Las Fundaciones 7

Capítulo 7


De cómo se han de haber con las que tienen melancolía. Es necesario para las preladas.




1 Estas mis hermanas de san José de Salamanca, adonde estoy cuando esto escribo, me han mucho pedido diga algo de cómo se han de haber con las que tienen humor de melancolía. Y porque (por mucho que andamos procurando no tomar las que le tienen) es tan sutil, que se hace mortecino para cuando es menester, y así no lo entendemos hasta que no se puede remediar. Paréceme que en un librico pequeño dije algo de esto, no me acuerdo; poco se pierde en decir algo aquí, si el Señor fuese servido que acertase. Ya puede ser que esté dicho otra vez; otras ciento lo diría, si pensase atinar alguna en algo que aprovechase. Son tantas las invenciones que busca este humor para hacer su voluntad, que es menester buscarlas para cómo lo sufrir y gobernar sin que haga daño a las otras.

2 Hase de advertir que no todos los que tienen este humor son tan trabajosos, que cuando cae en un sujeto humilde y en condición blanda, aunque consigo mismos traen trabajo, no dañan a los otros, en especial si hay buen entendimiento. Y también hay más y menos de este humor. Cierto, creo que el demonio en algunas personas le toma por medianero, para si pudiese ganarlas, y, si no andan con gran aviso, sí hará; porque como lo que más este humor hace es sujetar la razón, ésta obscura, ¿qué no harán nuestras pasiones? Parece que si no hay razón que es ser locos, y es así; mas en las que ahora hablamos, no llega a tanto mal, que harto menos mal sería. Mas haber de tenerse por persona de razón y tratarla como tal, no la teniendo, es trabajo intolerable; que los que están del todo enfermos de este mal es para haberlos piedad, mas no dañan, y si algún medio hay para sujetarlos, es que hayan temor.

3 En los que sólo ha comenzado este tan dañoso mal, aunque no esté tan confirmado, en fin es de aquel humor y raíz y nace de aquella cepa, y así, cuando no bastaren otros artificios, el mismo remedio ha menester, y que se aprovechen las preladas de las penitencias de la Orden y procuren sujetarlas de manera que entiendan no han de salir con todo ni con nada de lo que quieren. Porque si entienden que algunas veces han bastado sus clamores y las desesperaciones que dice el demonio en ellos, por si pudiese echarlos a perder, ellos van perdidos, y una basta para traer inquieto un monasterio. Porque como la pobrecita en sí misma no tiene quien la valga para defenderse de las cosas que le pone el demonio, es menester que la prelada ande con grandísimo aviso para su gobierno, no sólo exterior, sino interior; que la razón que en la enferma está oscurecida es menester esté más clara en la prelada, para que no comience el demonio a sujetar aquel alma tomando por medio este mal. Porque es cosa peligrosa que, como es a tiempos el apretar este humor tanto que sujete la razón (y entonces no será culpa, como no lo es a los locos, por desatinos que hagan; mas a los que no lo están, sino enferma la razón, todavía hay alguna, y otros tiempos están buenos), es menester que no comiencen en los tiempos que están malos a tomar libertad, para que cuando están buenos no sean señores de sí, que es terrible ardid del demonio. Y así, si lo miramos, en lo que más dan es en salir con lo que quieren y decir todo lo que se les viene a la boca y mirar faltas en los otros con que encubrir las suyas y holgarse en lo que les da gusto; en fin, como quien no tiene en sí quien la resista. Pues las pasiones no mortificadas y que cada una de ellas querría salir con lo que quiere, ¿qué será, si no hay quien las resista?

4 Torno a decir -como quien ha visto y tratado muchas personas de este mal- que no hay otro remedio para él, si no es sujetarlas por todas las vías y maneras que pudieren. Si no bastaren palabras, sean castigos; si no bastaren pequeños, sean grandes; si no bastare un mes de tenerlas encarceladas, sean cuatro, que no pueden hacer mayor bien a sus almas. Porque, como queda dicho y lo torno a decir (porque importa para las mismas entenderlo, aunque alguna vez o veces no puedan más consigo), como no es locura confirmada, de suerte que disculpe para la culpa (aunque algunas veces lo sea, no es siempre y queda el alma en mucho peligro), sino estando, como digo, la razón tan quitada que la haga fuerza, hace lo que, cuando no podía más, hacía o decía. Gran misericordia es de Dios a los que da este mal sujetarse a quien los gobierne, porque aquí está todo su bien, por este peligro que he dicho. Y por amor de Dios, si alguna leyere esto, mire que le importa por ventura la salvación.

5 Yo conozco algunas personas que no les falta casi nada para del todo perder el juicio; mas tienen almas humildes y tan temerosas de ofender a Dios, que, aunque se están deshaciendo en lágrimas y entre sí mismas, no hacen más de lo que les mandan y pasan su enfermedad como otras hacen, aunque esto es mayor martirio, y así tendrán mayor gloria y acá el purgatorio para no tenerle allá. Mas torno a decir que las que no hicieren esto de grado, que sean apremiadas de las preladas, y no se engañen con piedades indiscretas, para que se vengan alborotar todas con sus desconciertos.

6 Porque hay otro daño grandísimo, dejado el peligro que queda dicho de la misma; que como la ven, a su parecer buena, como no entienden la fuerza que le hace el mal en lo interior, es tan miserable nuestro natural, que cada una le parecerá es melancolía, para que la sufran, y aun en hecho de verdad se lo hará entender el demonio así, y vendrá a hacer el demonio un estrago, que cuando se venga a entender sea dificultoso de remediar. E importa tanto esto, que en ninguna manera se sufre haya en ello descuido, sino que si la que es melancólica resistiere al prelado, que lo pague como la sana y ninguna cosa se le perdone. Si dijere mala palabra a su hermana, lo mismo. Así en todas las cosas semejantes que éstas.

7 Parece sin justicia que sino puede más, castiguen a la enferma como a la sana. Luego también lo sería atar a los locos y azotarlos, sino dejarlos matar a todos. Créanme, que lo he probado, y que, a mi parecer, intentado hartos remedios y que no hallo otro. Y la priora que por piedad dejare comenzar a tener libertad a las tales, en fin fin no se podrá sufrir, y cuando se venga a remediar, será habiendo hecho mucho daño a las otras. Si porque no maten los locos los atan y castigan, y es bien, aunque parece hace gran piedad, pues ellos no pueden más, ¿cuánto más se ha de mirar que no hagan daño a las almas con sus libertades? Y verdaderamente creo que muchas veces es, como he dicho, de condiciones libres y poco humildes y mal domadas, y que no les hace tanta fuerza el humor como esto. Digo en algunas, porque he visto que cuando hay a quien temer, se van a la mano y pueden; pues ¿por qué no podrán por Dios? Yo he miedo que el demonio, debajo de color de este humor, como he dicho, quiere ganar muchas almas; porque ahora se usa más que suele, y es que toda la propia voluntad y libertad llaman ya melancolía.

8 Y es así que he pensado que en estas casas y en todas las de religión, no se había de tomar este nombre en la boca, porque parece que trae consigo libertad, sino que se llame enfermedad grave, y cuánto lo es , y se cure como tal que a tiempos es muy necesario adelgazar el humor con alguna cosa de medicina para poderse sufrir, y estése en la enfermería, y entienda que, cuando saliere a andar en comunidad, que ha de ser humilde como todas y obedecer como todas; y cuando no lo hiciere, que no le valdrá el humor; porque por las razones que tengo dichas, conviene, y más se pudieran decir. Las prioras han menester, sin que las mismas lo entiendan, llevarlas con mucha piedad, así como verdadera madre, y buscar los medios que pudiere para su remedio.

9 Parece que me contradigo, porque hasta aquí he dicho que se lleven con rigor. Así lo torno a decir, que no entiendan que han de salir con lo que quieren ni salgan, puesto en término de que hayan de obedecer, que en sentir que tienen esta libertad está el daño. Mas puede la priora no las mandar lo que ve han de resistir (pues no tienen en sí fuerza para hacerse fuerza), sino llevarlas por maña y amor todo lo que fuere menester para que si fuere posible, por amor se sujetasen, que sería muy mejor y suele acaecer, mostrando que las ama mucho y dárselo a entender por obras y palabras. Y han de advertir que el mayor remedio que tienen es ocuparlas mucho en oficios para que no tengan lugar de estar imaginando, que aquí está todo su mal; y aunque no los hagan tan bien, súfranlas algunas faltas, por no las sufrir otras mayores estando perdidas (porque entiendo que es el más suficiente remedio que se les puede dar) y procurar que no tengan muchos ratos de oración, aun de lo ordinario, que por la mayor parte tienen la imaginación flaca y haráles mucho daño, y sin eso se les antojarán cosas que ellas ni quien las oyere no lo acaben de entender. Téngase en cuenta con que no coman pescado, sino pocas veces, y también en los ayunos es menester no ser tan continuos como los demás.

10 Demasía parece dar tanto aviso para este mal y no para otro ninguno, habiéndolos tan graves en nuestra miserable vida, en especial en la flaqueza de las mujeres. Es por dos cosas: la una, que parece están buenas, porque ellas no quieren conocer tienen este mal, y como no las fuerza a estar en cama, porque no tienen calentura, ni a llamar médico, es menester lo sea la priora, pues es más perjudicial mal para toda la perfección, que los que están con peligro de la vida en la cama. La otra es porque con otras enfermedades o sanan o se mueren; de ésta, por maravilla sanan ni de ella se mueren, sino vienen a perder del todo el juicio, que es morir para matar a todas. Ellas pasan harta muerte consigo mismas de aflicciones e imaginaciones y escrúpulos, y así tendrán harto gran mérito, aunque ellas siempre las llaman tentaciones; que si acabasen de entender es del mismo mal, tendrían gran alivio si no hiciesen caso de ello. Por cierto, yo las tengo gran piedad y así es razón todas se la tengan las que están con ellas, mirando que se le podrá dar el Señor, y sobrellevándolas sin que ellas lo entiendan, como tengo dicho. Plega el Señor que haya atinado a lo que conviene hacer para tan gran enfermedad.



Capítulo 8


Trata de algunos avisos para revelaciones y visiones.




1 Parece hace espanto a algunas personas sólo en oír nombrar visiones o revelaciones. No entiendo la causa por qué tienen por camino tan peligroso el llevar Dios un alma por aquí, ni de dónde ha procedido este pasmo. No quiero ahora tratar cuáles son buenas o malas, ni las señales que he oído a personas muy doctas para conocer esto, sino de lo que será bien que haga quien se viere en semejante ocasión; porque a pocos confesores irá que no la dejen atemorizada. Que, cierto, no espanta tanto decir que les representa el demonio muchos géneros de tentaciones ni de espíritu de blasfemia y desbaratadas y deshonestas cosas, cuanto se escandalizará de decirle que ha visto o habládola algún ángel o que se le ha representado Jesucristo crucificado, Señor nuestro.

2 Tampoco quiero ahora tratar de cuándo las revelaciones son de Dios (que esto está entendido ya los grandes bienes que hacen al alma), mas que son representaciones que hace el demonio para engañar, y que se aprovecha de la imagen de Cristo nuestro Señor o de sus santos. Para esto tengo para mí que no permitirá su Majestad ni le dará poder para que con semejantes figuras engañe a nadie, si no es por su culpa, sino que él quedará engañado. Y así no hay para qué andar asombradas, sino fiar del Señor y hacer poco caso de estas cosas, si no es para alabarle más.

3 Yo sé de una persona que la trajeron harto apretada los confesores por cosas semejantes, que después, a lo que se pudo entender por los grandes efectos y buenas obras que de esto procedieron, era de Dios; y harto tenía, cuando veía su imagen en alguna visión, que santiguarse y dar higas, porque se lo mandaban así. Después, tratando con un gran letrado dominico, el maestro fray Domingo Báñez, le dijo que era mal hecho, que ninguna persona hiciese esto; porque adonde quiera que veamos la imagen de nuestro Señor es bien reverenciarla, aunque el demonio la haya pintado, porque él es gran pintor, y antes nos hace buena obra queriéndonos hacer mal, si nos pinta un crucifijo u otra imagen tan al vivo que la deje esculpida en nuestro corazón. Cuadróme mucho esta razón, porque cuando vemos una imagen muy buena, aunque supiésemos la ha pintado un mal hombre, no dejaríamos de estimar la imagen, ni haríamos caso del pintor para quitarnos la devoción; porque el bien o el mal no está en la visión, sino en quien la ve y no se aprovecha con humildad de ellas; que si ésta hay, ningún daño podrá hacer aunque sea demonio; y si no la hay, aunque sean de Dios, no hará provecho. Porque si lo que ha de ser para humillarse, viendo que no merece aquella merced, la ensoberbece, será como la araña, que todo lo que come convierte en ponzoña, o la abeja, que lo convierte en miel.

4 Quiérome declarar más. Si nuestro Señor, por su bondad, quiere representarse a un alma para que más le conozca o ame, o mostrarla algún secreto suyo o hacerla algunos particulares regalos y mercedes, y ella, como he dicho, con esto que había de confundirse y conocer cuán poco lo merece su bajeza, se tiene luego por santa, y le parece por algún servicio que ha hecho le viene esta merced, claro está que el bien grande que de aquí la podía venir convierte en mal, como el araña. Pues digamos ahora que el demonio, por incitar a soberbia, hace estas apariciones. Si entonces el alma, pensando son de Dios, se humilla y conoce no ser merecedora de tan gran merced, y se esfuerza a servir más, porque viéndose rica, mereciendo aun no comer las migajas que caen de las personas que ha oído hacer Dios estas mercedes (quiero decir, ni ser sierva de ninguna), humíllase y comienza a esforzarse a hacer penitencia y a tener más oración y a tener más cuenta con no ofender a este Señor, que piensa es el que la hace esta merced, y a obedecer con más perfección, yo aseguro que no torne el demonio, sino que se vaya corrido y que ningún daño deje en el alma.

5 Cuando dice algunas cosas que hagan, o por venir, aquí es menester tratarlo con confesor discreto y letrado, y no hacer ni creer cosa, sino lo que aquél le dijere. Puédelo comunicar con la priora, para que le dé confesor que sea tal. Y téngase este aviso, que si no obedeciere a lo que el confesor le dijere y se dejare guiar por él, que o es mal espíritu o terrible melancolía. Porque puesto que el confesor no atinase, ella atinará más en no salir de lo que le dice, aunque sea ángel de Dios el que le habla; porque su Majestad le dará luz u ordenará cómo se cumpla; y es sin peligro hacer esto, y en hacer otra cosa puede haber muchos peligros y muchos daños.

6 Téngase aviso que la flaqueza natural es muy flaca, en especial en las mujeres, y en este camino de oración se muestra más; y así es menester que a cada cosita que se nos antoje, no pensemos luego es cosa de visión; porque crean que, cuando lo es, que se da bien a entender. Adonde hay algo de melancolía es menester mucho más aviso; porque cosas han venido a mí de estos antojos, que me han espantado cómo es posible que tan verdaderamente les parezca que ven lo que no ven.

7 Una vez vino a mí un confesor muy admirado, que confesaba una persona y decíale que venía muchos días nuestra Señora y se sentaba sobre su cama y estaba hablando más de una hora y diciendo cosas por venir y otras muchas. Entre tantos desatinos, acertaba alguno, y con esto teníase por cierto. Yo entendí luego lo que era, aunque no lo osé decir; porque estamos en un mundo que es menester pensar lo que pueden pensar de nosotros, para que hayan efecto nuestras palabras. Y así dije que se esperase aquellas profecías si eran verdad y preguntase otros efectos, y se informase de la vida de aquella persona. En fin, venido a entender, era todo desatino.

8 Pudiera decir tantas cosas de éstas, que hubiera bien en qué probar el intento que llevo a que no se crea luego un alma, sino que vaya esperando tiempo y entendiéndose bien antes que lo comunique, para que no engañe al confesor, sin querer engañarle; porque si no tiene experiencia de estas cosas, por letrado que sea, no bastará para entenderlo. No ha muchos años, sino harto poco tiempo, que un hombre desatinó harto a algunos bien letrados y espirituales con cosas semejantes, hasta que vino a tratar con quien tenía esta experiencia de mercedes del Señor, y vio claro que era locura junto con ilusión. Aunque no estaba entonces descubierto, sino muy disimulado, desde a poco lo descubrió el Señor claramente, aunque pasó harto primero esta persona, que lo entendió, en no ser creída.

9 Por estas cosas y otras semejantes, conviene mucho que se trate con claridad de su oración cada hermana con la priora, y ella tenga mucho aviso de mirar la complexión y perfección de aquella hermana, para que avise al confesor porque mejor se entienda, y le escoja a propósito, si el ordinario no fuere bastante para cosas semejantes. Tengan mucha cuenta en que cosas como éstas no se comuniquen, aunque sean muy de Dios, ni mercedes conocidas milagrosas, con los de fuera ni con confesores que no tengan prudencia para callar; porque importa mucho esto (más de lo que podrán entender), y que unas con otras no lo traten. Y la priora, con prudencia, siempre la entiendan inclinada más a loar a las que se señalan en cosas de humildad y mortificación y obediencia, que a las que Dios llevare por este camino de oración muy sobrenatural, aunque tengan todas estotras virtudes. Porque si es espíritu del Señor, humildad trae consigo para gustar de ser despreciada, y a ella no hará daño y a las otras hace provecho. Porque, como a esto no pueden llegar, que lo da Dios a quien quiere, desconsolarse hían; para tener estotras virtudes, aunque también las da Dios, puédense más procurar, y son de gran precio para la religión. Su Majestad nos las dé; con ejercicio y cuidado y oración no las negará a ninguna que con confianza de su misericordia las procurare.



Capítulo 9


Trata de cómo salió de Medina del Campo para la fundación de san José de Malagón.




1 ¡Qué fuera he salido del propósito! Y podrá ser hayan sido más a propósito algunos de estos avisos que quedan dichos, que el contar las fundaciones. Pues estando en san José de Medina del Campo, con harto consuelo de ver cómo aquellas hermanas iban por los mismos pasos que las de san José de Avila, de toda religión y hermandad y espíritu, y cómo iba nuestro Señor proveyendo su casa, así para lo que era necesario en la iglesia como para las hermanas, fueron entrando algunas -que parece las escogía el Señor-, cuales convenía para cimiento de semejante edificio, que en estos principios entiendo está todo el bien para lo de adelante; porque como hallan el camino, por él se van las de después.

2 Estaba una señora en Toledo, hermana del duque de Medinaceli, en cuya casa yo había estado por mandato de los prelados, como más largamente dije en la fundación de san José, adonde me cobró particular amor, que debía ser algún medio para despertarla a lo que hizo; que éstos toma su Majestad muchas veces en cosas que, a los que no sabemos lo por venir, parecen de poco fruto. Como esta señora entendió que yo tenía licencia para fundar monasterios, comenzóme mucho a importunar hiciese uno en una villa suya llamada Malagón. Yo no lo quería admitir en ninguna manera, por ser lugar tan pequeño, que forzado había de tener renta para poderse mantener, de lo que yo estaba muy enemiga.

3 Tratado con letrados y confesor mío me dijeron que hacía mal, que, pues el santo concilio daba licencia de tenerla, que no se había de dejar de hacer un monasterio, adonde se podía tanto el Señor servir, por mi opinión. Con esto se juntaron las muchas importunaciones de esta señora, por donde no pude hacer menos de admitirle. Dio bastante renta, porque siempre soy amiga de que sean los monasterios o del todo pobres, o que tengan de manera que no hayan menester las monjas importunar a nadie para todo lo que fuere menester.

4 Pusiéronse todas las fuerzas que pude para que ninguna poseyese nada, sino que guardasen las constituciones en todo, como en estotros monasterios de pobreza. Hechas todas las escrituras, envié por algunas hermanas para fundarle y fuimos con aquella señora a Malagón, adonde aún no estaba la casa acomodada para entrar en ella, y así nos detuvimos más de ocho días en un aposento de la fortaleza.

5 Día de Ramos, año de 1568, yendo la procesión del lugar por nosotras, con los velos delante del rostro y capas blancas, fuimos a la iglesia del lugar, adonde se predicó, y desde ahí se llevó el Santísimo Sacramento a nuestro monasterio. Hizo mucha devoción a todos. Allí me detuve algunos días. Estando uno, después de haber comulgado, en oración, entendí de nuestro Señor que se había de servir en aquella casa. Paréceme que estaría allí aún no dos meses, porque mi espíritu daba prisa para que fuese a fundar la casa de Valladolid, y la causa era lo que ahora diré.



Capítulo 10


En que trata de la fundación de la casa de Valladolid. Llámase este monasterio La Concepción de nuestra Señora del Carmen.




1 Antes que se fundase este monasterio de san José de Malagón, cuatro o cinco meses, tratando conmigo un caballero principal, mancebo, me dijo que si quería hacer monasterio en Valladolid, que él daría una casa que tenía con una huerta muy buena y grande que tenía dentro una gran viña, de muy buena gana, y quiso dar luego la posesión; tenía harto valor. Yo la tomé, aunque no estaba muy determinada a fundarle allí, porque estaba casi un cuarto de legua del lugar. Mas parecióme que se podría pasar a él, como allí se tomase la posesión. Y como él lo hacía tan de gana, no quise dejar de admitir su buena obra ni estorbar su devoción.

2 Desde a dos meses, poco más o menos, le dio un mal tan acelerado que le quitó la habla y no se pudo bien confesar, aunque tuvo muchas señales de pedir al Señor perdón. Murió muy en breve, harto lejos de donde yo estaba. Díjome el Señor que había estado su salvación en harta aventura y que había habido misericordia de él por aquel servicio que había hecho a su Madre en aquella casa que había dado para hacer monasterio de su Orden, y que no saldría del purgatorio hasta la primera misa que allí se dijese, que entonces saldría. Yo traía tan presente las graves penas de esta alma, que aunque en Toledo deseaba fundar, lo dejé por entonces, y me di toda la prisa que pude para fundar como pudiese en Valladolid.

3 No pudo ser tan presto como yo deseaba, porque forzado me hube de detener en san José de Avila -que estaba a mi cargo- hartos días, y después en san José de Medina del Campo, que fui por allí, adonde estando un día en oración, me dijo el Señor que me diese prisa, que padecía mucho aquel alma, que, aunque no tenía mucho aparejo, lo puse por obra y entré en Valladolid día de san Lorencio. Y como vi la casa, dióme harta congoja, porque entendí era desatino estar allí monjas sin muy mucha costa; y aunque era de gran recreación, por ser la huerta tan deleitosa, no podía dejar de ser enfermo, que estaba cabe el río.

4 Con ir cansada, hube de ir a misa a un monasterio de nuestra Orden que vi que estaba a la entrada del lugar, y era tan lejos, que me dobló más la pena. Con todo, no lo decía a mis compañeras por no las desanimar. Aunque flaca, tenía alguna fe que el Señor -que me había dicho lo pasado- lo remediaría. Hice muy secretamente venir oficiales y comenzar a hacer tapias para lo que tocaba al recogimiento y lo que era menester. Estaba con nosotras el clérigo que he dicho, llamado Julián de Avila, y uno de los dos frailes que queda dicho, que quería ser descalzo, que se informaba de nuestra manera de proceder en estas casas. Julián de Avila entendía en sacar la licencia del ordinario, que ya había dado buena esperanza antes que yo fuese. No se pudo hacer tan presto, que no viniese un domingo antes que estuviese alcanzada la licencia; mas diéronnosla para decir misa adonde teníamos para iglesia, y así nos la dijeron.

5 Yo estaba bien descuidada de que entonces se había de cumplir lo que se me había dicho de aquel alma; porque, aunque se me dijo a la primera misa, pensé que había de ser a la que se pusiese el Santísimo Sacramento. Viniendo el sacerdote adonde habíamos de comulgar, con el Santísimo Sacramento en las manos, llegando yo a recibirle, junto al sacerdote se me representó el caballero que he dicho, con rostro resplandeciente y alegre; puestas las manos, me agradeció lo que había puesto por él para que saliese del purgatorio y fuese aquel alma al cielo. Y, cierto, que la primera vez que entendí estaba en carrera de salvación, que yo estaba bien fuera de ello y con harta pena, pareciéndome que era menester otra muerte para su manera de vida; que aunque tenía buenas cosas, estaba metido en las del mundo. Verdad es que había dicho a mis compañeras que traía muy delante la muerte. Gran cosa es lo que agrada a nuestro Señor cualquier servicio que se haga a su Madre, y grande es su misericordia. Sea por todo alabado y bendito, que así paga con eterna vida y gloria la bajeza de nuestras obras y las hace grandes siendo de pequeño valor.

6 Pues llegado el día de nuestra Señora de la Asunción, que es a quince de agosto, año de 1568, se tomó la posesión de este monasterio. Estuvimos allí poco, porque caímos casi todas muy malas. Viendo esto una señora de aquel lugar, llamada doña María de Mendoza, mujer del comendador Cobos, madre del marqués de Camarasa, muy cristiana y de grandísima caridad (sus limosnas en gran abundancia lo daban bien a entender), hacíame mucha caridad de antes, que yo la había tratado, porque es hermana del obispo de Avila, que en el primer monasterio nos favoreció mucho y en todo lo que toca a la Orden. Como tiene tanta caridad, y vio que allí no se podrían pasar sin gran trabajo, así por ser lejos para las limosnas, como por ser enfermo, díjonos que le dejásemos aquella casa y nos compraría otra. Y así lo hizo, que valía mucho más la que nos dio, con dar todo lo que era menester hasta ahora, y lo hará mientras viviere.

7 Día de san Blas nos pasamos a ella con gran procesión Y devoción del pueblo; y siempre la tiene, porque hace el Señor muchas misericordias en aquella casa, y ha llevado a ella almas, que a su tiempo se pondrá su santidad, para que sea alabado el Señor, que por tales medios quiere engrandecer sus obras y hacer merced a sus criaturas. Porque entró allí una que dio a entender lo que es el mundo en despreciarle, de muy poca edad, me ha parecido decirlo aquí, para que se confundan los que mucho le aman, y tomen ejemplo las doncellas a quien el Señor diere buenos deseos e inspiraciones para ponerlos por obra.

8 Está en este lugar una señora, que llaman doña María de Acuña, hermana del conde de Buendía. Fue casada con el adelantado de Castilla. Muerto él, quedó con un hijo y dos hijas, y harto moza. Comenzó a hacer vida de tanta santidad y a criar sus hijos en tanta virtud, que mereció que el Señor los quisiese para sí. No dije bien, que tres hijas la quedaron; la una fue luego monja; otra no se quiso casar, sino hacía vida con su madre de gran edificación. El hijo de poca edad comenzó a entender lo que era el mundo, y a llamarle Dios para entrar en religión, de tal suerte que no bastó nadie a estorbárselo; aunque su madre holgaba tanto de ello, que con nuestro Señor le debía ayudar mucho, aunque no lo mostraba, por los deudos. En fin, cuando el Señor quiere para sí un alma, tienen poca fuerza las criaturas para estorbarlo. Así acaeció aquí, que con detenerle tres años con hartas persuasiones, se entró en la Compañía de Jesús. Díjome un confesor de esta señora, que le había dicho que en su vida había llegado gozo a su corazón como el día que hizo profesión su hijo.

9 ¡Oh, Señor, qué gran merced hacéis a los que dáis tales padres, que aman tan verdaderamente a sus hijos, que sus estados y mayorazgos y riquezas quieren que los tengan en aquella bienaventuranza que no ha de tener fin! Cosa es de gran lástima, que está el mundo ya con tanta desventura y ceguedad, que les parece a los padres que está su honra en que no se acabe la memoria de este estiércol de los bienes de este mundo, y que no la haya de que tarde o temprano se ha de acabar; y todo lo que tiene fin, aunque dure, se acaba, y hay que hacer poco caso de ello, y que a costa de los pobres hijos quieran sustentar sus vanidades y quitar a Dios con mucho atrevimiento las almas que quiere para sí, y a ellas un tan gran bien, que, aunque no hubiera el que ha de durar para siempre, que les convida Dios con él, es grandísimo verse libre de los cansancios y leyes del mundo, y mayores para los que más tienen. Abridles, Dios mío, los ojos; dadles a entender qué es el amor que están obligados a tener a sus hijos, para que no los hagan tanto mal y no se quejen delante de Dios en aquel juicio final de ellos, adonde, aunque no quieran, entenderán el valor de cada cosa.

10 Pues como, por la misericordia de Dios, sacó a este caballero, hijo de esta señora, doña María de Acuña (él se llama don Antonio de Padilla), de edad de diecisiete años, del mundo, poco más o menos, quedaron los estados en la hija mayor, llamada doña Luisa de Padilla, porque el conde de Buendía no tuvo hijos, y heredaba don Antonio este condado y el ser adelantado de Castilla. Porque no hace a mi propósito, no digo lo mucho que padeció con sus deudos hasta salir con su empresa. Bien se entenderá a quien entendiere lo que precian los del mundo que haya sucesor de sus casas.

11 ¡Oh, Hijo del Padre Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejaste en el mundo, que pudimos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis, Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que los que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no nos conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas. ¡Ea, pues,hijas mías!, ésta ha de ser nuestra divisa, si hemos de heredar su reino; no con descansos, no con regalos, no con honras, no con riquezas se ha de ganar lo que él compró con tanta sangre. ¡Oh, gente ilustre!, abrid, por amor de Dios, los ojos; mirad que los verdaderos caballeros de Jesucristo, y los príncipes de su Iglesia, un san Pedro y san Pablo, no llevaban el camino que lleváis ¿Pensáis por ventura que ha de haber nuevo camino para vosotros? No lo creáis. Mirad que comienza el Señor a mostrárosle por personas de tan poca edad como de los que ahora hablamos.

12 Algunas veces he visto y hablado a este don Antonio; quisiera tener mucho más, para dejarlo todo. Bienaventurado mancebo y bienaventurada doncella, que han merecido tanto con Dios, que en la edad que el mundo suele señorear a sus moradores, le repisasen ellos. Bendito sea el que les hizo tanto bien.

13 Pues, como quedasen los estados en la hermana mayor, hizo el caso de ellos que su hermano; porque desde niña se había dado tanto a la oración (que es adonde el Señor da luz para entender las verdades), que lo estimó tan poco como su hermano. ¡Oh, válgame Dios, a qué de trabajos y tormentos y pleitos, y aun a aventurar las vidas y las honras, se pusieran muchos por heredar esta herencia! No pasaron pocos en que se la consintiesen dejar. Así es este mundo, que él nos da bien a entender sus desvaríos, si no estuviésemos ciegos. Muy de buena gana, porque la dejasen libre de esta herencia, la renunció en su hermana, que ya no había otra, que era de edad de diez u once años. Luego, porque no se perdiese la negra memoria, ordenaron los deudos de casar esta niña con un tío suyo, hermano de su padre, y trajeron del Sumo Pontífice dispensación, y desposáronlos.

14 No quiso el Señor que hija de tal madre y hermana de tales hermanos quedase más engañada que ellos, y así sucedió lo que ahora diré. Comenzando la niña a gozar de los trajes y atavíos del mundo -que conforme a la persona serían para aficionar en tan poca edad como ella tenía-, aún no había dos meses que era desposada cuando comenzó el Señor a darla luz. aunque ella entonces no lo entendía. Cuando había estado el día con mucho contento con su esposo, que le quería con más extremo que pedía su edad, dábale una tristeza muy grande viendo cómo se había acabado aquel día, y que así se habían de acabar todos. ¡Oh grandeza de Dios, que del mismo contento que le daban los contentos de las cosas perecederas, le vino a aborrecer! Comenzóle a dar una tristeza tan grande que no la podía encubrir a su esposo, ni ella sabía de qué ni qué le decir, aunque él se lo preguntaba.

15 En este tiempo ofreciósele un camino, a donde no pudo dejar de ir, lejos del lugar. Ella sintió mucho, como le quería tanto. Mas luego le descubrió el Señor la causa de su pena -que era inclinarse su alma a lo que no se ha de acabar- y comenzó a considerar cómo sus hermanos habían tomado lo más seguro, y dejádola a ella en los peligros del mundo. Por una parte esto, por otra, parecerle que no tenía remedio (porque no había venido a su noticia que siendo desposada podía ser monja, hasta que lo preguntó), traíala fatigada; y sobre todo, el amor que tenía a su esposo no la dejaba determinar, y así pasaba con harta pena.

16 Como el Señor la quería para sí, fuéla quitando este amor y creciendo el deseo de dejarlo todo. En este tiempo sólo la movía el deseo de salvarse y de buscar los mejores medios; que le parecía que, metida más en las cosas del mundo, se olvidaría de procurar lo que es eterno; que esta sabiduría le infundió Dios en tan poca edad de buscar cómo ganar lo que no se acaba. ¡Dichosa alma, que tan presto salió de la ceguedad en que acaban muchos viejos! Como se vio libre la voluntad, determinóse del todo de emplearla en Dios (que hasta esto había callado), y comenzó a tratarlo con su hermana. Ella, pareciéndole niñería, la desviaba de ello y le decía algunas cosas para esto, que bien se podía salvar siendo casada. Ella le respondió que por qué lo había dejado ella. Y pasaron algunos días. Siempre iba creciendo su deseo, aunque a su madre no osaba decir nada, y por ventura era ella la que le daba la guerra con sus santas oraciones.




Las Fundaciones 7