Las Fundaciones 24

Capítulo 24


Prosigue en la fundación de san José del Carmen en la ciudad de Sevilla.



1 Cuando he dicho que el padre maestro fray Jerónimo Gracián me fue a ver a Beas, jamás nos habíamos visto, aunque yo lo deseaba harto; escrito, sí, algunas veces. Holguéme en extremo cuando supe que estaba allí, porque lo deseaba mucho por las buenas nuevas que de él me habían dado. Mas muy mucho más me alegré cuando le comencé a tratar; porque, según me contentó, no me parecía le habían conocido los que me le habían loado.

2 Y como yo estaba con tanta fatiga, en viéndole parece que me representó el Señor el bien que por él nos había de venir; y así andaba aquellos días con tan excesivo consuelo y contento, que es verdad que yo misma me espantaba de mí. Entonces aún no tenía comisión más de para el Andalucía; que estando en Beas le envió a mandar el nuncio que le viese, y entonces se la dio para descalzos y descalzas de la provincia de Castilla. Era tanto el gozo que tenía mi espíritu, que no me hartaba de dar gracia a nuestro Señor aquellos días, ni quisiera hacer otra cosa.

3 En este tiempo trajeron la licencia para fundar en Caravaca, diferente de lo que era menester para mi propósito; y así fue menester que tornasen a enviar a la corte, porque yo escribí a las fundadoras, que en ninguna manera se fundaría si no se pedía cierta particularidad que faltaba, y así fue menester tornar a la corte. A mí se me hacía mucho esperar allí tanto y queríame tornar a Castilla; mas como estaba allí el padre fray Jerónimo, a quien estaba sujeto aquel monasterio, por ser comisario de toda la provincia de Castilla, no podía hacer nada sin su voluntad, y así lo comuniqué con él.

4 Parecióle que ida una vez, se quedaba la fundación de Caravaca; y también que sería gran servicio de Dios fundar en Sevilla, que le pareció muy fácil, porque se lo habían pedido algunas personas que podían y tenían muy bien para dar luego casa; y el arzobispo de Sevilla favorecía tanto a la Orden, que tuvo creído se le haría gran servicio. Y así se concertó que la priora y monjas que llevaba para Caravaca, fuese para Sevilla. Yo, aunque siempre había rehúsado mucho hacer monasterio de éstos en Andalucía por algunas causas, que cuando fui a Beas, si entendiera que era provincia de Andalucía, en ninguna manera fuera, y fue el engaño, que la tierra aún no es del Andalucía -de creo cuatro o cinco leguas adelante comienza-, mas la provincia sí, como vi ser aquella la determinación del prelado, luego me rendí (que esta merced me hace nuestro Señor, de parecerme que en todo aciertan), aunque yo estaba determinada a otra fundación, y aun tenía algunas causas, que tenía bien graves para no ir a Sevilla.

5 Luego se comenzó a aparejar para el camino, porque la calor entraba mucha, y el padre comisario apostólico, Gracián, se fue al llamado del nuncio; y nosotras a Sevilla con mis buenos compañeros, el padre Julián de Avila y Antonio Gaitán y un fraile descalzo. Ibamos en carros muy cubiertas, que siempre era ésta nuestra manera de caminar, y, entradas en la posada, tomábamos un aposento bueno o malo, como le había, y a la puerta tomaba una hermana lo que habíamos menester, que aun los que iban con nosotras no entraban allá.

6 Por prisa que nos dimos, llegamos a Sevilla el jueves antes de la Santísima Trinidad, habiendo pasado grandísimo calor en el camino; porque, aunque no se caminaba las siestas, yo os digo, hermanas, que como había dado todo el sol a los carros, que era entrar en ellos como en un purgatorio. Unas veces con pensar en el infierno, otras pareciendo se hacía algo y padecía por Dios, iban aquellas hermanas con gran contento y alegría. Porque seis que iban conmigo eran tales almas, que me parece me atreviera a ir con ellas a tierra de turcos, y que tuvieran fortaleza, o, por mejor decir, se la diera nuestro Señor para padecer por él, porque estos eran sus deseos y pláticas, muy ejercitadas en oración y mortificación; que como habían de quedar tan lejos, procuré que fuesen de las que me parecían más a propósito. Y todo fue menester, según se pasó de trabajos; que algunos, y los mayores, no los diré, porque podrían tocar en alguna persona.

7 Un día antes de Pascua de Espíritu Santo les dio Dios un trabajo harto grande, que fue darme a mí una muy recia calentura. Yo creo que sus clamores a Dios fueron bastantes para que no fuese adelante el mal, que jamás de tal manera en mi vida me ha dado calentura que no pase muy más adelante. Fue de tal suerte, que parecía tenía modorra, según iba enajenada. Ellas a echarme agua en el rostro, tan caliente del sol, que daba poco refrigerio.

8 No os dejaré de decir la mala posada que hubo para esta necesidad. Fue darnos una camarillla a teja vana; ella no tenía ventana, y si se abría la puerta, toda se henchía de sol (habéis de mirar que no es como el de Castilla por allá, sino muy más importuno). Hiciéronme echar en una cama, que yo tuviera por mejor echarme en el suelo, porque era de unas partes tan alta y de otras tan baja, que no sabía cómo poder estar, porque parecía de piedras agudas. ¡Qué cosa es la enfermedad!, que con salud todo es fácil de sufrir. En fin, tuve por mejor levantarme y que nos fuésemos, que mejor me parecía sufrir el sol del campo, que no de aquella camarilla.

9 ¡Qué será de los pobres que están en el infierno, que no se han de mudar para siempre!, que aunque sea de trabajo a trabajo, parece es algún alivio. A mí me ha acaecido tener un dolor en una parte muy recio, y aunque me diese en otra otro tan penoso, me parece era alivio mudarse; así fue aquí. A mí ninguna pena, que me acuerde, me daba verme mala; las hermanas lo padecían harto más que yo. Fue el Señor servido, que no duró más de aquel día lo muy recio.

10 Poco antes, no sé si dos días, nos acaeció otra cosa que nos puso en un poco de aprieto, pasando por un barco a Guadaquivir; que al tiempo de pasar los carros no era posible por donde estaba la maroma, sino que habían de torcer el río, aunque algo ayudaba la maroma, torciéndola también. Mas acertó a que la dejasen los que la tenían, o no sé cómo fue, que la barca iba sin maroma ni remos con el carro. El barquero me hacía mucha más lástima verle tan fatigado, que no el peligro. Nosotras a rezar. Todos voces grandes.

11 Estaba un caballero mirándonos en un castillo que estaba cerca, y movido de lástima, envió quien ayudase, que aun entonces no estaba sin maroma y tenían de ella nuestros hermanos poniendo todas sus fuerzas. Mas la fuerza del agua los llevaba a todos, de manera que daba con alguno en el suelo. Por cierto que me puso gran devoción un hijo del barquero, que nunca se me olvida; paréceme debía haber como diez u once años, que lo que aquel trabajaba de ver a su padre con pena, me hacía alabar a nuestro Señor. Mas como su Majestad da siempre los trabajos con piedad, así fue aquí; que acertó a detenerse la barca en un arenal, y estaba hacia una parte el agua poca, y así pudo haber remedio. Tuviéramosle malo de saber salir al camino, por ser ya noche, si no nos guiaran quien vino del castillo. No pensé tratar de estas cosas, que son de poca importancia, que hubiera dicho hartas de malos sucesos de caminos; he sido importunada para alargarme más en éste.

12 Harto mayor trabajo fue para mí que los dichos lo que nos acaeció el postrer día de Pascua de Espíritu Santo. Dímonos mucha prisa por llegar de mañana a Córdoba para oír misa sin que nos viese nadie. Guiábannos a una iglesia que está pasada el puente, por más soledad. Ya que íbamos a pasar, no había licencia para pasar por allí carros, que la ha de dar el corregidor. De aquí a que se trajo pasaron más de dos horas, por no estar levantados, y mucha gente que se llegaba a procurar saber quién iba allí. De esto no se nos daba mucho, porque no podían, que iban muy cubiertos. Cuando ya vino la licencia, no cabían los carros por la puerta del puente; fue menester aserrarlos, o no sé qué, en que se pasó otro rato. En fin, cuando llegamos a la iglesia, que había de decir misa el padre Julián de Avila, estaba llena de gente, porque era la vocación del Espíritu Santo, lo que no habíamos sabido, y había gran fiesta y sermón.

13 Cuando yo esto vi, diome mucha pena, y, a mi parecer, era mejor irnos sin oír misa que entrar entre tanta baraúnda. Al padre Julián de Avila no le pareció; y como era teólogo, hubímonos todas de llegar a su parecer, que los demás compañeros quizá siguieran el mío, y fuera más mal acertado, aunque no sé si yo me fiara de sólo mi parecer. Apeámonos cerca de la iglesia que, aunque no nos podía ver nadie los rostros, porque siempre llevábamos delante de ellos velos grandes, bastaba vernos con ellos y capas blancas de sayal, como traemos, y alpargatas, para alterar a todos. Y así lo fue. Aquel sobresalto me debía quitar la calentura del todo, que cierto lo fue grande para mi y para todos.

14 Al principio de entrar por la iglesia, se llegó a mí un hombre de bien a apartar a la gente. Yo le rogué mucho nos llevase a alguna capilla. Hízolo así y cerróla, y no nos dejó hasta tornarnos a sacar de la iglesia. Después de pocos días vino a Sevilla y dijo a un padre de nuestra Orden, que por aquella buena obra que había hecho pensaba que había Dios héchole merced, que le había proveído de una gran hacienda, o dado, de que él estaba descuidado. Yo os digo, hijas, que aunque esto no os parecerá quizá nada, que fue para mí uno de los malos ratos que he pasado; porque el alboroto de la gente era como si entraran toros. Así no vi la hora que salir de allí de aquel lugar; aunque no le había para pasar la siesta cerca, tuvímosla debajo de un puente.

15 Llegadas a Sevilla a una casa que nos tenía alquilada el padre fray Mariano, que estaba avisado de ello, yo pensé que estaba todo hecho; porque, como digo, era mucho lo que favorecía el arzobispo a los descalzos, y habíame escrito algunas veces a mí mostrándome mucho amor. No bastó para dejarme de dar harto trabajo, porque lo quería Dios así. El es muy enemigo de monasterios de monjas con pobreza, y tiene razón. Fue el daño o, por mejor decir, el provecho para que se hiciese aquella obra; porque si antes que yo estuviera en el camino se lo dijeran, tengo por cierto no viniera en ello. Mas teniendo por certísimo el padre comisario y el padre Mariano (que también fue mi ida de grandísimo contento para él) que le hacían grandísimo servicio en mi ida, no se lo dijeron antes, y, como digo, pudiera ser mucho yerro, pensando que acertaban. Porque en los demás monasterios, lo primero que yo procuraba era la licencia del ordinario, como manda el santo concilio. Acá no sólo la teníamos por dada, sino, como digo, porque se le hacía gran servicio, como a la verdad era, y así lo entendió después, sino que ninguna fundación ha querido el Señor que se haga sin mucho trabajo mío, unos de una manera, otros de otra.

16 Pues llegadas a la casa, que, como digo, nos tenían de alquiler, yo pensé luego tomar la posesión, como lo solía hacer, para que dijésemos oficio divino. Y comenzóme a poner dilaciones el padre Mariano, que era el que estaba allí, que, por no me dar pena, no me lo quería decir del todo. Mas no siendo razones bastantes, yo entendí en qué estaba la dificultad, que era en no dar licencia; y así me dijo que tuviese por bien que fuese el monasterio de renta, u otra cosa así, que no me acuerdo. En fin, me dijo que no gustaba de hacer monasterios de monjas por su licencia, ni desde que era arzobispo jamás la había dado para ninguno, que lo había sido hartos años allí y en Córdoba, y es harto siervo de Dios, en especial de pobreza, que no la daría.

17 Esto era decir que no se hiciese el monasterio. Lo uno, ser en la ciudad de Sevilla a mí se me hiciera muy de mal, aunque lo pudiera hacer; porque en las partes que he fundado con renta, es en lugares pequeños, que, o no se ha de hacer, o ha de ser así, porque no hay cómo se pueda sustentar. Lo otro, porque sola una blanca nos había sobrado del gasto del camino, sin traer cosa ninguna con nosotras, sino lo que traíamos vestido y alguna túnica y toca, y lo que venía para venir cubiertos y bien en los carros, que para haberse de tornar los que venían con nosotras se hubo de buscar prestado; un amigo que tenía allí Antonio Gaitán le prestó de ello, y para acomodar la casa el padre Mariano lo buscó; ni casa propia había. Así que era cosa imposible.

18 Con mucha importunidad debía ser del padre dicho, nos dejó decir misa para el día de la Santísima Trinidad, que fue la primera, y envió a decir que ni se tañese campana, ni se pusiese, decía, sino que estaba ya puesta; y así estuve más de quince días, que yo sé de mi determinación, que si no fuera por el padre comisario y el padre Mariano, que yo me tornara con mis monjas, con harta poca pesadumbre, a Beas, para la fundación de Caravaca. Harta más tuve aquellos días, que, como tengo mala memoria, no me acuerdo, mas creo fue más de un mes; porque ya sufríase peor la ida que luego luego, por publicarse ya el monasterio. Nunca me dejó el padre Mariano escribirle, sino poco a poco le iba ablandando y con cartas de Madrid del padre comisario.

19 A mí una cosa me sosegaba para no tener mucho escrúpulo, y era haberse dicho misa con su licencia; y siempre decíamos en coro el oficio divino. No dejaba de enviarme a visitar y a decir me vería presto, y un criado suyo envió a que dijese la primera misa; por donde veía yo claro que no parecía servía de más aquello que de tenerme con pena. Aunque la causa de tenerla yo no era por mí ni por mis monjas, sino por la que tenía el padre comisario; que, como él me había mandado ir, estaba con mucha pena, y diérasela grandísima si hubiera algún desmán, y tenía hartas causas para ello.

20 En este tiempo vinieron también los padres calzados a saber por dónde se había fundado. Yo les mostré las patentes que tenía de nuestro reverendísimo padre general. Ya con esto sosegaron, que si supieran lo que hacía el arzobispo, no creo bastara; mas esto no se entendía, sino todos creían que era muy a su gusto y contento.

21 Ya fue Dios servido que nos fue a ver. Yo le dije el agravio que nos hacía. En fin, me dijo que fuese lo que quisiese y como lo quisiese. Y desde ahí delante siempre nos hacía merced en todo lo que se nos ofrecía y favor.



Capítulo 25


Prosíguese en la fundación del glorioso san José de Sevilla, y lo que se pasó en tener casa propia.




1 Nadie pudiera juzgar que en una ciudad tan caudalosa como Sevilla y de gente tan rica había de haber menos aparejo de fundar que en todas las partes que había estado. Húbole tan menos, que pensé algunas veces que no nos estaba bien tener monasterio en aquel lugar. No sé si el mismo clima de la tierra, que he oído siempre decir los demonios tienen más mano allí para tentar, que se la debe dar Dios, y en ésta me apretaron a mí, que nunca me vi más pusilánime y cobarde en mi vida que allí me hallé. Yo, cierto, a mí misma no me conocía, bien que la confianza que suelo tener en nuestro Señor no se me quitaba; mas el natural estaba tan diferente del que yo suelo tener después que ando en estas cosas, que entendía apartaba en parte el Señor su mano para que él se quedase en su ser y viese yo que si había tenido ánimo no era mío.

2 Pues habiendo estado allí desde este tiempo que digo hasta poco antes de cuaresma, que ni había memoria de comprar casa ni con qué, ni tampoco quien nos fiase como en otras partes (que las que mucho habían dicho al padre visitador apostólico que entrarían, y rogádole llevase allí monjas, después les debía parecer mucho el rigor, y que no lo podían llevar, sólo una, que diré adelante, entró), ya era tiempo de mandarme a mí venir de la Andalucía, porque se ofrecían otros negocios por acá. A mí dábame grandísima pena dejar las monjas sin casa, aunque bien veía que yo no hacía nada allí; porque la merced que Dios me hace por acá de haber quien ayude a estas obras, allí no la tenía.

3 Fue Dios servido que viniese entonces de las Indias un hermano mío que había más de treinta y cuatro años que estaba allá, llamado Lorenzo de Cepeda, que aun tomaba peor que yo en que las monjas quedasen sin casa propia. El nos ayudó mucho, en especial en procurar que se tomase en la que ahora están. Ya yo entonces ponía mucho con nuestro Señor, suplicándole que no me fuese sin dejarlas casa y hacía a las hermanas se lo pidiesen y al glorioso san José, y hacíamos muchas procesiones y oración a nuestra Señora. Y con esto, y con ver a mi hermano determinado a ayudarnos, comencé a tratar de comprar algunas casas. Ya que parecía se iba a concertar, todo se deshacía.

4 Estando un día en oración pidiendo a Dios, pues eran sus esposas y le tenían tanto deseo de contentar, les diese casa, me dijo: «Ya os he oído; déjame a mí». Yo quedé muy contenta, pareciéndome la tenía ya, y así fue; y librónos su Majestad de comprar una que contentaba a todos por estar en buen puesto, y era tan vieja y malo lo que tenía, que se compraba sólo el sitio en poco menos que la que ahora tienen. Y estando ya concertada, que no faltaba sino hacer las escrituras, yo no estaba nada contenta. Parecíame que no venía esto con la postrera palabra que había entendido en la oración; porque era aquella palabra, a lo que me pareció, señal de darnos buena casa. Y así fue servido que el mismo que la vendía, con ganar mucho en ello, puso inconveniente para hacer las escrituras cuando había quedado. Y pudimos, sin hacer ninguna falta, salirnos del concierto, que fue harta merced de nuestro Señor, porque en toda la vida de las que estaban se acabara de labrar la casa, y tuvieran harto trabajo y poco con qué.

5 Mucha parte fue un siervo de Dios, que casi desde luego que fuimos allí, como supo que no teníamos misa, cada día nos la iba a decir, con tener harto lejos su casa y hacer grandísimos soles. Llamábase Garciálvarez, persona muy de bien y tenida en la ciudad por sus buenas obras, que siempre no entiende en otra cosa, y, a tener él mucho, no nos faltara nada. El, como sabía bien la casa, parecíale gran desatino dar tanto por ella, y así cada día nos lo decía, y procuró no se hablase en ella más, y fueron él y mi hermano a ver en la que ahora están. Vinieron tan aficionados, y con razón, y nuestro Señor que lo quería, que en dos o tres días se hicieron las escrituras.

6 No se pasó poco en pasarnos a ella, porque quien la tenía no la quería dejar, y los frailes franciscos, como estaban junto, vinieron luego a requerirnos que en ninguna manera nos pasásemos a ella; que, a no estar hechas con tanta firmeza las escrituras, alabara yo a Dios que se pudieran deshacer. Porque nos vimos a peligro de pagar seis mil ducados que costaba la casa, sin poder entrar en ella. Esto no quisiera la priora, sino que alababa a Dios de que no se pudiese deshacer, que le daba su Majestad mucha más fe y ánimo que a mí en lo que tocaba a aquella casa; y en todo le debe tener, que es harto mejor que yo.

7 Estuvimos más de un mes con esta pena. Ya fue Dios servido que nos pasamos la priora y yo y otras dos monjas una noche porque no lo entendiesen los frailes hasta tomar la posesión, con harto miedo. Decían los que iban con nosotras, que cuantas sombras veían les parecían frailes. En amaneciendo, dijo el buen Garciálvarez, que iba con nosotras, la primera misa en ella, y así quedamos sin temor.

8 ¡Oh Jesús, qué de ellos he pasado al tomar de las posesiones! Considero yo si yendo a no hacer mal, sino en servicio de Dios, se siente este miedo, ¿qué será de las personas que le van a hacer, siendo contra Dios y contra el prójimo? No sé qué ganancia pueden tener, ni qué gusto pueden buscar con tal contrapeso.

9 Mi hermano aún no estaba allí, que estaba retraído por cierto yerro que se hizo en la escritura, como fue tan aprisa y era en mucho daño del monasterio y, como era fiador, queríanle prender; y como era extranjero, diéranos harto trabajo, y aun así nos le dio, que hasta que dio hacienda en que tomaron seguridad, hubo trabajo. Después se negoció bien, aunque no faltó algún tiempo de pleito, porque hubiese más trabajo. Estábamos encerradas en unos cuartos bajos, y él estaba allí todo el día con los oficiales y nos daba de comer, y aun harto tiempo antes; porque aún -como no se entendía de todos ser monasterio, por estar en una casa particular-, había poca limosna, si no era de un santo viejo, prior de las Cuevas, que es de los cartujos, grandísimo siervo de Dios. Era de Avila, de los Pantojas. Púsole Dios tan grande amor con nosotras, que desde que fuimos, y creo le durará hasta que se le acabe la vida el hacernos bien de todas maneras. Porque es razón, hermanas, que encomendéis a Dios a quien tan bien nos ha ayudado, si leyereis esto, sean vivos o muertos, lo pongo aquí. A este santo debemos mucho.

10 Estúvose más de un mes, a lo que creo (que en esto de los días tengo mala memoria, y así podría errar; siempre entended poco más o menos, pues en ello no va nada). Este mes trabajó mi hermano harto en hacer la iglesia de algunas piezas y en acomodarlo todo, que no teníamos nosotras que hacer.

11 Después de acabado, yo quisiera no hacer ruido en poner el Santísimo Sacramento, porque soy muy enemiga de dar pesadumbre en lo que se puede excusar, y así lo dije al padre Garciálvarez, y él lo trató con el padre prior de las Cuevas, que si fueran cosas propias suyas, no lo miraran más que las nuestras, y parecióles que para que fuese conocido el monasterio en Sevilla, no se sufría sino ponerse con solemnidad, y fuéronse al arzobispo. Entre todos concertaron que se trajese de una parroquia el Santísimo Sacramento con mucha solemnidad, y mandó el arzobispo se juntasen los clérigos y algunas cofradías, y se aderezasen las calles.

12 El buen Garciálvarez aderezó nuestra claustra, que, como he dicho, servía entonces de calle, y la iglesia extremadísimamente y con muy buenos altares e invenciones. Entre ellas tenían una fuente, que el agua era de azahar, sin procurarlo nosotras ni aun quererlo, aunque después mucha devoción nos hizo. Y nos consolamos ordenarse nuestra fiesta con tanta solemnidad, y las calles tan aderezadas y con tanta música y ministriles, que me dijo el santo prior de las Cuevas que nunca tal había visto en Sevilla, que conocidamente se vio ser obra de Dios. Fue él en la procesión, que no lo acostumbraba. El arzobispo puso el Santísimo Sacramento.
Veis aquí, hijas, las pobres descalzas honradas de todos, que no parecía aquel tiempo antes que había de haber agua para ellas, aunque hay harto en aquel río. La gente que vino fue cosa excesiva.

13 Acaeció una cosa de notar, a dicho de todos los que la vieron. Como hubo tantos tiros de artillería y cohetes, después de acabada la procesión, que era casi noche, antojóseles de tirar más, y no sé cómo se prende un poco de pólvora, que tienen a gran maravilla no matar al que lo tenía. Subió gran llama hasta lo alto de la claustra, que tenían los arcos cubiertos con unos tafetanes, que pensaron se habían hecho polvo, y no les hizo daño poco ni mucho, con ser amarillos y de carmesí. Y lo que digo es cosa de espantar, es que la piedra que estaba en los arcos, debajo del tafetán, quedó negra del humo, y el tafetán, que estaba encima, sin ninguna cosa más que si no hubiera llegado allí el fuego.

14 Todos se espantaron cuando lo vieron. Las monjas alabaron al Señor por no tener que pagar otros tafetanes. El demonio debía estar tan enojado de la solemnidad que se había hecho, y ver ya otra casa de Dios, que se quiso vengar en algo y su Majestad no le dio lugar. Sea bendito por siempre jamás, amén.



Capítulo 26


Prosigue en la misma fundación del monasterio de san José de la ciudad de Sevilla. Trata algunas cosas de la primera monja que entró en él, que son harto de notar.




1 Bien podéis considerar, hijas mías, el consuelo que teníamos aquel día. De mí os sé decir que fue muy grande. En especial, me le dio ver que dejaba a las hermanas en casa tan buena y en buen puesto y conocido el monasterio, y en casa monjas que tenían para pagar la más parte de la casa; de manera que con las que faltaban del número, por poco que trajesen, podían quedar sin deuda. Y sobre todo me dio alegría haber gozado de los trabajos, y cuando había de tener algún descanso, me iba, porque esta fiesta fue el domingo antes de Pascua del Espíritu Santo, año de 1576, y luego el lunes siguiente me partí yo, porque la calor entraba grande, y por si pudiese ser no caminar la Pascua y tenerla en Malagón, que bien quisiera poderme detener algún día, y por esto me había dado harta prisa.

2 No fue el Señor servido que siquiera oyese un día misa en la iglesia. Harto se les aguó el contento a las monjas con mi partida, que sintieron mucho, como habíamos estado aquel año juntas y pasado tantos trabajos, que, como he dicho, los más graves no pongo aquí; que, a lo que me parece, dejada la primera fundación de Avila -que aquí no hay comparación-, ninguna me ha costado tanto como ésta, por ser trabajos, los más interiores. Plega a la divina Majestad que sea siempre servido en ella, que con esto es todo poco, como yo espero que será; que comenzó su Majestad a traer buenas almas a aquella casa, que las que quedaron de las que llevé conmigo, que fueron cinco, ya os he dicho cuán buenas eran, algo de lo que se puede decir, que lo menos es. De la primera que aquí entró quiero tratar, por ser cosa que os dará gusto.

3 Es una doncella, hija de padres muy cristianos, montañés el padre. Esta, siendo de muy pequeña edad, como de siete años, pidióla a su madre una tía suya para tenerla consigo, que no tenía hijos. Llevada a su casa, como la debía regalar y mostrar el amor que era razón, ellas debían tener esperanza que les había de dar su hacienda antes que la niña fuese a su casa; y estaba claro que, tomándola amor, lo había de querer más para ella. Acordaron quitar aquella ocasión con un hecho del demonio, que fue levantar a la niña que quería matar a su tía, y que para esto había dado a la una no sé qué maravedís que le trajese de solimán.

4 Dicho a la tía, como todas tres decían una cosa, luego las creyó, y la madre de la niña también, que es una mujer harto virtuosa. Toma la niña y llévala a su casa, pareciéndole se criaba en ella una muy mala mujer. Díceme la Beatriz de la Madre de Dios, que así se llama, que pasó más de un año, que cada día la azotaba y atormentaba y hacíala dormir en el suelo, porque le había de decir tan gran mal. Como la muchacha decía que no lo había hecho, ni sabía qué cosa era solimán, parecíale muy peor, viendo que tenía ánimo para encubrirlo. Afligióse la pobre madre de verla tan recia en encubrirlo, pareciéndole nunca se había de enmendar. Harto fue no se lo levantar la muchacha para librarse de tanto tormento. Mas Dios la tuvo, como era inocente, para decir siempre verdad. Y como su Majestad torna por los que están sin culpa, dio tan gran mal a las dos de aquellas mujeres, que parecía tenían rabia, y secretamente enviaron por la niña, la tía, y la pidieron perdón y, viéndose a punto de muerte, se desdijeron; y la otra hizo otro tanto, que murió de parto. En fin, todas tres murieron con tormento, en pago del que habían hecho pasar a aquella inocente.

5 Esto no lo sé de sola ella, que su madre, fatigada, después que la vio monja, de los malos tratamientos que le había hecho, me lo contó con otras cosas, que fueron hartos sus martirios. Y no teniendo su madre más y siendo harto buena cristiana, permitía Dios que ella fuese el verdugo de su hija, queriéndola muy mucho. Es mujer de mucha verdad y cristiandad.

6 Habiendo la niña como poco más que doce años, leyendo en un libro que trata de la vida de santa Ana, tomó gran devoción con los santos del Monte Carmelo, que dice allí que su madre de santa Ana que iba a tratar con ellos muchas veces (creo se llama Merenciana), y de aquí fue tanta la devoción que tomó con esta Orden de nuestra Señora, que luego prometió ser monja de ella y castidad. Tenía muchos ratos de soledad, cuando ella podía, y oración. En ésta le hacía Dios grandes mercedes, y nuestra Señora, y muy particulares. Ella quisiera luego ser monja; no osaba por sus padres, ni tampoco sabía a dónde hallar esta Orden, que fue cosa para notar que, con haber en Sevilla monasterio de ella de la regla mitigada, jamás vino a su noticia hasta que supo de estos monasterios, que fue después de muchos años.

7 Como ella llegó a la edad para poderla casar, concertaron sus padres con quién casarla, siendo harto muchacha; mas como no tenían más de aquélla, que aunque tuvo otros hermanos muriéronse todos, y ésta, que era la menos querida, les quedó (que cuando le acaeció lo que he dicho, un hermano tenía, que éste tornaba por ella, diciendo no lo creyesen); muy concertado ya el casamiento, pensando ella no hiciera otra cosa, cuando se lo vinieron a decir dijo el voto que tenía hecho de no se casar, que por ningún arte, aunque la matasen, no lo haría.

8 El demonio que los cegaba, o Dios que lo permitía para que ésta fuese mártir (que ellos pensaron que tenía hecho algún mal recaudo y por eso no se quería casar), como ya habían dado la palabra, ver afrentado al otro, diéronla tantos azotes, hicieron en ella tantas justicias, hasta quererla colgar, que la ahogaban, que fue ventura no la matar. Dios que la quería para más, le dio la vida. Díceme ella a mí, que ya a la postre casi ninguna cosa sentía, porque se acordaba de lo que había padecido santa Inés, que se lo trajo el Señor a la memoria, y que se holgaba de padecer algo por él y no hacía sino ofrecérselo. Pensaron que muriera, que tres meses estuvo en la cama que no se podia menear.

9 Parece cosa muy para notar una doncella que no se quitaba de cabe su madre, con un padre harto recatado, según yo supe, cómo podían pensar de ella tanto mal; porque siempre fue santa y honesta, y tan limosnera, que cuanto ella podía alcanzar era para dar limosna. A quien nuestro Señor quiere hacer mercedes de que padezca, tiene muchos medios, aunque desde algunos años les fue descubriendo la virtud de su hija, de manera que cuanto quería dar limosna la daban, y las persecuciones se tornaron en regalos, aunque con la gana que ella tenía de ser monja, todo se le hacía trabajoso; y así andaba harto desabrida y penada, según me contaba.

10 Acaeció trece o catorce años antes que el padre Gracián fuese a Sevilla (que no había memoria de descalzos carmelitas), estando ella con su padre y con su madre y otras dos vecinas, entró un fraile de nuestra Orden vestido de sayal, como ahora andan, descalzo. Dicen que tenía un rostro fresco y venerable, aunque tan viejo que parecía la barba como hilos de plata y era larga; y púsose cabe ella, y comenzóla a hablar un poco en lengua que ni ella ni ninguno lo entendió; y acabado de hablar, santiguóla tres veces, diciéndole: «Beatriz, Dios te haga fuerte», y fuése. Todos no se meneaban mientras estuvo allí, sino como espantados. El padre la preguntó que quién era. Ella pensó que él le conocía. Levantáronse muy presto para buscarle, y no pareció más. Ella quedó muy consolada, y todos espantados, que vieron era cosa de Dios, y así ya la tenían en mucho, como está dicho. Pasaron todos estos años -que creo fueron catorce después de esto- sirviendo ella siempre a nuestro Señor, pidiéndole que cumpliese su deseo.

11 Estaba harto fatigada, cuando fue allá el padre maestro fray Jerónimo Gracián. Yendo un día a oír un sermón en una iglesia de Triana, adonde su padre vivía, sin saber ella quién predicaba, que era el padre maestro Gracián, viole salir a tomar la bendición. Como ella le vio el hábito y descalzo, luego se le representó el que ella había visto, que era así el hábito, aunque el rostro y edad era diferente, que no había el padre Gracián aún treinta años. Díceme ella que de grandísimo contento se quedó como desmayada; que, aunque había oído que habían allí hecho monasterio en Triana, no entendía era de ellos. Desde aquel día fue luego a procurar confesarse con el padre Gracián, y aun esto quiso Dios que le costase mucho, que fue más, o al menos tantas, doce veces, que nunca la quiso confesar. Como era moza y de buen parecer (que no debía haber entonces veinte y siete años), él apartábase de comunicar con personas semejantes, que es muy recatado.

12 Ya un día, estando ella llorando en la iglesia, que también era muy encogida, díjole una mujer que qué había. Ella le dijo que había tanto que procuraba hablar a aquel padre y que no tenía remedio, que estaba a la sazón confesando. Ella llevóla allá y rogóle que oyese a aquella doncella, y así se vino a confesar generalmente con él. El, como vio alma tan rica, consolóse mucho y consolóla con decirla que podría ser fuesen monjas descalzas, y que él haría que la tomasen luego. Y así fue, que lo primero que me mandó fue que fuese ella la primera que recibiese, porque él estaba satisfecho de su alma, y así se lo dijo a ella. Cuando íbamos, puso mucho en que no lo supiesen sus padres, porque no tuviera remedio de entrar. Y así el mismo día de la Santísima Trinidad deja unas mujeres que iban con ella (que para confesarse no iba su madre, que era lejos el monasterio de los descalzos, adonde siempre se confesaba, y hacía mucha limosna, y sus padres por ella); tenía concertado con una muy sierva de Dios que la llevase, y dice a las mujeres que iba con ella (que era muy conocida aquella mujer por sierva de Dios en Sevilla, que hace grandes obras), que luego venía, y así la dejaron. Toma su hábito y manto de jerga, que yo no sé cómo se pudo menear, sino con el contento que llevaba todo se le hizo poco. Sólo temía si la habían de estorbar y conocer como iba cargada, que era muy fuera de como ella andaba. ¡Qué hace el amor de Dios! Como ya ni tenía honra, ni se acordaba sino de que no impidiesen su deseo, luego la abrimos la puerta. Yo lo envié a decir a su madre. Ella vino como fuera de sí; mas dijo que ya veía la merced que hacía Dios a su hija, y aunque con fatiga lo pasó, no con extremos de no hablarla, como otras hacen, antes en su ser. Nos hacía grandes limosnas.

13 Comenzó a gozar de su contento tan deseado la esposa de Cristo, tan humilde y amiga de hacer cuanto había, que teníamos harto que hacer en quitarle la escoba. Estando en su casa tan regalada, todo su descanso era trabajar. Con el contento grande, fue mucho lo que luego engordó. Esto se le dio a sus padres de manera que ya se holgaban de verla allí.

14 Al tiempo que hubo de profesar, dos o tres meses antes, porque no gozase tanto bien sin padecer, tuvo grandísimas tentaciones; no porque ella se determinase a no la hacer, mas parecíale cosa muy recia. Olvidados todos los años que había padecido por el bien que tenía, la traía el demonio tan atormentada, que no se podía valer. Con todo, haciéndose grandísima fuerza, le venció de manera que en mitad de los tormentos concertó su profesión. Nuestro Señor, que no debía de aguardar a más de probar su fortaleza, tres días antes de la profesión la visitó y consoló muy particularmente e hizo huir al demonio. Quedó tan consolada, que parecía aquellos tres días que estaba fuera de sí de contenta, y con mucha razón, porque la merced había sido grande.

15 Desde a pocos días que entró en el monasterio, murió su padre, y su madre tomó el hábito en el mismo monasterio, y le dio todo lo que tenía en limosna, y está con grandísimo contento madre e hija, y edificación de todas las monjas, sirviendo a quien tan gran merced las hizo.

16 Aun no pasó un año, cuando se vino otra doncella harto sin voluntad de sus padres; y así va el Señor poblando esta su casa de almas tan deseosas de servirle, que ningún rigor se les pone delante ni encerramiento. Sea por siempre jamás bendito y alabado por siempre jamás, amén.




Las Fundaciones 24