Audi filia et vide- Juan de Avila 3

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3. Lenguaje del demonio

Los lenguajes del demonio son tantos cuantas son sus malicias para engañar, que son innumerables. Porque así como Cristo es causa de todos los bienes, que se comunican a las ánimas de los que se sujetan a Él, así el demonio es padre de pecados y tinieblas, porque, instigando y aconsejando a sus miserables ovejas, las induce a mal y mentira, con que eternamente sean perdidas, y porque sus astucias son tantas que sólo el Espíritu del Señor basta a descubrirlas, hablaremos pocas palabras, remitiendo lo demás a Cristo, que es verdadero enseñador de las ánimas.

a) SECRETAMENTE PONE ASECHANZAS

De muchos nombres es llamado el demonio, para alcanzar los males que tiene, mas entre todos hablemos de dos, que son ser llamado león y dragón. Dice San Agustín: dragón, porque secretamente pone asechanzas; león, porque abiertamente se enoja.

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1) Ensoberbeciendo al hombre

Y la asechanza que tiene para enseñar es aquesta: alzarnos con la vanidad y mentiras, y después derribarnos con verdadera y miserable caída. Ensálzanos con pensamientos que nos inclinan a estimarnos en algo, haciéndonos caer en soberbia. Y como él sepa este mal, por experiencia, ser tan grande que bastó a hacer de ángel demonio, trabaja con todas sus fuerzas hacernos participantes en él, porque también lo seamos en los tormentos que tiene. Sabe él muy bien cuánto desagrada la soberbia a Dios, y cómo ella sola basta a hacer inútiles todas las otras virtudes que un hombre tenga; y trabaja tanto por sembrar esta mala semilla en el ánima que muchas veces deja de tentar a uno y le dice algunas verdades, y le da algunos buenos consejos y espirituales consolaciones, para inducirle a soberbia, y así derribarlo y dejarlo, vacío.

Remedios:

a) MIRAR NUESTROS MALES PASADOS, PRESENTES Y POR VENIR Mas cuanto él con más diligencia nos hablare este engañoso lenguaje, tanto con mayor diligencia debemos nosotros hacernos sordos a él, que si el profeta dice que debajo de la lengua de los malos hay ponzoña, ¿cuánto mayor pensamos que la habrá en el lenguaje del mismo demonio, más malo que los malos todos? Y si él nos ensalzare de los bienes que tenernos, humillémonos nosotros mirando los males que hacemos y hecimos, los cuales son tantos, que, si el Señor no nos fuera a la mano, y no nos quitara del camino que tan de corazón caminábamos, fueramos creciendo en maldades como en la edad, hasta que los infernales tormentos fueran pequeños para nuestro castigo. ¡Oh abismo de misericordia!, y ¿qué te movió a llamar a los que tan lejos iban de ti? ¿Qué te movió a mirar cara a cara a los que tan vueltas tenían a ti las espaldas? Acordástete de los olvidados de ti, haciendo mercedes a los que merecían tormentos, y tomaste por hijos a los que habían sido malos esclavos, aposentando tu natural persona en las que primero habían sido hediondo establo de suciedades. Estos males que entonces hecimos, nuestros eran, y, si otra cosa ahora somos, en Dios lo somos, como dice el Apóstol: Erades algún tiempo tinieblas, mas ahora luz en el Señor.

Conviene, pues, acordarnos del miserable estado en que por nuestra flaqueza nos metimos, si queremos estar seguros en el dichoso estado en que por su misericordia Dios nos ha puesto, creyendo muy de verdad que lo mismo haríamos que antes hecimos, si la poderosa y piadosa mano de Dios de nos se apartase. Y si miramos a los muchos peligros a que estamos sujetos por nuestra flaqueza, no osaremos del todo alegrarnos con el bien que de presente tenemos, con el temor de los pecados que podemos hacer. Grande alegría mostraron los hijos de Israel y devotos cantares hicieron a Dios, cuando tan gran maravilla hizo con ellos que los pasó por el mar a pie enjuto, y parecíales que, pues en tan gran peligro no habían peligrado, ninguna cosa había de ser bastante para los derribar ni impedir que alcanzasen la tierra por Dios prometida; mas la esperanza salió de otra manera porque, después de aquel gran favor, sucedieron tentaciones y pruebas, y fueron hallados flacos e impacientes en la prueba y pelea los que habían sido devotos y alegres después de la pasada del mar. Y porque no alcanzan la corona prometida por Dios, sino los que son hallados fieles en las pruebas que él les invía, éstos no la alcanzaron; mas que quedaron muertos en el desierto por sus pecados.

¿Quién será, pues, tan desatinado que ahora mire a la vida pasada, ahora a la que resta por venir, ose alzar su cabeza a tomar alguna soberbia, pues en lo pasado ve cuán miserable cayó, y en lo por venir a tantos temores está sujeto? Y, si bien conociere la verdad de cómo todo lo bueno viene de Dios, verá que el tener dones de Dios no ha de ensalzar vanamente a los que los tienen, mas abajarlos más, como a quien más agradecimiento y servicio debe. Y cuando piensa que creciendo las mercedes, crece la cuenta que ha de dar de ellas, parécenle los bienes que tiene una carga pesadísima, que le hace gemir y ser más cuidadosa y humilde que antes.

b) PEDIR A DIOS HUMILDAD: CONOCER A DIOS Y A SÍ

Y porque es tanta nuestra liviandad, y tenemos tan metida en los huesos la secreta soberbia, que fuerzas humanas no bastan del todo a limpiarnos de este pecado, debemos pedir a Dios este don, suplicándole importunamente no nos permita caer en tan gran traición, que nosotros seamos robadores de la honra que de todo lo bueno a él es debida. Con el ayuno se sanan pestilencias de la carne, y la oración las de la ánima; y por eso conviene al que esta pestilencia siente en su ánima, orar con toda diligencia y continuación, presentarse delante el acatamiento de Dios, suplicándole abra los ojos para conocer la verdad de quién sea Dios, y quién sea él, para que ni atribuya a Dios algún mal, ni tampoco a sí algún bien.

Y cuando Dios es servido de hacernos esta merced, invía una celestial lumbre en el ánima, con que, quitadas unas gruesas tinieblas, conoce ningún bien, ni ser, ni fuerzas haber en todo lo criado mas de aquello que la bendita y graciosa voluntad de Dios ha querido dar y quiere conservar. Y conoce entonces cuán verdadero cantar es aquél: Llenos son los cielos y la tierra de tu gloria.

Porque en todo lo creado no ve cosa que buena sea, cuya gloria no sea a Dios. Y entiende con cuanta verdad dijo Dios a Moisén, que dijese a los hombres, que el que es me invío a vosotros; y lo que dijo el Señor en el evangelio: Ninguno es bueno, si no sólo Dios, porque, como todo el ser que tengan las cosas y todo el bien, ahora sea del libre albedrío ahora de la gracia, sea dado y conservado de la mano de Jesucristo, conoce que más se puede decir que Dios es en ellas y obra el bien ellas, más que ellas de sí mesmas. No porque ellas no obren, mas porque obran como causas segundas movidas por Dios, principal y universal hacedor, del cual ellas tienen la virtud para obrar. Y así, mirando a ellas, en cuanto de sí mismas, no les hallan tomo ni arrimo en si proprias, sino en aquel infinito ser que las sustenta, en cuya comparación parecen todas ellas, por grandes que sean, como una pequeña aguja en un infinito mar.

Y de este conocimiento de Jesucristo queda en el ánima una profunda reverencia a la sobreexcelente majestad divinal que le pone tanto aborrecimiento de atribuir a sí misma ni a otra criatura algún bien, que ni aún pensar en ello no quiere, considerando que así como el casto de Josef no quiso hacer traición a su señor, aunque fue requerido de la mujer de él, así no debe el hombre alzarse con la honra de Dios, la cual él quiere para sí como el marido a su propria mujer, según está escripto: Mi gloria no la daré yo a otro. Y está el hombre entonces tan fundado en esta verdad, que aunque todo el mundo lo ensalzase, él no se ensalzaría, mas, como verdadero justo, desnúdase de la honra, pues ve no ser suya, y dala al Señor, cuya es. Y en esta luz ve que cuanto más alto está, más ha recebido de Dios y más le debe, y más pequeño y abajado es en sí mismo; porque quien tan de verdad crece en otras virtudes, también ha de crecer en la humildad, diciendo a Dios: Conviene crecer en ti, y a mi ser abajado cada día más en mí mismo.

Y entonces no oye el ánima el falso lenguaje del demonio soberbio, que con la propria estima la quería engañar; mas oye la verdad de Dios, que dice que la verdadera honra y estima de la criatura no consiste en sí misma, mas en recebir y ser estimada y amada de su Criador.

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2). Desesperándole:

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1. Con la memoria de sus pecados

Otra arte suele tener el demonio contraria a esta pasada, la cual es, no haciendo ensalzar el corazón, mas abajándole y desmayándolo, y así traello a desesperación. Y esto hace trayendo a la memoria no los bienes que el hombre ha hecho, mas sus pecados, gravándoselos cuanto puede, para que, espantado con la muchedumbre y graveza de ellos, caya desmayado como debajo de carga pesada, y así desespere. De esta manera hizo con Judas, que, al hacer del pecado, quitóle delante la graveza de él, y después trájole a la memoria cuán grave mal era haber vendido a su maestro y por tan poco precio, y para tan mala muerte. Cególe los ojos con la grandeza del pecado, y dió con él en el lazo, y de allí en el infierno.

De manera que a unos ciega con las buenas obras poniéndoselas delante y escondiéndoles sus señales, y así los engaña haciéndolos ensoberbecer; y a otros escóndeles que no se acuerden de sus bienes que por la gracia de Dios ha hecho, y tráeles a la memoria sus males, y así los derriba. A los unos díceles que sus bienes son muchos y sus pecados pocos y livianos; a los otros, que los bienes que han hecho son pocos y llenos de falta, y sus males muchos y grandes.

Remedio: PONER LOS OJOS EN LOS BIENES HECHOS Y EN LA MISERICORDIA DE DIOS Y BENEFICIO DE CRISTO

Mas así como el remedio es, porque él nos quiere alzar de la tierra, asirnos más a la tierra y tener los pies más hincados en ella, y considerando, no nuestras plumas de pavo, mas nuestros lodosos pies de pecados que hemos hecho o haríamos, si Dios no nos guardase, así en este otro engaño es el remedio quitar los ojos de nuestros pecados y ponerlos en los bienes que hemos hecho y en la misericordia de Dios, de donde nos vinieron. No es esto para poner confianza en las obras nuestras, porque no cayamos en un lazo, huyendo de otro; mas para creer que, pues nos dio gracia para las hacer, no las dejará de galardonar, y, pues nos ha puesto en la carrera, no nos dejará en la mitad de ella, pues sus obras son acabadas como él lo es; y más hizo en sacarnos de enemistad que en conservarnos en su amistad. Lo cual nos amonesta San Pablo diciendo. Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados a Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que somos reconciliados seremos salvos en la vida de Él.

Cierto, pues su muerte fue poderosa para resucitar a los muertos, también lo será su vida para conservar en vida a los vivos. Hízonos de enemigos amigos, pues no nos desamparará siendo amigos. Si nos amó desamándole, no nos desamará amándole. De manera que osemos decir lo que dijo San Pablo: Confío que aquel que comenzó en vosotros el bien, lo acabará hasta el día de Jesucristo.

Si el demonio nos quisiere turbar con gravarnos los pecados que hemos hecho, miremos que ni él es la parte ofendida, ni tampoco el juez. Dios es a quien ofendemos cuando pecamos, y él es el que ha de juzgar a hombres y demonios, y, por tanto, no nos turbe que el acusador acuse, mas consuélenos que el que es parte y juez nos perdona y absuelve. Y esto dice San Pablo así: Si Dios con nos, ¿quién será contra nos? El cual a su proprio Hijo no perdonó, mas por todos nosotros lo entregó. Pues, ¿cómo es posible que dándonos a su Hijo, no nos haya dado todas las cosas? ¿Quién acusará contra los hijos de Dios? Dios es el que justifica, ¿quién habrá que condene? Todo esto dice San Pablo. Lo cual, bien considerado, debe esforzar a nuestro corazón a esperar lo que falta, pues tales prendas de lo pasado tenemos. No nos espanten nuestros pecados, pues el eterno Padre castigó a su Hijo unigénito por ellos para que así viniese el perdón sobre nos, que merecemos el castigo. Y pues Dios nos perdona, ¿qué aprovecha que el demonio dé voces, pidiendo justicia? Ya una vez fue hecha justicia de todos los pecados del mundo; la cual cayó sobre el inocente cordero, que es Jesucrito, para que todo culpado que quisiese llegarse a él sea perdonado. Pues, ¿qué justicia sería castigar otra vez los pecados del penitente con infierno, pues ya una vez fueron suficientemente castigados en Jesucristo? Él nos es dado por la misericordia del Padre, y en él tenemos todas las cosas; porque, en comparación de tal persona divina, como es el Hijo, ¿qué es todo lo demás sino menos que él? Y quien dio el Señor, también dio el señorío; y quien dio el sacrificio, dio el perdón; y quien dio al Hijo, dará todo cuanto quisiéremos.

Así que, doncella de Cristo, si nos quisiere el demonio cegar en nuestros pecados, digamos que no son sino pocos y chicos, y nuestros bienes muchos y grandes. Pocos son nuestros pecados, no en sí, mas comparados a los muchos merecimientos de Jesucristo. Muchos son nuestros bienes, no en nosotros, mas en Cristo, que nos dio lo que él ayunó, oró, y caminó y trabajó; y sus espinas y sus azotes, y clavos y lanza, muerte y vida, haciéndonos participantes en todo mediante los sacramentos y fe. Cuantas son las misericordias del Señor, tantos podemos decir que son nuestros merecimientos; y cuantos son los bienes de Cristo, en tantos tenemos parte nosotros. Y así como en el mar Bermejo fueron ahogados Faraón y los suyos, que perseguían a Israel por las espaldas, así, en la sangre y merecimientos de Cristo, son los pecados que hemos hecho ahogados, que ninguno queda. Por tanto, cerremos las orejas a este lenguaje, y hagamos ir avergonzado al demonio, como lo fué de unos, de los cuales dijo: "Estos me han vencido, porque cuando yo los quiero ensalzar, ellos se abajan, y cuando yo los quiero abajar ellos se ensalzan". Y digamos con David: Siendo el Señor mi ayudador, yo despreciaré a mis enemigos.

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2. Con pensamientos contra Dios

Otras veces suele hacer desmayar, trayendo pensamientos muy sucios y abominables aun contra las cosas de Dios, y hace entender al que los tiene que de él salen y que él los quiere tener y con esto atribúlale de tal manera que le quita toda el alegría del ánima, y le hace entender que está muy desechado de Dios y condenado de él, y dale gana de desesperar, creyendo que no puede parar en otra parte sino en el infierno, pues ya le parece tener blasfemias semejantes a las de allá. No es tan necio el demonio que no se le entiende que el tentando no ha de venir a consentir en cosas tan abominables, mas es su intento asombrarle y desmayarle, para que así pierda la confianza que en Dios tenía, y trabajarlo tanto con sus importunidades e frialdades que le haga perder la paciencia y sosiego, y así ganar él; como dicen: A río vuelto, ganancia de pescadores.

Gran merced hace Dios a muchas personas, que por mucho tiempo les guarda y esconde dentro de sí, para que no sepan qué guerra es aquesta ni oigan aqueste espantable lenguaje; mas otras veces permite que aquel malvado turbe con sus voces importunas nuestro silencio, y en lugar del gozo, que teníamos en pensar cosas de Dios, nos hagan sus tentaciones echar lágrimas de muy gran tristeza.

Remedios:

a) NO DIALOGAR CON EL DEMONIO

Entonces hemos de hacer lo que hacía David: Yo, como sordo, no oía; y como mudo, que no abre su boca. Hecho soy como hombre que no oye y que no tiene en su boca reprehensiones. Y pues no podemos dejar de oír este lenguaje, pues que el demonio, aunque no queramos, nos trae estos pensamientos y hablas tan malas, seamos a lo menos como quien no oye. Lo cual hacemos cuando no nos turbamos ni entristecemos con ellos, mas estamos en nuestra paz como de antes, no curando de tomarnos a palabras ni respuestas con el demonio ni sus asechanzas, mas estamos como sordos y mudos, no haciendo caso de todo cuanto nos dice. Dificultoso es creer aquesto a los que poco saben de las astucias del demonio, los cuales piensan que, si no dejan de hacer lo que hacían y se ocupan en ojear y andar matando las moscas de los tales pensamientos, ya han consentido en ellos, creyendo que es todo uno: sentir pensamientos y consentir en ellos. En la verdad, mientras los tales pensamientos son más abominales, más seguro está el hombre que no consentirá en ellos. Y basta no curar de ellos con una sosegada disimulación, porque no hay cosa que al demonio más lastime que el despreciarlo tan despreciado que ningún caso hagan de él ni hay cosa tan peligrosa como trabar razones con quien tan presto nos puede engañar.

Y por esto la mejor respuesta es no responder, aunque nos parezca que teníamos qué, mas una vez al día decir que creemos lo que cree la santa Iglesia Romana, y que no queremos consentir en pensamiento falso ni sucio; y decir al Señor lo que está escripto: Señor, fuerza padezco, responded vos por mí; y sosegarnos, creyendo que él lo hará con condición que tengamos esperanza en él y callemos nosotros. Porque, si tenemos muchas respuestas nosotros, ¿cómo le diremos que responda por nos? Por lo cual dice la sagrada Escriptura: Vosotros callaréis y el Señor peleará por vosotros. De manera que nuestro pelear no es a solas manos, mas muy más principalmente con invocar al Señor todopoderoso, el cual por nosotros pelea. Y esto es lo que dice el profeta Esaías: En silencio y esperanza será vuestra fortaleza. Porque uno de estos dos que falte, luego el hombre se turba y enflaquece.

b) CRECER EN EL BIEN OBRAR, AUNQUE SEA SIN DEVOCIÓN

Mas dirá alguno: "Quítanme estos pensamientos la devoción, y suélenme venir cuando yo me llego a las buenas obras, y por no oír tales cosas, estoy determinado muchas veces de no las hacer". A esto digo: que esto es por lo cual el demonio andaba, por con sus importunidades estorbar el bien obrar; aunque parece que a otra parte tiraba. Mas debes tú antes crecer en el bien que menguar, como persona que adrede lo hace, por hacer ir al demonio con pérdida de lo que pensaba llevar ganancia.

E si falta la devoción no te penes, pues no se miden nuestros servicios por devoción, mas por amor; y el amor no es devoción tierna, mas un ofrecimiento de voluntad a lo que Dios quiere que hagamos y padezcamos, tengamos voluntad o no, y si algunos, que parece dejan el mundo por servir a Dios, dejasen también la desordenada codicia de los devotos sentimientos del ánima, como dejan la codicia de los bienes temporales, vivirían más alegres de lo que viven, y no hallaría el demonio codicia en que asir, como en cabellos, con sus engaños, y lastimarles con ellos. Desnudo murió Jesucristo, y desnudos nos hemos de ofrecer a él, y sola nuestra vestidura ha de ser su santísima voluntad, sin mirar a otra parte. Igualmente hemos de tomar la tentación que la consolación de su mano, y oír demonios como oír ángeles, y ser tentados y azotados como ser abrazados. Finalmente, no estar asidos a los flacos ramos de nuestros quereres, aunque nos parezcan buenos, mas a aquella fuerte columna de la divina voluntad, que nunca se muda. Para que así no vivamos en mudanzas, mas participemos a nuestro modo de aquella immutabilidad y sosiego que la divina voluntad tiene, haciendo siempre lo que quiere, y tomando lo que nos invía.

Decidme, doncella, ¿qué más hace al caso servir uno a Cristo por consolaciones y gustos de ánima que servirle por dinero, qué más por cielo que por tierra, si el postrer paradero es mi codicia? Lucifer, según muchos doctores dicen, la bienaventuranza deseó, mas, porque no la deseó como debía y de quien debía, y que se le diese cuando Dios quería, no aprovechó que lo que deseaba era bueno, mas pecó por no desearlo bien; y así fué su deseo codicia, y no buen deseo.

c) CONFORMAR NUESTRA VOLUNTAD CON LA DE DIOS

Pues de esta manera digo que no hemos de estar atados a desear nuestros consuelos o devociones, o sosiego, o semejantes cosas, parando en ellas, mas, libres de estas cosas, asestar nuestro querer en aquel norte inmutable de la divina voluntad, tomando lo que nos diere, y cuando y como; y no holgarnos por lo que nos da, principalmente por nuestro provecho, mas porque se huelga él en dárnoslo, aparejados a carecer de ello, si supiésemos que él es servido. Y no digo yo esto, porque se puede excusar el gozo cuando el Señor nos visita, o la pena, cuando nos deja en manos de nuestros enemigos para ser de ellos tentados, mas porque, en cuanto pudiéremos, nos mostremos a no hacer mucho caso del consuelo, porque no sintamos las mudanzas que necesariamente hemos de sentir, si a estas cosas nos arrimamos.

Suplicad al Señor que nos abra los ojos, que más claro que la luz del sol veríamos que todas las cosas de la tierra y del cielo son muy poca cosa para desear ni gozar, si de ellas se apartase la voluntad del Señor. Más vale sin comparación comer o dormir, si el Señor lo manda, que estar en el cielo sin su querer. No estemos pues tanto asidos de las cosas, por buenas que nos parezcan, más de cuanto fuere siempre la voluntad buena de nuestro Señor Dios. Y así ligeramente tendremos sosiego entre los alborotos que el demonio causa, porque estará mortificada nuestra voluntad, que es la que causaba el descontento, y viviremos siempre en una continua paz, según en este destierro se puede haber, por estar conformes con la voluntad de nuestro Señor Dios, la cual tan bien se cumple en nosotros cuando somos atribulados, como cuando somos consolados. Echemos, de nosotros tanta fruta perdida, que estaba colgada de nuestra secreta codicia, y cogeremos otros nuevos frutos de gozo y paz, que de esta unión con la divina voluntad suelen venir.

Esta es el arte con que se engaña el arte que el demonio traía. El quería hacernos enojar, aunque a otra parte parecía que tiraba. Nosotros guardámosle el golpe y cobrímonos con paciencia, conformándonos con la voluntad divina, y así quedamos sin llaga y aún con corona, porque, no curando de lo que en nos pasa, por penoso que sea, mas de la voluntad del que lo invía, vencemos nuestra propria voluntad; lo cual es la causa de nuestra corona.

Y porque el vencimiento de esta batalla más se hace por arte de contentarnos con lo que viene, y de tener confianza, mientra más el demonio nos la quiere quitar, que por vía de fuerza, queriendo evitar que no nos vengan estos pensamientos, pues que no son en nuestra mano, por eso dice el esposo a la esposa en los Cantares: Cazadnos las pequeñuelas zorras, que destruyen las viñas, porque nuestra viña ha florecido. La viña de Cristo nuestra ánima es, plantada con su mano y regada con su sangre. Esta florece cuando, pasado el tiempo en que fue estéril y seca, comienza nueva vida y fructifera al que la plantó. Mas porque a los tales principios suelen acechar estas y otras tentaciones del astuto demonio, y les suelen dañar con hacerles desmayar, trayéndoles pensamientos tan feos estando ella ternecica y en flor, por eso nos amonesta el esposo florido, que pues nuestra ánima, viña suya, ha florecido, que tengamos manera para cercar estas importunas tentaciones. En decir cazar, da a entender que ha de ser por maña y no por fuerza. Y en decir que son zorras, da a entender que son tentaciones solapadas, que pareciendo ir a herir en una parte, hieren en otra. En decir pequeñas, da a entender que para quien las conoce no son grandes, porque el solo conocerlas es vencerlas; y a quien le parecen grandes, es el que con su temor y poco saber las hace grandes. Y en decir que destruyen las viñas, da a entender cuánto daño hacen en los hombres que no las conocen, hasta traerlos algunas veces a tanto enojo, que de enojados, como no les quita Dios las tales tentaciones, vienen por miserable consejo a consentir o casi consentir en ellas, y algunas veces pasa tan adelante este mal que, por no sufrir guerra tan cruda en el camino de Dios, lo dejan y se dan abiertamente a pecar, pensando por allí huir de ellas; o, si esto no hacen, algunos suelen venir a desesperar, por no sufrir guerra tan cruda.


d) BUSCAR UN BUEN CONFESOR

Y suele a los que tales tentaciones tienen, dar mucha pena, el haberlas de decir abiertamente a su confesor, por ser cosas tan feas que no merecen ser tomadas en lengua, y que dan gran desmayo, por su abominación, cuando se cuentan. Y, por otra parte, si no se las dicen, paréceles no ir bien confesados, y así nunca salen satisfechos de la confesión por el callar, o salen muy penados por haber dicho cosas que tanta pena les dan. Lo que estas personas cerca de esto deben hacer es buscar un confesor sabio, experimentado en las cosas de Dios, y darle a entender las tentaciones que pasan, de arte que, aunque no se digan los pensamientos de la misma manera que se piensan, porque esto no es menester y muchas veces daña y no se puede hacer, mas dígase de manera que el confesor pueda entender la enfermedad que es, y esto basta.

Y el tal confesor no debe ser áspero, ni importunarse por muchas veces que el penitente le pregunte una misma cosa, ni por otras flaquezas que estas personas escrupulosas y tentadas pueden tener; mas antes se acuerde de lo que el Apóstol dice: Corrígele en espíritu de blandura, considerándote a ti mismo, y no seas también tentado. Y por graves cosas que en estas personas vea, no desmaye, porque no suele el Señor olvidar sus ovejas en aquestos peligros, mas socórrelas cuando más desesperado parece estar el remedio, según yo he visto en muy muchas personas afligidas gravísimamente con estas tentaciones, aun hasta trance de desesperar. De las cuales ninguna he visto parar en mal, mas ser socorridas de Dios con entera sanidad de estos trabajos.

Ore, pues, el confesor, y busque oraciones ajenas; y encomiende al penitente la enmienda de su vida; y déle buena esperanza de parte de nuestro Señor, que él cumplirá las promesas que de su parte le dieren con fe; y enseñe al penitente que ningún pensamiento, por sucio y malo que sea, no puede ensuciar el ánima, cuando no es consentido. Y pues el penitente no consiente, mas toma mucho desplacer en aquestas cosas, antes las debe tomar en purgatorio de sus pecados y en ejercicio de paciencia, como quien está padeciendo martirio en manos de crueles sayones, que pensar que ofende a Dios en ello, o que va camino de perdición.

Y con esta cordura y sabiduría engañará el arte que el demonio como zorra trae, que era amagar para hacernos caer en infidelidad o blasfemias, o suciedades o cosas semejantes; y cuando nosotros íbamos a escudarnos de aquel golpe, penándonos mucho, desmayándonos con los tales pensamientos, descubríamos el ánima una vez o otra por la parte de la paciencia, y allí nos hería en descubierto muy a su placer como quien amaga a la cabeza y hiere a los pies. Mas contra este arte usemos de otro arte, y es no asombrarnos ni desmayarnos, ni perder la paciencia, mas cubrirnos de pies a cabeza y en todo tiempo con la fe y conformidad de la voluntad del Señor; y estar contentos de tener aquello, si el Señor es servido que lo tengamos, toda la vida.

Y así ganamos más con aquella paciencia que ganáramos con la devoción que nos quitó, y ayúdanos a crecer en el servicio de Dios el que pensaba estorbarnos. E hizo por su ocasión que, estando nuestra ánima en flor de principios, comience a dar frutos de hombres perfectos, porque nos hace desnudar de nosotros mismos y que, comiendo antes leche de devoción tierna, comemos ya pan con corteza, manteniéndonos con las duras piedras de las tentaciones; las cuales él nos traía para probarnos si éramos hijos de Dios, y sacamos de la ponzoña miel, de las llagas salud; y así de la tentación salimos probados y aprovechados.

Los cuales bienes no hemos de agradecer al demonio, cuya voluntad no es fabricarnos coronas, mas cadenas; sino a aquel sumo y omnipotente Bien, Dios, el cual no dejaría acaecer mal ninguno, sino para sacar mayor bien; ni dejaría a nuestro enemigo y suyo, el demonio, atribular a nosotros, sino para gran confusión del que atribula y bien del atribulado; y esto es lo que dice David: Este dragón que formaste para que hiciesen burla de él. Dragón llama al demonio por sus asechanzas, al cual crió Dios bueno y él se hizo malo y tentador de los buenos; mas permítelo Dios así, sacando bien de sus males, porque mientras más piensa dañar a los buenos, más provecho les hace, y queriéndolos abatir al infierno, les da ocasión que ganen el cielo; de lo cual él queda tan corrido y burlado que no quisiera haber comenzado el juego. Y esto es en lo que todos harán burla de él, pues por sus tentaciones aprovechó a los que pensaba dañar, cayendo sobre su cabeza la maldad que a otros urdía, y cayendo en el lazo que armó; y, quedando él con tristeza muerto de invidia, verá ir a los amigos de Dios, que él, tentó, cantando con alegría: El lazo ha sido quebrado, y nosotros quedamos libres; nuestra ayuda es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.

b. ABIERTAMENTE SE ENOJA

Remedios:

a) TENER FE: DIOS ES NUESTRO AYUDADOR


Es tanta la invidia que de nuestro bien tienen los demonios que por todas las vías tientan que no gocemos lo que ellos perdieron; y cuando en una batalla van de nosotros vencidos o, por mejor decir, de Dios en nosotros, mueven otras y otras, para si alguna vez hallaren algún descuidado a quien traguen; mudan armas y género de batalla, pensando que a los que no vencieron en una vencerán en otra. Por lo cual, después que han visto que por astucia no han podido empecer, por estar enseñados por la verdadera doctrina cristiana, que nos enseña a ponernos en el justísimo querer del Señor, intentan guerra más descubierta, haciéndose león feroz, el cual antes era dragón ascondido. Ya no tienta de uno y va a parar en otro, mas claramente se quiere hacer temer, pensando de alcanzar por espanto lo que por arte no pudo. Aquí no le verán hecho raposa, mas león fiero, que con su bramido quiere espantar, como dice San Pedro: Hermanos, sed templados y velad, porque vuestro adversario el diablo, como león bramando, rodea, buscando a quien trague; al cual resistid fuertes en la fe. No deben ser destemplados ni descuidados los que tal enemigo tienen, ni deben dejar de orar al verdadero pastor, las ovejas que se ven cercadas de boca tan mala. Mas, ¿cuáles son las armas con que se vence este bravo león, para que de esta guerra, como de la pasada, vaya confundido el que pensó confundirnos? Estas son la fe, según dice San Pedro. Porque cuando una ánima desprecia lo que ve y confía en Dios, al cual no ve, no hay por donde el demonio le entre; mas este firme crédito y confianza en Dios la guarda muy firme y sin temor, y le hace despreciar las amenazas de los demonios, porque, como una de las principales, cosas en que él ponga sus fuerzas sea en hacer los corazones pusilánimes y desmayados, es eficacísimo remedio contra él la firme confianza en Dios, como leemos haber dicho aquel gran vencedor de demonios San Antón: La señal de la Cruz y la fe con el Señor nos es a nosotros inexpugnable muro. ¿Cómo temerá al demonio quien cree que ninguna cosa puede sin darle Dios el poder? ¿Pudieron quizá los demonios tocar en Job, o en su hacienda, o siquiera ahogar los puercos de los genesarios, sin tener licencia primero de Dios? Pues quien no puede tocar a los puercos, ¿podía tocar a los hijos?.

Si el consejo de Cristo tomamos, muy seguros viviremos de este temor, porque él nos le quita diciendo: Yo os enseñaré a quien temáis: Temed a aquel que, después de haber muerto el cuerpo, tiene poder para echar en el infierno: a éste temed. Y quien a Dios no teme, aunque le pese, ha de temer a mundo y demonios. De manera que, creyendo muy firmemente que el demonio no puede llegar al cabello de nuestra cabeza, porque todos los tiene Cristo contados, haremos burla de los fieros del demonio, y decirle hemos que se vaya a hacer cocos a niños, que acá no conocemos sino a Dios por Señor. El temor a uno es hacerle un modo de reverencia y darle sujeción, y por esto ni en poco ni en mucho debemos temer al demonio, pues Cristo nos libertó y nos le puso debajo los pies; y debemos estar siempre delante de Dios humillados con su santo temor; mas para con el demonio, muy esforzados y llenos de una santa soberbia. Cosa es muy probada que a los que el demonio temen les hace mil befas, y a los que le desprecian huye, y tanto cuanto él más braveza mostrare tanto menos se debe temer. Por costumbre de meter a voces y guerra a quien le falta justicia, y querer alcanzar por amenazas lo que no ha podido por arte.

Creedme, doncella de Cristo, que cuando el demonio asombra, tomando figura de serpiente, o de toro o de león, o de otras bestias, y estorbando la oración con sonidos, y hace crujir toda la casa; y cuando impide el reposo del sueño con espanto, como al santo Job se lee que hacía; cuando en estas y otras bregas anda el demonio, no se debe temer, porque de puro vencido y temeroso lo hace, mas decirles como San Antón: "Si tuviésedes algunas fuerzas, uno solo de vosotros bastaría para pelear; mas, porque sois quebrantados de Dios, trabajáis por atemorizar, juntándoos muchos a una. Si el Señor os ha dado poder sobre mí, veísme aquí, tragadme; mas si no podéis, ¿por qué trabajáis en balde?". Verdad es que nuestras fuerzas, cotejadas con las suyas, son muy pequeñas; mas la fe nos dice, si sordos no estamos, que el Señor es delendedor de todos los que esperan con Él. Y si tenemos un enemigo muy sabio para hacer mal, muy fuerte, y que tanto nos aborrece, tenemos un amigo más sabio, más fuerte, y que más nos ama sin comparación. Mucho dicen que sabe el demonio, según el mismo nombre lo dice -quieren decir resabido-, pues ¿qué es su saber en comparación del abismo de la sabiduría divina que no tiene fin? Si el poder del demonio no tiene igual sobre la tierra, según se escribe en Job, el poder divino no tiene igual en el cielo ni en tierra. Muy mal nos quiere el demonio, mas mucho más nos ama Dios que él nos desama. No duerme el demonio, buscando cómo nos dañe más. Mucho velan los benditos ojos de Dios guardándonos como a sus ovejas, por las cuales derramó su preciosa sangre. Pues, si tenemos el brazo del Omnipotente con nos, ¿qué temeremos al demonio, cuyo poder es flaqueza en comparación del divino?, ¿qué temeremos de este león que busca a quien trague, pues nos defiende el fuerte león de Judá, el cual siempre vence? Y si el demonio nos cerca, Cristo está aparejado para pelear por nosotros; empero, si no perdemos la fe, como se escribe en la Santa Escriptura, la cual cuenta que, como contra el rey Josafat viniese innumerable copia de gente, tanto que él fue lleno de miedo, y dejando sus pocas fuerzas por las muchas de sus enemigos, dióse a pedir favor al Omnipotente. Y respondióle Dios por boca de un profeta de esta manera: Esto dice el Señor Dios: No queráis temer ni haber miedo de esta muchedumbre, porque no es la guerra vuestra mas del Señor. No seréis vosotros los que habéis de pelear, mas solamente estad con confianza, y veréis el socorro del Señor sobre vosotros. ¡Oh Judea y Hierusalem, no queráis temer ni haber miedo, que mañana saldréis y el Señor será con vosotros!.

Si bien hemos oído esta divina respuesta, que a todos los que pelean en la guerra del Señor se da, veremos que, resistiendo nosotros en fe, el Señor ha de hacer la victoria, y que es gran maldad haber miedo los que tan mandados están que no lo tengan, y los que tal favor tienen. No sienten bien del poder de Dios los que, teniéndole a Él sólo por ayudador, tienen temor del cielo o tierra; ni siente bien de su verdad quien no cree esta promesa; ni siente bien de su bondad quien no cree que tiene sus ojos y su corazón puesto en nosotros. Aún cuando nos parece que más olvidados estamos, acordémonos de cómo San Antón, siendo reciamente azotado de los demonios y acoceado, alzando los ojos arriba, vio abrirse la techumbre de su celda, y entra por allí un rayo de luz, tras del cual huyeron todos los demonios, y el dolor de las llagas de él fue quitado. Y, viendo a Jesucristo nuestro Señor, díjole con entrañables sospiros: "¿Adónde estabas, buen Jesú, adónde estabas? ¿Por qué no estuviste aquí al principio, para que sanaras todas mis llagas?". A lo cual respondió el Señor diciendo: "Antón, aquí estaba, mas esperaba ver tu pelea, y porque varonilmente peleaste, siempre te ayudaré, y te haré ser nombrado por toda la redondez de la tierra". Con las cuales palabras, y con la virtud de Cristo, se levantó tan esforzado que entendió haber recobrado más fuerza que primero había perdido.

b) PENSAR LAS MUCHAS VECES QUE NOS SACÓ VICTORIOSOS

E ya que nuestra flaqueza nos hiciese sordos a todas estas consideraciones, debemos mirar las muchas veces que nos ha sacado victoriosos, y nos ha defendido de semejantes peleas. En lo cual nos da crédito que así lo hará adelante. No deja el Señor a los suyos venir a riesgo de extremos peligros, sino para que vean que nada son de sí y como no hay en ellos ni un cabello de fortaleza, ni se pueden aprovechar de los favores que en tiempos pasados de Dios han recebido; y quedan desnudos y en unas escuras tinieblas, sin hallar en qué hacer pie, mas súbitamente los levanta y fortalece más que antes estaban. Porque vean cuán fuerte es Dios en librarlos de tanta flaqueza; cuán bueno, en acordarse de los que están extremamente fatigados; cuán verdadero, en sus promesas, que promete, de no desmamparar a los que le sirven. Para que, conociendo el hombre por experiencia su propria flaqueza, no le engañe la mentira de su estimación; y experimentando la fortaleza y bondad divina, le adore y le crea, y espere en él, cuando en otro peligro se viere. Y esto afirma San Pablo haberle acaecido, diciendo: No quiero que ignoréis, hermanos, nuestra tribulación en Asia, en que sobremanera y sobre nuestras fuerzas fuimos atribulados, tanto que nos daba pena el vivir, y nosotros, dentro de nosotros, tuvimos por cierto que no habíamos de escapar de la muerte. Y esto acaeció así, para que no tengamos fiucia en nosotros, mas en Dios, que da vida a los muertos; el cual nos libró de tan grandes peligros, y en el que esperamos que también nos librará de aquí adelante.

Y en esto no se hace mucho con Dios, porque cualquier hombre que diez o doce veces nos hobiese enseñado su amor y favor en nuestros trabajos, creeríamos que nos amaba y que nos lo enseñaría también otra vez, si en trabajos nos viésemos. Y pues tan muchas veces hemos a Dios experimentado en fidelísimo en no dejarnos caer el tiempo de la tribulación, ¿por qué no le ternemos en posesión de fiel amigo para todo lo que nos puede venir? Extrema incredulidad es, y digna de grande castigo, no creer más de Dios de lo que presente con nosotros hace y nunca de lo pasado cobrar fe que no nos asegure de lo por venir, pues esta fe es la que nos hace victoriosos, la cual no nos engañará, porque los que en el Señor esperan nunca serán confundidos, y así como cuando el demonio nos quiere alzar, le vencemos abajándonos, así, mientra más él se hiciere temer, más lo despreciemos; y, mientra más nos quisiere abajar, más nos levantemos en el favor de aquel que es todo nuestro y cuyos ángeles pelean por nos. Como fue enseñado el criado del gran Eliseo, el cual tenía mucho temor de gran compaña de gente que venía a prender a su señor. Al cual dijo Eliseo: No quieras temer, porque más son con nosotros que contra nosotros. Y como orase Eliseo: Abre, Señor, los ojos de este mozo porque vea, abrió Dios los ojos del mozo, y vio que estaba un monte lleno de caballería y carros enderredor de Eliseo, los cuales eran ángeles del Señor, venidos a defender al profeta de Dios. De manera que tenemos de nuestra parte muchedumbre de ángeles, uno de los cuales puede más que todos los infernales poderes, y, lo que más es, tenemos al Señor de los ángeles, el cual, solo, puede más que los infernales y celestiales poderes, y, por tanto, abastarnos debe tanto favor para despreciar al demonio, dejado todo temor; hacernos fuertes leones contra él en virtud de Cristo, que fue manso cordero en entregarse por nosotros, y fue león fuerte en despojar los infiernos, y vencer y atar los demonios, y en defendernos como a sus amadas ovejas.

B) A quién debemos oír

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1. Palabra primera. De cómo hemos de oír a solo Dios

Mucho nos hemos detenido en avisar que cerremos nuestras orejas de estas malas hablas; queda ahora de oír la primera palabra, en que el profeta David nos amonesta que oyamos. Y pues no hemos de oír a la diversidad de los ya dichos lenguajes, desearéis saber a quién hemos de oír. Brevemente digo que a solo Dios, que es suma verdad y es oído con gran provecho del que le oye, según él dice: Oyéndome, oíme; y comed del bien, y deleitarse ha en grosura vuestra ánima; inclinad a vuestra oreja, y venir a mí. Oíd y vivirá vuestra ánima, y haré con vosotros un sempiterno concierto.

Grandes promesas son éstas, las cuales ninguno otro que Dios basta a cumplir; y dichoso es aquel a quien les cumple y con quien hace este sempiterno concierto, el cual es que el Señor sea Dios del hombre, y el hombre tenga al Señor por Dios y por Padre. Y esto declara San Pablo diciendo: Vosotros sois templo de Dios vivo. Como le dice Dios: Yo moraré entre ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo. Por lo cual, salid de en medio de los malos, y apartaos, dice el Señor; y no toquéis cosa sucia, e yo os recibiré, y os seré Padre, y vosotros me seréis hijos y hijas, dice el Señor todopoderoso.

No puede haber duda en estas promesas, pues el Señor todopoderoso lo dice; ni hay lengua que pueda explicar cuánta sea la merced que Dios hace en querer ser Dios de alguna persona, porque es tener un particular cuidado de ella, defendiéndola, guiándola, favoreciéndola, y capitular con ella de serle su amparo, como buen rey con sus vasallos o padre con hijos, y tornando por ella, como dicen, en presencia y ausencia con gran fidelidad, y, después de todo, darle su hacienda, para que en el cielo le herede como hijo a Padre. Por todo lo cual decía David: Bienaventurada la gente, de la cual el Señor es Dios, y el pueblo al cual él escogió para heredad para sí. Y así como Dios tiene cuidado de rey y de padre de aquellos de quien él es Dios, así el tener uno al Señor por Dios es reverenciar y adorar su Majestad infinita, y obedecerla como a padre y señor, y vivir confiado debajo del amparo de él, creyendo que, teniendo su Dios lo que tiene, no le podrá a él ir mal; y en fin, esperar de Dios lo que un hijo espera de su Padre.

Este concierto no es temporal, mas llámase sempiterno, porque no se acaba aunque muera la una parte, mas, comenzándose en esta temporal vida, durará en el cielo muy más perfectamente para siempre jamás.

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2. Este oír es por la fe

Veis aquí cuán grandes bienes nos trae el oír a Dios, y con cuánta atención debemos oír esta palabra que nos manda que oyamos. Este oír a Dios es por la fe; la cual no es enseñanza humana, mas divina, porque no creemos a las Escripturas como a palabras de Esaías o Jeremías, o de San Pablo o de San Pedro, ni creemos más al evangelista que fue testigo de vista de lo que escribió que al que no lo fue, mas recibimos estas palabras como dichas de Dios por la boca de ellos, y a Dios creemos en ellos. Y por eso nuestra fe imposible es dejar de ser verdadera, como es imposible la suma verdad de Dios dejar de ser.

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1) La fe, fundamento de todo bien

Esta fe es fundamento de todos los bienes, y la primera reverencia que el hombre hace al Señor cuando le toma por Dios; y es fundamento tan firme de todo el edificio de Dios que no le pueden derribar vientos de persecuciones, ni ríos de deleites carnales, ni lluvias de espirituales tentaciones, mas entre todos los peligros tiene el ánima en mucha firmeza como el áncora tiene a la nao en las mudanzas del mar. Y es tanta su firmeza que las puertas de los infiernos, que son errores y pecados, y hombres malos y demonios, no prevalecerán contra ella; porque no la enseñó carne ni sangre, mas el Padre que está en los cielos, a cuyas obras y poder no hay quien resista. Esta hace a los creyentes hijos de Dios, como dice san Pablo: Todos vosotros sois hijos de Dios por la fe que tenéis en Jesucristo; y por ella alcanzan el cielo, pues, siendo hijos, han de ser herederos. Ésta incorpora al hombre en el cuerpo de Jesucristo, y le hace ser hermano y compañero de Él, y ser participante en la justicia y merecimientos y bienes de Cristo, a lo cual no hay igual bien.

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2) Es don de Dios

Y cuando hablamos de fe, no entendáis de fe muerta, mas de la viva, la cual dice San Pablo que es fe que obra mediante el amor. Como cuando hablamos de hombres o de caballos, no entendemos de los muertos, mas de los que viven y sienten, y obran obras de vida. Y esta fe no es de nuestras fuerzas ni se hereda de nuestros pasados, mas obra de divina inspiración, como lo afirma en el evangelio Jesucristo nuestro Señor, diciendo: Ninguno puede venir a mí, si mi Padre no le trajere, y yo le resucitaré en el día postrero. Escripto está en los profetas: Serán todos enseñados de Dios. Todo aquel que oyó y aprendió de mi Padre viene a mí.

La verdadera fe cristiana no está arrimada a decir: "nací de cristianos", o "veo a otros ser cristianos, y por eso soy cristiano", y "oyo decir a otros que la fe es verdadera y por eso la creo"; porque a hombre principalmente cree, no mirando a Dios. Mas esta otra es un atraimiento divino que hace el Eterno Padre, haciendo creer con gran firmeza y certidumbre, que Jesucristo es su único Hijo, con todo lo demás que de él cree su esposa la Iglesia, en la cual está el verdadero conocimiento y culto de Dios, y fuera de ella no hay sino error y muerte y condenación. Y el que así cree es el que oyó y aprendió del Padre, y el que dicen los profetas que es enseñado por Dios. Y por eso, aunque viese titubear o caer a todos los hombres, no se turbaría él por las caídas de ellos, pues que no creía por ellos; mas, arrimándose a Dios, cree su fe con mucho deleite, aun hasta derramar de buena gana la sangre en confirmación de esta verdad. De la cual está tan cierto que ni aun por pensamiento cosa contraria le pasa, o, si pasa, es tan de paso que ninguna pena da en el corazón de quien así cree.

Esta fe debemos pedir con mucha instancia al Señor, si no la tenemos con la certidumbre ya dicha; o, si la tenemos, pedir que la conserve y acreciente, como la pedían los apóstoles diciendo: Acreciéntanos, Señor, la fe. Y si algún rato se atibiare, debemos convertir los ojos del entendimiento a la cierta y suma verdad de Dios, que es el sol de donde ella nace, para que sus rayos calienten y alumbren y esfuercen nuestra flaqueza y tinieblas, y nos confirmen más y más en esta verdad, con condición que, teniendo esta fe, seamos fieles al dador de ella, conociendo que lo somos por él, y no por nosotros ni por nuestros merecimientos, como lo amonesta San Pablo, diciendo: Por gracia sois hechos salvos mediante la fe. Y entonces no es de vosotros, porque don de Dios es, no de vuestras obras, porque ninguno se gloríe. De lo cual parece que ningún achaque ni ocasión pueden tener los hombres vanos para atribuir a sí mismos la gloria de este divino edificio, que somos nosotros; el cual consiste en fe y caridad, pues que la fe, que es el principio de todo el bien, es atraimiento de Dios, como dice el Evangelio, y don gracioso de él, como dice el bienaventurado San Pablo, y la caridad, que es el fin y perfección de la obra, tampoco es de nuestra cosecha, mas como dice el Apóstol: es derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos es dado.


3) Y obra del libre albedrío

Mas dirá alguno: Pues Dios es el que infunde la fe y caridad, ¿para qué nos amonesta la Escriptura que creamos y amemos? A esto digo que para que conozcamos nuestra flaqueza e invoquemos la gracia de Dios, que por Jesucristo se da. Porque, viendo un hombre que le es puesto un mandamiento muy alto, y sus pocas fuerzas para cumplillo, aunque, cuando no había mandamiento, pensaba que podría mucho, mas ya conoce por experiencia su mucha flaqueza, y acuerda de quitar la confianza de sí, y humillarse a nuestro Señor, pidiéndole con oraciones devotas que, pues él le puso la ley, él mismo le dé la gracia y fuerza para cumplirla. No debe, pues, desmayar el hombre por la grandeza de los mandamientos de Dios, por sentir su inclinación ser contraria a ellos, mas debe trabajar con ayuno, limosnas y otros buenos ejercicios, y principalmente con importuna oración a Dios, invocando el nombre de Jesucristo, su unigénito Hijo, y pedir el don de la gracia, con que cumpla provechosamente los mandamientos de Dios, como lo aconseja San Agustín diciendo: "Si no sientes que eres traído de Dios, suplícale que traya". Y como Dios sea sumamente bueno, da de buena gana su espíritu bueno a quien se lo pide; y trae para sí al que estaba caído debajo de la pesadumbre de su propria flaqueza. Y este atraer no es forzar, mas suavemente convidar, y instigar y mover, de arte que el libre albedrío del hombre es ayudado por el movimiento de Dios a consentir y a obrar lo que Dios le inspira; mas no de tal arte forzado, que, si él quisiese contradecir el llamamiento de Dios, hobiese quien le fuese a la mano. De manera que, si el hombre consiente, Dios le instigó y le puso gana para consentir, y a él se debe la gloria; y si no consiente, a su propria flaqueza se ha de imputar, que quiso con su libertad escoger la peor parte, que fue no seguir a Dios que le llamaba. Así como si tú quisieses traer hacia ti un hombre, y le echases cuerdas tirándole hacia ti, no tan recio que lo lleves por fuerza, mas tirando algún tanto, de manera que, si él quisiere libremente seguir a tu traimiento, puédelo hacer, y diremos que tú le trajiste, porque tú le tiraste y fuiste causa que libremente fuese para ti; mas, si él no lo quisiese hacer, y tirase hacia tras, contradiciendo a tu tirar, podríalo hacer, y la culpa de ello sería propria suya, sin que de ti se pudiese quejar. Porque, según dice el Señor: Tu perdición es de ti, y tu remedio está en mí solamente.



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II. Et vide


Audi filia et vide- Juan de Avila 3