Audi filia et vide- Juan de Avila 64

2. Hermosura del alma

Mucho nos hemos apartado de la pregunta que preguntamos: ¿De dónde viene hermosura al ánima, para que Dios la codicie? Y ha sido la causa, porque no pensemos que lo había este rey por la hermosura del cuerpo. Agora tornemos a nuestro propósito.

a) EL PECADO AFEA EL ALMA

Habéis de saber que, para ser una cosa del todo hermosa, cuatro cosas se requieren: la una, cumplimiento de todo lo que ha de tener; porque, faltando algo, ya no se puede decir hermosa, como faltando una mano, o pie, o cosa semejante; la segunda, es proporción de un miembro con otro, y, si es imagen de otra cosa ha de ser sacada muy al proprio de su dechado; lo tercero, ha de tener viveza de color; lo cuarto, suficiente grandeza, porque lo pequeño, aunque sea bien proporcionado, no se dice del todo hermoso.

Pues, si consideramos todas estas condiciones en el ánima pecadora, hallaremos que ni una sola de ellas tiene. No cumplimiento, porque faltándole la fe, o la caridad, o dones de Espíritu Santo, los cuales había de tener, no se puede decir hermosa a quien tantas cosas le faltan. No tiene proporción entre sí, porque ni obedece la sensualidad a la razón, ni la razón a Dios, mayormente que, siendo el ánima criada a imagen de Dios, como lo es en su ser natural; pues, siendo Dios bueno y el ánima mala, Dios limpio y ella sucia, Dios manso y ella airada, y ansí en lo demás ¿cómo puede haber hermosura en imagen que tan desconforme está a su dechado? Pues lo tercero, que es una luz espiritual de gracia y conocimiento, que avivan la hermosura del ánima como los colores al cuerpo, también le falta, porque ella anda en tinieblas, y queda denegrida más que carbones, como lo llora Jeremías. Pues menos tiene lo cuarto, pues no hay cosa más poca ni más chica que ser pecadora, que es nada. De manera que, faltándole todas las condiciones para ser hermosa, sin duda será fea. Y porque todas las ánimas de los cuerpos que de Adán vienen son criadas, ordinariamente son pecadoras, síguese que todas son feas.

Y esta fealdad de pecado es tan dificultosa, o por mejor decir, es tan imposible de ser quitada por fuerzas de criaturas que todas juntas no pueden hermosear una sola ánima fea. Lo cual denota el Señor por Jeremías diciendo: Si te lavares con salitre, y con abundancia de jabón, todavía estás manchada en mi acatamiento; quiere decir: que para quitar esta mancha, ni aprovecha el salitre de reprehensiones de los profetas, ni recios castigos de la Ley Vieja, ni tampoco la blandura de los halagos y prometimientos que Dios entonces hacía. Manchados estaban los hombres entre los castigos y entre las consolaciones, y entre amenazas y promesas. Porque por las obras de la Ley Vieja ninguno era justificado delante los ojos de Dios, como dice San Pablo, y por eso no podía haber hermosura para ser codiciada de Dios, pues no había justificación, que es causa de la hermosura. Y, si en la ley y sacrificios dados por Dios no podía darse hermosura, claro es que menos la habría en la ley de naturaleza, pues no tenía tantos remedios contra el pecado como la de Escriptura.

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b) EL VERBO DE DIOS HERMOSEA NUESTRA FEALDAD

Considerad, pues, qué cosa tan fea, es y cuanto se debe huir la fealdad y mancha del pecado. Pues que, una vez recebida en el ánima, ni pudo lavar con todas las fuerzas humanas ni con tanto derramamiento de sangre que por mandamiento de Dios se ofrecía en su templo. Y si el hermoso Verbo de Dios, dechado de hermosura, no viniera a hermosearnos, para siempre la fealdad, en que por nuestra culpa incurrimos, nos durara. Mas, viniendo el Cordero sin mancha, pudo y supo y quiso lavar nuestras manchas. Y amando a los feos, destruyóles la fealdad y dióles la hermosura.

Y para que veáis cuán razonablemente el Hijo de Dios, más que el Padre y el Espíritu Santo, convenía que hermosease lo feo, considerad que así como los santos doctores atribuyen al Eterno Padre la eternidad, y al Espíritu Santo el amor, así al Hijo de Dios, en cuanto Dios, se le atribuye la hermosura, porque El es perfetísimo, sin defeto alguno, y es imagen del Padre, tan al proprio que, por ser engendrado del Padre, es semejable del todo al Padre y tiene la mesma esencia del Padre. De manera que quien a Él ve, ve al Padre, como Él mismo dice en el santo Evangelio. Pues proporción tan igual del Hijo e imagen con el Padre, cuyo es imagen con razón se le atribuye la hermosura pues tan bien es sacado. Esta luz no le falta, pues que se llama Verbo, que es cosa engendrada del entendimiento y en el entendimiento, y por eso dice San Joan que era luz verdadera, y confesamos que es Dios de Dios, y lumbre de lumbre. Pues grandeza no le falta, teniendo como tiene su inmensidad infinita, y por eso convino que este hermoso, por quien fuimos hechos hermosos, cuando no erramos, viniese a repararnos después de perdidos. Y se vistiese de carne, para en ella tomar las cargas de nuestra fealdad, y dar en nuestras ánimas la lindeza de su hermosa.

Y aunque ni el ser nosotros castigados ni halagados, no nos podía quitar nuestra mancha, fue de tanto valor para nosotros el ser castigado el hermoso que, cayendo sobre sus hombros el recio salitre de su pasión, cayó sobre nosotros el blanco jabón de su blancura. Y aunque Dios dice al pecador: Aunque tú te laves con salitre e yerba de jabón no serás limpio, mas, dando a entender que había de enviar remedio para esta mancha, dice en otra parte: Si fueren vuestros pecados como la grana, serán blanqueados como la nieve. Y si fueren bermejos como sangre con que tiñen carmesí, serán blancos como lana blanca. Muy bien creía esto David cuando decía: Rociarme has con hisopo, Señor, y seré limpio, lavarme has y seré emblanquecido más que la nieve. Hisopo es una yerba pequeña y un poco caliente, y tiene propiedad para purgar los pulmones por do resollamos. Y esta yerba juntábanla con un palo de cedro como vara, y atábanlos con una cuerda de grana dos veces teñida, y a todo junto decían hisopo, con el cual, mojado con sangre y agua, y otras veces con agua y ceniza, rociaban al leproso y al que había tocado cosa muerta, y con aquello era tenido por limpio. Muy bien sabía David que la yerba ni el cedro, ni la sangre de pájaros y animales, ni el agua ni ceniza, no podían dar limpieza en el ánima, aunque lo figuraban. Y por eso no pide a Dios que tome en su mano este hisopo y le rocíe con él, mas dícelo por la humanidad y humildad de Jesucristo nuestro Señor, la cual se dice yerba, porque nacía de la tierra de la bendita Virgen María, y porque nació sin obra de varón, como la flor nace en el campo sin ser arada ni sembrada. Y por eso dice: Yo soy flor del campo. Esta yerba se dice pequeña, por la bajeza que en este mundo tomó hasta decir: Gusano soy y no hombre, deshonra de hombres y desprecio del pueblo. Esta carne humillada es remedio contra el viento de nuestra soberbia, porque no hay soberbia tan loca que no sea curada con tanta humildad. Si el hombre mira, verá que no es razón que se ensalce el gusano, viendo abatido el rey de la majestad, y se olvida que el hisopo es caliente, porque Cristo, por el fuego de amor que en sus entrañas ardía, se quiso abajar para nos purgar, dándonos a entender que, si el que es alto se abaja, cuanta razón es el que tiene tanto para se abajar no se ensalce. Y si Dios es humilde, que el hombre lo debe ser. Esta carne medicinal fue juntada al palo del cedro, fue puesta en la cruz, y atada con delgada hebra de grana dos veces teñida, porque aunque duros y gruesos, y largos clavos le tenían fijados con ellas los pies y las manos, mas, si su abrasado hilo de amor no lo atara a la cruz, queriendo Él entregar su vida para matar nuestra muerte, poca parte fueran los clavos para lo tener. De manera que no ellos, más el amor le tenía. Y este amor es doblado, como grana dos veces teñida, porque, por satisfacer a la honra del Padre, que por los pecados era ofendida, y por amor de los pecadores, padeció Él.

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e) LA SANGRE DE JESUCRISTO

La ropa que el sumo pontífice se vestía en la ley había de ser grana teñida dos veces, porque la santa humanidad de Cristo, que es su vestidura, se había de teñir en sangre por amor de Dios y del prójimo. Esta carne, puesta en la cruz, es el velo que Dios mandó hacer a Moisés de hiacinto y carmesí, y grana dos veces teñida, y de blanca y retejida holanda, hecho con labores de aguja, y tejido con hermosas diferencias, porque esta santa humanidad es teñida con sangre como el carmesí; es abrasada con fuego significado en la grana según hemos dicho; es blanca como la holanda con castidad en inocencia, y es retejida, porque no fue muelle ni relajada, mas apretada debajo de toda disciplina virtuosa y de muchos trabajos, y es también significada e el hiacinto, que tiene color de cielo, porque es formada por obra sobrenatural del Espíritu Santo, y por eso se llama celestial, con otras mil lindezas y virtudes que tiene formadas por el saber muy sutil de la sabiduría de Dios. Y este velo manda que se cuelgue delante cuatro columnas que lo sustenten, que quiere decir que en cuatro brazos de cruz fue puesto Cristo, y cuatro evangelios ponen y predican manifiesto delante del mundo.

Pues, como el real profeta David fuese tan alumbrado profeta en saber los misterios de Cristo que habían de venir, viéndose afeado con aquel feo pecado, cuando tomó la ovejita y mató al pastor, temiendo la ira del Omnipotente, con la cual estaba amenazado por boca del profeta Natán, suplica a Dios que le hermosee su fealdad, no con hisopo material, pues que el mismo David dice a Dios: No te deleitarás con sacrificio de animales, mas pide ser rociado con la sangre y carne de Jesucristo, atado con cuerdas y lazos de amor en la cruz, confesando que, aunque su fealdad sea mucha, será emblanquecida más que la nieve con la sangre que de la cruz cae. ¡Oh sangre hermosa de Cristo hermoso, que, aunque eres colorada más que rubíes, tienes poder para emblanquecer más que la leche! ¿Y quién viera con cuánta violencia eras derramada por los sayones y con qué amor eras derramada del mismo Señor? ¡Cuán de buena gana, extiendes, Señor, tus brazos y pies, para ser sangrado de brazo y tobillo, para remediar nuestra soltura tan mala que en deseos y obrar tenemos! ¡Gran fuerza ponen contra ti tus contrarios, mas muy mayor fuerza te hizo tu amor, pues que te venció! Hermoso llama David a Cristo sobre todos los hijos de los hombres. Mas este hermoso sobre hombres y ángeles quiso disimular su hermosura y vestirse en su cuerpo, y en lo de fuera, de la semejanza de nuestra fealdad, que en nuestras ánimas tenemos, para que así fuese nuestra fealdad absorbida en el abismo de su hermosura, como lo es una pequeña pajita en un grandioso fuego, y nos diese su imagen hermosa, haciéndonos semejables a Él.

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d) POR HERMOSEARNOS, EL HIJO DE DIOS ESCONDE SU HERMOSURA A LOS OJOS DEL CUERPO

Y si bien miramos las condiciones ya dichas que se requieren para ser uno hermoso, todas las cuales están excelentemente en el Verbo divino, hallaremos que todas las disimuló y escondió, para que, siendo escondidas en él, se manifestasen en nosotros. ¡Cuán entero, acabado y lleno es el Verbo de Dios, pues ninguna cosa le falta ni puede faltar, y quita él la falta a todas las cosas! Mas a este tan rico en el seno del Padre, miradle hecho hombre en el vientre y brazos de su Madre. Id por todo el discurso de su vida y muerte, y veréis cuántas veces le faltó el comer y el beber en toda su vida: cuán falto de cama para se echar, cuando le puso la Virgen en el pesebre, porque ni cama ni lugar tenía en el portal de Belén; cuántas veces le faltó con qué remediar su frío y su calor, y no tenía sino lo que le daban. Y si en la vida no tenía a dónde reclinar su cabeza, como él lo dice, ¿qué diréis de la extrema pobreza que en su muerte tuvo? En la cual menos tenía donde reclinar su cabeza, porque o la había de reclinar en la cruz, y padecer extremo dolor por las espinas que más se le hincaban en ella, o la había de tener abajada en vago, no sin grave dolor. ¡Oh sagrada cabeza, de la cual dice la esposa que es oro finísimo, por ser cabeza de Dios, y cuán a tu costa pagas lo que nosotros contra tu amor nos declinamos en las criaturas, amándolas y queriendo ser amados y alabados de ellas, haciendo cama de reposo en lo que habíamos de pasar de camino hasta descansar en ti! Y dinos, ¿para qué pasas tanta falta y pobreza? Oyamos a San Pablo que dice: Bien sabéis, hermanos, la gracia que nos hizo nuestro Señor Jesucristo, que, siendo El rico, se hizo pobre por nos, para que, con la pobreza, fuésemos nosotros ricos.

Veis aquí, pues, disimulada muy por entero la primera condición de hermosura, que es ser cumplido, pues le falta tanto en el suelo al que en el cielo es la misma abundancia. Pues, si miráis a la otra condición del hermoso Verbo de Dios, como es perfetísima imagen del Padre, igual a Él y proporcionado con Él, hallaréis que no menos que la primera la disimula en la tierra. Decidme, ¿qué es el Padre sino fortaleza, saber, honra, hermosura, bondad, gozo, con otros semejantes bienes? Pues poned de una parte este admirable dechado, glorioso en sí y adorado de ángeles, y acordaos de aquel paso que había de pasar y traspasar a lo más dentro de nuestras ánimas, de cuando la hermosa imagen del Padre, Jesucristo nuestro Señor, fue sacado de la audiencia de Pilato, cruelmente azotado y vestido con una ropa colorada, y con corona de escarnio en los ojos de los que lo vían, y de agudo dolor en el celebro de quien la tenía. Las manos atadas, y una caña en ellas; los ojos llenos de lágrimas, que de ellos salían, y de sangre, que de la cabeza venía; las mejillas amarillas y descoloridas, llenas de sangre y afeadas con salivas. Y con este dolor y deshonra fue sacado a ser visto de todo el pueblo diciendo: Mirad el hombre. Y esto para que a Él le creciese la vergüenza de ser visto de ellos, y ellos hobiesen compasión de Él, viéndole tal, y dejasen de perseguir a quien tanto vían padecer. Mas, ¡oh cuán malos ojos miraron las penas de quien más se penaba por la dureza de ellos que por sus proprios dolores!, que, en lugar de apagar el fuego de su rabiosa malquerencia con el agua de sus deshonras, ardíoles más y más como fuego de alquitrán que arde en el agua, y no escucharon la palabra a ellos dicha por Pilatos: Mirad el hombre, mas no queriendo verle allí, dicen que lo quieren ver en la cruz.

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e) "ECCE HOMO"

Ánima redimida por los dolores de Cristo, escuchad vos y escuchemos todos esta palabra: Veis ahí el hombre; Mirad el hombre, porque no seamos ajenos de la redención de Jesucristo, no sabiendo mirar y agradecer sus dolores.

Cuando quieren sacar alguna cosa para ser vista, suelen ataviársela lo mejor que pueden, para que enamore a los que la vieren. Y cuando quieren sacar otra para que sea temida, cércanla de armas y de cuantas cosas pueden, para que haga temblar a los que la vieren. Y cuando quieren sacar una imagen, para hacer llorar, vístenla de luto y pónenle todo lo que incita a tristeza. Pues, decidme, ¿qué fue el intento de Pilato en sacar a Cristo a ser visto del pueblo? No, por cierto, para ser amado ni temido, y por eso no lo hermoseó y cercó de armas y caballeros, mas sacólo para aplacar los corazones crueles con la vista del Redemptor, y esto no por amor, que bien sabía que entrañablemente le aborrecían, mas a poder de sus grandes tormentos, y a propria costa de su delicado cuerpo. Y por eso atavió Pilato tan ataviado a Cristo de tormentos tales y tantos que pudiesen obrar compasión en los corazones de los que lo viesen, aunque muy mal lo quisiesen. Y, por tanto, es de creer que lo sacó él más afligido y abatido y deshonrado que él pudo, reveyéndose en afearlo, como se revén en una novia para ataviarla, para que por esta vía aplacase la ira de los que le desamaban, pues no podía por otras que había intentado.

Pues decidme, si salió Cristo tal que bastaba a apagar el fuego de la malquerencia en los corazones de los que le aborrecían, ¿cuánta razón es que su vista y salida encienda fuego en los corazones de quien lo conoce por Dios y le confiesa por Redemptor? Mucho tiempo antes que esto acaeciese vio el profeta Esaías este paso y, contemplando al Señor, dijo: No tiene lindeza ni hermosura. Mirámosle y no tenía vista; y deseámosle despreciado y el más abatido de los hombres, varón de dolores y que sabe de penas. Su gesto fue como escondido y despreciado, y, por tanto, no le estimamos. Verdaderamente Él llevó nuestras enfermedades, y El mismo sufrió nuestros dolores; y nosotros estimámosle, como a leproso y herido de Dios y abajado.

Si estas palabras de Esaías quisiéredes mirar una por una, veréis cuán escondida estaba la hermosura de Cristo en el día que trabajó para hermosearnos. Dice la esposa en los Cantares, hablando con Cristo: Hermoso eres y lindo, amado mío y aquí dice Esaías que no tiene lindeza ni hermosura; y aquel en cuya cara se revén los ángeles, y la desean mirar, aquí dice que no tiene vista. Y en aquel que, cuando entró en este mundo, fue por mandado del Padre adorado de todos los ángeles, agora que sale del mundo, despreciado de muy viles hombres. Dice David de Cristo que es ensalzado sobre todas las obras de las manos de Dios. Y dice Esaías que está el más abatido de todos los hombres. Y si esto fuera, comparándolo con los que eran buenos, no fuera tanto el desprecio. Mas, ¿qué diréis, que, siendo cotejado con Barrabás, matador y alborotador y ladrón, les parece mejor que Cristo, que es dador de la vida, hacedor de las paces del Padre y del mundo; y está tan lejos de tomar lo ajeno, que, como David, pagó lo que no tomó. Cristo no tenia por qué tener dolor, pues la causa de él es el pecado, que en Él nunca cupo; mas llámale aquí Esaías varón de dolores. Y aunque nunca supo por experiencia de malos deleites, es varón que sabe de penas, porque las experimenta, y en tanta abundancia que diga Él por boca de David: Muy llena de penas está la mía ánima.

Cristo se llama luz, porque con sus admirables palabras y obras alegraba y sacaba de tinieblas al mundo; mas esta luz dice Esaías que tiene su gesto como escondido, porque, si solamente es mirado con ojos del cuerpo, no se vio quien le pudiera conocer por el rostro, por mucho que antes le hobiera tratado, lo cual no es mucho de maravillar, porque, aunque la Virgen para siempre bendita y en aquel día lastimada, lo parió y envolvió, y se remiraba en su cara como en espejo luciente, mas con todo esto creo que, si allí estaba presente en este paso de tanto dolor, miraba y remiraba, con cuanta atención las lágrimas de los ojos y el dolor del corazón le daban lugar, si era aquél su bendito hijo, que tan de otro color y manera estaba, que antes le había conocido. Y si los que miraban creyeran que todo esto pasaba el Señor, no porque lo debiese, mas porque amaba a los que lo debíamos, ser alivio a la peni de Cristo. Mas, ¿qué diremos, que dice Esaías que le tuvieron por herido de Dios y abatido?, porque pensaban que Dios lo abatía así por sus pecados, y que merecía aquello y mucho más, y que por eso pidieron que fuese puesto en la cruz. De manera que en lo de fuera quitaban sus ojos de mirarle, porque habían asco como de un leproso, y en el corazón lo tenían por malo y digno de aquello y mucho más. Cosa era para mirar y llorar, que, si lo miraban escupían hacia Él, y, si no le miraban, hacían grandes ascos, como de cosa muy fea. Lo que de Él hablaban eran injurias que tanto lastimaban como los dolores, y con todo decían que aún no tenía lo que merecía, mas que lo pusiesen en cruz.

¿Quién no se maravillará y dará mil alabanzas a Dios por su saber infinito, que por modo tan extraño quiso remediar el mundo perdido, sacando los mayores bienes de los mayores males que los hombres hicieron? ¿Qué cosa peor en el mundo se ha hecho ni se hará que deshonrar y afear, y atormentar y crucificar al Hijo de Dios?.

¿Mas de cuál otra cosa tanto provecho vino al mundo como de esta bendita pasión? Pensaba Pilato, cuando ataviada a este desposado con atavíos de muchos dolores, que para los ojos de aquel pueblo no más le ataviaba. Y atavíalo para ser visto de los ojos del mundo universo, sirviendo en esto, aunque él no lo sabía, a lo que Dios tanto antes había prometido, diciendo: Verá todo hombre la salud de Dios. Esta salud Jesucristo es, al cual dijo el Padre: en poco tengo que despiertes a servirme los tribus de Jacob, y que me conviertas las heces de Israel, yo te di en luz de las gentes, para que seas salud mía hasta lo postrero de la tierra.

Jesucristo predicó en persona a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel no más, y después, sus santos apóstoles, en el mismo pueblo de Israel, comenzaron a predicar y convertiéronse no todos los judíos, mas algunos. Y por eso dice las heces. Mas no paró la salud del Padre, que es Cristo, en el pueblo de los judíos, mas salió cuando fue predicado por los apóstoles en el mundo, y agora lo es, acrecentándose cada día la predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos, para que así sea luz no sólo de los judíos, que creyeron en Él, y a los cuales fue enviado, mas también a los gentiles, que estaban en ceguedad de idolatría lejos de Dios. Y esto es lo que aquel santo cisne Simeón cantó, ya que se quería morir, diciendo: Agora dejas, Señor, a tu siervo en paz, según tu promesa; porque vieron mis ojos a mi salud, la cual pusiste ante el acatamiento de todos los pueblos, lumbre para los gentiles y honra para tu pueblo Israel. Si miramos que Cristo fue puesto por mano de Pilato a ser visto de aquel pueblo en su propria casa, y después en el alto de la cruz en el monte Calvario, claro es que, aunque de todo estado y linaje, y naturales y extranjeros, que habían venido a la Pascua había gran copia de gente, mas no fue Cristo puesto en el acatamiento de todos los pueblos, como dice Simeón. Y, por tanto, es Cristo, puesto en el acatamiento y vista de todos los pueblos, cuando es predicado en el mundo por los apóstoles y sus sucesores, de los cuales dice David; que en toda la tierra salió su sonido y hasta los fines de la tierra sus palabras. Y Cristo predicado es luz entonces y agora para los judíos que le quisieren creer; porque grande honra es para ellos venir de ellos, y principalmente a ellos, el que es Salvador de todo el mundo y verdadero Dios y hombre.

Pues miremos cuán de otra manera lo ordenó Dios de como lo pensaba Pilato. Él pensaba que ponía a Cristo en acatamiento de aquella gente no más, y dijo: Veis ahí el hombre, y pensó que, cuando no quisieron que fuese suelto, mas pidieron que lo crucificase, ya no había Cristo de ser más visto de nadie. Mas, porque vio el Padre eterno que tal espectáculo como aquel de su unigénito Hijo, e imagen de su hermosura, no era razón que tan pocos ojos lo mirasen, ni que a corazones tan duros se presentase, ordenó que se diese otra voz muy mayor que sonase en el mundo, y por boca de muchos y muy santos pregoneros, que dijesen: Mirad este hombre, porque la voz de Pilato sonaba poco, y era uno y malo, y lleno de temor, por lo cual crucificó a Cristo y no merecía ser el pregonero de esta palabra: Mirad a este hombre, y por eso lo manda Dios pregonar a otros, y tan sin temor, que antes quisieron y quieren morir que ni un solo punto dejen de predicar y confesar la verdad que es Cristo. Pilato era sucio, porque era infiel y pecador, mas los pregoneros de esta voz: Mirad a este hombre, profetizó Isaías diciendo: Cuán hermosos son los pies, sobre los montes, de los que predican nuevas buenas de paz y de bienes, y que dicen: Sión, reinará tu Dios.

El Dios de Sión es Jesucristo, en cuya persona dice David: Yo soy constituido rey, de mano de Dios, sobre Sión, monte santo suyo, predicando su mandamiento. Y este rey que predica el mandamiento del Padre, que es la palabra del santo Evangelio, comenzó a reinar en Sión, cuando fue recebido el domingo de Ramos por rey de Israel en el templo que estaba puesto en el monte de Sión. Y, para dar a entender que este reino había de ser en las cosas espirituales, se dice en David ser constituido rey sobre el monte de Sión, que es monte donde estaba el templo, en que a Dios se ofrecía su divino culto. Y después, cuando este Señor envió en el mismo monte Sión el Espíritu Santo sobre los creyentes, y fue predicado públicamente en medio de Jerusalén, y en las orejas de los pontífices y fariseos, entonces se acrecentaba su reino; y, cuando se convirtieron del primer sermón de san Pedro casi tres mil hombres, crecía este reino; y, cuando más gente se convertía, predicaban los apóstoles a Sión: Reinará tu Dios. Como quien dice: Aunque agora es conocido de pocos, mas siempre irá creciendo su reino, hasta que, al fin del mundo, reine en todos los hombres, galardonando con misericordia a los buenos, castigando con vara de hierro de rigurosa justicia a los malos. Ésta es la voz de los predicadores de Cristo, que dice: Reinará tu Dios. Y porque en el corazón del hombre sucio no reinará Cristo, pues reina el pecado, no es razón que predique a los otros el reino de Cristo el que en su ánima no consiente reinar a Cristo. Y por eso dice Esaías que son hermosos los pies de los que predican la paz. Porque en los pies son significados los deseos del ánima, que han de ser hermosos. Y por eso no quiere Cristo que se cubran con zapatos los pies de los predicadores por la parte de arriba, porque lo hermoso de ellos lo pone Dios en público para ejemplo de muchos. Mas mire mucho quien tiene limpios los pies, no piense que Él se los alimpió, mas dé gracias a aquel que lavó el jueves santo los pies a los discípulos con agua material, y lava las ánimas de todos los lavados con su sangre bendita. No era pues razón que tan limpio rey como Cristo fuese anunciado con boca tan sucia como la de Pilato, ni que para espectáculo de tantas maravillas había que mirar cómo sea a Cristo, cuando salió a ser visto del pueblo, y hobiese un pregonero no más, y que tan poco sonase. Y si Pilato pensó que ya no había de haber memoria de Cristo, ni quien de Él hobiese compasión, ordenó Dios que, en lugar de los pocos que le escupían, hobiese, y haya, y habrá, muchos que con reverencia le adoren y, en lugar de los que no querían mirarle de asco, haya muchos más que se revean en mirar aquella bendita cara como en espejo muy luciente, y, en lugar de los que pensaban que lo que padecía lo merecía, haya tantos que confiesen que ningún mal hizo por que padeciese, sino que ellos pecaron y Él padeció por amarlos. Y si la crueldad de ellos fue tanta que no hubieron de Él compasión, mas pidieron que fuese muerto en la cruz, quiere Dios que haya muchos que deseen morir por Cristo y digan con toda su ánima: Heridas tenéis amigo y duelen vos, ¡yo las tuviese por vos! No piense Pilato que atavió a Cristo en balde, aunque no pudo mover a compasión a los que allí estaban, pues que tantos, acordándose de estos trabajos de Cristo, han compasión tanta de Él que están azotados y coronados y crucificados en el corazón con Él.

Y pues esto ha sido así, y es y será en tantas personas, trabajad, doncella, en ser vos una de ellas, para que no seáis vos de los duros que aquella voz oyeron en balde, mas de los que el oírla fue causa de su salvación. No seáis de aquellos que no supieron estimar al que presente tenían; mas de los que dice Esaías: Deseamos verle, porque muchos reyes y profetas desearon ver la cara y oír la voz de Cristo nuestro Señor. Oíd doncella esta voz y mirad a este hombre, que por un indigno pregonero de Cristo os es pregonado. Mirad a este hombre, para oír sus palabras. Este es el maestro que el Padre nos dio. Mirad a este hombre, para imitar su vida, porque no hay otro camino para ser salvos, si él no. Mirad a este hombre, para haber compasión de él, pues estaba tal que bastaba mover a compasión a los que mal lo querían. Mirad a este hombre, para llorar, porque nosotros le paramos tal cual está por nuestros pecados. Mirad a este hombre, para le amar, pues padece tanto por vos. Mirad a este hombre, para os hermosear, porque en él hallaréis cuantas colores quisierdes, con que os hermoseéis; bermejo de las bofetadas que recientes le han dado, y colorado de las que rato ha, y en la noche pasada, le dieron; amarillo, con la abstinencia de toda la vida y trabajos de la noche pasada; blanco, de las salivas que en la cara le echaron; denegrido, de los golpes que le habían magullado su sagrada cara; las mejillas hinchadas, y de cuantos colores las quisieron pintar los sayones, porque, según estaba profetizado por Esaías en persona de Cristo: Mis mejillas di a los que las arrancaban, y mi cuerpo a quien lo hería. ¡Qué matices, qué aguas, qué blanco, qué colorado hallaréis aquí para os hermosear! Mirad, pues, doncella a este hombre, porque no puede escapar de muerte quien no lo mirare, porque así como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto, para que los heridos mirándola viviesen, y quien no la mirase muriese, así quien a Cristo puesto en el madero de la cruz no mirare, morirá para siempre, y así como arriba os dije que hemos de suplicar al Padre, diciendo: Mira señor en la haz de tu Cristo, así nos manda el Eterno Padre diciendo: Mira, hombre, la haz de tu Cristo, y si quieres que mire yo a su cara para te perdonar él, mira tú a su cara, para me pedir perdón por él. En la cara de Cristo nuestro mediador se junta la vista del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos de nuestro creer y amar, y los rayos de su perdonar y hacer mercedes.

Cristo se llama Cristo del Padre, porque el Padre lo engendró y le dio lo que tiene, y llámase Cristo nuestro, porque se ofreció por nos, dándonos todos sus merecimientos. Mirad, pues, en la haz de vuestro Cristo, creyendo en Él, confiando en Él, amando a Él y a todos por Él. Mirad en la faz, de vuestro Cristo, pensando en ti y cotejando vuestra vida con Él, para que en Él, como en espejo, veáis vuestras faltas y cuán lejos vais de Él, para que, conociéndoos por fea, toméis de sus lágrimas y de su sangre, que por su cara hermosa veréis correr, y alimpiéis vuestras manchas.

Mirad vuestro Cristo, y conoceréis quién sois vos, porque tal cual está Él de fuera, tal érades vos de dentro, que por eso se vistió de nuestra fea semejanza, para destruirla y darnos su imagen hermosa. Y así como los judíos quitaban sus ojos de Cristo, porque le veían tan mal tratado, así Cristo quita sus ojos de la ánima mala y la abomina como a leprosa, mas, después que la ha hermoseado con sus trabajos, pone sus ojos en ella, diciendo: ¡Cuán hermosa eres, amiga mía, cuán hermosa eres! Tus ojos son de paloma, sin lo que está escondido de dentro. Dos veces dice hermosa, porque ha de ser en cuerpo y en ánima. De dentro en deseos y de fuera en obras. Y porque ha de ser más lo de dentro que lo de fuera, por eso dice: sin lo que de dentro está escondido. Y porque la hermosura del ánima, como dice San Augustín, consiste en amar a Dios, por eso dice: Tus ojos son de paloma. En lo cual se denota la intención sencilla y amorosa que a solo agradar a Dios mira, sin mezcla de interese proprio. Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo. Vos veréis a vos en Él, y Él verá a sí en vos, porque ni era propria de Él la imagen que tenía de tanta afeción, ni es propria del ánima la imagen hermosa que tiene, y así como no habíades de pensar que Él había hecho alguna cosa por la cual mereciese tomar sobre sí imagen de feo, así no penséis que habéis vos merecido la hermosura que ti os ha dado de gracia, que no de deuda se vistió de nuestra fealdad, y de gracia y sin deuda nos vistió de su hermosura, y a los que piensan que la hermosura que tiene en su ánima la tienen de sí, dice Dios por Ezequiel: Perfeta eras con hermosura que había puesto sobre ti, y teniendo fiucia en tu hermosura, fornicaste en tu nombre, y pusiste tu fornicación a cualquiera que pasaba, para ser hecha suya. Esto dice Dios. Porque, cuando una ánima atribuye a sí misma la hermosura que Dios le dio, es como fornicar consigo misma, pues quiere gozar de sí misma en sí, y no de Dios, que es su verdadero marido, del cual le viene el ser hermosa, y quiere más gloriarse en su nombre, que es fornicar en su nombre, que gloriarse en Dios, que le dio lo que tiene, y por eso quítale Dios su hermosura, pues se le quería alzar con ella. Y como ese vano y mal aplacimiento en sí mismo es soberbia y principio de todo mal, por eso dice: Pusiste tu fornicación a todo cualquier que pasaba, porque el soberbio, como tiene por arrimo a sí mismo, que es vanidad, a cualquier viento es llevado, y es hecho captivo de cualquier pecado que pasa, y con mucha razón, pues no quiso abajarse para permanecer en ser guardado de Dios. Mirad, pues, este hombre en sí, y miraldo en vos. En sí, para ver quien sois vos; en vos, para ver quién es él. Sus deshonras y abatimientos vos los merecíades, y por eso aquello es vuestro. Lo bueno que en vos hay suyo es, y, sin merecerlo vos, se os ha dado.


Audi filia et vide- Juan de Avila 64