Jornada Paz 1979-2003

1979 "PARA LOGRAR LA PAZ, EDUCAR A LA PAZ"


A todos vosotros que deseáis la paz:

La gran causa de la paz entre los pueblos tiene necesidad de todas las energías de paz latentes en el corazón del hombre. A suscitarlas y cultivarlas - a educarlas - ha querido mi predecesor Pablo VI, poco antes de su muerte, que fuese consagrada la Jornada mundial 1979, que lleva por lema:


"PARA LOGRAR LA PAZ, EDUCAR A LA PAZ"

A lo largo de todo su pontificado, Pablo VI ha recorrido con vosotros los difíciles caminos de la paz. Compartía vuestras angustias cuando la paz estaba en peligro. Sufría con aquellos que padecían el azote de la guerra. Alentaba todos los esfuerzos encaminados a restaurar la paz. Mantenía siempre la esperanza, con una indomable energía.

Convencido de que la paz es tarea de todos, había lanzado en 1967 la idea de una Jornada Mundial de la Paz, deseando que todos vosotros la hicierais iniciativa propia. Desde entonces, cada año su Mensaje ofrecía a los responsables de las naciones y de las organizaciones internacionales la oportunidad de renovar y expresar públicamente lo que legitima su autoridad: hacer progresar y cohabitar en la paz a hombres libres, justos y fraternos Las comunidades más heterogéneas se encontraban para celebrar el bien inestimable de la paz y corroborar su voluntad de defenderla y servirla.

Yo recojo de manos de mi venerado predecesor el bastón de peregrino de la paz. Camino a vuestro lado con el Evangelio de la paz. "Bienaventurados los que trabajan por la paz". Al comienzo del año 1979, os invito a celebrar la Jornada Mundial, colocándola -de acuerdo con el deseo de Pablo VI- bajo el signo de la educación a la paz.


I. UNA DURA TAREA



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Una aspiración incoercible

Conseguir la paz: he ahí el resumen y la coronación de todas nuestras aspiraciones. La paz -tal es nuestro convencimiento- es plenitud y es alegría. Para hacerla real entre los países, se multiplican los intentos a través de intercambios bilaterales o multilaterales, conferencias internacionales; algunos toman personalmente iniciativas valientes, con el fin de establecer la paz o de hacer desaparecer la amenaza de una nueva guerra.


Una confianza quebrantada

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Pero al mismo tiempo, se observa que tanto las personas como los grupos no acaban de arreglar sus conflictos secretos o públicos. ¿Será pues la paz un ideal fuera de nuestro alcance? El espectáculo cotidiano de las guerras, de las tensiones, de las divisiones siembra la duda y el desaliento Focos de discordia y de odio parecen incluso atizados artificialmente por algunos que no pagan las consecuencias. Y con demasiada frecuencia los gestos de paz son irrisoriamente incapaces de cambiar el curso de las cosas, cuando no son arrastrados y al final utilizados por la lógica dominante de la explotación y de la violencia.

En unas partes, la timidez y la dificultad de las reformas necesarias envenenan las relaciones entre grupos humanos, unidos sin embargo por una larga o ejemplar historia común; nuevas ambiciones de poder inclinan a recurrir a la coacción del número o a la fuerza brutal para aclarar la situación, bajo la mirada impotente, muchas veces interesada y cómplice, de otros países próximos o lejanos; tanto los más fuertes como los más débiles ya no depositan su confianza en los pacientes procedimientos de la paz.

En otras partes, el temor de una paz mal asegurada, los imperativos militares y políticos, los intereses económicos y comerciales llevan consigo la constitución de arsenales o la venta de armas de una capacidad alarmante de destrucción: la carrera de armamentos prevalece entonces sobre las grandes tareas pacíficas que deberían unir a los pueblos en una nueva solidaridad, alimenta conflictos esporádicos, pero sangrientos, y acumula las más graves amenazas. Es verdad: a primera vista, la causa de la paz tiene ante sí un obstáculo desesperante.


De palabras de paz…

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Sin embargo, en casi todos los discursos públicos, a nivel de naciones o de organismos internacionales, rara vez se ha hablado tanto de paz, de distensión, de entendimiento, de soluciones razonables de los conflictos, de acuerdo con la justicia. La paz se ha convertido en el lema que tranquiliza o quiere seducir. Esto, en cierto sentido es un hecho positivo: la opinión pública de las naciones no aguantaría ya que se haga la apología de la guerra ni tampoco que se corra el riesgo de una guerra ofensiva.

…a convicciones de paz

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Pero para poner de manifiesto el desafío que se impone a toda la humanidad, frente a la dura tarea de la paz, hace falta algo más que palabras sinceras o demagógicas. Sobre todo es necesario que penetre el verdadero espíritu de la paz a nivel de hombres políticos, de medios o de centros de los que dependen más o menos directamente, más o menos secretamente, los pasos decisivos hacia la paz o al contrario la prolongación de las guerras o de las situaciones de violencia. Es necesario, como mínimo, apoyarse sobre principios elementales pero seguros, como son los siguientes: las cosas de los hombres deben ser tratadas con humanidad, y no por la violencia. Las tensiones, los contenciosos y los conflictos deben ser arreglados por negociaciones razonables y no por la fuerza. Las oposiciones ideológicas deben confrontarse en un clima de diálogo y de libre discusión. Los intereses legítimos de grupos determinados deben tener también en cuenta los intereses legítimos de los otros grupos afectados y las exigencias del bien común superior. El recurso a las armas no debería ser considerado como el instrumento adecuado para solucionar los conflictos. Los derechos humanos imprescriptibles deben ser salvaguardados en toda circunstancia. No está permitido matar para imponer una solución.

Estos principios humanitarios los puede encontrar todo hombre de buena voluntad en su propia conciencia. Corresponden a la voluntad de Dios sobre los hombres. Para que se conviertan en convicciones, tanto para los poderosos como para los débiles, e impregnen toda su actividad, hay que devolverles toda su fuerza. Es necesaria una educación paciente y prolongada a todos los niveles.


II. LA EDUCACIÓN A LA PAZ

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1. LLENAR NUESTRAS MIRADAS CON HORIZONTES DE PAZ

Para vencer este sentimiento espontáneo de impotencia, la tarea y el primer beneficio de una educación digna de este nombre es mirar más allá de las tristes evidencias inmediatas, o más bien, aprender a reconocer, en el meollo mismo de los estallidos de la violencia que mata, el camino discreto de la paz que jamás renuncia, que incansablemente cura la heridas, que mantiene y hace progresar la vida. La marcha hacia la paz aparecerá entonces posible y deseable, fuerte y ya victoriosa.


Un repaso a la historia

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Aprendamos primero a repasar la historia de los pueblos y de la humanidad según esquemas más verdaderos que los de la concatenación de las guerras y de las revoluciones. Ciertamente, el ruido de las batallas domina la historia. Pero son las treguas de la violencia las que han consentido realizar esas obras culturales duraderas de las que se honra la humanidad. Además, si es que se puede encontrar en las guerras y en las mismas revoluciones unos factores de vida y progreso, ellos provienen de aspiraciones de orden distinto al de la violencia: son aspiraciones de naturaleza espiritual, tales como la voluntad de ver reconocida una dignidad común a toda la humanidad, de salvar el espíritu y la libertad de un pueblo. Donde existían estas aspiraciones, actuaban como un regulador en el seno mismo de los conflictos, impedían rupturas irremediables, mantenían una esperanza y preparaban una nueva oportunidad para la paz. Donde faltaban tales aspiraciones o se alteraban en la exaltación de la violencia, dejaban el campo abierto a la lógica de la destrucción que ha llevado a regresiones económicas y culturales duraderas y a la muerte de civilizaciones enteras. Responsables de los pueblos, sabed educaros a vosotros mismos en el amor de la paz, discerniendo y haciendo brillar en las grandes páginas de la historia nacional el ejemplo de vuestros predecesores cuya gloria ha sido hacer germinar unos frutos de paz. "Dichosos los que trabajan por la paz...".


La estima de las grandes tareas pacificadoras de hoy

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Hoy vosotros contribuiréis a la educación en la paz dando el mayor relieve posible a las grandes tareas pacificadoras que se imponen a la familia humana. A través de vuestros esfuerzos para llegar a una gestión razonable y solidaria del propio ambiente y del patrimonio común de la humanidad, a la erradicación de la miseria que abruma a millones de hombres, a la consolidación de instituciones susceptibles de expresar y agrandar la unidad de la familia humana a nivel regional y mundial, los hombres descubrirán la llamada fascinante de la paz que es reconciliación entre sí y reconciliación con su universo natural. Exhortando, contra todas las demagogias ambientales, a la búsqueda de modos de vida más simples, menos expuestos a la tiranía de los instintos de posesión, de consumo y de dominio, y más acogedores de los ritmos profundos de la creatividad personal y de la amistad, abriréis para vosotros mismos y para todos un espacio inmenso a las posibilidades insospechadas de la paz.


La irradiación de múltiples ejemplos de paz

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Inhibe tanto al individuo el sentimiento de que resulten vanos sus modestos esfuerzos en favor de la paz, en el límite restringido de las responsabilidades de cada uno, debido a los grandes debates políticos mundiales prisioneros de una lógica de simples medidas de fuerzas y de recurso a los armamentos, como lo libera el espectáculo de las instancias internacionales convencidas de las posibilidades de la paz, y empeñadas de manera apasionada en la construcción de la paz. La educación para la paz puede entonces beneficiar también de un interés renovado por los ejemplos cotidianos de sencillos artífices de paz a todos los niveles: son individuos y hogares que, por el dominio de sus pasiones, por la aceptación y el respeto mutuos, conquistan su propia paz interior y la difunden; son pueblos, a menudo pobres y probados, cuya sabiduría milenaria se ha forjado alrededor del bien supremo de la paz, que han sabido resistir frecuentemente a las seducciones engañosas de progresos rápidos conseguidos por la violencia, convencidos de que tales beneficios llevarían los gérmenes envenenados de nuevos conflictos.

Sí, sin ignorar el drama de las violencias, llenemos nuestras miradas y la de las jóvenes generaciones con estos objetivos de paz: son éstos los que ejercerán una atracción decisiva. Sobre todo, harán surgir la aspiración a la paz que es un constitutivo del hombre. Estas energías nuevas harán inventar un nuevo lenguaje de paz y nuevos gestos de paz.


2. HABLAR UN LENGUAJE DE PAZ

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El lenguaje es para expresar los sentimientos del corazón y para unir. Pero cuando es prisionero de esquemas prefabricados, arrastra a su vez al corazón hacia sus propias pendientes. Hay que actuar, pues, sobre el lenguaje para actuar sobre el corazón e impedir las trampas del lenguaje.

Es fácil constatar hasta qué punto la ironía acerba y la dureza en los juicios, en la crítica de los demás y sobre todo del "extranjero", la contestación y la reivindicación sistemáticas invaden las comunicaciones orales y ahogan tanto la caridad social cuanto la misma justicia. A fuerza de expresarlo todo en términos de relaciones de fuerza, de lucha de grupos y de clases, de amigos y de enemigos, se ha creado el terreno propicio a las barreras sociales, al menosprecio, es decir, al odio y al terrorismo y su apología disimulada o abierta. De un corazón conquistado por el valor superior de la paz brotan al contrario el deseo de escuchar y de comprender, el respeto al otro, la dulzura que es fuerza verdadera y la confianza. Este lenguaje sitúa en el camino de la objetividad, de la verdad, de la paz. Grande es en este punto la función educativa de los medios de comunicación social. Y es también muy influyente la manera de expresarse en los intercambios y en los debates con ocasión de confrontaciones políticas, nacionales e internacionales. Responsables de las naciones y responsables de las organizaciones internacionales, sabed encontrar un lenguaje nuevo, un lenguaje de paz: éste abre por sí mismo un nuevo espacio a la paz.


3. HACER GESTOS DE PAZ

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Lo que suscita unos horizontes de paz, lo que sirve a un lenguaje de paz, debe expresarse en unos gestos de paz. En su ausencia, la convicciones nacientes se evaporan y el lenguaje de paz se convierte en una retórica rápidamente desacreditada. Muy numerosos pueden ser los artífices de paz si toman conciencia de sus posibilidades y de sus responsabilidades. La práctica de la paz arrastra a la paz. Ella enseña a los que buscan el tesoro de la paz que este tesoro se descubre y se ofrece a quienes realizan modestamente, día tras día, todas las acciones de paz de que son capaces.


Padres, educadores y jóvenes

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Padres y educadores, ayudad a los niños y a los jóvenes a hacer la experiencia de la paz en las mil acciones diarias que están a su alcance, en familia, en la escuela, en el juego, la camaradería, el trabajo en equipo, la competición deportiva, las múltiples conciliaciones y reconciliaciones necesarias. El Año internacional del Niño, que las Naciones Unidas han proclamado para 1979, debería atraer la atención de todos sobre la aportación original de los niños a la paz.

Jóvenes, sed constructores de paz. Vosotros sois artífices con pleno derecho de esta gran obra común. Resistid a las facilidades que os adormecen en la triste mediocridad, y a las violencias estériles con que quieren utilizaros algunas veces unos adultos que no están en paz consigo mismos Seguid los caminos que os marca vuestro sentido de la generosidad, de la alegría de vivir, del compartir. Vosotros deseáis invertir vuestras energías nuevas -que escapan a las discriminaciones apriorísticas- en unos encuentros fraternales por encima de fronteras, en el aprendizaje de lenguas extranjeras que faciliten la comunicación, en el servicio desinteresado a los países más necesitados. Vosotros sois las primeras víctimas de la guerra que destroza vuestro ímpetu. Vostros sois la promesa de la paz.


Compañeros sociales

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Compañeros de la vida profesional y social, la paz os resulta a menudo difícil de conseguir. No hay paz sin justicia y sin libertad, sin un compromiso valiente para promover una y otra. La fortaleza que hay que poner en práctica debe ser paciente, sin resignación ni renuncia, firme sin provocación, prudente para preparar activamente los progresos deseables sin disipar las energías en llamaradas de indignación violenta prontamente extinguidas. Contra las injusticias y las opresiones, la paz está llamada a abrirse un camino en la adopción de una acción decidida. Pero esta acción debe llevar ya la marca del objetivo al que tiende, a saber, una mejor aceptación mutua de las personas y de los grupos. Encontrará una regulación en la voluntad de paz que proviene de lo más profundo del hombre, en las aspiraciones y en la legislación de los pueblos: Es esta capacidad de paz, cultivada, disciplinada, la que da lucidez en orden a dar a las tensiones y a los mismos conflictos las treguas necesarias para desarrollar su lógica fecunda y constructiva. Lo que ocurre en la vida social interna de los países tiene una repercusión considerable -en lo bueno y en lo malo- sobre la paz entre las naciones.


Hombres políticos

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Pero, hay que insistir en ello de nuevo, estos múltiples gestos de paz corren el riesgo de ser desalentados y en parte aniquilados por una política internacional que no hallara la misma dinámica de paz. Hombres políticos, responsables de los pueblos y de las organizaciones internacionales, yo os manifiesto mi estima sincera y doy mi total apoyo a vuestros esfuerzos muchas veces agotadores por mantener o restablecer la paz. Es más, consciente de que va en ello la felicidad e incluso la supervivencia de la humanidad, y persuadido de la gran responsabilidad que me incumbe de hacer eco a la llamada capital de Cristo: "Dichosos los que trabajan por la paz", me atrevo a alentaros a que vayáis más lejos. Abrid nuevas puertas a la paz. Haced todo lo que está en vuestras manos para hacer prevalecer la vía del diálogo sobre la de la fuerza. Que esto tenga aplicación en primer lugar en el plano interior: ¿cómo pueden los pueblos promover de verdad la paz internacional, si son ellos mismos prisioneros de ideologías según las cuales la justicia y la paz no se obtienen más que reduciendo a la impotencia a aquellos que, ya de antemano, son considerados indignos de ser artífices de la propia suerte o cooperadores válidos del bien común? En las negociaciones con los adversarios, estad persuadidos de que el honor y la eficiencia no se miden por el grado de inflexibilidad en la defensa de los intereses, sino por la capacidad de respeto, de verdad, de benevolencia y de fraternidad para con los colegas, en una palabra, por su humanidad. Llevad a cabo gestos de paz, incluso audaces, que rompan con los encadenamientos fatales y con el peso de las pasiones heredadas de la historia; tejed después pacientemente la trama política, económica y cultural de la paz. Cread -la hora es propicia y el tiempo urge- zonas cada vez más amplias de desarme. Tened la valentía de examinar nuevamente y en profundidad la turbadora cuestión del comercio de las armas. Sabed detectar a tiempo y regular con serenidad los conflictos latentes, antes de que despierten las pasiones. Proporcionad marcos institucionales apropiados a las solidaridades regionales y mundiales. Renunciad a utilizar, al servicio de conflictos de interés, los legítimos valores, es decir, espirituales que se degradan si se los instrumentaliza. Velad para que la legítima pasión comunicativa de las ideas se ejerza por la vía de la persuasión y no bajo la presión de las amenazas y de las armas.

Poniendo en práctica gestos resueltos de paz, liberaréis las verdaderas aspiraciones de los pueblos y encontraréis en ellas aliados poderosos para trabajar por el desarrollo pacífico de todos. Os educaréis vosotros mismos a la paz, despertaréis en vosotros convicciones firmes y una nueva capacidad de iniciativa al servicio de la gran causa de la paz.


III. LA CONTRIBUCIÓN ESPECÍFICA DE LOS CRISTIANOS

La importancia de la fe

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Toda esta educación a la paz entre los pueblos, en su propio país, en su ambiente, en sí mismo se ofrece a todos los hombres de buena voluntad, como recuerda la encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII. En grados diversos, está a su alcance. Y como "la paz en la tierra... no puede fundarse ni afirmarse más que en el respeto absoluto del orden establecido por Dios" (Encíclica citada, AAS 55, 1963, p. 257), los creyentes tienen en su religión las luces, los reclamos, las fuerzas, para trabajar por la educación en la paz. El verdadero sentimiento religioso no puede menos de promover la verdadera paz. Los poderes públicos, al reconocer como se debe la libertad religiosa, favorecen la expansión del espíritu de paz, en lo más profundo de los corazones y en las instituciones educativas promovidas por los creyentes. Los cristianos, por su parte, están especialmente educados por Cristo y entrenados por él para ser artífices de paz: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (; cf. etc.). Al final de este Mensaje, se comprenderá que llamo particularmente la atención de los hijos de la Iglesia, con el fin de estimular su contribución a la paz y a situarla en el gran Designio de Paz, revelado por Dios en Jesucristo. La aportación específica de los cristianos y de la Iglesia en la obra común será tanto más segura, cuanto más se nutra en sus propias fuentes, en su esperanza propia.


La visión cristiana de la Paz

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Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo: la aspiración a la paz que vosotros compartís con todos los hombres corresponde a una llamada inicial de Dios a formar una sola familia de hermanos, creados a imagen del mismo Padre. La revelación insiste sobre nuestra libertad y nuestra solidaridad. Las dificultades que encontramos en la marcha hacia la paz están ligadas en parte a nuestra debilidad de creaturas, cuyos pasos son necesariamente lentos y progresivos; estas dificultades se agravan a causa de nuestros egoísmos, nuestros pecados de toda índole, a consecuencia del pecado de origen que ha marcado una ruptura con Dios, produciendo una ruptura entre hermanos. La imagen de la Torre de Babel describe bien la situación. Pero nosotros creemos que Jesucristo, mediante la donación de su vida en la cruz, se ha convertido en nuestra Paz: él ha derribado el muro de odio que separaba a los hermanos enemistados (
Ep 2,14). Mediante su resurrección y entrada en la gloria del Padre, nos asocia misteriosamente a su vida: reconciliándonos con Dios, repara las heridas del pecado y de la división, y nos hace capaces de inscribir en nuestras sociedades un esbozo de la unidad que él restablece en nosotros. Los discípulos más fieles de Cristo han sido artífices de paz, llegando hasta perdonar a sus enemigos, hasta ofrecer muchas veces su propia vida por ellos. Su ejemplo traza el camino a una humanidad nueva que no se contenta ya con compromisos provisionales, sino que realiza la fraternidad más profunda. Sabemos que nuestra marcha hacia la paz en la tierra, sin perder su consistencia natural ni sus propias dificultades, está englobada en el interior de otra marcha, la de la salvación, que se termina en una plenitud eterna de paz, en una comnunión total con Dios. Así el Reino de Dios, Reino de paz, con su propia fuente, sus medios y su fin, penetra ya toda la actividad terrena sin diluirse en ella. Esta visión de fe tiene un impacto profundo sobre la actividad cotidiana de los cristianos.


El dinamismo cristiano de la paz

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Ciertamente, avanzamos por los caminos de la paz, con las debilidades y las búsquedas vacilantes de todos nuestros compañeros de viaje. Sufrimos con ellos la trágica falta de paz. Sentimos la urgencia de ponerle remedio con mayor resolución aún, por el honor de Dios y por el honor del hombre. No pretendemos hallar en la lectura del Evangelio fórmulas ya hechas para llevar a cabo hoy tal o cual progreso en la paz. Pero todos hallamos, casi en cada página del Evangelio y de la historia de la Iglesia, un espíritu, el del amor fraterno, que educa poderosamente a la paz. Hallamos en los dones del Espíritu Santo y en los Sacramentos una fuerza alimentada en la fuente divina. Hallamos en Cristo, una esperanza. Los fracasos no lograrán hacer vana la obra de la paz, aun cuando los resultados inmediatos sean frágiles, aun cuando nosotros seamos perseguidos por nuestro testimonio en favor de la paz. Cristo Salvador asocia a su destino a todos aquellos que trabajan con amor por la paz.


La oración por la paz

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La paz es obra nuestra: exige nuestra acción decidida y solidaria. Pero es inseparablemente y por encima de todo un don de Dios: exige nuestra oración. Los cristianos deben estar en primera fila entre aquellos que oran diariamente por la paz; deben además educar a orar por la paz. Ellos procurarán orar con María, Reina de la paz.

A todos; cristianos, creyentes y hombres de buena voluntad os digo: no tengáis miedo de apostar por la paz, de educar para la paz. La aspiración a la paz no quedará nunca decepcionada. El trabajo por la paz, inspirado por la caridad que no pasa, dará sus frutos. La paz será la última palabra de la Historia.

Vaticano, 8 de diciembre de 1978.

JOANNES PAULUS PP. II





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1980 LA VERDAD, FUERZA DE LA PAZ

¡A todos vosotros, los que queréis afianzar la paz en la tierra!
¡A vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad!
¡A vosotros, ciudadanos y dirigentes de los pueblos!
¡A vosotros, jóvenes de todos los países!
A todos vosotros dirijo mi mensaje, invitándoos a celebrar la XIII Jornada Mundial de la Paz con un decidido esfuerzo de pensamiento y de acción, que venga a consolidar desde dentro el edificio inestable y continuamente amenazado de la paz, restituyéndole su contenido de verdad. ¡La verdad, fuerza de la paz! Unamos nuestros esfuerzos para asegurar la paz, haciendo una llamada a los recursos de la paz misma y en primer lugar a la verdad, que es la fuerza pacífica y poderosa de la paz por excelencia, dado que ella se comunica por su propia irradiación fuera de toda coacción.


Un diagnóstico: la "no-verdad" sirve a la causa de la guerra

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1. Si es verdad -y nadie lo pone en duda- que la verdad sirve a la causa de la paz, es también indiscutible que la "no-verdad" camina a la par con la causa de la violencia y la guerra. Por "no-verdad" hay que entender todas las formas y todos los niveles de ausencia, de rechazo, de menosprecio de la verdad: mentira propiamente dicha, información parcial y deformada, propaganda sectaria, manipulación de los medios de comunicación, etc.

¿Es necesario mencionar aquí todas las diferentes formas bajo las que se presenta esta "no-verdad"? Baste solamente indicar unos ejemplos. Porque, si una inquietud legítima se abre paso ante la proliferación de la violencia en la vida social, nacional e internacional, y ante las amenazas manifiestas contra la paz, la opinión pública es a menudo menos sensible a todas las formas de "no-verdad" que están en la base de la violencia y le preparan un terreno propicio.

La violencia se impregna de mentira y tiene necesidad de la mentira, procurando asegurarse una respetabilidad en la opinión mundial, a través de justificaciones totalmente extrañas a su propia naturaleza y, por lo demás, frecuentemente contradictorias entre ellas mismas. ¿Qué decir de la práctica consistente en imponer a quienes no comparten las mismas posiciones -para mejor combatirlos o reducirlos al silencio- la etiqueta de enemigos, atribuyéndoles intenciones hostiles y estigmatizándolos como agresores a través de una propaganda hábil y continua?

Otra forma de "no-verdad" se manifiesta en la repulsa a reconocer y respetar los derechos objetivamente legítimos e inalienables de los que rehúsan aceptar una ideología particular o apelan a la libertad de pensamiento El rechazo "de la verdad" se pone en obra, cuando se atribuyen intenciones de agresión a los que manifiestan claramente que su única inquietud es la de protegerse y defenderse contra las amenazas reales que por desgracia existen siempre tanto en el interior de una nación como entre los pueblos.

Indignaciones selectivas, insinuaciones pérfidas, manipulación de las informaciones, descrédito sistemáticamente lanzado sobre el adversario -su persona, sus intenciones y sus actos-, chantaje e intimidación: he aquí el menosprecio de la verdad, puesto en obra, para desarrollar un clima de incertidumbre, dentro del cual se quiere coaccionar a las personas, a los grupos, a los gobiernos, a las mismas instancias internacionales a unos silencios resignados y cómplices, a compromisos parciales y a reacciones irracionales: actitudes todas igualmente susceptibles de favorecer el juego homicida de la violencia y atacar la causa de la paz.


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2. En la base de todas estas formas de "no-verdad", alimentándolas y alimentándose de ellas, hay una concepción errónea del hombre y de sus dinamismos constitutivos. La primera mentira, la falsedad fundamental es la de no creer en el hombre, en el hombre con todo su potencial de grandeza, y además en su necesidad de redención del mal y del pecado que está en él.

Derivada de ideologías diversas, con frecuencia opuestas entre sí, se difunde la idea de que el hombre y la humanidad entera realizan su progreso sobre todo por la lucha violenta. Se ha creído poder verificarla en la historia. Se han hecho esfuerzos por convertirla en teoría. Progresivamente se ha llegado a la costumbre de analizar todo, tanto en la vida social como en la internacional, en términos exclusivos de relaciones de fuerza y consiguientemente de organizarse para imponer sus intereses. Ciertamente, esta tendencia ampliamente difundida de recurrir a la prueba de fuerza para hacer justicia está a veces contenida por treguas tácticas o estratégicas. Pero, mientras se deje flotar la amenaza, mientras se sostengan selectivamente ciertas violencias favorables a intereses e ideologías, mientras se mantenga la afirmación de que el progreso de la justicia es en último análisis un resultado de la lucha violenta, los matices, los frenos y las selecciones cederán periódicamente a la lógica simple y brutal de la violencia, que puede llegar hasta la exaltación suicida de la violencia por la violencia.


La paz tiene necesidad de sinceridad y verdad

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3. En medio de tal confusión de espíritus, construir la paz con las obras de la paz es difícil y exige la restauración de la verdad, si no se quiere que los individuos, los grupos y las naciones se pongan a dudar de la paz y permitan nuevas violencias.

Restaurar la verdad, es ante todo llamar por su nombre los actos de violencia bajo todas sus formas. Hay que llamar al homicidio por su nombre: el homicidio es un homicidio y las motivaciones políticas o ideológicas, lejos de cambiar su naturaleza, pierden por el contrario su dignidad propia. Hay que llamar por su nombre a las matanzas de hombres y mujeres, cualquiera que sea su pertenencia étnica, su edad y condición. Hay que llamar por su nombre a la tortura y, con los términos apropiados, a todas las formas de opresión y explotación del hombre por el hombre, del hombre por el estado, y de un pueblo por otro pueblo. Hay que hacerlo no para aquietar la conciencia con ruidosas denuncias que amalgaman todo -no se llama entonces a las cosas por su nombre- ni para estigmatizar y condenar a las personas y los pueblos, sino para ayudar al cambio de actitudes y de mentalidades, y para dar a la paz su oportunidad.


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4. Promover la verdad como fuerza de la paz, es emprender un esfuerzo constante para no utilizar nosotros mismos, aunque fuese para el bien, las armas de la mentira. La mentira puede deslizarse solapadamente en todas partes. Para mantener establemente la sinceridad, la verdad con nosotros mismos, hace falta un esfuerzo paciente, decidido, para buscar y encontrar la verdad superior y universal acerca del hombre, a la luz de la cual podremos valorar las diversas situaciones, y a la luz de la cual nos juzgaremos en primer lugar a nosotros mismos y nuestra propia sinceridad. Es imposible instalarse en la duda, la sospecha, el relativismo escéptico sin deslizarse rápidamente en la insinceridad y en la mentira. La paz, he dicho más arriba, está amenazada, cuando reina la incertidumbre, la duda y la sospecha, y la violencia sale ganando. ¿Queremos verdaderamente la paz? Entonces tenemos que ahondar bastante más en nosotros mismos para encontrar las zonas donde, más allá de las divisiones que constatamos en nosotros y entre nosotros, podamos reforzar la convicción de que los dinamismos constitutivos del hombre, el reconocimiento de su verdadera naturaleza, le llevan al encuentro, al respeto mutuo, a la fraternidad y a la paz. Esta laboriosa búsqueda de la verdad objetiva y universal sobre el hombre, creará, con su acción y sus resultados, hombres de paz y diálogo, a la vez fuertes y humildes con una verdad, a la que se darán cuenta de deber servir, y no servirse de ella para intereses de parte.


La verdad ilumina los caminos de la paz

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5. Uno de los engaños de la violencia consiste en tratar, -para justificación propia- de desacreditar sistemática y radicalmente al adversario, sus actuaciones y las estructuras socio-ideológicas en las que se mueve y piensa. El hombre de paz sabe reconocer la parte de verdad que hay en toda obra humana y, más todavía, las posibilidades de verdad que abrigan en lo profundo de todo hombre.

No es que el deseo de paz le haga cerrar los ojos ante las tensiones, las injusticias y las luchas que forman parte de nuestro mundo. El las mira de frente. Las llama por su nombre, por respeto a la verdad. Más aún, anclado profundamente en las cosas de la paz, el hombre no puede menos de ser todavía más sensible a todo lo que contradice a la paz. Esto le mueve a investigar valientemente las causas reales del mal y de la injusticia, para buscarles remedios apropiados. La verdad es fuerza de paz porque percibe, por una especie de connaturalidad, los elementos de verdad que hay en el otro y que ella trata de alcanzar.


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6. La verdad no permite desesperar del adversario. El hombre de paz, que ella inspira, no reduce al adversario al error en el que lo ve sucumbir, al contrario, él reduce el error a sus verdaderas proporciones y recurre a la razón, al corazón y a la conciencia del hombre, para ayudarle a reconocer y a acoger la verdad. Esto da a la denuncia de las injusticias una tonalidad específica: esta denuncia no siempre puede impedir que los responsables de las injusticias se endurezcan ante la verdad claramente manifestada, pero, al menos, ésta no provoca sistemáticamente tal endurecimiento, cuyas víctimas pagan a menudo las consecuencias. Uno de los grandes engaños que corrompen las relaciones entre individuos y grupos consiste, para mejor estigmatizar el error del adversario, en desprestigiar todos los aspectos, incluso justos y buenos, de su actuación. La verdad va por otros caminos y así conserva todas sus posibilidades a la paz.


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7. Y sobre todo, la verdad permite aún más no desesperar de las víctimas de la injusticia; no permite conducirlas a la desesperación de la resignación o de la violencia. Induce a apostar por las fuerzas de la paz que abrigan los hombres o los pueblos que sufren. Cree que, consolidándolas en la conciencia de su dignidad y de sus derechos imprescriptibles, ella los fortalece para someter las fuerzas de opresión a presiones eficaces de transformación, más eficaces que los focos de violencia generalmente sin mañana, a no ser un mañana de mayores sufrimientos. Con esta convicción, no ceso de proclamar la dignidad y los derechos de la persona. Por otra parte, como lo escribí en mi encíclica Redemptor Hominis, la lógica de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y la misma institución de la Organización de las Naciones Unidas, apunta también "a crear una base para una continua revisión de los programas, de los sistemas, de los regímenes, precisamente desde este único punto de vista fundamental que es el bien del hombre -digamos de la persona en la comunidad.." (n. 17, § 4). El hombre de paz, dado que vive de la verdad y de la sinceridad, es pues lúcido ante las injusticias, las tensiones y los conflictos que existen. Pero, en lugar de exacerbar las frustraciones y las luchas, él confía en las facultades superiores del hombre, en su razón y en su corazón, para inventar unos caminos de paz que llevan a un resultado verdaderamente humano y duradero.



Jornada Paz 1979-2003