Jornada Paz 1979-2003 1305

V. La libertad religiosa, una fuerza para la paz

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La importancia de la libertad religiosa me lleva a afirmar de nuevo que el derecho a la libertad religiosa no es simplemente uno más entre los derechos humanos; "éste es el más fundamental, porque la dignidad de cada una de las personas tiene su fuente primera en la relación esencial con Dios Creador y Padre, a cuya imagen y semejanza fue creada, por lo que está dotada de inteligencia y de libertad" (9). "La libertad religiosa, exigencia ineludible de la dignidad de cada hombre, es una piedra angular del edificio de los derechos humanos" (10), y, por esto, es la expresión más profunda de la libertad de conciencia.

No se puede negar que el derecho a la libertad religiosa concierne a la identidad misma de la persona. Uno de los aspectos más significativos, que caracterizan al mundo actual, es el papel de la religión en el despertar de los pueblos y en la búsqueda de la libertad. En muchos casos ha sido la fe religiosa la que ha mantenido intacta e incluso reforzado la identidad de pueblos enteros. En aquellas naciones donde la religión ha sido obstaculizada o, incluso, perseguida con el propósito de relegarla entre los fenómenos superados del pasado, esta misma fe se ha manifestado nuevamente como potente fuerza liberadora.

La fe religiosa es tan importante para los pueblos y los individuos, que en muchos casos se está dispuesto a cualquier sacrificio para salvaguardarla. En efecto, todo intento de reprimir o eliminar lo que más aprecia una persona, corre el riesgo de terminar en rebelión abierta o latente.


(9) Discurso a los participantes en el V Coloquio jurídico organizado por la Pontificia Universidad Lateranense, 10 de marzo de 1984, 5.

(10) Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1988. Introducción.



VI. Necesidad de un orden legal justo

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A pesar de las diversas declaraciones en campo nacional e internacional que proclaman el derecho a la libertad de conciencia y de religión, se dan todavía numerosos intentos de represión religiosa. Sin una concomitante garantía jurídica, mediante instrumentos apropiados, dichas declaraciones, muy a menudo están destinadas a ser letra muerta. Son dignos de aprecio, por tanto, los renovados esfuerzos que se están llevando a cabo para dar mayor vigor al régimen legal existente (11) mediante la creación de instrumentos nuevos y eficaces, idóneos para la consolidación de la libertad religiosa. Esta plena protección legal debe excluir de modo efectivo toda forma de coacción religiosa, que es un serio obstáculo para la paz; pues "esta libertad consiste en que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de personas particulares como de grupos sociales y de cualquier potestad humana, y esto de tal manera, que en materia religiosa ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros, dentro de los límites debidos" (12).

El momento histórico actual hace urgente el reforzamiento de los instrumentos jurídicos adecuados para la promoción de la libertad de conciencia también en el campo político y social. A este respecto, el desarrollo gradual y constante de un régimen legal reconocido internacionalmente podrá constituir una de las bases más seguras en favor de la paz y del justo progreso de la humanidad. Al mismo tiempo, es esencial que se tomen iniciativas paralelas, a nivel nacional y regional, con el fin de asegurar que todas las personas, donde sea que se encuentren, estén protegidas por unas normas legales reconocidas en el ámbito internacional.

El Estado tiene el deber de reconocer no sólo la libertad fundamental de conciencia, sino de promoverla, pero siempre a la luz de la ley moral natural y de las exigencias del bien común, además del pleno respeto de la dignidad de cada hombre. A este propósito, es útil recordar que la libertad de conciencia no da derecho a una práctica indiscriminada de la objeción de conciencia. Cuando una pretendida libertad se transforma en facultad o pretexto para limitar los derechos de los demás, el Estado tiene la obligación de proteger, aun legalmente, los derechos inalienables de sus ciudadanos contra tales abusos.

Quiero dirigir una particular y apremiante llamada a cuantos ocupan puestos de responsabilidad pública -ya sean jefes de Estado o de Gobierno, legisladores, magistrados y otros- para que aseguren con los medios necesarios la auténtica libertad de conciencia de todos los que residen en el ámbito de su jurisdicción, con particular atención a los derechos de las minorías. Ello, además de ser un deber de justicia, es indispensable para promover el desarrollo de una sociedad pacífica y armónica. Por último, parece casi superfluo volver a afirmar que los Estados tienen la estricta obligación moral y legal de respetar los acuerdos internacionales que hayan suscrito.


VII. Una sociedad y un mundo pluralista

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La existencia de normas internacionales reconocidas no excluye que puedan darse ciertos regímenes o sistemas de gobierno relativos a una específica realidad sociocultural. Estos regímenes, no obstante, deben asegurar una plena libertad de conciencia a todos los ciudadanos, y de ninguna manera pueden ser un pretexto para negar o limitar los derechos reconocidos universalmente.

Esto es tanto más cierto si se considera que en el mundo actual raramente toda la población de un país pertenece a una misma convicción religiosa o a un mismo grupo étnico o cultura. Las migraciones masivas y los movimientos de población están conduciendo en diversas partes del mundo a una sociedad multicultural y multirreligiosa. En este contexto, el respeto de la conciencia de todos asume una nueva urgencia y presenta nuevos desafíos a la sociedad en sus sectores y estructuras, así como a los legisladores y gobernantes.

¿Cómo habrán de respetarse en un país las diferentes tradiciones, costumbres y modos de vida, deberes religiosos, manteniendo la integridad de la propia cultura? ¿Cómo una cultura socialmente dominante debe aceptar e integrar nuevos elementos sin perder su identidad o provocar fricciones? La respuesta a estas arduas preguntas se puede hallar en una educación que preste particular atención al respeto de la conciencia del otro, mediante el conocimiento de otras culturas y religiones y la adecuada comprensión de las diversidades existentes. ¿Qué mejor medio de unidad en la diversidad que el esfuerzo de todos en la búsqueda común de la paz y en la solidaria afirmación de la libertad, que ilumina y valora la conciencia de cada uno? Es de desear también, para una ordenada convivencia civil, que las diversas culturas existentes se respeten y enriquezcan mutuamente Un verdadero esfuerzo de inculturación favorece también la comprensión recíproca entre las religiones.

En el ámbito de esta comprensión entre las religiones se ha conseguido mucho en los últimos años para promover una colaboración activa en las tareas que la humanidad debe afrontar conjuntamente sobre la base de tantos valores que las grandes religiones tienen en común. Deseo alentar esta colaboración allí donde sea posible, así como los diálogos formales actualmente en curso entre los representantes de los mayores grupos religiosos. A este respecto, la Santa Sede cuenta con un organismo -el Pontificio Consejo para el diálogo interreligioso- cuya finalidad específica es la de promover el diálogo y la colaboración con las demás religiones, pero siempre con absoluta fidelidad a la identidad católica y con pleno respeto a la de los otros.

Tanto la colaboración como el diálogo interreligioso, cuando se dan en un clima de confianza, de respeto y sinceridad, representan una contribución para la paz. "El hombre tiene necesidad de desarrollar su espíritu y su conciencia. Esto es lo que a menudo le falta al hombre de hoy. El olvido de los valores y la crisis de identidad por la que atraviesa nuestro mundo nos obligan a una superación y a un renovado esfuerzo de búsqueda y de interpelación. La luz interior que nacerá así en nuestra conciencia permitirá dar un sentido al desarrollo, orientarlo hacia el bien del hombre, de cada hombre y de todos los hombres, según el plan de Dios" (13). Esta búsqueda común, a la luz de la ley de la conciencia y de los preceptos de la propia religión, afrontando también las causas de las actuales injusticias sociales y de las guerras, pondrá una base sólida para colaborar en la búsqueda de las soluciones necesarias.

La Iglesia católica se ha esforzado decididamente en alentar toda forma de colaboración leal para la promoción de la paz. Ella seguirá prestando sobre todo su ayuda específica a esta colaboración, educando las conciencias de sus miembros a la apertura hacia los demás, al respeto hacia el otro, a la tolerancia, que va unida a la búsqueda de la verdad, así como a la solidaridad (14).


(11) Cf. Declaración universal de los derechos humanos, art. 18; Acta final de Helsinki, 1, a) VIII; Convención sobre los derechos del niño, art. 14.

(12)
DH 2.

(13) Discurso a los jóvenes musulmanes, Casablanca, 19 de agosto de 1985, 9: AAS 78 (1986), págs. 101-102.

(14) Cf. Discurso al Cuerpo diplomático, 11 de enero de 1986, 12.


VIII. La conciencia y el cristiano

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Al estar obligados a seguir la propia conciencia en la búsqueda de la verdad, los discípulos de Jesucristo saben que no se debe confiar sólo en la propia capacidad de discernimiento moral. La revelación ilumina sus conciencias y les ayuda a conocer el gran don de Dios al hombre: la libertad (15). Dios no sólo ha inscrito la ley natural en el corazón de cada uno, "el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que se siente a solas con Dios" (16), sino que ha revelado su ley en la Escritura. En ella se halla la invitación o, más bien, el mandato de amar a Dios y de observar su ley.

El nos ha dado a conocer su voluntad. Nos ha revelado sus mandamientos, poniéndonos delante "vida y felicidad, muerte y desgracia", y nos invita a "elegir la vida...amando a Yahveh nuestro Dios, escuchando su voz, uniéndonos a él; pues en eso está nuestra vida, así como la prolongación de nuestros días" (17). Él, en la plenitud de su amor, respeta la libre elección de la persona sobre los valores supremos que está buscando y de este modo manifiesta su pleno respeto por el don precioso de la libertad de conciencia. De ello son testigos sus mismas leyes, expresión completa de su voluntad y de su total disconformidad con el mal moral, y con la cual quiere orientar precisamente la búsqueda del fin último, porque tienden a favorecer el ejercicio de la libertad, no a impedirlo.

Pero no bastó a Dios manifestar su grande amor por la creación y por el hombre. "Tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna... El que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios" (18). El Hijo no dudó en proclamar que era la Verdad (19), y asegurarnos que esta Verdad nos haría libres (20).

En la búsqueda de la verdad el cristiano se orienta por la revelación divina, que en Cristo está presente en toda su plenitud. Cristo ha confiado a la Iglesia la misión de anunciar esta verdad y la Iglesia tiene el deber de serle fiel. Como sucesor de Pedro, mi quehacer más grave es precisamente asegurar esta constante fidelidad, confirmando a mis hermanos y hermanas en su propia fe (21).

El cristiano, más que cualquier otra persona, debe sentirse obligado a conformar la propia conciencia con la verdad. Ante el esplendor del don gratuito de la revelación de Dios en Cristo, ¡cuán humilde y atenta, por su parte, debe ser la escucha de la voz de la conciencia! ¡Cuánto debe desconfiar el cristiano de su limitada luz, cuán dispuesto debe estar a aprender y qué lento en condenar! Una de las tentaciones que se repite en cada época -también entre los cristianos- es la de erigirse en norma de la verdad. En una época caracterizada por el individualismo, esta tentación puede tener diversas expresiones. La contraseña de quien está en la verdad es, sin embargo, amar con humildad. Así lo proclama la palabra divina: La verdad se realiza en la caridad (22).

Por tanto, por la misma verdad que profesamos, estamos llamados a promover la unidad y no la división, la reconciliación y no el odio o la intolerancia. La gratuidad de nuestro acceso a la verdad conlleva la responsabilidad de proclamar sólo aquella verdad que conduce a la libertad y a la paz para todos: la Verdad encarnada en Jesucristo.

Al final de este mensaje, invito a todos a reflexionar sobre la necesidad de respetar la conciencia de cada uno en el propio ambiente y a la luz de sus responsabilidades específicas. En cada campo de la vida social, cultural y política el respeto de la libertad de conciencia, ordenada a la verdad, encuentra variadas, importantes e inmediatas aplicaciones. Buscando juntos la verdad, en el respeto de la conciencia de los demás, podremos avanzar por los caminos de la libertad, que llevan a la paz, según el designio de Dios.


(15. Cf.
Si 17,6.

(16. GS 16.

(17) Cf. Dt 30,15.19-20.

(18) Jn 3,16 Jn 21.

(19) Cf. Jn 14,6.

(20) Cf. Jn 8,32.

(21) Cf. Lc 22,32.

(22) Cf. Ep 4,15.



Vaticano, 8 de diciembre de 1990.





1400

1992 CREYENTES UNIDOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ


1401
1. El primero de enero próximo se celebrará, como en años anteriores, la Jornada mundial de la paz, que en esa fecha cumplirá el veinticinco aniversario de su institución. Es muy natural que en esta ocasión mi pensamiento se dirija con la admiración y gratitud de siempre a la amada figura de mi venerado predecesor Pablo VI que, con feliz intuición pastoral y pedagógica, quiso invitar a todos "los verdaderos amigos de la paz" a unirse para reflexionar sobre este "bien primario" de la humanidad.

A distancia de un cuarto de siglo, es igualmente natural mirar al pasado en su conjunto, para verificar si verdaderamente ha progresado o no la causa de la paz en el mundo, y si los dolorosos acontecimientos de los últimos meses -algunos, por desgracia, todavía en curso- han representado un retroceso sustancial al mostrar hasta qué punto es real el peligro de que la razón humana se deje dominar por egoísmos destructores o por antiguos odios. Al mismo tiempo, la progresiva consolidación de nuevas democracias ha devuelto las esperanzas a pueblos enteros, despertando la fe en un diálogo internacional más fecundo y abriendo la perspectiva a la deseada pacificación.

En este contexto de luces y sombras, este Mensaje anual no quiere ser ni un balance ni un juicio, sino sólo una nueva y fraterna invitación a reflexionar sobre las vicisitudes humanas del momento, para elevarlas hacia una visión ético-religiosa, en la cual los creyentes deben ser los primeros en inspirarse. Estos, precisamente por su fe, están llamados -individual y colectivamente- a ser mensajeros y constructores de paz. Como los demás y más que ellos, están llamados a buscar con humildad y perseverancia las respuestas adecuadas a las expectativas de seguridad y libertad, de solidaridad y participación que unen a los hombres en un mundo, que se está haciendo, por así decir, cada vez más pequeño. Ciertamente, trabajar en favor de la paz atañe a toda persona de buena voluntad; por esto los diversos Mensajes han sido dirigidos a todos los miembros de la familia humana. Sin embargo, este deber es urgente para cuantos profesan la fe en Dios y más aún para los cristianos, que tienen como guía y maestro al "Príncipe de la paz" (cf.
Is 9,5).


Naturaleza moral y religiosa de la paz

1402
2. La aspiración a la paz es inherente a la naturaleza humana y se encuentra en las diversas religiones. Se manifiesta en el deseo de orden y tranquilidad, en la actitud de disponibilidad hacia los demás, en la colaboración y coparticipación basadas en el respeto recíproco. Estos valores, derivados de la ley natural y explicitados por las religiones, exigen para su desarrollo la aportación solidaria de todos: políticos, dirigentes de Organismos internacionales, empresarios y trabajadores, grupos asociados y ciudadanos privados. Se trata de un deber concreto para todos, que obliga aún más si son creyentes, pues testimoniar la paz, trabajar y orar por ella es propio de un comportamiento religioso coherente.

Esto explica el porqué, incluso en los libros sagrados de las diversas religiones, la referencia a la paz ocupa un puesto de relieve en el ámbito de la vida del hombre y de sus relaciones con Dios. En efecto, mientras que para nosotros los cristianos Jesucristo, Hijo de Aquel que tiene "pensamientos de paz, y no de aflicción" (
Jr 29,11), es "nuestra paz" (Ep 2,14), para los hermanos hebreos la palabra "shalom" expresa augurio y bendición en un estado de armonía del hombre consigo mismo, con la naturaleza y con Dios, y para los fieles musulmanes el término "salam" es tan importante que constituye uno de los nombres divinos más bellos. Se puede decir que una vida religiosa, si se vive auténticamente, debe producir frutos de paz y fraternidad, pues es propio de la religión fortalecer cada vez más la unión con la divinidad y favorecer una relación cada vez más solidaria entre los hombres.


Reavivar el "espíritu de Asís"

1403
3. Convencido del consenso en torno a este valor, hace cinco años me dirigí a los responsables de las Iglesias cristianas y de las grandes religiones del mundo para invitarlos a un encuentro especial de oración por la paz, que se celebró en Asís. El recuerdo de aquel acontecimiento significativo me ha sugerido llamar de nuevo la atención sobre el tema de la solidaridad de los creyentes en esta causa común.

En Asís se congregaron, procedentes de los diversos continentes, los líderes espirituales de las principales religiones. Aquello fue un testimonio concreto de la dimensión universal de la paz, como confirmación de que ésta no es solamente el resultado de hábiles negociaciones político-diplomáticas o de compromisos económicos interesados, sino que depende fundamentalmente de Aquel que conoce el corazón de los hombres y orienta y dirige sus pasos. Como personas comprometidas por el destino de la humanidad, ayunamos juntos, intentando expresar así nuestra comprensión y solidaridad con los millones de personas que son víctimas del hambre en todo el mundo. Como creyentes que siguen con interés las vicisitudes de la historia humana, peregrinamos juntos, meditando en silencio sobre nuestro origen común y sobre nuestro común destino, sobre nuestras limitaciones y responsabilidades, sobre las demandas y aspiraciones de tantos hermanos y hermanas que esperan nuestra ayuda en sus necesidades.

Lo que entonces hicimos orando y mostrando nuestro decidido compromiso por la paz en la tierra, debemos continuar haciéndolo ahora. Debemos mantener vivo el genuino "espíritu de Asís", no sólo por un deber de coherencia y fidelidad, sino también para ofrecer a las generaciones futuras un motivo de fundada esperanza. En la Ciudad del "Poverello" iniciamos juntos un camino que debe proseguir, sin excluir por ello la búsqueda de otras vías y nuevos medios para consolidar la paz sobre fundamentos espirituales.


La fuerza de la oración

1404
4. Sin embargo, antes de recurrir a los medios humanos quiero subrayar la necesidad de una oración intensa y humilde, confiada y perseverante, si se quiere que el mundo se convierta finalmente en una morada de paz, pues la oración es la fuerza por excelencia para implorarla y obtenerla. Ella infunde ánimo y sostiene a quien ama y quiere promover dicho bien según las propias posibilidades y en los variados ambientes en que vive. La oración, mientras impulsa al encuentro con el Altísimo, dispone también al encuentro con nuestro prójimo, ayudando a establecer con todos, sin discriminación alguna, relaciones de respeto, de comprensión, de estima y de amor.

El sentimiento religioso y el espíritu de oración no sólo nos hacen crecer interiormente, sino que incluso nos iluminan sobre el verdadero significado de nuestra presencia en el mundo. Se puede decir también que la dimensión religiosa nos impulsa a trabajar con mayor dedicación en la construcción de una sociedad ordenada donde reine la paz.

La oración es el vínculo que nos une de forma más eficaz, pues en ella se realiza el encuentro de los creyentes cuando se superan desigualdades, incomprensiones, rencores y hostilidades; es decir, cuando se encuentran en Dios, Señor y Padre de todos. La oración, como expresión auténtica de la recta relación con Dios y con los demás, es ya una aportación positiva para la paz.


Diálogo ecuménico y relaciones interreligiosas

1405
5. La oración no ha de ser, sin embargo, el único lugar de encuentro sino que debe ir acompañada por otros gestos concretos. Cada religión tiene su visión propia sobre los actos que hay que realizar y los caminos que hay que recorrer para alcanzar la paz. La Iglesia católica, mientras afirma abiertamente su identidad, su doctrina y su misión salvífica para todos los hombres, "no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (
NAE 2).

Sin ignorar ni disminuir las diferencias, la Iglesia está convencida de que, para la promoción de la paz, existen algunos elementos o aspectos que puede ser útil desarrollar y poner en práctica en unión con los seguidores de otros credos y confesiones. A esto tienden los contactos interreligiosos y, de manera especial, el diálogo ecuménico. Gracias a estas formas de encuentro y de intercambio las religiones han podido tomar una conciencia más clara de sus responsabilidades, ciertamente no pequeñas, sobre el verdadero bien de la humanidad entera. Las religiones se muestran hoy decididas más firmemente a no dejarse instrumentalizar por intereses particularistas o por fines políticos, y tienden a asumir una actitud más consciente e incisiva en la animación de las realidades sociales y culturales en la comunidad de los pueblos. Esto les permite ser una fuerza activa en el proceso de desarrollo y ofrecer así una esperanza segura a la humanidad. En no pocas ocasiones se ha evidenciado que su acción habría resultado más eficaz si se hubiera llevado a cabo conjuntamente y de manera coordinada. Este modo de proceder de los creyentes puede ser determinante para la pacificación de los pueblos y la superación de las divisiones aún existentes entre "regiones" y "mundos".


Camino a recorrer

1406
6. Para alcanzar esta meta de cooperación activa en la causa de la paz queda aún por recorrer un largo camino: es el camino del mutuo conocimiento, favorecido actualmente por el desarrollo de los medios de comunicación social y facilitado por un diálogo leal y amplio; es el camino del perdón generoso, de la reconciliación fraterna, de la colaboración incluso en sectores restringidos o secundarios, pero que llevan siempre a la misma causa; es el camino de la convivencia cotidiana en compartir esfuerzos y sacrificios para alcanzar el mismo objetivo. En este camino toca quizás a cada creyente, es decir, a las personas que profesan una religión, antes aún que a sus líderes, afrontar el esfuerzo y al mismo tiempo tener la satisfacción de construir juntos la paz.

Los contactos interreligiosos, junto con el diálogo ecuménico, parecen ahora la vía obligada para que las heridas tan dolorosas, producidas a lo largo de los siglos, ya no se repitan o se sanen pronto las que todavía quedan. El creyente debe ser artífice de paz, ante todo con el ejemplo personal de su recta actitud interior, que se proyecta también hacia fuera en acciones coherentes y en comportamientos como la serenidad, el equilibrio, la superación de los instintos, la realización de gestos de comprensión, de perdón, de generosa donación, que tienen una influencia pacificadora entre las personas del propio ambiente y de la propia comunidad religiosa y civil.

Precisamente por esto, en la próxima Jornada, invito a todos los creyentes a realizar un serio examen de conciencia para estar mejor dispuestos a escuchar la voz del "Dios de la paz" (cf.
1Co 14,33) y dedicarse con renovada confianza a esta gran tarea. En efecto, estoy convencido de que los creyentes -y espero también que los hombres de buena voluntad- acogerán este nuevo llamamiento, cuya insistencia se debe a la gravedad del momento.


Construir juntos la paz en la justicia

1407
7. La oración y la acción concorde de los creyentes por la paz deben tener en cuenta los problemas y las legítimas aspiraciones de las personas y de los pueblos.

La paz es un bien fundamental que conlleva el respeto y la promoción de los valores esenciales del hombre: el derecho a la vida en todas las fases de su desarrollo; el derecho a ser debidamente considerados, independientemente de la raza, sexo o convicciones religiosas; el derecho a los bienes materiales necesarios para la vida; el derecho al trabajo y a la justa distribución de sus frutos para una convivencia ordenada y solidaria. Como hombres, como creyentes y más aún como cristianos, debemos sentirnos comprometidos a vivir estos valores de justicia, que encuentran su coronamiento en el precepto supremo de la caridad: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (
Mt 22,39).

Una vez más quiero recordar que el riguroso respeto de la libertad religiosa y de su derecho correspondiente es principio y fundamento de la convivencia pacífica. Espero que este respeto sea un compromiso no sólo afirmado teóricamente, sino puesto realmente en práctica por los líderes políticos y religiosos, y por los mismos creyentes: es en base a su reconocimiento como asume importancia la dimensión trascendente de la persona humana.

Sería aberrante que las religiones o grupos de sus seguidores, en la interpretación y práctica de sus respectivas creencias, se dejaran arrastrar hacia formas de fundamentalismo y fanatismo, justificando con motivaciones religiosas las luchas y los conflictos con los demás. Si se da una lucha digna del hombre ésta debe ser la que va contra las propias pasiones desordenadas, contra toda clase de egoísmo, contra los intentos de opresión a los demás, contra todo tipo de odio y violencia; en una palabra, contra todo lo que se opone a la paz y la reconciliación.


Necesario apoyo por parte de los responsables de las naciones

1408
8. Exhorto, finalmente, a los responsables de las naciones y de la comunidad internacional a demostrar siempre el más grande respeto por la conciencia religiosa de cada hombre y por la cualificada aportación de la religión al progreso de la civilización y al desarrollo de los pueblos. Que no caigan en la tentación de servirse de las religiones, instrumentalizándolas como un medio de poder, especialmente cuando se trata de oponerse militarmente al adversario.

Que las mismas autoridades civiles y políticas aseguren a las religiones respeto y garantías jurídicas -a nivel nacional e internacional- evitando que la aportación de las mismas a la construcción de la paz sea marginada o relegada a la esfera privada, o incluso ignorada.

Exhorto nuevamente a las autoridades públicas a esforzarse con vigilante sentido de responsabilidad en prevenir guerras y conflictos, en hacer triunfar el derecho y la justicia, y favorecer al mismo tiempo un desarrollo que redunde en beneficio de todos y, en primer lugar, de quienes están atenazados por las cadenas de la miseria, del hambre y del sufrimiento. Son de apreciar los progresos ya conseguidos en la reducción de armamentos: los recursos económicos y financieros, empleados hasta ahora para la producción y el comercio de tantos instrumentos de muerte, podrán utilizarse en favor del hombre y ya jamás contra el hombre. Estoy convencido de que a este juicio positivo se asocian millones de hombres y mujeres de todo el mundo, que no tienen la posibilidad de hacer oír su voz.


Exhortación especial para los cristianos

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9. En este momento deseo dirigir una exhortación particular a todos los cristianos. La misma fe en Jesucristo nos compromete a dar un testimonio concorde del "Evangelio de la paz" (
Ep 6,15). Nos toca a nosotros, en primer lugar, abrirnos a los demás creyentes para emprender unidos a ellos, con valentía y perseverancia, la obra grandiosa de construir aquella paz que el mundo desea pero que en definitiva no sabe darse. "La paz os dejo, mi paz os doy", nos dijo Jesús (Jn 14,27). Esta promesa divina nos infunde la esperanza, más aún, la certeza de la esperanza divina de que la paz es posible porque nada es imposible para Dios (cf. Lc 1,37). En efecto, la verdadera paz es siempre un don de Dios; para nosotros cristianos es un don precioso del Señor resucitado (cf. Jn 20,19.26).

A los grandes retos del mundo contemporáneo, queridos hermanos y hermanas de la Iglesia católica, conviene responder uniendo las propias fuerzas con las de quienes comparten con nosotros algunos valores fundamentales, empezando por los de orden religioso y moral. Y entre estos retos hay que afrontar aún el de la paz. Construirla junto con los demás creyentes es ya vivir en el espíritu de la bienaventuranza evangélica: "Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).


Vaticano, 8 de diciembre de 1991.





1500

1993 SI QUIERES LA PAZ, SAL AL ENCUENTRO DEL POBRE



"Si quieres la paz…"

1501
1. ¿Qué persona de buena voluntad no aspira a la paz? Hoy la paz es reconocida universalmente como uno de los valores más altos que hay que buscar y defender. Sin embargo, mientras se disipa el espectro de una guerra devastadora entre bloques ideológicos contrapuestos, graves conflictos locales siguen perturbando diversas regiones de la tierra. En particular, está a la vista de todos la dramática situación en que se encuentra la Bosnia-Herzegovina, donde cada día las acciones bélicas siguen ocasionando nuevas víctimas, especialmente entre la población civil indefensa, y causando ingentes daños materiales a las propiedades y al medio ambiente Parece que nada pueda hacer frente a la violencia incontrolada de las armas: ni los esfuerzos conjuntos para favorecer una tregua efectiva, ni la acción humanitaria de las organizaciones internacionales, ni la petición de paz que se eleva al unísono desde las tierras ensangrentadas por los combates. La lógica aberrante de la guerra prevalece, por desgracia, sobre los repetidos llamamientos a la paz hechos por personas cualificadas.

Se constata y se hace cada más grave en el mundo otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial.

Esta realidad emerge con toda su gravedad en numerosos países del mundo: tanto en Europa como en África, Asia y América. En diversas regiones no son pocos los desafíos sociales y económicos que deben afrontar los creyentes y los hombres de buena voluntad. Pobreza y miseria, diferencias sociales e injusticias a veces legalizadas, conflictos fratricidas y regímenes opresores interpelan la conciencia de poblaciones enteras en cualquier parte del mundo.

La reciente Conferencia del Episcopado latinoamericano, celebrada en Santo Domingo el pasado mes de octubre, ha estudiado con atención la situación existente en América Latina y, proponiendo de nuevo con gran urgencia a los cristianos la tarea de la nueva evangelización, ha invitado de manera apremiante a los fieles y a cuantos aman la justicia y el bien a servir la causa del hombre sin soslayar ninguna de sus exigencias más profundas. Los obispos han recordado la gran misión que debe coordinar los esfuerzos de todos: defender la dignidad de la persona, comprometerse en una distribución equitativa de los bienes, promover de manera armónica y solidaria una sociedad donde cada uno se sienta acogido y amado. Éstos son, como se puede ver, los presupuestos imprescindibles para construir la verdadera paz.

En efecto, decir "paz" es decir mucho más que la simple ausencia de guerras; es pedir una situación de auténtico respeto a la dignidad y los derechos de cada ser humano, que le permita realizarse en plenitud. La explotación de los débiles, las preocupantes zonas de miseria y las desigualdades sociales constituyen otros tantos obstáculos y rémoras para que se produzcan las condiciones estables para una auténtica paz.

Pobreza y paz: al inicio del nuevo año, quisiera invitar a todos a una reflexión común sobre las múltiples conexiones existentes entre estas dos realidades.

En particular, deseo llamar la atención sobre la amenaza para la paz derivada de la pobreza, sobre todo cuando ésta se convierte en miseria. Son millones los niños, las mujeres y los hombres que sufren cotidianamente hambre, inseguridad y marginación. Estas situaciones constituyen una grave ofensa a la dignidad humana y contribuyen a la inestabilidad social.



Jornada Paz 1979-2003 1305