Audi filia et vide- Juan de Avila 53


IV. Et Obliviscere populum tuum

(Ps 45,11)

Cuarta palabra. Cómo hemos de olvidar nuestro pueblo

Para declaración de lo cual es de notar, que todos los son repartidos en dos bandos, o ciudades diversas; una de malos, y otra de buenos. Las cuales ciudades no son distintas por diversidad de lugares, pues los ciudadanos de una y otra viven juntos y aún dentro de una casa, mas por diversidad de afecciones. Porque, según dice San Augustín, dos amores hicieron a dos ciudades. El amor de sí mismo, hasta despreciar a Dios, hizo la ciudad terrenal; el amor de Dios, hasta despreciar a sí mismo, hizo la ciudad celestial. La primera ensálzase en sí misma, la segunda, no en sí, mas en Dios. La primera quiere ser honrada de los hombres; la segunda, tiene por honra tener la conciencia limpia delante los ojos de Dios. La primera ensalza su cabeza en su honra; la segunda dice a Dios: Tú eres mi gloria, y el que alzas mi cabeza. La primera es deseosa de mandar y señorear; en la segunda sírvense unos a otros por caridad: los mayores aprovechando a los menores, y los menores obedeciendo a sus mayores. La primera atribuye la fortaleza a sus poderosos y gloríase en ellos; la segunda dice a Dios: Ámete yo, Señor, fortaleza mía. En la primera los sabios de ella buscan los bienes criados; o si conocieron al Criador no lo honraron como a criador, mas tornáronse vanos en sus pensamientos y diciendo: somos sabios, tornáronse necios; mas en la segunda ninguna otra sabiduría hay sino el verdadero servicio de Dios, y espera por galardón honrar al mismo Dios en compañía de los santos hombres y ángeles, para que sea Dios todas las cosas en todos. De la primera ciudad son vecinos todos los pecadores; de la segunda todos los justos. Y porque todos los que de Adán descienden, sacando el Hijo de Dios y su bendita Madre son pecadores, aun en siendo engendrados, por tanto todos somos naturalmente ciudadanos de aquesta ciudad, de la cual Cristo nos saca por gracia para hacernos de la suya.

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1. Los diversos nombres que se dan al mundo, nuestro pueblo, indican su maldad

Esta mala ciudad que es de congregación, no de plazas ni calles, mas de hombres que se aman a sí y presumen de sí, se llama por diversos nombres, que declaran la maldad de ella. Llámase Egipto, que quiere decir tiniebla o angustia; porque los que en esta ciudad viven carecen de luz, pues no conocen a Dios. Y no lo conocen, porque no le aman; porque según dice San Joan: el que no ama a Dios, no conoce a Dios; porque Dios es amor. Y viviendo en tinieblas, no tienen gozo, porque, según decía Tobías: ¿Qué gozo puedo yo tener, pues no veo la lumbre del cielo?

Llámase también Babiloniaque quiere decir confusión el cual nombre fue puesto cuando los soberbios quisieron edificar una torre que llegase hasta el cielo, para defenderse de la ira de Dios, si quisiese otra vez destruir el mundo por agua, y para hacer un tal edificio, por el cual fuesen nombrados en el mundo. Mas impidió su locura el Señor de esta manera, que les confundió el lenguaje, que antes era uno, en muchos lenguajes, para que así no se entendiesen unos a otros. De lo cual nacían rencillas, pensando cada uno que hacía el otro burla de él, diciendo uno y respondiendo otro. Y así el fin de la soberbia fue confusión y rencilla, y división. Muy propiamente compete este nombre a la ciudad de los malos, pues quieren pecar y no ser castigados. Y no quieren huir los castigos de Dios, evitando el ofenderle, mas, si pudiesen por fuerza o por maña pecar, y no ser castigados, lo intentarían. Son soberbios, y todo su fin es que se nombre su nombre en la tierra. Hacen torres de obras vanas, si pueden, y si no, a lo menos en los pensamientos. Los cuales destruídos al mejor favor que ellos están, según está escripto: A los soberbios resiste y a los humildes da gracia, y porque no quisieron vivir en unidad de lenguaje, dando la obediencia a Dios son castigados en que ni ellos se entiendan a sí mismos, ni entiendan a Dios, ni se entiendan unos a otros, ni entiendan cosa criada; pues, faltándoles la sabiduría de Dios, ninguna cosa entienden como se debe de entender para su provecho. ¡Cuántas cosas pasan en el corazón de los malos que los sacan de tiento, y no saben cómo remediarse! Ya pide uno con deseo una cosa y otra, y a las veces contraria; ya hacen, ya deshacen; lloran y alégranse; ya quieren desesperar, ya se ensalzan vanamente; buscan con mucha diligencia una cosa, y, después de habella alcanzado, pésales por haberla alcanzado; desean una cosa y hacen otra, siendo regidos, no por razón, mas por pasión. Y de aquí es que como el hombre sea animal racional, cuya principal parte es la ánima, que ha de vivir según razón, y éstos viven según apetito, no se conocen ni entienden, pues viven vida bestial, que es vida de cuerpos, y no racional, que es propria vida de hombres. De lo cual nace que, como Dios sea espíritu y haya de ser amado y conocido no de nuestro cuerpo, mas de nuestro espíritu, estos tales no le conocen, porque su vida es al contrario de Él. Y como la unión de los prójimos nace de la unión de sí mismos, y de la unión de sí con Dios, estos ciudadanos, divididos en sí y divididos de Dios, no pueden tener buena y duradera paz unos con otros; mas antes de sus hablas y obras y juntas nacen rencillas, viviendo cada uno a su proprio querer, sin curar de agradar al otro, y sintiendo cada uno a su injuria, sin curar de sufrirse unos a otros. Estos son los que no entienden a qué fin fueron criados, ni cómo han de usar de las criaturas, ni temen infierno, ni desean el cielo; mas todas las cosas las quieren para sí, haciéndose fin de todas ellas.

Con mucha razón, pues, son llamados Babilonia los que todos andan en ceguedad, sin usar de sí ni de otra cosa conforme al querer del Criador.

Llámanse también caldeos, llámanse Sodoma, llámanse Edón, con otros mil nombres que representan la maldad de este pueblo, y todos aun no pueden declarar la malicia de él. Este es el pueblo del cual manda Dios salir a Lot, porque no le comprehenda el castigo que de Dios viene sobre él, y le es mandado que se salve en el monte, que es la alteza de la fe y buena vida. Este es el pueblo del cual manda Dios que salga a Israel, para caminar a la tierra de promisión, que es figura del cielo. Este es el pueblo del cual mandó Dios primero a Abraham que se saliese, cuando le dijo: Sal de tu tierra, y de tu tierra, y de tu parentela, y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que te mostraré. Este es el pueblo del cual dice Dios por San Pablo a los que quieren ser suyos: No queráis tener compañía con los infieles. Porque ¿qué compañía puede tener la maldad con la bondad, o la luz con las tinieblas? ¿Qué junta puede haber en ti, Cristo, y Belial o entre el fiel y el infiel? ¿Qué convención hay entre el pueblo de Dios con los ídolos? Porque vosotros sois templos de Dios vivo, como dice el Señor: Yo moraré en ellos, y andaré entre ellos, y seré Dios de ellos, y ellos me serán pueblo. Por lo cual salid del medio de ellos y apartaos, dice el Señor, de ellos. Todo esto dice San Pablo.

De las cuales cosas veréis claro con cuánta razón se os dice de parte de Dios: Olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; porque no os recibirá el Señor por suya, si no os extrañáis a este pueblo.

No es cosa segura estar debajo de una casa, la cual sin duda se ha de caer y tomar a cuantos debajo estuvieren, y no agradeceremos poco a quien de tal peligro nos avisase. Pues sabed muy de cierto que vendrá día en que se cumpla aquella visión que vio San Joan cuando dijo: Vi otro ángel que descendió del cielo, que tenía gran poder, y que tenía la tierra alumbrada con su gloria. Y él clamó con su fortaleza y dijo: Caído ha, caído ha Babilonia la grande, y hecha es morada de demonios, y casa de todo espíritu sucio, y de toda ave sucia y horrible. Y abajo dice: Tomó un ángel una piedra grande, como de molino, y echóla en la mar, diciendo: Con este ímpetu será echada la gran Babilonia en la mar, y no será más hallada. Y, porque no se descuiden los que desean salvarse, pensando que, teniendo compañía con los malos, no les comprehenderán sus azotes, dice el mismo San Joan que oyó otra voz del cielo que decía: Salid de ella, pueblo mío, y no seáis participantes en sus delitos, y no recibáis de sus plagas, porque llegado han sus pecados al cielo, y acordado se ha el Señor de las maldades de ella.


55 2. ¿Qué quiere decir "salir del mundo"?

Sobre lo cual dice San Augustín que este salir del medio de Babilonia no quiere decir ir con el cuerpo de entre los malos, mas con el ánima, porque en una misma ciudad y en una misma casa está Jerusalén y Babilonia, juntas cuanto al cuerpo, mas, si miramos a los corazones, muy apartados están. Y en uno es conocida Jerusalén, ciudad de Dios, y en otro Babilonia, ciudad de los malos.Olvidad, pues, vuestro pueblo, y salid al pueblo de Cristo, sabiendo que no podéis comenzar vida nueva, si no salís de la vida vieja. Acordaos de lo que dijo San Pablo, que para santificarle a su pueblo por su sangre, padeció muerte fuera de la puerta de Jerusalén, y pues así es, salgamos a él fuera de los reales, imitándole en su deshonra. Esto dice San Pablo, amonestándonos que por eso Cristo padeció fuera de la ciudad, para darnos a entender que, si le queremos seguir, hemos de salir de esta ciudad, que hemos dicho, que es congregación de los que se aman a sí. Bien pudiera Cristo curar el ciego en Betsaida, y más quiso sacarle de ella y así darle la vista, para darnos a entender que fuera de la vida común, que siguen los muchos, hemos de ser curados de Cristo, siguiendo el camino estrecho, por el cual dice la misma verdad que andan pocos. No os engañe nadie; que no quiere Cristo a los que quieren cumplir con Él y con el mundo. Y por su bendita boca prometió que ninguno pudiese servir a dos señores.

Por tanto, si queréis que Él se acuerde de vos, olvidad vuestro pueblo. Si queréis que os ame, no os améis vos. Si queréis que Él cuide de vos, no estéis estribada en vuestro cuidado. Si queréis que os mire con amor, no os miréis complaciendo a vos. Si queréis estar arrimada a Él, desarrimaos de vos. Y si queréis agradarle, no temáis desagradar al universo mundo por Él. Y si deseáis hallarle, no dudéis perder padre y madre, y hermanos y casa, y aun vuestra propria vida, por Él. No porque conviene aborrecer estas cosas, mas porque conviene mirar tan de verdad, y con todo vuestro corazón, a Cristo, que no torzáis en un solo cabello de agradar a Él por agradar a criatura alguna, por amada que sea, ni aun por vos misma. San Pablo predica que los que tienen mujeres las tengan como si no las tuviesen, y los que compran como si no poseyesen, y los que venden como si no vendiesen, y los que lloran como si no llorasen, y los que se gozan como si no gozasen y la causa es lo que añade, diciendo. Porque se pasa presto la figura de este mundo. Pues así os digo, doncella, que lo uno, porque presto se pasa, y lo otro, porque ya no sois vuestra, así tened padres y hermanos, parientes y casa y pueblo, como si no los tuviésedes, no para no reverenciarlos y amarlos, pues la gracia no destruye la orden de naturaleza, y aún en el mismo cielo ha de haber reverencia de hijo a padre; mas para que no os ocupen el corazón y estorben el servicio de Dios. Amaldos en Cristo, no en ellos, que no os los dio Cristo para que os sean estorbo a lo que tanto debéis siempre hacer, mas para que os sean ayuda. San Hierónimo cuenta de una doncella, que estaba tan mortificada a la afeción del parentesco, que a su propria hermana, aunque era doncella, no curaba de verla, contentándose con amarla por Dios.

Creedme que así como en un pergamino no pueden escribir, si no está muy raído, quitado de la carne, así no está el ánima aparejada para que el Señor escriba sus gracias en ella, hasta que estén en ella estas afecciones, que nacen de carne, muy muertas. Leemos en los tiempos pasados que pusieron el arca de Dios en un carro, para que la llevasen dos vacas paridas, cuyos becerros quedaban en cierta parte encerrados, y aunque las vacas daban gemidos por sus hijos, mas nunca dejaron su camino real, ni tornaron atrás, ni se apartaron, dice la Escriptura, a la mano derecha ni a la izquierda, mas por el querer de Dios que así le hacía, llevaban su arca hasta la tierra de Jerusalén, que era el lugar donde Dios moraba. Los que se han puesto encima de sus hombros la cruz de Jesucristo nuestro Señor, que es arca donde Él está y se halla muy de verdad, no deben dejar ni tardar su camino por estas afecciones naturales de amor de padres e hijos, y casa, y semejables cosas. Ni deben gozarse livianamente con las prosperidades de ellos, ni penarse por sus adversidades. Porque lo primero es apartarse del camino de la mano derecha, y el segundo, a la izquierda; mas proseguir en fervor su camino, encomendando al Señor que guíe a su gloria lo uno y lo otro. Y estar tan muertos a estas cosas, como si no les tocasen, o a lo menos, si esto no pueden, no dejarse vencer de la tristeza o del gozo por lo que a ellos toca, aunque algo lo sientan; lo cual fue figurado en las vacas que, aunque daban bramidos por sus hijos, no por eso dejaban de llevar el arca de Dios. E si los padres ven que sus hijos quieren de alguna manera servir a Dios que a ellos no es apacible, deben de mirar lo que Dios quiere. Y, aunque giman con amor de los hijos, deben vencerse con el amor de Dios, ofreciendo sus hijos a Dios, y serán semejables a Abraham, que quería matar a su unigénito hijo por la obediencia de Dios, no curando de lo que su sensualidad deseaba. Y el dolor natural que en estos trances se pasa, débese sufrir con paciencia, el cual aún no irá sin galardón, pues que el Señor ordenó el dicho amor, y por amor de él se vencen como quien padece martirio. Olvidad, pues, vuestro pueblo, doncella, y sed como otro Melquisedec, del cual no se cuenta padre ni madre ni linaje alguno. En lo cual, como San Bernardo dice, se da ejemplo a los siervos de Dios, que han de tener tan olvidado su pueblo y parientes, que sean de su corazón como este Melquisedec solos y extranjeros en este mundo, sin tener cosa que les retarde su apresurado caminar, que caminan a Dios.


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3. La vanidad de la nobleza del linaje

No querría que os cegase a vos la vanidad que a muchos ciega, presumiendo de su linaje carnal. Y, por tanto, quiéroos decir lo que a una doncella San Hirónimo dice: "No quiero que mires aquellas que son doncellas del mundo y no de Cristo, las cuales, no acordándose de su propósito comenzado, se gozan en sus deleites, y se deleitan en sus vanidades y glorias en el cuerpo, en la origen de su linaje, las cuales, si se tuviesen por hijas de Dios, nunca después del nacimiento divino, ternían en algo la nobleza del cuerpo; y si sintiesen a Dios ser padre, no amarían la nobleza de la carne. ¿Para qué te glorías con nobleza de tu linaje? Un hombre y una mujer hizo Dios en el principio del mundo, de los cuales descendió la muchedumbre del género humano. La nobleza del linaje no la da la igualdad de naturaleza, mas la ambición de la codicia; y ninguna diferencia puede haber entre aquellos a los cuales el segundo nacimiento engendró, por el cual así el rico como el pobre, el libre y el esclavo, es de linaje, y sin él no son hechos hijos de Dios. Y el linaje de carne terrena es oscurecido con el resplandor de la celestial honra. Y en ninguna manera ya parece, pues que los que eran antes desiguales por honras del mundo son igualmente vestidos con nobleza de honra celestial y divina. Ningún lugar hay ya allí de linaje bajo, y ninguno de aquéllos es sin linaje, a los cuales el alteza del nacimiento divino los hermosea. Y, si lo hay, en el pensamiento de aquellos que no tienen en más las cosas celestiales que las humanas. O, si las tienen, cuán vanamente lo hacen en tenerse en más que aquellos por cosas menores, los cuales conocen serles iguales en las cosas mayores, y estiman a los otros como a hombres puestos en tierra debajo de sí, los cuales creen que son sus iguales en las cosas del cielo. Mas, tú, quienquiera que eres, doncella de Cristo y no del siglo, huye toda gloria de la vida presente, para que alcances todo lo que se promete en el siglo, que está por venir". Todo esto dice San Hierónimo. De lo cual podréis ver cuánto os conviene olvidar vuestro pueblo y casa de padre, sabiendo que lo que de los padres de carne traéis es ser concebida en pecado y llena de muchas miserias, y nacida en ira de Dios por el primer pecado de Adán, que, mediante nuestra concepción, heredamos. Un cuerpecillo nos dieron nuestros padres, y tan vergonzosamente engendrado que es asco pensarlo, y decirlo, y es tal este cuerpo que mancha el ánima, que Dios cría limpia y la infunde en él. Como cuando un limpio da una manzana limpia en las manos de un leproso, que con sólo tomarla la ensucia. Un cuerpo nos dieron, lleno de mil necesidades y flaquezas, y proprio para hacer penitencia en sufrirlo. Un cuerpo, que, si un solo cuerezuelo le quitasen de encima, los muy hermosos serían abominables. Un cuerpo, que, mirándolo por defuera blanco, y considerando las cosas que dentro en sí encierra, no diréis sino que es un vil muladar, cubierto de nieve. Un cuerpo, que pluguiera a Dios que no hubiera más en él que ser trabajoso y vergonzoso; mas esto es lo menos, porque es el mayor enemigo que tenemos, y el mayor traidor que nunca se vio, que anda buscando la muerte, y muerte eterna, a quien le da de comer, y todo lo que ha menester. Un cuerpo, que para haber él un poco de placer, no tiene en nada dar enojos a Dios y echar el ánima en el infierno. Un cuerpo, perezoso como asno y malicioso más que mula; y si no, probá a dejarlo sin freno, que ande él como quisiere, y descuidaos un poco de guardaros de él, entonces veréis lo que tiene.

¡Oh vanidad para burlar de los que de linaje presumen!, pues que todas las ánimas Dios las cría, que no se heredan, y la carne que se hereda, es cosa para haber vergüenza y temor. Digan los tales lo que Dios dijo a Esaías: Da voces. ¿Y qué diré a voces?, dijo Esaías. Respondió el Señor. Que toda carne es feno, y toda su gloria como la florecilla del campo. Voces manda dar Dios, y aún no las oyen los sordos, los cuales más se quieren gloriar de la suciedad, que de la carne trajeron, que en la alteza que por el Espíritu Santo les es concedida. No seáis ciega, esposa de Cristo, ni desagradecida. La estima en que Dios os tiene no es por vuestro linaje, mas por ser cristiana; no por nacer en sala entoldada, mas por tornar a nacer en el santo baptismo. El primer nacimiento es deshonra, el segundo es honra. El primero, de desnobleza; el segundo, de nobleza. El primero, de pecado; el segundo de justificación de pecados. El primero, de carne que mata; el segundo, de espíritu que aviva. Por el primero somos hijos de hombres; por el segundo, hijos de Dios. Por el primero, aunque somos herederos de nuestros padres, cuanto a su hacienda somos herederos cuanto a ser pecadores y llenos de muchos trabajos; mas por el segundo somos hechos hermanos de Cristo, y juntamente herederos del cielo con él: de presente recebimos el Espíritu Santo y esperamos ver a Dios cara a cara.

Pues, ¿qué os parece que dirá Dios al que se precia más ser nacido de hombres, para ser pecador y miserable, que por ser nacido de Dios, para ser justo y después bienaventurado? Éstos son semejables a uno que fuese engendrado de un rey en una muy fea esclava, y se preciase él de ser hijo de ella, y la trajese mucho en la boca, y no mirase ni se acordase ser hijo del rey.

Olvidad, pues, vuestro pueblo, para que seáis del pueblo de Dios. El pueblo malo, ése es el vuestro, y por eso dice: Olvida tu pueblo, porque de vos no sois sino pecadora y muy vil, mas, si os sacudís de eso que es vuestro, recebiros ha el Señor en lo que es suyo, en su nobleza, en su justificación, en su amor. Mas, mientra tuviéredes, no recebiréis. Desnuda os quiere Cristo, porque Él os quiere dotar, que tiene con qué. Porque de vos, ¿qué tenéis sino deudas? Olvidad vuestro pueblo, que es ser pecadora, extrañándoos a los pecados pasados, y no viviendo según mundo. Olvidad vuestro pueblo, olvidando vuestro linaje. Olvidad vuestro pueblo, haciendo cuenta que estáis en un desierto sola con Dios. Olvidad, pues, vuestro pueblo, pues tantas razones y tan suficientes veis para lo hacer.



V. Et Domum patris tui

(Ps 45,11)

Quinta palabra. Cómo hemos de olvidar la casa de nuestro padre para hallar la de Dios

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1. El padre de nuestra casa es el demonio

Síguese otra palabra que dice: Olvida la casa de tu padre. Este padre el demonio es; porque, según dice San Joan, el que hace pecado, del diablo precede, porque el diablo pecó desde el principio. No porque él crió o engendró a los malos, mas porque imitan sus obras. Y de aquél se dice ser uno hijo, según el santo Evangelio, cuyas obras imita.

Este padre malaventurado vive en el mundo, y quiere decir en los malos, según se escribe de él en Job: En la sombra duerme, y en lo secreto de la caña, y en los lugares húmidos. Sombra son las riquezas, porque no dando el descanso que prometen, mas punzando el corazón con sus congojas, como con espinas, experimenta el que las tiene que no son riquezas, mas sombra de ellas, y verdadera necesidad, y que ninguna cosa son menos de lo que suena su nombre. Caña es la gloria de este mundo, que cuando de fuera mayor parece, tanto de dentro está más vacía, y aún lo que de fuera parece es tan mudable que con razón se llama caña, que a todo viento se mueve. Lugares húmidos son las almas relajadas con los carnales deleites, que corren tras ellos, sin detenencia, contrarias a aquellas de las cuales dice el santo Evangelio que se salen del espíritu sucio del hombre donde estaban, y va a buscar donde entrar, y anda por los lugares secos, buscando holganza, y no la halla, porque en las ánimas ajenas de estos carnales deseos no halla el demonio posada, mas en las codicias, honras y deleites es su aposento. Por lo cual dice el príncipe de este mundo, y regidor y señor de él, no porque él lo haya criado, mas porque los malos, que son de Dios por creación, quieren sujetarse al demonio, conformándose con su voluntad para que así sean también conformes con él en la infernal pena como les será crudamente dicho el día postrero, por boca de Cristo: Id, malditos, al fuego eterno, que está aparejado al diablo y a sus ángeles.

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2. Nuestra casa es la propia voluntad

Y si bien consideramos cuál sea esta casa del demonio, hallamos que no es otra sino la propria y mala voluntad de los malos, en la cual se asienta el demonio como rey en silla, mandando desde allí a todo el hombre, pues tiene lo principal de él. Olvidar, pues, la casa de vuestro padre no es otra cosa sino olvidar y quitar la voluntad propria, en la cual algún tiempo aposentamos a este mal padre, y abrazar con entero corazón la divina diciendo: no mi voluntad, Señor, sino la tuya sea hecha. El cual amonestamiento es de los más provechosos que se nos pueden hacer; porque, quitada nuestra voluntad, quitaremos los pecados que nacen de ella, como ramos de raíz. Lo cual denota San Pablo, contando muchedumbre de pecados que en los días postreros había de haber. Primero dice que serán los hombres amadores de sí mismos dando a entender, como dice la glosa, que este amor de sí, es raíz y cabeza de todos los pecados, el cual quitado, queda el hombre en su sujeción de Dios, de la cual le viene su bien. Ítem, la causa de nuestros desabrimientos, tristezas, trabajos, no es otra sino nuestra voluntad, la cual querríamos que se cumpliese. Y, porque no se cumple, tomamos pena; mas este yerro quitado, ¿qué cosa puede venir que nos pene? Pues no nace la tristeza de venir el trabajo, mas de no querer que nos venga.

Y no sólo se quitan las penas de acá, mas del otro mundo, porque, como San Bernardo dice, cese la voluntad propria y no habrá infierno; mas así como es la cosa más provechosa de todas negar nuestra voluntad, así es la cosa más trabajosa que hay; y aun por mucho que trabajemos no saldremos con ello, si aquel Señor que mandó quitar la piedra de la sepultura de Lázaro muerto, no quita esta dureza que tiene muertos a los que debajo toma. Y, si no mata a este fuerte Goliat, que no hay quien le pueda vencer si no el que es invencible. Mas, aunque nosotros no podamos librar nuestro cuello de estas cadenas, no por eso debemos dejar de esforzarnos, según las fuerzas que el Señor nos diere, llamándole con corazón, y considerando los males que de seguirla nos vienen, y los bienes que de no seguirla. Ítem, los santos ejemplos de Cristo, el cual dice de sí: Descendí del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la de aquel que me envió. Y esto no en cosas de poca importancia, como algunos hacen, mas en las cosas de afrenta y que llegan, como dicen, al ánima. Tal era el padecer Cristo pasión por nosotros, mas en ella se conformó con la voluntad de su Padre, echando de sí la voluntad de su carne, que era no padecer, para darnos ejemplo, que ninguna cosa nos debe ser tan amada, que, por él, no la abracemos.

Y si todas las cosas que consideramos no nos movieren a olvidar este pueblo y casa de nuestro padre, a lo menos muévanos lo que tanta razón es que nos mueva, conviene a saber, la palabra que tras ésta se sigue, como para dar esfuerzo a cumplir las pasadas, la cual dice así: Y codiciará al rey tu hermosura.



VI. Et concupiscet rex decorem tuum

(Ps 45,12)

Que tal ha de ser nuestra alma, para que el Señor codicie su hermosura

Cosa es de maravillar que haya hermosura en la criatura que pueda atraer a los benditos ojos de Dios para ser de Él codiciada. Dichosa cosa es enamorarse el ánima de la hermosura de Dios; mas ni es de maravillar que la fea ame al todo hermoso, ni es de tener en mucho que la criatura mire a su Criador. Mas enamorarse y aplacer a Dios en su criatura, esto es de maravillar y agradecer, y da a ella inefable causa de gloriarse y gozarse. Si es grande honra ser cautiva una ánima del Señor, ¿qué será tener ella a Él cautivo de amor? Si es gran riqueza no tener corazón por dársele a Dios, ¿qué será tener por nuestro el corazón del Señor?, el cual da Él a quien da su amor. Y tras el corazón, da a todo si, porque de quien es nuestro corazón, de aquél somos. Sin duda grandes y muchos son los bienes que la infinita bondad da a los hombres, mas, como no haciendo caso de todos ellos, dice Job a Dios: Señor, ¿qué cosa es el hombre, porque le engrandeces y pones en él tu corazón? Dando a entender que, pues por dar Dios el corazón, se da a Él, tanta diferencia va de dar otras dádivas a dar el corazón por amor, cuanto va de Dios a criaturas. Y, si por las otras dádivas le debemos gracias, la principal causa es porque nos las da con amor, y si en ellas nos debemos gozar, mucho más por hallar gracia en los altísimos ojos de Dios. Ésta es la verdadera honra nuestra, de la cual nos podemos gloriar, no de que amamos nosotros a Él, porque maldito es quien hace caso de sí, ensalzándose en las obras que hace, mas de que un tan alto rey, a quien adoran todos los ángeles, quiere por su sola bondad amar cosas tan bajas como somos nosotros.

Mirad, pues, doncella, si es razón de oír y ver, e inclinar a Dios nuestra oreja, pues el galardón de ello es que codicie Dios nuestra hermosura. Verdaderamente, aunque las palabras que manda fueron muy recias, se tornarán livianas con tales promesas, cuanto más siendo cosa tan poca lo que nos pide.

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1. Esta hermosura no es la del cuerpo

Mas diréis: ¿De dónde viene al ánima tener hermosura, pues que es pecadora, y de los pecadores se escribe que es denegrida su cara más que carbones? Si este Señor buscase hermosura de cuerpo, no es de maravillar que la hallase, pues Él lo crió; y así, como Él es hermoso, crió todas las cosas hermosas, para que así fuesen algún pequeñuelo rastro de su hermosura inefable, comparada a la cual, toda hermosura es fealdad. Mas sabemos que dice David, hablando de la esposa de este gran rey, que toda su hermosura consiste en lo de dentro, que es el ánima. Y esto con mucha razón, porque la hermosura del cuerpo es muy poca cosa, y puede estar en quien tenga muy fea su ánima. ¿Pues qué aprovecha ser fea en lo más, y hermosa en lo que es casi nada? ¿Qué aprovecha la hermosura en lo que los hombres pueden mirar, y fealdad en lo que Dios mira? De fuera ángel, y de dentro diablo.

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a) LA HERMOSURA CORPORAL ES PELIGROSA AL QUE LA TIENE

Y no sólo esta hermosura no aprovecha para ser el ánima amada de Dios, mas aún por la mayor parte es ocasión para ser desamada. Porque, así como la espiritual hermosura da seso y sabiduría, así la hermosura del cuerpo la suele quitar. No tienen pequeña guerra la castidad, la humildad, recogimiento, de una parte, contra la hermosura corporal, de otra. Y a muchos les fuera mejor extrema fealdad en la cara, para no tener con quién pelear, que gran hermosura y gran liviandad, con que fueron vencidas. No por pequeño mal dice Dios a tal ánima: Perdiste la sabiduría entre tu hermosura. Y en otra parte dice: Heciste abominable tu hermosura. Y dice esto, porque, cuando con la hermosura del cuerpo se juntan fealdades en las costumbres, es abominable la tal hermosura, y tornada en fealdad verdadera.

Bien veo yo que si las ánimas de los que miran las cosas hermosas, y de las que son hermosas, fuesen puros en buscar a Dios solo en las criaturas cuanto ellas fuesen más hermosas, tanto más claro espejo serían de la hermosura de Dios; mas, ¿adónde está agora quien no llore lo que San Augustín lloraba cuando decía: "Andaba hermosa, para tanto más guardarse limpia en el ánima, cuanta más hermosura ve en su cuerpo"? Naturalmente huimos más de ensuciarnos cuando estamos limpios, que cuando no. Y hacen al contrario de esto muchas personas que, siendo feas, no pecarían tanto, y de la misma limpieza toman ocasión a ensuciarse. Y de éstas dice la Escriptura: Como manilla de oro en el hocico del puerco, así es la mujer hermosa, que es loca. Muy poca honra cataría el puerco al oro que en su hocico tuviese, y no dejaría, por mucho que resplandeciese, de ensuciarlo y meterlo en el hediondo cieno; así es la mujer loca, que emplea su hermosura, sin algún asco, en mil vanidades, hediondeces, ya de cuerpo ya de ánima.

61
b) PUEDE SER DAÑOSA A LOS DEMÁS

Pues si la hermosura no ayuda, antes desayuda a guardar la limpieza de la propria ánima, ¿qué pensáis que hace en las ánimas de quien lo mira? ¡Cuán buena cosa sería no tener ellos ojos para mirar, ni ellas pies para andar, ni manos para hermosear, ni gana para ser vista! ¿Qué dirán estas miserables hermosas al parecer, y feas, según la verdad, cuando les falte la hermosura del cuerpo, para lo cual tanto trabajaron, y se tornen tan hediondos sus cuerpos en las sepulturas cuan hediondas andaban sus ánimas debajo de los cuerpos hermosos, y sean así presentadas desnudas de bienes delante los ojos de aquel, al cual no curaron parecer bien, y sean avergonzadas de sus secretas maldades probando por experiencia, que vino el día en que, como Dios había prometido, echó a perder el nombre de los ídolos de la tierra? Ídolo es la mujer vana y hermosa, que quiere contrahacer a Dios verdadero, pintándose como Dios no la pintó, y queriendo que los corazones de los hombres se ocupen de ellas, y haciendo para ello todo lo que pueden y deseando lo que no pueden. Los nombres muy mentados de éstas destruirlos ha Dios, para que sepan que no aprovechó ser mentadas en las bocas de los hombres, si están raídas del libro de Dios.


De esta hermosura os amonesto, esposa de Cristo, que ni aun os acordéis de ella, porque, si las mujeres vanas se pasan como quiera donde no las ve hombre, y guardan su hermosura para cuando las mire alguna muchedumbre del pueblo, o algún alto príncipe, ¿por qué la esposa de Cristo no hará otro tanto, esperando aquel día, cuando ha de ser vista de todos los hombres y todos los ángeles, y del Señor de hombres y ángeles, cuando parecerá mejor la cara llorosa que la risueña, y la saya baja que la preciosa, y la virtud que la hermosura? Mas, no penséis que os basta tener vuestro corazón limpio de esta vanidad, mas conviéneos mucho mirar y remirar, no seáis causa que a quien os miraré se le aparte el corazón de Dios ni un solo punto.

Las vanas doncellas del mundo desean bien parecer a los hombres, mas la de Cristo ninguna cosa debe tanto huir ni temer, porque no puede ser peor locura que desear el peligro ajeno y suyo. Acordaos de lo que San Hierónimo dice a una doncella: "Guárdate que no des alguna ocasión de deseo malo, porque tu esposo es celoso, y peor será adulterar contra Cristo que contra el marido". Y en otra parte dice: "Acuérdate que te he dicho que eres hecha sacrificio de Dios y el sacrificio da santificación a las otras cosas, y cualquiera que de él dignamente participare se hará participante en la santificación. Pues de esta manera, por tu causa, como por sacrificio divino, se santifiquen las otras, con las cuales así vivas que, cualquiera que tocare tu vida con el mirarte, o con el oírte, sienta en sí la fuerza de la santificación, y deseándote mirar, sea hecho digno de ser sacrificio". Todo esto dice Hierónimo. De lo cual veréis que esta honra tan grande que es ser esposa de Cristo, no anda sola, ni

se ha de poseer con descuido, mas así como es el más alto título que decirse puede, así pide mayor cuidado que otro para tenerlo como conviene. No penséis que por no tener marido que sea hombre, ya por eso habéis de vivir ni con un solo punto de descuido; mas sabed que estáis obligada a miraros más y más cuanto vuestro esposo es mayor y más cosas las que os demanda. Con el marido de acá cumple la mujer con no tener tachas muy grandes, mas con el esposo celestial, no. Si no le amáis con todo vuestro corazón y fuerzas, y una palabra y un rato ocioso no pasará sin castigo, es tanto lo que a este Señor se le debe que el no amarlo y reverenciarlo muy mucho es tacha, y de ella se le debe pedir perdón. Y esto no os parezca pesado, porque aun acá, en el mundo, cuanto una mujer alcanza marido más alto está obligada a ser ella mejor. Pues, si podéis, considerad quién es aquel a quien por esposo tomastes, o por mejor decir, quién por esposa os tomó, y veréis que, aunque lo que mandase fuese pequeño, por mandarlo él no hay mandamiento pequeño ni pecado pequeño.

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c) EJEMPLO DE LA VIRGEN ASELA

Y porque tal dignidad como ésta no la tengáis indignamente, y la honra no se os torne en deshonra, quiero poneros delante un dechado vivo en que os miréis, y del saquéis, que fue una doncella llamada Asela, de la cual dice San Hierónimo así: "Ninguna cosa había más alegre que su gravedad, ni más grave que su alegría. Ninguna cosa más suave que su tristeza, ni más triste que su suavidad. Y así tenía amarillez en la cara, que, aunque fuese señal de abstinencia, no demostrarse hipocresía. Su palabra callaba, y su callar hablaba; ni muy tardo ni presurado su andar; su hábito, de una misma manera; su limpieza era sin ser procurada; y su vestido, sin curiosidad; y su atavío, sin atavío. Y por la bondad de su vida mereció que en la ciudad de Roma, donde tantas pompas hay, en la cual ser humilde es tenido por miseria, los buenos digan bien de ella, y los malos no osen murmurar de ella. Esta es el dechado que debéis de mirar para lo de fuera, que, para lo de dentro, no hay sino Jesucristo, puesto en la cruz. Al cual tanto más os debéis conformar cuanto tenéis nombre de mayor unión con él, que es casamiento".

Mas mirá, no desmayéis por la mucha santidad que vuestro título pide, temiendo más tal estado que gozándoos con él. Cuando oyerdes que os amonestan cosas altas, no debéis derribaros, más esforzaros, porque así como las cargas y mantenimiento del matrimonio no cargan principalmente sobre los hombros de la mujer, mas cumple con guardar bien lo que el marido trae ganado, así no penséis que os tomó el Señor por esposa para dejar sobre vuestros hombros los trabajos de manteneros, pues que ni vos seréis para ello, ni quiere él que la honra de ser vos la que debéis, sea vuestra. Plega a él que sepáis vos darle vuestro corazón y responderle a sus inspiraciones que él os enviará; y que no ensuciéis con tibieza o con soberbia, o con negligencia, o con indiscretos fervores, el agua limpia que en vuestra ánima él lloverá; que en lo demás, y aun en esto, vuestra ánima ha de reposar en confianza no de vos, mas de vuestro esposo, que sabe vuestra necesidad y puede muy bien manteneros, si vos de vuestra voluntad de su casa no os vais.

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d) EL ESTADO DE VIRGINIDAD

El estado de virginidad que tenéis no se debe tomar livianamente por cualquier breve devoción que venga, ni por no poder hallar casamiento con hombre; mas, como cosa en que mucho va, ha de haber mucho consejo y experiencia, y aparejo para servir a Cristo, y haberlo encomendado a Dios muchos días, y muy de corazón, porque no se guarde negligentemente el estado que livianamente se tomó.

Mas, cuando es tomado como debe, y por el fin que es razón, debe tener mucha alegría la persona que lo tuviere, porque es estado de incorrupción y estado de fecundidad. Porque, así como la bendita Virgen María, que por su excelente y limpísima virginidad se llama Virgen de vírgines, y es amparadora de vírgines, dio fruto y no perdió la flor de su limpieza, así las vírgines, que son de verdad vírgines, tienen fruto en su ánima y entereza en su cuerpo. Porque este celestial esposo, Cristo, no es como los de la tierra que quitan la hermosura e integridad a sus esposas; mas es tan guardador de hermosura y tan amador de limpieza que, como dice santa Inés, "a Él solo guardo mi fe, a Él solo me encomiendo con toda devoción, al cual, cuando amare, soy casta, cuando le tocare, soy limpia, cuando lo recibiere, soy virgen. Ni faltarán hijos de aquestas bodas, en las cuales hay parto sin dolor, y la fecundidad de cada día es acrecentada". Esto dice santa Inés, como quien probaba la suavidad de este celestial desposado. Porque confusión, y no pequeña, es para la doncella que se llama esposa de Cristo, no gustar más de las condiciones y suavidad de su esposo que si fuera un extranjero. ¡Oh cuántos dolores ahorra la virginidad, y cuántos cuidados y desasosiegos! Unos, que por fuerza los trae el mismo estado de matrimonio de carne; otros, que de la mala condición del marido suelen nacer. Más acá, los hijos son gozo, caridad y paz, con otros semejables que cuenta San Pablo; el esposo, bueno, pacífico, rico, sabio y hermoso, y, según la esposa dice en los Cantares, todo para desear.

¿No os parece, pues, que hace este rey gran merced a quien toma no sólo para esclava, o sirvienta, más para esposa? ¿No os parece buen trueco, parto con dolor por parto con gozo, hijos de cuidado con hijos de descanso, y que ellos traen consigo la paz y la honra? Por cierto, como San Hierónimo dice, hablando a una madre de una doncella: "No sé por qué tienes por mal que tu hija no quiso ser mujer o esposa de caballero por ser esposa del rey, y que te hizo a ti suegra de Cristo". No resta, pues, doncella, sino que así os alegréis con el estado que el Señor por su sola bondad os dio, que tengáis cuidado de ser la que debéis, y así temáis de vuestra flaqueza que confiéis en el Señor que acabará en vos lo que ha comenzado; para que así ni la merced fecha os dé alegría liviana, ni el temor de lo mucho que debéis os derribe. Mas entre temor y esperanza caminéis hasta que el temor se quite con el perfeto amor que en el cielo obra, y la esperanza, cuando tengamos presente, y sin temor de perder, aquello que aquí en ausencia esperamos.


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2. Hermosura del alma


Audi filia et vide- Juan de Avila 53