Audi filia et vide- Juan de Avila 12

II. Et vide

(Ps 45,11)(Ps 44,11Vulg)

Palabra segunda. Que es ver y que cosa hemos de ver

Si bien habéis oído las palabras ya dichas, veréis cuán necesario es el oír para agradar a Dios nuestro Señor. Ahora escuchad la segunda palabra, que dice: Ve. No basta estar atento a las divinas palabras de fuera y inspiraciones de dentro, que es el oír; mas conviene también tener sano el otro sentido que es ver, porque no menos son reprehendidos de Cristo los ciegos que no ven la luz, que los sordos que no oyen.

A) Con los ojos del cuerpo

Mas no penséis que, amonestándoos que veáis, os quiere decir fiestas o mundo, porque aquel ver, ¿qué otra cosa es sino cegar, pues impide la vista del ánima? Los ojos del cuerpo basta que miren la tierra, en que se han de tornar; mas los espirituales pasen adelante y deseen el cielo donde está su deseo, según dice David: Veré tus cielos, obra de tus dedos, la luna y estrellas que Tú fundaste. E, si más criaturas quisiere ver, no lo impedimos, con tal que sea la vista para pasar de ellas a Dios, no para perder y olvidar a Dios en ellas; porque de esta vista dice David al Señor: Aparta, Señor, mis ojos, porque no vean las vanidades; en el camino tuyo anímame. Bien sabía este santo rey que el demasiado mirar es impedimento para correr con ligereza la carrera de Dios, y suele entibiar el corazón encendido y por eso dice: Avívame en tu carrera. Porque, según está claro a los experimentados, cuanto más recogidos tienen estos ojos exteriores tanto más ven con los interiores, cuya vista es más alegre y más provechosa. Lo cual es justo que fácilmente crea un cristiano, pues leemos de algunos filósofos haberse sacado los ojos del cuerpo por tener más recogido su entendimiento para contemplar. En el cual hecho debemos burlar de su error en sacarse los ojos, y aprovecharnos de su buen deseo en tener recogimiento en ellos.

Así con toda guarda debemos guardar nuestros ojos, porque no nos acaezcan los males que de la soltura suelen venir. ¿De dónde pensáis que vino la causa de la perdición al mundo? Por cierto, no de más que de una vista desordenada. Miró Eva al árbol vedado, dióle gana de comer de su fruto, porque le parecía hermoso, comió y hizo comer a su marido y la comida fue muerte para ellos y cuantos de ellos vinieron. No es cordura mirar lo que no es lícito desear, como parece en el santo rey David, cuyos ojos se deleitaron en mirar la mujer que se lavaba en su huerto; y tuvo después que mirar noches y días, lavando su cama y estrado con lágrimas, en tanta abundancia que sus ojos estaban carcomidos, como de polilla, de mucho llorar; y él dice: Arroyos de aguas corrieron de mis ojos, porque no guardaron tu ley. Buen consejo hobiera sido a sus ojos no deleitarse en lo que después tan caro les costó, y también lo será a nosotros pecadores, pues tan livianos somos que, tras los ojos, se nos va el corazón. Pongamos, pues, un velo entre nosotros y toda criatura, no hincando los ojos del todo en ella; por ocupallos allí, no perdamos la vista del Criador, quiero decir, nuestras devotas consideraciones que de Dios teníamos.

Y creed, por cierto, que una de las más ciertas señales de corazón recogido es la mortificación en el mirar, y del corazón disoluto, la disolución del mirar. No hay

pulso que tan cierto declare lo que hay en el cuerpo cuanto el ojo declara lo que hay en el ánima, de bien o de mal. Por lo cual el esposo alaba a la esposa de los ojos, diciendo: Tus ojos son de paloma, dando a entender que son honestos como los de la paloma, que suelen ser negros. Miremos, pues, cómo miramos, si no queremos pagar llorando lo que pecamos mirando.

B) Con los ojos del ánimo

E si esto conviene mirar en los ojos de fuera, ¿cuánto más en los interiores, en los cuales verdaderamente está el bien o el mal mirar, y por los cuales es uno juzgado que tiene vista o que es ciego? Claro está que los fariseos a quien Jesucristo nuestro Señor hablaba, ojos tenían en la cara, mas, porque no veían con los del ánima, llámalos ciegos, y guías de ciegos. Y, por el contrario, el patriarca Isaac y Tobías muy clara vista tenían en los ojos del ánima, y por eso poco les dañaba estar ciegos en los ojos del cuerpo. Porque, como dijo San Antón a un ciego llamado Dídimo, que era muy sabio en las Escripturas divinas. "No es razón que toméis pena por no tener ojos del cuerpo, los cuales tienen también los gatos y los perros, y otros menores animales, pues tenéis claros los ojos del ánima, con los cuales podéis ver a Dios".

Pues de esta vista debéis de entender lo que se amonesta en la segunda palabra, que dice: Ve. Si la queréis cumplir, ojos tenéis que es vuestro entendimiento, que para ver a Dios os fue dado. No lo hincháis de polvo de tierra y de honras, ni lo atapéis con gruesos humores de pensamientos de cuerpo, mas sacudido de estas poquedades, que ocupan la vista, tened vuestro entendimiento claro, para emplearlo en aquel que os le dio, y que os le pide para haceros bienaventurados en él. No penséis que os desocupó Cristo en balde de las ocupaciones del mundo, y hizo que no entrásedes a moler en la tahona de las cargas del matrimonio, cuyos cuidados suelen turbar los ojos de quien anda en ellos, si muy especial gracia del Señor no tienen para cumplir bien con dos partes; mas libertóos el Señor, para que fuésedes toda suya, y vuestros ojos a Él solo mirasen, como la esposa casta a su solo esposo suele mirar.

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1. Del proprio conocimiento

1) Necesidad del propio conocimiento

Ternéis, pues, este orden en el mirar: que primero os miraréis a vos, y después a Dios, y después a los prójimos. Miradvos porque os conozcáis y tengáis en poco; porque no hay peor engaño que ser uno engañado en sí mesmo, teniéndose por otro del que es. Lodo sois de parte del cuerpo, pecadora de parte del ánima. Si en más que esto os tenéis, ciega estáis y deciros ha vuestro esposo: Si te conoces, hermosa entre las mujeres, salte y vete tras las pisadas de tus manadas, y apacienta tus cabritos par de las moradas.

No hay cosa tan de temer y temblar, como oír de la boca de Dios: Salte y vete.

Porque si la más recia palabra de un padre para su hijo, o marido con su mujer, que la tiene en grande abundancia, es apartarla de su amparo y riquezas, diciendo: "Vete de mí, y de mi casa", ¿qué será salirse el ánima y irse de Dios, sino desterrarse de todos los bienes, y caer en todos los males? ¿Dónde iremos, dijo San Pedro a Cristo, que palabras de vida tenéis? ¿Dónde iremos, Señor, que fuente de vida tienes, y tú solo la tienes? ¿Dónde iremos, alegre luz, sin la cual hay tinieblas? ¿Dónde, pan y vino, sin el cual hay hombre mortal? ¿Dónde, firmísimo amparo, sin el cual la seguridad es peligro? ¿Dónde irá la oveja, estando en todas partes cercada de los lobos, si el pastor la desabriga y alanza de sí? Recia palabra es: Salte y vete. Y semeja aquella que Cristo ha de decir el día postrero a los malos: Idos, malditos, al fuego que os está aparejado. Otra vez digo que no hay cosa que más deba temer, ni tanto deba trabajar por evitar quien está en la abundante y alegre casa del Señor, y debajo de su fortísimo amparo. ¿Cómo oirán sus ovejas: Salte y vete? Y esta salida no es cosa liviana, mas es causa de todos los males. Porque, desmamparado el hombre del amparo divino, ¿qué hará, como dice San Augustin, sino lo que hizo San Pedro cuando negó a nuestro Señor, sin conocer ni arrepentirse del mal que había hecho, hasta que el amparo y mirar divino tornó sobre Pedro caído en pecado, y olvidado en él? Y conoció que había hecho mal y haber caído, y que la causa de su cuidado había sido haber confiado de sí.

De manera que la causa porque el benigno Señor se torna riguroso en echar de casa sus hijos, es porque no se conocen, atribuyendo a sí los bienes que de él venían. Así a esta ánima dice el esposo: Salte y vete tras las pisadas de tus manadas; que quiere decir, que la deja ir perdida, siguiendo las obras o rastros de los pecadores, que andan juntos en sus pecados, como manadas, ayudándose en ellos unos a otros. Los cuales también serán en el día postrero atados como manojos, para ser en el infernal fuego juntamente quemados los que fueron juntos en los pecados. Dice el esposo a la tal ánima: manadas tuyas, porque el pecado es de nosotros, no de Dios; y el bien es de Dios y no nuestro, pues por su virtud lo hacemos. Lo cual Él quiere muy de hecho que conozcamos ser así, no tanto por lo que a Él toca, cuya gloria conoce en sí mesmo, aunque nosotros no le glorifiquemos; mas por lo que toca a nosotros, cuyo bien es muy grande conocer que de todo el bien que tenemos, no a nosotros, sino a él se debe la honra. Y si de lo que Él puso en nosotros para su alabanza, queremos edificar ídolo, atribuyendo la gloria del incorruptible Dios a nosotros, corruptibles hombres, no lo dejará Él sin castigo, mas dirá: "Razón es que te quedes con lo que es tuyo, y te pierdes, pues no quesiste permanecer en mí para salvarte". ¡Oh cuán de verdad se cumplen en los soberbios estas palabras, y cuán presto de espirituales se hacen carnales, de recogidos disolutos, de oro lodo; y los que solían comer con sabor pan celestial, deléitanse después en comer manjares de puercos, siéndoles cosa muy pesada no sólo obrar las obras de Dios, más aún oír hablar de Él! ¿Dónde pensáis que ha venido haber sido algunas personas castos en el tiempo de su mocedad, aunque fueron combatidos de graves tentaciones, y, venidos a la vejez, haber miserablemente caído en vilezas tan feas que ellos mismos se espantan de sí y se abominan? La causa fue que en la mocedad vivían con santo temor y humildad, y, viéndose tan al canto de caer, invocaban a Dios y eran defendidos por Él. Mas después que, con la larga posesión de la castidad, comenzaron a engreírse y confiar de sí mismos, en aquel punto fueron desamparados de la mano de Dios y hicieron lo que era proprio suyo, que es el caer.

Y entonces se cumple que apacientan sus cabritos, que son sus livianos y deshonestos sentidos, cerca de las tiendas de los pastores, que son los cuerpos, porque en ellos están los siervos de Dios como en cabaña de campo, que presto se muda, y no comen en casa o ciudad de reposo; y así, con mucha razón, en cuerpos y en cosas de cuerpos apacientan sus sentidos, porque perdieron por su soberbia el verdadero sentido, sintiendo de sí otra cosa que es ser nada y pecadores, robando a Dios la gloria que tan de verdad se le debe a todo lo bueno que, por libre albedrío o por gracia, hemos.

Despertad, pues, doncella, y escarmentad, como dicen, en ajena cabeza, y aprovechaos de la amenaza, porque no probéis el castigo. Sed semejable a la esposa, a la cual fueron dichas estas palabras, la cual, oída la palabra, y de boca de quien son todos los bienes: Salte y vete, miróse, y conocióse, y quitó de sí algunas osadías que antes tenía. Y hecha humilde con la reprehensión, consuélala el esposo, diciendo: A mi caballería en los carros de Faraón te he asemejado, amiga mía. Hermosas son tus mejillas, como de tórtola. Por la soberbia es una ánima semejable al demonio, el cual, como dice el evangelio, no estuvo en la verdad, que es Dios, mas quiso estar en sí, poniendo a sí por su arrimo y descanso. Por eso cayó; porque la criatura no puede estar en sí, sino en Dios. Mas por el conocimiento de sí es un ánima semejable a los buenos ángeles, que se arrimaron a Dios y desasiéronse de sí; porque se veían ser caña quebrada. Y túvolos Dios, y confirmólos, porque dieron voces diciendo: Michael?, que quiere decir: ¿Quién como Dios?, en lo cual contradecían al malaventurado Lucifer y los suyos, que se querían hacer ídolos, atribuyendo a sí lo que era de Dios, que es ser principio, arrimo y descanso de toda criatura; no porque éstos creyesen que lo podían ser, pues que se conocían ser criaturas; mas porque se deleitan en ello, como si lo tuvieran, como suelen hacer los soberbios, que, aunque su boca y entendimiento diga a voces que de Dios tienen y esperan todo su bien, más con la voluntad ensálzanse y gózanse vanamente en sí mismos, como si de suyo tuviesen el bien; confesando con el entendimiento que la gloria se debe a Dios, y robándosela con la voluntad. Mas los buenos ángeles claman con el entendimiento y voluntad: ¿Quién como Dios?, porque de corazón se humillaron y desestimaron, según por el entendimiento lo conocían. Y por esto fueron ensalzados a ser participantes de Dios. Pues a esta caballería, que es el angélico ejército, que destruyó a Faraón y sus carros en el mar Bermejo, asemeja Cristo a su esposa cuando se conoce y se mide por cosa baja.

Y alábale las mejillas donde suele estar la vergüenza, porque hubo vergüenza la esposa de la tal reprehensión, por haber perdido cosas mayores que a su poquedad convenían; y de mejillas deslavadas tornáronsele vergonzosas y honestas, como de tórtola, que es ave honesta. Y por eso decía aquel devoto Bernardo que había hallado por experiencia no haber cosa tan provechosa para alcanzar y conservar la gracia, y recobrarla, como vivir siempre en un temor y santo recelo. Recelo cuando no la tenemos, porque estamos aparejados a todas caídas; recelo cuando la tenemos, porque hemos de obrar conforme al talento que nos es dado con ella; más recelo cuando la perdemos, porque por nuestro descuido se ha ido nuestro favor. Y por eso dice la Escriptura: Bienaventurado el varón que siempre está temeroso.

De lo ya dicho, y de muchas otras cosas que los santos dotores han hablado en alabanza del proprio conocimiento, veréis cuán necesaria es aquesta joya para venir al conocimiento de Dios. Y pues queréis edificar casa en vuestra ánima para este tan alto Señor, sabed que no los altos, mas los humildes de corazón, son casas suyas.

Y por tanto, el primero cuidado que tengáis sea cavar en la tierra de vuestra poquedad, hasta que, quitado de vuestra estimación todo lo movedizo que de vos tenéis, lleguéis a la firme piedra que es Dios, sobre la cual, y no sobre vuestra arena, fundéis vuestra casa. Y por esto decía el bienaventurado San Gregorio: "Tú que piensas edificar edificios de virtudes, ten primero cuidado del fundamento de la humildad; porque quien quiere ganar virtudes sin ella, es como quien llevase ceniza en su mano en contrario del viento". Lo cual dice, porque no sólo no aprovechan las virtudes sin la humildad, mas son ocasión de muy grande pérdida, así como el grande edificio sobre el pequeño y flaco cimiento es ocasión de caída. Y por tanto, conforme al alteza de las virtudes ha de ser lo bajo del cimiento de la humildad, porque la ánima esté firme, y no sea derribada con el peso de la soberbia.

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2) Cómo conseguir el propio conocimiento

Y si me dijeres: ¿Dónde hallaré esta joya del proprio conocimiento?, dígoos que, aunque es de mucho valor entre el establo y entre el estiércol de vuestra poquedad y defectos la habéis de hallar. Quitad los ojos de las vidas ajenas, no os entremetáis en saber cosas curiosas, volved vuestra vista a vos misma, y perseverad en examinaros, que, aunque al principio no halléis tomo en conoceros, como quien entra de la claridad del sol a una cámara obscura; mas, perseverando en sosiego, poco a poco veréis lo que en vos hay, aunque sea en los muy secretos rincones.

a) LUGAR DONDE RECOGERSE, Y TIEMPO

Y para que sepáis el modo que cerca de esto, que tanto os va, habéis de tener, oíd a San Hierónimo que dice a una mujer casada: "De tal manera tengas cuidado de tu casa que también tengas para tu ánima algún reposo; busca algún lugar conveniente, y algún tanto apartado del bullicio de esta familia, al cual te vayas, como quien va a un puerto, huyendo de la gran tempestad de tus cuidados; y allí solamente haya lección de cosas divinas, y oración tan continua, y pensamiento de las cosas del otro mundo tan firme, que todas las ocupaciones del otro tiempo del día ligeramente las recompenses con este rato de desocupación. Y no te decimos esto para apartarte de tu casa, mas antes porque allí aprendas y pienses cómo te debes haber con ella".

Si este bienaventurado santo encomienda a una mujer casada quitar a las ocupaciones de casa algún rato y que se recoja en quieto lugar a leer y pensar cosas de Dios ¿con cuánta más razón la doncella de Cristo, que está libre de los mundanos cuidados, y que debe pensar que no vive para otra cosa sino para usar de la oración y recogimiento, debe buscar en su casa algún lugar ascondido y secreto, en el cual tenga sus libros devotos, e imágines devotas, diputado para ver y gustar cuán suave es el Señor? El estado de religión y virginidad que habéis tomado, no es para que estéis enlazada en ocupaciones perecederas; mas, así como es semejable cuanto a la entereza e incorrupción de la carne, así habéis de pensar que no ha de entrar en vuestro corazón cuidado de tierra, mas habéis de ser un templo vivo, en el cual se ofrezcan continuas oraciones y suenen continuos loores a aquel que os creó. Daos por muerta a este mundo, pues ya os habéis desposado con el rey celestial.

Y acordaos que dice el esposo a la esposa: Huerto cerrado, hermana mía, esposa, huerto cerrado. Porque no sólo habéis de ser limpia y guardada en la carne, mas también muy cerrada y recogida en el ánima. Porque virginidad se toma entre cristianos no por sí sola, mas por que ayuda para con más libertad dar el corazón a Dios. La doncella que se contenta con virginidad del cuerpo, y no vive cuidadosa en el recogimiento y gusto de Dios, ¿qué otra cosa hace, sino pararse en el camino y nunca llegar a donde va, y tener aparejo para coser y labrar, y nunca entender en ello? Cosa vergonzosa es a todo cristiano no tener ejercicio de santa lección y de santos pensamientos en su ánima; mas, en la virgen que a Cristo se ha dado, no sólo es vergonzoso, más intolerable y digno de mucho castigo. Por tanto, si queréis gozar de los frutos de la santa virginidad, que a Cristo habéis prometido, sed enemiga de ver y ser vista. Salid todo lo menos que fuere posible, no os entremetáis en temporales ocupaciones, buscad cuanto tiempo pudiéredes para os encerrar en vuestro oratorio; que, aunque al principio se os haga de mal, después probaréis que en las celdas se tratan negocios del cielo, y que ningún rato de tanto contentamiento hay como el que allí en sosiego se gasta.

Buscado, pues, este lugar quieto, recogeos en él, a lo menos dos veces al día, una por la mañana, para pensar en la sacra pasión de Jesucristo nuestro Señor, como después diremos, y otra en la tarde, en anocheciendo, a pensar en el ejercicio del proprio conocimiento. Y el modo que tornéis sea éste.

b) PRINCIPIO DE LA ORACIÓN: LECCIÓN Y REZO DE DEVOCIONES

Tomad primero algún libro de buena doctrina, en que, como en espejo, veáis vuestras faltas, y con él toméis manjar con que vuestra ánima sea esforzada en el camino de Dios. Y este leer no ha de ser con pesadumbre, ni pasando muchas hojas, mas alzando el corazón a nuestro Señor y suplicarle que os hable en vuestro corazón con su viva voz, mediante aquellas palabras que de fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de ellas. Con aquella atención y reverencia estad atenta, escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera leéis, como si a Él mesmo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba. De manera que, aunque tengáis los ojos en el libro, no peguéis en él con mucha ansia el corazón para que os haga olvidar de Dios; mas tened a lo que leéis una mediana descansada atención, que no os captive ni impida la atención libre y levantada que al Señor habéis de tener. Y leyendo de esta manera no os cansaréis, y daros ha nuestro Señor el vivo sentido de las palabras que obre en vuestra ánima, unas veces arrepintiéndose de vuestros pecados, otras confianza de ellos y de su perdón, y os abrirá el entendimiento a conocer otras muchas cosas, aunque leáis pocos renglones. Y algunas veces conviene interrumpir el leer, por pensar alguna cosa que del leer resultó, y después tornar a leer. Y así se van ayudando la lección y la oración.

Y, con el corazón así devoto y recogido, podéis empezar a entender en el ejercicio de vuestro proprio conocimiento, de esta manera. Vuestras rodillas hincadas, pensaréis a cuán excelente y soberana Majestad vais a hablar; la cual no la penséis lejos, mas que hinche cielos y tierra, y que ninguna parte hay en que no esté, y más dentro de vos que vos misma. Y considerando vuestra pequeñez, hacelle una entrañable reverencia, humillando vuestro corazón como una pequeña hormiga delante de un ser infinito, y pedir licencia para hablarle.

Comenzad primero en decir mal de vos, y rezad la confesión general, y acordándoos particularmente, y pidiendo perdón de lo que en aquel día hobierdes pecado.

Después rezad algunas devociones que debéis tener por costumbre; no tantas que demasiadamente os fatiguen la cabeza y os sequen la devoción; ni tampoco las dejéis del todo, porque sirven para despertar la devoción del ánima, y para ofrecer a Dios servicio con nuestra lengua, en señal que él nos la dio. Y por eso nos enseña San Pablo que hemos de orar y cantar con el espíritu de la voz, y con el ánima. Y estas oraciones no sólo sean para pedir mercedes a nuestro Señor para vos, mas por aquellos por quien tenéis especial obligación. Y otras, por toda la Iglesia cristiana, el cuidado de la cual habéis de tener muy fijado vuestro corazón, porque, si a Cristo amáis, razón es que os toque aquello por cuyo nombre derramó su sangre. Y rezados así por los vivos como por los que en purgatorio están, y otras por toda la infidelidad, que está privada del conocimiento de Dios, suplicándole traya a su santa fe a todos, pues todos desea que sean salvos. Y estas oraciones han de ser las más de ellas enderezadas a dos partes: una a nuestra Señora, a la cual habéis de tener muy cordial obediencia y amor, y entera confianza que os será muy verdadera madre en todas vuestras necesidades; y la otra a la pasión de Jesucristo nuestro Señor, la cual también ha de ser muy familiar refugio de vuestros trabajos, y esperanza única de vuestra salud.

Y luego, dejad de rezar con la boca y meteos en lo más dentro de vuestro corazón, y haced cuenta que estáis delante la presencia de Dios, y que no hay más de él y vos.

c) MEDITACIÓN DE LA MUERTE Y JUICIO

Pensad cómo antes que a este mundo viniésedes érades nada, y como aquella sobrepujante bondad de Dios nuestro Señor os sacó de aquel abismo de no ser, y os hizo criatura suya, no cualquiera, sino razonable. Pensar cómo os dio cuerpo y ánima, para que con lo uno y con lo otro trabajésedes de le servir.

Haced cuenta que estáis ya en el paso de vuestra muerte, lo más verdaderamente que lo pudiéredes sentir, diciéndovos a vos misma: "Llegar tiene algún día esta hora de mi acabamiento, no sé si será esta noche o mañana, y pues ciertamente ha de venir, razón es que piense en ello". Pensad cómo caeréis mala en la cama, y cómo habéis de sudar el sudor de la muerte. Levantarse ha el pecho, quebrantarse han los ojos, perderse ha el color de la cara, y con grandes dolores se apartará esta juntura tan amigable del cuerpo y del ánima. Amortajarán después vuestro cuerpo, y poneros han en unas andas, y llevarlo han a enterrar cantando unos, llorando otros. Echaros han en una breve sepultura; cobijaros han con tierra; y, después de haberos pisado, quedaros heis sola y seréis presto olvidada.

Pensad, pues, que todo esto por vos ha de pasar. ¿Qué tal estará vuestro cuerpo debajo de la tierra? Y cuán presto se parará tal que ninguno, por mucho que os quiera, no os pueda ver, ni oler, ni estar cerca de vos. Mirad allí con atención en qué para la carne y su gloria, y veréis cuán necios son aquellos que, habiendo de salir tan pobres de este mundo, trabajan acá por ser muy ricos; y habiendo de ser tan presto hollados, tienen gran sed de ponerse en más altos lugares que otros, y cuán engañados viven los que regalan el cuerpo, y se van tras sus deseos, pues que otra cosa no hicieron sino ser cocineros de gusanos, guisándolos bien el manjar que han de comer, y ganaron con sus bienes y deleites tormentos que nunca se acaban. Considerad y mirad con muy gran atención y despacio vuestro cuerpo tendido en la sepultura; y, haciendo cuenta que ya estáis en ella, mortificad los deseos de la carne cada vez que os vinieren a la memoria, con mirar qué muerto estará vuestro cuerpo; Y mortificad los deseos de agradar y desagradar al mundo, y de tener en algo cuanto en él florece, pues que tan presto y con tanto abatimiento lo habéis de dejar, y él a vos. Y considerando cómo nuestro cuerpo, después de ser manjar de gusanos, se tornará en cieno y en polvo, no miréis de ahí adelante, sino como a un muladar cubierto con nieve, y que os dé asco de acordaros de él. Y teniendo al cuerpo en esta posesión, no seréis engañada cerca de estima de él, mas ternéis verdadero conocimiento, y sabréis cómo le habéis de regir, mirando el fin en que ha de parar; como quien se pone al fin de la nao, para desde allí regirla mejor.

En esto que habéis oído ha de parar vuestro cuerpo; resta que oyáis lo que ha de acaecer a vuestra ánima, la cual será en aquella hora llena de angustias, acordándose de las ofensas que en esta vida hizo a nuestro Señor, y pareciéndole entonces muy grave lo que antes le parecía muy liviano. Será desamparada de sus sentidos, no podría servirse de la lengua para pedir socorro a nuestro Señor, y entenebrerse ha el entendimiento, que aun pensar en Dios no podría, y, en fin, poco a poco acercarse ha la hora en que por mandamiento de Dios salga del cuerpo, y se determine de ella o perdición para siempre o salud para siempre. Oír tiene de la boca de Dios: Apártate de mí a fuegos eternos, o: Queda conmigo en estado de salvación. Colgada habéis de estar de sola la mano de Dios, y en sólo Él estará vuestro remedio. Por lo cual habéis mucho de huir de enojar en vuestra vida al que a la hora de vuestra muerte habéis tanto de menester. Demonios que os acusen y que pidan justicia a Dios contra vuestra ánima, acusándoos particularmente de cada pecado, no os faltarán, y si la misericordia de Dios entonces os olvida, ¿qué haréis, oveja flaca, cercada de tan rabiosos lobos, muy deseosos de os tragar? Pensad, pues, en el rato de vuestro recogimiento, cómo en aqueste estrecho punto habéis de ser presentada delante el juicio de Dios, desnuda y sola de todas las cosas y acompañada del bien o mal que habiéredes hecho. Y decid agora a nuestro Señor que vos os presentáis agora de gana, para alcanzar misericordia en aquella hora que por fuerza habéis de salir de este mundo. Haced cuenta que sois un ladrón, a quien han tomado en el hurto, y le presentan ante el juez, las manos atadas; o una mujer, que la halla su marido haciéndole traición; los cuales, de confundidos, no osan alzar los ojos ni pueden negar su delito; y creed que muy más claramente os ha visto Dios en todo lo que contra Él habéis pecado que pueden ningunos ojos de hombres ver cosa que delante de Él se hiciese. Y por haber sido mala en la presencia de tanta bondad, cubríos de la vergüenza que entonces perdistes, y sentid en vos confusión de vuestros pecados, como quien está delante la presencia de nuestro Señor. Acusaos vos como habéis de ser acusada; y especialmente traed a la memoria los pecados más graves que hobiéredes hecho. Juzgaos y sentenciaos por mala, y abajad vuestros ojos a considerar los infernales fuegos, creyendo que los tenéis muy bien merecidos.

Poned en una parte los bienes que Dios os ha hecho desde que os crió, descurriendo por vuestro cuerpo y vuestra ánima, cómo debíades de servir a nuestro Señor con todos los miembros y potencias vuestras, cómo érades obligada a reverenciarlo y serle agradecida, y amarle con todo vuestro corazón, sirviéndole con toda obediencia, guardando su santa ley. Mirad cómo os ha mantenido, con otros mil bienes que os ha hecho, y de males que os ha librado; y, sobre todo, cómo, por convidaros a que fuésedes buena, vino el mismo Señor al mundo, haciéndose hombre; y por daros ejemplo, convidándoos que le sirviésedes y remediaros de la ceguedad en que vos habíades caído, pasó muchos trabajos y derramó muchas lágrimas, y después su sangre, perdiendo la vida por vos. Todo lo cual se ha de poner el día de vuestra muerte y juicio en una balanza, haciéndoos cargo de ello como de recebido, y hanos de pedir cuenta de cómo habéis servido tantas mercedes, y como habéis usado de vos misma a servicio de Dios, y con qué cuidado habéis respondido a tanta bondad con que Dios ha querido salvaros. Mirad bien, y veréis cuánta razón tenéis de temer, Pues que no sólo no habéis respondido con servicios conformes a estas deudas, mas habéis dado males en pago de bienes, y despreciado al que tanto os preció, huyendo y volviendo las espaldas a quien os seguía para vuestro bien.

¿Qué gracias os parece que se deben dar a quien por su infinita misericordia nos ha librado, de los infiernos, habiéndolos nosotros justamente merecido? ¿Qué daremos a quien tantas veces tendió su mano para que los demonios no nos ahogasen y llevasen consigo? Y, siendo nosotros crueles ofendedores de su Majestad, Él nos fue piadoso padre y dulce defendedor. Pensad que quizá están algunos en los infiernos con menos pecados que vos. Y de tal manera os mirad y servid a Dios como si hobiérades por vuestros pecados entrado en el infierno, y Él os hobiera sacado de allá; porque todo es una cuenta: haber estorbado que no vais allá, mereciéndolo vos, o sacaros de allá, por su gran misericordia.

Y si contejando los bienes que con vos Dios ha hecho y los males que vos a Él, no sintieres vergüenza y dolor como deseáis, no os turbéis por ello, mas perseverad en aqueste juicio, y presentad delante los ojos de Dios vuestro corazón tan llagado y tan adeudado. Suplicadle que os diga Él quién vos sois y en qué posesión os habéis de tener. Porque el efecto de este ejercicio no es solamente entender que sois mala, mas sentirlo y gustarlo con la voluntad, y hallar tomo en vuestra maldad e indignidad, como quien tiene un perro muerto a sus narices. Y por eso estas consideraciones que os he dicho no han de ser apresuradas, trabajando luego por llegar a cosas semejantes, mas han de ser largas y despacio, y con mucho sosiego, para que poco a poco se vaya embebiendo en vuestra voluntad aquel desprecio o indignidad que con el entendimiento pensastes. El cual pensamiento habéis de presentar delante de Dios, pidiéndole y esperándole que Él lo asiente y haga embeber en vuestra voluntad, estimándoos de ahí adelante, con mucha sencillez y verdad, como una persona muy mala o indigna de todo bien, y merecedora de todo desprecio y tormento, y como una cosa infernal, maravillándoos mucho de la infinita benignidad del Señor, cómo a un gusano hediondo no lo alanza de sí, más mantiénelo y regálalo, y le hace mercedes, todo para gloria de Él, sin que tengamos nosotros de qué gloriarnos.

d) EXAMEN COTIDIANO

Para acabar este ejercicio de proprio conocimiento, dos cosas os restan que oyáis: la una, que no se debe contentar el cristiano en entrar en juicio delante de Dios para acusarse de los pecados pasados, mas también de los que cada día comete. Y por maravilla hallaréis cosa tan provechosa para enmienda de la vida como tornarse el hombre cuenta de cómo lo gasta y de los defectos que hace, porque el ánima que no es cuidadosa en examinar sus pensamientos y palabras y obras, es semejable a la viña del hombre perezoso, de la cual dice el Sabio que pasó por ella, y vio su seto caído, y a ella llena de espinas.

Haced cuenta que os han encomendado una niña, hija de un rey, para que tengáis cuidado continuo de mirar por sus costumbres; y que, a la noche, le pedís cuenta, reprehendiéndola de sus faltas y amonestándole las virtudes. Miraos como a cosa encomendada por Dios, y haceos entender que no habéis de vivir sin regla, mas debajo de santas dotrinas y diciplina; y entrad en capítulo con vos a la noche, juzgándoos muy particularmente, como haríades contra tercera persona. Reprehendeos de vuestras faltas, y predicaos a vos misma con muy mayor cuidado que a otra persona alguna, por mucho que la améis. Y donde sintiéredes que más faltáis, allí poned mayor remedio. Porque creed que, durando este examen y reprehención de vos mismo, no podrán durar mucho vuestras faltas sin ser remediadas.

Y aprenderéis una ciencia muy saludable que os haga llorar y no hinchar; la cual os guardará de la peligrosa enfermedad de la soberbia, que entra poco a poco, pareciéndose un hombre bien a sí mismo. Velad sobre aquesta entrada, y guardaos con todo cuidado no os parezcáis bien vos a vos misma, mas con la lumbre de la verdad sabeos reprehender y desaplaceros; y seros ha vecina la misericordia de Dios, al cual aquellos solos parecerán bien, que a sí solos parecen mal, y a aquéllos perdona sus faltas con largueza de bondad, que las conocen y se humillan por ellas en el juicio de la verdad.

Y escaparéis de otros dos vicios que suelen acompañar a la soberbia, que son desagradecimiento y pereza, porque, conociendo y reprehendiendo vuestros defetos, veréis vuestra flaqueza y indignidad, y escaparéis de soberbia, y veréis la misericordia grande de Dios en sufriros y perdonaros, y haceros bienes, mereciendo vos males; y seréis agradecida al hacerdor de tantas gracias. Y mirando el poco bien que hacéis, y males en que caéis, despertaréis del sueño de la pereza, y comenzaréis cada día de nuevo a servir a nuestro Señor, viendo cuán poco habéis hecho en lo pasado.

Y por esto, y por otros muchos bienes que de conocerse el hombre suelen nacer, siendo preguntado un santo viejo de los pasados dónde estaría uno más seguro, en la soledad o compañía, respondió: "Si se sabe reprehender, donde quiera estará seguro; y si no, donde quiera estará a peligro".

Porque por el mucho amor que nos tenemos, no sabemos conocernos y reprehendernos con aquel verdadero juicio que requiere la verdad, debemos suplicar al Señor que nos reprehenda Él con amor, para que sintamos de nosotros lo que, según verdad, debemos sentir. Y esto es lo que Hieremías pedía, diciendo: Corrígeme, Señor, en juicio, y no en furor; porque por ventura no me tornes nada. Corregir en furor pertenece al día postrero, cuando enviará Dios al infierno a los malos por sus pecados; y corregir en juicio es reprehender en este mundo a los suyos con amor de padre a sus hijos. La cual reprehensión es un testimonio tan grande de amar Dios al que reprehende que ninguno hay tan seguro y cierto en esta vida, y suele ser víspera de grandes mercedes de Dios. Así cuenta San Marcos que, apareciéndoles nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos, los reprehendió de incredulidad y dureza de corazón; después de lo cual les dio poder para hacer obras maravillosas. Y el profeta Esaías dice que el Señor lava las suciedades de las hijas de Sión, y la sangre de en medio de Jerusalén en espíritu de juicio y en espíritu de ardor, dando a entender que el lavar el Señor nuestras manchas, viniendo a nosotros, es dando a entender primero quién somos, y esto es en juicio, y espíritu de ardor, que es amor. Y así nos lava sin que podamos atribuir a nosotros cosa buena, pues nos ha dado a entender primero nuestra indignidad.

Y esta reprehensión no entendáis ser alguna que desmaye y demasiadamente entristezca el ánima, trayéndola desabrida; mas es un sosegado conocimiento de las proprias faltas que así avergüenza al reprehendido y le pone espuelas para con mayor diligencia servir al Señor, que le da muy gran confianza que el Señor le ama como a hijo, pues usa con él oficio de padre, según está escripto: Yo a los que amo corrijo.

Sed, pues, cuidadosa en miraros y reprehenderos, y presentándoos delante la presencia de Dios, delante del cual es más seguro el humilde conocimiento de nuestras faltas que la soberbia justicia de nuestras buenas obras. Y no seáis como algunos amadores de su propria estima, que, por no parecerse mal a sí mismos, se huelgan en pensar mucho otras cosas devotas, y pasan por el conocimiento de sus defetos, porque no hallan en ellos sabor, pues no aman su proprio desprecio; como, a la verdad, ninguna cosa hay tan segura, ni que así haga que aparte Dios sus ojos de nuestros pecados, como mirarnos nosotros y reprehendernos, según está escripto: Si nos juzgásemos nosotros mismos, no seríamos juzgados de Dios.


e) CONOCIMIENTO DE NUESTRAS BUENAS OBRAS

Lo segundo que habéis de mirar cerca de este conocimiento es que, aunque es bueno y provechoso, pues por él recebimos perdón de nuestros pecados, mas tiene esta falta, que se funda sobre haber pecado. Y no es mucho de maravillar, que un pecador se conozca y estime por pecador, mas sería muy grande monstruo que, siéndolo, se estimase por justo; como si un hombre lleno de lepra se estimase por sano. Por tanto no nos hemos de contentar con estimarnos en poco en nuestros pecados, mas aún mucho más hemos de mirar esto en nuestros bienes, conociendo profundamente que ni nuestros pecados son de Dios, ni los bienes nuestros son de nosotros; y de todo lo bueno que en nosotros hobiere, dar perfectamente la gloria al Padre de todas las lumbres, del cual procede todo don bueno y dádiva perfeta. De arte que, aunque nosotros tengamos el bien, lo tratemos tan fielmente, que no nos alcemos con la gloria de Dios; ni se nos pegue como dicen, la miel en las manos.

Esta humildad no es de pecadores como la primera, mas de justos; y no sólo la hay en este mundo, mas en el cielo; porque de ella se escribe: ¿Quién como el Dios nuestro, que mora en las alturas, y mira las cosas humildes en el cielo y en la tierra? Ésta tuvo en pie a los ángeles buenos, y los hizo dispuestos para gozar de Dios, pues le fueron sujetos, y la falta de ella derribó a los ángeles malos, porque se quisieron alzar con la honra de Dios. Ésta tuvo la sagrada Virgen María nuestra señora, que siendo predicada por bienaventurada y bendita por la boca de Santa Isabel no se hinchó ni atribuyó a sí gloria alguna de los bienes que en ella había, mas con humilde y fidelísimo corazón enseña a Santa Isabel y al mundo un verso, que de las grandezas que ella tenía, no a sí, mas a Dios se debía la gloria, y con profunda reverencia comienza a cantar: Mi ánima engrandece al Señor.

Y esta misma, muy más perfeta, tuvo Jesucristo su Hijo, nuestro Señor, el cual, así sus buenas obras como sus buenas palabras fidelísimamente predicaba al mundo que las había recebido del Padre, diciendo: Mi dotrina no es mía, mas de aquel que me envió. Y en otra parte dice: Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo, mas del Padre que está en mí. Él hace las obras. Y así convenía que el remediador de los hombres fuese muy humilde, pues que la raíz de todos los males es la soberbia. Y queriendo dar a entender cuánto más convenga esta santa y verdadera humildad. Él se hace particularmente maestro de ella, y se nos pone por ejemplo de ella, diciendo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; porque, viendo los hombres a un maestro tan sabio encomendar tan particularmente esta virtud, trabajasen por la tener; e viendo que un señor tan grande no atribuye el bien a sí mismo, ninguno haya tan desvariado que tal maldad ose hacer.

Aprended, pues, sierva de Cristo, de vuestro maestro y señor, aquesta santa bajeza, para que seáis ensalzada, porque palabra suya es: Quien se humillare, será ensalzado. E tened en vuestra ánima aquesta pobreza, porque de ella se entiende: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. E tened por cierto que, pues Jesucristo nuestro Señor fue por camino de humildad ensalzado, el que no la tuviera fuera va de camino; e débese desengañar con lo que dice San Augustín: "Si me preguntardes cuál es el camino del cielo, responderos he que la humildad; o si otra vez me lo preguntardes responderos he que la humildad; e si tercera vez me lo preguntardes, responderos he lo mismo; e si mil veces me lo preguntardes, mil veces os responderé que no hay otro camino sino la humildad". E porque creo que deseáis agradar al Señor teniendo aquesta santa bajeza, es razón que se os diga el modo que para ello tendréis.

Y sea primero, pedírsela con importuna y fiel oración al dador de los bienes, porque éste es un muy particular don suyo. Y aun el conocer que lo es, no es pequeña merced. La experiencia que los que son tentados de soberbia tienen, da bien claro a conocer que no hay cosa más lejos de nuestras fuerzas que esta verdadera y profunda humildad, y que muchas veces acaece, con los remedios que ellos ponen para la alcanzar, huir ella más; y aun del mismo humillarse les suele nacer su contrario, que es la soberbia. Por lo cual de tal manera tomad los ejercicios para alcanzar esta joya, que no los dejéis de hacer, diciendo: "¿Qué me aprovecha, pues es dádiva de Dios"?, ni tampoco los hagáis poniendo confianza en vuestro brazo de carne, mas en aquel que suele dar sus dádivas a los que da gracia para se las pedir y para entender en los buenos ejercicios.

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1. Consideración de nuestro "ser"

El modo pues que ternéis será éste. Considerad tres cosas por orden: una el ser, otra el bien ser, otra el bienaventurado ser.

Cuanto a lo primero, debéis de pensar qué érades antes que Dios os criase, y hallaréis ser un abismo de nada y privación de todos los bienes. Estaos un buen rato sintiendo este no ser, hasta que veáis y palpéis vuestra nada. Y después considerad cómo aquella poderosa y dulce mano de Dios os sacó de aquel abismo profundo, y os puso en el número de sus criaturas, dándoos verdadero y real ser. Y miraos a vos, no como a hechura vuestra, sino como una dádiva de Dios, que os hizo merced de vos a vos. Y por tan ajeno de vuestras fuerzas mirad vuestro ser como miráis el ajeno, creyendo que tan poco pudistes criaros a vos como criar a otro. Y tan poco podíades salir de aquellas tinieblas de aquel no ser como los que se quedaron en ellas, teniéndonos por igual de vuestra parte a las cosas que no son, atribuyendo a Dios la ventaja que les lleváis. E mirad que, después de criada, no penséis que ya os tenéis en vos misma, porque no menos necesidad tenéis de Dios cada momento de vuestra vida para no perder el ser que tenéis que la tuvistes para, siendo nada, alcanzar el ser que tenéis. Entrad dentro de vos misma y considerad cómo sois una cosa que tiene ser y vive: y preguntaos: "¿Esta criatura está arrimada a sí, o a otro? ¿Susténtase en sí o ha menester mano ajena?". Y responderos ha el apóstol San Pablo que no está lejos Dios de nosotros, mas que en él vivimos, y nos movemos, y tenemos ser. E considerad a Dios, que es ser que es, y sin Él hay nada; y es fuerza de todo lo que algo puede, de todo lo que es, y sin Él hay nada; y que es vida de todo lo que vive y sin Él hay nada; y fuerza de todo lo que algo puede y sin Él hay flaquezas; e bien entero de todo lo bueno, sin el cual no se puede ver el más pequeño bien de los bienes, porque él es causa de todos. Y por esto dice la Escriptura: Todas las gentes son delante de Dios como si no fuesen, y en nada y en vanidad son reputadas delante de Él. Y en otra parte está escripto: El que piensa que es algo, como sea nada, él se engaña. Y el profeta David decía hablando con Dios: Yo soy delante de ti como nada. En las cuales partes no habéis de entender que las criaturas no tengan ser o vida, o operaciones proprias o distintas de las de su criador; mas, porque lo que tienen no lo hobieron de sí, ni lo pueden conservar de sí, dícese no ser, que quiere decir que tienen el ser de mano de Dios, y no de la suya.

Sabed, pues, ahondar bien en el ser que tenéis, y no paréis hasta hallar el fundamento postrero, que como firmísimo e indificiente, y no fundado sobre otro, mas fundamento de todos, os sustentará que no cayáis en el pozo profundo de la nada, de la cual primero os sacó. Conoced este arrimo que os tiene, y esta mano que, puesta encima de vos, os hace estar en pie, y confesad con David: Tú, Señor, me hiciste, y me pusiste tu mano sobre mí. Y pensad que estáis ya tan colgada de esta virtud de Dios que, si ella faltase, en aquel momento vos faltaríades, como se quita la lumbre que había en la cámara cuando sacan de ella la hacha que la alumbraba, o como se quita la lumbre de sobre la tierra por la ausencia del sol. Adorad, pues, a este Señor con reverencia profunda como a principio de vuestro ser, y amarle por continuo bienhechor vuestro y por conservador de él; y llamadle con corazón y con lengua: Virtud mía, en que me sostengo.

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2. Nuestro "bien ser"

Si con cuidado habéis entendido en el conocimiento de vos, para atribuir a Dios la gloria del ser que tenéis, con mucho mayor debéis entender que el bien ser que tenéis no es de vos, mas graciosa dádiva de la mano del Señor. Porque, si atribuís a él la gloria de vuestro ser, confesando que no vos, mas sus manos os hicieron, y apropriáis para vos la honra de vuestras buenas obras, creyendo, que a vos se debe la gloria de ellas, mayor honra tomáis para vos que dais a Dios, cuanto es mayor el bien ser que el ser. Por tanto, conviene que, con grandísima vigilancia, entendáis a conocer a Dios por causa de vuestro bien vivir, de arte que no se os quede asida en vuestras manos punta ni repunta de loca soberbia, mas así como conocéis que ningún ser, por pequeño que sea, podéis tener de vos, si Dios no os le da, así también conozcáis que no podéis tener de vos el menor de los bienes, si el potentísimo y cumplido bien, Dios, no abre su mano para os lo dar.

Pensad que así como lo que es nada no tiene ser natural entre las criaturas, así el pecador, por mucho estado y bienes que tenga, faltándole la gracia, es contado por nada delante los ojos de Dios. Lo cual dice San Pablo de esta manera: Si tuviera profecía, y conociese todos los misterios y toda la ciencia, y tuviese toda la fe, tanto que pase los montes de una parte a otra, y no tuviere caridad, nada soy. Lo cual es tanta verdad que aun el pecador es menos que nada, porque peor es mal ser que el no ser. Ningún lugar hay tan bajo ni tan apartado, ni tan despreciado en los ojos de Dios, entre todo lo que es y no es, como el que vive en ofensa de Dios, estando desheredado del cielo y sentenciado al infierno.

Y para que tengáis alguna cosa que os despierte algo en el conocimiento de este miserable estado, pensad, cuando alguna cosa muy contra razón y desordenada viéredes, que muy más fea y abominable cosa es estar en desgracia y enemistad de nuestro Señor. Oís decir de algún hurto o traición, o maldad que alguna mujer a su marido hace, o desacato que algún hijo hace contra su padre, o algunas cosas de esta manera, que a cualquier, por ignorante que sea, parecen muy feas por ser contra toda razón. Pensad vos que ofender a Dios en un solo pecado mortal es mayor fealdad, por ser contra su mandamiento y reverencia, y agradecimiento que se le debe como a padre, señor y esposo, y bienhechor y amigo, que todas las cosas que pueden acaecer en el mundo por ser contra sola razón. Y, pues veis cuán desestimados son de todos los que tales fealdades cometen, teneos por una cosa muy despreciada y sumíos en el profundo abismo de vuestro desprecio, que se debe al ofendedor de Dios. Y así como para conocer vuestra nada os acordastes del tiempo en que no teníades ser, así para conocer vuestra culpa, os acordad del tiempo, cuando viviades en ella, y mirad, cuan entrañable y profundamente pudiéredes, con mucho espacio, en cuán miserable estado estuvistes, cuando delante de los ojos de Dios estábades feas y desagradable, y contada por nada y menos que nada; porque ni los animales, por feos que sean, ni otros criaturas, por más bajas que sean, no han hecho pecado contra nuestro Señor, ni están obligadas a fuegos eternos, como vos estábades; y despreciaos y abajaos en el más profundo lugar que pudiérades, que seguramente podéis creer que, por mucho que os despreciéis, no podréis bajar al abismo del desprecio que merece la ofensa de una cosa infinita que es Dios. Y, después de haber bien sentido en el ánima y embebídose en ella aquesta desestima de vos misma, alzad vuestros ojos a Dios, considerando la infinita fuerza que de pozo tan hondo os sacó, siendo para vos cosa imposible, y mirad aquella bondad infinita que con tanta misericordia os sacó, sin haber en vos merecimiento. Porque, antes que os diese él su gracia, ¿qué cosa podíades vos hacer que no fuese mala? O, si era buena, era imperfecta y muerta, y no agradable. Sabed que quien os sacó de vuestras tinieblas a su admirable lumbre, y os hizo de enemiga amiga, y de esclava hija, y del no ser, en cuanto tocaba a la gracia de Dios, os hizo tener ser agradable en sus ojos, Dios fue. Y la causa porque lo hizo no fueron vuestros merecimientos pasados, ni el respeto de los servicios que le habíades de hacer; mas fue por su sola bondad, y merecimiento de nuestro único medianero Jesucristo nuestro Señor. Contad por vuestro el mal estado en que estábades, y contad al infierno por lugar debido a vuestros merecimientos, que lo que demás de esto es a Dios y a su gracia es conocer por deudora. Oíd lo que dice el Señor a sus amados discípulos y a nosotros en ellos: No vosotros me escogistes a mí, mas yo a vosotros. Mirad lo que dice el apóstol San Pablo: Justificados sois de balde por la gracia de Dios, por la redención que está en Jesucristo. Y asentad en vuestro corazón que así como tenéis de Dios el ser, sin que atribuyáis a Dios gloria de ello, así tenéis de Dios el ser algo delante de sus ojos, todo para gloria de él; y traed en la lengua y en el corazón lo que dice San Pablo: Por la gracia de Dios soy lo que soy. Considerad que así como cuando érades nada no teníades fuerzas para moveros, ni para ver, ni para oír ni gustar, ni entender ni querer, mas dándoos Dios el ser os dio aquestas potencias y fuerzas, así no sólo está el pecador privado del ser agradable delante los ojos de Dios, mas está sin fuerzas para obrar obras de vida que agraden a Dios.

Si algún cojo viéredes, o manco, pensad que así está el pecador en su ánima. Si algún ciego, sordo o mudo, tomaldo por espejo en que os miráis. Y en todos los enfermos, leprosos, paralíticos, y que tengan los cuerpos corvados y los ojos puestos en tierra, con toda la otra muchedumbre de enfermedades que se presentaban delante el acatamiento de Jesucristo, nuestro verdadero médico, otra no entendáis principalmente sino que tales están los pecadores, cuanto a los espirituales sentidos, cuales estaban aquellos en los corporales. Y mirad, como una piedra con el peso que tiene es inclinada a ir hacia bajo, así, por la corrupción del pecado original que traemos, tenemos una vivísima inclinación a las cosas de nuestra carne y de nuestra honra, y de nuestro provecho, haciendo ídolo de nosotros, y obrando nuestras obras no por amor verdadero de Dios, sino por el nuestro estamos vivísimos a las cosas terrenales, y que nos tocan, y muertos para el gusto de las cosas de Dios; manda en nosotros lo que había de obedecer, y obedece a lo que había de mandar. Y estamos tan miserables que, debajo de cuerpo humano y derecho, traemos apetitos de bestias y corazones encorvados hacia la tierra. ¿Qué os diré sino que en cuantas cosas faltas, y feas, y secas, y desordenadas viéredes, en tantas miréis y conozcáis la corrupción y desorden que el hombre que está en pecado tiene en sus sentidos y obras? Ninguna cosa de éstas veáis que luego no entréis en vuestra ánima a considerar que/aquello sois vos de vuestra parte, si Dios no os hobiera dado salud; e, si verdaderamente estáis sana, habéis de conocer que quien os abrió los sentidos para las cosas de Dios, quien subjetó los afectos debajo de vuestra razón, quien os hizo amargo lo que era dulce y os puso gana en lo que antes tan desabrida estábades, obrando en vos obras nuevas, Dios fue, según dice San Pablo: Dios es el que obra en nosotros el querer, y el acabar, por su buena voluntad.

Gracia y libre albedrío

No entendáis por esto que el libre albedrío del hombre no obre cosa alguna en las obras buenas, porque esto sería grande ignorancia y error; mas dícese que Dios obra al querer y al acabar, porque él es el principal obrador en el ánima del justificado, y el que mueve y suavemente hace que el libre albedrío obre y sea su ayudador, como dice el bienaventurado San Pablo: Ayudadores somos de Dios. Lo cual hace incitándole Dios a que dé libremente su consentimiento en las buenas obras. Por eso obra el hombre, porque de su voluntad y libre albedrío quiere lo que quiere y obra lo que obra; mas Jesucristo obra más principalmente, produciendo la buena obra, y ayudando al libre albedrío, para que también lo produzga; y la gloria de lo uno y de lo otro a sólo Jesucristo se debe. Por tanto, si queréis acertar en aquesto, no queráis escudriñar qué bienes tenéis de naturaleza y libre albedrío, y qué bienes de gracia; mas a ojos cerrados, regíos por la sagrada fe, que nos amonesta que de los unos y de los otros hemos de dar la gloria a Dios, y que nosotros de nosotros mismos no somos suficientes ni aun para pensar un buen pensamiento. Mirad lo que dice San Pablo, reprehendiendo al que se atribuye a sí algún bien: ¿Qué tienes que no lo hayas recebido? Y pues lo has recibido, ¿de qué te glorias como si no lo hobieras recebido? Como si dijese: "Si tienes la gracia de Dios, con que le agradas y haces obras muy excelentes, no te glories en ti, mas en quien te la dio, que es Dios. Y si te glorias de usar bien de tu libre albedrío, en consentir con él a los buenos movimientos de Dios y su gracia, tampoco te glories en ti, mas en Dios, que hizo que tú consintieses, e incitándote y moviéndote él suavemente, y dando él mismo libre albedrío con que tú libremente consientas. Y si te quieres gloriar que, pudiendo resistir al buen movimiento e inspiración de Dios, no lo resististe, tampoco te debes gloriar, pues eso no es hacer, mas dejar de hacer; y aun esto también lo debes a Dios que, ayudando a consentir en el bien, te ayudó para no resistillo. Y cualquier buen uso de tu libre albedrío, en lo que toca a tu salvación, dádiva es de Dios, que desciende de aquella misericordiosa predestinación con que determinó ab aeterno de te salvar. Sea, pues, toda tu gloria en solo Dios, de quien tienes todo el bien que tienes; y piensa que, sin él, no tienes de tu cosecha sino nada y vanidad y maldad".

Y con esto concuerda lo que dice una glosa sobre aquello de San Pablo: El que piensa ser algo, como no sea nada, a sí mesmo se engaña; que el hombre de sí mesmo no es sino vanidad y pecado, y, si alguna cosa más es, por merced y gracia del Señor lo es. Ítem dice San Agustín: "Abrísteme los ojos, luz, y despertásteme y alumbrásteme. Y vi que es tentación la vida del hombre en esta tierra, y que ningún hombre se puede gloriar delante de ti, ni es justificado todo hombre que vive, porque, si algún bien hay chico o grande, don tuyo es. Y lo que es nuestro, no es sino mal.

¿Pues de dónde se gloria todo hombre? ¿Por ventura de mal? Esta no es gloria, sino miseria. ¿Pues gloriarse ha del bien? No, porque es ajeno. Tuyo es, Señor, el bien, tuya es la gloria". Y, concordando con esto, dice el mesmo San Augustín: "Yo, señor Dios mío, confieso a ti mi pobreza, y a ti sea toda la gloria, porque tuyo es todo el bien que yo haya hecho. Yo confieso, según me has enseñado, que otra cosa no soy sino toda vanidad y sombra de muerte, y un tenebroso abismo, y tierra vana y vacía que, sin tu bendición, no hace fruto, sino confusión y pecado y muerte. Si algún bien en cualquier manera tuviere, de ti lo recebí. Cualquier bien que tengo tuyo es, de ti lo tengo. Si algún tiempo estuve en pie, por ti lo estuve, mas, cuando caí, por mí caí. Y siempre me hobiera estado caído en el lodo, sino me hobieras levantado; y siempre fuera ciego, si tú no me hobieras alumbrado. Cuando caí nunca me hobiera levantado, si tú no me hobieras dado tu mano. Y después que me levantaste siempre hobiera caído, si no me hobieras tenido. Muchas veces me hobiera perdido, si tú no me hobieras guardado. Y así, Señor, siempre tu gracia y tu misericordia anduvieron delante de mí, librándome de todos los males, sacándome de los pasados, y despertando de los presentes, y guardándome en los por venir; y cortando delante de mí los lazos de los pecados, quitando las ocasiones y causas. Porque si tú, Señor, esto no hobieras hecho, todos los pecados del mundo hobiera yo hecho, porque sé que ningún pecado hay que en cualquier manera haya hecho un hombre, que no lo pueda también hacer otro hombre, si se aparta el guiador, por el cual es hecho el hombre. Mas tú heciste que yo no lo hiciese, y tú mandaste que me abstuviese, y tú me infundiste gracia para que te creyese, porque tú, Señor, me regías para ti, y me guardabas para ti, y me diste gracia y lumbre para no cometer adulterio y todo otro pecado".


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3. Nuestro "bienaventurado ser" por la predestinación Considerad, pues, doncella, con atención estas palabras de San Augustín, y veréis cuán ajena debéis de estar de atribuir a vos gloria alguna, no sólo de levantaros de vuestros pecados, mas del teneros que no tornásedes a caer. Porque así como os dije que, si la mano de Dios de vos se apartaba, en aquel punto tomaríades al abismo de vuestra nada, en que antes estábades, así, apartando Dios de vos su guarda, tomaríades a los pecados, y otros peores, de donde Él os sacó. Sed por eso humilde y agradecida a este Señor, de quien tanta necesidad en todo tiempo tenéis, y conoced que estáis colgada de Él y todo vuestro bien depende de su mano bendita, según decía David: En tus manos, Señor están, mis suertes. Y llama suertes a la gracia de Dios, a la eterna predestinación, las cuales vienen por la sola bondad de Dios, y se conceden a aquel a quien él con su justo, aunque oculto juicio, es servido de dallas, y así como si él os quita el ser que os dio, tornaréis nada, así, quitándoos la gracia, quedaréis pecadora, y quitándoos su predestinación, quedaréis reprobada y condenada. Lo cual no se os dice para que cayáis en desmayo y desesperación por ver cuán colgada estáis de las manos de Dios, mas para que tanto con mayor seguridad gocéis de la gracia que Dios os ha dado, y tengáis confianza en la misericordia de él, que acabará en vos lo que ha comenzado, y os hará merced de os llevar al cielo, cuanto con mayor humildad y profunda reverencia y santo temor estuviéredes prostrada a sus pies, temblando de vuestra parte y confiando de la suya. Porque ésta es una cierta señal que no os desmamparará su infinita bondad según lo cantó aquella bendita y sobre todos humilde María, diciendo: La misericordia de él de generación en generación sobre los que le temen. Y, si con estas consideraciones ya dichas no halláredes en vos vivo el fruto del proprio desprecio que deseáis, no desmayéis, mas llamad con perseverante oración al Señor, que él sabe y suele enseñar interiormente, y con semejanzas exteriores, lo poco en que la criatura se ha de estimar; y, en tanto que viene esta misericordia, vivid en paciencia y conoceos por soberbia. Lo cual es parte de humildad como el tenerse por humilde es verdadera soberbia.


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2. Del poco conocimiento de sí mismo y del verdadero, de Jesucristo


Audi filia et vide- Juan de Avila 12