Las Fundaciones 27

Capítulo 27


En que trata de la fundación de la villa de Caravaca. Púsose el Santísimo Sacramento, día de año nuevo del mismo año de 1576. Es la vocación del glorioso san José.




1 Estando en san José de Avila para partirme a la fundación que queda dicha de Beas, que no faltaba sino aderezar en lo que habíamos de ir, llega un mensajero propio, que le enviaba una señora de allí, llamada doña Catalina, porque se habían ido a su casa, desde un sermón que oyeron a un padre de la Compañía de Jesús, tres doncellas con determinación de no salir hasta que se fundase un monasterio en el mismo lugar. Debía ser cosa que tenían tratada con esta señora, que es la que les ayudó para la fundación. Eran de los más principales caballeros de aquella villa. La una tenía padre, llamado Rodrigo de Moya, muy gran siervo de Dios y de mucha prudencia. Entre todas tenían bien para pretender semejante obra. Tenían noticia de ésta que ha hecho nuestro Señor en fundar estos monasterios, que se la habían dado de la Compañía de Jesús, que siempre han favorecido y ayudado a ella.

2 Yo, como vi el deseo y hervor de aquellas almas, y que de tan lejos iban a buscar la Orden de nuestra Señora, hízome devoción y púsome deseo de ayudar a su buen intento. Informada que era cerca de Beas, llevé más compañía de monjas de la que llevaba; porque, según las cartas, me pareció no se dejaría de concertar, con intento de, en acabando la fundación de Beas, ir allá. Mas como el Señor tenía determinado otra cosa, aprovecharon poco mis trazas, como queda dicho en la fundación de Sevilla, que trajeron la licencia del consejo de las Ordenes, de manera que, aunque ya estaba determinada a ir, se dejó.

3 Verdad es que, como yo me informé en Beas de adónde era y vi ser tan a trasmano, y de allí allá tan mal camino, que habían de pasar trabajo los que fuesen a visitar las monjas, y que a los prelados se les haría de mal, tenía bien poca gana de ir a fundarle. Mas porque había dado buenas esperanzas, pedí al padre Julián de Avila y a Antonio Gaitán fuesen allá para ver qué cosa era, y si les pareciesen, lo deshiciesen. Hallaron el negocio muy tibio, no de parte de las que habían de ser monjas, sino de la doña Catalina, que era el todo del negocio, y las tenía en un cuarto por sí, ya como cosa de recogimiento.

4 Las monjas estaban tan firmes, en especial las dos, digo las que lo habían de ser, que supieron tan bien granjear al padre Julián de Avila y Antonio Gaitán, que antes que se vinieron dejaron hechas las escrituras, y se vinieron dejándolas muy contentas; y ellos lo vinieron tanto de ellas y de la tierra, que no acababan de decirlo, también como del mal camino. Yo, como lo vi ya concertado y que la licencia tardaba, torné a enviar allá al buen Antonio Gaitán, que por amor de mí todo el trabajo pasaba de buena gana, y ellos tenían afición a que la fundación se hiciese; porque, a la verdad, se les puede a ellos agradecer esta fundación, porque si no fueran allá y lo concertaran, yo pusiera poco en ella.

5 Díle que fuese para que pusiese torno y redes, adonde se había de tomar la posesión y estar las monjas hasta buscar casa a propósito. Así estuvo allá muchos días, que en la de Rodrigo de Moya, que, como he dicho, era padre de la una de estas doncellas, les dio parte de su casa muy de buena gana. Estuvo allá muchos días haciendo esto.

6 Cuando trajeron la licencia y yo estaba ya para partirme allá, supe que venía en ella que fuese la casa sujeta a los comendadores, y las monjas les diesen la obediencia; lo que yo no podía hacer, por ser la Orden de nuestra Señora del Carmen; y así tornaron de nuevo a pedir la licencia, que en ésta y la de Beas no hubiera remedio. Mas hízome tanta merced el rey, que en escribiéndole yo, mandó que se diese, que es al presente don Felipe, tan amigo de favorecer los religiosos que entienden que guardan su profesión, que como hubiese sabido la manera del proceder de estos monasterios, y ser de la primera regla, en todo nos ha favorecido. Y así, hijas, os ruego yo mucho que siempre se haga particular oración por su Majestad como ahora la hacemos.

7 Pues como se hubo de tornar por la licencia, partíme yo para Sevilla por mandado del padre provincial, que era entonces, y es ahora, el maestro fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, como queda dicho, y estuviéronse las pobres doncellas encerradas hasta el día de año nuevo adelante; y cuando ellas enviaron a Avila era por febrero. La licencia luego se trajo con brevedad; mas como yo estaba tan lejos y con tantos trabajos, no podía remediarlas y habíalas harta lástima, porque me escribían muchas veces con mucha pena, y así ya no se sufría detenerlas más.

8 Como ir yo era imposible, así por estar tan lejos, como por no estar acabada aquella fundación, acordó el padre maestro fray Jerónimo Gracián, que era visitador apostólico, como está dicho, que fuesen las monjas que allí habían de fundar, aunque no fuese yo, que se habían quedado en san José de Malagón. Procuré que fuese priora de quien yo confiaba lo haría muy bien, porque es harto mejor que yo, y llevando todo recaudo, se partieron con dos padres descalzos de los nuestros, que ya el padre Julián de Avila y Antonio Gaitán había días que se habían tornado a sus tierras, y por ser tan lejos no quise viniesen, y tan mal tiempo, que era fin de diciembre.

9 Llegadas allá, fueron recibidas con gran contento del pueblo, en especial de las que estaban encerradas. Fundaron el monasterio, poniendo el Santísimo Sacramento día del Nombre de Jesús, año de 1576. Luego tomaron las dos hábito. La otra tenía mucho humor de melancolía y debíale de hacer mal estar encerrada, cuánto más tanta estrechura y penitencia. Acordó de tornarse a su casa con una hermana suya.

10 Mirad, mis hijas, los juicios de Dios y la obligación que tenemos de servirle las que nos ha dejado perseverar hasta hacer profesión y quedar para siempre en la casa de Dios y por hijas de la Virgen, que se aprovechó su Majestad de la voluntad de esta doncella y de su hacienda para hacer este monasterio, y al tiempo que había de gozar de lo que tanto había deseado, faltóle la fortaleza y sujetóla el humor, a quien muchas veces, hijas, echamos la culpa de nuestras imperfecciones y mudanzas.

11 Plega a su Majestad que nos dé abundantemente su gracia, que con esto no habrá cosa que nos ataje los pasos para ir siempre adelante en su servicio, y que a todas nos ampare y favorezca para que no se pierda por nuestra flaqueza un tan gran principio como ha sido servido que comience en unas mujeres tan miserables como nosotras. En su nombre os pido, hermanas e hijas mías, que siempre lo pidáis a nuestro Señor, y que cada una haga cuenta de las que vinieren, que en ella torna a comenzar esta primera regla de la Orden de la Virgen nuestra Señora, y en ninguna manera se consienta en nada relajación. Mirad que de muy pocas cosas se abre puerta para muy grandes, y que sin sentirlo se os irá entrando el mundo. Acordaos con la pobreza y trabajo que se ha hecho lo que vosotras gozáis con descanso; y si bien lo advertís, veréis que estas casas en parte no las han fundado hombres las más de ellas, sino la mano poderosa de Dios, y que es muy amigo su Majestad de llevar adelante las obras que él hace, si no queda por nosotras. ¿De dónde pensáis que tuviera poder una mujercilla como yo para tan grandes obras, sujeta, sin solo un maravedí, ni quien con nada me favoreciese? Que este mi hermano, que ayudó en la fundación de Sevilla, que tenía algo y ánimo y buen alma para ayudar algo, estaba en las Indias.

12 Mirad, mirad, mis hijas, la mano de Dios, pues no sería por ser de sangre ilustre el hacerme honra. De todas cuantas maneras lo queráis mirar, entenderéis ser obra suya. No es razón que nosotras la disminuyamos en nada, aunque nos costase la vida y la honra y el descanso, cuanto más que todo lo tenemos aquí junto; porque vida es vivir de manera que no se tema la muerte ni todos los sucesos de la vida, y estar con esta ordinaria alegría que ahora todas traéis y esta prosperidad que no puede ser mayor que no temer la pobreza, antes desearla. Pues ¿a qué se puede comparar la paz interior y exterior con que siempre andáis? En vuestra mano está vivir y morir con ella, como veis que mueren las que hemos visto morir en estas casas. Porque, si siempre pedís a Dios lo lleve adelante, y no fiáis nada de vosotras, no os negará su misericordia. Si tenéis confianza en él y ánimos animosos -que es muy amigo su Majestad de esto-, no hayáis miedo que os falte nada. Nunca dejéis de recibir las que vinieren a querer ser monjas (como os contenten sus deseos y talentos, y que no sea por sólo remediarse, sino por servir a Dios con más perfección), porque no tenga bienes de fortuna, si los tiene de virtudes; que por otra parte remediará Dios lo que por ésta os habíais de remediar, con el doblo.

13 Gran experiencia tengo de ello. Bien sabe su Majestad que, a cuanto me puedo acordar, jamás he dejado de recibir ninguna por esta falta, como me contentase lo demás. Testigos son las muchas que están recibidas sólo por Dios, como vosotras sabéis. Y puédoos certificar, que no me daba tan gran contento cuando recibía la que traía mucho, como las que tomaba sólo por Dios; antes las había miedo, y las pobres me dilataban el espíritu, y daba un gozo tan grande, que me hacía llorar de alegría. Esto es verdad.

14 Pues si cuando estaban las casas por comprar y por hacer, nos ha ido tan bien con esto, después de tener adonde vivir, ¿por qué no se ha de hacer? Creedme, hijas, que por donde pensáis acrecentar, perderéis. Cuando la que viene lo tuviere, no teniendo otras obligaciones, como lo ha de dar a otros que no lo han por ventura menester, bien es os lo dé en limosna. Que yo confieso que me pareciera desamor si esto no hicieran. Mas siempre tened delante a la que entrare haga de lo que tuviere conforme a lo que le aconsejaren letrados, que es más servicio de Dios; porque harto mal sería que pretendiésemos bien de ninguna que entra, sino yendo por este fin. Mucho más ganamos en que ella haga lo que debe a Dios, digo con más perfección, que en cuanto puede traer, pues no pretendemos todas otra cosa, ni Dios nos dé tal lugar, sino que sea su Majestad servido en todo y por todo.

15 Y aunque yo soy miserable y ruin, para honra y gloria suya lo digo, y para que os holguéis de cómo se han fundado estas casas suyas. Que nunca en negocio de ellas, ni en cosa que se me ofreciese para esto, si pensara no salir con ninguna, si no era torciendo en algo este intento, en ninguna manera hiciera cosa, ni la he hecho -digo en estas fundaciones- que yo entendiese torcía de la voluntad del Señor un punto, conforme a lo que me aconsejaban mis confesores (que siempre han sido, después que ando en esto, grandes letrados y siervos de Dios, como sabéis), ni, que me acuerde, llegó jamás a mi pensamiento otra cosa.

16 Quizá me engaño y habré hecho muchas que no entienda, e imperfecciones serán sin cuento. Esto sabe nuestro Señor, que es verdadero juez -a cuanto yo he podido entender de mí, digo-, y también veo muy bien que no venía esto de mí, sino de querer Dios se hiciese esta obra, y como cosa suya me favorecía y hacía esta merced. Que para este propósito lo digo, hijas mías, de que entendáis estar más obligadas, y sepáis que no se han hecho con agraviar a ninguno hasta ahora. Bendito sea el que todo lo ha hecho y despertado la caridad de las personas que nos han ayudado. Plega a su Majestad que siempre nos ampare y dé gracia para que no seamos ingratas a tantas mercedes, amén.


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17 Ya habéis visto, hijas, que se han pasado algunos trabajos; aunque creo son los menos los que he escrito, porque si se hubieran de decir por menudo, era gran cansancio, así de los caminos, con aguas y nieves y con perderlos, y sobre todo muchas veces con tan poca salud, que alguna me acaeció -no sé si lo he dicho- que era en la primera jornada que salimos de Malagón para Beas, que iba con calentura y tantos males juntos, que me acaeció, mirando lo que tenía por andar y viéndome así, acordarme de nuestro padre Elías cuando iba huyendo de Jezabel y decir: «Señor, ¿cómo tengo yo de poder sufrir esto? Miradlo Vos». Verdad es que, como su Majestad me vio tan flaca, repentinamente me quitó la calentura y el mal; Tanto, que hasta después que he caído en ello, pensé que era porque había entrado allí un siervo de Dios, un clérigo, y quizá sería ello; al menos fue repentinamente quitarme el mal exterior e interior. En teniendo salud, con alegría pasaba los trabajos corporales.

18 Pues en llevar condiciones de muchas personas que era menester en cada pueblo, no se trabajaba poco. Y en dejar las hijas y hermanas mías, cuando me iba de una parte a otra, yo os digo que, como yo las amo tanto, que no ha sido la más pequeña cruz, en especial cuando pensaba que no las había de tornar a ver y veía su gran sentimiento y lágrimas. Que aunque están de otras cosas desasidas, ésta no se lo ha dado Dios, por ventura para que me fuese a mí más tormento, que tampoco lo estoy de ellas, aunque me esforzaba todo lo que podía para no se lo mostrar y las reñía; mas poco me aprovechaba, que es grande el amor que me tienen, y bien se ve en muchas cosas ser verdadero.

19 También habéis oído cómo era no sólo con licencia de nuestro reverendísimo padre general, sino dada debajo de precepto un mandamiento después; y no sólo esto, sino que cada casa que se fundaba, me escribía recibir grandísimo contento, habiendo fundado las dichas; que, cierto, el mayor alivio que yo tenía en los trabajos era ver el contento que le daba, por parecerme que en dársele servía a nuestro Señor, por ser mi prelado, y, dejado de eso, yo le amo mucho.

20 O es que su Majestad fue servido de darme ya algún descanso, o que al demonio le pesó, porque se hacían tantas casas adonde se servía nuestro Señor (bien se ha entendido no fue por voluntad de nuestro padre general; porque me había escrito -suplicándole yo no me mandase ya fundar más casas- que no lo haría, porque deseaba fundase tantas como tengo cabellos en la cabeza, y esto no había muchos años), antes que me viniese a Sevilla, de un capítulo general que se hizo, adonde parece se había de tener en servicio lo que se había acrecentado la Orden, tráenme un mandamiento dado en definitorio, no sólo para que no fundase más, sino para que por ninguna vía saliese de la casa que eligiese para estar, que es como manera de cárcel; porque no hay monja que para cosas necesarias al bien de la Orden no la pueda mandar ir el provincial de una parte a otra, digo de un monasterio a otro. Y lo peor era estar disgustado conmigo nuestro padre general, que era lo que a mi me daba pena, harto sin causa, sino con informaciones de personas apasionadas. Con esto me dijeron juntamente otras dos cosas de testimonios bien graves que me levantaban. Yo os digo, hermanas, para que veáis la misericordia de nuestro Señor y cómo no desampara su Majestad a quien desea servirle, que no sólo no me dio pena, sino un gozo tan accidental que no cabía en mí, de manera que no me espanto de lo que hacía el rey David cuando iba delante del arca del Señor; porque no quisiera yo entonces hacer otra cosa, según el gozo, que no sabía cómo le encubrir. No sé la causa, porque en otras grandes murmuraciones y contradicciones en que me he visto no me ha acaecido tal. Mas al menos la una cosa de éstas que me dijeron era gravísima. Que esto del no fundar, si no era por el disgusto del reverendísimo general, era gran descanso para mí y cosa que yo deseaba muchas veces, acabar la vida en sosiego; aunque no pensaban esto los que lo procuraban, sino que me hacían el mayor pesar del mundo, y otros buenos intentos tendrían quizá.

21 También algunas veces me daban contento las grandes contradicciones y dichos que en este andar a fundar ha habido, con buena intención unos, otros por otros fines. Mas tan gran alegría como de esto sentí, no me acuerdo, por trabajo que me venga, haberla sentido. Que yo confieso que en otro tiempo, cualquiera cosa de las tres que me vinieron juntas fuera harto trabajo para mí. Creo fue mi gozo principal parecerme que, pues las criaturas me pagaban así, que tenía contento al Criador. Porque tengo entendido que el que le tomare por cosas de la tierra o dichos de alabanzas de los hombres, está muy engañado; dejado de la poca ganancia que en esto hay, una cosa les parece hoy, otra mañana; de lo que una vez dicen bien, presto tornan a decir mal. Bendito seáis Vos, Dios y Señor mío, que sois inmutable por siempre jamás, amén. Quien os sirviere hasta la fin, vivirá sin fin en vuestra eternidad.

22 Comencé a escribir estas Fundaciones por mandato del padre maestro Ripalda, de la Compañía de Jesús, como dije al principio, que era entonces el rector del colegio de Salamanca, con quien yo entonces me confesaba. Estando en el monasterio del glorioso san José que está allí, año de 1573, escribí algunas de ellas. Y por las muchas ocupaciones habíalas dejado y no quería pasar adelante, por no me confesar ya con el dicho, a causa de estar en diferentes partes, y también por el gran trabajo y trabajos que me cuesta lo que he escrito, aunque, como ha siempre sido mandado por obediencia, yo los doy por bien empleados. Estando muy determinada a esto, me mandó el padre comisario apostólico, que es ahora el maestro fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios que las acabase. Diciéndole yo el poco lugar que tenía, y otras cosas que se me ofrecieron, que como ruin obediente le dije (porque también se me hacía gran cansancio, sobre otros que tenía), con todo me mandó, poco a poco o como pudiese, las acabase.
Así lo he hecho, sujetándome en todo a que quiten los que entienden. Lo que es mal dicho, que lo quiten; que por ventura lo que a mí me parece mejor, irá mal.
Hase acabado hoy, víspera de san Eugenio, a catorce días del mes de noviembre, año de 1576, en el monasterio de san José de Toledo, adonde ahora estoy, por mandado del padre comisario apostólico, el maestro fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, a quien ahora tenemos por prelado descalzos y descalzas de la primitiva regla, siendo también visitador de los de la mitigada de la Andalucía, a gloria y honra de nuestro Señor Jesucristo, que reina y reinará para siempre, amén.

23 Por amor de nuestro Señor pido a las hermanas y hermanos que esto leyeren, me encomienden a nuestro Señor para que haya misericordia de mí y me libre de las penas purgatorio y me deje gozar de sí, si hubiere merecido estar en él. Pues mientras fuere viva no lo habéis de ver, séame alguna ganancia para después de muerta lo que me he cansado en escribir esto, y el gran deseo con que lo he escrito de acertar a decir algo que os dé consuelo, si tuvieren por bien que lo leáis.




Capítulo 28


La fundación de Villanueva de la Jara.




1 Acabada la fundación de Sevilla, cesaron las fundaciones por más de cuatro años. La causa fue que comenzaron grandes persecuciones muy de golpe a los descalzos y descalzas, que aunque ya había habido hartas, no en tanto extremo, que estuvo a punto de acabarse todo. Mostróse bien lo que sentía el demonio este santo principio que nuestro Señor había comenzado y ser obra suya, pues fue adelante. Padecieron mucho los descalzos, en especial las cabezas, de graves testimonios y contradicción de casi todos los padres calzados.

2 Estos informaron a nuestro reverendísimo padre general de manera que, con ser muy santo y el que había dado la licencia para que se fundasen todos los monastreios (fuera de san José de Avila, que fue el primero, que éste se hizo con licencia del papa), le pusieron de suerte que ponía mucho para que no pasasen adelante los descalzos; que con los monasterios de las monjas siempre estuvo bien. Y porque yo no ayudaba a esto, le pusieron desabrido conmigo, que fue el mayor trabajo que yo he pasado en estas fundaciones, aunque he pasado hartos; porque dejar de ayudar a que fuese adelante obra adonde yo claramente veía servirse nuestro Señor y acrecentarse nuestra Orden, no me lo consentían muy grandes letrados, con quien me confesaba y aconsejaba; e ir contra lo que veía quería mi prelado, érame una muerte. Porque, dejada la obligación que le tenia por serlo, amábale muy tiernamente, y debíaselo bien debido. Verdad es que, aunque yo quisiera darle en esto contento, no podía, por haber visitadores apostólicos, a quien forzado había de obedecer.

3 Murió un nuncio santo que favorecía mucho la virtud, y así estimaba los descalzos. Vino otro que parecía le había enviado Dios para ejercitarnos en padecer. Era algo deudo del papa, y debe ser siervo de Dios, sino que comenzó a tomar muy a pechos a favorecer a los calzados, y conforme a la información que le hacían de nosotros, enteróse mucho en que era bien no fuesen adelante estos principios, y así comenzó a ponerlo por obra con grandísimo rigor, condenando a los que le pareció le podían resistir, encarcelándolos, desterrándolos.

4 Los que más padecieron fue el padre fray Antonio de Jesús, que es el que comenzó el primer monasterio de descalzos, y el padre fray Jerónimo Gracián, a quien había hecho el nuncio pasado visitador apostólico de los del paño, con el cual fue grande el disgusto que tuvo, y con el padre Mariano de san Benito. De estos padres he dicho ya quién son en las fundaciones pasadas. Otros de los más graves penitenció, aunque no tanto. A éstos ponía muchas censuras, que no tratasen de ningún negocio.

5 Bien se entendía venir todo de Dios, y que lo permitía su Majestad para mayor bien y para que fuese más entendida la virtud de estos padres, como lo ha sido. Puso prelado del paño para que visitase nuestros monasterios de monjas y de los frailes; que a haber lo que él pensaba, fuera harto trabajo. Y así se pasó grandísimo, como se escribirá de quien lo sepa mejor decir, que yo no hago sino tocar en ello, para que entiendan las monjas que vinieren cuán obligadas están a llevar adelante la perfección, pues hallan llano lo que tanto ha costado a las de ahora. Que algunas de ellas han padecido muy mucho en estos tiempos, de grandes testimonios, que me lastimaba a mí muy mucho más de lo que yo pasaba, que esto antes me era gran gusto. Parecíame ser yo la causa de toda esta tormenta, y que si me echasen en la mar, como a Jonás, cesaría la tempestad. Sea Dios alabado que favorece la verdad.

6 Y así sucedió en esto. Que como nuestro católico rey don Felipe supo lo que pasaba y estaba informado de la vida y religión de los descalzos, tomó la mano a favorecernos, de manera que no quiso juzgase sólo el nuncio nuestra causa, sino diole cuatro acompañados, personas graves, y los tres religiosos, para que mirase bien nuestra justicia. Era el uno de ellos el padre maestro fray Pedro Fernández, persona de muy santa vida y grandes letras y entendimiento. Había sido comisario apostólico y visitador de los del paño de la provincia de Castilla, a quien los descalzos estuvimos también sujetos, y sabía bien la verdad de cómo vivían los unos y los otros; que no deseábamos todos otra cosa, sino que esto se entendiese. Y así, en viendo yo que el rey le había nombrado, di el negocio por acabado, como por la misericordia de Dios lo está. Plega a su Majestad sea para honra y gloria suya. Aunque eran muchos los señores del reino y obispos que se daban prisa a informar de la verdad al nuncio, todo aprovechara poco si Dios no tomara por medio al rey.

7 Estamos todas, hermanas, muy obligadas a siempre en nuestras oraciones encomendarle a nuestro Señor y a los que han favorecido su causa y de la Virgen nuestra Señora, y así os lo encomiendo mucho. ¡Ya veréis, hermanas, el lugar que había para fundar! Todas nos ocupábamos en oraciones y penitencias sin cesar, para que lo fundado llevase Dios adelante, si se había de servir en ello.

8 En el principio de estos grandes trabajos (que dicho tan en breve os parecerán poco, y padecido tanto tiempo ha sido muy mucho), estando yo en Toledo, que venía de la fundación de Sevilla, año de 1576, me llevó cartas un clérigo de Villanueva de la Jara, del ayuntamiento de este lugar, que iba a negociar conmigo admitiese para monasterio nueve mujeres que se habían entrado juntas en una ermita de la gloriosa santa Ana que había en aquel pueblo, con una casa pequeña cabe ella, algunos años había, y vivían con tanto recogimiento y santidad, que convidaba a todo el pueblo a procurar cumplir sus deseos, que eran ser monjas. Escribióme también un doctor, cura que es de este lugar, llamado Agustín de Ervías, hombre docto y de mucha virtud. Esta le hacía ayudar cuanto podía a esta santa obra.

9 A mí me pareció cosa que en ninguna manera convenía admitirla, por estas razones: la primera, por ser tantas, y parecíame cosa muy dificultosa, mostradas a su manera de vivir, acomodarse a la nuestra. La segunda, porque no tenía casi nada para poderse sustentar, y el lugar no es poco más de mil vecinos, que para vivir de limosna es poca ayuda; aunque el ayuntamiento se ofrecía a sustentarlas, no me parecía cosa durable. La tercera, que no tenían casa. La cuarta, lejos de estotros monasterios. Quinta, y que aunque me decían eran muy buenas, como no las había visto, no podía entender si tenían los talentos que pretendemos en estos monasterios. Y así me determiné a despedirlo del todo.

10 Para esto quise primero hablar a mi confesor, que era el doctor Velázquez, canónigo y catedrático de Toledo, hombre muy letrado y virtuoso, que ahora es obispo de Osma, porque siempre tengo de costumbre no hacer cosa por mi parecer, sino de personas semejantes. Como vio las cartas y entendió el negocio, díjome que no lo despidiese, sino que respondiese bien; porque cuando tantos corazones juntaba Dios en una cosa, que se entendía se había de servir de ella. Yo lo hice así, que no lo admití del todo ni lo despedí. En importunar por ello y procurar personas por quien yo lo hiciese se pasó hasta este año de 80, con parecerme siempre que era desatino admitirlo. Cuando respondía nunca podía responder del todo mal.

11 Acertó a venir a cumplir su destierro el padre fray Antonio de Jesús al monasterio de nuestra Señora del Socorro, que está tres leguas de este lugar de Villanueva; y viniendo a predicar a él y el prior de este monasterio, que al presente es el padre fray Gabriel de la Asunción, persona muy avisada y siervo de Dios, venía también mucho al mismo lugar, que eran amigos del doctor Ervías, y comenzaron a tratar con estas santas hermanas. Y aficionados de su virtud y persuadidos del pueblo y del doctor, tomaron este negocio por propio y comenzaron a persuadirme con mucha fuerza con cartas. Y estando yo en san José de Malagón, que es 26 leguas y más de Villanueva, fue el mismo padre prior a hablarme sobre ello, dándome cuenta de lo que se podía hacer, y cómo después de hecho daría el doctor Ervías trescientos ducados de renta sobre la que él tiene de su beneficio; que se procurase de Roma.

12 Esto se me hizo muy incierto, pareciéndome habría flojedad después de hecho, que con lo poco que ellas tenían, bien bastaba. Y así dije muchas razones al padre prior, para que viese no convenía hacerse, y a mi parecer bastantes, y dije que lo mirasen mucho él y el padre fray Antonio, que yo lo dejaba sobre su conciencia, pareciéndome que con lo que yo les decía bastaba para no hacerse.

13 Después de ido, consideré cuán aficionado estaba a ello y que había de persuadir al prelado que ahora tenemos, que es el padre maestro fray Angel de Salazar, para que lo admitiese; y dime mucha prisa a escribirle, suplicándole que no diese esta licencia, diciéndole las causas; y según después me escribió, no la había querido dar, si no era pareciéndome a mí bien.

14 Pasaron como mes y medio, no sé si algo más. Cuando ya pensé lo tenía estorbado, envíanme un mensajero con cartas del ayuntamiento, adonde se obligaban que no les faltaría lo que hubiese menester, y el doctor Ervías a lo que tengo dicho, y cartas de estos dos reverendos padres con mucho encarecimiento. Era tanto lo que yo temía el admitir tantas hermanas, pareciéndome había de haber algún bando contra las que fuesen, como suele acaecer, y también en no ver cosa segura para su mantenimiento, porque lo que ofrecían no era cosa que hacía fuerza, que me vi en harta confusión. Después he entendido era el demonio, que con haberme el Señor dado ánimo, me tenía con tanta pusilanimidad entonces, que no parece confiaba nada de Dios. Mas las oraciones de aquellas benditas almas, en fin, pudieron más.

15 Acabando un día de comulgar, y estándolo encomendando a Dios, como hacía muchas veces (que lo que me hacía responderles antes bien, era temer si estorbaba algún aprovechamiento de algunas almas, que siempre mi deseo es ser algún medio para que se alabase nuestro Señor y hubiese más quien le sirviese), me hizo su Majestad una gran reprensión, diciéndome que con qué tesoros se había hecho lo que estaba hecho hasta aquí; que no dudase de admitir esta casa, que sería para mucho servicio suyo y aprovechamiento de las almas.

16 Como son tan poderosas estas palabras de Dios, que no sólo las entiende el entendimiento, sino que le alumbra para entender la verdad, y dispone la voluntad para querer obrarlo, así me acaeció a mí; que no sólo gusté de admitirlo, sino que me pareció había sido culpa tanto detenerme y estar tan asida a razones humanas, pues tan sobre razón he visto lo que su Majestad ha obrado por esta sagrada religión.

17 Determinada en admitir esta fundación, me pareció sería necesario ir yo con las monjas que en ella habían de quedar, por muchas cosas que se me representaron, aunque el natural sentía mucho por haber venido bien mala hasta Malagón y andarlo siempre. Mas pareciéndome se serviría nuestro Señor, lo escribí al prelado para que me mandase lo que mejor le pareciese, el cual envió la licencia para la fundación y el precepto de que me hallase presente y llevase las monjas que me pareciese, que me puso en harto cuidado, por haber de estar con las que allá estaban. Encomendándolo mucho a nuestro Señor, saqué dos del monasterio de san José de Toledo, la una para priora, y dos del de Malagón, y la una para supriora. Y como tanto se había pedido a su Majestad, acertóse muy bien, que no lo tuve en poco. Porque en las fundaciones que solas nosotras comienzan, todas se acomodan bien.

18 Vinieron por nosotras el padre fray Antonio de Jesús y el padre prior fray Gabriel de la Asunción. Dado todo recaudo del pueblo, partimos de Malagón sábado antes de cuaresma, a trece días de febrero, año de 1580. Fue Dios servido de hacer tan buen tiempo y darme tanta salud, que parecía nunca había tenido mal. Que yo me espantaba y consideraba lo mucho que importa no mirar nuestra flaca disposición cuando entendemos se sirve el Señor, por contradicción que se nos ponga delante, pues es poderoso de hacer de los flacos fuertes y de los enfermos sanos. Y cuando esto no hiciere, será lo mejor padecer para nuestra alma, y puestos los ojos en su honra y gloria, olvidarnos a nosotros. ¿Para qué es la vida y la salud, sino para perderla por tan gran Rey y Señor? Creedme, hermanas, que jamás os irá mal en ir por aquí.

19 Yo confieso que mi ruindad y flaqueza muchas veces me ha hecho temer y dudar; mas no me acuerdo ninguna, después que el Señor me dio hábito de descalza, ni algunos años antes, que no me hiciese merced, por su sola misericordia, de vencer estas tentaciones y arrojarme a lo que entendía era mayor servicio suyo, por dificultoso que fuese. Bien claro entiendo que era poco lo que hacía de mi parte, mas no quiere más Dios de esta determinación para hacerlo todo de la suya. Sea por siempre bendito y alabado, amén.

20 Habíamos de ir al monasterio de nuestra Señora del Socorro, que ya queda dicho que está tres leguas de Villanueva, y detenernos allí para avisar cómo íbamos, que lo tenían así concertado, y yo era razón obedeciese a estos padres, con quien íbamos, en todo. Está esta casa en un desierto y soledad harto sabrosa. Y como llegamos cerca, salieron los frailes a recibir a su prior con mucho concierto. Como iban descalzos y con sus capas pobres de sayal, hiciéronnos a todas devoción, y a mí me enterneció mucho, pareciéndome estar en aquel florido tiempo de nuestros santos padres. Parecían en aquel campo unas flores blancas olorosas, y así creo yo lo son a Dios, porque, a mi parecer, es allí servido muy a las veras. Entraron en la iglesia con un Te Deum y voces muy mortificadas. La entrada de ella es debajo de tierra, como por una cueva, que representaba la de nuestro padre Elías. Cierto, yo iba con tanto gozo interior, que diera por muy bien empleado más largo camino; aunque me hizo harta lástima ser ya muerta la santa por quien nuestro Señor fundó esta casa, que no merecí verla, aunque lo deseé mucho.

21 Paréceme no será cosa ociosa tratar aquí algo de su vida y por los términos que nuestro Señor quiso se fundase allí este monasterio, que tanto provecho ha sido para muchas almas de los lugares del rededor, según soy informada; y para que viendo la penitencia de esta santa, veáis, mis hermanas, cuán atrás quedamos nosotras, y os esforcéis para de nuevo servir a nuestro Señor; pues no hay por qué seamos para menos, pues no venimos de gente tan delicada y noble; que aunque esto no importe, dígolo porque había tenido vida regalada, conforme a quien era, que venía de los duques de Cardona, y así se llamaba ella doña Catalina de Cardona. Después de algunas veces que me escribió sólo firmaba "la pecadora".

22 De su vida, antes que el Señor la hiciese tan grandes mercedes, dirán los que escribieren su vida, y más particularmente lo mucho que hay que decir de ella. Por si no llegare a vuestra noticia, diré aquí lo que me han dicho algunas personas que la trataban, dignas de creer.

23 Estando esta santa entre personas y señores de mucha calidad, siempre tenía mucha cuenta con su alma y hacía penitencia. Creció tanto el deseo de ella y de irse adonde sola pudiese gozar de Dios y emplearse en hacer penitencia, si que ninguno la estorbase. Esto trataba con sus confesores y no se lo consentían; que como está ya el mundo tan puesto en discreción, y casi olvidadas las grandes mercedes que hizo Dios a los santos y santas que en los desiertos le sirvieron, no me espanto les pareciese desatino. Mas como no deja su Majestad de favorecer a los verdaderos deseos para que se pongan en obra, ordenó que viniese a confesar con un padre francisco, que llaman fray Francisco de Torres, a quien yo conozco muy bien, y le tengo por santo, y con grande hervor de penitencia y oración ha muchos años que vive y con hartas persecuciones. Debe bien de saber la merced que Dios hace a los que se esfuerzan a recibirlas, y así le dijo que no se detuviese, sino que siguiese el llamamiento que su Majestad le hacía. No sé yo si fueron éstas las palabras, más entiéndese, pues luego lo puso por obra.

24 Descubrióse a un ermitaño que estaba en Alcalá, y rogóle se fuese con ella sin que jamás lo dijese a ninguna persona, y aportaron adonde está este monasterio, adonde halló una covezuela, que apenas cabía. Aquí la dejó. Mas ¡qué amor debía llevar, pues no tenía cuidado de lo que había de comer, ni los peligros que le podían suceder, ni la infamia que podía haber cuando no pareciese!!Qué borracha debía de ir esta santa alma, embebida en que ninguno le estorbase de gozar de su Esposo, y qué determinada a no querer más mundo, pues así huía de todos sus contentos!

25 Consideremos esto bien, hermanas, y miremos cómo de un golpe lo venció todo; porque aunque no sea menos lo que vosotras hacéis en entraros en esta sagrada religión y ofrecer a Dios vuestra voluntad y profesar tan continuo encerramiento, no sé si se pasan estos hervores del principio a algunas, y tornamos a sujetarnos en algunas cosas de nuestro amor propio. Plega a la divina Majestad que no sea así, sino que, ya que remedamos a esta santa en querer huir del mundo, estemos en todo muy fuera de él en lo interior.

26 Muchas cosas he oído de la grande aspereza de su vida, y débese de saber lo menos; porque en tantos años como estuvo en aquella soledad, con tan grandes deseos de hacerla, no habiendo quien a ellos le fuese a la mano, terriblemente debía tratar su cuerpo. Diré lo que a ella misma oyeron algunas personas y las monjas de san José de Toledo, adonde ella entró a verlas, y como con hermanas hablaba con llaneza, y así lo hacía con otras personas, porque era grande su sencillez, y debíalo ser la humildad. Y como quien tenía entendido que no tenía ninguna cosa de sí, estaba muy lejos de vanagloria, y gozábase de decir las mercedes que Dios le hacía para que por ellas fuese alabado y glorificado su nombre. Cosa peligrosa para los que no han llegado a este estado, que por lo menos les parece alabanza propia; aunque la llaneza y santa simplicidad le debía librar de esto, porque nunca oí ponerle esta falta.

27 Dijo que había estado ocho años en aquella cueva, y muchos días pasando con las yerbas del campo y raíces. Porque como se le acabaron tres panes que le dejó el que fue con ella, no lo tenía hasta que fue por allí un pastorcico. Este la proveía después de pan y harina que era lo que ella comía: unas tortillas cocidas en la lumbre, y no otra cosa. Esto, a tercer día. Y es muy cierto, que aun los frailes que están allí son testigos, y era ya después que ella estaba muy gastada. Algunas veces le hacían comer una sardina u otras cosas, cuando ella fue a procurar cómo hacer el monasterio, y antes sentía daño que provecho. Vino nunca lo bebió, que yo haya sabido. Las disciplinas eran con una gran cadena, y duraban muchas veces dos horas, y hora y media. Los cilicios tan asperísimos, que me dijo una persona, mujer, que viniendo de romería se había quedado a dormir con ella una noche, y héchose dormida, y que la vio quitar los cilicios llenos de sangre y limpiarlos. Y más era lo que pasaba, según ella decía a estas monjas que he dicho, con los demonios, que le aparecían como unos alanos grandes y se le subían por los hombros, y otras como culebras. Ella no les había ningún miedo.

28 Después que hizo el monasterio, todavía se iba, y estaba y dormía a su cueva, si no era ir a los oficios divinos. Y antes que se hiciese, iba a misa a un monasterio de mercedarios, que está un cuarto de legua, y algunas veces de rodillas. Su vestido era buriel y túnica de sayal, y de manera hecho, que pensaban era hombre. Después de estos años que aquí estuvo tan a solas, quiso el Señor se divulgase, y comenzaron a tener tanta devoción con ella, que no se podía valer de la gente. A todos hablaba con mucha caridad y amor. Mientras más iba el tiempo, mayor concurso de gente acudía; y quien la podía hablar no pensaba tenía poco. Ella estaba tan cansada de esto, que decía la tenían muerta. Venía día estar todo el campo lleno de carros; casi después que estuvieron allí los frailes, no tenían otro remedio sino levantarla en alto para que les echase la bendición, y con eso se libraban. Después de los ocho años que estuvo en la cueva, que ya era mayor, porque se la habían hecho los que allí iban, diole una enfermedad muy grande, que pensó morirse, y todo lo pasaba en aquella cueva.

29 Comenzó a tener deseos de que hubiese allí un monasterio de frailes, y con éste estuvo algún tiempo, no sabiendo de qué Orden lo haría; y estando una vez rezando a un crucifijo que siempre traía consigo, le mostró nuestro Señor una capa blanca, y entendió que fuese de los descalzos carmelitas, y nunca había venido a su noticia que los había en el mundo. Entonces estaban hechos solos dos monasterios, el de Mancera y Pastrana. Debíase después de esto de informar. Y como supo que le había en Pastrana, y ella tenía mucha amistad con la princesa de Eboli de tiempos pasados, mujer del príncipe Ruy Gómez, cuya era Pastrana, partióse para allá a procurar cómo hacer este monasterio que ella tanto deseaba.

30 Allí, en el monasterio de Pastrana, en la iglesia de san Pedro -que así se llama- tomó el hábito de nuestra Señora, aunque no con intento de ser monja ni profesar, que nunca a ser monja se inclinó; como el Señor la llevaba por otro camino, parecíale le quitaran por obediencia sus intentos de asperezas y soledad. Estando presentes todos los frailes, recibió el hábito de nuestra Señora del Carmen.

31 Hallóse allí el padre Mariano -de quien ya he hecho mención en estas fundaciones-, el cual me dijo a mí misma que le había dado una suspensión o arrobamiento, que del todo le enajenó; y que estando así, vio muchos frailes y monjas muertos; unos descabezados, otros cortadas las piernas y los brazos como que los martirizaban, que esto se da a entender en esta visión. Y no es hombre que dirá si no lo que viere, ni tampoco está acostumbrado su espíritu a estas suspensiones, que no le lleva Dios por este camino. Rogad a Dios, hermanas, que sea verdad y que en nuestros tiempos merezcamos ver tan gran bien y ser nosotras de ellas.

32 De aquí de Pastrana comenzó a procurar la santa Cardona con qué hacer su monasterio, y para esto tornó a la corte, de donde con tanta gana había salido (que no le sería pequeño tormento), adonde no le faltaron hartas murmuraciones y trabajo; porque cuando salía de casa no se podía valer de gente. Esto en todas las partes que fue. Unos le cortaban del hábito, otros de la capa. Entonces fue a Toledo, adonde estuvo con nuestras monjas. Todas me han afirmado que era tan grande el olor que tenía de reliquias, que hasta el hábito y la cinta (después que le dejó, porque le dieron otro y se le quitaron) era para alabar a nuestro Señor el olor. Y mientras más a ella se llegaban, era mayor, con ser los vestidos de suerte con la calor, que hacía mucha, que antes le habían de tener malo. Sé que no dirán sino toda verdad; y así quedaron con mucha devoción.

33 En la corte y otras partes le dieron para poder hacer su monasterio, y llevando licencia se fundó. Hízose la iglesia adonde era su cueva, y a ella le hicieron otra desviada, adonde tenía un sepulcro de bulto, y se estaba noche y día lo más del tiempo. Duróle poco, que no vivió sino cerca de cinco años y medio después que tuvo allí el monasterio, que con la vida tan áspera que hacía, aun lo que había vivido parecía sobrenatural. Su muerte fue año de 1577, a lo que ahora me parece. Hiciéronle las honras con grandísima solemnidad, porque un caballero que llaman fray Juan de León tenía gran devoción con ella, y puso en esto mucho. Está ahora enterrada en depósito en una capilla de nuestra Señora, de quien ella era en extremo devota, hasta hacer mayor iglesia de la que tienen para poner su bendito cuerpo como es razón.

34 Es grande la devoción que tienen en este monasterio por su causa, y así parece quedó en él y en todo aquel termino, en especial mirando aquella soledad y cueva, adonde estuvo antes que determinase hacer el monasterio. Me han certificado que estaba tan cansada y afligida de ver la mucha gente que la venía a ver, que se quiso ir a otra parte, adonde nadie supiese de ella, y envió por el ermitaño que la había traído allí para que la llevase, y era ya muerto. Y nuestro Señor, que tenía determinado se hiciese allí esta casa de nuestra Señora, no le dio lugar a que se fuese; porque, como he dicho, entiendo se sirve mucho allí. Tienen gran aparejo, y vese bien en ellos que gustan de estar apartados de gente. En especial el prior, que también le sacó Dios, para tomar este hábito, de harto regalo, y así le ha pagado bien con hacérselos espirituales.

35 Hízonos allí mucha caridad. Diéronnos de lo que tenían en la iglesia para la que íbamos a fundar, que, como esta santa era querida de tantas personas principales, estaba bien proveída de ornamentos. Yo me consolé muy mucho lo que allí estuve, aunque con harta confusión, y me dura; porque veía que la que había hecho allí la penitencia tan áspera era mujer como yo y más delicada, por ser quien era, y no tan gran pecadora como yo soy, que en esto de la una a la otra no se sufre comparación, y he recibido muy mayores mercedes de nuestro Señor de muchas maneras, y no me tener ya en el infierno, según mis grandes pecados, es grandísima. Sólo el deseo de remedarla, si pudiera, me consolaba, mas no mucho. Porque toda mi vida se me ha ido en deseos y las obras no las hago. Válgame la misericordia de Dios, en quien yo he confiado siempre por su Hijo sacratísimo y la Virgen nuestra Señora, cuyo hábito por la bondad del Señor traigo.

36 Acabando de comulgar un día en aquella santa iglesia, me dio un recogimiento muy grande con una suspensión que me enajenó. En ella se me representó esta santa mujer por visión intelectual como cuerpo glorificado, y algunos ángeles con ella; díjome que no me cansase, sino que procurase ir adelante en estas fundaciones. Entiendo yo, aunque no lo señaló, que ella me ayudaba delante de Dios. También me dijo otra cosa que no hay para qué la escribir. Yo quedé harto consolada y con deseo de trabajar, y espero en la bondad del Señor, que con tan buen ayuda como estas oraciones, podré servirle en algo.
Veis aquí, hermanas mías, cómo ya acabaron estos trabajos, y la gloria que tiene será sin fin. Esforcémonos ahora, por amor de nuestro Señor, a seguir a esta hermana nuestra; aborreciéndonos a nosotras mismas, como ella se aborreció, acabaremos nuestra jornada, pues se anda con tanta brevedad y se acaba todo.

37 Llegamos el domingo primero de la cuaresma, que era víspera de la Cátedra de san Pedro, día de san Barbaciani, año de 1580, a Villanueva de la Jara. Este mismo día se puso el Santísimo Sacramento en la iglesia de la gloriosa santa Ana, a la hora de misa mayor. Saliéronnos a recibir todo el ayuntamiento y otros algunos con el doctor Ervías, y fuímonos a apear a la iglesia del pueblo, que estaba bien lejos de la de santa Ana. Era tanta la alegría de todo el pueblo, que me hizo harta consolación ver con el contento que recibían la Orden de la sacratísima Virgen Señora nuestra. Desde lejos oíamos el repicar de las campanas. Entradas en la iglesia, comenzaron el Te Deum, un verso la capilla de canto de órgano y otro el órgano. Acabado, tenían puesto el Santísimo Sacramento en unas andas y a nuestra Señora en otras, con cruces y pendones. Iba la procesión con harta autoridad. Nosotras, con nuestras capas blancas y velos delante del rostro, íbamos en mitad cabe el Santísimo Sacramento, y junto a nosotras, nuestros frailes descalzos (que fueron hartos del monasterio), y los franciscos (que hay monasterio en el lugar, de san Francisco) iban allí, y un fraile dominico que se halló en el lugar, que aunque era solo me dio contento ver allí aquel hábito. Como era lejos, había muchos altares. Deteníanse algunas veces diciendo letras de nuestra Orden, que nos hacía harta devoción, y ver que todos iban alabando al gran Dios que llevábamos presente y que por él se hacía tanto caso de siete pobrecillas descalzas que íbamos allí. Con todo esto que yo consideraba, me hacía harta confusión, acordándome iba yo entre ellas, y cómo, si se hubiera de hacer como yo merecía, fuera volverse todos contra mí.

38 Heos dado tan larga cuenta de esta honra que se hizo al hábito de la Virgen para que alabéis a nuestro Señor y le supliquéis se sirva de esta fundación; porque con más contento estoy cuando es con mucha persecución y trabajos, y con más gana os lo cuento. Verdad es que estas hermanas que estaban aquí los han pasado casi seis años; al menos más de cinco y medio que ha que entraron en esta casa de la gloriosa santa Ana, dejada la mucha pobreza y trabajo que tenían en ganar de comer, porque nunca quisieron pedir limosna (la causa era, porque no les pareciese estaban allí para que les diesen de comer), y la gran penitencia que hacían, así en ayunar mucho y comer poco, malas camas y muy poquita casa, que para tanto encerramiento como siempre tuvieron, era harto trabajo.

39 El mayor que me dijeron habían tenido era el grandísimo deseo de verse con el hábito, que éste noche y día las atormentaba grandísimamente, pareciéndoles nunca lo habían de ver. Y así toda su oración era porque Dios les hiciese esta merced, con lágrimas muy ordinarias; y en viendo que había algún desvío, se afligían en extremo y crecía la penitencia. De lo que ganaban dejaban de comer para pagar los mensajeros que iban a mí y, mostrar la gracia que ellas podían con su pobreza a los que las podían ayudar en algo. Bien entiendo yo, después que las traté y vi su santidad, que sus oraciones y lágrimas habían negociado para que la Orden las admitiese. Y así he tenido por muy mayor tesoro que estén en ella tales almas, que si tuvieran mucha renta. Y espero irá la casa muy adelante.

40 Pues como entramos en la casa, estaban todas a la puerta de adentro, cada una de su librea; porque como entraron se estaban, que nunca habían querido tomar traje de beatas, esperando esto, aunque el que tenían era harto honesto; que bien parecía en él tener poco cuidado de sí, según estaban mal aliñadas, y casi todas tan flacas, que se mostraba haber tenido vida de harta penitencia.

41 Recibiéronnos con hartas lágrimas del gran contento, y hase parecido no ser fingidas, y su mucha virtud en la alegría que tienen y la humildad y obediencia a la priora, y a todas las que vinieron a fundar, no saben placeres que les hacer. Todo su miedo era si se habían de tornar a ir viendo su pobreza y poca casa. Ninguna había mandado, sino con gran hermandad cada una trabajaba lo más que podía. Dos que eran de más edad negociaban cuanto era menester; las otras jamás hablaban con ninguna persona, ni querían. Nunca tuvieron llave a la puerta, sino una aldaba; ni ninguna osaba llegar a ella, sino la más vieja respondía. Dormían muy poco por ganar de comer y por no perder la oración, que tenían hartas horas; los días de fiesta todo el día.

42 Por los libros de fray Luis de Granada y de fray Pedro de Alcántara se gobernaban. El más tiempo rezaban el oficio divino con un poco que sabían leer, que sola una lee bien, y no con breviarios conformes. Unos les habían dado de lo viejo romano algunos clérigos, como no se aprovechaban de ellos; otros como podían; y como no sabían leer, estábanse muchas horas. Esto no lo rezaban adonde de fuera las oyese. Dios tomaría su intención y trabajo, que pocas verdades debían decir. Como el padre fray Antonio de Jesús las comenzó a tratar, hizo que no rezasen sino el oficio de nuestra Señora. Tenían su horno en que cocían el pan. Y todo con un concierto como si tuvieran quien las mandara.

43 A mí me hizo alabar a nuestro Señor, y mientras más las trataba, más contento me daba haber venido. Paréceme que por muchos trabajos que hubiera de pasar, no quisiera haber dejado de consolar estas almas. Y las que quedan de mis compañeras me decían que luego a los primeros días les hizo alguna contradicción; mas que como las fueron conociendo y entendiendo su virtud, estaban alegrísimas de quedar con ellas y las tenían mucho amor. Gran cosa puede la santidad y virtud. Verdad es que eran tales, que aunque hallaran muchas dificultades y trabajos lo llevaran bien con el favor del Señor, porque desean padecer en su servicio; y la hermana que no sintiere en sí este deseo, no se tenga por verdadera descalza, pues no han de ser nuestros deseos descansar, sino padecer por imitar en algo a nuestro verdadero Esposo. Plega a Su Majestad nos dé gracia para ello, amén.

44 De donde comenzó esa ermita de santa Ana, fue de esta manera. Vivía aquí en este dicho lugar de Villanueva de la Jara un clérigo natural de Zamora, que había sido fraile de nuestra Señora del Carmen. Era devoto de la gloriosa santa Ana. Llamábase Diego de Guadalajara, y así hizo cabe su casa esta ermita y tenía por donde oír misa. Y con la gran devoción que tenía fue a Roma y trajo una bula con muchos perdones para esta iglesia o ermita. Era hombre virtuoso y recogido. Cuando murió, mandó en su testamento que esta casa y todo lo que tenía fuese para un monasterio de monjas de nuestra Señora del Carmen. Y si esto no hubiere efecto, que lo tuviese un capellán que dijese algunas misas cada semana; y que cada y cuando que fuese monasterio, no se tuviere obligación de decir las misas.

45 Estuvo así con un capellán más de veinte años, que tenía la hacienda bien desmedrada, porque, aunque estas doncellas entraron en la casa, sola la casa tenían. El capellán estaba en otra casa de la misma capellanía, que dejará ahora con lo demás, que es bien poco. Mas la misericordia de Dios es tan grande que no dejará de favorecer la casa de su gloriosa abuela. Plega a Su Majestad que sea siempre servido en ella y le alaben todas las criaturas por siempre jamás, amén.




Las Fundaciones 27