Juan Avila - Audi FIlia


9999

SAN JUAN DE ÁVILA

LIBRO ESPIRITUAL

sobre el verso AUDI, FILIA, ET VIDE, ETC.

Ps 44,11-12.

Que trata de los malos lenguajes del mundo, carne y demonio, y de los remedios contra ellos; de la fe y del propio conocimiento; de la penitencia, de la oración, meditación y pasión de nuestro Señor Jesucristo, y del amor de los prójimos. Compuesto por el Reverendo Padre Maestro San Juan de Ávila, predicador en el Andalucía. ************************************************************


APROBACION DEL PADRE BARTOLOME DE ISLA

unque en todo tiempo se ha de desear con mucha razón la buena doctrina de los Ubros, mucho más en éste, en que vemos cuánto el demonio se esfuerza o sembrar por sus ministros, por las vías posibles, la suya endemoniada hasta en los Ubros de romance, con que el pueblo cristiano se ayuda para aprovecharse en la virtud. Y por esta causa me parece se debe estimar en mucho esta obra, del Padre Maestro Juan de Ávila, que se intitula: De los malos lenguajes del mundo, carne y demonio, etc. Que aunque antes de ahora se imprimió debajo de otro título y con el nombre deste mismo autor, en hecho de verdad, ni él lo supo, ni para la tal impresión, si lo supiera, diera su consentimiento, por no haberla entonces acabado de reveer. Ahora se ha presentado ante los Señores del Consejo Real de su Majestad, por cuyo mandado yo la he visto, y me parece muy digna de que se mande imprimir, por ser la materia muy útil, y la doctrina muy católica y segura, y que procede con grande propiedad y espíritu en lo que conviene para instruir a una alma en todo género de virtud y santidad.

En este Colegio de la Compañía de Jesús, de Madrid, hoy jueves 26 de Noviembre 1573 años.

BARTOLOME DE ISLA.

************************************************************ PROLOGO DEL AUTOR

AL CRISTIANO LECTOR

Veintisiete años ha, cristiano lector, que escribí a una religiosa doncella, que muchos años ha que es difunta, un Tratado sobre el verso del Salmo, que comienza: Oye, hija, y ve; y aunque muchos de mis amigos me hablan afirmado muchas veces que, corregido el Tratado y poniéndolo en orden para imprimirse, recibirían provecho los ánimos de los que lo leyesen, no había salido a ello, por parecerme que para quien se quiere aprovechar de leer en romance (vernaculo) hay tantos Ubros buenos, que éste no les era necesario; y para quien no, también sería éste superfluo, como los otros. Y ayudábame a esto mi enfermedad continua de casi ocho años, que basta por ejercicio; y así se había quedado el Tratado sin imprimirlo, y aun sin acordarme de el, hasta que el año pasado, vencido ya de ruegos de amigos, comenzaba poco a poco a corregirlo y añadir para que se imprimiese, aunque sabía lo mucho que me había de costar de mi salud.

Al cabo de pocos días supe que se había impreso un Tratado sobre este mismo verso, y con titulo de mi nombre, en Alcalá de Henares, en casa de Juan Brocar, año de 1556. Maravílleme de que hubiese quien se atreva a imprimir libro la primera vez sin la corrección del autor, y mucho más de que alguno diese por autor de un libro a quien primero no preguntase si lo es; y procuré con más cuidado entender en lo comenzado para que, impreso este Tratado, el otro se desacreditase. Mas las enfermedades que después acá aún han crecido, y haber añadido algunas cosas, han sido causa para que más presto no se acabase. Ahora que va, recíbelo con caridad, y no tengas el otro por mió ni le des crédito. Y no te digo esto solamente por aquel Tratado, mas también por si otros vieres impresos en mi nombre hasta el día de hoy, porque yo no he puesto en orden cosa alguna para imprimir, sino una declaración de los diez Mandamientos que cantan los niños de la doctrina y este Tratado de ahora.

          Y también te aviso que, a las escrituras de mano que con título de mi nombre vienieren a ti, no las tengas por mías si no conocieres mi letra o firma, aunque también en esto hay que mirar, porque algunos han procurado de contrahacerlo.

También me parece avisarte de que, como este libro fue escrito a aquella religiosa doncella que dije, la cual, y las de su calidad, han menester más esforzarlas el corazón con confianza que atemorizarlas con rigor, así va enderezado más a lo primero que a lo segundo. Mas si la disposición de tu ánima pide más rigor de justicia que blandura de misericordia, toma de aquí lo que hallares que te conviene, y deja lo otro para otros que lo habrán menester.

Y todo el libro, con el autor, va sujeto a la corrección de nuestra Madre la Santa Iglesia Romana.





BREVE SUMA DE TODO LO QUE SE TRATA EN ESTE LIBRO

Para que tengas una breve suma de lo que en este libro se trata has de saber que desde el

Cap. 2-4, se trata del mal lenguaje del mundo.

Cap. 5-16, del mal lenguaje de la carne.

Cap. 17-30, de los engaños del demonio.

Y en cada parte de éstas se ponen algunos remedios contra estos malos lenguajes.

Cap. 30-42,

Cap. 30-33:

Cap. 34-42: de algunos motivos para probar que la fe católica es verdadera.

Cap. 43-49, de la misma fe católica, infundida por la misericordia de Dios, y de cómo algunas veces la quita Dios en castigo de los pecados.

Cap. 50-55, de algunos engaños acerca de sentimientos espirituales y sus remedios.

Cap. 56-67, del propio conocimiento.

Cap. 68-84, de la oración y meditación, y de la penitencia, y de la pasión de N. S. Jesucristo.

Cap. 85-93, de cómo Dios nos oye, y nos mira con misericordia y amor por merecimientos de N. S. Jesucristo.

Cap. 94-96, del amor de los prójimos.

Cap. 97-102, de cómo hemos de salir de nuestro pueblo y de nuestra voluntad y despreciar el linaje do la carne.

Cap. 103-113, de cómo la hermosura del ánima, que se pierde por el pecado, se recobra por los merecimientos de Jesucristo, N. S., y por la penitencia. A cuya misericordia plega de dar gracia para que lo leas para tu provecho y para su gloria.

1

CAPITULO PRIMERO: En que se trata cuánto nos conviene oír a Dios;

y del admirable lenguaje que nuestros Padres primeros tenían en el estado de la inocencia, a el cual perdido por el pecado, sucedieron muchos muy malos.

«Oye, Hija, y ve, e inclina tu oreja, y olvida tu pueblo, y la casa de tu padre, y codiciará el Rey tu hermosura.» (Ps 44,11)

Estas palabras, devota Esposa de Jesucristo, dice el Santo Profeta y Rey David — o por mejor decir, Dios en él — a la Iglesia cristiana católica, amonestándole lo que debe hacer para que el gran Rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los bienes. Y porque vuestra ánima es una de las de esta Iglesia—por la gran misericordia de Dios — parecióme declarároslas, Invocando primero el favor del Espíritu Santo, para que rija mi pluma y apareje vuestro corazón, para que ni yo hable mal, ni vos oigáis sin fruto; mas lo uno y lo otro sea a perpetua honra de Dios y a complacimiento y agrado de su santa voluntad.

Lo primero que nos es amonestado en estas palabras es que oigamos; y no sin causa, porque como el principio de la vida espiritual sea la fe, y ésta entre en el ánima, como dice San Pablo (Rm 10,17), mediante el oír, razón es que seamos amonestados primero de lo que primero nos conviene hacer. Porque muy poco aprovecha que suene la voz de la verdad divina en lo de fuera, si no hay orejas que la quieran oír en lo de dentro. Ni nos basta que cuando fuimos bautizados nos metiese el sacerdote el dedo en los oídos, diciendo que fuesen abiertos (Ephpheta, que significa Abrete), si los tenemos cerrados a la palabra de Dios, cumpliéndose en nosotros lo que de los ídolos dice el Santo Rey y Profeta David (Ps 113,4): Ojos tienen y no ven; orejas tienen y no oyen.

Mas porque algunos hablan tan mal, que oírlos es oír sirenas, que matan a sus oyentes, es bien que veamos a quién tenemos de oír y a quién no. Para lo cual es de notar, que Adán y Eva, cuando fueron criados, un solo lenguaje hablaban, y aquél duró en el mundo hasta que la soberbia de los hombres, que quisieron edificar la torre de la confusión (Babel significa confusión), fue castigada con que, en lugar de un lenguaje con que todos se entendían, sucediese muchedumbre de lenguajes, con los cuales unos a otros no se entendiesen. En lo cual se nos da a entender que nuestros primeros padres, antes que se levantasen contra El que los crió, quebrantando con atrevida soberbia su mandamiento, un solo lenguaje espiritual hablaban en su ánima, el cual era una perfecta concordia que tenía uno con otro, y cada uno consigo mismo y con Dios; viviendo en el quieto estado de la inocencia, obedeciendo la parte sensitiva, á la racional, y la racional a Dios; y así estaban en paz con El, y se entendían muy bien a sí mismos, y tenían paz uno con otro. Mas como se levantaron con desobediencia atrevida contra el Señor de los cielos, fueron castigados — y nosotros con ellos — en que en lugar de un lenguaje, y bueno, y con que bien se entendían, sucedan otros muy malos e innumerables, llenos de tal confusión y tinieblas que ni convengan unos hombres con otros, ni uno consigo mismo, y menos con Dios.

Y aunque estos lenguajes no tengan orden en sí, pues son el mismo desorden, mas; para hablar de ellos, reduzcámoslos, al orden y número de tres, que son: lenguaje de mundo, carne y diablo; cuyos oficios, como San Bernardo dice, son: del primero, hablar cosas varias; del segundo, cosas regaladas; del tercero, cosas malas y amargas.





2

CAPITULO 2: Que no debemos oír el lenguaje del mundo y honra vana;

y cuan grande señorío tiene sobre los corazones de los que la siguen; y cuál será el castigo de los tales.

El lenguaje del mundo no le hemos de oír, porque es todo mentiras, y muy perjudiciales para quien las creyere, haciéndole que no siga la verdad que es, sino la mentira que tiene apariencia y se usa. Y con esto engañado él hombre, echa tras sus espaldas a Dios y a su santo agradamiento, y ordena su vida por el ciego norte del complacimiento del mundo, y engéndrasele un corazón deseoso de honra y de ser estimado de hombres; semejante al de los antiguos soberbios romanos, de los cuales dice San Agustín que por amor de la honra mundana deseaban vivir, y por ella no temieron morir. Précianla tanto, que en ninguna manera pueden sufrir ni una liviana palabra que contra ella se diga, ni cosa que sepa ni huela a desprecio ni de muy lejos. Antes hay en esto tantas sutilezas y puntos, que por maravilla hay quien se escape de no tropezar en alguno de ellos, y ofender al sensible mundano, y aun muchas veces sin pensar que le ofende. Mas éstos tan fáciles en el sentir el desprecio, ¡ cuán difíciles y pesados son en lo despreciar y en lo perdonar! Y si alguno lo quisiere hacer, qué tropel de falsos amigos y de parientes se levantarán contra él, y alegarán tales leyes y fueros del mundo, que dé éllos se concluya que es mejor perder la hacienda y salud, casa y mujer e hijos; y aun esto les parece poco; pues dicen que se pierda la vida del cuerpo y del ánima; y todo lo de la tierra y del-cielo; y que el mismo Dios y su Ley sean tenidos en poco y puestos debajo de los pies, porque Ia vanísima honra no se pierda, y sea; estimada sobre todas las; cosas y sobre el mismo Dios.

¡Oh honra vana, condenada por Cristo en la cruz a costa de sus grandes deshonras! ¿Y quién te dio asiento en el templo de Dios, que es el corazón cristiano, con tan grande estima, que a semejanza del Anticristo, quieras tú ser más preciada que el Altísimo Dios? ¿Quién te hizo competidora con Dios, y que le lleves ventaja en algunos corazones, en ser preciada más que El, renovándole aquella grave injuria que le fue hecha cuando quisieron a Barrabás más que a El? (Jn 18,40). Grande por cierto es tu tiranía en los corazones de los sujetos a ti, y con gran presteza y facilidad te hacen servicio, por costoso que sea. Pensaba Aarón (Ex 32,24) que por pedir él los zarcillos de oro, que traían en las orejas las mujeres e hijos e hijas de aquéllos que le pedían ídolo a él, que, por no ver despojados a los que amaban, se apartarían de la mala demanda del falso dios; y no fue así, porque no bien fueron pedidos cuando fueron dados. Ni se tuvo cuenta, ni se tiene, con lo que han menester casa ni hijos, con tal que haya ídolo de honra, al cual sacrifiquen. Y acaece muchas veces, que algunos de los que te sirven entienden cuan vana cosa y sin tomo (importancia, valor y estima) eres, y cuan perdida cosa es seguirte; y pudiendo librarse de tu grave yugo con sólo romper contigo, es tanta su flaqueza y miseria, que eligen más reventar, y hacer contra la honra de Dios, que descansar y honrar a Dios huyendo de ti.

Serviréis a, dioses ajenos de día y de noche (Jr 16,13), echa Dios por maldición a los que sirven a los falsos dioses; y cúmplese muy bien en los que adoran la honra. Hablando San Juan (Jn 12,43) de una gente principal de Jerusalén, que creyeron en Cristo, mas no osaron publicarse por suyos por respeto de los hombres, dice de ellos con gran vituperio que amaron más la honra de los hombres que la honra de Dios. Lo cual con mucha razón se puede decir de estos amadores de la honra, pues vemos que por no ser despreciados de los hombres desprecian a Dios, cuya Ley se avergüenzan de seguir, por no ser avergonzados de los hombres.

Mas hagan lo que quisieren; honren su honra basta que no puedan más; que fija y firme está la sentencia pronunciada contra ellos por Jesucristo, soberano Juez, que dice (Lc 9,26): Quien se avergonzare de Mí y de mis palabras, avergonzarse ha de él el Hijo de la Virgen; cuando viniere en su Majestad y de su Padre y de sus ángeles. Y entonces cantarán todos los ángeles y todos los Santos (Ps 118,137): Justo eres, Señor, y justos tus juicios; que si el vil gusano se avergonzó de seguir al Rey de la Majestad, que Tú, Señor, te avergüences, siendo la misma honra y alteza, de que una cosa tan baja y tan mala esté en compañía de los tuyos y tuya. ¡ Oh, con qué ímpetu (Ap 18,21) será entonces echada la honra de Babilonia en los profundos infiernos, en compañía de tormentos del soberbio Lucifer, pues quisieron ser compañeros de él en la culpa de la soberbia! No se burle; nadie, ni tenga por pequeño mal el amor de la honra del mundo, pues el Señor, que escudriña los corazones, dijo a los fariseos (Jn 5,44): ¿Cómo podéis creer en Mí, pues que buscáis ser honrados unos de otros, y no buscáis la honra que de sólo Dios viene? Y pues este mal afecto es tan poderoso, que bastó a hacer que no creyesen en Jesucristo, ¿qué mal no podrá?, ¿y quién de él no se santiguará? Por lo cual dijo San Agustín que ninguno sabe qué fuerzas tiene para dañar el amor de la honra vana, sino aquel a quien ella hubiere movido guerra.



3

CAPITULO 3: De qué remedios nos habernos de aprovechar para desapreciar la honra vana del mundo, y de la grande fuerza que Cristo da para la poder vencer.



Mucha ayuda contra este mal nos debía ser, que la misma lumbre natural lo condene; pues nos enseña que el hombre ha de hacer obras dignas de honra, mas no por la honrar merecerla y no preciarla; y que el corazón grande debe despreciar el ser preciado y el ser despreciado; y que ninguna cosa debe tener por grande, sino la virtud.

Mas si con todo esto no tuviere el cristiano Corazón para despreciar esta vanidad, alce los ojos a su Señor puesto en cruz, y verle ha tan lleno de deshonras, que si bien se pesaren, pueden competir con la grandeza de los tormentos que recibía. Y no sin causa eligió el Señor muerte con extrema deshonra, sino porque conoció cuan poderoso tirano es el amor de la honra en el corazón de muchos; que no dudan de ponerse a la muerte, y huyen del género de la muerte, si es con deshonra. Y para darnos a entender que no nos ha de espantar lo uno ni lo otro, eligió muerte de cruz, en la cual se juntan graves dolores con excesiva deshonra.

Mirad, pues, si ojos tenéis, a Cristo estimado por el más bajo de los hombres, y aviltado (de vil- menospreciado, afrentado)) con graves deshonras; unas, que la misma muerte de cruz trae consigo, pues era la más infame de todas; y otras con que particularmente ofendieron a nuestro Señor, pues ningún género de gente quedó que no se emplease en le blasfemar, despreciar e injuriar con géneros de deshonras no vistos; y veréis cuan bien cumple lo que predicando habia dicho (Jn 8): Yo no busco mi honra. Haced vos así. Y si paráredes las orejas de vuestra ánima a oír con atención aquel lastimero pregón que contra la misma inocencia se dio, pregonando a Jesucristo nuestro Señor por malhechor por las calles de Jerusalén, os confundiréis vos cuando viéredes que os honran, o cuando deseéis ser honrada; y diréis con gemido entrañable: ¡ Oh Señor! ¿Vos pregonado por malo, y yo alabada por buena? ¿Qué cosa de mayor dolor? Y no sólo se os quitará la gana de la honra del mundo, mas tendréis gana de ser despreciada, por ser conforme al Señor, seguir al cual, como dice la Escritura (Si 23,38), es grande honra. Y entonces diréis con San Pablo (Ga 6,14): No plega a Dios que yo me honre, sino en la cruz de Jesucristo nuestro Señor; y desearéis cumplir lo que el mismo Apóstol dice (He 13,13): Salgamos, a Cristo fuera de los reales, imitándole en su deshonra.

 Y si es poderosa cosa el afecto de la honra vana, muy más poderosa es la medicina del ejemplo y gracia de Cristo, que de tal manera la vencen y desarraigan del corazón, que le hacen sentir que es cosa muy abominable, que viendo un cristiano al Señor de la Majestad bajarse a tales desprecios, se quede el gusano vil hinchado con amor de la honra. Por lo cual el Señor nos convida y esfuerza con su ejemplo, diciendo (Jn 16,33): Confiad, que yo vencí el mundo. Como si dijese: Antes que yo acá viniese, cosa recia era tomarse con el mundo engañoso, desechando lo que en él florece, y abrazando lo que él desecha; mas después que contra mí puso todas sus fuerzas, inventando nuevo género de tormentos y deshonras, todo lo cual yo sufrí sin volverles el rostro, ya no solamente pareció flaco, pues encontró con quien pudo más sufrir; mas aun queda vencido para vuestro provecho, pues con mi ejemplo que yo os di, y fortaleza que os gané, lo podréis ligeramente vencer, sobrepujar y hollar.

Mire el cristiano, que pues el mundo despreció al bendito Hijo de Dios, que es eterna Verdad y Bien sumo, no hay por qué nadie en nada le tenga, ni en nada le crea. Antes mirando que fue engañado en no conocer una tan clarísima luz, y en no honrar al que es verdaderísima honra; aquello repruebe el cristiano, que el mundo aprueba; y aquello precie y ame, que el mundo aborrece y desprecia; huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció; y teniendo por grande señal de ser amado de Cristo, el ser despreciado del mundo, con El y por El.

De lo cual resulta, que así como los qué son de este mundo no tienen orejas para escuchar la verdad y doctrina de Dios, antes la desprecian, así el que es del bando de Cristo no las ha de tener para escuchar ni creer las mentiras del mundo. Porque ahora halagué, ahora persiga, ahora prometa, ahora amenace, ahora espante, o parezca blando, en todo se engaña y quiere engañar, y con tales ojos lo debemos mirar; pues es cierto que en tantas mentiras y falsas promesas le hemos tomado, que las medias (las medias: la mitad)) que un hombre dijese, en ninguna cosa nos fiaríamos de él, y a duras penas, aunque dijese verdad, le daríamos crédito. No es bien ni mal verdadero lo que el mundo puede hacer, pues no puede dar ni quitar la gracia de Dios. Ni aun en lo que parece que puede, no puede nada, pues que no puede llegar al cabello de nuestra cabeza sin la voluntad del Señor (Lc 21,18): y si otra cosa nos quisiere hacer entender, no le creamos. ¿Quién habrá ya que no ose pelear contra un enemigo qué no puede nada?



4

CAPITULO 4: En qué grado y por qué fin es lícito desear la humana honra; y del grandísimo peligro que hay en los oficios honrosos y de mando.



Para que mejor entendáis lo que se os ha dicho, habéis de saber que una cosa es amar la honra o estimación humana por sí misma y parando en ella, y esto es malo según se ha dicho, y otra cosa es cuando estas cosas se aman por algún buen fin, y esto no es malo.

Claro es que una persona que tiene mando o estado de aprovechar a otros, puede querer aquella honra y estima para tratar su oficio con mayor provecho de los otros; pues que si tienen en poco al que manda, tendrán en poco su mandamiento, aunque sea bueno.

Y no solamente estas personas, mas generalmente todo cristiano debe cumplir lo que está escrito (Si 41,15): Ten cuidado de la buena fama. No porque ha de parar en ella, mas porque ha de ser tal un cristiano, que quienquiera que oyere o viere su vida, dé a Dios gloria; como la solemos dar viendo una rosa, o un árbol con fruto y frescura. Esto es lo que manda el santo Evangelio (Mi 5,13), que luzca nuestra luz delante de los hombres, de manera que, viendo nuestras buenas obras, den gloria al celestial Padre, del cual procede todo lo bueno.

Y este intento de la honra de Dios y de aprovechar a los prójimos movió a San Pablo (2Co 4) a contar de si mismo grandes y secretas mercedes que nuestro Señor le había hecho, sin tenerse por quebrantador de la Escritura, que dice (Pr 27): Alábete la boca ajena, y no la tuya. Porque contaba él estas sus alabanzas tan sin pegársele nada de ellas, como si no las hablara; cumpliendo él mismo lo que había dicho a los de Corinto (1Co 7), que los que tienen mujeres sean como si no las tuviesen, y los que lloran como si no llorasen, con otras cosas semejantes a éstas. En lo cual quiere decir, que aquél provechosamente usa de lo temporal, próspero o adverso, gozoso o triste, que no se le pega el corazón á ello; mas pasa por ello como por cosa vana y que presto se pasa. Y cierto, cuando San Pablo contaba estas cosas de sí, con un corazón las decía, no sólo despreciador de la honra, mas amador del desprecio y deshonra por Jesucristo, cuya cruz él tenía por honra suprema. (Ga 6,14). Y de estos tales corazones bien se puede fiar que reciban honra, o digan ellos cosas que aprovechen para tenerla; porque nunca harán estas cosas sino cuando fuere muy menester; para algún buen fin.

Más así como es cosa de mucha virtud tener la cosa cómo si no la tuviesen, y no pegarse al corazón la honra que de fuera nos dan, así es cosa dificultosa y que muy pocos la alcanzan. Porque, como San Crisóstomo dice: «Andar entre honras y no pegarse al corazón del honrado, es como andar entre hermosas mujeres sin alguna vez mirarlas con ojos no castos.» Y la experiencia nos ha mostrado que las dignidades y lugares de honra muy pocas veces han hecho de malos buenos, y muy muchas de los buenos malos; Porque para sufrir el peso de la honra y ocasiones que vienen con ella, es menester gran fuerza y virtud. Porque, según San Jerónimo dice: «Los montes más altos con mayores vientos son combatidos.» Y cierto es que se requiere mayor virtud para tener mando que para obedecer. Y no sin causa, y gran causa, nuestro soberano Maestro y Señor, que todo lo sabe, huyó de ser elegido por Rey (Jn 6). Y pues El no podía peligrar en estado por alto que fuese, claro está que es doctrina para nuestra flaqueza, que debe ella huir de lo peligroso, pues huyó El, que estaba seguro.

Y si es atrevimiento muy grande, y contra el ejemplo de Cristo, recibir el estado de honra cuando lo ofrecen, ¿Qué será desearlo y qué será procurarlo? Porque para decir cuánto mal es dar dineros por ello, no hay hombre que baste. Cosa es de grandísimo espanto, que pudiendo un hombre andar seguramente por tierra llana, escoja los peligros de andar por la mar; y no con bonanza, sino con tempestades continuas. Porque, según San Gregorio dice: «¿Qué otra cosa es el poderío de la alteza sino tempestad del ánima?» Y tras estos trabajos y peligros que en lugar alto hay, sucede aquélla terrible amenaza dicha por Dios, aunque de pocos oída y sentida, (Sg 6): Juicio durísimo será hecho en los que tienen mando. ¿Qué será esto, que siendo el juicio ordinario de Dios tal, que los más estirados en la virtud tiemblan y dicen (Ps 142,2): No entres en juicio con tu siervo. Señor, hay gente tan atrevida que elija entrar en juicio, no cualquiera, mas estrechísimo y durísimo? Y viendo que un Rey Saúl, a quien fue el reinó ofrecido de parte de Dios, sin que por ello él se ensalzase ni hiciese caso de él, y aun se escondió por no recibirlo, y fue hallado porque Dios lo manifestó (1S 10), con todo esto maltratóle tan mal la alteza de la dignidad con sus ocasiones, que habiendo precedido elegirlo Dios, y huirlo él, sucedió tan mala vida y mal fin, que debe poner temor y escarmiento a los que entran en estados de honra, aun llamados y por buena puerta, y muy mayor a los que no entran por tal.

Y cierto, es cosa de maravillar que haya gente tan tasada (tasada: escasa) en el servicio de nuestro Señor, que si les dicen que hagan algo, aunque muy bueno, andan mirando y remirando si es cosa que no les obliga a pecado mortal para no la hacer; porque dicen que son flacos, y no quieren meterse en cosas altas y de perfección, sino andar camino llano, como ellos dicen. Y éstos por una parte tan cobardes en buscar la perfecta virtud para sí mismos, que con la gracia del Señor les fuera fácil de alcanzar, por otra parte son tan atrevidos en meterse en señoríos y mandos y honras, que para usar bien de ellos y sin daño propio, es menester perfecta o aprovechada virtud, que se hacen entender que la tienen, y que darán buena cuenta del lugar alto, sin que peligren sus conciencias en lo que muchos han peligrado. Tanto ciega el deseo de la honra y mandos y de intereses humanos, que a los que no osan acometer lo fácil y seguro, hace acometer lo que está lleno de peligros y dificultad. Y los que no fían de Dios que les ayudará en las buenas obras que tocan a sí mismos, se prometen con grande osadía que los traerá Dios de la mano en lo que toca a regir a los otros, pudiendo Dios responder con mucha justicia, que pues ellos se metieron en aquel peligro, ellos se ayuden a valerse en él. Porque de estos tales dice Dios (Os 8,4): Ellos reinaron, y no por mi parecer: fueron príncipes, y yo no lo supe. Quiere decir: No lo aprobé, ni me pareció bien. Y quien mirare que desechó Dios de su mano al Rey Saúl, habiéndole el mismo Dios metido en el reino, tendrá mucha razón para desengañarse, pues que no hay quien le asegure de que no sea tan flaco como Saúl, sino la soberbia y gana del mando. Y por muy buena entrada que tenga en él, no será mejor que la de Saúl.

Razón tuvo San Agustín en decir que el lugar alto es necesario para regimiento (gobierno, régimen) del pueblo. Aunque cuando se tiene se administre como conviene, mas cuando no se tiene, no es lícito desearlo. Y él decía de sí mismo, que deseaba y procuraba salvarse en el lugar bajo, por no peligrar en el alto. Especialmente se debe esto hacer cuando el tal lugar tiene regimiento (gobierno, régimen) de ánimas; lo cual tiene tanta dificultad para hacerse bien, que se llama «arte de artes». Huir se deben estos peligros en cuánto buenamente fuere posible, imitando el ejemplo ya dicho, que el Señor nos dio, en huir de aceptar el reino, y el que nos han dado muchas personas santas y sabias que los han huido con todo su corazón (El Santo Ávila rehuyó las mitras de Segovia y Granada). Y para entrar bien en ellos ha de ser o por revelación del Señor, o por obediencia de quien lo puede mandar, o por consejo de persona que entienda, muy bien la obligación del oficio y los peligros de él, y tenga el juicio de Dios delante sus ojos, y muy atrás de ellos todo respeto temporal. Y si estas condiciones no se hallaren, será menester que haya tales conjeturas de que Dios es de ello servido, que sean de tanto peso, que pueda el tal hombre fiarse, de ellas para entrar en tan grave peligro. Y con todo esto aun hay que temer; y conviene velar y suplicar al Señor, que pues guardó la entrada de mal, guarde también la salida, porque no pare en eterna condenación. Porque a muchos de los que han vivido contentos en estos estados, hemos visto morir con deseo de no los haber tenido, y con grandes temores de lo que primero, a su parecer, estaban seguros. Débese mejor parecer la verdad de las cosas temporales, cuanto el hombre más se aleja de ellas, y más se acerca al juicio de Dios, en el cual hay toda verdad.



5

CAPITULO 5: De cuánto debemos huir los regalos de la carne; y cómo es peligrosísimo enemigo; y de que medios nos habernos de aprovechar para vencerlo.



La carne habla regalos y deleites; unas veces claramente, y otras debajo de título de necesidad. Y la guerra de esta enemiga, allende (allende: además) de ser muy enojosa, es más peligrosa, porque combate con deleites, que son armas más fuertes que otras. Lo cual parece en que muchos han sido de los deleites vencidos, que no lo fueron por dineros, ni honras, ni recios tormentos. Y no es maravilla, pues es su guerra tan escondida y tan a traición, que es menester mucho aviso para se guardar de ella. ¿Quién creerá que debajo de blandos deleites viene escondida la muerte, y muerte eterna, siendo la muerte lo más amargo que hay, y los deleites el mismo sabor? Copa de oro y ponzoña de dentro, es el falso deleite, con el cual son embriagados los hombres que no miran sino a la apariencia de fuera. Traición es de Joab que abrazando a Amasas lo mató (2S 20,9); y de Judas Iscariotes, que con falsa paz entregó a la muerte o su bendito Maestro. (Lc 22,47). Y así es, que en bebiendo del deleite del pecado mortal, muere Cristo en el alma; y El muerto, el ánima muere; porque la vida de ella viene de El. Y así dice San Pablo (Rm 8,13): Si según la carne viviéredes, moriréis. Y en otra parte (1Tm 6,6): La viuda que en deleites está, viviendo está muerta: viva en la vida del cuerpo, y muerta en la del ánima. Y cuanto la carne es a nos más conjunta, tanto más nos conviene temerla; pues el Señor dice (Mt 10,36) que los enemigos del hombre son los de su casa; y ésta no sólo es de casa, mas de dos paredes que tiene nuestra casa, ella es la una.

Y por esta y otras causas que hay, dijo San Agustín que «la pelea de la carne era continua, y la victoria dificultosa»; y quien quisiere salir vencedor, de muchas y muy fuertes armas le conviene ir armado. Porque la preciosa joya de la castidad no se da a todos, mas a los que con muchos sudores de importunas oraciones y de santos trabajos la alcanzan de nuestro Señor. El cual quiso ser envuelto en sábana limpia de lienzo, que pasa por muchas asperezas para venir a ser blanco; para dar a entender que el varón que desea alcanzar o conservar el bien da la castidad, y aposentar a Cristo en sí como en otro sepulcro, conviene le con mucha costa y trabajos ganar esta limpieza: la cual es tan rica que, por mucho que cueste, siempre se compra barato.

Y así como se piden otros trabajos más ásperos de penitencia y satisfacción al que mucho ha ofendido a nuestro Señor que a quien menos, así, aunque a todos los que en esta carne viven convenga temerla, y guardarse de ella, y enfrenarla, y regirla con prudente templanza, mas los que particularmente son de ella guerreados, particulares remedios y trabajos han menester. Por tanto, quien esta necesidad sintiere en sí mismo, debe primeramente tratar con aspereza su carne, con apocarle la comida y el sueño, con dureza de cama, y de cilicios, y otros convenientes medios con que la trabaje. Porque, según San Jerónimo dice: «Con el ayuno se sanan las pestilencias de la carne»; y San Hilarión, que decía a su propia carne: «Yo te domaré y haré que no tires coces, sino que, de hambrienta y trabajada, pienses antes en comer que en retozar.» Y San Jerónimo aconseja a Eustoquio (hija de Santa Paula, discípula de S. Jerónimo), virgen, que aunque ha sido criada con delicados manjares, tenga gran cuenta con la abstinencia y trabajos del cuerpo, afirmándole que sin esta medicina no podrá poseer la castidad. Y si de acueste tratamiento se sigue flaqueza a la carne, o daño a la salud, responde el mismo San Jerónimo en otra parte: «Más vale que duela, el estómago, que no el alma; y mejor es que mandes al cuerpo, que no que le sirvas: y que tiemblen las piernas de flaqueza, que no que vacile la castidad.» Verdad es que en otra parte dice que no sean les ayunos tan excesivos, que debiliten el estómago; y en otra parte reprende a algunos que él conoció haber corrido peligro de perder el juicio por la mucha abstinencia y vigilias.

Para estas cosas no se puede dar una general regla que cuadre a todos; pues unos se hallan bien con unos medios, y otros no; y lo que daña a uno en su salud, a otro no. Y una cosa es ser la guerra tan grande, que pone al hombre a riesgo de perder la castidad, porque entonces a cualquier riesgo conviene poner el cuerpo por quedar con la vida del alma; y otra cosa es pelear con una mediana tentación, de la cual no se teme tanto peligro ni ha menester tanto trabajo para la vencer. Y el tomar en estas cosas el medio que conviene, está a cargo del que fuere guia prudente de la persona tentada; habiendo de parte de entrambos humilde oración al Señor, para que dé en ello su luz. Y pues San Pablo (1Co 9,27), vaso de elección (3), no se fía de su carne, mas dice que la castiga y la hace servir, porque predicando él a otros que sean buenos, no sea él hallado malo cayendo en algún pecado, ¿cómo pensaremos nosotros, que seremos castos sin castigar nuestro cuerpo, pues tenemos menos virtud que él, y mayores causas para temer? Muy mal se guarda la humildad entre honras, y templanza entre abundancia, y castidad entre los regalos: Y si sería digno de escarnio quien quisiese, apagar el fuego que arde en su casa y él mismo le echase leña muy seca, muy más digno de escarnio, es quien por una parte desea la castidad, y por otra hinche de manjares y de regalo su carne, y se da a la ociosidad; porque estas cosas no sólo no apagan el fuego encendido, mas bastan a encenderlo á quien muy apagado lo tuviere. Y pues el Profeta Ezequiel (Ez 16,49) da testimonio que la causa por que aquélla desventurada ciudad de Sodoma llegó a la cumbre de tan abominable. pecado, fué la hartura y abundancia de pan y ociosidad que tenía, «quién osará vivir en regalos ni ocio, ni aun verlos de lejos, pues los que fueron bastantes a hacer el mayor mal, con más facilidad harán los menores. Ame, pues, la templanza y mal tratamiento de su carne quien es amador de la castidad; porque si lo uno quiere tener sin lo otro, no saldrá con ello, mas antes se quedará sin entrambas cosas. Que a los que Dios juntó, ni los debe el hombre querer apartar (Mt 19,6), ni puede aunque quiera.





Juan Avila - Audi FIlia