Ecclesia in Asia ES





ECCLESIA IN ASIA


Jesucristo, el salvador y su misión de amor y de servicio en Asia

6-11-1999

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL

DEL SUMO PONTÍFICE

JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS,
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS,
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS

SOBRE JESUCRISTO, EL SALVADOR Y SU MISIÓN DE AMOR Y DE SERVICIO EN ASIA:

"PARA QUE TENGAN VIDA Y LA TENGAN EN ABUNDANCIA" (Jn 10,10)

INTRODUCCION


Las maravillas del plan de Dios en Asia

1 La Iglesia en Asia canta las alabanzas del "Dios de la salvación" (Ps 68,20) por haber elegido iniciar su plan salvífico en la tierra de Asia, mediante hombres y mujeres de ese continente. En efecto, fue en Asia donde Dios, desde el principio, reveló y realizó su proyecto de salvación. Guió a los patriarcas (cf. Gn 12) y llamó a Moisés para que condujera a su pueblo hacia la libertad (cf. Ex 3,10). Al pueblo que había elegido para sí le habló a través de muchos profetas, jueces, reyes e intrépidas mujeres de fe. En la "plenitud de los tiempos" (Ga 4,4), envió a su Hijo unigénito, Jesucristo, el Salvador, que se encarnó como asiático. La Iglesia en Asia, exultando por la bondad de los pueblos del continente, por las culturas y la vitalidad religiosa, y, al mismo tiempo, consciente de la unicidad del don de la fe recibida para el bien de todos, no puede dejar de proclamar: "Dad gracias al Señor, porque es bueno; porque es eterna su misericordia" (Ps 118,1). Dado que Jesús nació, vivió, murió y resucitó en Tierra Santa, esa pequeña porción de Asia occidental se ha convertido en tierra de promesa y de esperanza para todo el género humano. Jesús conoció y amó esa tierra, haciendo suyos la historia, los sufrimientos y las esperanzas de ese pueblo; amó a su gente, abrazando las tradiciones y la herencia judías. En efecto, Dios, ya desde la antigüedad, eligió a ese pueblo y a él se reveló como preparación para la venida del Salvador. Desde esa tierra, mediante la predicación del Evangelio, con la fuerza del Espíritu Santo, la Iglesia fue por doquier a "hacer discípulos a todas las gentes" (cf. Mt 28,19). Juntamente con la comunidad eclesial, extendida por el mundo, la Iglesia en Asia atravesará el umbral del tercer milenio cristiano contemplando con estupor lo que Dios ha realizado desde el principio hasta hoy, y fortalecida por la convicción de que "como en el primer milenio la cruz fue plantada en Europa y en el segundo milenio en América y África, así en el tercer milenio se pueda recoger una gran cosecha de fe en este continente tan vasto y con tanta vitalidad" (1).

(1) JUAN PABLO II, Discurso durante la VI Asamblea plenaria de la Federación de las Conferencias episcopales de Asia, Manila, 15 de enero de 1995, n. (11: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de enero de 1995, p. 16.


La preparación para la Asamblea especial

2 En la carta apostólica Tertio millennio adveniente, tracé a la Iglesia, con vistas al tercer milenio del cristianismo, un programa centrado en los desafíos de la nueva evangelización. Un elemento importante de ese plan era la celebración de Sínodos continentales, a fin de que los obispos pudieran afrontar la tarea de la evangelización según las situaciones locales y las necesidades de cada continente. Esta serie de sínodos, vinculados por el tema común de la nueva evangelización, ha constituido una importante contribución a la preparación de la Iglesia para el gran jubileo del año 2000. En esa misma carta, refiriéndome a la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, afirmé que en esa parte del mundo "está más acentuado el tema del encuentro del cristianismo con las antiguas culturas y religiones locales. Éste es un gran desafío para la evangelización, dado que sistemas religiosos como el budismo o el hinduismo se presentan con un claro carácter soteriológico" (2). Es realmente un misterio el hecho de que el Salvador del mundo, nacido en Asia, haya permanecido hasta ahora tan desconocido de los pueblos del continente asiático. El Sínodo ha brindado a la Iglesia que está en Asia una oportunidad providencial para reflexionar en ese misterio y para renovar su compromiso en el cumplimiento de la misión de dar a conocer mejor a todos a Jesucristo. Dos meses después de la publicación de la carta apostólica Tertio millennio adveniente, dirigiéndome a la sexta Asamblea plenaria de la Federación de las Conferencias episcopales de Asia, en Manila (Filipinas), durante las inolvidables celebraciones de la X Jornada mundial de la juventud, recordé a los obispos: "Si la Iglesia en Asia debe cumplir su destino providencial, la evangelización, como predicación alegre, paciente y progresiva de la muerte y resurrección salvífica de Jesucristo debe ser vuestra prioridad absoluta" (3). A lo largo de la fase preparatoria se puso de manifiesto la respuesta positiva de los obispos y de las Iglesias particulares a la propuesta de una Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos. En las diversas etapas, comunicaron sus deseos y opiniones con franqueza y profundo conocimiento del continente, plenamente conscientes del vínculo de comunión que los une a la Iglesia universal. En línea con la idea original de la carta Tertio millennio adveniente y siguiendo las propuestas del Consejo presinodal que había evaluado las opiniones de los obispos y de las Iglesias particulares en el continente asiático, elegí como tema del Sínodo: "Jesucristo, el Salvador, y su misión de amor y servicio en Asia: ispara que tengan vida y la tenga en abundanciala (Jn 10,10)". Mediante esta particular formulación del tema, era mi deseo que el Sínodo "ilustrara y profundizara la verdad sobre Cristo como único Mediador entre Dios y los hombres y único Redentor del mundo, distinguiéndolo claramente de los fundadores de otras grandes religiones" (4). Mientras nos acercamos al gran jubileo, la Iglesia en Asia necesita ser capaz de proclamar con renovado vigor: Ecce natus est nobis Salvator mundi, "Nos ha nacido el Salvador del mundo"..., ¡ha nacido en Asia!

(2) JUAN PABLO II, TMA 38: AAS 87 (1995) 30.
(3) N. 11: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de enero de 1995, p. 16.
(4) JUAN PABLO II, TMA 38: AAS 87 (1995) 30.


La celebración de la Asamblea especial

3 Por gracia de Dios, la Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos se desarrolló del 18 de abril al 14 de mayo de 1998 en el Vaticano, después de las Asambleas para África (1994) y para América (1997), y antes de la Asamblea especial para Oceanía, que tuvo lugar a fines del año 1998. Durante casi un mes, los padres sinodales y los demás participantes, reunidos en torno al Sucesor de Pedro y compartiendo el don de la comunión jerárquica, dieron voz y rostro a la Iglesia en Asia. Sin lugar a dudas, se trató de un momento especial de gracia (5). Anteriores reuniones de obispos de Asia habían contribuido a la preparación del Sínodo, haciendo posible un clima de intensa comunión eclesial y fraterna. A este respecto, fueron de especial importancia las precedentes asambleas plenarias y los seminarios organizados por la Federación de las Conferencias episcopales de Asia y por sus oficinas, que congregaron periódicamente a gran número de obispos de Asia, promoviendo entre ellos vínculos y lazos ministeriales. En algunos de esos encuentros tuve la dicha de participar, presidiendo a veces las solemnes celebraciones eucarísticas de apertura o clausura. En esas circunstancias, pude observar directamente el encuentro en el diálogo entre las Iglesias particulares, incluidas las Iglesias orientales, en las personas de sus pastores. Esas y otras asambleas regionales de los obispos de Asia sirvieron providencialmente para la preparación remota de la Asamblea sinodal.

La celebración efectiva del Sínodo mismo confirmó la importancia del diálogo como estilo característico de la vida de la Iglesia en Asia. Una intercomunicación sincera y honrada de experiencias, de ideas y de propuestas se manifestó como el camino para un genuino encuentro de almas, una comunión de mentes y corazones que, en el amor, respeta y trasciende las diferencias. Fue especialmente conmovedor el encuentro de las Iglesias nuevas con las antiguas, que se remontan hasta los Apóstoles. Experimentamos la alegría incomparable de ver a los pastores de las Iglesias particulares que están en Myanmar, Vietnam, Laos, Camboya, Mongolia, Siberia, y en las nuevas repúblicas de Asia central, sentados al lado de sus hermanos, que desde hacía mucho tiempo deseaban encontrarse y dialogar con ellos. Sin embargo, se sintió tristeza por el hecho de que los obispos de China continental no pudieron estar presentes. Su ausencia se transformó en un recuerdo constante de los sacrificios heroicos y de los sufrimientos que la Iglesia sigue afrontando en muchas partes de Asia.

El encuentro en el diálogo de los obispos con el Sucesor de Pedro, al que se le ha encomendado la misión de confirmar a los hermanos (cf.
Lc 22,32), sirvió para fortalecerlos en la fe y en la misión. Día tras día, el aula sinodal y las salas de reunión se llenaron de testimonios de fe profunda, de amor dispuesto al sacrificio, de esperanza inquebrantable, de compromiso que supera largas pruebas, de valentía perseverante y de perdón misericordioso. En las diversas exposiciones se manifestó de forma elocuente la verdad de las palabras de Jesús: "Yo estoy con vosotros todos los días" (Mt 28,20). El Sínodo fue un momento de gracia, un encuentro con el Salvador, que sigue estando presente en su Iglesia mediante la fuerza del Espíritu Santo, experimentada en el diálogo fraterno de vida, de comunión y de misión.

(5) Cf. ASAMBLEA ESPECIAL PARA ASIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Mensaje final, 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de mayo de 1998, p.7.


Compartir los frutos de la Asamblea especial

4 Mediante esta exhortación postsinodal, deseo compartir con la Iglesia que está en Asia y en el mundo entero los frutos de la Asamblea especial. Este documento trata de ofrecer la riqueza del Sínodo, gran acontecimiento espiritual de comunión y colegialidad episcopal, que fue ante todo una memoria celebrativa de las raíces asiáticas del cristianismo. Los padres sinodales rememoraron la primera comunidad cristiana, la Iglesia primitiva, el pequeño rebaño de Jesús en ese inmenso continente (cf. Lc 12,32). Asimismo, recordaron lo que la Iglesia recibió y escuchó desde los inicios (cf. Ap 3,3) y, después de hacer memoria, celebraron "la inmensa bondad" de Dios (cf. Ps 145,7), que nunca falla. El Sínodo fue también una ocasión para reconocer las antiguas tradiciones religiosas y civilizaciones, las profundas filosofías y la sabiduría que plasmaron la Asia actual. Por encima de todo, se puso de relieve que los pueblos mismos de Asia constituyen la verdadera riqueza del continente y la esperanza para el futuro. Durante el Sínodo, todos los que estábamos presentes fuimos testigos de un encuentro extraordinariamente rico en frutos entre las antiguas y las nuevas culturas y civilizaciones de Asia, admirables en sus diferencias y coincidencias, especialmente cuando símbolos, cantos, danzas y colores se reunieron con gran armonía en torno a la única Mesa del Señor en las liturgias eucarísticas de apertura y clausura.

El Sínodo no fue una celebración motivada por el orgullo por los resultados humanos conseguidos, sino un acontecimiento consciente de lo que el Altísimo ha hecho por la Iglesia que está en Asia (cf. Lc 1,49). Recordando la humilde condición de la comunidad católica, así como la debilidad de sus miembros, el Sínodo fue también una llamada a la conversión, para que la Iglesia en Asia sea cada vez más digna de las gracias que Dios le ofrece continuamente.

Además de memoria y celebración, el Sínodo fue una ardiente afirmación de fe en Jesucristo Salvador. Dando gracias por el don de la fe, los padres sinodales no encontraron mejor modo de celebrarla que afirmarla en su integridad, reflexionando sobre ella en relación con los contextos en medio de los cuales debe ser proclamada y profesada actualmente en Asia. Frecuentemente subrayaron que la fe ya es proclamada con confianza y valentía en el continente, incluso en medio de grandes dificultades. En nombre de tantos millones de hombres y mujeres de Asia que no depositan su confianza en nadie fuera del Señor, los padres sinodales confesaron: "Nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6,69). Frente a las múltiples cuestiones dolorosas relacionadas con el sufrimiento, la violencia, la discriminación y la pobreza, que afectan a la mayoría de los pueblos de Asia, oraron así: "Creo; ayuda a mi incredulidad" (Mc 9,24).

En 1995 invité a los obispos de Asia, reunidos en Manila, a "abrir de par en par en Asia las puertas a Cristo" (6). Los padres sinodales, confiando en el misterio de comunión con los innumerables y a menudo desconocidos mártires de la fe en Asia, y confirmados en la esperanza por la constante presencia del Espíritu Santo, llamaron valientemente a los discípulos de Cristo en Asia a un nuevo compromiso en la misión. Durante la Asamblea sinodal, los obispos y demás participantes dieron testimonio del carácter, del fuego espiritual y del celo que ciertamente convierten a Asia en tierra de una abundante cosecha en el próximo milenio.

(6) JUAN PABLO II, Discurso durante la VI Asamblea plenaria de la Federación de las Conferencias episcopales de Asia, Manila, 15 de enero de 1995, n. 10: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de enero de 1995, p. 16.





CAPÍTULO I - EL CONTEXTO DE ASIA


Asia, lugar de nacimiento de Jesús y de la Iglesia

5 La encarnación del Hijo de Dios, que la Iglesia entera conmemorará en el gran jubileo del año 2000, tuvo lugar en un contexto histórico y geográfico muy concreto, que ejerció un importante influjo en la vida y en la misión del Redentor en cuanto hombre. "Dios asumió en Jesús de Nazaret las características propias de la naturaleza humana, incluida la ineludible pertenencia del hombre a un pueblo concreto y a una tierra determinada. (...) La concreción física de la tierra y de su emplazamiento geográfico está unida a la verdad de la carne humana asumida por el Verbo" (7). Por consiguiente, conocer el mundo en el que el Salvador "vino a habitar entre nosotros" (cf. Jn 1,14) es una clave importante para comprender de forma más precisa el plan del Padre eterno y la inmensidad de su amor a toda criatura: "Porque tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

Del mismo modo, la Iglesia vive y cumple su misión en circunstancias concretas de tiempo y espacio. Si el pueblo de Dios en Asia quiere responder, mediante la nueva evangelización, a la voluntad de Dios sobre él, debe tomar profunda conciencia de las complejas realidades de ese continente. Los padres sinodales subrayaron que la misión de amor y servicio de la Iglesia en Asia se halla condicionada por dos factores: en primer lugar, por la comprensión de sí misma como comunidad de los discípulos de Jesucristo, reunida en torno a sus pastores; y en segundo lugar, por las realidades sociales, políticas, religiosas, culturales y económicas muy diversas en el inmenso continente asiático (8), examinadas detalladamente durante el Sínodo por cuantos viven diariamente en contacto con ellas. Lo que sigue es, en síntesis, el resultado de las reflexiones de los padres sinodales.

(7) JUAN PABLO II, Carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados a la historia de la salvación (29 de junio de 1999), 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de julio de 1999, p. 21.
(8) Cf. Propositio 3.


Realidades religiosas y culturales

6 Asia es el continente más vasto de la tierra y está habitado por cerca de dos tercios de la población mundial, mientras China e India juntas constituyen casi la mitad de la población total del globo. Lo que más impresiona del continente es la variedad de sus poblaciones, "herederas de antiguas culturas, religiones y tradiciones" (9). No podemos por menos de quedar asombrados por la enorme cantidad de la población asiática y por el variado mosaico de sus numerosas culturas, lenguas, creencias y tradiciones, que abarcan una parte realmente notable de la historia y del patrimonio de la familia humana.

Asia es también la cuna de las mayores religiones del mundo, como el judaísmo, el cristianismo, el islamismo y el hinduismo. Es el lugar de nacimiento de muchas otras tradiciones espirituales, como el budismo, el taoísmo, el confucianismo, el zoroastrismo, el jainismo, el sijismo y el sintoísmo. Además, millones de personas siguen otras religiones tradicionales o tribales, con varios grados de ritos, estructuras y enseñanzas religiosas formales. La Iglesia siente un respeto muy profundo hacia estas tradiciones, y trata de entablar un diálogo sincero con sus seguidores. Los valores religiosos que esas tradiciones enseñan esperan su cumplimiento en Jesucristo.

Los pueblos de Asia se sienten orgullosos de sus valores religiosos y culturales típicos, como por ejemplo: el amor al silencio y a la contemplación, la sencillez, la armonía, el desapego, la no violencia, el espíritu de duro trabajo, de disciplina y de vida frugal, y la sed de conocimiento e investigación filosófica (10). Aprecian mucho los valores del respeto a la vida, la compasión por todo ser vivo, la cercanía a la naturaleza, el respeto filial a los padres, a los ancianos y a los antepasados, y tienen un sentido de comunidad muy desarrollado (11). De modo muy particular, consideran la familia como una fuente vital de fuerza, como una comunidad muy integrada, que posee un fuerte sentido de la solidaridad (12). Los pueblos de Asia son conocidos por su espíritu de tolerancia religiosa y coexistencia pacífica. Sin negar la presencia de fuertes tensiones y violentos conflictos, se puede decir que Asia ha mostrado a menudo una notable capacidad de adaptación y una apertura natural al enriquecimiento recíproco de los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas. Además, a pesar del influjo de la modernización y la secularización, las religiones de Asia dan signos de gran vitalidad y capacidad de renovación, como se puede ver en los movimientos de reforma en el seno de los diversos grupos religiosos. Muchos, especialmente entre los jóvenes, sienten una profunda sed de valores espirituales, como lo demuestra el nacimiento de nuevos movimientos religiosos.

Todo esto indica una intuición espiritual innata y una sabiduría moral típica del alma asiática, que constituye el núcleo en torno al cual se edifica una creciente conciencia de "ser habitante de Asia". Esa conciencia se puede descubrir y afirmar en la complementariedad y en la armonía más bien que en la contraposición o en la oposición. En ese marco de complementariedad y armonía, la Iglesia puede comunicar el Evangelio de un modo que sea fiel tanto a su propia tradición como al alma asiática.

(9) Propositio 1.
(10) Cf. ASAMBLEA ESPECIAL PARA ASIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Lineamenta, 3.
(11) Cf. ib.
(12) Cf. Propositio 32.


Realidades económicas y sociales

7 En el ámbito del desarrollo económico, las situaciones en el continente asiático son muy diversas y no pueden reducirse a clasificaciones simplificadoras. Algunos países están muy desarrollados; otros se están desarrollando mediante políticas económicas eficaces; y otros se encuentran aún en una gran pobreza, y ciertamente entre las naciones más pobres de la tierra. En el proceso de desarrollo, se están infiltrando el materialismo y el secularismo, especialmente en las áreas urbanas. Estas ideologías, que minan los valores tradicionales, sociales y religiosos, pueden producir incalculables daños a las culturas de Asia.

Los padres sinodales han hablado de los rápidos cambios que se están produciendo en el interior de las sociedades asiáticas y de los aspectos positivos y negativos de dichos cambios. Entre estos últimos se pueden citar el fenómeno del urbanismo y el formarse de enormes ciudades, a menudo con grandes áreas de miseria, donde prosperan el crimen organizado, el terrorismo, la prostitución y la explotación de los sectores más débiles de la sociedad. Otro de los fenómenos sociales más notables es la emigración, que expone a millones de personas a situaciones económica, cultural y moralmente difíciles. Las personas emigran dentro de Asia y desde Asia a otros continentes por muchas razones, entre las que se hallan la pobreza, la guerra y los conflictos étnicos, así como la negación de los derechos humanos y de las libertades fundamentales. La construcción de gigantescos complejos industriales es otra causa de la emigración interna o hacia el extranjero, con efectos destructores sobre la vida familiar y sobre los valores que la componen. También se mencionó la instalación de centrales nucleares, prestando mucha atención a los costes y a la eficiencia, pero muy poca a la seguridad de las personas y a la integridad del medio ambiente.

La realidad del turismo exige una atención particular. Aun tratándose de una industria legítima, con sus propios valores culturales y educativos, el turismo tiene en algunos casos un influjo devastador sobre la fisonomía moral y física de numerosos países asiáticos, que se manifiesta bajo forma de degradación de mujeres jóvenes y también de niños mediante la prostitución (13). La atención pastoral a los emigrantes y a los turistas es difícil y compleja especialmente en Asia, donde faltan estructuras adecuadas para ese fin. La planificación pastoral en todos los niveles debe tener en cuenta estas realidades. Tampoco se debe descuidar a los emigrantes de las Iglesias católicas orientales, que necesitan atención pastoral según sus propias tradiciones (14).

Varios países de Asia afrontan actualmente dificultades vinculadas con el crecimiento de la población, que "no es un simple problema demográfico o económico, sino sobre todo un problema moral" (15). Es evidente que la cuestión de la población está íntimamente vinculada a la de la promoción humana, pero abundan falsas soluciones, que amenazan la dignidad y la inviolabilidad de la vida y constituyen un desafío especial para la Iglesia en Asia. En este punto, tal vez conviene recordar la contribución de la Iglesia a la defensa y la promoción de la vida a través de su compromiso en el campo de la salud, en el ámbito del desarrollo social y en la educación, con especial atención a los pobres. Fue muy oportuno el homenaje que se rindió a la madre Teresa de Calcuta, "conocida en el mundo entero por su amor y su solicitud desinteresada por los más pobres de entre los pobres" (16). La madre Teresa es un icono del servicio a la vida que la Iglesia presta en Asia, en valiente contraste con las múltiples fuerzas oscuras que actúan en la sociedad.

Muchos padres sinodales subrayaron los influjos que desde el exterior se ejercen sobre las culturas asiáticas. Están apareciendo nuevas formas de conducta, que son resultado de una excesiva exposición a los medios de comunicación social y al estilo de literatura, música y películas que prolifera en el continente. Sin negar que los medios de comunicación social pueden ser un gran recurso para el bien (17), no podemos por menos de considerar el impacto negativo que a menudo producen. A veces, los efectos benéficos pueden quedar anulados por el modo como controlan y usan dichos medios personas que actúan movidas por intereses políticos, económicos e ideológicos discutibles. Eso tiene como consecuencia que los aspectos negativos de las industrias de los medios de comunicación y de entretenimiento ponen en peligro los valores tradicionales, y en especial la sacralidad del matrimonio y la estabilidad de la familia. El efecto de imágenes de violencia, hedonismo, individualismo desenfrenado y materialismo "hiere, en su mismo corazón, las culturas asiáticas y el carácter religioso de las personas, de las familias y de sociedades enteras" (18). Se trata de una situación que plantea un gran desafío a la Iglesia y al anuncio de su mensaje.

La persistente realidad de la pobreza y de la explotación de las personas es un dato urgente y preocupante. En Asia hay millones de personas oprimidas, que durante siglos han sido mantenidas económica, cultural y políticamente marginadas de la sociedad (19). Reflexionando sobre la situación de la mujer en las sociedades asiáticas, los padres sinodales han notado que "aunque el despertar de la toma de conciencia de la mujer con respecto a su dignidad y derechos es uno de los signos más significativos de nuestro tiempo; su pobreza y su explotación siguen siendo un problema serio en toda Asia" (20). El analfabetismo femenino es muy superior al masculino; y las niñas corren mayor peligro de ser abortadas o incluso de ser matadas inmediatamente después del nacimiento. Además, existen en toda Asia millones de personas indígenas o pertenecientes a tribus que viven en aislamiento social, cultural y político con respecto a la población dominante (21). Fue motivo de consuelo escuchar de labios de los obispos presentes en el Sínodo que, en algunos casos, se presta cada vez mayor atención a estos problemas a nivel nacional, regional e internacional, y que la Iglesia se esfuerza activamente por afrontar esta seria situación.

Los padres sinodales afirmaron que la reflexión, necesariamente breve, sobre los aspectos de las realidades económicas y sociales de Asia no sería completa si no se reconociera también el enorme crecimiento económico de muchas sociedades asiáticas en los últimos decenios: está creciendo día a día una nueva generación de trabajadores especializados, de científicos y técnicos, y su elevado número hace presagiar un gran futuro para el desarrollo de Asia. Sin embargo, no todo es estable y sólido en este proceso: se ha demostrado con claridad en las recientes y amplias crisis financieras, que han afectado a muchos países del continente. El futuro de Asia sigue radicando en la cooperación, tanto en su interior como en relación con las naciones de otros continentes, pero siempre construyendo sobre lo que los mismos pueblos de Asia hacen en favor de su propio desarrollo.

(13) Cf. ASAMBLEA ESPECIAL PARA ASIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Instrumentum laboris, 9.
(14) Cf. Propositio nos. 36 y 50. (15) Propositio 44.
(16) Propositio 27.
(17) Cf. Propositio 45.
(18) ASAMBLEA ESPECIAL PARA ASIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Instrumentum laboris, 9.
(19) Cf. Propositio 39.
(20) Propositio 35.
(21) Cf. Propositio 38.


Realidades políticas

8 La Iglesia necesita siempre comprender de modo exacto la situación política en los diversos países donde cumple su misión. Hoy, en Asia, el panorama político es sumamente complejo, con un vasto conjunto de ideologías que inspiran formas de gobierno que van desde la democracia hasta la teocracia. Por desgracia, existen aún dictaduras militares e ideologías ateas. Algunos países reconocen una religión oficial de Estado, que permite poca libertad de religión a las minorías y a los seguidores de otras religiones, y a veces ni siquiera la permite. Otros Estados, aunque no sean explícitamente teocráticos, tienen a las minorías como ciudadanos de segunda clase, con muy poco respeto a los derechos humanos fundamentales. En algunos lugares los cristianos son considerados traidores con respecto a su país (22); son perseguidos y se les niega su legítimo lugar en la sociedad. Los padres sinodales recordaron de modo especial al pueblo de China, y expresaron su ferviente deseo de que todos los católicos chinos puedan un día practicar su religión libremente y profesar abiertamente su plena comunión con la Sede de Pedro (23).

Aun apreciando los progresos que muchos países asiáticos están logrando bajo diversas formas de gobierno, los padres sinodales llamaron la atención también sobre la difundida corrupción que existe, en varios niveles, tanto en el Gobierno como en la sociedad (24). Con demasiada frecuencia las personas se sienten incapaces de defenderse a sí mismas frente a los políticos corruptos, a las autoridades judiciales, a los administradores y burócratas. Pero en Asia cada vez se toma mayor conciencia de la capacidad del pueblo para cambiar estructuras injustas. Cada vez se reivindica más una mayor justicia social, mayor participación en el gobierno y en la vida económica, iguales oportunidades en el campo de la educación y una justa distribución de los recursos de la nación. Los ciudadanos están tomando cada vez mayor conciencia de su propia dignidad y de sus derechos humanos, y cada vez están más dispuestos a protegerlos. Grupos étnicos, sociales y culturales minoritarios, que desde hacía mucho tiempo no daban señales de vida, buscan caminos para convertirse en protagonistas de su propio desarrollo social. El Espíritu de Dios ayuda y sostiene los esfuerzos que realizan las personas para transformar la sociedad, a fin de que la búsqueda humana de una vida más abundante pueda realizarse de la manera querida por Dios (cf.
Jn 10,10).

(22) Cf. Propositio 22.
(23)Cf. Propositio 52.
(24) Cf. ASAMBLEA ESPECIAL PARA ASIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS, Lineamenta, 6.


La Iglesia en Asia: pasado y presente

9 La historia de la Iglesia en Asia es tan antigua como la Iglesia misma, dado que precisamente en Asia Jesús insufló en sus discípulos el Espíritu Santo y los envió hasta los confines de la tierra, para que proclamaran la buena nueva y congregaran la comunidad de creyentes. "Como el Padre me envió, así también os envío yo a vosotros" (Jn 20,21 cf. Mt 28,18-20 Mc 16,15-18 Lc 24,47 Ac 1,8). Cumpliendo ese mandato del Señor, los Apóstoles predicaron la palabra y fundaron Iglesias. Conviene recordar algunos elementos de esta historia fascinante y compleja, que se desarrolló en Asia.

Desde Jerusalén, la Iglesia se difundió a Antioquía, a Roma y, más lejos aún, se extendió hasta Etiopía por el sur, hasta la Escisia por el norte y hasta la India por el este, adonde, según la tradición, santo Tomás apóstol llegó en el año 52 y fundó Iglesias en el sur del país. Durante los siglos III y IV fue extraordinario el espíritu misionero de la comunidad siria del este, que tenía su centro en Edesa. Las comunidades ascéticas de Siria representaron una fuerza fundamental de la evangelización en Asia desde el siglo III en adelante, y suministraron la energía espiritual de la Iglesia, especialmente durante los tiempos de persecución. Armenia fue la primera nación que abrazó el cristianismo al final del siglo III: ahora se está preparando para celebrar el XVII centenario de su bautismo. Al final del siglo V, el mensaje cristiano llegó a los reinos árabes, pero, por muchas razones, incluidas las divisiones entre los cristianos, el mensaje no arraigó en esos pueblos.

Mercaderes persas llevaron la buena nueva a China en el siglo V, y la primera iglesia cristiana se construyó al inicio del siglo VII. Durante la dinastía T'ang (618-907 después de Cristo), la Iglesia floreció a lo largo de casi dos siglos. La decadencia de la Iglesia china, que tenía gran vitalidad, al final del primer milenio, es uno de los capítulos más tristes de la historia del pueblo de Dios en el continente asiático.

En el siglo XIII, la buena nueva fue anunciada a los mongoles y a los turcos, y, una vez más, a los chinos, pero el cristianismo casi desapareció en esas regiones por una serie de causas, entre las que se pueden citar el nacimiento del islam, el aislamiento geográfico, la ausencia de una adecuada adaptación a las culturas locales, y, tal vez, sobre todo, la falta de preparación para encontrarse con las grandes religiones de Asia. Al final del siglo XIV se verificó una dramática disminución de la Iglesia en Asia, excepto en la comunidad aislada del sur de la India. La Iglesia en Asia debía esperar una nueva era de esfuerzos misioneros.

Los trabajos apostólicos de san Francisco Javier, la fundación de la Congregación de Propaganda Fide por obra del Papa Gregorio XV y las directrices impartidas a los misioneros para respetar y apreciar las culturas locales ayudaron, a lo largo de los siglos XVI y XVII, a lograr resultados más positivos. En el siglo XIX se produjo un despertar de la actividad misionera, y varias congregaciones religiosas se dedicaron totalmente a esta tarea. Se reorganizó Propaganda Fide; se puso mayor énfasis en la edificación de las Iglesias locales; actividades educativas y caritativas acompañaron a la predicación del Evangelio. Así, la buena nueva siguió llegando a un número de personas cada vez mayor, especialmente entre los pobres y los desvalidos, pero también, en algunos lugares, entre la élite social e intelectual. Se realizaron nuevos intentos de inculturación de la buena nueva, aunque no resultaron suficientes. A pesar de su plurisecular presencia y de sus esfuerzos apostólicos, la Iglesia en muchas partes se la consideraba aún extraña en Asia y, de hecho, a menudo en la mentalidad popular se la asociaba con las potencias coloniales.

Esa era la situación en vísperas del concilio Vaticano II. Sin embargo, gracias al impulso que dio el Concilio, la Iglesia comprendió mejor su misión y, de esa manera, se encendió una gran esperanza. La universalidad del plan salvífico de Dios, la naturaleza misionera de la Iglesia, y, en su interior, la responsabilidad de cada uno con respecto a las tareas tan fuertemente afirmadas en el decreto conciliar Ad gentes sobre la actividad misionera, constituyeron el marco de referencia de un nuevo compromiso. Durante la Asamblea especial, los padres testimoniaron el reciente crecimiento de la comunidad eclesial entre muchos y diversos pueblos en varias partes del continente, y al mismo tiempo lanzaron un llamamiento a nuevos esfuerzos misioneros en los próximos años, especialmente teniendo en cuenta que se están presentando nuevas posibilidades de anuncio del Evangelio en las regiones del Asia central, como por ejemplo en Siberia, o en los países que han logrado recientemente su independencia, como Kazakstán, Uzbekistán, Kirguistán, Tayikistán y Turkmenistán (25).

Un repaso de las comunidades católicas en Asia muestra una espléndida variedad por origen y desarrollo histórico, así como por las diversas tradiciones espirituales y litúrgicas de los diferentes ritos. Sin embargo, todas están unidas para proclamar la buena nueva de Jesucristo mediante el testimonio cristiano y las obras de caridad y solidaridad humana. Mientras algunas Iglesias particulares cumplen su misión en condiciones de paz y libertad, otras se encuentran en situaciones de violencia y conflicto, o se sienten amenazadas por varios grupos a causa de motivos religiosos u otras razones. En el variado mundo cultural de Asia, la Iglesia afronta retos filosóficos, teológicos y pastorales específicos, y su tarea resulta aún más difícil por el hecho de que constituye una minoría, con la única excepción de Filipinas, donde los católicos son mayoría.

En cualesquiera circunstancias, la Iglesia en Asia se encuentra insertada entre pueblos que muestran un intenso anhelo de Dios y sabe que ese anhelo puede ser plenamente satisfecho por Jesucristo, buena nueva de Dios para todas las naciones. Los padres sinodales expresaron su ardiente deseo de que esta exhortación apostólica postsinodal centrara su atención en ese anhelo e impulsara a la Iglesia en Asia a proclamar vigorosamente, con palabras y obras, que Jesucristo es el Salvador.

El Espíritu de Dios, que actúa siempre en la historia de la Iglesia en Asia, sigue guiándola, y los múltiples elementos positivos que se encuentran en las Iglesias locales, frecuentemente recordados en el Sínodo, fortalecen la esperanza de una "nueva primavera de vida cristiana" (26). Una sólida razón de esperanza es el incremento de laicos más formados, entusiastas y llenos de Espíritu, cada vez más conscientes de su vocación específica dentro de la comunidad eclesial. Entre estos en especial son dignos de encomio los catequistas (27). Además, los movimientos apostólicos y carismáticos son un don del Espíritu, dado que aportan nueva vida y vigor a la formación de los laicos, de las familias y de la juventud (28). Por último, las asociaciones y los movimientos eclesiales que se dedican a la promoción de la dignidad humana y de la justicia hacen accesible y tangible la universalidad del mensaje evangélico de nuestra adopción como hijos de Dios (cf. Rm 8,15-16).

Al mismo tiempo, hay Iglesias que viven en circunstancias dificilísimas y "están sufriendo intensas pruebas en la práctica de la fe" (29). Los padres sinodales se conmovieron por los relatos de testimonio heroico, perseverancia inquebrantable y crecimiento continuo de la Iglesia católica en China; por los esfuerzos de la Iglesia en Corea del sur para prestar asistencia al pueblo de Corea del norte; por la humilde firmeza de la comunidad católica en Vietnam; por el aislamiento de los cristianos en lugares como Laos y Myanmar, y por la difícil coexistencia con la mayoría en algunos Estados donde predominan los musulmanes (30). El Sínodo prestó también atención especial a la situación de la Iglesia en Tierra Santa y en la ciudad santa de Jerusalén, "corazón del cristianismo" (31), ciudad querida para todos los hijos de Abraham. Los padres sinodales expresaron la opinión de que la paz en la región, e incluso en el mundo, depende en gran medida de la reconciliación y de la paz por largo tiempo ausente en Jerusalén (32).

No puedo concluir esta breve visión panorámica de la situación de la Iglesia en Asia, necesariamente incompleta, sin mencionar a los santos y mártires de Asia, no sólo los declarados tales, sino también los que sólo Dios conoce. Su ejemplo es fuente de "riqueza espiritual y un gran medio de evangelización" (33). Con su silencio hablan de una forma aún más fuerte de la importancia de la santidad de vida y de que es preciso estar dispuestos a dar la vida por el Evangelio. Son los maestros y los protectores, la gloria de la Iglesia en Asia en su obra de evangelización. Juntamente con toda la Iglesia, pido al Señor que envíe aún más obreros a recoger la cosecha de almas, ya madura y abundante (cf. Mt 9,37-38). A este respecto, deseo recordar lo que escribí en la encíclica Redemptoris missio: "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica" (34). Veo que se abre un horizonte nuevo y prometedor en Asia, donde Jesús nació y donde comenzó el cristianismo.

(25) Cf. Propositio 56.
(26) JUAN PABLO II, TMA 18: AAS 87 (1995) 16.
(27) Cf. Propositio 29.
(28) Cf. Propositio nos. 29 y 31.
(29) Propositio 51.
(30) Cf. Propositio nos. 51, 52 y 53.
(31) Propositio 57.
(32) Cf. ib.
(33) Propositio 54.
(34) JUAN PABLO II, RMi 3: AAS83 (1991) 252.




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