Jornada Paz 1979-2003 603

0603

3. La paz brota de un corazón nuevo

Si los sistemas actuales, engendrados por el "corazón" del hombre, se revelan incapaces de asegurar la paz, es preciso renovar el "corazón" del hombre, para renovar los sistemas, las instituciones y los métodos. La fe cristiana posee una palabra para designar ese cambio fundamental del corazón: "conversión". En general, se trata de encontrar de nuevo la clarividencia y la imparcialidad junto con la libertad de espíritu, el sentido de la justicia junto con el respeto a los derechos humanos, el sentido de la equidad con la solidaridad mundial entre ricos y pobres, la confianza mutua y el amor fraterno.

Es preciso, ante todo, que las personas y los pueblos adquieran una real libertad de espíritu para tomar conciencia de las actitudes estériles del pasado, del carácter cerrado y parcial de los sistemas filosóficos y sociales que parten de presupuestos discutibles y reducen el hombre y la historia a un campo restringido por fuerzas materialistas que se apoyan sólo en el poder de las armas o de la economía, que encierran a los hombres en categorías totalmente opuestas las unas a las otras, que propugnan soluciones en una sola dirección; que ignoran las realidades complejas en la vida de las naciones, impidiéndoles tratar de ellas libremente. Es preciso por consiguiente replantear aquellos sistemas que conducen manifiestamente a un callejón sin salida, congelan el diálogo y el entendimiento, desarrollan la desconfianza, acrecientan la amenaza y el peligro, sin resolver los problemas reales, sin ofrecer verdadera seguridad, sin hacer a los pueblos realmente felices, pacíficos y libres. Esta profunda transformación del espíritu y del corazón exige ciertamente un gran coraje, el coraje de la humildad y de la lucidez; debe llegar a la mentalidad colectiva partiendo de la conciencia de las personas. ¿Es utópico esperarlo? La impotencia y el peligro en que se encuentran nuestros contemporáneos les empujan a no retrasar más esta vuelta a la verdad, lo único que les hará libres y capaces de crear sistemas mejores. Esta es la primera condición de un "corazón nuevo".

Son bien conocidos los demás elementos positivos y bastará recordarlos La paz no es auténtica si no es fruto de la justicia, "opus iustitiae pax", como decía ya el profeta Isaías (cf. Is 32,17): justicia entre las partes sociales, justicia entre los pueblos. Y una sociedad no es justa ni humana si no respeta los derechos fundamentales de la persona humana. Por lo demás, el espíritu de guerra surge y madura allí donde se violan los derechos inalienables del hombre. Incluso cuando la dictadura y el totalitarismo sofocan por un tiempo el lamento de los explotados y oprimidos, el hombre justo está convencido de que nada puede justificar esta violación de los derechos del hombre; tiene el coraje de defender a los demás en sus sufrimientos y se niega a capitular ante la injusticia, a comprometerse con ella; y, por muy paradójico que parezca, el que desea profundamente la paz rechaza toda forma de pacifismo que se reduzca a cobardía o simple mantenimiento de la tranquilidad. Efectivamente, los que están tentados de imponer su dominio encontrarán siempre la resistencia de hombres y mujeres inteligentes y valientes, dispuestos a defender la libertad para promover la justicia.

La equidad exige también que se refuercen las relaciones de justicia y solidaridad con los países pobres, y más en concreto con los países de la miseria y del hambre. La frase de Pablo VI: "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz" se ha convertido en convicción de muchos. Que los países ricos salgan, pues, de su egoísmo colectivo para plantear en términos nuevos los intercambios y la ayuda mutua, abriéndose a un horizonte planetario.

Más aún, un corazón nuevo se entrega al compromiso de hacer desaparecer el miedo y la psicosis de guerra. Al axioma que pretende que la paz sea el resultado del equilibrio de las armas opone el principio de que la verdadera paz no puede edificarse sin la confianza mutua (Cfr. PT 113). Ciertamente se mantiene vigilante y lúcido para detectar las mentiras y las manipulaciones y avanzar con prudencia. Pero se atreve a emprender y reemprender infatigablemente el diálogo que fue objeto de mi mensaje del año pasado.

En definitiva, un corazón nuevo es el que se deja inspirar por el amor. Ya afirmó Pío XI que no puede haber "verdadera paz externa entre los hombres y entre los pueblos donde no hay paz interna, o sea donde el espíritu de paz no se ha posesionado de las inteligencias y de los corazones...; las inteligencias, para reconocer y respetar las razones de la justicia; los corazones, para que la caridad se asocie a la justicia y prevalezca sobre ella; ya que si la paz... ha de ser obra y fruto de la justicia..., ésta pertenece más bien a la caridad que a la justicia" (Discurso del 24 Dic. 1930, AAS (1930), p. 535). Se trata de renunciar a la violencia, a la mentira, al odio; se trata de convertirse en las intenciones, en los sentimientos y en todo el comportamiento en un ser fraterno, que reconoce la dignidad y las necesidades del otro, buscando la colaboración con él para crear un mundo de paz.


0604

4. Llamada a los responsables de la política y de la opinión pública

Ya que es preciso lograr un corazón nuevo y promover una mentalidad nueva de paz, cada hombre y mujer, no importa su puesto en la sociedad, puede y debe asumir realmente su parte de responsabilidad en la construcción de una paz verdadera, en el ambiente donde vive: familia, escuela, empresa, ciudad. En sus preocupaciones, sus conversaciones y su acción, debe tener interés por todos sus hermanos y hermanas que forman parte de la misma familia humana, aunque vivan en los antípodas.

Pero evidentemente la responsabilidad comporta grados. El de los Jefes de Estado, el de los dirigentes políticos es capital para el establecimiento y el desarrollo de relaciones pacíficas entre los diferentes componentes de la nación y entre los pueblos. Más que los demás, ellos deben estar convencidos de que la guerra es en sí irracional y de que el principio ético de la solución pacífica de los conflictos es la única vía digna del hombre. Es necesario ciertamente tomar en consideración la presencia masiva de la violencia en la historia humana. Es el sentido de lo real puesto al servicio de la preocupación fundamental de la justicia el que impone el mantenimiento del principio de la legítima defensa en una historia así. Pero los riesgos espantosos de las armas de destrucción masiva deben conducir a la elaboración de procesos de cooperación y de desarme que hagan la guerra prácticamente inconcebible. Es preciso ganar la paz. Con más razón, la conciencia de los responsables políticos les debe impedir dejarse arrastrar a aventuras peligrosas en las que la pasión se impone sobre la justicia, sacrificar inútilmente en ellas la vida de sus ciudadanos, provocar conflictos en casa ajena, tomar pretexto de la precariedad de la paz en una región para extender la propia hegemonía a nuevos territorios. Estos dirigentes deben sopesar todo esto en su alma y en su conciencia y proscribir el maquiavelismo; de ello tendrán que dar cuenta a sus pueblos y a Dios.

Pero repito que la paz es un deber de todos. Las Organizaciones Internacionales tienen también un gran papel que jugar para hacer que prevalezcan soluciones universales, más allá de los puntos de vista particulares. Y mi llamada se dirige especialmente a todos los que ejercen, mediante los medios de comunicación, una influencia sobre la opinión pública, a todos los que se dedican a la educación de jóvenes y de adultos; ellos tienen encomendada la formación del espíritu de paz. ¿No podemos contar en la sociedad de manera especial con los jóvenes? Ante el futuro amenazador que entrevén, aspiran sin duda más que nadie a la paz, y muchos de ellos están dispuestos a dedicarle su generosidad y sus energías; que den pruebas de creatividad a su servicio, sin apartarse de la lucidez y de la valentía para sopesar todos los aspectos de las soluciones a largo plazo En definitiva, todos, hombres y mujeres, deben colaborar a la paz, según su sensibilidad y funciones propias. También las mujeres, tan vinculadas al misterio de la vida, pueden hacer mucho para que progrese el espíritu de paz, procurando asegurar la preservación de la vida, y con su convicción de que el verdadero amor es la única fuerza que puede hacer un mundo habitable para todos.


0605

5. Llamada a los cristianos

Cristianos, discípulos de Jesús, en medio de las tensiones de nuestro tiempo, debemos recordar que no hay felicidad sino para los "artífices de la paz" (Cfr. Mt 5,9).

La Iglesia vive el Año Santo de la Redención. Está invitada a abandonarse al Salvador que dice a los hombres, en el momento de realizar el supremo acto de amor: "Os doy mi paz" (cf. Jn 14,27). En ella cada uno debe compartir con todos sus hermanos el anuncio de la salvación y la fuerza de la esperanza.

El Sínodo de los Obispos sobre la reconciliación y la penitencia ha recordado recientemente las primeras palabras de Cristo: " Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15). El mensaje de los Padres sinodales nos muestra por qué camino debemos avanzar para ser de verdad artífices de paz: "La Palabra de Dios nos urge al arrepentimiento. "Cambia de corazón, y déjate reconciliar con el Padre". El designio del Padre sobre nuestra sociedad es que vivamos como una familia en justicia y verdad, en libertad y amor" (cf. L’Oss. rom., 28 de octubre de 1983). Esta familia no estará unida en una paz profunda si no es a condición de que escuchemos la llamada de volver al Padre, y a reconciliarnos con el mismo Dios.

Responder a esta llamada, cooperar con el plan de Dios es dejar que el Señor nos convierta. No contamos sólo con nuestras propias fuerzas, ni sólo con nuestra voluntad, que tantas veces nos falla. Que nuestra vida se deje transformar, porque "todo viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación" (2Co 5,18).

Descubramos de nuevo la fuerza de la oración: rezar es conformarnos con aquel a quien invocamos, a quien encontramos, y que nos da la vida. Hacer la experiencia de la oración es acoger la gracia que nos cambia. El Espíritu, junto con nuestro espíritu, nos compromete a conformar nuestra vida según la Palabra de Dios. Orar es entrar en la acción de Dios en la historia; él, que es su protagonista soberano, ha querido hacer de los hombres sus colaboradores.

Pablo nos dice de Cristo: "El es nuestra paz, El que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro de la separación, la enemistad" (Ep 2,14). Sabemos qué fuerza misericordiosa nos transforma en el sacramento de la reconciliación. Este don nos llena totalmente. Por tanto, si somos leales, no podemos resignarnos a las divisiones y enfrentamientos que nos oponen, unos a otros, puesto que compartimos la misma fe; no podemos aceptar sin reaccionar, que se prolonguen los conflictos que rompen la unidad de la humanidad llamada a ser un solo cuerpo. Si celebramos el perdón, ¿podemos combatirnos sin cesar? ¿Podemos ser adversarios, invocando al mismo Dios vivo? Si la ley del amor de Cristo es nuestra ley, ¿podemos quedarnos sin hablar y sin actuar cuando un mundo herido espera que vayamos al frente de los que construyen la paz?

Humildes y conscientes de nuestra debilidad, acerquémonos a la mesa eucarística, en la que Aquel que entrega su vida por la multitud de sus hermanos nos da un corazón nuevo y donde El pone en nosotros un nuevo espíritu (cf. Ez 36,26). Desde lo más profundo de nuestra pobreza y de nuestra confusión demos gracias por El, porque nos une con su presencia y con el don de sí mismo; El "que ha venido a anunciar la paz a los de lejos, y la paz a los de cerca" (Ep 2,17). Y si se nos concede acogerle, es deber nuestro ser testigos suyos, a través de nuestro trabajo fraterno, en todas las empresas de paz.


Conclusión

0606
La paz es multiforme: paz entre las naciones, paz en la sociedad, paz entre ciudadanos, paz entre las comunidades religiosas, paz en el interior de las empresas, en los barrios, en los pueblos, y, en particular, paz en el seno de las familias. Dirigiéndome a los católicos, y también a los otros hermanos cristianos y a los hombres de buena voluntad, he denunciado un cierto número de obstáculos para la paz. Son graves y entrañan serias amenazas. Pero, ya que dependen del espíritu, de la voluntad, del "corazón" humano, los hombres pueden superarlos, con la ayuda de Dios. Deben resistir a la caída en el fatalismo o el desánimo. Signos positivos se descubren ya a través de las sombras. La humanidad se hace consciente de la indispensable solidaridad que une a los pueblos y naciones para la solución de la mayor parte de los grandes problemas: empleo, utilización de los recursos terres tres y cósmicos, promoción de los países menos ricos, seguridad. La reducción de armamentos, controlada y generalizada, se considera por muchos como una necesidad vital. Se multiplican las instancias para ponerlo todo en juego, a fin de que la guerra desaparezca del horizonte de la humanidad. Se multiplican también las llamadas al diálogo, a la cooperación y a la reconciliación, y muchas iniciativas salen a la luz. El Papa quiere animarlas.

"Bienaventurados los pacificadores". Que la lucidez y la generosidad se encuentren siempre en esta empresa. Que cada vez la paz sea más verdadera y que arraigue en el corazón mismo del hombre. Que sea escuchado el grito de los hombres martirizados que esperan la paz. Que cada cual se comprometa con toda la fuerza de un corazón renovado y fraterno en la construcción de la paz en todo el mundo.

Vaticano, 8 de diciembre de 1983.





0700

1985 LA PAZ Y LOS JOVENES CAMINAN JUNTOS


A todos vosotros que creéis en la urgencia de la paz,
A vosotros, padres y educadores, que queréis ser promotores de paz,
A vosotros, dirigentes políticos, que tenéis una responsabilidad directa en la causa de la paz,
A vosotros, hombres y mujeres de la cultura, que buscáis la construcción de la paz en la civilización de hoy,
A todos vosotros que sufrís a causa de la paz y la justicia,
Y, sobre todo, a vosotros, jóvenes del mundo, cuyas decisiones sobre vosotros mismos y sobre vuestra vocación en la sociedad determinarán el porvenir de la paz hoy y mañana.
A todos vosotros y a todos los hombres de buena voluntad, envío mi mensaje en la XVIII Jornada Mundial de la Paz, porque la paz es una preocupación primordial, un desafío ineludible, una inmensa esperanza.


0701

1. Los problemas y las esperanzas del mundo nos interpelan cada día

Es un hecho: llevamos con nosotros el desafío de la paz. Vivimos un tiempo difícil en el que son muchas las amenazas de la violencia y guerra destructoras. Profundos desacuerdos enfrentan mutuamente a diversos grupos sociales, pueblos y naciones. Hay muchas situaciones de injusticia que no explotan en conflictos abiertos sólo porque la violencia de los que detentan el poder es tan grande que priva a los que no tienen poder hasta de la energía y oportunidad de reclamar sus propios derechos. En efecto, hoy existen pueblos a los que regímenes totalitarios y sistemas ideológicos impiden ejercer su derecho fundamental de decidir ellos mismos sobre su propio futuro. Hombres y mujeres sufren hoy insoportables insultos a su dignidad humana por la discriminación racial, el exilio forzado o la tortura. Hay quienes son víctimas del hambre y la miseria. Otros están privados de la práctica de sus creencias religiosas o del desarrollo de su propia cultura.

Es importante discernir las causas últimas de esta situación de conflicto la cual hace que la paz resulte precaria e inestable. La promoción efectiva de la paz exige que no nos limitemos a deplorar los efectos negativos de la presente situación de crisis, de conflicto y de injusticia; estamos llamados a destruir las raíces que causan estos efectos. Tales causas últimas hay que buscarlas especialmente en las ideologías que han dominado nuestro siglo y que continúan dominándolo, manifestándose en sistemas políticos, económicos y sociales, que asumen el control del modo de pensar del pueblo. Estas ideologías están marcadas por una actitud totalitaria que descuida y oprime la dignidad y los valores transcendentes de la persona humana y sus derechos. Semejante actitud pretende la dominación política, económica y social con una rigidez y método tales que, se cierra a todo auténtico diálogo y a cualquier forma real de compartir. Algunas de estas ideologías se han convertido en una suerte de falsa religión secularizada, que pretende aportar la salvación a toda la humanidad, pero sin dar prueba alguna de su propia verdad.

Pero la violencia y la injusticia tienen raíces profundas en el corazón de cada individuo, de cada uno de nosotros, en la manera diaria de pensar y de obrar de la gente. Fijémosnos sólo en los conflictos y divisiones en la familia, en los matrimonios, entre padres e hijos, en las escuelas, en la vida profesional, en las relaciones entre grupos sociales y entre generaciones. Pensemos sólo en los casos en los que se viola el derecho básico a la vida de los seres humanos más débiles e indefensos.

Pero incluso ante éstos -y muchos otros males- no tenemos derecho a perder la esperanza; ¡tan grandes son las energías que brotan del corazón de la gente que cree en la justicia y la paz! La crisis presente puede y debe convertirse en ocasión de conversión y cambio de mentalidades. El tiempo que vivimos no es tiempo de peligro e inquietud. Es una hora de esperanza.


0702

2. La paz y los jóvenes caminan juntos

Las dificultades presentes son realmente un test para nuestra humanidad. Pueden ser hitos decisivos en el camino hacia una paz duradera, porque suscitan los más audaces sueños y desencadenan las mejores energías de la mente y del corazón. Las dificultades son un desafío para todos. La esperanza es un imperativo para todos. Pero hoy quiero llamar vuestra atención sobre el papel que corresponde a la juventud en el esfuerzo por construir la paz. En el umbral de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, debemos ser conscientes de que el futuro de la paz y, por consiguiente, el futuro de la humanidad dependen, sobre todo, de las opciones morales fundamentales que la nueva generación de hombres y mujeres está llamada a tomar. Dentro de pocos años, los jóvenes de hoy serán los responsables de la vida familiar y de la vida de las naciones, del bien común de todos y de la paz. En el mundo entero, los jóvenes han comenzado a preguntarse: ¿qué puedo hacer yo? ¿qué podemos hacer nosotros? ¿hacia dónde nos llevan nuestros senderos? Quieren dar su aportación a la salvación de una sociedad herida y débil. Quieren ofrecer soluciones nuevas a problemas viejos. Quieren construir una nueva civilización de solidaridad fraterna. Inspirándome en los jóvenes, quiero invitar a todos a reflexionar sobre estas realidades. Pero quiero dirigirme de un modo especial y directo a los jóvenes de hoy y de mañana.


0703

3. Jóvenes, no tengáis miedo de vuestra propia juventud

La primera llamada que quiero haceros, hombres y mujeres jóvenes de hoy, es ésta: ¡no tengáis miedo! No tengáis miedo de vuestra propia juventud, y de los profundos deseos de felicidad, de verdad, de belleza y de amor eterno que abrigáis en vosotros mismos. Hay quien dice que la sociedad de hoy teme estos potentes deseos de los jóvenes, y que vosotros mismos les tenéis miedo. ¡No temáis! Cuando os miro, jóvenes, siento un gran agradecimiento y una gran esperanza. El futuro del próximo siglo está en vuestras manos. El futuro de la paz está en vuestros corazones. Para construir la historia, como vosotros podéis y debéis, tenéis que liberarla de los falsos senderos que sigue. Para hacer esto, debéis ser gente con una profunda confianza en el hombre y una profunda confianza en la grandeza de la vocación humana, una vocación a realizar con respeto de la verdad, de la dignidad y de los derechos inviolables de la persona humana.

Veo que en vosotros surge una nueva conciencia de vuestra responsabilidad y una nueva sensibilidad hacia las necesidades de vuestros prójimos. Os conmueve el hambre de paz que tanta gente comparte con vosotros. Os aflige tanta injusticia a vuestro alrededor. Descubrís un peligro abrumador en los gigantescos arsenales de armas y en la amenaza de la guerra nuclear. Sufrís cuando contempláis la extensión del hambre y la malnutrición. Os preocupa el medio ambiente hoy y para las generaciones futuras. Estáis amenazados con el desempleo, y muchos de vosotros os encontráis ya sin trabajo y sin perspectivas de un empleo conveniente. Estáis perturbados por tanta gente que vive política y espiritualmente oprimida y que no puede ejercer sus derechos humanos fundamentales como individuos o como comunidades. Todo esto puede suscitar el sentimiento de que la vida tiene poco sentido.

En esta situación, algunos de vosotros podéis sentiros tentados a huir de vuestra responsabilidad: en los ilusorios mundos del alcohol y la droga, en efímeras relaciones sexuales sin compromiso matrimonial o familiar, en la indiferencia, el cinismo y hasta en la violencia. Estad alerta contra el fraude de un mundo que quiere explotar o dirigir mal vuestra enérgica y ansiosa búsqueda de felicidad y orientación. No quedéis bloqueados en la búsqueda de las auténticas respuestas a las cuestiones que os asaltan. No tengáis miedo.


0704

4. La cuestión ineludible: ¿cuál es vuestra idea de hombre?

Entre las cuestiones ineludibles que os debéis plantear, la primera y principal es ésta: ¿cuál es vuestra idea de hombre? ¿qué constituye, en vuestra opinión, la dignidad y grandeza del ser humano? Esta es una cuestión que vosotros, jóvenes, os planteáis a vosotros mismos, pero que la lanzáis también a la generación que os ha precedido, a vuestros padres y a los que en distintos niveles tienen la responsabilidad de preocuparse por el bien y los valores del mundo. El intento de respuesta, honesto y abierto, a estas cuestiones puede llevar a jóvenes y mayores a examinar sus propias acciones y su propia historia. ¿No es verdad que con mucha frecuencia, sobre todo en los países más desarrollados y ricos, la gente ha caído en una idea materialista de la vida? ¿No es verdad que, algunas veces, los padres creen haber cumplido con sus obligaciones respecto a sus hijos porque les han ofrecido, más allá de la satisfacción de las necesidades básicas, mayor abundancia de bienes materiales, como respuesta a sus vidas? ¿No es verdad que, obrando así, están transmitiendo a las generaciones jóvenes un mundo pobre en valores espirituales esenciales, pobre en paz y pobre en justicia? ¿No es igualmente cierto que en otros países la fascinación de ciertas ideologías ha dejado a las generaciones jóvenes una herencia de nuevas formas de esclavitud sin la libertad de aspirar a los valores que ennoblecen la vida en todos sus aspectos? Preguntaos a vosotros mismos qué clase de personas queréis ser y queréis que sean los demás, qué tipo de cultura queréis construir. Haceos estas preguntas y no tengáis miedo de las respuestas, aunque os exijan un cambio de dirección en vuestros pensamientos y fidelidades.


0705

5. La cuestión fundamental: ¿quién es vuestro Dios?

La primera cuestión lleva a otra más básica y fundamental: ¿Quién es vuestro Dios? No podemos definir nuestra noción de hombre sin definir un Absoluto, una plenitud de verdad, de belleza y de bondad por la que nos dejamos conducir en la vida. Es verdad que el hombre, "imagen visible de Dios invisible", no puede responder a la pregunta acerca de quién es él o ella, sin afirmar al mismo tiempo quién es su Dios. Es imposible relegar esta cuestión a la esfera de la vida privada de la gente. Es imposible separar esta cuestión de la historia de las naciones. Hoy, las personas se ven expuestas a la tentación de rechazar a Dios en nombre de su propia humanidad. Donde quiera se dé este rechazo, las sombras del miedo extenderán su tenebroso manto. El miedo nace cuando muere Dios en la conciencia del hombre. Todos sabemos, aunque oscuramente y con temor, que allí donde Dios muere en la conciencia de la persona humana, se sigue inevitablemente la muerte del hombre, imagen de Dios.


0706

6. Vuestras respuestas: opciones basadas en valores

La respuesta que deis a estas dos preguntas interrelacionadas marcará la dirección del resto de vuestra vida. Cada uno de nosotros, en los tiempos de nuestra juventud, tuvimos que enfrentarnos con estas cuestiones y, en cierto momento, tuvimos que llegar a una conclusión que marcó nuestras opciones futuras, nuestros caminos, nuestras vidas. Las respuestas que vosotros, jóvenes, deis a estas preguntas determinarán también el tipo de respuesta que daréis a los grandes desafíos de la paz y la justicia. Si habéis decidido constituiros vosotros mismos en vuestro Dios, sin mirar a los demás, os convertiréis en instrumentos de división y de enemistad, incluso en instrumentos de guerra y de violencia. Al deciros esto, quisiera señalaros la importancia de las opciones que suponen valores. Los valores son los apoyos de vuestras opciones, que determinan no sólo vuestras propias vidas sino también las políticas y estrategias para construir la vida de la sociedad. Y recordad que es imposible crear una dicotomía entre los valores personales y los sociales. No es posible vivir en la inconsecuencia: ser exigentes con los demás y con la sociedad y vivir, por otra parte, una vida personal de permisividad.

Tenéis que decidir qué valores queréis construir en la sociedad. Vuestras opciones determinarán si en el futuro sufriréis la tiranía de sistemas ideológicos que reducen las dinámicas de la sociedad a la lógica de la lucha de clases. Los valores que escojáis hoy determinarán si las relaciones entre las naciones continuarán siendo sombrías a causa de las tensiones, producto de inconfesados o abiertamente proclamados designios de subyugar a los pueblos con regímenes en los que Dios no cuenta, y en los que la dignidad de la persona humana es sacrificada a las exigencias de una ideología que intenta divinizar la colectividad. Los valores con los que os comprometáis en vuestra juventud determinarán si estaréis satisfechos con la herencia de un pasado en el que el odio y la violencia sofocan el amor y la reconciliación. De las opciones de cada uno de vosotros, hoy, dependerá el futuro de vuestros hermanos y hermanas.


0707

7. El valor de la paz

La causa de la paz, el constante e ineludible desafío de nuestros días, os ayuda a descubriros a vosotros mismos y a descubrir vuestros valores. Las realidades son espantosas y aterradoras. Millones gastados en armas. Recursos de medios materiales e intelectuales dedicados sólo a la producción de armamentos. Posturas políticas que a veces no reconcilian ni unen a los pueblos, sino que más bien crean barreras y aíslan a unas naciones de otras. En estas circunstancias, el justo sentido de patriotismo puede caer víctima de un fanático particularismo, el honroso servicio de defensa de un país puede ser mal interpretado y hasta ridículo (cf. GS 79). En medio de tantas voces de sirena de interés personal, los hombres y mujeres de paz deben aprender a tener en cuenta en primer lugar los valores de la vida y a actuar confiadamente para poner en práctica esos valores La llamada a ser artífices de la paz se sentirá firmemente en la llamada a la conversión del corazón, como lo recordé en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del año pasado. Se verá reforzada por un compromiso de diálogo honesto y de negociaciones sinceras, basadas en el respeto mutuo, unido a una valoración realista de las justas exigencias y legítimos intereses de todos los concernidos. Intentará disminuir las armas cuya existencia masiva provoca el miedo en los corazones de la gente. Se dedicará a la construcción de puentes -culturales, económicos, sociales y políticos- que permitan un mayor intercambio entre las naciones. Promoverá la causa de la paz como causa de cada uno, no con eslogans que dividen o con acciones que agitan innecesariamente las pasiones, sino con confianza tranquila, fruto del compromiso con los auténticos valores y con el bien de toda la humanidad.


0708

8. El valor de la justicia

El bien de la humanidad es en última instancia la razón por la que debéis asumir como vuestra la causa de la paz. Al deciros esto, os invito a no concentrar vuestra atención sólo en la amenaza a la paz generalmente referida al problema Este-Oeste, sino a ir más allá y pensar más bien en todo el mundo, incluidas las así llamadas tensiones Norte-Sur. Como en ocasiones anteriores, hoy quiero afirmar de nuevo que estos dos problemas -paz y desarrollo- van unidos y hay que afrontarlos juntos si los jóvenes de hoy quieren heredar mañana un mundo mejor.

Uno de los aspectos de esta relación es el despliegue de recursos para un objetivo (armamentos) más que para el otro (desarrollo). Pero la conexión real no está simplemente en el uso de los recursos, por muy importantes que sean. Es la que se da entre los valores que llevan al compromiso por la paz y los que llevan al compromiso por el desarrollo en un sentido auténtico. Porque lo mismo que la paz verdadera exige más que la ausencia de guerra o el mero desmantelamiento de los sistemas de armamentos, así también el desarrollo, en su verdadero e íntegro sentido, no puede reducirse nunca solamente a un plan económico o a una serie de proyectos técnicos, prescindiendo del valor que puedan tener. En el área global del progreso que llamamos paz y justicia se deben aplicar los mismos valores que surgen de la idea que tenemos del hombre y de Dios en relación con toda la raza humana. Los mismos valores que llevan al compromiso de ser artífices de paz deben impulsar a la promoción del desarrollo integral de todo hombre y de todos los pueblos.


0709

9. El valor de la participación

Un mundo de justicia y de paz no puede ser creado sólo con palabras y no puede ser impuesto por fuerzas externas. Debe ser deseado y debe llegar como fruto de la participación de todos. Es esencial que todo hombre tenga un sentido de participación, de tomar parte en las decisiones y en los esfuerzos que forjan el destino del mundo. En el pasado la violencia y la injusticia han arraigado frecuentemente en el sentimiento que la gente tiene de estar privada del derecho a forjar sus propias vidas. No se podrán evitar nuevas violencias e injusticias allí donde se niegue el derecho básico a participar en las decisiones de la sociedad. Pero este derecho debe ejercerse con discernimiento. La complejidad de la vida en la sociedad moderna exige que el pueblo delegue en sus líderes el poder de tomar decisiones, con la segura confianza de que sus líderes tomarán decisiones ordenadas al bien de su propio pueblo y de todos los pueblos. La participación es un derecho, pero conlleva también obligaciones: ejercerla con respeto hacia la dignidad de la persona humana. La confianza mutua entre ciudadanos y dirigentes es fruto de la práctica de la participación, y la participación es la piedra angular para la construcción de un mundo de paz.


0710

10. La vida: una peregrinación de descubrimiento

Os invito a todos, jóvenes del mundo, a asumir vuestra responsabilidad en la más grande de las aventuras espirituales que la persona puede afrontar: construir la vida humana de los individuos y de la sociedad con respeto por la vocación del hombre. Pues es verdad que la vida es una peregrinación de descubrimiento: descubrimiento de lo que sois, descubrimiento de los valores que forjan vuestras vidas, descubrimiento de los pueblos y naciones para estar todos unidos en la solidaridad. Aunque este camino de descubrimiento es más evidente en la juventud, es un camino que nunca termina. Durante toda vuestra vida, debéis afirmar y reafirmar los valores que os forjan y que forjan el mundo: los valores que favorecen la vida, que reflejan la dignidad y vocación de la persona humana, que construyen un mundo en paz y justicia.

Entre los jóvenes de todo el mundo existe un consenso sobre la necesidad de la paz. Esto supone un extraordinario potencial de fuerza para el bien de todos. Pero los jóvenes no deben conformarse con un deseo instintivo de paz. Este deseo debe transformarse en una firme convicción moral que abarca toda la cadena de problemas humanos y construye sobre valores profundamente apreciados. El mundo necesita jóvenes que hayan bebido en la profundidad de las fuentes de la verdad. Necesitáis escuchar la verdad y para ello precisáis pureza de corazón; necesitáis comprenderla, y para ello precisáis profunda humildad; necesitáis rendiros a ella y compartirla, y para ello precisáis la fuerza de resistir a las tentaciones del orgullo, de la autosuficiencia y la manipulación. Debéis forjar en vosotros mismos un profundo sentido de responsabilidad.



Jornada Paz 1979-2003 603