Ecclesia in Africa 67


67 En cuanto a la religión tradicional africana, un diálogo sereno y prudente podrá, por una parte, proteger de influjos negativos que condicionan la misma forma de vida de muchos católicos y, por otra, asegurar la asimilación de los valores positivos como la creencia en el Ser Supremo, Eterno, Creador, Providente y justo Juez que se armonizan bien con el contenido de la fe. Éstos pueden ser vistos como una preparación al Evangelio, porque contienen preciosas semina Verbi capaces de llevar, como ya ha ocurrido en el pasado, a muchas personas a "abrirse a la plenitud de la Revelación en Jesucristo por medio de la proclamación del Evangelio" (115).

Por tanto, es necesario tratar con mucho respeto y estima a quienes se adhieren a la religión tradicional, evitando todo lenguaje inadecuado e irrespetuoso. A este fin, en los centros de formación sacerdotal y religiosa se deben impartir oportunos conocimientos sobre la religión tradicional (116).

(115) Propositio 42.
(116) Cf. Ib.


Desarrollo humano integral

68 El desarrollo humano integral —desarrollo de todo hombre y de todo el hombre, especialmente de quien es más pobre y marginado en la comunidad— constituye el centro mismo de la evangelización. "Entre evangelización y promoción humana —desarrollo, liberación— existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la Redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre?" (117).

De ese modo, el Señor Jesús, cuando inauguró su ministerio público en la sinagoga de Nazaret, eligió para ilustrar su misión el texto mesiánico del Libro de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto que me ha ungido el Señor. A anunciar la Buena Nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar un año de gracia del Señor" (
Lc 4,18-19; cf. (Is 61,1-2).

El Señor se considera, pues, como enviado para aliviar la miseria de los hombres y combatir toda forma de marginación. Ha venido a liberar al hombre; ha venido a tomar nuestras flaquezas y a cargar con nuestras enfermedades: "De hecho todo el ministerio de Jesús está orientado a atender a cuantos, entorno a Él, estaban marcados por el sufrimiento: personas que sufrían, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos, mudos (cf. Mt 8,17)" (118). "No es posible aceptar que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan debatidas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo" (119): la liberación que la evangelización anuncia "no puede reducirse a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios" (120).

Afirma justamente el Concilio Vaticano II: "La Iglesia, al buscar su propio fin salvífico, no sólo comunica al hombre la vida divina, sino que también derrama su luz reflejada en cierto modo sobre todo el mundo, especialmente en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona humana, e impregna de un sentido y una significación más profunda la actividad cotidiana de los hombres. La Iglesia cree que de esta manera, por medio de cada uno de sus miembros y de toda su comunidad, puede contribuir mucho a humanizar más la familia de los hombres y la historia" (121). La Iglesia anuncia y comienza a realizar el Reino de Dios siguiendo las huellas de Jesús, porque "la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios" (122). Así "el Reino es fuente de plena liberación y de salvación total para los hombres: con éstos, pues, la Iglesia camina y vive, realmente y enteramente solidaria con su historia" (123).

(117) Pablo VI, EN 31: AAS 68 (1976), 26.
(118) Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Lineamenta, 79.
(119) Pablo VI, EN 31: AAS 68 (1976), 26.
(120) EN 33: l.c., 27.
(121) GS 40.
(122) RMi 15: AAS 83 (1991), 263.
(123) CL 36: AAS 81 (1989), 459.


69 La historia de los hombres asume su auténtico sentido en la Encarnación del Verbo de Dios, que es el fundamento de la dignidad humana restaurada. El hombre ha sido redimido por medio de Cristo, "Imagen de Dios invisible, generado antes de toda criatura" (Col 1,15); más aún, "el Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (124). Cómo no exclamar con san León Magno: "¡Cristiano, toma conciencia de tu dignidad!" (125).

Anunciar a Cristo es, pues, revelar al hombre su dignidad inalienable, que Dios ha rescatado mediante la Encarnación de su Hijo único. El Concilio Vaticano II prosigue así: "Al haberse confiado a la Iglesia la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, ella misma descubre al hombre el sentido de su propia existencia, es decir, la verdad íntima sobre el hombre" (126).

Dotado de esta incomparable dignidad, el hombre no puede vivir en condiciones de vida social, económica, cultural y política infrahumanas. Éste es el fundamento teológico de la lucha por la defensa de la dignidad personal, por la justicia y la paz social, por la promoción humana, la liberación y el desarrollo integral del hombre y de todos los hombres. Por ello, considerando esta dignidad, el desarrollo de los pueblos —dentro de cada nación y en las relaciones internacionales— debe realizarse de manera solidaria, como afirmaba del modo más apropiado mi predecesor Pablo VI (127). Precisamente en esta perspectiva podía decir: "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz" (128). Se puede, pues, afirmar con razón que "el desarrollo integral supone el respeto de la dignidad humana, la cual sólo puede realizarse en la justicia y la paz" (129).

(124) Vaticano II, GS 22.
(125) Sermo XXI, 3: SCh 22 a, 72.
(126) GS 41.
(127) Cf. PP 48: AAS 59 (1967), 281.
(128) PP 87, l.c., 299.
(129) Propositio 45.


Ser la voz de quienes no tienen voz

70 Animados por la fe y la esperanza en la fuerza salvífica de Jesús, los Padres del Sínodo concluyeron sus trabajos renovando el compromiso de aceptar el desafío de ser instrumentos de salvación en los distintos ámbitos de la vida de los pueblos africanos. "La Iglesia —declararon— debe continuar ejerciendo su papel profético y ser la voz de quienes no tienen voz" (130), para que en todas partes se reconozca la dignidad humana a cada persona y el hombre sea siempre el centro de todos los programas de gobierno. "El Sínodo (...) interpela la conciencia de los jefes de Estado y de los responsables del bien público, para que garanticen cada vez más la liberación y el desarrollo armónico de sus poblaciones" (131). Sólo con estas condiciones se construye la paz entre las naciones.

La evangelización debe promover iniciativas que contribuyan a desarrollar y ennoblecer al hombre en su existencia espiritual y material. Se trata del desarrollo de todo hombre y de todo el hombre, considerado no sólo de modo aislado, sino también y especialmente en el marco de un desarrollo solidario y armonioso de todos los miembros de una nación y de todos los pueblos de la tierra (132).

En suma, la evangelización debe denunciar y combatir todo lo que envilece y destruye al hombre. "Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, corresponde también la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclarar que el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivación más alta" (133).

(130) Propositio 45.
(131) Ib. 45.
(132) Cf. Pablo VI,
PP 48: AAS 59 (1967), 281.
(133) SRS 41: AAS 80 (1988), 572.


Medios de comunicación social

71 "Desde siempre Dios se caracteriza por su voluntad de comunicación. Lo realiza de modos diversos. Da el ser a todas las criaturas animadas o inanimadas. Establece particularmente con el hombre relaciones privilegiadas. "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo" (He 1,1-2)" (134). El Verbo de Dios es, por su naturaleza, palabra, diálogo y comunicación. Ha venido a restaurar, de una parte, la comunicación y las relaciones entre Dios y los hombres, y, de otra, las de los hombres entre sí.

Los medios de comunicación social han llamado la atención del Sínodo bajo dos aspectos importantes y complementarios: como un universo cultural nuevo y naciente, y como un conjunto de instrumentos al servicio de la comunicación. Constituyen desde el inicio una cultura nueva que tiene su lenguaje propio y sobre todo sus valores y contravalores específicos. En este sentido tienen necesidad, como todas las culturas, de ser evangelizados (135).

En efecto, en nuestros días los medios de comunicación social constituyen no sólo un mundo, sino una cultura y una civilización. Y la Iglesia es enviada también a llevar la Buena Nueva de la salvación a este mundo. Los heraldos del Evangelio deben, pues, penetrar en ellos para impregnarse de esta nueva civilización y cultura, con el fin de servirse oportunamente de la misma. "El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está unificando a la humanidad y transformándola —como suele decirse— en una "aldea global". Los medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales" (136).

La formación para el uso de los medios de comunicación social es una necesidad, no sólo para quien anuncia el Evangelio, que debe entre otras cosas poseer el estilo de la comunicación, sino también para el lector, el receptor y el telespectador que, formados para comprender este tipo de comunicación, deben saber asumir sus aportaciones con discernimiento y espíritu crítico.

En África, donde la tradición oral es una de las características de la cultura, esta formación tiene una importancia capital. Este tipo de comunicación debe recordar a los Pastores, especialmente a los Obispos y sacerdotes, que la Iglesia es enviada a hablar, a predicar el Evangelio mediante la palabra y los gestos. Ella no puede, pues, callar, bajo el riesgo de incumplir su misión; a menos que, en ciertas circunstancias, el silencio mismo sea un modo de hablar y de testimoniar. Debemos, pues, anunciar siempre a tiempo y a destiempo (cf. 2Tm 4,2), pero teniendo como objetivo edificar en la caridad y en la verdad.

(134) Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Instrumentum laboris, 127
(135) Cf. "Mensaje del Sínodo" (6 de mayo de 1994), 45-46: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 6.
(136) RMi 37, c: AAS 83 (1991), 285.




CAPÍTULO IV - EN LA PERSPECTIVA DEL TERCER MILENIO CRISTIANO


I. Los desafíos actuales

72 La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos ha sido convocada para que la Iglesia de Dios, extendida por el continente, reflexione sobre su misión evangelizadora con vistas al tercer milenio, y prepare "una orgánica solidaridad pastoral en todo el territorio africano e islas adyacentes" (137). Esta misión implica, como se ha subrayado anteriormente, urgencias y desafíos, debidos a profundos y rápidos cambios de las sociedades africanas y a los efectos derivados de la expansión de una civilización planetaria.

(137) Ángelus (6 de enero de 1989), 2: Insegnamenti XII, 1 (1989), 40.


Necesidad del Bautismo

73 La primera urgencia es naturalmente la evangelización misma. Por un lado, la Iglesia debe asimilar y vivir cada vez mejor el mensaje que el Señor le ha confiado. Por otro, debe testimoniar y anunciar este mensaje a cuantos todavía no conocen a Jesucristo. En efecto, es para ellos que el Señor dijo a los Apóstoles: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes" (Mt 28,19).

Como en Pentecostés, la predicación del kerigma tiene como finalidad natural llevar a quien escucha a la metanoia y a recibir el Bautismo: "El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio mediante la fe" (138). La conversión a Cristo, además, "está relacionada con el bautismo, no sólo por la praxis de la Iglesia, sino por voluntad del mismo Cristo, que envió a hacer discípulos a todas las gentes y a bautizarlas (cf. Mt 28,19); está relacionada también por la exigencia intrínseca de recibir la plenitud de la nueva vida en él: "En verdad, en verdad te digo: —enseña Jesús a Nicodemo— el que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5). En efecto, el bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y nos unge en el Espíritu Santo: no es un mero sello de la conversión, como un signo exterior que la demuestra y la certifica, sino que es un sacramento que significa y lleva a cabo este nuevo nacimiento por el Espíritu; instaura vínculos reales e inseparables con la Trinidad; hace miembros del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia" (139). Por lo tanto, un itinerario de conversión que no llegase al bautismo se quedaría a mitad de camino.

En verdad, los hombres de buena voluntad que, sin ninguna culpa por su parte, no reciben el anuncio evangélico, pero viven en armonía con su conciencia según la ley de Dios, serán salvados por Cristo y en Cristo. De hecho, para todo ser humano existe siempre en acto la llamada de Dios, que espera ser reconocida y acogida (cf. 1Tm 2,4). Precisamente para facilitar este reconocimiento y esta acogida, a los discípulos de Cristo se les pide que no descansen hasta que el gozoso mensaje de la salvación no sea llevado a todos.

(138) RMi 46: AAS 83 (1991), 292.
(139) RMi 47, l.c., 293-294.


Urgencia de la evangelización

74 El Nombre de Jesucristo es el único por el cual nosotros podemos salvarnos (cf. Ac 4,12). Ya que en África existen millones de personas aún no evangelizadas, la Iglesia se encuentra ante la tarea, necesaria y urgente, de proclamar la Buena Nueva a todos, y conducir a aquellos que escuchan al bautismo y a la vida cristiana. "La urgencia de la actividad misionera brota de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos. Esta nueva vida es un don de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación integral, en conformidad con Cristo" (140). Esta nueva vida en la originalidad radical del Evangelio implica también rupturas con las costumbres y la cultura de cualquier pueblo de la tierra, porque el Evangelio nunca es un producto interno de un determinado país, sino que siempre "viene de fuera", viene de lo Alto. Para los bautizados el gran desafío es siempre la coherencia de una existencia cristiana conforme con los compromisos del Bautismo, que significa muerte al pecado y resurrección cotidiana a una vida nueva (cf. Rm 6,4-5). Sin esta coherencia, los discípulos de Cristo difícilmente podrán ser "sal de la tierra" y "luz del mundo" (Mt 5,13.14). Si la Iglesia en África se compromete con valentía y sin titubeos en este camino, la Cruz podrá ser plantada en todas las partes del continente para la salvación de los pueblos que no tienen miedo de abrir las puertas al Redentor.

(140) RMi 7, l.c., 255-256.


Importancia de la formación

75 En todos los sectores de la vida eclesial la formación es de capital importancia. En efecto, nadie puede conocer realmente las verdades de fe que nunca ha tenido ocasión de aprender, ni puede realizar obras para las que jamás ha sido educado. Por eso "es preciso preparar, motivar y fortalecer a toda la comunidad para la evangelización, a cada uno según su función específica dentro de la Iglesia" (141). Esto vale también para los Obispos, los presbíteros, los miembros de Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, los de los Institutos seculares y para todos los fieles laicos.

La formación misionera debe ocupar un lugar privilegiado. Es "obra de la Iglesia local con la ayuda de los misioneros y de sus Institutos, así como de los miembros de las Iglesias jóvenes. Esta labor ha de ser entendida no como algo marginal, sino central en la vida cristiana" (142).

El programa de formación incluirá, de modo particular, la preparación de los laicos para desarrollar plenamente su papel de animación cristiana del orden temporal (político, cultural, económico, social), que es compromiso característico de la vocación secular del laicado. A este propósito, se debe animar a laicos competentes y motivados a comprometerse en la acción política (143), en la cual, mediante un ejercicio digno de los cargos públicos, puedan "procurar el bien común y preparar al mismo tiempo el camino al Evangelio" (144).

(141) Sínodo de los obispos, Asamblea especial para África, Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 8: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994, 9.
(142)
RMi 83: AAS 83 (1991), 329.
(143) Cf. Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 33: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 3.
(144) Vaticano II, AA 14.


Profundización de la fe

76 La Iglesia en África, para ser evangelizadora, debe comenzar "por evangelizarse a sí misma... Tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar las grandezas de Dios" (145).

Hoy en África "la formación de la fe... ha quedado muy frecuentemente en el estadio elemental, y las sectas obtienen fácilmente ventajas de esta ignorancia" (146). Por esto es urgente una seria profundización de la fe, porque la rápida evolución de la sociedad ha hecho surgir nuevos desafíos, vinculados en particular a los fenómenos de desarraigo familiar, urbanización, desocupación, así como a las múltiples seducciones materialistas, a una cierta secularización y a una especie de trauma intelectual que provoca la avalancha de ideas insuficientemente cribadas, difundidas por los medios de comunicación social (147).

(145) Pablo VI,
EN 15: AAS 68 (1976), 14.
(146) Discurso a la Conferencia episcopal de Camerún, (Yaundé, 13 de agosto de 1985), 4: Insegnamenti VIII, 2 (1985), 378.
(147) Cf. Discurso a la Conferencia episcopal de Camerún, (Yaundé, 13 de agosto de 1985), 5: Insegnamenti VIII, 2 (1985), 378.


La fuerza del testimonio

77 La formación debe tratar de dar a los cristianos no solamente una preparación técnica para transmitir mejor los contenidos de la fe, sino también una convicción personal profunda para testimoniarlos eficazmente en la vida. Por tanto, todos los que son llamados a proclamar el Evangelio procurarán actuar con total docilidad al Espíritu, el cual "hoy igual que en los comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él" (148). "Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor" (149).

Un verdadero testimonio por parte de los creyentes es hoy esencial en África para proclamar de manera auténtica la fe. En particular, es necesario que den testimonio de un sincero amor recíproco. ""Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (
Jn 17,3). Fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17,21-23). Es éste un significativo texto misionero que nos hace entender que se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace" (150).

(148) Pablo VI, EN 75: AAS 68 (1976), 65.
(149) Pablo VI, EN 65: AAS 68 (1976), 65-66.
(150) RMi 23: AAS 83 (1991), 269-270.


Inculturar la fe

78 Con la profunda convicción de que "la síntesis entre cultura y fe no es solamente una exigencia de la cultura, sino también de la fe", porque "una fe que no se hace cultura es una fe no acogida plenamente, no enteramente pensada, no fielmente vivida" (151), la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos ha considerado la inculturación una prioridad y una urgencia en la vida de las Iglesias particulares en África: sólo así el Evangelio podrá tener sólidas raíces en las comunidades cristianas del continente. Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II (152), los Padres sinodales han interpretado la inculturación como un proceso que comprende toda la vida cristiana —teología, liturgia, costumbres, estructuras—, sin cercenar obviamente el derecho divino y la gran disciplina de la Iglesia, enriquecida durante los siglos por extraordinarios frutos de virtud y de heroísmo (153).

El desafío de la inculturación en África es hacer que los discípulos de Cristo puedan asimilar cada vez mejor el mensaje evangélico, permaneciendo fieles a todos los valores africanos auténticos. Inculturar la fe en todos los sectores de la vida cristiana y humana se presenta, pues, como una tarea ardua, que para su realización exige la asistencia del Espíritu del Señor, que conduce a la Iglesia a la verdad plena (cf.
Jn 16,13).

(151) Discurso a los participantes en el Congreso nacional del Movimiento eclesial de Compromiso cultural (16 de enero de 1982), 2: Insegnamenti V, 1 (1982), 131.
(152) Cf. .
(153) Cf. Propositio 32; Vaticano II, SC 37-40.


Una comunidad reconciliada

79 El desafío del diálogo es, en el fondo, el desafío de la transformación de las relaciones entre los hombres, entre las naciones y entre los pueblos en la vida religiosa, política, económica, social y cultural. Es el desafío del amor de Cristo por todos los hombres, amor que el discípulo debe reflejar en su vida: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35). "La evangelización continúa el diálogo de Dios con la humanidad, un diálogo que alcanza su vértice en la persona de Jesucristo" (154). Por medio de la Cruz, Él ha destruido en sí mismo la enemistad (cf. Ep 2,16) que divide y aleja a los hombres unos de otros.

Ahora, no obstante la civilización contemporánea de la "aldea global", en África como en otras partes del mundo el espíritu de diálogo, paz y reconciliación está lejos de habitar en el corazón de todos los hombres. Las guerras, conflictos, actitudes racistas y xenófobas aún dominan demasiado el mundo de las relaciones humanas.

La Iglesia en África siente la exigencia de ser para todos, gracias al testimonio ofrecido por sus hijos e hijas, lugar de auténtica reconciliación. Así, perdonados y reconciliados mutuamente, podrán llevar al mundo el perdón y la reconciliación que Cristo, nuestra Paz (cf. Ep 2,14), ofrece a la humanidad mediante su Iglesia. En caso contrario, el mundo parecería cada vez más un campo de batalla, donde sólo cuentan los intereses egoístas y donde reina la ley de la fuerza, que aleja inevitablemente a la humanidad de la deseada civilización del amor.

(154) Propositio 38.


II. La familia

Evangelización de la familia

80 "El futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia" (155). En efecto, la familia no solamente es la primera célula de la comunidad eclesial viva sino que lo es también de la sociedad. En África, particularmente, la familia representa el pilar sobre el cual está construido el edificio de la sociedad. Por esto el Sínodo considera la evangelización de la familia africana como una de las mayores prioridades, si se quiere que asuma, a su vez, el papel de sujeto activo en la perspectiva de la evangelización de las familias por medio de las familias.

Desde el punto de vista pastoral, esto es un verdadero desafío, dadas las dificultades de orden político, económico, social y cultural que los núcleos familiares en África deben afrontar en el contexto de los grandes cambios de la sociedad contemporánea. Aun adoptando los valores positivos de la modernidad, la familia africana debe, por tanto, salvaguardar sus propios valores esenciales.

(155)
FC 75: AAS 74 (1982), 173.


La Sagrada Familia como modelo

81 A este propósito, la Sagrada Familia que, según el Evangelio (cf. Mt 2,14-15), vivió cierto tiempo en África, es "prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas" (156), modelo y fuente espiritual para cada familia cristiana (157).

Recordando las palabras del Papa Pablo VI, peregrino a Tierra Santa, "Nazaret es la escuela donde se es iniciado para comprender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio (...). Aquí, en esta escuela, se comprende la necesidad de tener una disciplina espiritual (...) si queremos convertirnos en discípulos de Cristo" (158). En su profunda meditación sobre el misterio de Nazaret, Pablo VI invita a aprender una triple lección: silencio, vida familiar y trabajo. En la casa de Nazaret cada uno vive la propia misión en perfecta armonía con los otros miembros de la Sagrada Familia.

(156) FC 86, l.c., 189-190.
(157) Cf. Propositio 14.
(158) Homilía en la basílica de la Anunciación en Nazaret (5 de enero de 1964): AAS 56 (1964), 167.


Dignidad y papel del hombre y de la mujer

82 La dignidad del hombre y de la mujer deriva del hecho de que, al crear Dios el ser humano, "a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó" (Gn 1,27). Tanto el hombre como la mujer han sido creados "a imagen de Dios", es decir, dotados de inteligencia y voluntad y, consecuentemente, de libertad. Lo demuestra el relato del pecado de los primeros padres (cf. Gn 3). El salmista canta así la dignidad incomparable del hombre: "Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies" (Ps 8,6-7).

Creados el uno y el otro a imagen de Dios, el hombre y la mujer, aunque diferentes, son esencialmente iguales desde el punto de vista de su humanidad. "Ambos desde el comienzo son personas, a diferencia de los demás seres vivientes del mundo que los circunda. La mujer es otro "yo" en la humanidad común" (159) y cada uno es una ayuda para el otro (cf. Gn 2,18-25).

"Creando al hombre "varón y mujer", Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la mujer, enriqueciéndolos con los derechos inalienables y con las responsabilidades que son propias de la persona humana" (160). El Sínodo ha deplorado las costumbres africanas y las prácticas "que privan a las mujeres de sus derechos y del respeto que les es debido" (161), y ha pedido que la Iglesia en el continente se esfuerce en promover la salvaguardia de tales derechos.

(159) MD 6: AAS 80 (1988), 1.662-1.664; Carta a las mujeres (29 de junio de 1995), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 14 de julio de 1995, 2. 12.
(160) FC 22: AAS 74 (1982), 107.
(161) Propositio 48.


Dignidad y papel del Matrimonio

83 Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es Amor (cf. 1Jn 4,8). "La comunión entre Dios y los hombres halla su cumplimiento definitivo en Cristo Jesús, el Esposo que ama y se da como Salvador de la humanidad, uniéndola a sí como su cuerpo. Él revela la verdad original del matrimonio, la verdad del "principio" y, liberando al hombre de la dureza del corazón, lo hace capaz de realizarla plenamente. Esta revelación alcanza su plenitud definitiva en el don de amor que el Verbo de Dios hace a la humanidad asumiendo la naturaleza humana, y en el sacrificio que Jesucristo hace de sí mismo en la cruz por su Esposa, la Iglesia. En este sacrificio se desvela enteramente el designio que Dios ha impreso en la humanidad del hombre y de la mujer desde su creación (cf. Ep 5,32-33); el matrimonio de los bautizados se convierte así en el símbolo real de la nueva y eterna Alianza, sancionada con la sangre de Cristo" (162).

El amor recíproco entre los esposos bautizados manifiesta el Amor de Cristo y de la Iglesia. Signo del Amor de Cristo, el Matrimonio es un sacramento de la Nueva Alianza: "Los esposos son por tanto el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. De este acontecimiento de salvación el Matrimonio, como todo sacramento, es memorial, actualización y profecía" (163).

Por tanto, el Matrimonio es un estado de vida, un camino de santidad cristiana, una vocación que debe conducir a la resurrección gloriosa y al Reino, donde "ni ellos tomarán mujer ni ellas marido" (Mt 22,30). Por esto, el Matrimonio exige un amor indisoluble; gracias a esta estabilidad, puede contribuir eficazmente a realizar totalmente la vocación bautismal de los esposos.

(162) FC 13: AAS 74 (1982), 93-94.
(163) Ib. FC 13


Salvar la familia africana

84 Han sido muchas las intervenciones en el aula del Sínodo que han puesto de relieve las amenazas que actualmente acechan a la familia africana. Las preocupaciones de los Padres sinodales eran muy justificadas, puesto que el documento preparatorio de la Conferencia de las Naciones Unidas, que tuvo lugar en septiembre de 1994 en El Cairo, tierra africana, parecía claramente que quería adoptar resoluciones en contraste con no pocos valores familiares africanos. Haciendo propias las preocupaciones manifestadas anteriormente por mí a la mencionada Conferencia y a los Jefes de Estado de todo el mundo (164), los Padres sinodales dirigieron una apremiante llamada para que se salvaguarde la familia: "¡No dejéis —clamaron— que engañen a la familia africana precisamente en su tierra! ¡No dejéis que el Año Internacional de la Familia se convierta en el año de la destrucción de la familia!" (165).

(164) Cf. Mensaje a la señora Nafis Sadik, secretaria general de la Conferencia internacional de 1994 sobre población y desarrollo (18 de marzo de 1994): AAS 87 (1995), 190-196.
(165) Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 30: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 5.


La familia abierta a la sociedad

85 El matrimonio, por su naturaleza, transciende la pareja, ya que tiene la misión especial de perpetuar la humanidad. Del mismo modo, la familia, por naturaleza, supera los límites del hogar doméstico: está orientada hacia la sociedad. "La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma. Así, la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social" (166).

En esta línea, la Asamblea especial para África afirma que el fin de la evangelización es edificar la Iglesia como Familia de Dios, anticipación, aunque imperfecta, de su Reino en la tierra. Las familias cristianas de África llegarán a ser de este modo verdaderas "iglesias domésticas", contribuyendo al progreso de la sociedad hacia una vida más fraterna. Se producirá así la transformación de las sociedades africanas mediante el Evangelio.

(166)
FC 42: AAS 74 (1982), 134.




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