Ecclesia in Africa 114

La dimensión internacional

114 El Sínodo, como Asamblea de Obispos de la Iglesia universal presidida por el Sucesor de Pedro, ha sido una ocasión providencial para valorar de manera positiva el puesto y el papel de África en el contexto de la Iglesia universal y de la comunidad mundial. Al ser cada vez más interdependiente el mundo en que vivimos, los destinos y problemas de las diversas regiones están relacionados entre sí. La Iglesia, como familia de Dios en la tierra, debe ser signo vivo e instrumento eficaz de solidaridad universal, para la edificación de una comunidad de justicia y de paz, de dimensiones planetarias. Solamente surgirá un mundo mejor si se construye sobre sólidos fundamentos de sanos principios éticos y espirituales.

En la actual situación mundial, las naciones africanas se encuentran entre las más perjudicadas Es necesario que los Países ricos tomen clara conciencia de su deber de apoyar los esfuerzos de los Países que luchan por salir de la pobreza y la miseria. Por otra parte, interesa a las naciones ricas elegir la vía de la solidaridad, porque sólo así se puede asegurar a la humanidad una paz y una armonía duraderas. Además, la Iglesia que vive en los Países desarrollados no puede ignorar la responsabilidad derivada del compromiso cristiano por la justicia y la caridad: ya que todos, hombres y mujeres, llevan en sí mismos la imagen de Dios y están llamados a formar parte de la misma familia redimida por la sangre de Cristo, se debe garantizar a cada uno un justo acceso a los recursos de la tierra que Dios ha puesto a disposición de todos (220).

No es difícil entrever las numerosas implicaciones prácticas que una postura semejante comporta. En primer lugar, se debe trabajar para que sean mejores las relaciones sociopolíticas entre las naciones, asegurando condiciones de mayor justicia y dignidad para las que, habiendo alcanzado la independencia, han entrado más recientemente en el concierto internacional. Es necesario además escuchar, haciendo propio, el grito angustiado de las naciones pobres, que piden ayuda para ámbitos de particular importancia: la desnutrición, el deterioro generalizado de la calidad de vida, la insuficiencia de los medios para la formación de los jóvenes, la falta de los servicios sanitarios y sociales elementales, con la consiguiente persistencia de enfermedades endémicas, la difusión del terrible azote del SIDA, el peso gravoso y a veces insoportable de la deuda internacional, el horror de las guerras fratricidas alimentadas por un tráfico de armas sin escrúpulos, el espectáculo vergonzoso y digno de compasión de los prófugos y refugiados. Éstos son algunos campos que necesitan intervenciones inmediatas, que son oportunas aunque en el cuadro global de los problemas parezcan insuficientes.

(220) Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 de marzo de 1967): AAS 59 (1967), 257- 299; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987) : AAS 80 (1988), 513- 586; Carta enc. Centesimus annus (1 de mayo de 1991) : AAS 83 (1991), 793-867; Propositio 52.


I. Factores preocupantes

Devolver la esperanza a los jóvenes

115 La situación económica de pobreza tiene un impacto particularmente negativo en los jóvenes. Ellos entran en la vida de los adultos con escaso entusiasmo por causa de un presente marcado por no pocas frustraciones, y miran aún con menor esperanza hacia el futuro, que aparece a sus ojos como triste y oscuro. Por esto tienden a escapar de las zonas rurales descuidadas y se agrupan en las ciudades, que, en el fondo, no les ofrecen cosas mejores. Muchos de ellos marchan al extranjero como al exilio, y allí viven una existencia precaria de refugiados económicos. Siento el deber, junto con los Padres del Sínodo, de defender su causa: es necesario y urgente encontrar una solución a su deseo impaciente de participar en la vida de la Nación y de la Iglesia (221).

Al mismo tiempo, sin embargo, quiero dirigir también una llamada a los jóvenes: queridos jóvenes, el Sínodo os pide que os hagáis cargo del desarrollo de vuestras Naciones, que améis la cultura de vuestro pueblo y trabajéis por su revitalización con fidelidad a vuestra herencia cultural, con el perfeccionamiento del espíritu científico y técnico y, sobre todo, con el testimonio de fe cristiana (222).

(221) Cf. Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 63: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 7.
(222) Cf. Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 63: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 7.


El flagelo del SIDA

116 Ante la perspectiva de pobreza general y de servicios sanitarios inadecuados, el Sínodo ha considerado el trágico flagelo del SIDA, que siembra dolor y muerte en numerosas zonas de África. Ha constatado las consecuencias de comportamientos sexuales irresponsables en la difusión de esta enfermedad y ha formulado esta firme recomendación: "El afecto, la alegría, la felicidad y la paz proporcionados por el matrimonio cristiano y por la fidelidad, así como la seguridad dada por la castidad, deben ser continuamente presentados a los fieles, sobre todo a los jóvenes" (223).

La lucha contra el SIDA debe ser llevada a cabo por todos. Haciendo eco a la voz de los Padres sinodales, pido también a los agentes pastorales que ofrezcan a los hermanos y hermanas afectados por el SIDA todo el alivio moral y espiritual. A los hombres de ciencia y a los responsables políticos de todo el mundo suplico con viva insistencia que, movidos por el amor y el respeto que se deben a toda persona humana, no escatimen medios capaces de poner fin a este flagelo.

(223) Propositio 51.


¡"Con las espadas forjad arados" (cf. Is 2,4): nunca más guerras!

117 (cf. Is 2,4) La tragedia de las guerras que destrozan África ha sido descrita por los Padres sinodales con palabras incisivas: "África es, desde hace varios decenios, teatro de guerras fratricidas que diezman las poblaciones y destruyen sus riquezas naturales y culturales" (224). El dolorosísimo fenómeno, además de las causas externas a África, las tiene internas, como "el tribalismo, el nepotismo, el racismo, la intolerancia religiosa, la sed de poder, llevada al extremo en los regímenes totalitarios que se burlan impunemente de los derechos y de la dignidad del hombre. Las poblaciones escarnecidas y reducidas al silencio sufren, como víctimas inocentes y resignadas, todas estas situaciones de injusticia" (225).

Uno mi voz a la de los miembros de la Asamblea sinodal para deplorar las situaciones de indecible sufrimiento, provocadas por tantos conflictos presentes o potenciales, y para pedir a quienes tienen la posibilidad de poner fin a estas tragedias que se comprometan a fondo.

Además, exhorto, junto con los Padres sinodales, a un compromiso efectivo que promueva en el continente condiciones de mayor justicia social y de un ejercicio más equitativo del poder, para preparar así el terreno a la paz. "Si quieres la paz, trabaja por la justicia" (226). Es preferible —y también más fácil— prevenir las guerras que tratar de pararlas después que han estallado. Es hora de que los pueblos rompan sus espadas para hacer con ellas arados y sus lanzas para transformarlas en podaderas (cf. (Is 2,4).

(224) Propositio 45.
(225) Propositio 45.
(226) Pablo VI, Discurso en la "Ciudad de los muchachos" con ocasión de la V Jornada mundial de la paz (1 de enero de 1972): AAS 64 (1972), 44.


118 La Iglesia en África —particularmente por medio de algunos de sus responsables— ha estado en primera línea en la búsqueda de soluciones negociadas para los conflictos armados que han estallado en numerosas zonas del continente. Esta misión de pacificación debe continuar, alentada por la promesa del Señor en las Bienaventuranzas: "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).

Los que alimentan las guerras en África mediante el tráfico de armas son cómplices de odiosos crímenes contra la humanidad. A este respecto hago mías las recomendaciones del Sínodo que, después de haber declarado: "El comercio de armas que siembra la muerte es un escándalo", ha dirigido una llamada a todos los Países que venden armas a África para implorarles que "dejen este comercio" y ha pedido a los gobiernos africanos que "renuncien a los excesivos gastos militares para dedicar más recursos a la educación, la sanidad y el bienestar de sus pueblos" (227).

África debe continuar buscando medios pacíficos y eficaces a fin de que los regímenes militares pasen el poder a los civiles. Sin embargo, es también verdad que los militares están llamados a desarrollar su papel peculiar en el País. Por esto el Sínodo, mientras elogia a "los hermanos soldados por el servicio que desempeñan en nombre de nuestras naciones" (228), a continuación les advierte con fuerza que "deberán responder directamente a Dios de cualquier acto de violencia realizado contra vidas inocentes" (229).

(227) Propositio 49.
(228) Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 35: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 5.
(229) Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 35: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 5.


Refugiados y prófugos

119 Uno de los frutos más amargos de las guerras y de las dificultades económicas es el triste fenómeno de los refugiados y los prófugos, fenómeno que, como recuerda el Sínodo, ha alcanzado dimensiones trágicas. La solución ideal está en el restablecimiento de una paz justa, en la reconciliación y en el desarrollo económico. Por tanto, es urgente que las organizaciones nacionales, regionales e internacionales resuelvan de modo equitativo y duradero los problemas de los refugiados y de los prófugos (230). Entre tanto, puesto que el continente sigue sufriendo las migraciones masivas de refugiados, dirijo una apremiante llamada para que se les preste ayuda material y se les ofrezca apoyo pastoral allí donde se encuentran, en África o en otros continentes.

(230) Cf. Propositio 53


El peso de la deuda internacional

120 La cuestión de la deuda de las naciones pobres con las ricas es objeto de gran preocupación para la Iglesia, como resulta de numerosos documentos oficiales y de no pocas intervenciones de la Santa Sede en diversas ocasiones (231).

Recordando ahora las palabras de los Padres sinodales, siento ante todo el deber de exhortar a "los Jefes de Estado en África y a sus gobiernos a que no opriman al pueblo con deudas internas y externas" (232). Dirijo además una fuerte llamada "al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial, así como a todos los acreedores, para que mitiguen las deudas que sofocan a las naciones africanas" (233). Finalmente pido con insistencia "a las Conferencias Episcopales de los Países industrializados que se hagan abogados de esta causa ante sus gobiernos y otros organismos interesados" (234). La situación de numerosos Países africanos es tan dramática que no consiente actitudes de indiferencia y desinterés.

(231) Cf. Vaticano II,
GS 86; Pablo VI, PP 54: AAS 59 (1967), 283-284; Juan Pablo II, SRS 19: AAS 80 (1988), 534- 536; CA 35: AAS 83 (1991), 836-838; TMA 51: AAS 87 (1995), 36, en la que se propone "una notable reducción o incluso una total condonación de la deuda externa que grava sobre el destino de muchas naciones", como iniciativa oportuna con vistas al gran jubileo del año 2000; Pontificia Comisión "Justicia y Paz", Documento Al servicio de la comunidad humana: una consideración ética de la deuda externa (27 de diciembre de 1986), Ciudad del Vaticano 1986.
(232) Propositio 49
(233) Propositio 49.
(234) Propositio 49.


Dignidad de la mujer africana

121 Uno de los signos típicos de nuestra época es la creciente toma de conciencia de la dignidad de la mujer y de su papel específico en la Iglesia y en la sociedad en general. "Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó" (Gn 1,27).

Yo mismo he afirmado repetidamente la fundamental igualdad y la enriquecedora complementariedad existentes entre el hombre y la mujer (235). El Sínodo ha aplicado estos principios a la condición de las mujeres en África. Sus derechos y deberes de cara a la formación de la familia y la plena participación en el desarrollo de la Iglesia y de la sociedad han sido puestos de relieve de manera notable. Por lo que se refiere específicamente a la Iglesia, es oportuno que las mujeres, adecuadamente formadas, participen, al nivel apropiado, en las actividades apostólicas de la Iglesia.

La Iglesia deplora y condena, en la medida en que están presentes en diversas sociedades africanas, todas "las costumbres y prácticas que privan a las mujeres de sus derechos y del respeto que les es debido" (236). Es de desear que las Conferencias Episcopales creen comisiones especiales para profundizar el estudio de los problemas de la mujer en colaboración, donde sea posible, con las instancias gubernamentales competentes (237).

(235) Cf. MD 6-9: AAS 80 (1988), 1662-1670; Carta a las mujeres (29 de junio de 1995), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 14 de julio de 1995, 2.12.
(236) Propositio 48.
(237) Cf. Propositio 48.


II. Comunicar la buena nueva

Seguir a Cristo, Comunicador por excelencia

122 El Sínodo, teniendo muy presentes las actuales circunstancias, ha tratado extensamente el tema de la comunicación social en el ámbito de la evangelización de África. El punto de partida teológico es Cristo, el Comunicador por excelencia, que transmite a quienes creen en Él la verdad, la vida y el amor compartido con el Padre celestial y el Espíritu Santo. Por esto, "la Iglesia es consciente del deber de promover la comunicación social ad intra y ad extra. Ella pretende favorecer la comunicación en su interior mejorando la difusión de la información entre sus miembros" (238). Esto le facilitará el comunicar al mundo la Buena Nueva del amor de Dios revelado en Jesucristo.

(238) Propositio 57.


Formas tradicionales de comunicación

123 Las formas tradicionales de comunicación social no deben despreciarse de ningún modo. Todavía son muy útiles y eficaces en numerosas zonas africanas. Además, son "menos costosas y más accesibles" (239). Comprenden los cantos y la música, el mimo y el teatro, los proverbios y cuentos. Como transmisores de la sabiduría y del espíritu popular, son una fuente preciosa de contenidos e inspiración para los medios modernos.

(239) Propositio 57.


Evangelización del mundo de los medios de comunicación

124 Los modernos medios de comunicación social no son solamente instrumentos de comunicación, sino también un mundo que hay que evangelizar. Hay que asegurarse que, en los mensajes que transmiten, se propongan el bien, la verdad y la belleza. Teniendo en cuenta la preocupación de los Padres del Sínodo, manifiesto mi inquietud por lo que se refiere al contenido moral de muchos programas que los medios de comunicación difunden en el continente africano; en particular, prevengo contra los peligros de la pornografía y la violencia, con las cuales se están invadiendo las naciones pobres. Por otra parte, el Sínodo ha deplorado justamente "la imagen tan negativa que los medios de comunicación social dan de lo africano y pide que esto cese inmediatamente" (240).

Cada cristiano debe preocuparse de que los medios de comunicación sean vehículo de evangelización. Pero el cristiano que trabaja como profesional de este sector ha de desempeñar un papel especial. En efecto, es su deber actuar de modo que los principios cristianos iluminen la práctica de la profesión, incluido el sector técnico y administrativo. Para que pueda desarrollar este papel de modo adecuado, es necesario dotarle de una sana formación humana, religiosa y espiritual.

(240) Propositio 61.


Uso de los medios de comunicación social

125 La Iglesia de hoy puede disponer de una variedad de medios de comunicación social, tanto tradicionales como modernos. Es su deber hacer el mejor uso de ellos para difundir el mensaje de la salvación. Para la Iglesia en África, el acceso a estos medios se ha hecho difícil por numerosos obstáculos, y entre ellos su elevado coste. Además, en muchas localidades existen normas gubernamentales que imponen, al respecto, un control indebido. Es necesario hacer todos los esfuerzos para superar esos obstáculos: los medios de comunicación, privados o públicos, deben estar al servicio de las personas, sin excepción. Por tanto, invito a las Iglesias particulares de África a hacer todo lo posible para conseguir este objetivo (241).

(241) Cf. Propositio 58.


Colaboración y coordinación de los medios de comunicación social

126 Los medios de comunicación, sobre todo en sus formas más modernas, ejercen un influjo que supera toda frontera; en este ámbito es necesaria una estrecha coordinación, que permita una colaboración más eficaz a todos los niveles: diocesano, nacional, continental y universal. En África, la Iglesia necesita mucho de la solidaridad de las Iglesias hermanas de los Países más ricos y avanzados desde el punto de vista tecnológico. Asimismo, deberían ser impulsados y revitalizados algunos programas de colaboración continental ya operantes, como el "Comité episcopal panafricano de comunicaciones sociales". Y como ha sugerido el Sínodo, es necesario establecer una colaboración más estrecha en otros sectores, como la formación profesional, las estructuras productivas de la radio y la televisión y las emisoras de alcance continental (242).

(242) Cf. Propositio 60.




CAPÍTULO VII - "SERÉIS MIS TESTIGOS HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA"

127 Durante la Asamblea especial, los Padres sinodales examinaron a fondo la situación africana en su conjunto, con objeto de alentar un testimonio de Cristo cada vez más concreto y creíble dentro de cada Iglesia local, de cada nación, de cada región, y del continente africano entero. En todas las reflexiones y recomendaciones hechas por la Asamblea especial se percibe el deseo predominante de testimoniar a Cristo. He visto en ello el espíritu de cuanto dije a un grupo de Obispos en África: "Respetando, preservando y fortaleciendo los valores particulares y ricos de herencia cultural de vuestro pueblo, estaréis en condición de conducirlo hacia una mejor comprensión del misterio de Cristo, que ha de ser vivido en las experiencias nobles, concretas y cotidianas de la vida africana. No se trata de adulterar la Palabra de Dios, o de vaciar de su poder a la cruz (cf. 1Co 1,17), sino más bien de llevar a Cristo al centro mismo de la vida africana y de elevar toda la vida africana a Cristo. De este modo no sólo el cristianismo será relevante para África, sino que el mismo Cristo será africano en los miembros de su Cuerpo" (243).

(243) Alocución a los obispos de Kenia (Nairobi, 7 de mayo de 1980), 6: AAS 72 (1980), 497.


Abiertos a la misión

128 La Iglesia en África no está llamada a dar testimonio de Cristo sólo en el continente; en efecto, a ella se dirige también la palabra del Señor resucitado: "Seréis mis testigos hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8). Precisamente por esto, durante las discusiones sobre el tema del Sínodo, los Padres evitaron cuidadosamente toda tendencia de aislamiento de la Iglesia en África. En todo momento la Asamblea especial se mantuvo en la perspectiva del mandato misionero que la Iglesia ha recibido de Cristo para testimoniarlo en el mundo entero (244). Los Padres sinodales reconocieron la llamada que Dios dirige a África para que desarrolle con pleno derecho, a escala mundial, su misión en el plano de salvación del género humano (cf. 1Tm 2,4).

(244) Cf. Pablo VI, EN 50: AAS 58 (1976), 40.


129 Precisamente en función de este sentido de la catolicidad de la Iglesia, los Lineamenta de la Asamblea especial para África declaraban: "Ninguna Iglesia particular, ni siquiera la más pobre, puede ser dispensada de la obligación de compartir sus recursos espirituales, temporales y humanos con las demás Iglesias particulares y con la Iglesia universal (cf. Ac 2,44-45)" (245). Por su parte, la Asamblea especial señaló la responsabilidad de África para la misión "hasta los confines de la tierra" con los siguientes términos: "La frase profética de Pablo VI —"Africanos, estáis llamados a ser misioneros de vosotros mismos"— debe entenderse así: "sois misioneros para el mundo entero" (...). Se ha lanzado una llamada a las Iglesias particulares de África para la misión más allá de los límites de sus propias diócesis" (246).

(245) Lineamenta, n. 42.
(246) Relatio post disceptationem (22 de abril de 1994), 11: L'Osservatore Romano, 24 de abril de 1994.


130 Aprobando con gozo y reconocimiento esta declaración de la Asamblea especial, deseo repetir a todos mis hermanos Obispos de África lo que decía años atrás: "La obligación que tiene la Iglesia de África de ser misionera en su propio seno y de evangelizar el continente exige la cooperación entre las Iglesias particulares en el ámbito de cada país africano, entre las diferentes naciones del continente y también de otros continentes. De este modo África se integrará plenamente en la actividad misionera" (247). En una llamada precedente, dirigida a todas las Iglesias particulares, de reciente o antigua fundación, ya decía que "el mundo va unificándose cada vez más, el espíritu evangélico debe llevar a la superación de las barreras culturales y nacionalistas, evitando toda cerrazón" (248).

La valiente determinación manifestada por la Asamblea especial, de comprometer a las jóvenes Iglesias de África en la misión "hasta los confines de la tierra", refleja el deseo de seguir, lo más generosamente posible, una de las importantes directrices del Concilio Vaticano II: "Para que este celo misionero florezca entre los naturales del país es muy conveniente que las Iglesias jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando también ellas misioneros que anuncien el Evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de clero. Pues la comunión con la Iglesia universal se consumará en cierto modo cuando también ellas participen en la actividad misionera para con otras naciones" (249).

(247) Discurso a la Conferencia episcopal de Senegal, Mauritania, Cabo Verde y Guinea-Bissau (Poponguine, 21 de febrero de 1992), 3: AAS 85 (1993), 150.
(248)
RMi 39: AAS 83 (1991), 287.
(249) .


Solidaridad pastoral orgánica

131 Al comienzo de esta Exhortación he indicado que, al anunciar la convocatoria de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, tenía en perspectiva la promoción de "una solidaridad pastoral orgánica en todo el territorio africano e islas adyacentes" (250). Tengo el gusto de constatar cómo la Asamblea especial persiguió valientemente este objetivo. Los debates en el Sínodo manifestaron la premura y generosidad de los Obispos para esta solidaridad pastoral y para compartir sus recursos con los demás, incluso estando ellos mismos necesitados de misioneros.

(250) Ángelus (6 de enero de 1989), 2: Insegnamenti XII, 1 (1989), 40.


132 Quiero dirigir a este respecto una especial palabra a mis hermanos Obispos, que "son directamente responsables conmigo de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del Colegio episcopal, ya sea como Pastores de las Iglesias particulares" (251). En la dedicación cotidiana al rebaño a ellos confiado, no deben perder nunca de vista las necesidades de la Iglesia en su conjunto. Como Obispos católicos han de sentir la "preocupación por todas las Iglesias" que abrasaba el corazón del Apóstol (cf. 2Co 11,28). Deben sentirla sobre todo cuando reflexionan y deciden juntos, como miembros de las respectivas Conferencias Episcopales, las cuales, mediante los organismos de coordinación a nivel regional y continental, pueden percibir y evaluar mejor las urgencias pastorales que surgen en otras partes del mundo. Los Obispos realizan además una eminente expresión de solidaridad apostólica en el Sínodo: éste, "entre los asuntos de importancia general, deberá tener en cuenta especialmente la actividad misionera, deber supremo y santísimo de la Iglesia" (252).

(251) RMi 63: AAS 83 (1991), 311.
(252) .


133 La Asamblea especial, además, hizo notar justamente que, para organizar una solidaridad pastoral de conjunto en África, es necesario promover la renovación de la formación de los sacerdotes. Nunca se meditarán bastante las palabras del Concilio Vaticano II al afirmar que "el don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación los prepara no para una misión limitada y reducida, sino para una misión amplísima y universal de salvación "hasta los confines de la tierra" (Ac 1,8)" (253).

Por este motivo yo mismo exhorté a los sacerdotes a "estar concretamente disponibles al Espíritu Santo y al Obispo, para ser enviados a predicar el Evangelio más allá de los confines del propio país. Esto exigirá en ellos no sólo madurez en la vocación, sino también una capacidad no común de desprendimiento de la propia patria, grupo étnico y familia, y una particular idoneidad para insertarse en otras culturas, con inteligencia y respeto" (254).

Estoy profundamente agradecido a Dios al constatar que, en número creciente, sacerdotes africanos han respondido a la llamada para ser testigos "hasta los confines de la tierra". Espero ardientemente que este tipo de respuesta sea promovido y consolidado en todas las Iglesias particulares de África.

(253) PO 10.
(254) RMi 84: AAS 83 (1991), 316.


134 Es también motivo de gran consuelo saber que los Institutos misioneros, presentes en África desde hace mucho tiempo, "acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las jóvenes Iglesias que han fundado" (255), permitiendo a estas mismas Iglesias que participen en la actividad misionera de la Iglesia universal. Asimismo, manifiesto mi reconocimiento a los nuevos Institutos misioneros que han surgido en el continente y que hoy envían a sus miembros ad gentes. Se trata de un crecimiento providencial y maravilloso que manifiesta la madurez, vitalidad y dinamismo de la Iglesia que está en África.

(255)
RMi 66: AAS 83 (1991), 314.


135 Quiero hacer mía de modo particular la explícita recomendación de los Padres sinodales para que se establezcan las cuatro Obras Misionales Pontificias en cada Iglesia particular y en cada País, como medio para realizar una solidaridad pastoral orgánica en favor de la misión "hasta los confines de la tierra". Obras del Papa y del Colegio episcopal, ocupan justamente "el primer lugar, pues son medios para infundir a los católicos, ya desde la infancia, el sentido verdaderamente universal y misionero, y para estimular la recogida eficaz de ayudas en favor de todas las misiones según las necesidades de cada una" (256). Un fruto significativo de su actividad "es suscitar vocaciones ad gentes y de por vida, tanto en las Iglesias antiguas como en las jóvenes. Recomiendo vivamente que se oriente cada vez más a este fin su servicio de animación" (257).

(256) Vaticano II, .
(257)
RMi 84: AAS 83 (1991), 331.


Santidad y misión

136 El Sínodo ha reafirmado que todos los hijos e hijas de África están llamados a la santidad y a ser testigos de Cristo en todas las partes del mundo. "La historia nos enseña que la evangelización se realiza, bajo la acción del Espíritu Santo, sobre todo a través del testimonio de caridad y del testimonio de santidad" (258). Por esto, deseo repetir a todos los cristianos de África las palabras que escribí hace unos años: "Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad (...). Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión (...). El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo "anhelo de santidad" entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (259).

También ahora, como entonces, me dirijo a los cristianos de las Iglesias jóvenes llamando la atención sobre su responsabilidad: "Hoy sois vosotros la esperanza de la Iglesia, que tiene dos mil años: siendo jóvenes en la fe, debéis ser como los primeros cristianos e irradiar entusiasmo y valentía, con generosa entrega a Dios y al prójimo; en una palabra, debéis tomar el camino de la santidad. Sólo de esta manera podréis ser signos de Dios en el mundo y revivir en vuestros países la epopeya misionera de la Iglesia primitiva. Y seréis también fomento de espíritu misionero para las Iglesias más antiguas" (260).

(258) Discurso a un grupo de obispos de Nigeria en visita ad limina (21 de enero de 1982), 4: AAS 74 (1982), 435-436.
(259)
RMi 90: AAS 83 (1991), 336-337.
(260) RMi 91: AAS 83 (1991), 337-338.


137 La Iglesia que está en África comparte con la Iglesia universal "la sublime vocación de realizar, en primer lugar en sí misma, la unidad del género humano más allá de las diferencias étnicas, culturales, nacionales, sociales y de otro género, con objeto de mostrar precisamente la caducidad de estas diferencias, abolidas por la cruz de Cristo" (261). La Iglesia, respondiendo a su vocación de ser en el mundo el pueblo redimido y reconciliado, contribuye a promover una coexistencia fraterna entre los pueblos, superando las diferencias de raza y de nacionalidad.

Teniendo en cuenta la específica vocación confiada a la Iglesia por su divino Fundador, pido con insistencia a la Comunidad católica que está en África que ofrezca ante toda la humanidad un testimonio auténtico del universalismo cristiano que brota de la paternidad de Dios. "Todos los hombres creados en Dios tienen el mismo origen; sea cual fuere su dispersión geográfica o el acento de sus diferencias a lo largo de la historia, están destinados a formar una sola familia según el designio de Dios establecido "desde el principio" (262). La Iglesia en África está llamada a ir por amor al encuentro de cada ser humano creyendo con fuerza que "el Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (263).

De modo particular, África debe ofrecer su propia contribución al movimiento ecuménico, cuya urgencia he vuelto a señalar recientemente en la Carta encíclica Ut unum sint, en vista del tercer milenio (264). En efecto, África puede desarrollar también un papel importante en el diálogo entre las religiones, sobre todo cultivando relaciones intensas con los musulmanes y favoreciendo un atento respeto hacia los valores de la religión tradicional africana.

(261) Pontificia Comisión "Justicia y Paz", Documento Los prejuicios raciales. La Iglesia ante el racismo (3 de noviembre de 1988), 22: Ench. Vat., 11, 929.
(262) Pontificia Comisión "Justicia y Paz", Documento Los prejuicios raciales. La Iglesia ante el racismo (3 de noviembre de 1988), 20: Ench. Vat., 11, 925.
(263) Vaticano II,
GS 22.
(264) UUS 77-79: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 2 de junio de 1995, 15.


Practicar la solidaridad

138 Testimoniando a Cristo "hasta los confines de la tierra", la Iglesia en África debe estar firmemente convencida del "valor positivo y moral" que supone la "conciencia creciente de la interdependencia entre los hombres y entre las naciones. El hecho de que los hombres y mujeres, en muchas partes del mundo, sientan como propias las injusticias y las violaciones de los derechos humanos cometidos en países lejanos, que posiblemente nunca visitarán, es un signo más de que esta realidad es transformada en conciencia, que adquiere así una connotación moral" (265).

Confío en que los cristianos de África sean cada vez más conscientes de esta interdependencia entre los individuos y entre las naciones, y que estén preparados para responder a ello practicando la virtud de la solidaridad. El fruto de la solidaridad es la paz, bien tan precioso para los pueblos y las naciones de cualquier parte del mundo. En efecto, precisamente a través de medios capaces de promover y reforzar la solidaridad, la Iglesia puede ofrecer una contribución específica y determinante a una verdadera cultura de la paz.

(265)
SRS 38: AAS 80 (1988), 565.


Ecclesia in Africa 114