Ireneo- Epideixis 27

La explotación de la Tierra Prometida y la peregrinación por el Desierto

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27. Cuando estaban cerca de la Tierra Prometida por Dios a Abrahán y a su posteridad, Moisés escogió a un hombre de cada tribu y les envió a explorar aquella tierra, las ciudades y sus habitantes. Entonces fue cuando Dios le reveló el único Nombre capaz de salvar a los que en Él creyeran. Moisés cambió el nombre a Oseas, hijo de Navé, uno de los exploradores, y le puso por nombre Jesús. Y Moisés les envió junto con el Poder de aquel Nombre, persuadido de que los acogería incólumes a su vuelta, por haber sido conducidos por aquel Nombre. Lo que, en efecto, ocurrió. Concluida su misión de espionaje y de exploración, regresaron trayendo un racimo de uvas; pero alguno de los doce exploradores atemorizó y alarmó al pueblo al relatar que las ciudades eran inmensas y fortificadas y que los hombres, hijos de los Titanes, tenían una estatura gigantesca y estaban capacitados para defender su tierra. Al recibir tales noticias, el pueblo lloró, resquebrajándosele la fe en aquel Dios que le fortalecía y le sometía todo el mundo. Murmuraron del país, como si no fuese bueno y como si por un país de tal naturaleza no merecía la pena correr riesgo alguno. Pero dos de entre los doce, Jesús, hijo de Navé, y Caleb, hijo de Jefoné, se rasgaron las vestiduras por el mal cometido y suplicaron al pueblo que no se abatiese y desanimase porque Dios le había puesto todo en sus manos y el país era excelente. Mas, como el pueblo no se convencía y persistía en la incredulidad, Dios desvió y cambió su itinerario para que se dispersara y le afligió en el desierto. Y contando un año por cada día de los empleados por el viaje de ida y vuelta por los que habían ido a explorar e inspeccionar el país, es decir, 40 días, Dios los tuvo cuarenta años en el desierto. Ningún adulto y en pleno uso de razón fue juzgado digno de entrar en el país por motivo de la incredulidad, excepto Jesús, hijo de Navé, y Caleb, hijo de Jefoné, que habían hablado bien de la herencia prometida, y los niños incapaces de distinguir la derecha de la izquierda. Poco a poco, el pueblo incrédulo llegó al final y, paulatinamente, pereció en el desierto, justamente castigado por su incredulidad. Los niños crecidos en estos 40 años cubrieron los lugares que habían dejado vacíos los muertos.

El Deuteronomio

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28. Transcurridos los 40 años, el pueblo llegó a las cercanías del Jordán y, reagrupándose, se alineó para la batalla frente a Jericó. Aquí, ante el pueblo reunido, Moisés evocó la historia pasada recordando las grandes hazañas de Dios hasta el presente, preparando y disponiendo a aquellos que habían crecido en el desierto a temer a Dios y a observar los mandamientos. Impuso a éstos una nueva legislación, añadiéndola a la que había establecido anteriormente. Este nuevo cuerpo legislativo lo llamó Deuteronomio, es decir Ley segunda, en el que están escritas muchas profecías referentes a Nuestro Señor Jesucristo, al pueblo, a la vocación de los gentiles y al Reino.

La distribución de la Tierra

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29. Cuando Moisés estaba a punto de acabar sus días, Dios le dijo: Sube al monte y muere en él, porque no serás tú quien entre con mi pueblo en la Tierra Prometida. Según la palabra del Señor, murió Moisés y le sucedió Jesús, hijo de Navé. Atravesó éste el Jordán, condujo al pueblo a la Tierra Prometida y, vencidos y aniquilados los siete pueblos que la habitaban, la distribuyó entre el pueblo. Allá se encuentra Jerusalén, donde reinaron David y su hijo Salomón, quien construyó el templo en el nombre de Dios a imagen del tabernáculo hecho por Moisés como tipo de las realidades celestes y espirituales.

El envío de profetas

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30. Allá a Jerusalén fueron enviados por Dios, por medio del Espíritu Santo, los profetas que aconsejaban al pueblo y lo convertían al Dios Omnipotente de sus padres; como heraldos de la revelación de Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, anunciaban que de la estirpe de David había de florecer Su cuerpo, para que fuese, según la carne, hijo de David -que era hijo de Abrahán- en virtud de una larga cadena de generaciones y, según el Espíritu, Hijo de Dios, preexistente con el Padre, engendrado antes de la fundación del mundo, y aparecido, como hombre, al mundo entero en los últimos tiempos; Él es el Verbo de Dios que recapitula en sí todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (
Ep 1,10).

La desobediencia y la Encarnación

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31. Unió, pues, al hombre con Dios y obró la comunión entre Dios y el hombre, porque no habríamos podido en absoluto obtener participación alguna en la incorruptibilidad si no hubiera venido (el Verbo) a habitar entre nosotros. Pues si la incorruptibilidad hubiera permanecido invisible y oculta, no nos hubiera sido de ninguna utilidad. Hízose, pues, visible a fin de que íntegramente (es decir, en cuerpo y alma) recibiésemos una participación de esta incorruptibilidad. Y porque, envueltos todos en la creación originaria de Adán, hemos sido vinculados a la muerte, por causa de su desobediencia, era conveniente y justo que, por obra de la obediencia de quien se hizo hombre por nosotros, fueran rotas las (cadenas) de la muerte. Y porque la muerte reinaba sobre la carne, era preciso que fuera abolida por medio de la carne, y que el hombre fuera liberado de su opresión. El Verbo se hizo carne (
Jn 1,14) para destruir por medio de la carne el pecado que por obra de la carne había adquirido el poder, el derecho de propiedad y dominio; y para que no existiese más entre nosotros. Por esta razón Nuestro Señor tomó una corporeidad idéntica a la de la primera creatura para luchar en favor de los primogénitos y vencer en Adán a quien en Adán nos había herido.

Adán y Cristo

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32. Ahora bien ¿de dónde proviene la esencia de la primera creatura? De la voluntad y de la Sabiduría de Dios y de la tierra virgen. Porque Dios aún no había enviado lluvia a la tierra -dice la Escritura- antes de que el hombre fuese plasmado y antes de que el hombre estuviese allí para cultivar la tierra (
Gn 2,5). De esta tierra, pues, todavía virgen, Dios tomó barro y plasmó al hombre, principio del género humano. Para dar, pues, cumplimiento a aqueste hombre, asumió el Señor la misma disposición suya de corporeidad, que nació de una Virgen por la Voluntad y por la Sabiduría de Dios, para manifestar también él la identidad de su corporeidad con la de Adán, y para que se cumpliese lo que en el principio se había escrito: el hombre a imagen y semejanza de Dios.

Eva y María

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33. Y así como por obra de una virgen desobediente fue el hombre herido y -precipitado- murió, así también, reanimado el hombre por obra de una Virgen, que obedeció a la Palabra de Dios, recibió él en el hombre nuevamente reavivado, por medio de la vida, la vida. Pues el Señor vino a buscar la oveja perdida, es decir, el hombre que se había perdido. De donde no se hizo el Señor otra carne, sino de aquella misma que traía origen de Adán y de ella conservó la semejanza. Porque era conveniente y justo que Adán fuese recapitulado en Cristo, a fin de que fuera abismado y sumergido lo que es mortal en la inmortalidad. Y que Eva fuese recapitulada en María, a fin de que una Virgen, venida a ser abogada de una virgen (Eva), deshiciera y destruyera la desobediencia virginal mediante la virginal obediencia. El pecado cometido a causa del árbol fue anulado por la obediencia cumplida en el árbol, obediencia a Dios por la cual el Hijo del hombre fue elevado en el árbol, aboliendo la ciencia del mal y aportando y regalando la ciencia del bien. El mal es desobedecer a Dios; el bien, en cambio, es obedecer.

La crucifixión cósmica

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34. El Verbo, preanunciando por medio del profeta Isaías los acontecimientos futuros -son profetas porque anuncian lo que va a suceder-, se expresa así: Yo no me rebelo ni contradigo. He ofrecido mis espaldas a los azotes y mis mejillas a las bofetadas; no hurtaré mi rostro a la afrenta de los esputos (
Is 50,5-6). Así pues, por la obediencia a que se sometió hasta la muerte, pendiente del madero, destruyó la desobediencia antigua cometida en el árbol. Y como el Verbo mismo Omnipotente de Dios, en su condición invisible, está entre nosotros extendido por todo este universo (visible) y abraza su largura y su anchura y su altura y su hondura -pues por medio del Verbo de Dios fueron dispuestas y gobernadas aquí todas las cosas-, la crucifixión (visible) del Hijo de Dios tuvo también lugar en esas (dimensiones, anticipadas invisiblemente) en la forma de cruz trazada (por Él) en el universo. Al hacerse en efecto visible, debió de hacer manifiesta la participación de este universo (sensible) en su crucifixión (invisible), a fin de revelar, merced a su forma visible, su acción (misteriosa y oculta) sobre lo visible, a saber, cómo es Él quien ilumina la altura -es decir, lo celeste- y contiene la hondura -las regiones subterráneas- y se extiende a lo largo desde el Oriente hasta el Ocaso y gobierna como piloto la región Norte y la anchura del Mdiodía y convoca de todas partes al conocimiento del Padre a los dispersos.

El cumplimiento de la promesa de Abrahán

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35. Se realizó así la promesa hecha por Dios a Abrahán según la cual su descendencia sería como las estrellas del cielo. Cristo cumplió la promesa naciendo de la Virgen, de la estirpe de Abrahán, y convirtiendo en luminarias del mundo a los creyentes en Él y justificando a los gentiles con Abrahán por medio de la misma fe. Abrahán creyó al Señor y le fue reputado por justicia (
Gn 15,6). Del mismo modo también nosotros somos justificados en virtud de la fe en Dios, porque el justo vivirá por la fe. La promesa de Abrahán no fue hecha por el cumplimiento de la ley sino por medio de la fe. De hecho Abrahán fue justificado por la fe: la ley no fue establecida para el justo (Gn 1). De igual forma también nosotros no somos justificados por la ley sino por la fe, que ha recibido el testimonio de la ley y los profetas y que nos presenta el Verbo de Dios.

Cristo, nacido de la Virgen de la descendencia de David

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36. Y cumplió lo prometido a David, pues Dios habíasele comprometido a suscitar del fruto de su seno un Rey eterno, cuyo reino no tendría ocaso. Este Rey es el Cristo, Hijo de Dios hecho hijo del hombre, es decir, nacido, como fruto, de la Virgen descendiente de David; y si la promesa fue del fruto de su seno -a saber un pimpollo de la concepción característica de una mujer, y no del fruto del lomo ni del fruto de los riñones, lo que es característico del varón,- era para anunciar lo que de singular y propio había en la producción de este fruto de un seno virginal procedente de David, que reina en la casa de David, por los siglos, y cuyo reino no conocerá el ocaso.

La Encarnación: destrucción de la muerte y don de la vida

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37. En tales condiciones, pues, realizaba magníficamente nuestra salvación, mantenía las promesas hechas a los patriarcas y abolía la antigua desobediencia. El Hijo de Dios se hace hijo de David e hijo de Abrahán. Para cumplir las promesas y recapitularlas en Sí mismo con el fin de restituirnos las vida, el Verbo de Dios se hizo carne por el ministerio de la Virgen, a fin de desatar la muerte y vivificar al hombre, porque nosotros estábamos encadenados por el pecado, y destinados a nacer a través del régimen del pecado y a caer bajo el imperio de la muerte.

Nacimiento, muerte y resurrección de Cristo

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38. Dios Padre, por su inmensa misericordia, envió a su Verbo creador, el cual, venido para salvarnos, estuvo en los mismos lugares, en la misma situación y en los ambientes donde nosotros hemos perdido la vida. Y rompió las cadenas que nos tenían prisioneros. Apareció su luz e hizo desaparecer las tinieblas de la prisión y santificó nuestro nacimiento y abolió la muerte, desligando aquellos mismos lazos en que nos habían encadenado. Manifestó la resurrección, haciéndose él en persona primogénito de los muertos; levantó en su persona al hombre caído por tierra, al ser elevado a él a las alturas del cielo hasta la diestra de la gloria del Padre, como había Dios prometido por medio del profeta al decir: Levantaré la tienda de David, caída en la tierra (
Am 9,11), es decir, el cuerpo que proviene de David. Nuestro Señor Jesucristo cumplió realmente esto actuando gloriosamente nuestra salvación, a fin de resucitarnos de veras y presentarnos libres al Padre. Y, si alguien no acepta su nacimiento de una virgen, ¿cómo va a admitir su resurrección de entre los muertos? Porque nada tiene de milagroso, extraño e inesperado, que resucite de entre los muertos el que no nació; ni siquiera podemos hablar de resurrección para el que vino a la existencia sin nacimiento; el innascible, en efecto, es también el inmortal, y quien no se ha sometido al nacimiento, tampoco será sujeto a la muerte. Pues quien no tomó principio del hombre, ¿cómo va a poder recibir su fin?

Cristo primogénito de toda la creación

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39. Si, pues, no nació, tampoco murió. Y, si no murió, tampoco resucitó de entre los muertos. Y, si no resucitó de entre los muertos, no es el vencedor de la Muerte ni el destructor de su imperio. Y, si no quedó vencida la Muerte, ¿cómo subiremos a la vida quienes, desde los orígnes de aquí abajo, sucumbimos al imperio de la Muerte? Según eso los que niegan al hombre la redención y no creen que Dios le resucitará de entre los muertos, desprecian también la natividad de nuestro Señor, a que por nosotros se sometió el Verbo de Dios al hacerse carne, a fin de mostrar la resurrección de la carne y tener la primacía sobre todos en el cielo: como primogénito de la mente del Padre, el Verbo perfecto dirige todas las cosas en persona y legifera en la tierra; como primogénito de la Virgen es justo, hombre santo, piadoso, bueno, agradable a Dios, perfecto en todo, libra del infierno a los que los siguen; como primogénito de los muertos es origen y señal de la vida de Dios.

La continua llamada del Verbo

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40. Así pues el Verbo de Dios ostenta el primado sobre todas las cosas, porque es verdadero hombre y admirable consejero y Dios fuerte (
Is 9,6), que llama de nuevo (con la resurrección) al hombre a la comunión con Dios para que por medio de la comunión con Él participemos en la incorruptibilidad. El que es anunciado por Moisés y por los profetas del Dios altísimo y omnipotente, Padre del universo, origen de todo, que conversó con Moisés, vino a Judea, engendrado por Dios por medio del Espíritu Santo, y nacido de la Virgen María, que era de la estirpe de David y de Abrahán, Jesús, el Ungido de Dios, el que se reveló a sí mismo como el que había sido predicho por los profetas.

La Iglesia comunica el espíritu de salvación por medio del Bautismo

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41. Juan el bautista, el precursor, cuando preparaba y disponía al pueblo para recibir el Verbo de la vida, hizo saber que éste era el Cristo sobre quien el Espíritu de Dios había descansado unido con su carne. Los discípulos y testigos de todas sus buenas obras, de su enseñanza, de su pasión, de su muerte, de su resurrección, de la ascensión al cielo después de la resurrección corporal, es decir los apóstoles, con el poder del Espíritu Santo, enviados por Él por toda la tierra, convocaron a los gentiles, enseñando a los hombres el camino de la vida para apartarlos de los ídolos, de la fornicación y de la avaricia, purificando sus almas y sus cuerpos con el bautismo de agua y de Espíritu Santo, distribuyendo y suministrando a los creyentes este Espíritu Santo que habían recibido del Señor. Así instituyeron y fundaron esta iglesia. Con la fe, la caridad y la esperanza confirmaron la llamada a los gentiles que, preanunciada por los profetas, les fue dirigida según la misericordia de Dios manifestada con su ministerio, acogiéndoles en la promesa hecha a los patriarcas, es decir, a aquellos que creyeron y amaron a Dios; y a los que viven en su santidad, la justicia y la paciencia, el Dios de todos otorgará, por medio de la resurrección de los muertos, la vida eterna; gracias a aquel que murió y resucitó, Jesucristo, al cual confió la realeza sobre todos los seres de la tierra, la autoridad sobre los vivos y los muertos, y el juicio. Los apóstoles, con la palabra de verdad, exhortaron a los gentiles a guardar su cuerpo sin mancilla en orden a la resurrección y su alma al abrigo de la corrupción.

LA DEMOSTRACIÓN PROFÉTICA (cc. 42-85)

La obra del Espíritu en los fieles y en los profetas

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42. En efecto, así deben comportarse los creyentes por el hecho de que en ellos habita permanentemente el Espíritu Santo, donado por el Señor en el bautismo y custodiado por aquel que lo recibe si es que vive en la verdad y en la santidad, en la justicia y en la paciencia. De hecho la resurrección de los creyentes es también obra de este Espíritu cuando el cuerpo acoge nuevamente al alma, y a una con ella resucita por la fuerza del Espíritu Santo y es introducido en el reino de Dios. El fruto de la bendición de Jafet es manifestado por la Iglesia en la llamada a los gentiles que viven en continua obediencia para poder habitar en la casa de Sem, según la promesa de Dios. Que estas cosas hubieran de ocurrir, lo predijo el Espíritu Santo por medio de los profetas, a fin de que cuantos sirven a Dios en la verdad tengan tengan fe firme sobre ellas. En realidad, todos estos hechos imposibles a la naturaleza humana y, por lo tanto, poco creíbles a los hombres, Dios, por medio de los profetas, los predijo mucho tiempo antes -y se realizaron a su tiempo como se había anunciado- para que, por el hecho de haber sido profetizados, y aún mucho tiempo antes, conociésemos que era Dios el que desde el principio nos había preanunciado nuestra salvación.

Identidad entre el Verbo y el Hijo de Dios, por medio del cual todo fue hecho

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43. A Dios se debe creer todo porque es veraz en todo. Y creer que un hijo existía en Dios y que existía no sólo antes de su aparición en el mundo sino también antes de que el mundo fuese creado. Y Moisés fue el primero en profetizarlo cuando escribió en hebreo: BERESIT BARA ELOVIM BASAN BENOWAM SAMENT'ARES. Y esto traducido (en armenio) significa: Un Hijo en el principio estableció Dios, luego estableció el cielo y la tierra. El profeta Jeremías lo testimonió cuando dice: Antes de la estrella matutina te he engendrado y antes del sol (es) tu nombre, es decir, antes de la creación del mundo y antes de las estrellas creadas con el mundo. Dice todavía: Dichoso Aquel que existía antes de ser hombre. Pues para Dios el Hijo fue el principio antes de la cración del mundo, pero para nosotros no existe más que desde ahora, es decir, desde cuando se ha manifestado. Antes, pues, no existía para nosotros porque no lo conocíamos. Por esto su discípulo Juan explicándonos quien es el Hijo de Dios que estaba junto al Padre antes de que el mundo fuese formado y que por su mediación todo fue creado, dice: Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él, no se hizo nada de cuanto ha sido hecho (
Jn 1,1-3). De esta forma demuestra claramente que todas las cosas han sido creadas por medio de este Verbo, el cual desde el principio estaba con el Padre, es decir, su Hijo.

El Hijo de Dios conversa con Abrahán

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44. Dice también Moisés que el Hijo de Dios se acercó a Abrahán para conversar con él: Y Dios se apareció junto al encinar de Mambré, al mediodía... Y alzando la vista vio a tres hombres de pie frente a él, se prosternó en tierra diciendo: Si realmente he hallado gracia a tus ojos... (
Gn 18,1-3). Y a continuación lo que él dijo al Señor y el Señor a él. Ahora bien, dos de los tres eran ángeles, pero el tercero era el Hijo de Dios. Con él también habló Abrahán suplicándole por los habitantes de Sodoma, para que no fuesen exterminados si al menos se encontraban allí diez justos. Mientras discurrían así sobre esto, los dos ángeles que bajaron a Sodoma fueron recibidos por Lot. A este respecto dice la Escritura: El Señor hizo llover azufre y fuego provenientes del Señor, desde lo alto del cielo, sobre Sodoma y Gomorra (Gn 19,24). Quiere decir que el Hijo, aquel mismo que conversaba con Abrahán, siendo Señor, había recibido el poder de castigar a los habitantes de Sodoma del Señor desde lo alto del cielo, del Padre, que es Señor del Universo. Abrahán, pues, era profeta y vio cuánto había de suceder en el futuro; a saber, cómo el Hijo de Dios, bajo humanas formas, conversaría con los hombres, comería con ellos, y luego ejercitaría el oficio de Juez, por el hecho de haber recibido del Padre, Señor del Universo, la autoridad para castigar a los habitantes de Sodoma.

Jacob contempla el Verbo

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45. Y también Jacob cuando viajó a Mesopotamia, le vio en sueños de pie en lo alto de la escalera, es decir, en el madero que estaba fijo de la tierra al cielo. Pues por este madero los que creen en Él ascienden al cielo, porque su pasión es nuestra ascensión. Todas las visiones de este género significan al Hijo de Dios que conversa con los hombres y está en medio de ellos. Ciertamente, no es el Padre del Universo, invisible al mundo y creador de todo, quien dice: El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies; ¿qué casa vais a edificarme o qué lugar para mi descanso? (
Is 66,1-2 Ac 7,49), y, ¿quién sostiene la tierra en un puño y el cielo en la palma de la mano? (Is 40,12); no era ciertamente Él el que estaba de pie en un pequeño espacio y conversaba con Abraham, sino el Verbo de Dios que, siempre presente en medio del género humano, nos daba a conocer anticipadamente lo que había de suceder e instruía a los hombres sobre las cosas de Dios.

El Hijo de Dios conversa con Moisés

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46. Fue Él quien en la zarza ardiente conversó con Moisés y dijo: He visto los sufrimientos de mi pueblo en Egipto y he bajado para liberarlo (
Ex 3,7-8). Él subía y bajaba para liberar a los oprimidos arrancándonos del poder de los Egipcios, es decir, de toda clase de idolatría e impiedad; salvándonos del mar Rojo, es decir, liberándonos de las turbulencias homicidas de los Gentiles y de las aguas amargas de sus blasfemias. Estos acontecimientos eran continua repetición de lo que a nosotros se refiere en el sentido que el Verbo de Dios mostraba entonces anticipadamente en tipo las cosas futuras, mientras ahora nos arranca de veras de la servidumbre cruel de los Gentiles. Y en el desierto hizo brotar con abundancia un río de agua de una roca. Y la roca es Él. Y produjo doce fuentes, esto es, la doctrina de los doce apóstoles. Y a los recalcitrantes e incrédulos los hizo morir y desaparecer en el desierto. Y a los que creían en Él, hechos niños por la malicia, los introdujo en la herencia de los Padres que recibió y distribuyó no Moisés sino Jesús; todavía más, nos ha liberado de Amaleq extendiendo sus manos, y nos condujo e hizo subir al reino del Padre.

La Unción del Verbo

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47. El Padre, pues, es Señor y el Hijo es Señor; es Dios el Padre y lo es el Hijo, porque el que ha nacido de Dios es Dios. Así según la esencia de su ser y de su poder, hay un solo Dios; pero, al mismo tiempo, en la administración de la economía de nuestra redención, Dios aparece como Padre y como Hijo. Y dado que el Padre del Universo es invisible e inaccesible a los seres creados, es por medio del Hijo como los destinados a acercarse a Dios deben conseguir el acceso al Padre. David, clara y patentemente, se expresó de este modo a propósito del Padre y del Hijo: Tu trono, oh Dios, permanece para siempre; tú has amado la justicia y detestado la iniquidad, por eso Dios te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros. Esto significa que el Hijo, en cuanto Dios, recibe del Padre, es decir, de Dios, el trono de un reino eterno y el óleo de la unción más que sus compañeros. El óleo de la unción es esl Espíritu Santo con el que es ungido, y sus compañeros son los profetas, los justos, los apóstoles y todos los que participan del reino, es decir, sus discípulos.

El primado y realeza de Cristo, Sacerdote eterno

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48. Y también dice David: Dice el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies. Desde Sión extenderá el Señor un cetro de poder; ¡domina en medio de tus enemigos! Contigo, al principio, en el día de tu poder, en el esplendor de los santos, del seno, antes de la aurora, te he engendrado. El Señor lo ha jurado y no se arrepentirá. Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec y el Señor está a tu derecha. En el día de su cólera ha quebrantizado a reyes; juzgará a las naciones, llenará de ruinas, quebrantará las cabezas de muchos sobre la tierra. En el camino beberá del torrente, por eso levantará la cabeza (
Ps 109,1-7). Mediante estas palabras, anunció que vino primero a la existencia, domina sobre los pueblos, juzga a los hombres y a los reyes, a los que aborrecen ahora y persiguen su nombre, pues esos son su enemigos. Denominándole sacerdote eterno de Dios declara la inmortalidad. Cuando dice: En el camino beberá del torrente, por eso levantará la cabeza, se refería a la exaltación gloriosa, después de su condición humana, de su humillación y abyección.

El Hijo de Dios rey universal

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49. El Profeta Isaías a su vez afirma: Así dice el Señor Dios al Ungido, mi Señor, a quien yo he tomado de la diestra para que le obedezcan las naciones (
Is 45,1; Ps.-Bern. 12,11). En cuanto a la afirmación de que el Hijo de Dios es llamado Ungido y rey de las naciones, es decir, de todos los hombres, David repite que Él es y es llamado Hijo de Dios y rey de todos con estas palabras: El Señor me ha dicho: tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré en herencia las naciones; te daré en propiedad los confines de la tierra (Ps 2,7-8). Estas palabras no fueron pronunciadas refiriéndose a David porque no gobernó todas las naciones, ni toda la tierra, sino solamente a los Judíos. Es, pues, evidente que la promesa hecha al Ungido de reinar sobre toda la tierra se refiere al Hijo de Dios, al que el mismo David reconoce como su Señor cuando escribe: Dice el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha (Ps 109,1), como poco ha hemos referido. En efecto, esto significa que el Padre conversa con el Hijo, como arriba hemos demostrado a propósito de Isaías que decía: Así dice el Señor al Ungido mi Señor: obedézcanle las naciones. Idéntica promesa aparece en ambos profetas: Él será rey; consecuentemente las palabras de Dios se refieren a una sola y a una misma persona, a saber, a Cristo, Hijo de Dios. Desde el momento que David dice: El Señor me ha dicho, es preciso afirmar que ni David ni otro profeta hablan por propia iniciativa, pues no es un hombre quien profiere las profecías, sino el Espíritu de Dios, el cual, tomando figura y una forma semejantes a las personas interesadas, hablaba en los profetas y discurría ora en nombre de Cristo ora en el del Padre.

Testimonio de los profetas sobre la preexistencia de Cristo

50
50. Oportunamente, pues, Cristo afirma por medio de David que el padre le habla a él, y por medio de los profetas dice él mismo, a su propia cuenta, las demás cosas, como, por ejemplo, entre otras en Isaías cuando escribe: Y ahora así habla el Señor, el que me plasmó para servidor suyo desde el seno materno para hacer que Jacob vuelva a él, y que Israel se le una. Yo seré glorificado a los ojos del Señor, y mi Dios será mi fuerza... Él me ha dicho: Gran cosa será para ti ser llamado siervo mío, para levantar y restablecer las tribus de Jacob y hacer volver a los preservados de Israel; te he puesto como luz de las gentes para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra (
Is 49,5-6).

El Hijo siervo del Padre

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51. Porque aquí, sobre todo, del coloquio del Padre con el Hijo y del hecho que aún antes de su nacimiento el Padre se hizo visible a los hombres, se deduce la preexistencia del Hijo de Dios; después, (también se manifiesta) aún antes de nacer, el que había de ser hombre nacido de hombres, el que Dios mismo había de plasmar del seno -es decir, que había de nacer del Espíritu de Dios- el que es Señor de todos los hombres y Salvador de los que creen en Él, de los judíos y de todos los hombres. «Israel», de hecho, es el nombre del pueblo Judío en lengua hebrea, nombre que le proviene del patriarca Jacob, que fue el primero en ser llamado «Israel». Y denomina «Gentiles» a todos los hombres. El Hijo de Dios se llama a Sí propio «siervo del Padre», a causa de su obediencia al Padre, ya que todo hijo, aun entre los hombres, es siervo de su padre.

La preexistencia a la luz de la Escritura

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52. Que Cristo, Hijo de Dios, existente antes del mundo, estaba con el Padre y junto al Padre y al mismo tiempo cercano a los hombres y en íntima unión con ellos, rey del Universo, porque el Padre le ha sometido todas las cosas, y Salvador de aquellos que creen en Él, tal es el mensaje de semejantes textos de la escritura. Porque no es nuestra intención ni está, por otra parte, dentro de nuestras posibilidades hacer unas concordancias de todos los textos bíblicos, pero con la ayuda de los pasos ya citados podrás comprender también los otros que hablan de la misma manera, mas los interpretarás a condición de que creas en Cristo y le pidas a Dios sabiduría e inteligencia para comprender cuanto fue dicho por los profetas.

El signo profético que anuncia al Mesías-Cristo y Jesús-Salvador

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53. Que este Cristo, que estaba junto al Padre, por ser el Verbo del Padre, haya debido encarnarse, hacerse hombre, someterse a la generación y al nacimiento de una Virgen y vivir entre los hombres, operando asimismo el Padre del Universo su encarnación, es lo que expresa Isaías: Pues el Señor mismo va a daros una señal; he aquí que una virgen concebirá y dará a luz a un hijo que llamaréis Emmanuel; comerá mantequilla y miel y antes de conocer o distinguir el mal, escoge el bien, porque antes que este niño conozca el bien o el mal, rechazará el mal para escoger el bien (
Is 7,14-16). Indicó que nacería de una Virgen. Significó que sería verdadero hombre por el hecho de comer y por llamarle «el infante», y hasta por imponerle su nombre. Ya que éste es un extravío aún del que ha nacido. En hebreo tiene un doble nombre: Mesías-Cristo y Jesús-Salvador. Estos dos nombres indican las obras que había de realizar. En efecto, ha recibido el nombre de Cristo, porque el Padre por su medio y teniendo en cuenta su venida como hombre ha ungido y dispuesto todas las cosas, porque fue ungido por el Espíritu de Dios su Padre, como afirma refiriéndose a Sí mismo en Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuenta que me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres (Is 61,1). Y el nombre de «Salvador» porque es causa de salvación para todos los que, desde entonces, fueron liberados por Él de toda enfermedad y de la muerte; para los que habían de creer en él después de ellos es también dador de salvación eterna.

Emmanuel: Dios-con-nosotros

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54. He aquí el por qué es llamado «Salvador». «Emmanuel» se traduce por «Dios-con-nosotros», o como expresión de buen deseo formulada por el profeta «Dios esté con nosotros». De este modo Él es la interpretación y la revelación de la «buena nueva». Por eso dice: He aquí que una Virgen concebirá y dará a Luz a un hijo (
Is 7,14). Y éste, que es Dios, tiene el destino de estar con nosotros. Y al mismo tiempo, maravillado por tal acontecimiento, anuncia lo que ha de suceder, es decir, que «Dios estará con nosotros». Y también, en torno a su nacimiento, el mismo profeta dice en otra parte: Antes de que engendre la que está en dolores y antes de que lleguen los dolores de parto, dio a luz un niño (Is 66,7). Así dio a conocer lo inesperado e inopinado de su nacimiento de la Virgen. El mismo profeta dijo aún: Un hijo nos ha nacido y un niño nos han dado, y recibió por nombre Admirable Consejero, Dios fuerte (Is 9,6).


Ireneo- Epideixis 27