Las Fundaciones 21

Capítulo 21


En que se trata la fundación del glorioso san José del Carmen de Segovia. Fundóse el mismo día de san José, año de 1574.




1 Ya he dicho cómo después de haber fundado el monasterio de Salamanca y el de Alba, y antes que quedase con casa propia el de Salamanca, me mandó el padre maestro fray Pedro Fernández, que era comisario apostólico entonces, ir por tres años a la Encarnación de Avila, y cómo viendo la necesidad de la casa de Salamanca, me mandó ir allá para que pasasen a casa propia. Estando allí un día en oración, me fue dicho de nuestro Señor que fuese a fundar a Segovia. A mí me pareció cosa imposible, porque yo no había de ir sin que me lo mandasen, y tenía entendido del padre comisario apostólico, el maestro fray Pedro Fernández, que no había gana que fundase más; y también veía que no siendo acabados los tres años que había de estar en la Encarnación, que tenía gran razón de no lo querer. Estando pensando esto, díjome el Señor que se lo dijese, que él lo haría.

2 A la sazón estaba en Salamanca, y escribíle que ya sabía cómo yo tenía precepto de nuestro reverendísimo general de que, cuando viese cómodo en alguna parte para fundar, que no lo dejase. Que en Segovia estaba admitido un monasterio de éstos de la ciudad y del obispo, que si mandaba su paternidad, que lo fundaría; que se lo significaba por cumplir con mi conciencia, y con lo que mandase quedaría segura o contenta. Creo que éstas eran las palabras, poco más o menos, y que me parecía sería servicio de Dios. Bien parece que lo quería su Majestad, porque luego dijo que lo fundase, y me dió licencia; que yo me espanté harto, según lo que había entendido de él en este caso. Y desde Salamanca procuré me alquilasen una casa, porque, después de la de Toledo y Valladolid, había entendido era mejor buscársela propia después de haber tomado la posesión, por muchas causas; la principal, porque yo no tenía blanca para comprarlas, y estando ya hecho el monasterio, luego lo proveía el Señor; y también, escogíase sitio más a propósito.

3 Estaba allí una señora, mujer que había sido de un mayorazgo, llamada doña Ana de Jimena. Esta me había ido una vez a ver a Avila y era muy sierva de Dios, y siempre su llamamiento había sido para monja. Así, en haciéndose el monasterio, entró ella y una hija suya de harto buena vida, y el descontento que había tenido casada y viuda le dio el Señor de doblado contento en viéndose en la religión. Siempre habían sido madre e hija muy recogidas y siervas de Dios.

4 Esta bendita señora tomó la casa, y de todo lo que vio habíamos menester, así para la iglesia como para nosotras, la proveyó, que para eso tuve poco trabajo. Mas porque no hubiese fundación sin alguno, dejado el ir yo por allí con harta calentura y hastío y males interiores de sequedad y oscuridad en el alma grandísima, y males de muchas maneras corporales, que lo recio me duraría tres meses, y medio año que estuve allí siempre fue mala.

5 El día de san José, que pusimos el Santísimo Sacramento, que, aunque había del obispo licencia y de la ciudad, no quise sino entrar la víspera secretamente de noche. Había mucho tiempo que estaba dada la licencia, y como estaba en la Encarnación y había otro prelado que el generalísimo nuestro padre, no había podido fundarla, y tenía la licencia del obispo que estaba entonces, cuando lo quiso el lugar, de palabra, que lo dijo a un caballero que lo procuraba por nosotras, llamado Andrés de Jimena, y no se le dio nada tenerla por escrito, ni a mí me pareció que importaba; y engañéme, que como vino a noticia del provisor que estaba hecho el monasterio, vino luego muy enojado y no consintió decir más misa y quería llevar preso a quien la había dicho, que era un fraile descalzo que iba con el padre Julián de Avila, y otro siervo de Dios que andaba conmigo, llamado Antonio Gaitán.

6 Este era un caballero de Alba, y habíale llamado nuestro Señor, andando muy metido en el mundo, algunos años había. Teníale tan debajo de los pies, que sólo entendía en cómo le hacer más servicio. Porque en las fundaciones de adelante se ha de hacer mención de él, que me ha ayudado mucho y trabajado mucho, he dicho quién es, y si hubiese de decir sus virtudes, no acabara tan presto. La que más nos hacía al caso es estar tan mortificado, que no había criado de los que iban con nosotras que así hiciese cuanto era menester. Tiene gran oración, y hale hecho Dios tantas mercedes, que todo lo que a otros sería contradicción le daba contento y se le hacía fácil; y así lo es todo lo que trabajaba en estas fundaciones; que parece bien que a él y al padre Julián de Avila los llamaba Dios para esto, aunque el padre Julián de Avila fue desde el primer monasterio. Por tal compañía debía nuestro Señor querer que me sucediese todo bien. Su trato por los caminos era tratar de Dios y enseñar a los que iban con nosotras y encontraban, y así de todas maneras iban sirviendo a su Majestad.

7 Bien es, hijas mías, las que leyereis estas fundaciones, sepáis lo que se les debe, para que, pues sin ningún interés trabajaban tanto en este bien que vosotras gozáis de estar en estos monasterios, los encomendéis a nuestro Señor, y tengan algún provecho de vuestras oraciones; que si entendiéreis las malas noches y días que pasaron, y los trabajos en los caminos, lo haríais de muy buena gana.

8 No se quiso ir el provisor de nuestra iglesia sin dejar un alguacil a la puerta, yo no sé para qué. Sirvió de espantar un poco a los que allí estaban. A mí nunca se me daba mucho de cosa que acaeciese después de tomada la posesión; antes eran todos mis miedos. Envié a llamar a algunas personas, deudos de una compañera que llevaba de mis hermanas, que eran principales del lugar, para que hablasen al provisor y le dijesen cómo tenía licencia del obispo. El lo sabía muy bien, según dijo después, sino que quisiera le diéramos parte, y creo yo que fuera muy peor. En fin, acabaron con él que nos dejase el monasterio, y quitó el Santísimo Sacramento. De esto no se nos dio nada. Estuvimos así algunos meses, hasta que se compró una casa y con ella hartos pleitos. Harto le habíamos tenido con los frailes franciscos por otra que se compraba cerca; con estotra le hubo con los de la Merced y con el Cabildo, porque tenía un censo la casa suya.

9 ¡Oh Jesús, qué trabajo es contender con muchos pareceres! Cuando ya parecía que estaba acabado, comenzaba de nuevo; porque no bastaba darles lo que pedían, que luego había otro inconveniente. Dicho así no parece nada, y el pasarlo fue mucho.

10 Un sobrino del obispo hacía todo lo que podía por nosotras, que era prior y canónigo del aquella Iglesia, y un licenciado Herrera, muy gran siervo de Dios. En fin, con dar hartos dineros se vino a acabar aquello. Quedamos con el pleito de los Mercedarios, que para pasarnos a la casa nueva fue menester harto secreto. En viéndonos allá, que nos pasamos uno o dos días antes de san Miguel, tuvieron por bien de concertarse con nosotras por dineros. La mayor pena que estos embarazos me daban era que no faltaban ya sino siete u ocho días para acabarse los tres años de la Encarnación, y había de estar allí por fuerza al fin de ellos.

11 Fue nuestro Señor servido que se acabó todo tan bien, que no quedó ninguna contienda, y desde a dos o tres días me fui a la Encarnación. Sea su nombre por siempre bendito, que tantas mercedes me ha hecho siempre, y alábenle todas sus criaturas. Amén.



Capítulo 22


En que se trata de la fundación del glorioso san José del Salvador, en el lugar de Beas, año de 1575, día de san Matías.




1 En el tiempo que tengo dicho, que me mandaron ir a Salamanca desde la Encarnación, estando allí vino un mensajero de la villa de Beas con cartas para mí de una señora de aquel lugar y del beneficiado de él y de otras personas, pidiéndome fuese a fundar un monasterio, porque ya tenían casa para él, que no faltaba sino irle a fundar.

2 Yo me informé del hombre. Díjome grandes bienes de la tierra, y con razón, que es muy deleitosa y de buen temple; mas mirando las muchas leguas que había desde allí allá, parecióme desatino, en especial habiendo de ser con mandado del comisario apostólico, que, como he dicho, era enemigo, o al menos no amigo, de que se fundase; y así quise responder que no podía, sin decirle nada. Después me pareció que, pues estaba a la sazón en Salamanca, que no era bien hacerlo sin su parecer, por el precepto que me tenía puesto nuestro reverendísimo padre general de que no dejase fundación.

3 Como él vio las cartas, envióme a decir que no le parecía cosa desconsolarlas, que se había edificado de su devoción; que les escribiese que, como tuviesen la licencia de su Orden, que se proveería para fundar; que estuviese segura que no se la darían, que él sabía de otras partes de los comendadores que en muchos años no la habían podido alcanzar, y que no las respondiese mal. Algunas veces pienso en esto, y cómo lo que nuestro Señor quiere, aunque nosotros no queramos, se viene a que sin entenderlo seamos el instrumento, como aquí fue el padre maestro fray Pedro Fernández, que era el comisario; y así, cuando tuvieron la licencia no la pudo él negar, sino que se fundó de esta suerte.

4 Fundóse este monasterio del bienaventurado san José de la villa de Beas, día de santo Matía, año de 1575. Fue su principio de la manera que se sigue, para honra y gloria de Dios. Había en esta villa un caballero, que se llamaba Sancho Rodríguez de Sandoval, de noble linaje, con hartos bienes temporales. Fue casado con una señora, llamada doña Catalina Godínez. Entre otros hijos que nuestro Señor les dio, fueron dos hijas, que son las que han fundado el dicho monasterio, llamadas la mayor doña Catalina Godínez y la menor doña María de Sandoval. Habría la mayor catorce años cuando nuestro Señor la llamó para sí. Hasta esta edad estaba muy fuera de dejar el mundo; antes tenía una estima de sí, de manera que le parecía todo era poco lo que su padre pretendía en casamientos que la traían.

5 Estando un día en una pieza que estaba después de la que su padre estaba, aun no siendo levantado, acaso llegó a leer en un crucifijo que allí estaba el título que se pone sobre la cruz, y súbitamente, en leyéndole, la mudó toda el Señor. Porque ella había estado pensando en un casamiento que la traían, que le estaba demasiado bien, y diciendo entre sí: «¡Con qué poco se contenta mi padre, con que tenga un mayorazgo, y pienso yo que ha de comenzar mi linaje en mí!» No era inclinada a casarse, que le parecía cosa baja estar sujeta a nadie, ni entendía por dónde le venía esta soberbia. Entendió el Señor por dónde la había de remediar. Bendita sea su misericordia.

6 Así como leyó el título, le pareció había venido una luz a su alma para entender la verdad, como si en una pieza oscura entrara el sol; y con esta luz puso los ojos en el Señor que estaba en la cruz corriendo sangre, y pensó cuán maltratado estaba, y en su gran humildad, y cuán diferente camino llevaba ella yendo por soberbia. En esto debía estar algún espacio, que la suspendió el Señor. Allí le dio su Majestad un propio conocimiento grande de su miseria, y quisiera que todos lo entendieran. Diole un deseo de padecer por Dios tan grande, que todo lo que pasaron los mártires quisiera ella padecer, junto una humillación tan profunda de humildad y aborrecimiento de sí, que, si no fuera por no haber ofendido a Dios, quisiera ser una mujer muy perdida para que todos la aborrecieran. Y así se comenzó a aborrecer con grandes deseos de penitencia, que después puso por obra. Luego prometió allí castidad y pobreza, y quisiera verse tan sujeta, que a tierra de moros se holgara entonces la llevaran por estarlo. Todas estas virtudes le han durado de manera que se vio bien ser merced sobrenatural de nuestro Señor, como adelante se dirá para que todos le alaben.

7 Seáis Vos bendito, mi Dios, por siempre jamás, que en un momento deshacéis un alma y la tornáis a hacer. ¿Qué es esto, Señor? Querría yo preguntar aquí lo que los apóstoles cuando sanaste el ciego os preguntaron, diciendo si lo habían pecado sus padres. Yo digo que quién había merecido tan soberana merced. Ella no, porque ya está dicho de los pensamientos que la sacasteis cuando se la hicisteis. ¡Oh, grandes son vuestros juicios, Señor! Vos sabéis lo que hacéis, y yo no sé lo que me digo, pues son incomprensibles vuestras obras y juicios. Seáis por siempre glorificado, que tenéis poder para más. ¿Qué fuera de mí si esto no fuera? Mas sí fue alguna parte su madre, que era tanta su cristiandad, que sería posible quisiese vuestra bondad, como piadoso, que viese en su vida tan gran virtud en las hijas. Algunas veces pienso hacéis semejantes mercedes a los que os aman, y Vos les hacéis tanto bien como es darles con que os sirvan.

8 Estando en esto, vino un ruido tan grande encima en la pieza, que parecía toda se venía abajo. Pareció que por un rincón bajaba todo aquel ruido adonde ella estaba, y oyó unos grandes bramidos, que duraron algún espacio, de manera que, a su padre, que aún, como he dicho, no era levantado, le dio un gran temor, que comenzó a temblar y, como desatinado, tomó una ropa y su espada y entró allá, y muy demudado le preguntó qué era aquello. Ella le dijo que no había visto nada. El miró otra pieza más adentro, y como no vio nada, díjola que se fuese con su madre, y a ella le dijo que no la dejase estar sola, y le contó lo que había oído.

9 Bien se da a entender de aquí lo que el demonio debe sentir cuando ve perder un alma de su poder que él tiene ya por ganada. Como es tan enemigo de nuestro bien, no me espanto que, viendo hacer al piadoso Señor tantas mercedes juntas, se espantase él e hiciese tan gran muestra de su sentimiento. En especial, que entendería que con la riqueza que quedaba en aquel alma había de quedar él sin algunas otras que tenía por suyas. Porque tengo para mí que nunca nuestro Señor hace merced tan grande sin que alcance parte a más que la misma persona. Ella nunca dijo de esto nada; mas quedó con grandísima gana de religión, y lo pidió mucho a sus padres. Ellos nunca se lo consintieron.

10 A cabo de tres años que mucho lo había pedido, como vio que esto no querían, se puso en hábito honesto, día de san José. Díjolo a sola su madre, con la cual fuera fácil de acabar que la dejara ser monja. Por su padre no osaba, y fuese así a la iglesia, porque, como la hubiesen visto en el pueblo, no se lo quitasen; y así fue que pasó por ello. En estos tres años tenía horas de oración, y mortificarse en todo lo que podía, que el Señor la enseñaba. No hacía sino entrarse en un corral y mojarse el rostro y ponerse al sol, para que, por parecer mal, le dejasen los casamientos que todavía la importunaban.

11 Quedó de manera en no querer mandar a nadie, que, como tenía cuenta con la casa de su padre, le acaecía, de ver que había mandado a las mujeres, que no podía menos, aguardar a que estuviesen dormidas y besarlas los pies, fatigándose, porque, siendo mejores que ella, le servían. Como de día andaba ocupada con sus padres, cuando había de dormir, era toda la noche gastarla en oración, tanto que mucho tiempo se pasaba con tan poco sueño que parecía imposible si no fuera sobrenatural. Las penitencias y disciplinas eran muchas, porque no tenía quien la gobernase, ni lo trataba con nadie. Entre otras, le duró una cuaresma traer una cota de malla de su padre a raíz de las carnes. Iba a una parte a rezar desviada, adonde le hacía el demonio notables burlas. Muchas veces comenzaba a las diez de la noche la oración y no se sentía hasta que era de día.

12 En estos ejercicios pasó cerca de cuatro años, que comenzó el Señor a que le sirviese en otros mayores, dándole grandísimas enfermedades y muy penosas, así de estar con calentura continua y con hidropesía y mal de corazón, un zaratán que le sacaron. En fin, duraron estas enfermedades casi diecisiete años, que pocos días estaba buena. Después de cinco años que Dios le hizo esta merced murió su padre. Y su hermana, en habiendo catorce años (que fue uno después que su hermana hizo esta mudanza), se puso también hábito honesto, con ser muy amiga de galas, y comenzó también a tener oración. Y su madre ayudaba a todos sus buenos ejercicios y deseos; y así tuvo por bien que ellas se ocupasen en uno harto virtuoso y bien fuera de quien eran: fue en enseñar niñas a labrar y a leer, sin llevarles nada, sino sólo por enseñarlas a rezar y la doctrina. Hacíase mucho provecho, porque acudían muchas, que aun ahora se ve en ellas las buenas costumbres que deprendieron cuando pequeñas. No duró mucho, porque el demonio, como le pesaba de la buena obra, hizo que sus padres tuviesen por poquedad que les enseñasen las hijas de balde. Esto, junto con que le comenzaron a apretar las enfermedades, hizo que cesase.

13 Cinco años después que murió su padre de estas señoras, murió su madre y, como el llamamiento de la doña Catalina había sido siempre para monja, sino que no lo había podido acabar con ellos, y luego se quiso ir a ser monja. Porque allí no había monasterio en Beas, sus parientes la aconsejaron que, pues ellas tenían para fundar monasterio razonablemente, que procurasen fundarle en su pueblo, que sería más servicio de nuestro Señor. Como es lugar de la Encomienda de Santiago, era menester licencia del Consejo de las Ordenes, y así comenzó a poner diligencia en pedirla.

14 Fue tan dificultoso de alcanzar, que pasaron cuatro años, adonde pasaron hartos trabajos y gastos; y hasta que se dio una petición, suplicándolo al mismo rey, ninguna cosa les había aprovechado. Y fue de esta manera, que, como era la dificultad tanta, sus deudos le decía[n] que era desatino, que se dejase de ello; y como estaba casi siempre en la cama con tan grandes enfermedades, como está dicho, decían que ningún monasterio la admitirían para monja. Ella dijo que si en un mes le daba nuestro Señor salud, que entendería era servido de ello y que ella misma iría a la corte a procurarlo. Cuando esto dijo, había más de medio año que no se levantaba de la cama, y había casi ocho que casi no se podía menear de ella. En este tiempo tenía calentura continua ocho años había, ética y tísica, hidrópica, con un fuego en el hígado que se abrasaba, de suerte que aun sobre la ropa era el fuego, de suerte que se sentía y le quemaba la camisa, cosa que parece no creedera, y yo misma me informé del médico de estas enfermedades que a la sazón tenía, que estaba harto espantado. Tenía también gota artética y ceática.

15 Una víspera de san Sebastián, que era sábado, le dio nuestro Señor tan entera salud, que ella no sabía cómo encubrirlo para que no se entendiese el milagro. Dice que cuando nuestro Señor la quiso sanar, le dio un temblor interior que pensó iba ya a acabar la vida. Su hermana y ella vio en sí grandísima mudanza, y en el alma dice que se sintió otra, según quedó aprovechada. Y mucho más contento le daba la salud por poder procurar el negocio del monasterio, que de padecer ninguna cosa se le daba. Porque desde el principio que Dios la llamó le dio un aborrecimiento consigo, que todo se le hacía poco. Dice que le quedó un deseo de padecer tan poderoso, que suplicaba a Dios muy de corazón que de todas maneras la ejercitase en esto.

16 No dejó su Majestad de cumplir este deseo, que en estos ocho años la sangraron más de quinientas veces, sin tantas ventosas sajadas, que tiene el cuerpo de suerte que lo da a entender. Algunas le echaban sal en ellas, que dijo un médico era bueno para sacar la ponzoña de un dolor de costado, que éstos tuvo más de veinte veces. Lo que es más de maravillar, que así como le decían un remedio de estos el médico, estaba con gran deseo de que viniese la hora en que le habían de ejecutar sin ningún temor, y ella animaba los médicos para los cauterios, que fueron muchos por el zaratán y otras ocasiones que hubo para dárselos. Dice que lo que la hacía desearlo era para probar si los deseos que tenía de ser mártir eran ciertos.

17 Como ella se vio súbitamente buena, trató con su confesor y con el médico que la llevasen a otro pueblo, para que pudiesen decir que la mudanza de la tierra lo había hecho. Ellos no quisieron; antes los médicos lo publicaron, porque ya la tenían por incurable, a causa que echaba sangre por la boca, tan podrida, que decían era ya los pulmones. Ella se estuvo tres días en la cama, que no osaba levantar, porque no se entendiese su salud. Mas como tan poco se puede encubrir como la enfermedad, aprovechó poco.

18 Díjome que el agosto antes, suplicando un día a nuestro Señor que o le quitase aquel deseo tan grande que tenía de ser monja y hacer el monasterio, o le diese medios para hacerle, con mucha certidumbre le fue asegurado que estaría buena a tiempo que pudiese ir a la cuaresma para procurar la licencia. Y así dice que en aquel tiempo, aunque las enfermedades cargaron mucho más, nunca perdió la esperanza que le había el Señor de hacer esta merced. Y aunque la olearon dos veces, tan al cabo la una, que decía el médico que no había para qué ir por el óleo, que antes moriría, nunca dejaba de confiar del Señor que había de morir monja. No digo que en este tiempo la olearon las dos veces que hay de agosto a san Sebastián, sino antes. Sus hermanos y deudos, como vieron la merced y el milagro que el Señor había hecho en darle tan súbita salud, no osaron estorbarle la idea, aunque parecía desatino. Estuvo tres meses en la corte, y al fin no se la daban. Como dio esta petición al rey y supo que era de descalzas del Carmen, mandóla luego dar.

19 Al venir a fundar el monasterio, se pareció bien que lo tenía negociado con Dios en quererlo aceptar los prelados, siendo tan lejos y la renta muy poca. Lo que su Majestad quiere no se puede dejar de hacer. Así vinieron las monjas al principio de cuaresma, año de 1575. Recibiólas el pueblo con gran solemnidad y alegría y procesión. En lo general fue grande el contento; hasta los niños mostraban ser obra de que se servía nuestro Señor. Fundóse el monasterio llamado san José del Salvador esta misma cuaresma, día de santo Matías.

20 En el mismo tomaron hábito las dos hermanas con gran contento. Iba adelante la salud de doña Catalina. Su humildad y obediencia y deseo de que la desprecien, da bien a entender haber sido sus deseos verdaderos para servicio de nuestro Señor. Sea glorificado por siempre jamás, amén.

21 Díjome esta hermana, entre otras cosas, que habrá casi veinte años que se acostó una noche deseando hallar la más perfecta religión que hubiese en la tierra para ser en ella monja, y que comenzó a soñar, a su parecer, que iba por un camino muy estrecho y angosto y muy peligroso, para caer en unos grandes barrancos que parecían, y vio un fraile descalzo, que en viendo a fray Juan de la Miseria (un frailecico lego de la Orden, que fue a Beas estando yo allí), dice que le pareció el mismo que había visto; le dijo: «Ven conmigo, hermana»; y la llevó a una casa de gran número de monjas, y no había en ella otra luz sino de unas velas encendidas que traían en las manos. Ella preguntó qué Orden era, y todas callaron y alzaron los velos y los rostros alegres y riendo. Y certifica que vio los rostros de las hermanas mismas que ahora ha visto, y que la priora la tomó de la mano y le dijo: «Hija, para aquí os quiero yo», y mostróle las constituciones y la regla. Y, cuando despertó de este sueño, fue con un contento que le parecía haber estado en el cielo, y escribió lo que se le acordó de la regla, y pasó mucho tiempo que no lo dijo a confesor ni a ninguna persona, y nadie no le sabía decir de esta religión.

22 Vino allí un padre de la Compañía que sabía sus deseos, y mostróle el papel, y díjole que si ella hallase aquella religión, que estaría contenta, porque entraría luego en ella. El tenía noticia de estos monasterios, y díjole cómo era aquella regla de la Orden de nuestra Señora del Carmen, aunque no dio para dársela a entender esta claridad, sino de los monasterios que fundaba yo; y así procuró hacerme mensajero, como está dicho.

23 Cuando trajeron la respuesta estaba ya tan mala, que le dijo su confesor que se sosegase, que aunque estuviera en el monasterio la echaran, cuánto más tomarla ahora. Ella se afligió mucho, y volvióse a nuestro Señor con grandes ansias, y díjole: «Señor mío y Dios mío; yo sé por la fe que Vos sois el que todo lo podéis; pues, vida de mi alma, o haced que se me quiten estos deseos o me dad medios para cumplirlos». Esto decía con una confianza muy grande, suplicando a nuestra Señora, por el dolor que tuvo cuando a su Hijo vio muerto en sus brazos, le fuese intercesora. Oyó una voz en lo interior que le dijo: «Cree y espera, que yo soy el que todo lo puede. Tú tendrás salud, porque el que tuvo poder para que de tantas enfermedades, todas mortales de suyo, y les mandó que no hiciesen su efecto, más fácil le será quitarlas». Dice que fueron con tanta fuerza y certidumbre estas palabras, que no podía dudar de que no se había de cumplir su deseo, aunque cargaron muchas más enfermedades, hasta que el Señor le dio la salud que hemos dicho. Cierto, parece cosa increíble lo que ha pasado. A no me informar yo del médico y de las que estaban en su casa y de otras personas, según soy ruin, no fuera mucho pensar que era alguna cosa encarecimiento.

24 Aunque está flaca, tiene ya salud para guardar la regla, y buen sujeto; una alegría grande, y en todo, como tengo dicho, una humildad que a todas nos hacía alabar a nuestro Señor. Dieron lo que tenían de hacienda entrambas, sin ninguna condición, a la Orden; que si no las quisieran recibir por monjas, no pusieron ningún apremio. Es un desasimiento grande el que tiene de sus deudos y tierra, y siempre gran deseo de irse lejos de allí, y así importuna harto a los prelados, aunque la obediencia que tiene es tan grande, que así está allí con algún contento. Y por lo mismo tomó velo, que no había remedio con ella que fuese del coro, sino freila, hasta que yo le escribí diciéndole muchas cosas, y riñéndole porque quería otra cosa de lo que era voluntad del padre provincial, que aquello no era merecer más, y otras cosas, tratándola ásperamente, y éste es su mayor contento, cuando así la hablan. Con esto se pudo acabar con ella, harto contra su voluntad. Ninguna cosa entiendo de esta alma que no sea para ser agradable a Dios, y así lo es con todas. Plega a su Majestad la tenga de su mano, y le aumente las virtudes y gracia que le ha dado para mayor servicio y honra suya, amén.



Capítulo 23


En que trata de la fundación del monasterio del glorioso san José del Carmen en la ciudad de Sevilla. Díjose la primera misa día de la Santísima Trinidad, en el año de 1575.




1 Pues estando en esta villa de Beas, esperando licencia del consejo de las Ordenes para la fundación de Caravaca, vino a verme allí un padre de nuestra Orden de los descalzos, llamado el maestro fray Jerónimo de la Madre de Dios, Gracián, que había pocos años que tomó nuestro hábito estando en Alcalá, hombre de muchas letras y entendimiento y modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida, que parece nuestra Señora le escogió para bien de esta Orden primitiva estando él en Alcalá, muy fuera de tomar nuestro hábito, aunque no de ser religioso. Porque aunque sus padres tenían otros intentos, por tener mucho favor con el rey y su gran habilidad, él estaba muy fuera de eso. Desde que comenzó a estudiar, le quería su padre poner a que estudiase leyes. El, con ser de harta poca edad, sentía tanto, que a poder de lágrimas acabó con él que le dejase oír teología.

2 Ya que estaba graduado de maestro, trató de entrar en la Compañía de Jesús, y ellos le tenían recibido, y por cierta ocasión dijeron que se esperase unos días. Díceme él a mí que todo el regalo que tenía le daba tormento, pareciéndole que no era aquel buen camino para el cielo. Siempre tenía horas de oración, y su recogimiento y honestidad en gran extremo.

3 En este tiempo entróse un gran amigo suyo por fraile de nuestra Orden en el monasterio de Pastrana, llamado fray Juan de Jesús, también maestro. No sé si por esta ocasión de una carta que le escribió de la grandeza y antigüedad de nuestra Orden, o que fue el principio que le daba tan gran gusto leer todas las cosas de ella y probarlo con grandes autores, que dice que muchas veces tenía escrúpulo de dejar de estudiar otras cosas, por no poder salir de éstas, y las horas que tenía recreación era ocuparse en esto. ¡Oh sabiduría de Dios y poder, cómo no podemos nosotros huir de lo que es su voluntad! Bien veía nuestro Señor la gran necesidad que había en esta obra que su Majestad había comenzado de persona semejante. Yo le alabo muchas veces por la merced que en esto nos hizo; que si yo mucho quisiera pedir a su Majestad una persona para que pusiera en orden todas las cosas de la Orden en estos principios, no acertara a pedir tanto como su Majestad en esto nos dio. Sea bendito por siempre.

4 Pues teniendo él bien apartado de su pensamiento tomar este hábito, rogáronle que fuese a tratar a Pastrana con la priora del monasterio de nuestra Orden, que aún no era quitado de allí, para que recibiese una monja. ¡Qué medios toma la divina Majestad!, que para determinarse a ir de allí a tomar el hábito tuviera por ventura tantas personas que se lo contradijeran, que nunca lo hiciera. Mas la Virgen nuestra Señora, cuyo devoto es en gran extremo, le quiso pagar con darle su hábito, y así pienso que fue la medianera para que Dios le hiciese esta merced; y aun la causa de tomarle él y haberse aficionado tanto a la Orden era esta gloriosa Virgen; no quiso que a quien tanto la deseaba servir le faltase ocasión para ponerlo por obra; porque es su costumbre favorecer a los que de ella se quieren amparar.

5 Estando muchacho en Madrid, iba muchas veces a una imagen de nuestra Señora que él tenía gran devoción -no me acuerdo adónde era-; llamábala su enamorada, y era muy ordinario lo que la visitaba. Ella le debía alcanzar de su Hijo la limpieza con que siempre ha vivido. Dice que algunas veces le parecía que tenía hinchados los ojos de llorar por las muchas ofensas que se hacían a su Hijo. De aquí le nacía un ímpetu grande y deseo del remedio de las almas y un sentimiento cuando veía ofensas de Dios, muy grande. A este deseo del bien de las almas tiene tan gran inclinación, que cualquier trabajo se le hace pequeño si piensa hacer con él algún fruto. Esto he visto yo por experiencia en hartos que ha pasado.

6 Pues llevándole la Virgen a Pastrana como engañado, pensando él que iba a procurar el hábito de la monja, y llevábale Dios para dársele a él. ¡Oh secretos de Dios, y cómo, sin que lo queramos, nos va disponiendo para hacernos mercedes y para pagar a esta alma las buenas obras que había hecho, y el buen ejemplo que siempre había dado y lo mucho que deseaba servir a su gloriosa Madre!; que siempre debe su Majestad de pagar esto con grandes premios.

7 Pues llegado a Pastrana, fue a hablar a la priora, para que tomase aquella monja, y parece que le habló para que procurase con nuestro Señor que entrase él. Como ella le vio, que es agradable su trato, de manera que por la mayor parte los que le tratan le aman (es gracia que da nuestro Señor), y así de todos sus súbditos y súbditas es en extremo amado; porque aunque no perdona ninguna falta --que en esto tiene extremo en mirar el aumento de la religión--, es con una suavidad tan agradable, que parece no se ha de poder quejar ninguno de él.
Pues acaeciéndole a esta priora lo que a los demás, diole grandísima gana de que entrase en la Orden, y díjolo a las hermanas, que mirasen lo que les importaba, porque entonces había muy pocos o casi ninguno semejante, y que todas pidiesen a nuestro Señor que no le dejase ir, sino que tomase el hábito.

8 Es esta priora grandísima sierva de Dios, que aun su oración sola pienso sería oída de su Majestad, cuánto más las de almas tan buenas como allí estaban. Todas lo tomaron muy a su cargo, y con ayunos, disciplinas y oraciones lo pedían continuo a su Majestad, y así fue servido de hacernos esta merced. Que como el padre Gracián fue al monasterio de los frailes y vio tanta religión y aparejo para servir a nuestro Señor, y sobre todo ser Orden de su gloriosa Madre, que él tanto deseaba servir, comenzó a moverse su corazón para no tornar al mundo. Aunque el demonio le ponía hartas dificultades, en especial de la pena que había de ser para sus padres, que le amaban mucho y tenían gran confianza había de ayudar a remediar sus hijos -que tenía hartas hijas e hijos-, él, dejando este cuidado a Dios, por quien lo dejaba todo, se determinó a ser súbdito de la Virgen y tomar su hábito. Y así se lo dieron con gran alegría de todos, en especial de las monjas y priora, que daban grandes alabanzas a nuestro Señor, pareciéndole que les había su Majestad hecho esta merced por sus oraciones.

9 Estuvo el año de probación con la humildad que uno de los más pequeños novicios. En especial se probó su virtud en un tiempo, que faltando de allí el prior, quedó por mayor un fraile harto mozo y sin letras y de poquísimo talento ni prudencia para gobernar; experiencia no la tenía, porque había poco que había entrado. Era cosa excesiva de la manera que los llevaba y las mortificaciones que les hacía hacer; que cada vez me espanto cómo lo podían sufrir, en especial semejantes personas, que era menester el espíritu que le daba Dios para sufrirlo. Y hase bien visto después que tenía mucha melancolía, y en ninguna parte, aun por súbdito, hay trabajo con él, cuánto más para gobernar; porque le sujeta mucho el humor, que él buen religioso es, y Dios permite algunas veces que se haga este yerro de poner personas semejantes para perfeccionar la virtud de la obediencia en los que ama.

10 Así debió ser aquí, que en mérito de esto ha dado Dios al padre fray Jerónimo de la Madre de Dios grandísima luz en las cosas de obediencia para enseñar a sus súbditos, como quien tan buen principio tuvo en ejercitarse en ella. Y para que no le faltase experiencia en todo lo que hemos menester, tuvo tres meses antes de la profesión grandísimas tentaciones. Mas él, como buen capitán que había de ser de los hijos de la Virgen, se defendía bien de ellas; que cuando el demonio más le apretaba para que dejase el hábito, con prometer de no le dejar y prometer los votos, se defendía. Diome cierta obra que escribió con aquellas grandes tentaciones, que me puso harta devoción y se ve bien la fortaleza que le daba el Señor.

11 Parecerá cosa impertinente haberme comunicado él tantas particularidades de su alma. Quizá lo quiso el Señor para que yo lo pusiese aquí, porque sea él alabado en sus criaturas; que sé yo que con confesor ni con ninguna persona se ha declarado tanto. Algunas veces había ocasión, por parecerle que con los muchos años y lo que oía de mí, tendría yo alguna experiencia. A vueltas de otras cosas que hablábamos, decíame éstas y otras que no son para escribir, que harto más me alargara.

12 Idome he, cierto, mucho a la mano, porque si viniese algún tiempo a las suyas, no le dar pena. No he podido más, ni me ha parecido (pues esto, si se hubiere de ver, será a muy largos tiempos), que se deje de hacer memoria de quien tanto bien ha hecho a esta renovación de la regla primera. Porque, aunque no fue él el primero que la comenzó, vino a tiempo, que algunas veces me pesara de que se había comenzado, si no tuviera tan gran confianza de la misericordia de Dios. Digo las casas de los frailes; que las de las monjas, por su bondad, siempre hasta ahora han ido bien; y las de los frailes no iban mal, mas llevaba principio de caer muy presto; porque, como no tenían provincia por sí, eran gobernados por los calzados. A los que pudieran gobernar, que era el padre fray Antonio de Jesús, el que lo comenzó, no le daban esa mano, ni tampoco tenían constituciones dadas por nuestro reverendísimo padre general. En cada casa hacían como les parecía. Hasta que vinieran, o se gobernaran ellos mismos, hubiera harto trabajo, porque a unos les parecía uno y a otros otro. Harto fatigada me tenían algunas veces.

13 Remediólo nuestro Señor por el padre maestro fray Jerónimo de la Madre de Dios, porque le hicieron comisario apostólico, y le dieron autoridad y gobierno sobre los descalzos y descalzas. Hizo constituciones para los frailes, que nosotras ya las teníamos de nuestro reverendísimo padre general,y así no las hizo para nosotras, sino para ellos con el poder apostólico que tenía y con las buenas partes que le ha dado el Señor, como tengo dicho. La primera vez que los visitó, lo puso todo en tanta razón y concierto, que se parecía bien ser ayudado de la divina Majestad y que nuestra Señora le había escogido para remedio de su Orden, a quien suplico yo mucho acabe con su Hijo siempre le favorezca y dé gracia para ir muy adeante en su servicio, amén.




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