Historia Eclesiástica- Eusebio de Cesarea L.2 c.26


XXVI.- Cómo los judíos sufrieron muchísimos males, y cómo suscitaron su última guerra contra los romanos


1. Josefo, cuando refiere con gran cantidad de detalles las desgracias que sobrevinieron a todo el pueblo judío, dice, junto con muchas otras cosas, que los más ilustres judíos, tras ser atormentados con los azotes, fueron crucificados por Floro en la propia Jerusalén. Añade también que Floro era gobernador de Judea cuando se inició nuevo de la guerra en el duodécimo año del imperio de Nerón.

2. A continuación dice que, después de la revuelta de los judíos, una terrible confusión agobió a toda Siria. Todos los de esta raza eran ultrajados cruelmente por doquier por los mismos ciudadanos, como si fueran enemigos, de modo que se veían las ciudades llenas de cadáveres sin sepultura. Cuerpos de ancianos muertos se hallaban lanzados junto con los niños, y de mujeres con sus vergüenzas descubiertas, y la provincia entera estaba repleta de desgracias inexplicables. No obstante, la fuerza de lo que se estaba forjando era peor que los crímenes del momento. Hasta aquí Josefo.
Ésta era la situación en que se encontraban los judíos.



LIBRO 3



I.- Lugares en los que los apóstoles predicaron a Cristo


1. Así, pues, se hallaban los judíos cuando los santos apóstoles de nuestro Salvador y los discípulos fueron esparcidos por toda la tierra. Tomás, según sostiene la tradición, recibió Partia; Andrés, Escitia, y Juan, Asia, y allí vivió hasta morir en Éfeso.

2. Pedro parece que predicó en el Ponto, en Galacia, en Bitinia, en Capadocia y en Asia a los judíos en la dispersión y, finalmente, cuando llegó a Roma, fue crucificado invertido, como él mismo había creído conveniente padecer.

3. ¿Qué diremos de Pablo, el cual, partiendo de Jerusalén y hasta el Ilírico, llevó a término el evangelio de Cristo y al final fue martirizado en Roma durante el reinado de Nerón? Estos detalles los cuenta Orígenes literalmente en el tomo III de sus Comentarios al Génesis.



II.- Quién fue el primero en dirigir la iglesia de Roma


1. Lino fue el primero en ser elegido para el episcopado de la iglesia de Roma después del martirio de Pablo y de Pedro. Esto lo recuerda Pablo al escribir a Timoteo desde Roma, en la salutación al final de la espístola.



III.- Acerca de las epístolas de los apóstoles


1. Sólo se reconoce una Epístola de Pedro. Ésta la usaban los antiguos ancianos como irrefutable en sus propias obras, pero la que llaman Segunda Epístola no ha sido aceptada como testamentaria. No obstante, ya que muchos la han considerado útil, ha sido respetada junto con las otras Escrituras.

2. Referente a los Hechos que llevan su nombre, al Evangelio llamado con su nombre, a la predicación que dice ser suya y al escrito que llaman Apocalipsis, nos consta que no aparece en absoluto en los escritos apostólicos, porque ningún escritor eclesiástico, antiguo o contemporáneo, se ha servido jamás de testimonios procedentes de ellos.

3. Más adelante en esta historia haré a propósito que, con las sucesiones, se muestren también los escritos eclesiásticos que en cada época utilizaron los libros que se han discutido, cuáles usaron y qué dicen con relación a los libros testamentarios admitidos y acerca de los que no lo son.

4. No obstante, las obras que se llaman de Pedro, de las que sólo una epístola se conoce como auténtica y admitida entre los antiguos ancianos, son las ya mencionadas.

5. Pero las catorce Epístolas son claras y evidentemente de Pablo, aunque no sería justo olvidar que algunos no han aceptado la Epístola a los Hebreos arguyendo que la iglesia de Roma niega que sea de Pablo. En el momento conveniente explicaré lo que comentaron acerca de esta epístola los autores anteriores a nosotros. De ningún modo he recibido entre los discutidos a los Hechos que dicen ser de él.

6. Ya que el mismo apóstol, en su salutación final de la Epístola a los Romanos, hace mención, junto con otros, de Hermas (de quien, según dicen, es el libro del Pastor), es preciso ser consciente de que mientras unos lo rechazan y por su causa no lo incluye entre los aceptados, otros lo han considerado en extremo necesario, muy especialmente para aquellos que necesitan una introducción inicial. Por ello, nos consta que se ha utilizado públicamente en las iglesias y entendemos que ya lo usaron los más antiguos escritores.

7. Todo esto sea suficiente a modo de exposición de las Escrituras de Dios indiscutidas de las que no todos aceptan.




IV.- Acerca de la primera sucesión apostólica


1. Ciertamente, que Pablo predicó a los gentiles y estableció los fundamentos de las iglesias, desde Jerusalén avanzando hasta el Ilírico, es evidente por sus propias palabras y por lo que relata Lucas en los Hechos.

2. De lo que dice Pedro en su Epístola (la que ya mencionamos y que es aceptada) que escribe a los hebreos de la dispersión en el Ponto, en Galacia, en Capadocia, en Asia y en Bitinia, se aprecia con plena certidumbre en qué regiones predicó él mismo a Cristo y dio a conocer la Palabra del Nuevo Testamento a los de la circuncisión.

3. Pero no es fácil dar el número y el nombre de los convertidos en hombres esforzados y sinceros que fueron estimados como capacitados para apacentar las iglesias que fundaron los apóstoles, si no es por lo que se recoge de las palabras de Pablo.

4. De hecho hubo muchísimos colaboradores suyos y, como él mismo los llama, compañeros de milicia. A los más de ellos los tiene por dignos de recuerdos indestructibles, incluyendo extensamente su testimonio en su propia Epístola; y, además, también Lucas en los Hechos enumera los discípulos de Pablo, indicando su nombre.

5. Así pues, explica que Timoteo fue el primer escogido para el episcopado de la religión en Éfeso, y que Tito lo fue en las iglesias de Creta.

6. Lucas, procedente de una familia de Antioquía, y siendo médico, acompañó a Pablo la mayor parte del tiempo. No obstante, su contacto con los restantes apóstoles no fue accidental; de ellos asimiló la terapéutica de las almas, de la que nos ha transmitido algunas muestras en los libros divinamente inspirados: en el Evangelio, del cual da testimonio que lo compuso de acuerdo con lo que le entregaron los que desde el principio presenciaron los hechos y se convirtieron en servidores de la Palabra, y a todos ellos dice que siguió atentamente desde el primer momento; y en los Hechos de los Apóstoles, que redactó, ya no siguiendo de oídas, sino con los detalles que recogió con sus propios ojos.

7. Además, se dice que habitualmente Pablo mencionaba este Evangelio como si fuera suyo propio cada vez que escribía: «conforme a mi Evangelio».

8. De los demás seguidores de Pablo, hay testimonios de que Crescente fue enviado por él a las Galias, y Lino, el que menciona que está con él en Roma en la Segunda Epístola a Timoteo, vimos claramente que fue el primero en recibir el episcopado de la iglesia en Roma después de Pedro.

9. Pero Pablo también da testimonio de que Clemente (el cual, a su vez, fue establecido tercer obispo de la iglesia de Roma) fue su colaborador y compañero de combate.

10. A todo esto cabe añadir aquel areopagita llamado Dionisio, del cual Lucas escribió en los Hechos, que fue el primer creyente después del discurso de Pablo a los atenienses en el Areópago. Además, otro antiguo Dionisio, pastor de la región de Corinto, dice que este areopagita fue el primer obispo de Atenas.

11. Ahora bien, ya iremos mencionando a su tiempo todo lo concerniente a la sucesión de los apóstoles según avancemos en el camino. Ahora sigamos el curso de la narración.



V.- Acerca de los últimos tormentos de los judíos después de Cristo

1. Tras ostentar Nerón el poder durante trece años, y habiendo tenido lugar los reinados de Galba y de Otón en el espacio de un año y seis meses, Vespasiano, que había sido notable en los ataques a los judíos, fue designado emperador en Judea una vez que se le nombró públicamente como jefe supremo del ejército que le había acompañado a aquel lugar. Inmediatamente salió para Roma y confió la guerra contra los judíos en manos de su hijo Tito.

2. Ahora bien, los judíos, después de la ascensión de nuestro Salvador, culminaron su crimen contra él con la concepción de innumerables maquinaciones contra sus apóstoles. El primero fue Esteban, al cual aniquilaron con piedras; luego Jacobo, hijo de Zebedeo y hermano de Juan, que fue decapitado; y finalmente Jacobo, el que fue escogido en primer lugar para el trono episcopal de Jerusalén, después de la Ascensión de nuestro Salvador, y que murió del modo mencionado. Todos los demás apóstoles fueron amenazados de muerte con innumerables maquinaciones, y fueron expulsados de Judea y se dirigieron a todas las naciones para la enseñanza del mensaje con el poder de Cristo, que les había dicho: «Id, y haced discípulos a todas las naciones».

3. Además de éstos, también el pueblo de la iglesia de Jerusalén recibió el mandato de cambiar de ciudad antes de la guerra y de vivir en otra ciudad de Perea (la que llaman Pella), por un cráculo transmitido por revelación a los notables de aquel lugar. Así pues, habiendo emigrado a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, como si los hombres santos hubiesen dejado enteramente la metrópoli real de los judíos y toda Judea, la justicia de Dios vino sobre los judíos por el ultraje al que sometieron a Cristo y a sus apóstoles, e hizo desaparecer totalmente de entre los hombres aquella generación impía.

4. En los relatos que escribió Josefo se describen con toda exactitud los males que en ese momento sobrevinieron a todo el pueblo judío en todo lugar; cómo principalmente los habitantes de Judea fueron agobiados hasta el extremo de las desgracias; cuántos miles de jóvenes y de mujeres, juntamente con sus niños, cayeron a espada, por hambre y por muchos otros tipos de muerte; cuántos y cuáles ciudades de Judea fueron sitiadas; cuán grandes desgracias, y más que desgracias, presenciaron los que fueron en su huida a Jerusalén, ya que era la metrópoli más fuerte; el desarrolllo de la guerra y lo que tuvo lugar en ella en cada momento; y, finalmente, cómo la abominación desoladora que proclamaron los profetas se asentó en el mismo templo de Dios, en gran manera notable antiguamente; y entonces sufrió todo tipo de destrucción hasta su desaparición final por el fuego.

5. Merece la pena señalar que el mismo autor afinuia que los que, procedentes de toda Judea, se apiñaron en los días de la fiesta de la Pascua, en Jerusalén, como en una prisión, usando sus propias palabras, fueron alrededor de tres millones.

6. Era preciso, pues, en los mismos días en los que habían llevados cabo la Pasión del Cristo de Dios, bienhechor y Salvador de todos, que, como encerrados en una prisión, recibieran el azote que les daba alcance viniendo de la justicia Divina.

7. Así pues, dejando aparte los acontecimientos que les sobrevinieron y cuántas veces fueron entregados a espada o de diversos modos, sólo me ha parecido oportuno mostrar las desgracias originadas por el hombre, a fin de que los que obtengan este escrito vean, parcialmente, cómo les daba alcance al poco tiempo el castigo procedente de Dios por causa de su crimen cometido en contra del Cristo de Dios.




VI.- Acerca del hambre que angustió a los judíos


1. Toma, pues, entre tus manos el libro V de de las Guerras de los judíos de Josefo y lee la tragedia que sucedió entonces: «Para los ricos, quedarse significaba la perdición, pues con la excusa de deserción mataban a cualquiera por causa de sus bienes. Con el hambre crecía también la demencia de los rebeldes y cada día ambas se enardecían terriblemente.

2. »El trigo no era visible en lugar alguno, pero ellos se lanzaban dentro de las casas y las registraban. Cuando lo encontraban los maltrataban por haber negado, pero si no lo hallaban, los atormentaban por haberlo escondido con tanta precaución. La evidencia de tener o no tener eran los cuerpos de los desafortunados: los que todavía se mantenían en pie daban la impresión de poseer gran cantidad de alimentos; sin embargo, los que ya estaban consumidos, los dejaban, pues creían que no era lógico matar a los que estaban a punto de morirse de necesidad.

3. »Muchos cambiaban furtivamente sus posesiones por una medida de trigo, los más ricos; o de cebada, los más pobres. Luego, encerrándose en lo más recondito de sus casas, y debido al escozor de la necesidad, algunos comían el grano crudo y otros lo cocían a medida que lo requería la necesidad y el temor. Tampoco se ponía la mesa.

4. »Pues sacando del fuego los alimentos aún crudos, se los tragaban. La comida era miserable ala visión conmovedora; los más fuertes abusando, los más débiles quejándose.

5. »El hambre supera todo sufrimiento, pero nada destruye tanto como el honor, pues aquello que de otro modo se aceptaría como digno de consideración, en esta situación se menosprecia. Las mujeres por ejemplo, quitaban la comida de la boca de sus maridos, los hijos de la de los pobres, y lo más deplorable, las madres de Las de sus niñitos, y a pesar de que los seres más queridos se iban acabando entre sus manos, ningún tropiezo existía para llevar las últimas gotas de vida.

6. »Y aunque comían de este modo, no pasaban desapercibidos y los rebeldes en todo lugar se cansaban sobre estas presas. En el momento que observaban una casa cerrada, era indicio de que los que se hallaban en el interior estaban provistos de alimentos, y en seguida, cargándose las puertas, arremetían hacia dentro, y únicamente les quedaba aferrarse a las gargantas para sacarles el bocado.

7. »Azotaban a los ancianos que retenían los alimentos, y a las mujeres que ocultaban entre sus manos lo que les quedaba, les arrancaban la cabellera. No existía la compasión ni para los ancianos ni para los niños, sino que, alzando a los niños que no soltaban su bocado, los lanzaban contra el suelo. Pero aun eran más inhumanos con aquellos que anticipaban su llegada y se habían tragado lo que ellos les iban a arrebatar, pues se consideraban agraviados.

8. »Ideaban terribles métodos de tortura para encontrar los alimentos Cerraban la uretra de los desafortunados con granos de legumbres y les atravesaban el recto con palos afilados. Se sufrían tormentos aterradores para el oído simplemente hasta conseguir la confesión de un solo pan o para revelar un solo puñado de harina.

9. »Pero los torturadores no sufrían el hambre (pues su crueldad sería menor si se encontraban en necesidad), porque practicando su demencia iban procurándose de antemano provisiones para los días que tenían que llegar.

10. »Iban al encuentro de los que durante la noche salían arrastrándose hasta la avanzada romana para reunir legumbres silvestres y hierbas. Y cuando ya creían que habían burlado a los enemigos, entonces les arrebataban lo que llevaban, y por mucho que suplicaran invocando por el sagrado nombre de Dios para que les dieran alguna porción de lo que habían traído, estando en tan grande peligro, ni así se lo daban, y podían contentarse si no parecían además de ser despojados».

11. Además de otros detalles, añade lo siguiente: «A los judíos les truncaron, junto con las salidas, toda esperanza de salvación, y el hambre, descendiendo por cada casa y en cada familia, consumía al pueblo. Las estancias se llenaban de mujeres y de niños de pecho que habían perecido, y los callejones de ancianos muertos.

12. »Los niños y los jóvenes, hinchados como sombras, pasaban por las plazas y caían donde les sobrevenía el dolor. Los enfermos eran incapaces de sepultar a sus familiares, y los que podían se negaban por la gran cantidad de cadáveres y su propio destino dudoso. Muchos, pues, caían sin vida al lado de los que acababan de enterrar, mientras que otros muchos se dirigían a sus sepulcros antes que la necesidad lo prescribiera.

13. »En todas estas desgracias no había canto fúnebre ni lamento. En su lugar, el hambre censuraba al sufrimiento, y los que morían observaban con ojos secos a los que les habían precedido en la muerte. Un profundo silencio y una noche colmada de muerte encerraba la ciudad.

14. »Pero lo más terrible eran los ladrones. Pues, entrando en las casas, a modo de saqueadores de tumbas, despojaban a los cadáveres y, tras retirar las cubiertas de los cuerpos, salían riéndose. También probaban el filo de sus espadas con los cadáveres y, con su prueba del hierro, atravesaron a algunos que, aunque habían caído, estaban vivos.»No obstante, si alguien les suplicaba que hicieran uso de sus espadas y de su fuerza en él, lo abandonaban al hambre, ignorándole. Y todos los que expiraban fijaban su mirada en el templo dejando vivos a los rebeldes.

15. »Los propios rebeldes primero ordenaban sepultar a los muertos, a cargo del tesoro público, porque no aguantaban el hedor. Pero, posteriormente, cuando ya no se daba abasto, los lanzaban por encima de las murallas a los precipicios. Tito, cuando los vio llenos de cadáveres y el espeso líquido que fluía de los cuerpos en putrefacción, se lamentó, y alzadas sus manos tomó a Dios por testigo de que no era obra suya.»

16. Al cabo de otras cosas acaba diciendo: «No podría retenerme de mencionar lo que me indican mis sentimientos. Es mi opinión que si los romanos se hubieran retardado en su ataque contra los ofensores, una sima hubiera abatido la ciudad, o hubiera sido inundada, o los rayos de Sodoma le hubieran dado alcance, porque esa generación era mucho más impía de lo que fueron los que llevaron estos castigos. De este modo, por causa de la demencia de ellos, todo el pueblo pereció con ellos.»

17. En el libro VI también escribe como sigue: «De los que murieron por el hambre en la ciudad el número era ilimitado, y los sufrimientos que tuvieron lugar, indescriptibles. En toda casa, si en algún lugar se vislumbraba una mera sombra de comida, se entablaba una guerra y llegaban a las manos los que más se querían, con el fin de arrancarse el misersable recurso de vida. La necesidad no tenía confianza ni siquiera en los moribundos.

18. »Los ladrones inspeccionaban también a los que estaban por morirse, por si se diera el caso de que mantenían algún alimento escondido entre los pliegues de su vestido pretendiendo estar muertos. Algunos, boquiabiertos por la falta de alimento, semejantes a perros rabiosos, iban tropezando y, desencajados, arremetían contra las puertas a modo de borrachos y, en su debilidad, penetraban en las mismas casas dos y hasta tres veces en una hora.

19. »Por la indigencia se ponían cualquier cosa en la boca, y si lograban reunir algo indigno, incluso para los animales irracionales más inmundos, se lo llevaban para comérselo. De este modo, al final ya no se retenían ante sus cinturones ni zapatos, y sacando las pieles de sus escudos, las devoraban. Algunos se alimentaban también con pedazos de hierba vieja, mientras que otros, recogiendo fibras de plantas, vendían una ínfima parte por cuatro dracmas áticos.

20. » ¿Y qué diremos de la desvergüenza de la gente desalentada por el hambre? Porque estoy a punto de poner de manifiesto unos actos que no se hallan registrados ni entre los griegos ni entre los bárbaros, escalofriantes para contarlos e increíbles para escucharlos. Por mi parte, para que no considerasen que estoy inventando para el futuro, con mucho gusto ignoraría tal desgracia si no se diera el caso de que dispongo de innumerables testigos contemporáneos. Y, por otro lado, concedería a mi patria un favor estéril si dejara en silencio sus sufrimientos reales.

21. »Así pues, una mujer residente en el otro lado del Jordán, de nombre María, hija de Eleazar, de la aldea de Batezor (que quiere decir «casa de Hisopo»), distinguida por su familia y su riqueza, se refugió en Jerusalén con la restante multitud y con ellos sufría el asedio.

22. »Los tiranos le robaron todas las otras posesiones que ella había aprovisionado y transportado desde Perea hasta la ciudad. El resto de sus bienes y algo de comida que vieron los hombres armados que entraba cada día, se lo fueron quitando. La indignación de aquella mujer era terrible, y a menudo vituperaba y maldecía a los bandidos con el único resultado de excitarlos contra su persona.

23. »Y como fuere que nadie la mataba (exasperados o compadecidos), y fatigada de buscar alimentos para otros, pues de todos modos ya era imposible buscar, oprimiéndole el hambre las entrañas y la médula y más enfurecida que hambrienta, se hizo de la ira y de la necesidad como consejeros, apresuró contra la naturaleza y, agarrando a su hijo de pecho, dijo:

24. »"¡Desventurada criatura! En la guerra, en el hambre y en la revuelta, ¿para quién te cuidaré? Si llegamos a parar vivos en las manos de los romanos, la esclavitud. Pero el hambre llega antes que la esclavitud y los rebeldes son más terribles que ambas opciones. ¡Venga, pues! Sé mi alimento, la maldición de los rebeldes y un mito para el mundo; ¡lo único que faltaba a la desgracia de los judíos!"

25. »Mientras decía esto mató a su hijo. Luego lo asó y se comió una mitad, pero el resto lo ocultó. Al punto acudieron los rebeldes y notaron el hedor del malvado sacrificio, la amenazaron con degollarla inmediatamente sino les indicaba lo que había preparado. Ella, respondiéndoles que para ellos guardaba una bella porción, les descubrió lo que había quedado de su hijo.

26. »Un escalofrío y un gran estupor se apoderó de ellos en aquel mismo momento y se quedaron clavados ante aquella visión. Pero ella les dijo: "Es mi hijo, mi obra. Comed, pues yo también me he alimentado. No seáis más débiles que una mujer ni más compasivos que una madre. Pero si vosotros sois piadosos y no aceptáis mi sacrificio, yo ya comí en vuestro lugar, el resto quede también para mí."

27. »Después de estos acontecimientos, ellos salieron temblando; fue la única vez que tuvieron miedo y que, de mala gana, dejaron para la madre semejante alimento. Inmediatamente, la ciudad fue llena de repugnancia y cada cual se estremecía cuando se imaginaban como suyo aquel crimen.

28. »Los hambrientos tenían deseo de morirse y celebraban a los que se habían anticipado en la muerte, antes de oír y presenciar tan grandes males.»




VII.- Acerca de las profecías de Cristo


1. Éste fue el castigo que recibieron los judíos por su delito y su impiedad para con el Cristo de Dios. Pero merece la pena afladir la verdadera profecía de nuestro Salvador, con la que manifestaba los mismos acontecimientos, cuando profetizaba como sigue: «Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.»

2. Sumando el número de todos los muertos, dice el mismo escritor que por el hambre y por la espada cayeron un millón cien mil personas, y el resto de rebeldes y de ladrones, denunciándose unos a otros tras ser tomada la ciudad, fueron ejecutados; los jóvenes más altos y notables por su belleza corporal los guardaban para la ceremonia del «triunfo», y del resto de la multitud, -los mayores de diecisiete años-, unos cuantos fueron enviados cautivos a los trabajos forzados de Egipto y la mayoría fueron distribuidos entre las regiones para morir en el teatro, por el hierro o por las fieras; pero los menores de dicisiete años fueron llevados como presos de guerra para ser vendidos. Estos solos ya sumaban unos noventa mil hombres.

3. Todo esto tuvo lugar así en el segundo alio del reinado de Vespasiano, coincidiendo con las profecías de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el cual, gracias a su divino poder, ya lo vio de antemano como si fueran presentes, y lloró y se lamentó de acuerdo con la Escritura de los santos evangelistas, que también aportan las palabras que dijo refiriéndose a Jerusalén:

4. «¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, yte sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti».

5. También cuando se refería al pueblo: «Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.» Y de nuevo: «Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejérritos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.»

6. Quien compare las palabras de nuestro Salvador y las otras descripciones del autor sobre toda la guerra, ¿cómo no ha de maravillarse y de admitir que la presciencia y la profecía de nues1ro Salvador son verdaderamente Divinas y sobrenaturalmente extraordinarias?

7. Por ello, sobre lo que sobrevino a toda la nación después de la Pasión del Salvador y de aquellas voces con las que el pueblo judío requería que fuera librado de la muerte el ladrón y homicida y que se aniquilara al autor de la vida, nada cabe añadir a la narración.

8. A pesar de ello, sería justo añadir cuanto se refiere al amor para con los hombres de la entera Providencia, que aplazó la ruina de los malvados durante cuarenta años después de su audacia contra Cristo. Y a lo largo de estos cuarenta años muchos apóstoles y discípulos, y el propio Jacobo (primer obispo del lugar, llamado hermano del Señor), que todavía vivían y habitaban en la misma ciudad de Jerusalén dando sus discursos, permanecían en el lugar como muro fortificado.

9. La visitación de Dios, hasta el momento, ejercía su larga paciencia por si pudieran arrepentirse de sus hechos y alcanzar con ello el perdón y la salvación.
Además de esta paciencia extraordinaria, les concedía extrañas señales divinas de lo que les acontecería de no arrepentirse. El autor que hemos citado también estimó dignas de recuerdo estas señales. Nada más oportuno que referirlas a los que leen este texto.




VIII.- Acerca de las señales anteriores a la guerra


1. Lee, pues, lo que Josefo expone en el libro VI de su Guerras de los judíos con las siguientes palabras: «Precisamente entonces los engañadores y los falsos acusadores de Dios seducían al pueblo infeliz, por lo que no prestaban atención ni daban crédito a los manifiestos prodigios que indicaban la cercana desolación, sino que, como pasmados como un rayo y como desprovistos de ojos y de alma, menospreciaban los mensajes de Dios.

2. »Sirvan como ejemplo un astro que se paró sobre la ciudad y muy parecido a una espada, y un cometa que fue prolongándose hasta un año. En otra ocasión cuando, antes de la revuelta de los tumultos anteriores a la guerra, habiéndose congregado el pueblo para la fiesta de los ácimos, a la hora novena de la noche del octavo día de Jantico resplandeció una luz tan fuerte sobre el altar y en el templo que pareció ser de día, y este fenómeno se prolongó durante media hora. A los inexpertos les pareció buen presagio, pero los escribas lo entendieron correctamente antes de que aconteciera.

3. »Y durante la misma fiesta, una vaca que el sumo sacerdote llevaba para el sacrificio, parió un cordero en medio del templo.

4. »Además, la puerta inferior de oriente, a pesar de ser de bronce macizo, de haber sido cerrada después de la tarde por veinte hombres con mucho esfuerzo, de estar reforzada con cerrojos fijados con hierro y de tener unos goznes bien sujetos, se vio cómo se abría por sí sola durante la noche a la hora sexta.

5. »Pocos días después de la fiesta, el veintiuno del mes de Artemisio, apareció un fantasma demoníaco increíblemente enorme. Pero lo que vamos a explicar parecería un extraño prodigio si no lo explicaran los que lo presenciaron y si el sufrimiento que siguió no fuera digno de tales indicios. Así pues, antes de ponerse el sol, se pudieron ver carros y escuadrones armados en el aire por toda la región que se movían entre las nubes circundando las ciudades.

6. »Y durante la noche de la fiesta llamada de Pentecostés, cuando los sacerdotes entraban en el templo (como de costumbre) con el fin de llevar a cabo su servicio, dicen que en primer lugar oyeron tumultos y ruidos de golpes, y después una voz compacta: "¡Vayámonos de aquí!"

7. »Pero lo que es más espantoso: un hombre llamado Jesús de Anamías, un particular de oficio campesino, pues había la costambre de que todos montaran una tienda para Dios, fue a la fiesta cuatro años antes de la guerra, cuando la ciudad se hallaba en la mayor paz y esplendor. De pronto empezó a dar voces en el templo: "¡Voz de oriente! ¡Voz de los cuatro vientos! ¡Voz sobre Jerusalén y el templo! ¡Voz sobre recién desposados! ¡Voz sobre todo el pueblo!" Y fue vociferando por todo el pueblo y callejones día y noche.

8. »Pero ciertos ciudadanos ilustres, enojados por el mal agüero, agarrando a ese hombre, le atormentaron, causándole numerosas heridas. Él, no obstante, como no hablaba para sí ni de lo suyo propio, siguió gritando a los presentes con las mismas palabras de antes.

9. »Luego los magistrados, creyendo (como era en realidad) que la agitación de aquel hombre era demoníaca, le llevaron a presencia del procurador romano. Allí, y a pesar de ser azotado y con heridas hasta los huesos, no hizo ninguna súplica ni derramó una sola lágrima, sino que en lo posible tomó su voz en lamento, respondiendo a cada golpe: "¡Ay, ay, de Jerusalén!"».

10. Josefo también cuenta otro hecho más extraño que todo esto, cuando dice que en las Sagradas Escrituras se halla un oráculo que afirma que en aquel tiempo alguien de aquella región gobernaría el mundo. Él llegó a la conclusión de que se cumplía con Vespasiano.

11. No obstante, Vespasiano no gobernó todo el mundo, únicamente lo que estaba bajo el mando romano. Sería más apropiado referirlo a Cristo, a quien el Padre dijo: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra»; y por ese tiempo «por toda la tierra salió la voz (de los santos apóstoles) y hasta el extremo del mundo sus palabras».




IX.- Acerca de Josefo y de sus escritos


1. A todo esto cabe añadir algo acerca de Josefo (que tanto ha aportado a esta obra que tienes en las manos), su país y su familia. De nuevo es él quien nos lo refiere: «Josefo, hijo de Matías, sacerdote de Jerusalén, que en un principio luchó contra los romanos y finalmente fue dejado en manos de los sucesos posteriores debido a la necesidad.»

2. Fue el hombre más famoso de los judíos de su época, y no sólo entre los de su misma raza sino incluso entre los romanos. Hasta tal grado fue su reconocimiento, que se le honró con la erección de una estatua en Roma, y sus obras fueron veneradas como dignas de una biblioteca.

3. Redactó todas sus Antigüedades de los judíos en veinte libros completos; Las guerras de los judíos de su época, en siete, los cuales, según su propio testimonio, los compuso no sólo en griego sino también en su lengua materna. Ciertamente, por todo lo demás, es digno de confianza.

4. Hay aún otros dos libros suyos dignos de consideración: Sobre las Antigüedades de los judíos, en los que se halla su respuesta al gramático Apión, que acababa de componer un tratado contra los judíos, e incluso contra otros que por su parte también habían intentado desacreditar las costumbres patrias del pueblo judío.

5. En el primero de estos dos libros determina el número de los escritos que pertenecen al llamado Antiguo Testamento, explicando cuáles son los indiscutibles entre los hebreos por pertenecer a una larga tradición, con las siguientes palabras:




X.- Cómo cita Josefo los libros divinos


1. «Entre nosotros no hay millares de libros discordantes y contradictorios entre sí, sino que existen sólo veintidós que poseen el registro de todo tiempo y que se tienen por divinos con justicia.

2. »De éstos, cinco son de Moisés, y contienen las leyes y la tradición de la creación hasta la muerte de Moisés. Comprende un período de casi tres mil años.

3. »Los profetas posteriores a Moisés escribieron en trece libros cuanto acaeció en sus épocas, abarcando desde la muerte de Moisés hasta la de Artajerjes (rey de los persas sucesor de Jerjes). Los cuatro restantes contienen himnos a Dios y consejos de vida para los hombres.

4. »A partir de Artajerjes y hasta nuestros días, también se ha escrito todo; pero, al no darse con exactitud la sucesión de los profetas, no es digno de la misma confianza que merece lo anterior.

5. »Porque en la práctica se demuestra cómo nos acercamos a nuestras propias Escrituras. Pues al cabo de tanto tiempo ya nadie ha osado añadir, sacar o cambiar nada de ellas, sino que a todos los judíos, ya desde su nacimiento, les resulta natural creer que estas Escrituras son decretos de Dios y perseverar en ellas hasta, si es preciso, morir de buen grado por ellas».

6. Las palabras del autor expuestas de este modo tendrán su utilidad. Josefo también trabajó en otra obra no exenta de importancia Sobre la supremacía de la razón, la que algunos titularon Macabeos porque contiene las luchas que los hebreos sostuvieron con gran valor por la piedad a Dios y que se hallan en los escritos llamados De los Macabeos.

7. También al final del libro XX de sus Antigüedades, indica que ha de escribir en cuatro libros, siguiendo las creencias patrias de los judíos, acerca de Dios, de su esencia y de las leyes, puesto que, según ellas, ciertas cosas se pueden hacer y otras resultan prohibidas. Él mismo, en otros trabajos, menciona otras obras suyas.

8. Para terminar vale la pena exponer también las palabras suyas que aparecen al final de sus Antigüedades, a fin de dar una garantía a los testimonios que he tomado. Así pues, en su acusación contra Justo de Tiberíades (que como él mismo, había intentado redactar los sucesos de aquella época) diciendo que no escribía la verdad, tras considerar otros muchos argumentos, añade las siguientes palabras:

9. «Yo no tengo temor como tú acerca de mis escritos, porque entregué mis libros a los emperadores cuando los hechos todavía eran casi visibles, pues sabía a ciencia cierta que conservaba la tradición de la verdad, y no estaba equivocado cuando esperaba conseguir su testimonio.

10. »Asimismo, presenté mi narración a muchos otros; algunos incluso resulté que habían estado en la guerra, como por ejemplo el rey Agripa y algunos de su misma familia.

11. »También el emperador Tito quiso que la información de estos hechos se diera al pueblo solamente a través de estos escritos, de modo que incluso firmó con su propia mano la orden de publicación. El rey Agripa escribió sesenta y dos cartas con el fin de dar testimonio de la veracidad de estos libros». Josefo también cita dos de estas cartas. De todos modos, lo mencionado acerca de él es ya suficiente. Prosigamos, pues, con nuestra obra.



Historia Eclesiástica- Eusebio de Cesarea L.2 c.26