Juan Avila - Audi FIlia 110

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CAPITULO 110: De cómo Cristo disimuló todas las cuatro condiciones de la hermosura por nos hacer hermosos; para lo cual se declara un lugar de Isaías.



Si bien miramos las condiciones ya dichas que se requieren para ser uno hermoso—todas las cuales están excelentemente en el Verbo divino—, hallaremos que todas las disimuló y escondió, para que siendo escondidas en Él, se manifestasen en nosotros.

Muy entero y acabado y lleno es el Verbo de Dios, pues ninguna cosa le falta ni le puede faltar, y quita Él la falta a todas las cosas. Mas este tan rico en el seno del Padre, miradle hecho hombre en el vientre y brazos de su Madre, y por todo el discurso de su vida y muerte; y veréis cuántas veces le faltó el comer y el beber en toda su vida; cuan falto fue de cama para echarse, cuando le puso la Virgen en el pesebre, porque ni cama ni lugar tenía en el portal de Belén. ¿Cuántas veces le faltó con qué remediar su frío y calor, y no tenía sino lo que le daban? Y si en la vida no tenía en qué reclinar su cabeza, como Él lo dice (Mt 8,20), ¿qué diréis de la extrema pobreza que en su muerte tuvo? En la cual menos tenía dónde reclinar su cabeza; porque, o la había de reclinar en la cruz, y padecer extremo dolor por las espinas, que más se le hincarían en ella, o la había de tener abajada y en vago, no sin grave dolor. ¡ Oh sagrada cabeza—de la cual dice la Esposa (Ct 5,11), que es oro finísimo, por ser cabeza de Dios—, y cuan a tu costa pagas lo que nosotros contra tu amor nos reclinamos en las criaturas, amándolas y queriendo ser amados y alabados de ellas, haciendo cama de reposo en lo que habíamos de pasar de camino hasta descansar en Ti! Y la causa por que pasa esta falta y pobreza, declara San Pablo (2Co 8,9): Bien sabéis, hermanos, la gracia que nos hizo nuestro Señor Jesucristo, que siendo Él rico, se hizo pobre por nos, para que con la pobreza de Él fuésemos nosotros ricos. Veis aquí, pues, disimulada muy por entero la primera condición de hermosura, que es ser en todo cumplido, pues le falta tanto en el suelo al que en el cielo es la misma abundancia.

Pues si miráis a la otra condición del hermoso Verbo de Dios, cómo es perfectísima imagen del Padre, igual a El, y proporcionado con Él, hallaréis que, no menos que la primera, la disimula en la tierra. Decidme: ¿qué es el Padre, sino fortaleza, saber, honra, hermosura, bondad y gozo, con otros semejantes bienes, que todos ellos son un Bien infinito? Pues poned de una parte este admirable dechado, glorioso en sí, y adorado de ángeles, y acordaos de aquel paso—que había de pasar y traspasar a lo más dentro de nuestras ánimas—, de cuando la hermosa imagen del Padre, Jesucristo nuestro Señor, fue sacado de la audiencia de Pilato, cruelmente azotado, y vestido con una ropa colorada, y con corona de escarnio en los ojos de los que le veían, y de agudo dolor en el cerebro de quien la tenía; las manos atadas, y con una caña en ellas, los ojos llenos de lágrimas que de ellos salían, y de sangre que de la cabeza venía, las mejillas amarillas y descoloridas y llenas de sangre, y afeadas con las salivas que en su faz habían echado. Y con este dolor y deshonra fue sacado a ser visto de todo el pueblo, diciendo: Mirad al hombre; y esto para que a Él se le creciese vergüenza de ser visto de ellos, y ellos hubiesen compasión de Él viéndolo tal, y dejasen de perseguir a quien tanto veían padecer. Mas, ¡ oh con cuan malos ojos miraron las penas de quien más se penaba por la perdición de ellos, que por su propios dolores! Pues en lugar de apagar el fuego de su rabiosa malquerencia con el agua de sus deshonras, ardióles más y más, como fuego de alquitrán que arde en el agua, y no escucharon la palabra a ellos dicha por Pilato: Mirad al hombre; mas no queriendo verle allí, dicen que lo quieren ver en la cruz.

Anima redimida por los dolores de Cristo, escuchad vos, y escuchemos todos esta palabra: Veis ahí el hombre; o: Mirad el hombre; porque no seamos ajenos de la redención de Jesucristo, no sabiendo mirar y agradecer sus dolores. Cuando quieren sacar alguna cosa para ser vista, suelen ataviarla lo mejor que pueden, para que enamore a los que la vieren; y cuando quieren sacar otra para que sea temida, cercanía de armas y de cuantas cosas pueden, para que hagan temblar a los que la vieren; y cuando quieren sacar alguna imagen para hacer llorar, vístenla de luto y pénenle todo lo que incita a tristeza. Pues decidme: ¿qué fue el intento de Pilato en sacar a Cristo a ser visto del pueblo? No por cierto para ser amado ni temido, y por eso no lo hermoseó ni cercó de armas y caballeros; mas sacólo para aplacar los corazones crueles de los judíos con la vista del Redentor; y esto no por amor, que bien sabía Pilato que entrañablemente le aborrecían; mas queríalos aplacar a poder de sus grandes tormentos, y a propia costa de su delicado cuerpo. Y por eso atavió Pilato tan ataviado a Cristo de tormentos tales y tantos, que pudiesen obrar compasión en los corazones de los que lo viesen, aunque muy mal le quisiesen. Y por tanto, es de creer que lo sacó el más afligido y abatido y deshonrado que él pudo, reviéndose en afearle, como se revén en una novia para ataviarla; para que por acuesta vía aplacase la ira de los que le desamaban, pues no podía por otras que había intentado. Pues, decidme: si salió Cristo tal que bastaba a apagar el fuego de la malquerencia en los corazones de los que le aborrecían, ¿cuánta razón es que su vista y salida encienda fuego de amor en los corazones de quien le conoce por Dios, y le confiesa por Redentor?

Mucho tiempo antes que esto acaeciese vio el Profeta Isaías (Is 53,2) este paso, y contemplando al Señor dijo: No tiene lindeza, ni hermosura. Miramos le y no tenía vista; y deseémosle despreciado, y el más abatido de los hombres, varón de dolores, y que sabe de penas. Su rostro estuvo como escondido y despreciado, y por tanto no le estimamos. Verdaderamente Él llevó nuestras enfermedades, y ÉI mismo sufrió nuestros dolores; y nosotros le estimamos como leproso y herido de Dios, y abajado. Si estas palabras de Isaías qusiéredes mirar una por una, veréis cuán escondida estuvo la hermosura de Cristo en el día que trabajó para hermosearnos. Dice la Esposa en los Cantares hablando con Cristo (Ct 1,14): Hermoso eres y lindo. Amado mió, y aquí dice Isaías, que no tiene lindeza ni hermosura, Y Aquel en cuya cara se revén los ángeles y la desean mirar (1P 1,12), aquí dice que no tiene vista. Y Aquel que cuando entró en este mundo fue, por mandado del Padre, adorado de todos los ángeles (He 1,6), ahora que sale del mundo es despreciado de muy viles hombres.

Dice David de Cristo (Ps 8,7): que es ensalzado sobre todas las obras de las manos de Dios; y dice Isaías que está el más abatido de todos los hombres. Y si esto fuera comparándolo con los que eran buenos, no fuera tanto el desprecio. Mas ¿qué diréis, que siendo cotejado con Barrabás, matador y alborotador y ladrón, les parece mejor que Cristo, que es dador de la vida, hacedor de las paces del Padre y del mundo; y está tan lejos de tomar lo ajeno, que, como dice David (Ps 68,5), pagó lo que no tomó?

Cristo no tenía por qué tener dolor, pues la causa de él es el pecado que en el mundo cupo; mas llámale aquí Isaías varón de dolores, que quiere decir, muy abundante de dolores; porque aunque no supo por experiencia de malos deleites, es varón que sabe de muy recias penas, porque las experimentó, y en tanta abundancia que diga Él por boca del Santo Rey y Profeta David: Muy llena de penas está mi ánima (Ps 87,4).

Cristo se llama luz, porque con sus admirables palabras y obras alegraba y sacaba de tinieblas al mundo ; mas esta luz, dice Isaías que tuvo su gesto (semblante) como escondido. Porque si solamente es mirado con ojos del cuerpo, no sé quién le pudiera conocer por el rostro, por mucho que antes lo hubiera tratado. Lo cual no es mucho de maravillar, porque aunque la Virgen, para siempre bendita, y en aquel día la más lastimada de las mujeres, lo parió y envolvió, y se remiraba en su cara como en un espejo luciente; mas con todo esto creo que, si allí estaba presente en este paso de tanto dolor, miraba y remiraba, con cuanta atención las lágrimas de los ojos y el dolor del corazón le daban lugar, si era aquél su benditísimo Hijo, que tan de otro color y manera estaba, que antes le había conocido.

 Y si los que lo miraban creyeran que todo esto pasaba el Señor, no porque lo debiese, mas porque amaba a los que lo debíamos, fuera alivio a la pena de Cristo. Mas ¿qué diremos, que dice Isaías que lo tuvieron por herido de Dios y abatido? Porque pensaban que Dios lo abatía así, por sus pecados, y que merecía aquello y mucho más; y por eso pidieron que fuese puesto en la cruz. De manera, que de fuera quitaban sus ojos de mirarle, porque habían asco de Él, como de un leproso; y en el corazón lo tenían por malo, y digno de aquello y mucho más. Cosa era para mirar y llorar, que si le miraban, escupían hacia Él, y si no le miraban, habían grandes ascos, como de cosa muy fea. Lo que de Él hablaban eran injurias, que tanto lastimaban como los dolores; y con todo, decían que no tenía lo que merecía, mas que lo pusiesen en cruz.



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CAPITULO 111: De las muchas y grandes maravillas que sacó el Señor de los mayores males que los hombres han hecho en matar a Cristo;

y de la diversa operación que esta palabra: «Mirad a este hombre», ha obrado en el mundo, dicha de Pilato y predicada de los Apóstoles.



¿Quién no se maravillará y dará alabanzas a Dios por su saber infinito, que por modo tan extraño quiso redimir al mundo perdido, sacando los mayores bienes de los mayores males que los hombres hicieron? ¿Qué cosa peor en el mundo se ha hecho ni se hará, que deshonrar y afear y atormentar y crucificar al Hijo de Dios? Mas ¿de cuál otra cosa tanto provecho vino al mundo, como de esta bendita Pasión?

Pensaba Pilato, cuando ataviaba a este desposado con atavíos de muchos dolores, que para los ojos de aquel pueblo no más lo ataviaba, y ataviólo para ser visto de todo el mundo universo; sirviendo en esto, aunque él no lo sabia, a lo que Dios tanto antes había prometido, diciendo (Lc 3,6): Verá todo hombre la salud de Dios. Esta salud, Jesucristo es, al cual dijo el Padre (Is 49,6): En poco tengo que despiertes a servirme las tribus de Jacob, y que me conviertas las heces de Israel. Yo te di en luz de las gentes, para que seas salud mía hasta lo postrero de la tierra. Jesucristo predicó en persona (Mt 15,24) a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel no más; y después sus santos Apóstoles, en el mismo pueblo de Israel comenzaron a predicar; y convirtiéronse, no todos los judíos, mas algunos, y por esto dice las heces. Mas no paró la salud del Padre, que es Cristo, en el pueblo de los judíos, mas salió cuando fue predicado por los Apóstoles en el mundo; y ahora lo es, acrecentándose cada día la predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos (Alude a la predicación del Evangelio que los misioneros españoles llevaban al nuevo mundo, al cual pretendió pasar el autor, recién ordenado de sacerdote), para que así sea luz, no sólo de los judíos que creyeron en Él, a los cuales predicó en propia persona, mas también a los gentiles que estaban en ceguedad de idolatría tan lejos de Dios.

Y entonces se cumple lo que aquel santo cisne Simeón cantó, ya que se quería morir, diciendo (Lc 2,29): Ahora dejas, Señor, a tu siervo en paz, según tu promesa; porque vieron mis ojos a tu salud, la cual pusiste ante el acatamiento de todos los pueblos, lumbre para los gentiles, y honra para tu pueblo de Israel. Si miramos que Cristo fue puesto por mano de Pilato a ser visto de aquel pueblo en su propia casa, y después en lo alto de la cruz en el monte Calvario, claro es, que aunque de todo estado y linaje, naturales y extranjeros, que habían venido a la Pascua, había gran copia de gente; mas no fue Cristo puesto en el acatamiento y vista de todos los pueblos, como dice Simeón en su cantar. Y, por tanto, es Cristo puesto en el acatamiento y vista de todos los pueblos cuando es predicado en el mundo por los Apóstoles y sus sucesores, de los cuales dice Santo Rey y Profeta David (Ps 18,5), que en toda la tierra salió su sonido, y hasta los fines de la tierras sus palabras. Y Cristo así predicado, es luz, entonces y ahora, para los gentiles que le quieren creer; y es luz y honra para los judíos que también le quieren creer, como lo nota San Pablo, diciendo (Rm 9,5): De los cuales viene Cristo, según la carne, el cual es sobre todas las cosas. Dios bendito por todos los siglos (Téngase presente que Maestro San Ávila era oriundo de linaje judío).

Pues miremos cuán de otra manera lo ordenó Dios de como lo pensaba Pilato. El pensaba que ponía a Cristo en acatamiento de aquella gente no más, y dijo: Veis ahí el hombre. Y pensó, cuando no quisieron que fuese suelto, mas pidieron que lo crucificase, que ya no había Cristo de ser más visto de nadie. Mas porque vio el Padre Eterno que tal espectáculo como aquel de su Unigénito Hijo, imagen de su hermosura, no era razón que tan pocos ojos ni tan malos lo mirasen, ni que a corazones tan duros se presentase, ordenó que se diese otra voz muy mayor, y que sonase en el mundo, y por boca de muchos y muy santos pregoneros, que dijesen: Mirad este hombre. Porque la voz de Pilato sonaba poco, y era uno, y malo, y lleno de temor, por el cual sentenció a muerte a Cristo; y no merecía ser él pregonero de esta palabra: Mirad a este hombre; y por eso lo mandó Dios pregonar a otros, y tan sin temor, que antes quisieron y quieren morir, que ni un solo punto dejar de predicar y confesar la verdad y gloria de Cristo. Pilato era sucio, porque era infiel y pecador; mas de los pregoneros de esta voz: Mirad a este hombre, profetizó Isaías (Is 52,7) diciendo: ¡Cuan hermosos son los pies sobre los montes—, de los que predican buenas nuevas de paz y de bienes, y que dicen: Sión, reinará tu Dios! El Dios de Sión es Jesucristo, en suya persona dice David (Ps 2,6): Yo soy constituido Rey de mano de Dios sobre Sión, monte santo suyo, predicando su mandamiento. Y este Rey que predica, el mandamiento del Padre, que es la palabra del santo Evangelio, comenzó a reinar en Sión cuando fue recibido el domingo de Ramos por Rey de Israel, en el templo que estaba puesto en el monte de Sión. Y para dar a entender que este reino había de ser en las cosas espirituales, se dice en David ser constituido Rey sobre el monte de Sión, que es monte donde estaba el templo en que a Dios se ofrecía su divino culto. Y después, cuando este Señor envió en el mismo monte Sión el Espíritu Santo sobre los suyos, y fue predicado públicamente en medio de Jerusalén, y en las orejas de los Pontífices y fariseos, entonces se acrecentaba su reino; y cuando se convirtieron del primer sermón de San Pedro cosí tres mil hombres (Ac 2,41), crecía este reino. Y cuando más gente se convertía, predicaban los Apóstoles a Sión: Reinará tu Dios. Como quien dice: Aunque ahora este Señor es conocido de pocos, mas siempre irá creciendo su reino, hasta que al fin del mundo reine en todos los hombres, galardonando con misericordia a los buenos, y castigando con vara de hierro (Ps 2,9) de rigurosa justicia a los malos. Esta es la voz de los predicadores de Cristo, que dice: Reinará tu Dios.

Y porque en el corazón del hombre sucio no reina Cristo, pues reina el pecado, no es razón que predique a los otros el reino de Cristo el que en su ánima no consiente reinar a Cristo. Y por eso dice Isaías que son hermosos los pies de los que predican la paz. En los pies son significados los deseos del ánima, que han de ser hermosos. Y por eso no quiere Cristo que se cubran con zapatos los pies de los predicadores por la parte de arriba (Alude al texto: No llevéis oro, ni plata, ni cobre en vuestras bolsas; ni alforja para el camino, ni dos ropas, ni zapatos... (Mt 10,9-10 véase Lc 10,4), porque lo hermoso de ellos lo pone Dios en público para ejemplo de muchos. Mas mire mucho quien tiene limpios los pies, no piense que él se los limpió, mas dé gracias a Aquel que lavó el Jueves Santo los pies a los discípulos con agua material, y lava las ánimas de todos los lavados con su Sangre bendita.

No era, pues, razón, que tan limpio Rey como Cristo, fuese anunciado con boca sucia, como la de Pilato; ni que para espectáculo en que tantas y tan grandes maravillas había que mirar, como era Cristo cuando salió a ser visto del pueblo, hubiese un pregonero no más, y que tan poco sonase. Y si Pilato pensó que ya no había de haber memoria de Cristo, ni quien de Él hubiese compasión, ordenó Dios que, en lugar de los pocos que le escupían, hubiese, haya y habrá muchos que con reverencia le adoren. Y en lugar de los que no querían mirarle de asco, haya muchos más que se revean en mirar aquella benditísima cara—aunque esté puesta en cruz—, como en espejo muy luciente. Y en lugar de los que pensaban que lo que padecía lo merecía, haya tantos que confiesen que ningún mal hizo por que padeciese, sino que ellos pecaron, y Él padeció por amarlos. Y si la crueldad de aquéllos fue tanta, que no hubieron de Él compasión, mas pidieron que fuese muerto en la cruz, quiere Dios que haya muchos que deseen morir por Cristo y digan con toda su ánima:

¡Heridas tenéis, Amigo, y duelen os!

¡Yo las tuviese por vos!

No piense Pilato que atavió a Cristo en balde, aunque no pudo mover de compasión de Él a los que allí estaban, pues que tantos, acordándose de estos trabajos de Cristo, han tanta compasión de Él, que están azotados, y coronados, y crucificados en el corazón con Él, como dice San Pablo de si (Ga 2,19), y en persona de muchos.



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CAPITULO 112: De cuánta razón es que nosotros miremos a este hombre. Cristo, con los ojos que lo miraron muchos de aquellos a quien lo predicaron los Apóstoles, para quedar hermosos;

la cual hermosura se nos da por su gracia y no por nuestros merecimientos.



Muy justa cosa es, doncella, que estas razones tan justas, y estos ejemplos tan vivos de muchos, os muevan a que, quitada toda tibieza, se fije en vuestro corazón con amor entrañable el que por vos con graves dolores fue puesto y fijado en la cruz, y que no seáis vos de los duros, que aquella voz oyeron en balde, mas de los que oírla fue causa de su salvación. No seáis de aquellos que no supieron estimar al que presente tenían, mas de los que dice Isaías: Deseamos verle. Porque muchos reyes y profetas desearon ver la faz y oír la voz de Cristo nuestro Señor (Lc 10,24). Mirad, pues, doncella, a este hombre. Cristo, que por un indigno pregonero suyo es pregonado. Mirad a este hombre, para oír sus palabras, porque éste es el Maestro que el Padre nos dio. Mirad a este hombre, para imitar su vida, porque no hay otro camino para ser salvos, si Él no. Mirad a este hombre, para haber compasión de Él, pues que estaba tal, que bastaba a mover a compasión a los que mal le querían. Mirad a este hombre, para llorar, porque nosotros le paramos con nuestros pecados tal cual está. Mirad a este hombre, para le amar, pues padece tanto por nos. Mirad a este hombre, para os hermosear, porque en Él hallaréis cuantos colores quisiéredes, con que os hermoseéis: bermejo, de las bofetadas que recientes le han dado; cárdeno, de las que rato ha, y en la noche pasada le dieron; amarillo, con la abstinencia de la vida toda y trabajos de la noche pasada; blanco, de las salivas que en la cara le echaron; denegrido de los golpes, que le habían magullado su sagrada cara; las mejillas hinchadas, y de cuantos colores las quisieron pintar los sayones. Porque según está profetizado por Isaías (Is 50,6), en persona de Cristo: Mis mejillas di a los que las arrancaban; y mi cuerpo a quien lo hería. ¡ Qué matices, qué aguas, que blanco, qué colorado hallaréis aquí para os hermosear, si por vuestro descuido no queda! Mirad, doncella, a este hombre, porque no puede escapar de muerte quien no le mirare. Porque así como alzó en un palo Moisés la serpiente en el desierto (Nb 21,9 Jn 3,14) para que los heridos mirándola viviesen, y quien no la mirase muriese, así, quien a Cristo puesto en el madero de la cruz no mirare con fe y con amor, morirá para siempre.

Y así como arriba os dije que hemos de suplicar al Padre diciendo (Ps 83,10): Mira, Señor, en la faz de tu Cristo, así nos manda el Eterno Padre diciendo : «Mira, hombre, la faz de tu Cristo; y si quieres que mire Yo a su faz para te perdonar por Él, mira tú a su faz para me pedir perdón por Él.» En la faz de Cristo nuestro mediador se junta la vista del Padre y la nuestra. Allí van a parar los rayos de nuestro Creer y amar, y los rayos de su perdonar y hacer mercedes. Cristo se llama Cristo del Padre porque el Padre lo engendró, y le dio lo que tiene; llámase Cristo nuestro, porque se ofreció por nos, dándonos todos sus merecimientos. Mirad, pues, en la faz de vuestro Cristo, creyendo en Él, confiando en Él, amando a Él, y a todos por Él. Mirad en la faz de vuestro Cristo, pensando en Él, y cotejando vuestra vida con Él, para que en Él, como en espejo, veáis vuestras faltas, y cuan lejos vais de Él; para que conociendo vuestras faltas que os afean, toméis de sus lágrimas y de su sangre, que por su cara hermosa veis correr, y con dolor limpiéis vuestras manchas y quedéis hermosa.

Así como los judíos quitaban los ojos de Cristo porque le veían tan maltratado, así Cristo quita sus ojos del ánima que es mala, y la abomina como leprosa; mas después que la ha hermoseado con la gracia que le ganó con sus trabajos, pone sus ojos en ella diciendo (Ct 4 Ct 1): ¡Cuan hermosa eres, amiga mía, cuan hermosa eres! Tus ojos son de paloma, sin lo que está escondido dentro. Dos veces dice hermosa, porque ha de ser justa y hermosa en cuerpo y en ánima; de dentro en deseos, y de fuera, en obras. Y porque ha de ser más lo de dentro que lo de fuera, por eso dice: Sin lo que de dentro está escondido. Y porque la hermosura del ánima, como dice San Agustín, consiste en amar a Dios, por eso dice: Tus ojos son de paloma; en lo cual se denota la intención sencilla y amorosa, que a sólo agradar á Dios mira, sin mezcla de interés propio.

Mirad, pues, a Cristo, porque os mire Cristo a vos. Y así como no habéis de pensar que Él haya hecho alguna cosa por la cual El mereciese tomar sobre si imagen de feo, así no penséis que habéis vos merecido la hermosura que Él os ha dado. De gracia, que no de deuda, se vistió nuestra fealdad; y de gracia, y sin deuda, nos vistió de esta hermosura. Y a los que piensan que la hermosura que tienen en su ánima la tienen de sí, dice Dios por Ezequiel (Ez 16,14): Perfecta eras con mi hermosura, que había puesto sobre ti; y teniendo fiucia en tu hermosura, fornicaste en tu nombre, y pusiste tu fornicación a cualquiera que pasaba, para ser hecha suya. Esto dice Dios, porque cuando un ánima atribuye a sí misma la hermosura de justicia que Dios le dio, es como fornicar consigo misma, pues quiere gozar de sí misma en sí y no en Dios, que es su verdadero Esposo, del cual le viene el ser hermosa; y quiere más gloriarse en su nombre—que es fornicar en su nombre—, que gloriarse en Dios, que le dio lo que tiene. Y por eso con mucha razón le quita Dios la hermosura que le había dado, pues se le quería alzar con ella. Y como este vano y mal aplacimiento, que en sí mismo se toma, es soberbia y principio de todo mal, por eso dice: Pusiste tu fornicación a cualquiera que pasa; porque el soberbio, como tiene por arrimo a sí mismo, que es vanidad, a cualquier viento es llevado, y hecho cautivo de cualquier pecado que pasa; y con mucha razón, pues no quiso humillarse para permanecer teniendo a Dios por arrimo.

Mirad, pues, este hombre en Sí, y miradlo en vos. En Sí, para ver quién sois vos: en vos para ver quién es Él. Sus deshonras y abatimientos, vos los merecíades, y por eso aquello es vuestro; lo bueno que en vos hay, suyo es, y sin merecerlo vos, se os ha dado.



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CAPITULO 113: En que se prosigue el modo como habernos de mirar a Cristo, y cómo era Él todo cuanto hay es hermoso;

y que lo que en el Señor parece feo a los ojos de la carne, como son tormentos y trabajos, es grande hermosura.



Si sabéis aprovecharos de lo que os he dicho, pondréis toda vuestra atención a mirar con espirituales ojos a este Señor, y hallaréis que os será más provechoso, que si con solos los ojos de carne le viérades. Porque a los ojos de carne parecía Cristo afeado, mas a los de la fe muy hermoso. A los del cuerpo, dice Isaías, que estaba su faz como escondida; mas a los ojos de la fe no hay cosa que se le esconda; mas como ojos de lobo cerval (lince), que ven tras paredes, traspasan lo que parece de fuera, y entrando en lo interior, hallan fortaleza divina debajo de aquella humana flaqueza, y debajo de la fealdad y desprecio, hermosura con honra. Y por eso lo que dijo Isaías: Vímosie, y no tenía hermosura, díjolo en persona de los que lo miraron con ojos del cuerpo no más. Mas tomad, doncella, la luz de la fe, y mirad más adentro, y veréis cómo éste que sale en semejanza de pecador, es justo y justificador de pecadores; éste que muere, es inocente como cordero; éste que tiene la cara muy amarilla, es en Sí muy hermoso, y por hermosear a los feos se paró tal. Y pues mientras el esposo más pasa por la esposa y más se abaja, más lo debe ella ensalzar; y mientras más sudado viene, y con heridas y sangre por amor de ella, más hermoso le parece, mirando el amor con que se puso a trabajos por ella, claro es que, mirando la causa de tomar Cristo esta fealdad, parecerá más hermoso mientras más afeado

Decidme: si la primera condición de hermosura escondió, cuando de rico y abundante, se abajó a que le faltasen muchas cosas, ¿qué fue la causa, sino porque a nos ningún bien faltase? Y si fue hecho al parecer desemejante a la imagen del Padre hermoso, no fue sino porque ordenó el Padre de no darnos hermosura, sino tomando su Hijo nuestra fealdad. Y si escondió lo tercero, que es la luz o color, cuando aquella sagrada cara estaba amortiguada y obscurecida, y aquellos ojos lucientes se obscurecían, ya que quería morir y después de muerto, ¿por qué fue esto, sino por dar luz y color vivo a nuestras obscuridades? Según Él mismo lo figuró, cuando de su saliva, que significa a Él cuanto a Dios, y la tierra, que significa la humanidad, hizo lodo, que significa su abatida Pasión, y con aquella bajeza recibió vista el ciego, que significa el género humano. Y si lo cuarto que es el ser grande, Él escondió cuando se hizo hombre, y el más abatido de todos los hombres, ¿por qué fue, sino para conformarse con los chicos, y pegarles su grandeza? Según fue figurado en el grande Eliseo (2R 4,34), que para resucitar el muchacho chico, se encogió y midió con él, y así le dio vida.

Pues si San Agustín dice, que amando a Dios somos hechos hermosos, claro es que en la obra de mayor amor, más somos hermosos. Pues en qué cosa tanto se mostró el grande amor que Jesucristo tenía a su Padre, como en padecer por su honra, como Él dijo (Jn 14,31): Porque conozca el mundo que amo al Padre, Levantaos, y vamos de aquí. Mas ¿adonde iba? Claro es que a padecer. Y pues mientras una es mejor obra, tanto es más hermosa— porque lo bueno es hermoso y lo malo feo—, claro está que cuanto Cristo más padecía, mejor obra era; y, por tanto, mientras más abajado y afeado, más hermoso es a los ojos de quien conoce que quien lo pasó no lo debía, mas pasólo por honra del Padre y provecho de nosotros. Estos son los ojos con que habéis de mirar a este hombre siempre, para que siempre os parezca hermoso como lo es. Y también para que sepa Pilato allá en el infierno, do está [lo más probable], que pone Dios unos ojos a los cristianos, con los cuales mirando a Cristo, tanto más hermoso les parezca, cuanto él más afearlo quiso.

Ahora oíd cómo todo esto dice San Agustín: «Ame­mos a Cristo; y si algo feo halláremos en Él, no le amemos. Aunque Él halló en nosotros muchas fealdades, y nos amó. Y si halláremos en Él algo feo, no le amemos. Porque el estar vestido de carne, por lo cual se dice de Él: Vimosie y no tenia hermosura, si considerares la misericordia con que se hizo hombre, allí también te parecerá hermoso. Porque aquello que dijo Isaías: Vimosie, y no tenía hermosura, en persona de los judíos lo decía. Mas ¿por qué le vieron sin hermosura? Porque no le miraron con entendimiento. Mas a los que entienden el Verbo hecho hombre, gran hermosura les parece; y así dijo uno de los amigos del Desposado (Ga 6,14): No me glorío yo en otra cosa sino en la cruz de Jesucristo nuestro Señor.—¿Poco os parece, San Pablo, no haber vergüenza de las deshonras de Cristo, sino que aun os honráis de ellas?—¿Por qué no tuvo Cristo hermosura? Porque Cristo crucificado es escándalo para los judíos, y parece necedad a los infieles gentiles (1Co 1,23). Mas ¿por qué tuvo Cristo en la cruz hermosura? Porque (1Co 1,24) las cosas de Dios que parecen necedad, son más llenas de saber que lo sabio de todos los hombres. Y las cosas de Dios que parecen flacas, son más fuertes que lo más fuerte de todos los hombres. Y pues así es, parézcaos Cristo Esposo hermoso, siendo Dios hermoso, Palabra acerca del Padre. Hermoso también en el vientre de la Madre, adonde no perdió la divinidad y tomó la humanidad. Hermoso el Verbo nacido infante, porque aunque Él era infante que no hablaba, cuando mamaba, cuando era traído en los brazos, los cielos hablaron, los ángeles cantaron alabanzas, la estrella trajo a los Reyes Magos, fue adorado en el pesebre, en el que fue puesto como manjar de animales mansos. Hermoso, pues, es en el cielo, hermoso en la tierra, hermoso en el vientre de la Madre, hermoso en los brazos de Ella; hermoso en los milagros, hermoso en los azotes, hermoso convidando a la vida, hermoso no teniendo en nada la muerte; hermoso dejando su ánima cuando expiró, hermoso tornándola a tomar cuando resucitó, hermoso en la cruz, hermoso en el sepulcro, hermoso en el cielo, hermoso en el entendimiento. La suma y verdadera hermosura, la justicia es. Allí no le verás hermoso adonde le hallares no justo. Y pues en todas partes es justo, en todas partes es hermoso.» Todo esto dice San Agustín.

Y cierto; si con estos ojos mirásedes a Cristo, no os parecería feo, como a los carnales que en su Pasión le despreciaban; mas con los santos Apóstoles que en el monte Tabor lo miraban, pareceros ha su rostro resplandeciente como el sol, y sus vestiduras blancas como la nieve (Mt 17,2); y tan blancas, que, como dice San Marcos (Mc 9,2), ningún batanero sobre la tierra las pudiera emblanquecer tan bien. Lo cual significa que nosotros, que somos dichos vestidura de Cristo (Is 49,18) porque le rodeamos y ataviamos con creerle y amarle y alabarle, somos tan blanqueados por Él, que ningún hombre sobre la tierra nos pudiera dar la hermosura que Él nos dio, de gracia y justicia. Parézcaos Él como el sol, y las ánimas por Él redimidas, blancas como la nieve.

Aquellas, digo, que confesando y aborreciendo con dolor su propia fealdad, piden ser hermoseadas en esta piscina de sangre del Salvador; de la cual salen tan hermosas, justas y ricas, con la gracia y dones que reciben por Él, que bastan a enamorar los ojos de Dios, y que le sean cantadas con gran verdad y alegría las palabras ya dichas: Deseará el Rey tu hermosura (Ps 44).




DEO GRATIAS FIN




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