Historia Eclesiástica- Eusebio de Cesarea L.1



Historia Eclesiástica

Eusebio de Cesarea

LIBRO I-III



LIBRO 1


I.- Fundamento de la promesa


1. Me he propuesto redactar las sucesiones de los santos apóstoles desde nuestro Salvador hasta nuestros días; cuántos y cuán grandes fueron los acontecimientos que tuvieron lugar según la historia de la Iglesia y quiénes fueron distinguidos en su gobierno y dirección en las comunidades más notables, incluyendo también aquellos que, en cada generación, fueron embajadores de la Palabra de Dios, ya sea por medio de la escritura o sin ella, y los que, impulsados por el deseo de innovación hasta el error, se han anunciado promotores del falsamente llamado conocimiento, devorando así el rebaño de Cristo como lobos rapaces.

2. Añadiré a todo esto los incidentes que sobrevinieron a todo el pueblo judío desde el momento de su complot contra nuestro Salvador, y también el número; el modo y el tiempo de los paganos que lucharon contra la palabra divina y la grandeza de los que en su tiempo atravesaron, por ella, la prueba de sangre y tortura; señalando además los martirios de nuestro tiempo y el auxilio benigno y favorable para con todos de nuestro Salvador. Daré comienzo a esta obra partiendo de la dispensación de nuestro Salvador y Señor Jesús, el Cristo de Dios.

3. Por lo cual la obra requiere la indulgencia de lectores benévolos para conmigo, pues confieso que presentar la obra perfecta y completa se halla más allá de nuestras fuerzas, ya que hasta el momento presente somos los primeros en entrar en esta labor como intentando seguir un sendero desierto y sin hollar. Así pues, pedimos a Dios su dirección y la ayuda del poder del Señor, pues no hemos logrado encontrar ninguna huella de hombres que nos hayan precedido en este sendero, a no ser por las pequeñas indicaciones que de modos diversos nos han dejado algunos relatos parciales de los tiempos pasados alzando sus voces desde lejos a modo de una antorcha desde lo alto de un punto lejano clamando y exhortándonos, desde una torre, cómo nos es necesario caminar y dirigir la senda de la palabra sin error ni peligro.

4. Nosotros, habiendo recogido de estos testimonios todo lo que consideramos útil para la presente obra, y como si lamiéramos de prados espirituales los dichos apropiados de los antiguos escritores, intentaremos conferirle forma histórica, contentándonos al recobrar, si no todas, por lo menos las más notables de las sucesiones de los apóstoles de nuestro Salvador, las que todavía se recuerdan en la iglesias más insignes.

5. Considero que es absolutamente necesario que trabaje en esta obra, pues no conozco ningún escritor eclesiástico que se haya preocupado en escribir acerca de este tema. Así pues, confío en que se mostrará sumamente beneficiosa para aquellos que tienen empeño en adquirir conocimientos históricos.

6. Ya narré brevemente todas estas cosas en los Cánones Cronológicos que redacté, pero sin embargo he resuelto componer esta obra, mucho más completa.

7. Tal como ya mencioné, empezaré con la dispensación y la divinidad de Cristo, que superan la capacidad humana.

8. Pues quien pretenda redactar los orígenes de la historia eclesiástica será necesario que empiece rigurosamente con la primera dispensación de Cristo mismo (ya que de Él tenemos el honor de recibir el nombre), que es más divino de lo que a muchos parece.



II.- Resumen de los aspectos principales de la preexistencia y de la divinidad de nuestro Salvador y Señor, el Cristo de Dios


1. La naturaleza de Cristo es doble: una es como la Cabeza del Cuerpo (por la que le reconocemos Dios); la otra es comparable a los pies (la que tomó forma de hombre con las mismas pasiones que nosotros para nuestra salvación). Por ello nuestra declaración de lo siguiente será completa si tomamos como punto de partida lo principal y lo más prominente de toda su historia. Así también quedará demostrada la antigüedad, juntamente con el carácter divino de los cristianos, ante los que suponen que son recientes y extraños, que no salieron a luz antes de ayer.

2. Ningún tratado sería suficiente para exponer el linaje, la dignidad, la esencia y la naturaleza de Cristo; por esto el Espíritu divino dice en su profecía: «Su generación, ¿quién la contará?» Porque nadie conoció al Padre, sino el Hijo, ni nunca nadie conoció al Hijo debidamente, sino solamente el Padre que lo engendró.

3. ¿Quién, excepto el Padre, hubiera sido capaz de considerar con pureza la luz previa al mundo, la sabiduría inteligente y real antes de los siglos, el Verbo vivo que es Dios y se encuentra desde el principio con el Padre, el primero y único Hijo de Dios, anterior a toda creación y producción de todas las cosas tanto visibles como invisibles, el capitán del ejército espiritual e inmortal del cielo, el ángel consejero, el servidor del Padre en su plan inefable, el hacedor de todas las cosas con el Padre, la causa segunda del universo después del Padre, el verdadero y unigénito hijo de Dios, el Señor, el Dios y el Rey de toda criatura, que ha recibido del Padre la soberanía, la supremacía, la propia divinidad, el poder y el honor? Porque acerca de su divinidad en las Escrituras leemos: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.»

4. También dice esto el gran Moisés, siendo el profeta más antiguo, cuando esboza, por el Espíritu divino, la formación y la ordenación del universo: El creador y hacedor de todas las cosas permitió únicamente al Verbo, divino y primogénito, formar las criaturas inferiores. Y comenta con Él acerca de la creación del hombre: «Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza».

5. Otro profeta refuerza esta afirmación hablando de Dios en sus himnos del modo siguiente: «Porque Él dijo, y fue hecho; Él mandó, y fue creado.»Por un lado presenta al Padre y creador como soberano universal, actuando como espíritu real, y por otro lado, al Verbo divino (el mismo que nos ha sido anunciado) como segundo después de Él, realizando las órdenes del Padre.

6. Y ya desde el principio de la creación del hombre lo reconocieron, al verlo con los ojos puros de su mente, todos los que se dice que destacaron en la justicia y la excelencia de la piedad: los seguidores del gran siervo Moisés. Abraham, el primero antes de él, sus hijos y todos aquellos que posteriormente demostraron ser justos y profetas. Los cuales le rindieron la veneración debida al Hijo de Dios.

7. Asimismo Él, no olvidando en modo alguno la piedad al Padre, vino a ser, para todos los hombres, maestro del conocimiento del Padre. Así pues, se menciona que el Señor Dios fue visto semejante a un hombre común por Abraham, que estaba sentado junto a la encina de Mambre. Pero Abraham, a pesar de verlo con sus ojos como un hombre, echándose inmediatamente a sus pies le adora como a Dios, le suplica como al Señor, y manifiesta que no desconoce su personalidad, ya que menciona sus propias palabras: «El juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?»

8. Por lo tanto, si es contra toda razón que el Ser no engendrado e inmutable de Dios omnipotente se transforme en apariencia de hombre o que burle los ojos de los que le contemplan con una visión semejante a la de un ser engendrado, e incluso que la Escritura presente tales relatos (aparentemente mitológicos), ¿a qué otra persona puede anunciar como Dios y Señor que juzga toda la tierra y lleva a cabo la justicia y además es visto en forma de hombre, si no es voluntad divina que sea llamado la causa primera del universo, sino sólo a su Verbo preexistente? También se habla acerca de Él en los Salmos: «Envió su palabra, y los sanó, y los libró de su ruina.»

9. Moisés con suma claridad lo anuncia Señor, segundo después del Padre, al decir: «Entonces el Señor hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte del Señor». De nuevo, cuando aparece en forma humana a Jacob, la Escritura divina lo proclama Dios, diciéndole: «No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios...»; y entonces «llamó Jacob el nombre de aquel lugar "Visión de Dios ; porque dijo: Vi a Dios cara a cara, y fue librada mi alma».

10. Y ciertamente tampoco es correcto conjeturar acerca de las apariciones divinas mencionadas, pensando que son ángeles inferiores y servidores de Dios, porque siempre que uno de ellos se aparece a los hombres, la Escritura no lo oculta, sino que los llama ángeles (no Dios ni Señor) como es fácil demostrar con millares de testimonios.

11. También Josué, el sucesor de Moisés, lo llama príncipe de las fuerzas del Señor, habiéndolo visto únicamente en forma y apariencia de hombre; y así lo considera jefe de los ángeles y arcángeles de los cielos y de las potestades superiores, la fuerza y la sabiduría del Padre y quien ha recibido la segunda soberanía y autoridad sobre todas las cosas.

12. Acerca de esto está escrito: «Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano. Y Josué, yendo hacia él, le dijo: ¿Eres de los nuestros, o de nuestros enemigos? El respondió: No; mas como Príncipe del ejército del Señor he venido ahora. Entonces Josué, postrándose sobre su rostro en tierra, le adoró; y le dijo: ¿Qué dice mi Señor a su siervo? Y el Príncipe del ejército del Señor respondió a Josué: Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo».

13. Por estas mismas palabras entenderás que no se trata de otro, sino del mismo que también se dirigió a Moisés, porque la Escritura usa los mismos vocablos: «Viendo el Señor que él iba a ver, lo llamó el Señor de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.»

14. Además de las pruebas aportadas, que demuestran que en verdad hay un ser vivo y que existe antes del mundo, el cual sirvió al Padre y Dios de todo el universo en la creación de toda criatura, y es llamado Verbo y Sabiduría de Dios, también encontramos a nuestra disposición el oírlo de la misma Sabiduría, la cual, por medio de Salomón, nos acerca a su misterio: «Yo, la sabiduría, habito en la cordura, y hallo la ciencia de los consejos. Por mí reinan los reyes, y los príncipes determinan justicia. Por mí dominan los príncipes, y todos los gobernadores juzgan la tierra».

15. Y a estas palabras añade: «El Señor me creó como principio de sus caminos para sus obras, me estableció antes de los siglos. En el principio, antes que hiciera la tierra, antes que brotasen las fuentes de las aguas, antes que los montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido yo engendrada. Cuando formaba los cielos, allí estaba yo; cuando afirmaba las fuentes bajo el cielo, con Él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de Él en todo tiempo, cuando se regocijaba por su universo terminado».

16. Con estas pocas palabras hemos demostrado que el verbo divino era preexistente y hemos mencionado a quienes se apareció (ya que no se apareció a todos).

17. Pero la razón por la cual no fue anunciado anteriormente a todo hombre del mismo modo que lo es ahora, tal vez quede demostrada con la siguiente explicación: la vida de los hombres en la antigüedad no era capaz de retener la enseñanza de Cristo, lleno de sabiduría y virtud.

18. Pues, efectivamente, el primer hombre, después de su tiempo inicial de vida colmada de bendiciones, se precipitó en este modo de vivir mortal y perecedero, despreocupándose de la instrucción divina, y tomó esta tierra maldita a cambio de la vida regalada con Dios. Y los que vinieron después de él poblaron toda nuestra tierra y demostraron ser en gran manera peores asumiendo una forma de vivir animal e insoportable (exceptuando uno o dos casos excepcionales).

19. Y pasaban la vida como nómadas duros e incultos en un desierto, sin concebir siquiera la idea de ciudades, o constituciones u oficios, ni preocupándose del saber, de las leyes o juicios ni del honor. e incluso desconociendo el mismo nombre de la filosofía. Pervirtieron los razonamientos naturales y toda semilla intelectual y civilizada, propios del alma del hombre, por su exceso de maldad tomada deliberadamente. Además se dieron completamente a todo tipo de impiedad, de manera que tan pronto se pervertían unos a otros, como se mataban practicando incluso el canibalismo. Finalmente alcanzaron el colmo de su desfachatez al pretender luchar contra Dios y contra los gigantes conocidos por todos, y proyectaron, en el extravío de su mente, fortificar la tierra contra el cielo disponiéndose para combatir contra el que está por encima de todas las cosas.

20. Mas Dios, que cuida de todas las cosas, persigue a los que obran de este modo con inundaciones y con fuego consumidor como a un bosque salvaje dispersado por toda la tierra. Por esto también a ellos les oprimió con hambres, pestes y guerras, e incluso fulminándolos desde lo alto, como si tratara una horrible y muy dura enfermedad del alma con los medios de corrección más amargos.

21. Cuando la cumbre de la maldad estaba ya por lanzarse sobre todos, sofocando y oscureciendo el alma de casi todos los hombres a modo de una horrible embriaguez, la Sabiduría de Dios, su primogénito, el Verbo preexistente (movido por su supremo amor para con los hombres), se apareció a los seres inferiores como poder de Dios para su salvación -a uno o dos de los antiguos hombres que amaban a Dios-, ya sea por visiones de ángeles o a través de sí mismo; y lo hizo en forma de hombre, porque sólo de ese modo podía revelarse a ellos.

22. Cuando la semilla de la piedad fue infundida por ellos a muchos hombres y un pueblo entero, de los primeros hebreos, se acercó sobre la tierra a la piedad, Dios, a través del profeta Moisés, les dio unas imágenes y símbolos de un sábado misterioso, y les concedió el poder ver otras visiones espirituales, pero no todo el misterio claramente, ya que muchos seguían en sus antiguas costumbres.

23. Entonces su legislación fue conocida y se extendió como viento fragante divulgándose entre todos los hombres, de manera que los espíritus de ellos y los de la mayoría de los paganos fueron refrenados por legisladores y filósofos de todas partes, hasta el punto en que la crueldad salvaje y animal se convirtió en mansedumbre, y de este modo incluso tenían, entre ellos, paz profunda, amistad y tratos. Fue en esta situación cuando, finalmente, en el principio del Imperio Romano, el mismo maestro de virtudes, el servidor del Padre en todo el bien, el divino y celestial Verbo de Dios se reveló a todos los otros hombres, a todos los pueblos de la tierra, estimándolos listos y aptos para recibir el conocimiento del Padre, y esta revelación la llevó a cabo un hombre en absoluto diferente a nosotros en lo que se refiere a sustancia corporal, que cumplió y sufrió todas las cosas conforme a las profecías, las cuales anunciaban con anterioridad que un hombre y Dios a la vez se hallaría en esta vida, sería autor de obras maravillosas, y sería dado a conocer como maestro de la piedad del Padre para todos los pueblos; además, también proclamaban la maravilla de su nacimiento, su nueva enseñanza, sus admirables obras, la manera en que murió, la resurrección de entre los muertos y, sobre todas estas cosas, su restablecimiento divino en el cielo.

24. El profeta Daniel, comprendiendo por el Espíritu divino el reinado fmal del Verbo, inspirado, describe la visión divina con términos humanos, diciendo: «Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos, y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia; su trono llama de fuego, y las ruedas del mismo, fuego ardiente. Un río de fuego procedía y salía de delante de él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de él; el Juez se sentó, y los libros fueron abiertos.»

25. Y sigue: «Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran: su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.»

26. Todas estas cosas se refieren claramente a nuestro Salvador, el Verbo divino que desde el principio estaba con Dios, al cual llama Hijo del Hombre por su encarnación.

27. Puesto que ya reuní todas las profecías concernientes a nuestro Salvador Jesucristo en otros comentarios, y habiendo demostrado con mayor exactitud lo que hemos mencionado acerca de Él, nos contentaremos con lo dicho en la presente obra.



III Cómo el nombre de Jesús, e incluso el de Cristo, eran conocidos desde el principio y venerados por los profetas inspirados por Dios


1. Éste es el momento oportuno para mostrar que los nombres de Jesús y de Cristo ya eran verdaderos incluso entre los antiguos profetas, amigos de Dios.

2. Moisés fue el primero en reconocer cuán sumamente augusto y glorioso es el nombre de Cristo, cuando ministró los modelos de cosas celestiales, los símbolos y las imágenes misteriosas, de acuerdo con el oráculo que dice: «Mira y haz todas las cosas conforme al modelo que se te ha mostrado en el monte»;y comentando acerca del sumo sacerdote de Dios, le llama Cristo, dentro de las probabilidades humanas; y así, además del honor y la gloria, añade el nombre de Cristo a esta dignidad del sumo sacerdocio, la cual, a sus ojos, es superior a cualquier cargo principal entre los hombres. Así ciertamente conocía el carácter divino de Cristo.

3. Moisés también conoció anticipadamente el nombre de Jesús, por el Espíritu de Dios, y de nuevo lo tuvo como un privilegio insigne. Así pues, nunca antes se pronunció este nombre a los hombres hasta que Moisés lo conoció, y él por primera vez concedió este título sólo a la persona que, según la figura y el símbolo, había de sucederle en el mando supremo después de su muerte.

4. En efecto, no usó con anterioridad el nombre de Jesús, sino el de Ausé (el que recibió de sus padres). Pero Moisés, cuando lo llama Jesús, le concede un precioso honor en gran número superior a una corona real; y lo hace porque el mismo Jesús, hijo de Yavéh, llevaba la imagen de nuestro Salvador, el cual, después de Moisés y de haber concluido el culto simbólico entregado por él, fue el único que había de recibir el mando de la verdadera y más pura piedad.

5. De esta manera, a modo de un supremo honor, Moisés dio el nombre de nuestro Salvador Jesucristo a aquellos dos hombres que en verdad y en gloria sobrepasaban a todo el pueblo, es decir, el sumo sacerdote y el que tomaría el mando después de él.

6. Es evidente que los profetas posteriores proclamaron a Cristo nombrándolo de antemano, y asimismo dieron testimonio del complot que en contra de él habían de llevar a cabo los judíos, y del llamamiento a las naciones por medio de él. En una ocasión Jeremías dice: «El aliento de nuestras vidas, el ungido del Señor, de quien habíamos dicho: A su sombra tendremos vida entre las naciones, fue apresado en sus lazos.» Pero en otro momento David, perplejo, dice: «¿Por qué se amotinan las gentes y los pueblos piensan vanidad? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra el Señor y contra su ungido» (Sal. 2:1, 2); y continúa hablando de la persona de Cristo: «El Señor me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme y te daré por herencia las naciones y por posesión tuya los confines de la tierra.»

7. Pero entre los hebreos no sólo se ordenaba con el nombre de Cristo a los que eran honrados con el sumo sacerdocio y eran ungidos como símbolo con el óleo preparado, sino también a los reyes, los cuales, por el Espíritu de Dios, eran hechos símbolos de Cristo, pues en ellos mismos llevaban las imágenes del poder real y soberano del único y verdadero Cristo, del Verbo divino que gobierna sobre todas las cosas.

8. También conocemos que algunos profetas, por la unción, llegaron a ser cristos figurativamente, de manera que todos ellos señalan al verdadero Cristo, el Verbo divino y celestial, el cual es el único sumo sacerdote del universo, y el único rey de toda la creación y de todos los profetas, el único sumo profeta del Padre.

9. Esto es confirmado por el hecho de que ninguno de los antiguos ungidos simbólicamente (ni sacerdotes, ni reyes, ni profetas) jamás obtuvo una potestad de la virtud divina semejante a la que demostró poseer nuestro Salvador y Señor Jesús, el único y verdadero Cristo.

10. Pero ninguno de ellos, aunque brillando por su dignidad y su honor sobre los suyos en numerosas generaciones, en ninguna ocasión atribuyó el nombre de cristianos a sus súbditos, como extendiendo la figura del nombre de Cristo. Ellos tampoco recibieron el honor y la adoración de sus súbditos, ni éstos estaban dispuestos a morir por el hombre que honraban Y tampoco tuvo lugar en toda la tierra una conmoción tan grande por ninguno de ellos, pues el poder del símbolo que ellos tenían no era suficiente como para actuar del modo que lo hizo la presencia de la verdad demostrada por medio de nuestro Salvador.

11. Y éste a pesar de que no tomó los símbolos y las imágenes del sumo sacerdote de nadie; ni descendía de sacerdotes según la carne; ni tomó poder real llevado por un cuerpo de guardia de hombres, ni fue un profeta como los antiguos; ni ostentó dignidad o presidencia alguna entre los judíos; fue honrado por el Padre en todas estas cosas, pero no simbólicamente sino en la realidad.

12. No obstante, aunque no recibió honores semejantes a los que hemos expuesto, es proclamado Cristo mucho más que los otros, y al ser él el único y verdadero Cristo de Dios, llenó todo el mundo de cristianos, que es un nombre precioso y santo. Ahora ya no ha dado figuras ni imágenes a los suyos, sino las propias virtudes descubiertas y la vida celestial en la doctrina de la verdad.

13. Y recibió la unción, no la preparada físicamente, sino la divina, por el Espíritu de Dios, y por la participación en la divinidad no engendrada del Padre. Esto enseñaba Isaías cuando clamaba como si hablara el mismo Cristo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos».

14. Pero no sólo Isaías; David también se dirige al propio Cristo y dice: «Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de tu Reino. Has amado la justicia y aborrecido la maldad; por tanto, te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.»La palabra en el primer versículo lo llama Dios, y en el segundo le honra con el cetro real.

15. En tercer lugar, después de su poder divino y real, presenta al Cristo ungido, no con aceite material, sino con el aceite divino del regocijo; con lo que indica su carácter extraordinario, superior y distinguido por encima de los antiguos, que fueron ungidos más corporalmente a través de imágenes.

16. También en otra parte da a conocer más detalles acerca de Cristo con las siguientes palabras: «El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies»; y: «De mi seno te engendré antes del alba; y juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec.»

17. Y este Melquisedec es considerado en las Escrituras sacerdote del Dios Altísimo, pero sin haber sido designado con unción preparada, ni siquiera perteneciendo al linaje de la sucesión sacerdotal de los hebreos; por esta razón nuestro Salvador es llamado con juramentos Cristo y sacerdote según el orden de Melquisedec, y no según el orden de los otros que rechazaron símbolos y figuras.

18. Por lo cual la historia no nos ha dado a conocer que Cristo fuera ungido por los judíos y ni que procediera de la tribu de los sacerdotes, sino que vino del mismo Dios antes del lucero de la mañana, es decir, antes de la creación del mundo, y que obtuvo un sacerdocio inmortal y eterno, conservándolo por los siglos sin fin.

19. La evidencia más clara e importante de su unción inmaterial y divina es que de todos los hombres de su tiempo y de los que han existido hasta hoy en toda la tierra, sólo Él es llamado y confesado como Cristo, y todos dan testimonio de Él con este nombre, recordándolo así tanto los griegos como los bárbaros.Además, todavía hoy entre sus seguidores, en toda la tierra, es honrado como rey, es contemplado como siendo superior a un profeta y es glorificado como el verdadero y único sumo sacerdote de Dios; y, por encima de todo esto, es adorado como Dios por ser el Verbo Divino preexistente, anterior a todos los siglos, y habiendo recibido del Padre el honor de ser objeto de veneración.

20. Y lo más singular de todo es que los que estamos consagrados a Él no le honramos solamente con la voz o con los sonidos de nuestras palabras, sino con una completa disposición del alma, llegando incluso a preferir el martirio por su causa a nuestra propia vida.



IV.- Cómo el carácter de la religión anunciada por Cristo a todas las naciones no era nuevo ni desconocido


1. Todo esto sea suficiente como prólogo de la historia, para que nadie piense que nuestro Salvador y Señor Jesucristo sea de existencia reciente al considerar el tiempo de su encamación. Pero para que nadie suponga que la enseñanza de Cristo es nueva o extraña, como si fuera forjada por un hombre joven, sin diferenciarse de los demás hombres, detengámonos en este tema en breves palabras.

2. De este modo, hace poco la venida de nuestro Señor Jesucristo a todos los hombres resplandeció, pero ya ha surgido (de acuerdo con las inefables predicciones en el tiempo) un pueblo que todos consideran nuevo. No es pequeño ni débil; tampoco se ha establecido en una nación de la tierra, sino que es el más religioso y numeroso de todos los pueblos, imperecedero e invencible, porque siempre encuentra su socorro en Dios, el cual es honrado por todos con el nombre de Cristo.

3. También uno de los profetas, cuando vio antes de tiempo por los ojos del Espíritu de Dios, esto que había de acontecer, exclamó asombrado: «¿Quién oyó cosá semejante? ¿Quién vio tal cosa? ¿Concibió la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez?» El mismo en otro lugar indica también el nombre que había de recibir, cuando dice: «A mis siervos se les llamará por un nombre nuevo, que será bendito sobre la tierra.»

4. Aunque claramente somos nuevos y el nombre de cristianos se ha conocido recientemente entre todas las naciones, vamos a demostrar que nuestra vida, y también el carácter de nuestro comportamiento, de acuerdo con la religión, no ha aparecido simultáneamente con nosotros, sino que prosperó desde la primera creación del hombre, y debido al sentido común de los hombres antiguos amigos de Dios.

5. Los hebreos no son un pueblo nuevo, sino que siempre ha sido honroso entre todos los hombres por su antigüedad. Sus escritos y tratados se refieren a hombres antiguos (esparcidos y escasos) eminentes en piedad, en justicia y en toda otra virtud; algunos fueron anteriores al diluvio, pero otros después entre los hijos de Noé y sus descendientes, pero muy especialmente Abraham, al cual se jactan los hebreos de tener por padre.

6. Si alguien afirmara que todos estos hombres que dieron testimonio por su justicia, desde Abraham hasta el primer hombre, fueron cristianos en sus obras, sin serlo de nombre, no se hallará lejos de la verdad.

7. Pues lo que el nombre significa es que el cristiano, a causa del conocimiento de Cristo y de su enseñanza, se distingue por su sensatez, por su justicia, por la constancia de su carácter, por el valor de su virtud y por la confesión de un solo Dios sobre todas las cosas; y aquellos hombres tenían celo por todas estas cosas en nada inferior al nuestro.

8. Ciertamente no se preocupaban de la circuncisión corporal, ni en observar los días de reposo y de la abstención de unos y otros alimentos como tampoco nosotros, pues todas estas cosas fueron instituidas primeramente por Moisés para que fueran cumplidas en simbolismo; pero ahora los cristianos no las llevamos a cabo.Sin embargo, reconocieron al Cristo de Dios cuando, como ya hemos demostrado, se apareció a Abraham, deliberó con Isaac, habló con Israel y conversó también con Moisés y con los profetas posteriores.

9. Con todo esto verás que aquellos amigos de Dios también son dignos del nombre de Cristo, de acuerdo con la palabra dicha acerca de ellos: «No toquéis -dijo- a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas.»

10. De tal modo, que claramente se da a entender que la primera y más antigua religión, hallazgo de aquellos amigos de Dios seguidores de Abraham, es justamente la enseñanza de Cristo que ahora se anuncia a todos los pueblos.

11. Pero aunque se diga que Abraham recibió el mandamiento de la circuncisión largo tiempo después, se debe recordar que enteramente ya fue dado testimonio de su justicia por la fe, así: «Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.»

12. Siendo él justificado así antes de la circuncisión, Dios (éste era el Cristo, el Verbo de Dios) se le apareció y le dio a conocer el oráculo acerca de los que habían de ser justificados del mismo modo posteriormente; a ellos les prometió como sigue: «Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra»; y «habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra.»

13. Por lo tanto, es justo creer que esto se ha cumplido en nosotros, pues él fue justificado por la fe en Cristo, el Verbo de Dios que se le apareció; y después de abandonar las supersticiones de sus padres y su previa vida extraviada, habiendo confesado que Dios es uno en todas las cosas, le sirvió con obras de virtud, pero no por las prácticas de la Ley de Moisés que fue posterior; y también a él, tal como era, se lo anunció: que todas las tribus de la tierra y toda nación serían bendecidos en él.

14. Y precisamente, en nuestros días, sólo los cristianos por toda la tierra habitada practican aquella forma de religión de Abraham con los hechos, que son más radiantes que las palabras.

15. De este modo, ¿qué obstáculo nos queda ya para no reconocer que el modo de vida y la religión de los que seguimos a Cristo son exactamente los mismos que los de los antiguos amigos de Dios? Por lo tanto, hemos demostrado que la religión que hemos recibido por la enseñanza de Cristo no es nueva ni extraña, sino que, hablando con claridad, es la primera, la única y la verdadera sea esto suficiente.



V.- Sobre el tiempo en que Cristo se apareció a los hombres


1. Después de este preámbulo imprescindible para la composición de la historia eclesiástica propuesta por nosotros, proseguimos, como si emprendiéramos una travesía con la manifestación de nuestro Salvador en carne, tras invocar en nuestro auxilio, y para la veracidad de la exposición, al Dios Padre del Verbo y a su siervo Jesucristo, Salvador y Señor nuestro, el celestial Verbo de Dios.

2. Así pues, nuestro Señor y Salvador Jesucristo nació, de acuerdo con las profecías, en Belén de Judá, en el año 42 del reinado de Augusto, y en el año 28 del sometimiento de Egipto y muerte de Antonio y Cleopatra (con ello se extinguía la dinastía egipcia de los Ptolomeos), en el primer censo, siendo Cirenio gobernador de Siria.

3. Flavio Josefo, el más insigne historiador judío, también recuerda este censo de Cirenio; y además se refiere a otros acontecimientos relativos a una secta de galileos que surgió en aquel tiempo, la cual también menciona mucho Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles: «Después de éste, se levantó Judas el galileo, en los días del censo, y llevó en pos de sí a mucho pueblo. Pereció también él, y todos los que le obedecían fueron dispersados.»

4. De acuerdo con todo esto, el autor mencionado añade, en el libro 18 de sus Antigüedades, las siguientes palabras textualmente: «Pero Cirenio, miembro del Senado, después de pasar por todos los demás cargos, siendo un cónsul grande por su dignidad, vino a Siria con unos pocos hombres, enviado por César como juez dc la nación y censor de los bienes.»

5. A continuación dice: «Pero Judas el galaumita, de la ciudad de Gaula, tomando consigo al fariseo Sadoc, inició una revuelta arguyendo que el censo sólo conducía a la esclavitud, y exhortaba al pueblo a preocuparse por la libertad.»

6. Y él mismo escribe acerca de este tema, en la segunda historia de Las guerras de los judíos, lo siguiente: «Entonces, un hombre galileo, llamado Judas, instigó a una revuelta a los habitantes del país, acusándoles porque se sometían al pago del tributo de los romanos y soportaban soberanos mortales después de Dios.». Todo esto según Josefo.



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