América a tomar parte activa en las iniciativas evangelizadoras que el Espíritu Santo vaya suscitando a lo largo y ancho de este inmenso Continente, tan lleno de posibilidades y de esperanzas para el futuro. De modo especial invito a las familias católicas a ser "iglesias domésticas", (294) donde se vive y se transmite a las nuevas generaciones la fe cristiana como un tesoro, y donde se ora en común. Si las familias católicas realizan en sí mismas el ideal al que están llamadas por voluntad de Dios, se convertirán en verdaderos focos de evangelización.

Al concluir esta Exhortación Apostólica, con la que he recogido las propuestas de los Padres sinodales, acojo gustoso su sugerencia de redactar una oración por las familias en América. (295) Invito a cada uno, a las comunidades y grupos eclesiales, donde dos o más se reúnen en nombre del Señor, para que a través de la oración se refuerce el lazo espiritual de unión entre todos los católicos americanos. Que todos se unan a la súplica del Sucesor de Pedro, invocando a Jesucristo, "camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América":

Señor Jesucristo, te agradecemos que el Evangelio del Amor del Padre, con el que Tú viniste a salvar al mundo, haya sido proclamado ampliamente en América como don del Espíritu Santo que hace florecer nuestra alegría. Te damos gracias por la ofrenda de tu vida, que nos entregaste amándonos hasta el extremo, y nos hace hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Aumenta, Señor, nuestra fe y amor a ti, que estás presente en tantos sagrarios del Continente.
Concédenos ser fieles testigos de tu Resurrección ante las nuevas generaciones de América, para que conociéndote te sigan y encuentren en ti su paz y su alegría. Sólo así podrán sentirse hermanos de todos los hijos de Dios dispersos por el mundo.
Tú, que al hacerte hombre quisiste ser miembro de una familia humana, enseña a las familias las virtudes que resplandecieron en la casa de Nazaret. Haz que permanezcan unidas, como Tú y el Padre sois Uno, y sean vivo testimonio de amor, de justicia y solidaridad; que sean escuela de respeto, de perdón y mutua ayuda, para que el mundo crea; que sean fuente de vocaciones al sacerdocio, a la vida consagrada y a las demás formas de intenso compromiso cristiano.
Protege a tu Iglesia y al Sucesor de Pedro, a quien Tú, Buen Pastor, has confiado la misión de apacentar todo tu rebaño. Haz que tu Iglesia florezca en América y multiplique sus frutos de santidad.
Enséñanos a amar a tu Madre, María, como la amaste Tú. Danos fuerza para anunciar con valentía tu Palabra en la tarea de la nueva evangelización, para corroborar la esperanza en el mundo.
¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América, ruega por nosotros!

(294) Vaticano II,
LG 11.
(295) Cf. Propositio 12.



Dado en Ciudad de México, el 22 de enero del año 1999, vigésimo primero de mi Pontificado.


JUAN PABLO II




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