Juan Avila - Audi FIlia 35

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CAPITULO 35: Que la propia conciencia del que quiere seguir la virtud le da testimonio de ser nuestra fe verdadera;

y cómo el amor de ia mala vida es impedimento para la recibir y grande parte para la perder.



Cuanto los testigos, son más cercanos y más conocidos, tanto suele ser más creído su testimonio, si ellos traen verdad. Y por esto, ya que se os ha dicho de algunos medios que son testigos de nuestra verdad, oíd ahora de otros, no de pasado, sino de presente, y tan cercanos de vos, que estén en vuestro mismo corazón, si los queréis recibir; y que tengáis particular conocimiento de ellos, pues lo tenéis de lo que pasa en vuestro corazón. Lo cual va fundado en la palabra que el Señor dijo (Jn 7,17): Si alguno quisiere hacer la voluntad de mi Padre, aquel tal conocerá de mi doctrina si es de Dios. Bendito seas, Señor, que tan fiado estás de la justicia de esta tu causa, que es la verdad de tu doctrina, que dejas la sentencia de ella en manos de quienquiera que sea, amigo o enemigo, con sola esta condición, que el que quisiere ser de ella juez, quiera hacer la voluntad de Dios, que es que el hombre sea virtuoso y se salve.

Cierto es así, que si un hombre que quisiese de verdad ser bueno para con Dios, y para consigo, y para con los prójimos, y quisiese buscar la mejor doctrina que hubiese para lo ser, si a este tal le pusiesen delante todas las Leyes y doctrinas que en el mundo hay, verdaderas y falsas, a ninguna de las cuales él estuviese aficionado o apasionado, sino que mirase a la sola verdad, este tal, dejadas todas las otras, echaría mano del Evangelio y doctrina cristiana, si la entendiese, como de cosa que le puede encaminar a lo que desea, mejor que otra ninguna. Y como fuere obrando la virtud que desea, irá experimentando la eficacia de esta doctrina, y cuan a propósito es de lo que al ánima cumple, cuan medida viene para remediar sus necesidades, y en cuan breve tiempo y con qué claridad le ayuda a ser virtuoso. De arte, que viniendo este hombre por la misma experiencia de la virtud de esta doctrina, confesará, como dice el Señor, que es doctrina venida de Dios; y dirá lo que dijeron unos que oyeron predicar a Jesucristo nuestro Señor (Jn 7,46): Nunca tan bien ha hablado hombre en el mundo. Y si los que no conocen a Cristo por fe oyesen aquella admirable y caritativa voz, que el mismo Señor dijo con grande clamor (Jn 7,38): Si alguno ha sed, venga a Mí y beba; y si quisiesen venir a probar la hartura y experiencia de acuesta doctrina con deseos de ser virtuosos, cierto no quedarían en su ceguedad e infidelidad.

Mas como son amigos de mundo, y no de verdadera y perfecta virtud, ni buscan con cuidado la certidumbre de la verdad y conocimiento de Dios, quédanse sin oírla y sin recibirla. Y aunque la oyesen, no la recibirían algunos, por ser contraria a las cosas que ellos desean. Que por esto dijo el Señor a los fariseos las palabras que ya otra vez hemos dicho (Jn 5,44): ¿Cómo podéis vosotros creer, pues que buscáis honra unos de otros, y no buscáis la honra que de sólo Dios viene? Y no sin gran peso dijo San Pablo (1Tm 6,10), que algunos habían perdido la fe, siguiendo la avaricia. No porque se pierda luego la fe, pecando un hombre en cualquier pecado que sea, si no fuere herejía, mas porque un corazón aficionado a cosas del mundo, y desaficionado de la virtud, como halle en la doctrina cristiana verdades contrarias a los malos deseos de su corazón, y que condena con tan graves penas lo que él desea hacer, busca poco a poco otras doctrinas que no le den mal sabor, ni le ladren contra los malos deseos y obras. Y así el corazón mal aficionado suele ser causa para cegar el entendimiento, y acabar con él a que deje esta fe que ladra contra la maldad, y siga y crea otras doctrinas con que él esté descansado, y con que viva como desea. Y pues la voluntad mala es medio para que, quien tiene la fe, algunas veces la pierda, también lo será para no la recibir el que no la tiene. Porque los unos y los otros tienen fastidio de la perfecta virtud, sin alegar otra causa, sino porque es desabrida o muy buena; y así también tienen fastidio de la verdad de la fe, por ser tan contraria a la maldad que ellos aman.



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CAPITULO 36: Que la admirable mudanza de los corazones de los pecadores,

y los favores grandes que el Señor hace a los que, siguiéndolo con perfecta virtud, le llaman en sus necesidades, es grande testimonio de la verdad de nuestra fe.

¡ Cuan mejor librados son los que, con deseo de servir a Dios, han elegido acuesta verdad! Aunque todos los que le sirven gocen, si atentos quisieren estar, de muchos testimonios que la fe tiene en su corazón, mas principalmente gozan de acuesto los que le sirven con aprovechada virtud; muchos de los cuales se vieron primero en estado muy miserable, hechos esclavos de la maldad, y tan aficionados a ella, que parecía estar su corazón transformado en ella, y con tanta determinación a obrar, que por lanzas, como dicen, se metieran por cometerla. Mas estos miserables cautivos, y tan flacos para se libertar de un tirano tan fuerte, unas veces por oír un sermón (Por oír un sermón de San Ávila se convirtió a la santidad San Dios, en Granada; y por otro, San Francisco de Borja) otras por se confesar (Por una confesión que hizo con el mismo San Ávila se convirtió doña Sancha Carrillo, a quien va dirigido este libro) otras por sola la inspiración de Dios, y otras por otros medios que en la Iglesia católica hay, sintieron dentro de sí una poderosísima mano, que cautivando a quien los tenía cautivos, sacó a ellos del cautiverio de la maldad en que estaban, y les mudó el corazón tan verdaderamente mudado, que muchas veces, en menos tiempo que un mes y que una semana, se han visto más aborrecedores de la maldad, que eran primero amadores de ella, diciendo, de corazón (Ps 118,163): Aborrecido he la maldad, y abominádola he, y he amado a tu ley; y tan de verdad, que están determinados de no cometer un pecado por vida ni muerte, ni tierra ni cielo, ni por cosa criada, como dice San Pablo (Rm 8,38). ¿Quién hizo acuesta tan maravillosa y tan buena mudanza en tan breve tiempo? ¿Quién sacó agua de peña tan dura? ¿Quién resucitó a, muerto tan miserable, dándole vida tan excelente? No otro, cierto, sino la mano de Dios creído y amado, como en la Iglesia cristiana Católica se cree y se ama; y por medios que la doctrina cristiana tiene y enseña.

Y si este trato así comenzado pasa adelante, como en muchos pasa, que dejadas todas las cosas se emplearon en vacar a su Dios, que les quebrantó sus cadenas (Ps 115,16), y comenzaron a caminar por el desierto de la vida espiritual, y estrecho camino que lleva a la vida (Mt 7,14), aunque muchas veces se vieron en grandes aprietos y en tempestades tan bravas que, como dice David (Ps 106,27), hacen perder el tino y tragan la sabiduría de los que navegan; mas llamando a su Jesús, que es guía de su camino, y otras veces con recibir el socorro de los Sacramentos, y otras veces con oír o leer palabras de Dios, o con otros medios que en la Iglesia hay, se hallaron tan maravillosamente favorecidos en la tribulación, que viendo la bonanza del mar de su corazón tan súbita, dicen lo que los Apóstoles (Mt 8,27): ¿Quién es Acueste, a quien los vientos y mar obedecen? Verdaderamente es el Santo Hijo de Dios.

San Bernardo cuenta lo que él muchas veces había probado, que Jesús, invocado en verdad, es remedio y medicina contra todas las enfermedades del ánima. Y lo que este Santo dijo, experimentó y probó, acaeció a otros muchos primeros y postreros que él; entre los cuales San Jerónimo es un testigo digno de toda fe; el cual, como arriba dijimos, cuenta de sí que viéndose en tribulación de su carne, sin hallar remedio en cosa hecha, ni saber ya más qué hacer, lo halló en echarse a los pies de Jesucristo, llamándole con devota oración; y recibió tal bonanza de la tempestad, que le parecía estar entre coros de ángeles. Porque este favor que Dios suele dar, no sólo es cesar la tribulación que el hombre tenía, lo cual suele algunas veces acaecer por divertir el pensamiento a otra parte o por otras causas semejantes a ésta, mas es un favor que Dios da, con que les pone disposición del todo contraria a lo que primero sentían. La cual mudanza y perfecta liberación, y tan súbita, no está en manos del hombre, según lo entenderá quien lo quisiere probar. De fuera viene, de Dios viene, y por medios cristianos viene, y experiencia es de lo que San Pablo dijo (1Co 1,24): Que Jesucristo crucificado, para los llamados de Dios, es fortaleza de Dios y sabiduría de Dios; porque llamándolo en el día de la tribulación, da luz y fortaleza, para que vencidos los impedimentos, puedan los tales proseguir su camino, cantando en él, como dice David (Ps 137,6): Grande es la gloria del Señor. Y sintiendo en sí mismo lo que dice el mismo Profeta (Ps 55,10): En cualquier día que yo te llamare, he conocido que Tú eres mi Dios. Porque el remediarlos presto y poderosamente, les es un gran testimonio y motivo que Dios es verdadero Dios, y que tiene de ellos cuidado.

Y no contamos las celestiales visiones y revelaciones que aquéllas por milagros se pueden contar; sino cosas más comunes y de las cuales hay más testimonio.





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CAPITULO 37: De los muchos y grandes bienes que Dios obra en el hombre que sigue la perfecta virtud,

la cual es grande prueba de ser verdad nuestra fe, pues ella nos enseñó los medios para alcanzar aquellos bienes.



No sólo gozan los que este camino de la perfecta virtud siguen con diligencia, de ser librados por Cristo en los peligros que se les ofrecen, mas también de alcanzar y poseer tales bienes en su ánima, que se les diga con mucha verdad (Lc 17,21): El reino de Dios dentro de vosotros está; el cual, como dice San Pablo (Rm 14,17), consiste en tener dentro de sí justicia, y paz, y gozo en el Espíritu Santo. Y así están estos tales tan aficionados y amadores de lo justo y bueno, que si las leyes de la virtud se perdiesen de los libros, las hallarían escritas en los corazones de ellos; no porque las sepan de memoria, mas porque el amor determinado de su corazón es aquello mismo que la Ley dice de fuera, por estar ya su voluntad tan transformada en el amor del bien, y obrarlo con tanta presteza y deleite; y seguir lo que su corazón quiere, es seguir la virtud y huir de los vicios, hechos una viva Ley y medida de las obras humanas, según atinaba Aristóteles.

Y de aquí les nace una paz y un gozo tan cumplido, cuanto nadie puede entender, sino quien lo prueba, pues que dice Isaías (Is 48,18), que la paz de estos tales es como río, y como golfos de mar. Y San Pablo dice (Ph 4,7) que esta paz de Dios sobrepuja a todo sentido. Y San Pedro (1P 1,8) dice que esta alegría no se puede contar. Maná escondido es (Ap 2,17), que se da a quien varonilmente se vence, y no lo sabe sino quien lo recibe.

¿Pues de dónde diremos que viene esta tan acabada virtud y descanso, que es arra y principio de la eterna felicidad? No, cierto, de parte del demonio. Porque aunque algunas veces, según hemos dicho, el demonio ha aconsejado a algunas personas hacer algún particular bien, para con aquellos consejos acreditarse para después engañar; mas hacer un hombre perfectamente bueno y cumplidor de la Ley natural —la cual no puede negarse ser buena, pues Dios es Autor de naturaleza—; esta tal obra, ni la hace el demonio ni la puede hacer, pues no puede dar la bondad que no tiene. Ni tampoco es obra de sólo el hombre; pues tener virtud, cuánto más perfecta virtud, con que a Dios sirva perfectamente, dádiva es del Padre de las lumbres, del cual desciende todo perfecto don (Jc 1,17). Y el mismo hombre experimenta una y muchas veces verse librado de males de que no podía salir, y favorecido en bienes que él no podía alcanzar. Y pues esta perfecta virtud, ni es del demonio ni del espíritu humano, resta que sea infundida de Dios, invocado y servido como la fe de la Iglesia lo enseña, y que por los medios de la fe experimenta el hombre venirle acuesta virtud, en testimonio que es verdadera; porque de la mentira no pudieran venir conocimientos tan provechosos para la perfecta virtud, y para invocar a Dios que les favoreciese.

De esta prueba usa San Pablo hablando con los Gálatas (Ga 3,2) diciendo: Solamente quiero que me digáis: El Espíritu Santo que recibisteis, ¿fue por medio de las obras de la Ley, o por medio de la fe? Como si dijese: Pues predicándoos yo la fe, y no la Ley vieja, y creyendo vosotros y disponiéndoos a ello con la voluntad, recibisteis al Espíritu Santo, ¿por qué ahora os tornáis a la vieja Ley, pues habéis experimentado que sin ella, y por medio de la fe y de la penitencia, recibiendo el bautismo, alcanzasteis el Espíritu Santo, y su gracia y mercedes? Y así a nuestro propósito, la perfecta virtud que se alcanza por usar bien de la fe y de los otros medios que ella nos enseña, es testimonio que ella es verdadera, pues para tan buena cosa fue medio, y nos enseñó medios. Y así estos tales, tan ricos con los bienes que de Jesucristo les vienen, están tan arrimados a Él y tan ricos con Él, que, cierto, no tienen gana de esperar el Mesías que los Judíos esperan, ni gozar del paraíso que el falso profeta Mahoma promete. Porque como desprecian los deleites bestiales de carne que el falso profeta Mahoma en su paraíso promete, y los otros bienes perecederos de tierra que los judíos con su Mesías esperan, partirán mano de buena gana de lo uno y de lo otro, aunque les rueguen con ello. Y acuérdanse que estaba profetizado que en el tiempo del Mesías habían de conocer que el Señor era Dios cuando quebrantase las cadenas del yugo de los hombros (Ez 34,27), y que había de dar Dios corazón nuevo (Ez 36,26), y había de escribir su Ley en las entrañas de los que la recibiesen (Jr 31,33). Y como tienen conjeturas muy grandes que ellos tienen parte en aquestos bienes, esles testimonio que Cristo es venido. Y así por estos y otros efectos, que no se pueden contar, que tienen dentro de sí, están llenos de gozo y de paz, y asegurados con Jesucristo, que si les dijeren que está otro Cristo en el desierto o en los umbrales de casa (Mt 24,26), ni a lejos ni a cerca no le irán a buscar; porque como el verdadero [Cristo] no sea más de uno, y en el que ellos creen hallan las condiciones del verdadero, con la misma fe que aceptan a uno reprueban los otros.

Y no os digo esto para que penséis que los cristianos eren por estos motivos y experiencias que sienten dentro de sí; que no creen sino por la fe que Dios les infunde, como después se dirá. Mas heos dicho esto para que entendáis los muchos motivos que tenemos para creer, porque de esta materia hablamos ; y uno de ellos es estas experiencias que los perfectos en su ánima sienten; las cuales, pues son de cosa que pasa en el corazón, no las habéis de buscar en los libros ni vidas ajenas, mas en vuestra propia conciencia, esforzándoos a la perfecta virtud, para que, según os dije al principio, tengáis testigos cercanos a vos, y conocidos de vos, por estar dentro de vos, y cumpláis lo que la Escritura dice (Pr 5,15): Bebe el agua de tu cisterna. Y veréis tales maravillas dentro de vos, que se os quite la gana de buscar otras fuera de vos.



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CAPITULO 38: Que si se pondera la virtud y grandeza de la obra del creer, hallaremos grande testimonio que testifique ser mucha razón que el entendimiento del hombre sirva a Dios con recibir su fe.



Quien tuviese luz para conocer, y peso para pesar la misma obra de este creer, no tendría necesidad de buscar otros testigos para la recibir; mas en ella misma hallaría hermosura para la amar y razón para la recibir.

Porque ¿quién hay que no entienda, que es cosa muy justa que la criatura sirva a su Criador con todas sus fuerzas y con todas sus cosas? Y también todos saben, que aunque con todas le debemos este servicio, mas principalmente, pues que Dios es espíritu, el principal servicio que le hemos de hacer es con nuestro espíritu, por la semejanza que tiene con Dios. Y pues en nuestro espíritu hay razón y voluntad, y no se puede negar que el hombre debe servicio a Dios con la voluntad, tampoco se puede negar el servicio del entendimiento; pues que no es razón que el hombre sirva a Dios con las cosas menores que tiene en si mismo, y no le sirva con lo principal que hay en él, que es su entendimiento y voluntad. Ni es razón, que pues el servicio que la voluntad hace a Dios es obedecerle, se quede el entendimiento sin obedecer a Dios. Y así como la obediencia de la voluntad consiste en negarse a sí mismo por hacer la voluntad de Dios, así el servicio que el entendimiento le ha de hacer es negarse a sí mismo por creer al parecer de Dios. Porque si el servicio del entendimiento fuese pensar algo o consentir algo de lo que él mismo alcanza por su razón, o no tendría este nombre de servicio, o es servicio muy bajo, pues no hay obediencia en él. Y si la hubiese, sería de la voluntad, a la cual mandaba Dios que mandase a su entendimiento pensar en esto o aquello. Mas para que el servicio y obediencia del entendimiento sea suyo propio de él, conviene que consienta en cosa que él por sí mismo no entendía; y entonces verdaderamente se abaja y se niega, y obedece y cautiva, y hace reverencia al sumo Dios, y cumple lo que dice San Pablo (2Co 10,3): que hemos de cautivar el entendimiento en servicio de la fe. Lo cual en otra parte llama obediencia de fe (Rm 1,5).

Y pues la bondad de Dios pide que le demos amor, y su liberalidad pide que esperemos más de Él, también pide su Verdad que la creamos, pues no hay menor razón en lo uno que en lo otro. Y así como la obediencia que damos a Dios en el amor presupone que neguemos el nuestro, y el arrimo que penemos en Él ha de ser desarrimándonos de nosotros, así la obediencia que le hemos de dar a su Verdad es, quitando nuestro parecer, creer el suyo con mayor firmeza que si nosotros lo entendiéramos. Porque de otra manera, ¿qué habría que agradecer a uno que cree lo que otro dice, no porque el otro lo dice, sino porque él mismo lo entiende? Mas creyendo sin entender, hace obra loable, y que trae consigo dificultad, como quien fía sin prendas, y anda sin báculo, y ama por Dios a su malhechor. Y por eso, si por Dios se hace, será verdadera virtud, digna que a Dios se ofrezca, y que sea galardonada por Él.

Y pues la voluntad del hombre es dedicada a Dios y santificada, negándose a sí, no se debe quedar el entendimiento como profano, con creerse a sí mismo, sin obediencia de Dios, pues ha de ser en el cielo bienaventurado con verle allá claramente. Porque, como dice San Agustín, «el galardón de la fe es ver»; por lo cual ninguna razón consiente que el entendimiento deje de servir en la tierra; y su propio servicio es creer.



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CAPITULO 39: En que se responde a la objeción que pueden poner contra nuestra fe, diciendo que enseña Dios cosas muy aitas.



Podrá alguno decir, movido por estas razones o por otras, que es cosa justa que crea el hombre lo que no entiende, porque Dios lo dice. Mas que, pudiéndose esto cumplir con creer otras cosas, no hay por qué se crean las que los cristianos creemos.

Mas decidme, ¡ oh hombres ciegos!, ¿ qué tacha halláis en lo que los cristianos creemos? Y si no sabéis decir lo que sentís, yo os lo diré. Parecen os tan altas las cosas altas que de la alteza de Dios creemos, que por altas no las creéis. Y parecen os tan bajas las cosas bajas que de la humildad de Dios creemos, que por eso no las tenéis por dignas de Dios, ni las creéis.

Porque, decidme, en el misterio altísimo de la Santísima Trinidad, ¿qué otra cosa os ofende, sino ser tan incomprensible, que reverberados vuestros ojos intelectuales con el abismo de aquella infinita Luz y alteza de tal misterio, cerráis los ojos, y con decir: ¿cómo puede ser esto?, dejáis de creer, siendo cosa conforme a toda razón que sintamos del Altísimo altísimamente, y que le atribuyamos el más alto Ser y mejor Ser que nuestro entendimiento pudiere alcanzar? Y cuando hubiéremos alcanzado de Él cosas muy altas, hemos de creer que aun hay en Él cosas mayores, y que del todo exceden a nuestro entender. Esto es honrar a Dios y tenerle por Dios y por grande. Porque si nuestro entendimiento pudiera entender toda el alteza de Dios, fuera chico Dios; y por eso no fuera Dios, pues no lo puede ser si no fuera infinito, y lo infinito, incomprensible es de la cosa finita.

Y pues es mejor que en Dios haya comunicación suma—pues a la suma Bondad conviene suma comunicación—, y si ésta ha de haber, ha de ser comu­nicando su misma y total esencia, y así habrá en Dios suma fecundidad, como a Dios conviene, y no esterilidad, que es cosa muy ajena de Él, según dice por Isaías (Is 66,9): Yo que doy fuerza a los otros para engendrar, ¿por ventura quedaréme estéril?

Y aunque, con criar ángeles y hombres y el universo, se comunica Dios haciendo mercedes, mas ni ésta es fecundidad ni comunicación de bien infinito —porque no les da Él su esencia, sino dales el ser y virtud que ellos tienen—, ni dejara Dios de ser Dios solitario, por muchas criaturas que le acompañaran, pues de ellas a Él hay distancia infinita; así como tampoco dejará de ser Adán solitario, por muchas bestias y otras criaturas que en el mundo había, aunque las tuviera muy cercanas a sí. Y porque el hombre no estuviese solo, le dio Dios compañera que tuviese semejanza e igualdad con él. Y así no es Dios solitario, pues en la unidad de la esencia hay tres Personas divinas: ni es estéril ni avariento, pues hay comunicación de deidad infinita.

Y porque vosotros no entendáis cómo es acuesto, no debéis dejar de creerlo, pues que por ser tan alto, tiene rastro y olor de ser cosa de Dios. Y por ser mejor ser esto así, que no no ser así, por eso es cosa que conviene que la tenga Dios, y que así lo creamos nosotros, pues de Dios debemos sentir conforme a Dios, que es cuanto más alto pudiéremos.





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CAPITULO 40: En que se responde a los que ponen por objeción para no recibir nuestra fe, que enseña de Dios cosas muy humildes o bajas;

y cómo en estas cosas humildes que de Dios enseña está altísima gloria.



Ni tampoco hay razón para tropezar en la humildad que tomó el altísimo Dios, abajándose a ser hombre y vivir en pobreza y morir en cruz; porque estas obras, no sólo no son indignas de Dios, mas son mucho dignas, si son entendidas.

Porque si el abajarse fuera a más no poder, o si por abajarse perdiera su alteza que primero tenía, o si le moviera algún propio interés, hubiera alguna sospecha de la tal obra. Mas ni dejó de ser quien era por tomar lo que no era, ni vino forzado del cielo a la tierra, ni le movió propio provecho, pues no puede Dios crecer en riquezas; mas movióle su sola bondad y amor de los hombres, y quererlos remediar por el modo que más glorioso fuese a Él, y más provechoso para nosotros.

Y tal es el modo que tomó haciéndose hombre y muriendo en la cruz. Porque no hay mayor señal de amor, que morir un hombre por sus amigos. Y aun el Señor murió por sus enemigos, por hacerlos amigos. El cual amor tan excelente no nació de que ellos lo mereciesen, mas de su excelente bondad. Y así su bajeza y muerte no arguyen en él falta de poder o saber; pues, por ser omnipotente y todo sabio, nos pudiera remediar por otros muchos modos sin éste; mas arguye en Él grandísimo exceso de bondad y de amor; y tanto mayor, cuanto Dios, que ama y padece, es mayor; y lo que padece, más grave y penoso; y aquellos por quien padece, más indignos y bajos. Y pues en amar, y a tales, se manifiesta su excelente bondad, alteza grande se debe decir esta obra, pues en lo espiritual todo es uno, bueno y alto; y mientras más bueno, más alto y más grande. Y pues que la mayor honra que podemos dar a uno es tenerlo por bueno, más que por fuerte o por sabio, pues ninguno hay que honra desee, que así no la quiera; claro es que, pues estas obras manifiestan su bondad y amor más que todas las otras, éstas le dan más honra y mejor que todas las otras. Y si parecía a los ignorantes que el abajarse Dios quitaba honra a su alteza, debe parecer a los sabios, que se le acrecienta la honra de su bondad, y por consiguiente de su alteza y grandeza; y así ni la pierde de uno ni otro.

Y no sólo resplandece en estas obras su bondad más que en las otras, mas también la sabiduría y poder, y otras maravillas grandísimas. Porque entre todas las obras que en tiempo Dios ha hecho y hará, otra no la hay igual y maravillosa, ni tan gran milagro como hacerse Dios hombre, y después padecer por los hombres. Y quien esto no cree, la mayor honra le quita a Dios—cuanto es de su parte—que le puede quitar, aunque le quitase toda la que tiene por todas las otras obras que en tiempo ha hecho, o ha de hacer. Mirad bien en ello, y veréis cómo resplandece la omnipotencia de Dios y su sabiduría, en juntar dos tan distantes extremos, como son Dios y hombre, en unidad de persona. Y mirad cómo se declara más su poder en pelear y vencer a nuestros pecados y muerte con armas de nuestra flaqueza, que si venciera con las propias de su omnipotencia, como arriba se dijo (Cap. 22) hablando contra la desesperación. Y mirad cómo cuando se estaba Dios en su alteza tenía un pueblo pequeño que le conociese, y casi cada día se le iba a adorar dioses ajenos; y aun el tiempo que esto no hacia servía a su Dios con grandes flaquezas. Mas abajándose Dios a ser hombre y morir, hizo tanta impresión en los hombres, que los altos se abajaron, y los flacos se hicieron fuertes, y los malos buenos; y finalmente, hubo tanta mudanza en el mundo, así en quitar la idolatría, como en la renovación de costumbres, que se vio claramente el cumplimiento de aquella palabra que dijo el mismo Señor (Jn 12,32): Si Yo fuere alzado de la tierra, puesto en cruz, todo lo traeré a Mí mismo. Y así parece que alcanzó victoria de corazones humanos con la bajeza, flaqueza y tormentos y muerte, la cual no alcanzó estándose en la alteza de su Majestad. Y así se cumplió lo que dijo San Pablo (1Co 1,25): Que lo flaco de Dios, es más fuerte que los hombres. Y así parece claro, que no sólo gana Dios honra de bueno, mas de sabio y poderoso en tomar nuestra bajeza, y con ella obrar lo que en su alteza no obró.

Por lo cual dice San Pablo (Rm 1,16): Que no se avergüenza de predicar el Evangelio, pues es virtud de Dios para salvar a los hombres. Porque aunque se cuenten de Dios: humanidad, hambre y deshonras, tormentos y muerte; mas no hay por qué de esto se avergüénce el cristiano, pues por medio de acuestas cosas obró Dios vencimiento de cosas tan fuertes como eran muerte y pecado, e hizo que el hombre alcanzase la gracia de Dios y su reino, que son las mayores cosas que al hombre podían venir; con lo cuál gana Dios más honra, que en haber criado los cielos y tierra y cuanto hay en ella. Y por esto se llama esta obra por excelencia obra de Dios, como el Señor dijo (Jn 4,34): Este es mi manjar, hacer la voluntad de mi Padre en acabar Yo su obra, que es la redención de los hombres. No porque Dios no haya hecho otras obras, mas porque la encarnación, y redención, que de ella se sigue, es la mayor obra de todas, y de la cual Él más se precia, como de cosa que más honra le da. Porque aunque de azotar a Egipto, por amor de su pueblo, y de sacarlo y guiarlo por el desierto ganase Dios honra, como dice Isaías (Is 63,12), mas ya vos veis cuál es mayor hazaña de amor, azotar Dios a los enemigos por amor de su pueblo, o dejarse Dios en su carne azotar por amor de los suyos y de los extraños, de amigos y de enemigos. Una cosa es llevar Dios a los suyos por el desierto, a semejanza de águila que enseña a volar a sus hijos, y los toma en sus hombros (Dt 32,11), cuando se cansan, para que ellos descansen, no cansándose Dios; y otra cosa es llevar encima los hombros una pesada cruz, que se los desollaba, y todos los pecados del mundo, que como una pesada viga de lagar (Is 63,2) le apretaron, hasta quitarle la vida en la cruz, porque los hombres descansen. ¿Quién hay que esto no vea ser excelentísima hazaña de amor y amor nunca visto, que le da a Dios mayor honra que lo pasado? Porque aquello, cosa es común, y poco amor basta para lo hacer; mas esto es cosa de pocos, y a duras penas se hallará en la tierra quien sufra ser azotado públicamente o morir por algún bueno y amigo, y si esto se hallase, no se puede comparar con lo que el Señor amó y sufrió, porque no tiene igual. Ni es mucho de maravillar que un león obre como león; mas que padezca como cordero, y siendo la causa el amor, eso es maravillosa hazaña, y digna de honra perpetua. Y pues en tiempo pasado dijeron (Ex 15,1): Cantemos al Señor, porque gloriosamente ha sido engrandecido, digamos nosotros con profundo agradecimiento: Cantemos al Señor, que humildemente ha sido engrandecida, pues entonces, ni se abajaba Dios, ni trabajaba en el descanso que daba, ni se empobrecía aunque daba riquezas; mas acá empobrecióse, sudó y abajóse hasta la muerte, y muerte de cruz (Ph 2,8), por levantar del pecado a los suyos y llevarlos al cielo; y salió con ello, y cumplióse, lo que dijo Isaías (Is 55,13): Que por el pequeño sauce crecerá la haya; y por la ortiga crecerá el arrayán; y será el Señor nombrado en eterna señal, la cual nunca será quitada. Porque la honra que Dios ganó de ponerse en señal—que es la cruz—, y en ella morir, y hacer de los malos buenos, durará para siempre, sin ser parte nadie para lo estorbar,





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CAPITULO 41: Que no sólo resplandece la gloria del Señor en las cosas humildes que la fe nos enseña de Dios, mas también nuestro grande provecho, valor y virtud.



No sólo resplandece en las obras de la humanidad y humildad de Dios por excelente modo su honra, mas también resulta de ellas muy gran provecho y precio del hombre. Porque ninguna cosa hay que tanto le ensalce, como haberse Dios hermanado con él; ni cosa que tanto le esfuerce el corazón contra los desmayos que el pecado le causa, como ver que Dios murió por su remedio y le fue dado por suyo. Ni hay cosa que así le mueva a amar a Dios, como verse amado de Él hasta la muerte; ni a despreciar las prosperidades, ni a sufrir las adversidades, ni a humillarse a Dios y a su prójimo, ni a cosa buena, chica ni grande, como ver a Dios abajado y humanado, y que pasó Él por estas cosas, dándole mandamientos que siga, y ejemplos que mire, y esfuerzo con que los cumpla.

Y pues este modo de remediarnos por humildad y bajeza está mejor a gloria de Dios y al bien de los hombres, señal es que ésta es obra de Dios; pues en lo que Dios obra, pretende la manifestación de su gloria y el provecho de los hombres. Por tanto, el que quiere que esta obra no sea, o la niega, enemigo es de Dios y de todos los hombres, pues le quiere privar a Él de la mayor honra que por sus obras le puede venir, y a los hombres de la mayor honra y provecho que se puede pensar. Y pues se declara enemigo del Criador y de las criaturas, Justamente se le debe castigo y muerte de infierno.

Y la causa que él puede dar, siendo preguntado de Dios: «¿Por qué no creíste las cosas altas de Mi?», será ésta: Porque me parecieron, Señor, tan altas, que no creí ser Vos tan alto. Y preguntado: ¿por qué no creyó las cosas de su humanidad y humildad, pues fueron testimonio de su bondad y de su amor?, responderá que no pensó que la bondad y amor del Señor eran tan grandes, que bastasen a hacer y padecer tanto por amor de los hombres. De manera, que en lo alto y en lo bajo tropieza; y la raíz de ello es por sentir bajamente de Dios y tenerlo por de tasada alteza y bondad; la cual raíz y lo que de ella procede, con razón arderá en el infierno, pues es injuriosa al altísimo Dios, y lo quiere apocar y tasar.

Cuánto mejor respuesta tendrá quien dijere: Creí, Señor, de vuestra alteza y de vuestra bondad todo cuanto más pude, porque os tengo por Señor infinito en todas las cosas. Ni plega a Vos que me parezcan a mí mal vuestras obras porque tienen exceso de bondad y de amor para mí; como lo hace la infidelidad, que otra tacha no os halla, sino ser muy bueno y muy amoroso; siendo razón que por todo esto se llegase a Vos y os tomase por Dios; pues cada uno quiere más, señor que le sea padre amoroso y perdonador, que riguroso juez que le haga temblar con rigurosos castigos. Y si en las manos del hombre fuera puesto el modo de tratar Dios con nosotros, y de remediar nuestros males, no había de escoger otro sino este que Dios escogió, a Él más honroso, y al hombre más provechoso, y lleno de toda dulzura.




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