Ecclesia in Africa 139


139 Al entrar en relación sin discriminaciones con los pueblos del mundo mediante el diálogo con las diversas culturas, la Iglesia acerca los unos a los otros y les ayudas a asumir, en la fe, los auténticos valores de los demás.

Dispuesta a cooperar con todo hombre de buena voluntad y con la comunidad internacional, la Iglesia en África no busca ventajas para sí misma. La solidaridad que manifiesta "tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación" (266). La Iglesia trata de contribuir a la conversión de la humanidad, llevándola a abrirse al plan salvífico de Dios mediante el testimonio evangélico, acompañado por la actividad caritativa al servicio de los pobres y los últimos. Y cuando realiza esto, no pierde nunca de vista la primacía de lo trascendente y de las realidades espirituales que constituyen las primicias de la salvación eterna del hombre.

Durante los debates sobre la solidaridad de la Iglesia para con los pueblos y las naciones, los Padres sinodales han sido plenamente conscientes, en todo momento, de que "hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo" y que, sin embargo, "el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (267). Precisamente por esto, la Iglesia en África está convencida —y el trabajo de la Asamblea especial lo ha mostrado claramente— que la espera del retorno final de Cristo "no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en su situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional" (268), puesto que las condiciones terrenas influyen en la peregrinación del hombre hacia la eternidad.

(266)
SRS 38, l. c. 568.
(267) Vaticano II, GS 39.
(268) SRS 48: AAS 80 (1988), 583.




CONCLUSIÓN


Hacia el nuevo milenio cristiano

140 Reunidos en torno a la Virgen María como para un nuevo Pentecostés, los miembros de la Asamblea especial examinaron a fondo la misión evangelizadora de la Iglesia en África en el umbral del tercer milenio. Concluyendo esta Exhortación apostólica postsinodal, en la cual presento los frutos de esta Asamblea a la Iglesia que está en África, en Madagascar y en las islas adyacentes, y a toda la Iglesia católica, doy gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos ha concedido el privilegio de vivir este auténtico "momento de gracia" que ha sido el Sínodo. Manifiesto mi vivo agradecimiento al Pueblo de Dios en África por cuanto ha hecho por la Asamblea especial. Este Sínodo ha sido preparado con celo y entusiasmo, como demuestran las respuestas al cuestionario, adjunto al documento preliminar (Lineamenta), y las reflexiones recogidas en el documento de trabajo (Instrumentum laboris). Las comunidades cristianas de África han rezado con fervor por el éxito de los trabajos de la Asamblea especial. Y se puede decir que ésta ha sido bendecida generosamente por el Señor.


141 Ya que el Sínodo ha sido convocado para permitir a la Iglesia en África que asuma, de la manera más eficaz posible, su misión evangelizadora con vistas al tercer milenio cristiano, invito con esta Exhortación al Pueblo de Dios en África —Obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos— a mirar decididamente hacia el Gran Jubileo, que se celebrará dentro de pocos años. Para todos los pueblos de África la mejor preparación al nuevo milenio consistirá en el firme compromiso de poner en práctica con gran fidelidad las decisiones y orientaciones que, con la autoridad apostólica de Sucesor de Pedro, presento en esta Exhortación. Son decisiones y orientaciones que se inscriben en la genuina línea de las enseñanzas y directrices de la Iglesia y, en particular, del Concilio Vaticano II, que ha sido la principal fuente de inspiración de la Asamblea especial para África.


142 Mi invitación al Pueblo de Dios que está en África, para que se prepare al Gran Jubileo del año 2000, quiere ser también una vibrante llamada a la alegría cristiana. "El gran gozo anunciado por el Ángel, la noche de Navidad, lo será de verdad para todo el pueblo (cf. Lc 2,10) (...). Fue la Virgen María la primera en recibir el anuncio del ángel Gabriel y su Magníficat era ya el himno de exultación de todos los humildes. Los misterios gozosos nos sitúan así, cada vez que recitamos el Rosario, ante el acontecimiento inefable, centro y culmen de la historia: la venida a la tierra del Emmanuel, Dios con nosotros" (269).

Es el bimilenario de dicho acontecimiento, lleno de alegría, lo que nos preparamos a celebrar con el próximo Gran Jubileo. África, que "es, en cierto sentido, la "segunda patria" de Jesús de Nazaret, (el cual) como niño pequeño encontró refugio precisamente en África contra la crueldad de Herodes" (270), está llamada a la alegría. Al mismo tiempo, "todo deberá mirar al objetivo prioritario del Jubileo, que es el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos" (271).

(269) Pablo VI, Exhort. ap. Gaudete in Domino (9 de mayo de 1975), III: AAS 67 (1975), 297.
(270) Homilía en la apertura de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos (10 de abril de 1994), 1: AAS 87 (1995), 179.
(271) TMA 42: AAS 87 (1995), 32.


143 A causa de las numerosas dificultades, crisis y conflictos que conllevan tanta miseria y sufrimiento en el continente, hay africanos tentados a veces de pensar que el Señor los ha abandonado, que ¡los ha olvidado (cf. (Is 49,14)! "Y Dios responde con las palabras del gran Profeta: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido. Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada" ((Is 49,15-16). Sí, en las palmas de las manos de Cristo, ¡traspasadas por los clavos de la crucifixión! El nombre de cada uno de vosotros (Africanos) está escrito en esas manos. Por tanto, decimos con gran confianza: "El Señor mi fuerza, escudo mío, en El confió mi corazón y he recibido ayuda: mi carne de nuevo ha florecido, le doy gracias de todo corazón" (Ps 28,7)" (272).

(272) Homilía durante la misa celebrada en Jartum (10 de febrero de 1993), 8: AAS (1993), 964.


Oración a María, Madre de la Iglesia

144 Agradecido por el don de este Sínodo, me dirijo a María, Estrella de la evangelización, y, mientras se acerca el tercer milenio, a Ella confío África y su misión evangelizadora. A Ella me dirijo con los pensamientos y sentimientos expresados en la oración que mis hermanos Obispos compusieron al final de la sesión de trabajo del Sínodo en Roma:

¡Oh María!, Madre de Dios
y Madre de la Iglesia,
gracias a ti, en el día de la Anunciación,
al alba de los tiempos nuevos,
todo el género humano, con sus culturas,
se alegró de descubrir
que podía recibir el Evangelio.

En vísperas de un nuevo Pentecostés
para la Iglesia en África,
Madagascar e islas adyacentes,
el Pueblo de Dios con sus Pastores
se dirige a ti y contigo implora:
que la efusión del Espíritu Santo
haga de las culturas africanas
lugares de comunión en la diversidad,
transformando a los habitantes
de este gran continente
en generosos hijos de la Iglesia,
que es Familia del Padre,
Fraternidad del Hijo,
Imagen de la Trinidad,
germen e inicio en la tierra
de aquel Reino eterno
que tendrá su plenitud
en la Ciudad cuyo constructor es Dios:
Ciudad de justicia, de amor y de paz.


Dado en Yaundé, Camerún, el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1995, decimoséptimo de mi Pontificado.

JUAN PABLO II





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