Audiencias 1979 61

Miércoles 23 de mayo de 1979

Naturaleza misionera de la Iglesia

1. Mañana termina el período de cuarenta días, que separan el momento de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo de su Ascensión. Este es también el momento de la separación definitiva del Maestro de sus Apóstoles y de los discípulos. En un momento tan importante Cristo les confía la misión que Él mismo ha recibido del Padre y ha comenzado en la tierra: "Como me envió mi Padre, así os envío yo" (Jn 20,21), les dijo durante el primer encuentro después de la resurrección. En este momento se encuentra en Galilea, según lo que escribe Mateo: ''Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado, y viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron, y, acercándose Jesús, les dijo: 'Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo'" (Mt 28,16-20).

Las palabras citadas contienen el así llamado mandato misionero. Los deberes que Cristo transmite a los Apóstoles definen al mismo tiempo la naturaleza misionera de la Iglesia. Esta verdad ha encontrado su expresión particularmente plena en la enseñanza del Concilio Vaticano II: "La Iglesia peregrinante es, por naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre" (Ad gentes AGD 2). La Iglesia nacida de esta misión salvífica, se encuentra siempre "in statu missionis: en estado de misión", y está siempre en camino. Esta condición refleja las fuerzas interiores de la fe y de la esperanza que animan a los Apóstoles, a los discípulos y a los confesores de Cristo Señor durante todos los siglos. "Muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber personas que en tan pías y santas cosas se ocupen. Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas partes, dando voces, como hombre que tiene perdido el juicio... diciendo a los que tienen más letras que voluntad: ¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria... por la negligencia de ellos!... Muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina... diciendo: Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que yo haga? Envíame adonde quieras" (San Francisco Javier, Carta 5 a San Ignacio de Loyola, de 1544. H. Tursellini, Vita Francisci Xaverii, Romae, 1956, lib. IV; citado según el Libro de las Horas, Oficio de lectura del 3 de diciembre).

En nuestra época estas fuerzas, tan claramente presentadas por el Concilio, deben hallar eco de nuevo. La Iglesia debe renovar su conciencia misionera, que en la práctica apostólica y pastoral de nuestros tiempos exige ciertamente muchas aplicaciones nuevas; entre ellas, una renovada actividad misionera de la Iglesia motiva aún más profundamente y pide aún más fuertemente esta actividad.

2. Aquellos a quienes envía el Señor Jesús —tanto los que después de los diez días siguientes a la Ascensión saldrán del Cenáculo en Pentecostés, como todos los demás: generación tras generación hasta nuestros tiempos— llevan consigo un testimonio que es la fuente primera y el contenido fundamental de la evangelización: "Recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra" (Ac 1,8). Reciben el encargo de enseñar dando testimonio. "El hombre actual escucha a los que dan testimonio más gustosamente que a los maestros, o si escucha a los maestros es porque dan testimonio" (Pablo VI, discurso a los miembros del Consilium de Laicis, 2 de octubre de 1974; AAS 66, 1974, pág. 568; cf. Evangelii nuntiandi EN 41 AAS 68, 1976, pág. 31).

Cuando leemos tanto en los Hechos de los Apóstoles como en las Cartas la impresión de la catequesis apostólica, comprobamos lo exactamente que encarnaron en la vida este encargo los primeros ejecutores del mandato apostólico de Cristo. Dice San Juan Crisóstomo: "Si la levadura, mezclada con la harina, no transforma toda la masa en una misma calidad, ¿habrá sido en realidad un fermento? No digas que no puedes arrastrar a los otros; efectivamente, si eres un cristiano auténtico, es imposible que no suceda esto" (San Juan Crisóstomo, In Acta Apostolorum, Homilía 20, 4; PG 60,163).

Quien realiza la obra de la evangelización no es sobre todo un profesor. Es un enviado. Se comporta como un hombre a quien se le ha confiado un gran misterio. Y al mismo tiempo como quien ha descubierto personalmente el tesoro mayor, como aquel "escondido en un campo", de la parábola de Mateo (cf. Mt 13,44). El estado de su alma, pues, está marcado también por la prontitud en compartirlo con los otros. Más todavía que la prontitud, siente un imperativo interior, en la línea de ese magnífico urget de Pablo (cf. 2Co 5,14).

Todos nosotros descubrimos esta fisonomía interior leyendo y releyendo las obras de Pedro, Pablo, Juan y otros, al conocer por sus obras, por sus palabras pronunciadas, por las cartas escritas que eran realmente los Doce. La Iglesia nació in statu missionis en hombres vivos.

Y este carácter misionero de la Iglesia se ha renovado sucesivamente en otros hombres concretos, de generación en generación. Es necesario caminar sobre las huellas de estos hombres, a quienes, en las distintas épocas, se les ha confiado el Evangelio como obra de salvación del mundo. Es necesario verlos como eran en su interior. Como los ha plasmado el Espíritu Santo. Como los ha transformado el amor de Cristo. Sólo entonces vemos de cerca la realidad que esconde en sí la vocación misionera.

3. En la Iglesia, donde cada uno de los fieles es un evangelizador, Cristo continúa eligiendo a los hombres que quiere "para que le acompañen y para enviarlos a predicar a las gentes" (Ad gentes AGD 23): de este modo la narración del envío de los Apóstoles se hace historia de la Iglesia desde la primera a la última hora.

62 La calidad y el número de estas vocaciones son el signo de la presencia del Espíritu Santo, porque es el Espíritu "quien distribuye los carismas según quiere para utilidad común": para este bien supremo Él "inspira la vocación misionera en el corazón de cada uno" (Ad gentes AGD 23). Es cierto que el Espíritu inspira y mueve a los hombres elegidos, para que la Iglesia pueda encargarse de su responsabilidad evangelizadora. En efecto, siendo la Iglesia la misión encarnada, revela esta encarnación suya ante todo en los hombres de la misión: "Como me envió mi Padre, así os envío yo" (Jn 20,21).

En la Iglesia, la presencia de Cristo, que llama y envía como durante su vida mortal, y la del Espíritu Pentecostal que inflama, es la certeza de que las vocaciones misioneras no faltarán nunca.

Estos "signados y designados por el Espíritu" (Ac 13,2) "son sellados con vocación especial entre las gentes y son enviados por la autoridad legítima: hombres y mujeres, nativos del lugar y extranjeros: sacerdotes, religiosos, laicos" (Ad gentes AGD 23). El surgir y el multiplicarse de los consagrados de por vida a la misión es también el índice del espíritu misionero de la Iglesia: de la universal vocación misionera de la comunidad cristiana brota la vocación especial y específica del misionero: efectivamente, la vocación no es algo puramente personal, sino que afecta al hombre a través de la comunidad.

El Espíritu Santo, que inspira la vocación de cada uno, es el mismo que "suscita en la Iglesia institutos que tomen como misión propia el deber de la evangelización, que pertenece a toda la Iglesia" (Ad gentes AGD 23). Órdenes, congregaciones e institutos misioneros han representado y vivido durante siglos el compromiso misionero de la Iglesia y lo viven todos hoy con plenitud.

La Iglesia confirma, pues, su confianza y su mandato a estas instituciones, y saluda con alegría y esperanza a las nuevas que surgen en las comunidades del mundo misionero. Pero ellas, a su vez, siendo la expresión de la finalidad misionera, incluso de las Iglesias locales, de las que nacen, en las que viven y por medio de las cuales actúan, intentan dedicarse a la formación de misioneros que son los verdaderos agentes de la evangelización en la línea de los Apóstoles de Cristo. Su número no debe disminuir, más bien debe adecuarse a las necesidades inmensas de los tiempo pos no lejanos en que los pueblos se abrirán a Cristo y a su Evangelio de vida.

Además, a nadie se le escapa un signo de la nueva época misionera que la Iglesia espera y prepara: las Iglesias locales, antiguas y nuevas, están vivificadas y sacudidas por un ansia nueva, la de encontrar formas de acción específicamente misioneras con el envío de los propios miembros a las gentes, o por sí mismas, o apoyándose en las instituciones misioneras. La misión evangelizadora "que corresponde (precisamente) a toda la Iglesia" se siente cada vez más como compromiso directo de las Iglesias locales que, por esto, entregan a los campos de misión sus sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos. El Papa Pablo VI ha visto y descrito bien: "Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma... Esto quiere decir, en una palabra, que ella siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar frescor, impulso y fuerza para anunciar el Evangelio".

Como consecuencia, cada una de las Iglesias deberá situarse en la perspectiva de esa vocación apostólica, con la que Pablo se reconocía entre las gentes y por la que gemía: "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1Co 9,16).

4. El primer domingo de mayo estaba dedicado de modo especial a la oración por las vocaciones. Hemos prolongado esta oración durante todo el mes, encomendando este problema tan importante a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a María.

Ahora, en el período de la Ascensión del Señor, preparándonos a la solemnidad de Pentecostés, deseamos expresar en esta oración el carácter misionero de la Iglesia. Por esto pidamos también que la gracia de la vocación misionera, concedida a la Iglesia desde los tiempos apostólicos a través de tantos siglos y generaciones, resuene en la generación contemporánea de los cristianos con una nueva fuerza de fe y de esperanza: "Id..., enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19).

Saludos

(A varias peregrinaciones italianas)

63 Dedico una bienvenida cordialísima a las abundantes peregrinaciones italianas tan bien organizadas por las propias comunidades diocesanas y presididas por sus Pastores. Saludo en particular a los fieles de las diócesis de Monopoli y Conversano, Matera e Irsina, Tursi-Lagonegro, Lanciano y Ortona, y dirijo un saludo igualmente afectuoso a la peregrinación organizada por los padres pasionistas para celebrar el centenario del nacimiento de Santa Gemma Galgani.

Queridos hermanos y hermanas: Estamos en el clima estimulante para el espíritu, del período litúrgico pascual que culmina en las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, las cuales marcan el triunfo final de la misión salvífica de Cristo y la coronan con la venida del Espíritu Santo y su acción iluminadora y protectora de la Iglesia. Que cada uno se comprometa a vivir estos misterios dando testimonio de ellos con fe viva y caridad ardiente, siguiendo el ejemplo de Santa Gemma, flor amable de esta Italia amada.

(A los jóvenes, a los recién casados, y a los enfermos)

Deseo dedicar ahora un saludo particular a los jóvenes aquí presentes. Son estudiantes procedentes de varias partes de Italia, y muchachos y muchachas que han recibido hace poco la primera comunión o el sacramento de la confirmación, y han venido aquí a manifestar al Papa sus sentimientos de fe.

¡Bienvenidos seáis, queridísimos! De todo corazón deseo que los años florecientes y prometedores de vuestra juventud no pasen en vano para vosotros, y pido de corazón que sepáis encontrar en la fe ardiente y en la amistad con Cristo, la fuerza para estar siempre a la altura de las responsabilidades que os esperan en la vida. Os acompañe mi bendición.

A vosotros, recién casados, va ahora mí saludo y felicitación. Gracias por vuestra presencia y vuestra cordialidad.

Como pensamiento de boda os recuerdo la primera bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres de espíritu".

¿Qué significa ser "pobres de espíritu"? Significa ser humildes ante la majestad suprema de Dios; significa aceptar su voluntad y, por consiguiente, su ley moral como misterio de amor y salvación al que es menester abandonarse con confianza total y con valentía; significa saber encontrar la alegría en las cosas pequeñas bien hechas, con paciencia y sin pretensiones.

Procurad vivir con generosidad esta bienaventuranza y gozaréis en vuestra casa de la felicidad del Reino de los cielos.

Al dedicar un saludo particularmente afectuoso a los enfermos, quisiera invitarles a reflexionar sobre Jesús condenado a muerte.

¿Quién era Jesús? Era el inocente por naturaleza; era el Verbo de Dios Encarnado, el Mesías, el bienhechor supremo de la humanidad.

64 Y sin embargo, fue condenado a muerte, a una muerte terrible, porque de su sacrificio redentor debía brotar nuestra vida.

Tomad también vosotros vuestro sufrimiento no como condena, sino como acto de amor redentor. A través del "Apostolado del sufrimiento", también vosotros estáis en primera línea en la obra de la conversión y salvación de las almas.

Os sostenga mi bendición que extiendo a cuantos os atienden.





Miércoles 30 de mayo de 1979

Pentecostés, fiesta de la evangelización

1. Ya en las primeras frases de los Hechos de los Apóstoles leemos que Jesús, después de su pasión y resurrección, "se presentó a ellos vivo... con muchas pruebas evidentes, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios" (Ac 1,3). Entonces anunció que, pasados no muchos días, serían "bautizados en el Espíritu Santo" (Ac 1,5). Y antes de la separación definitiva, como observa el autor de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas, pero ahora en su Evangelio, les ordenó "...permanecer en la ciudad, hasta que seáis revestidos del poder de lo alto" (Lc 24,49). Por eso, los Apóstoles, después que Él los dejó, subiendo al cielo, "volvieron a Jerusalén" (Lc 24,52), donde —como informan de nuevo los Hechos— "perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús" (Ac 1,14). Ciertamente el lugar de esta oración común, recomendada explícitamente por el Maestro, era el templo de Jerusalén, como leemos al final del Evangelio de San Lucas (24, 53). Pero era también el Cenáculo, como se deduce de los Hechos de los Apóstoles. El Señor Jesús les había dicho; "pero recibiréis el poder del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta el extremo de la tierra" (Ac 1,8).

Año tras año, la Iglesia en su liturgia celebra la Ascensión del Señor cuarenta días después de la Pascua. Año tras año, también ese período de diez días, que van de la Ascensión a Pentecostés, transcurre en oración al Espíritu Santo. En cierto sentido la Iglesia, año tras año se prepara al aniversario de su nacimiento. Ella —como enseñan los Padres— nació en la cruz el Viernes Santo; pero manifestó su nacimiento ante el mundo el día de Pentecostés, cuando los Apóstoles fueron "revestidos del poder de lo alto" (Ac 1,5). "Ubi enim Ecclesia, ibi et Spiritus Dei; et ibi Spiritus Dei, illic Ecclesia at omnis gratia: Spiritus autem veritas" (Donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda gracia: el Espíritu es la verdad) (S. Ireneo, Adversus haereses III, 24,1: PG 7, 966).

2. Procuremos perseverar en este ritmo de la Iglesia. Durante éstos días ella nos invita a participar en la novena al Espíritu Santo. Se puede decir que, entre las diversas novenas, ésta es la más antigua; que nació, en cierto sentido, por institución de Cristo Señor. Es claro que Jesús no ha señalado las oraciones que debemos rezar durante estos días. Pero indudablemente recomendó a los Apóstoles pasar estos días en oración, esperando la venida del Espíritu Santo. Esta recomendación era válida no sólo entonces. Es válida siempre. Y el período de diez días después de la Ascensión del Señor lleva en sí, cada año, la misma llamada del Maestro. Encierra también en sí el mismo misterio de la gracia, vinculada al ritmo del tiempo litúrgico. Es necesario aprovechar este tiempo. Procurar recogernos de modo especial y, en cierto sentido, entrar en el cenáculo junto con María y los Apóstoles, preparando el alma para recibir al Espíritu Santo, y su acción en nosotros. Todo esto tiene una gran importancia para la madurez interna de nuestra fe, de nuestra vocación cristiana. Y tiene también una gran importancia para la Iglesia como comunidad: cada una de las comunidades en la Iglesia y toda la Iglesia, como comunidad de todas las comunidades, maduren, año tras año, mediante el Don de Pentecostés.

"El soplo oxigenador del Espíritu ha venido a despertar en la Iglesia energías latentes, a suscitar carismas adormecidos, a infundir aquel sentido de vitalidad y de alegría que, en cada época de la historia, hace joven y actual a la Iglesia, dispuesta y feliz para anunciar su eterno mensaje a los tiempos nuevos" (Pablo VI, Discurso a los Emmos. Cardenales, 21 de diciembre de 1973: AAS 66, 1974, 18; L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 30 diciembre 1973, pág. 3).

También este año es necesario prepararse para la aceptación de este Don. Procuremos participar en la oración de la Iglesia. "... Il est imposible d'entendre l'Esprit sans écouter ce qu'il dit a l'Eglise" (es imposible entender al Espíritu sin escuchar lo que Él dice a la Iglesia) (H. de Lubac, Meditations sui l'Eglise, París, 1973, Aubier 168).

Oremos también a solas. Hay una oración especial que resonará con la debida fuerza en la liturgia de Pentecostés; pero podemos repetirla frecuentemente, sobre todo en el período actual de espera: "Ven, Espíritu Santo/ y mándanos desde el cielo/ un rayo de tu luz./ Ven, padre de los pobres,/ ven, dado de los dones,/ ven, luz de los corazones,/ ...dulce huésped del alma/ y dulcísimo consuelo./ Descanso en la fatiga,/ alivio en el bochorno/ y en nuestro llanto consuelo./ ...Lava lo que está manchado,/ riega lo que está seco,/ sana lo que está enfermo./ Doblega lo que está rígido,/ calienta lo que está frío,/ endereza lo extraviado./

65 Quizá algún día volveremos otra vez sobre esta magnífica secuencia y procuraremos comentarla. Hoy baste sólo un breve recuerdo de algunas palabras y frases.

Dirigimos, pues, nuestras plegarias en este tiempo al Espíritu Santo. Pedimos sus dones. Pedimos por la transformación de nuestras almas. Pedimos fortaleza en la confesión de la fe, coherencia de la vida con la fe. Pedimos por la Iglesia para que realice su misión en el Espíritu Santo, a fin de que la acompañe el consejo y el Espíritu del Esposo y de su Dios (cf. Sanctus Bernardus, In vigilia Nativitatis Domini, Sermo 3, n. 1: PL 183, 941). Pedimos por la unión de todos los cristianos. Por la unión en realizar la misma misión.

3. La descripción de este momento en el que los Apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén recibieron el Espíritu Santo, está unida de modo particular con la revelación de las lenguas. Leemos: "Se produjo de repente un ruido proveniente del cielo como el de un viento que sopla impetuosamente, que invadió toda la casa en que residían. Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre vado uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse" (
Ac 2,2-4). El suceso, que tuvo lugar en el Cenáculo, no pasó desapercibido fuera, entre la gente que entonces se encontraba en Jerusalén, y eran —como leemos— judíos de diversas naciones: "...se juntó una muchedumbre, que se quedó confusa, al oírles hablar a cada uno en su propia lengua" (Ac 2,6). Y los que se admiraban así, oyendo hablar la propia lengua, son enumerados sucesivamente en la descripción de los Hechos de los Apóstoles: "Partos, medos, elamitas, los que habitan Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia que están contra Cirene, y los forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes" (Ac 2,9-11). Todos estos oían el día de Pentecostés a los Apóstoles, que eran galileos, hablar en sus propias lenguas y anunciar las grandezas de Dios (cf. Ac 2,11).

Así, pues, Pentecostés es el día del anuncio visible y perceptible de la realización del mandato de Cristo: "Id... y enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19). Mediante la revelación de las lenguas vemos ya, en cierto modo, y percibimos a la Iglesia que, cumpliendo este mandato, nace y vive entre las distintas naciones de la tierra.

Dentro de algunos días, en la celebración del jubileo de San Estanislao, tendré la suerte de ir a Polonia, a mi patria. Precisamente allí celebraré Pentecostés, la fiesta de la venida del Espíritu Santo. Con este motivo he agradecido ya más de una vez al Episcopado y a las Autoridades estatales polacas esta invitación. Hoy lo reitero una vez más.

En esta perspectiva, deseo manifestar mi particular alegría porque a esa revelación de las lenguas, en el día de Pentecostés, se han añadido también, a lo largo de la historia, cada una de las lenguas eslavas desde Macedonia a través de Bulgaria, Croacia, Eslovenia, Bohemia, Eslovaquia, Lusacia, en occidente. Y del Oriente: Rús (hoy llamada Ucrania), Rusia y Bielorrusia. Deseo manifestar alegría especial porque a la revelación de las lenguas en el Cenáculo de Jerusalén, el día de Pentecostés, se añada también mi nación y su lengua: la lengua polaca.

Ya que se me ofrece la oportunidad de visitar mi Patria en la solemnidad de Pentecostés, deseo expresar mi agradecimiento porque el Evangelio es anunciado desde hace tantos siglos en todas estas lenguas y particularmente en mi lengua nacional. Y al mismo tiempo deseo servir a esta importante causa de nuestro tiempo: para que "las grandezas de Dios" continúen anunciándose con fe y con valentía como siembra de la esperanza y del amor que Cristo ha injertado en nosotros, mediante el Don de Pentecostés.
* * *


Mi visita a Polonia, del 2 al 10 del próximo junio, tendrá lugar mientras en Italia y en algunos otros países de Europa se desarrollarán acontecimientos de gran alcance: en Italia, el 3 y 4 de junio, las elecciones para el Parlamento nacional; el 10 de junio, en nueve países de la Comunidad Europea, la elección del primer Parlamento de la misma Comunidad, designado por la base popular.

Lejos físicamente, me sentiré cerca con el corazón a las decenas y decenas de millones de hombres y mujeres que se dispondrán a cumplir un deber que es, al mismo tiempo, un acto de servicio al bien común. Rezaré al Señor, y estoy seguro de que vosotros le rezaréis conmigo, para que todos sepan cumplir este deber propio con sentido de responsabilidad y madurez, inspirado por el dictamen profundo de la propia conciencia.

Saludos

66 Saludo cordialmente a todos los grupos de lengua española y a cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas:

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se lee que Jesús, después de su Pasión y Resurrección, "se presentó vivo. con muchas pruebas evidentes, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dio" (
Ac 1,3).

Cada año la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión del Señor. Cada año, igualmente, en el período de diez días que va desde la Ascensión hasta Pentecostés. la Iglesia lo pasa en oración pidiendo la venida del Espíritu Santo. Es necesario sacar provecho de este tiempo. Hagamos un esfuerzo por entrar en el Cenáculo junto con María y los Apóstoles, preparando nuestras almas a la llegada del Espíritu Santo. Todo esto tiene gran importancia para la madurez de nuestra fe y de nuestra vocación cristiana. Recemos para que sepamos aceptar en nuestra vida la gracia del Espíritu Santo.

Este año celebraré la fiesta de Pentecostés en mi patria, Polonia. En esta perspectiva deseo expresar mi gran alegría por el hecho de que aquella revelación de las lenguas comenzada el día de Pentecostés, en el transcurso de la historia haya llegado a las naciones eslavas y también a mi patria nativa.

Esa causa del Evangelio es la que quiero servir, para que las obras de Dios sean anunciadas con la fe, la esperanza y el amor que, con el Don de Pentecostés, Cristo nos ha dado.

(A los participantes en la asamblea plenaria del Comité Euro-Internacional del Hormigón)

Saludo a los participantes en la asamblea plenaria del Comité Euro-Internacional del Hormigón. Nos damos cuenta perfectamente de vuestras responsabilidades; la técnica del hormigón impera por todo el mundo en casi todas las grandes construcciones, sean inmuebles, obras públicas o incluso obras de arte. Este impresionante progreso técnico debe ofrecer toda clase de garantías y estar en armonía con nuestras ciudades y paisajes. Tenéis que vigilar. Os deseo que cada vez acertéis más en unir la ventaja con la solidez, el carácter práctico y la belleza, pues también vosotros podéis contribuir a dar al mundo un aspecto más humano.

(En italiano)

Deseo dedicar un saludo especial a los dirigentes del Instituto de Reconstrucción Industrial (1Rl) y a cuantos han terminado los cursos de perfeccionamiento organizados por el Instituto y están a punto de volver a su patria.

Queridísimos: Sé que procedéis de varíos países y habéis seguido con empeño cursos teóricos y prácticos que os habilitan para ser más útiles en vuestras naciones respectivas.

La Iglesia alienta toda iniciativa que sea oportuna, encaminada a impulsar la colaboración entre los distintos países del mundo, en beneficio sobre todo de los que están en vías de desarrollo.

67 El Señor os sostenga y os bendiga a vosotros, a vuestras familias y a los pueblos que esperan vuestra colaboración.

El tiempo no me permite decir una palabra a cada grupo. Pero deseo al menos mencionar a los más numerosos y cualificados, entre los que se hallan la peregrinación del Instituto "Pío XI del Aventino", de los Hermanos de las Escuelas Cristianas; las religiosas y seglares pertenecientes al Pontificio Instituto Teológico Internacional "Regina mundi", que celebra ahora los XXV años de fundación; las religiosas de la congregación de la Caridad de Nevers residentes en Roma, con las alumnas, padres y profesores, que conmemoran este año el centenario de la muerte de Santa Bernardita Soubirous; las Hijas de la Divina Providencia; las señoras del Movimiento de espiritualidad de viudas "Madonnina del Grappa". que representan a las 15.000 afiliadas de toda Italia; los alumnos del Liceo lingüístico "Tiraboschi" de Módena; los grupos juveniles de la "Polisportiva silenziosa romana" y del Centro deportivo CONI con sede en Santa María "delle Mole" de Roma, que han venido muy numerosos en plan de carrera desde la iglesia parroquial. Saludo también a las nutridas peregrinaciones. de las parroquias romanas.

Es grande la variedad de edad, ambiente y espiritualidad de todos. Pero es una la fe, uno el amor a Cristo y la veneración al Papa. A todos doy las gracias y saludo y bendigo en el Señor.

Deseo saludar especialmente a los miembros del Comité de las Organizaciones familiares ante las Comunidades Europeas. En las grandes mutaciones en curso, os animo de todo corazón a proseguir vuestra actividad para salvaguardar y promover los intereses familiares, y estudiar los problemas en una perspectiva educativa y social.

(A los enfermos)

Y ahora mi pensamiento se dirige a los enfermos que, venciendo molestias y dificultades, han querido estar presentes en esta audiencia y unen su entusiasmo al de todos.

Deseo hacer notar este acto suyo de fe y valentía y, al exhortarles a sentirse siempre parte viva de la comunidad a que pertenecen, quiero decirles que valoro sinceramente la aportación que prestan a la Iglesia con el ofrecimiento de sus sufrimientos y el testimonio de su ejemplo. A ellos y a todas las personas que les atienden con entrega amorosa, mi consoladora bendición apostólica.

(A los recién casados)

Estoy seguro de interpretar el pensamiento de todos los presentes al dirigir una felicitación cordial a los recién casados que participan en esta audiencia.

Que vuestro amor, corroborado por la gracia del sacramento, crezca con el tiempo, se aquilate en el trato de la convivencia diaria y madure en el inevitable choque con las pruebas y adversidades de la vida. La Virgen de la Visitación, con cuyo recuerdo terminaremos mañana el mes de mayo, esté cada día junto a vosotros con su solicitud materna, para guiar vuestros pasos, acoger vuestras súplicas y colmar vuestros corazones de confianza serena y de paz. Dé mayor valor a estos deseos la propiciadora bendición apostólica.

(A los jóvenes)

68 Me siento feliz de saludar con afecto paterno a los niños, muchachos y jóvenes que, como siempre, con su entusiasmo dan a esta audiencia una nota vibrante de alegría y lozanía.

Os agradezco mucho, queridísimos hijos, el don de vuestra presencia, vuestra juventud y vuestra fe cristiana.

Sin jamás cansaros, dedicaos al crecimiento espiritual y cultural de tal modo que seáis honra de vuestra familia y del Papa, que tiene tanta confianza en vosotros, porque sabe que sois capaces de cosas grandes ya que conoce muy bien la generosidad de nuestro corazón y el ardor en vuestro ánimo.

Para tantos jóvenes necesitados como hay, sed amigos, guía y apoyo espiritual. El Espíritu Santo os ilumine y os conceda mucha fortaleza.



Junio de 1979

Miércoles 13 de junio de 1979

Corpus Christi

1. Pange, lingua, gloriosi
Corporis mysterium
Sanguinisque pretiosi... (Santo Tomás, Himno de I Vísperas de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo).

He aquí que se acerca el día, y prácticamente ya ha comenzado, en el que la Iglesia hablará, por medio de su solemne liturgia, para venerar este misterio, del que ella vive cada día: la Eucaristía. Gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi. El fundamento y, a la vez, la cumbre (cf. Sacrosanctum Concilium SC 10) de la vida de la Iglesia. Su fiesta incesante y, al mismo tiempo, su vida diaria.

69 Cada año, el Jueves Santo, al comienzo del triduo sacro, nos reúne en el Cenáculo, donde celebramos el memorial de la última Cena. Y éste precisamente sería el día más adecuado a fin de meditar con veneración todo lo que es para la Iglesia la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pero se ha demostrado en el curso de la historia que este día más adecuado, único, no basta. Está, además, insertado orgánicamente en el conjunto del recuerdo pascual; toda la pasión, muerte y resurrección ocupan entonces nuestros pensamientos y nuestros corazones. No podemos decir, pues, de la Eucaristía todo aquello de lo que están colmados nuestros corazones. Por esto, desde la Edad Media, y precisamente desde 1264, la necesidad de la adoración, al mismo tiempo litúrgica y pública del Santísimo Sacramento ha encontrado su expresión en una solemnidad aparte, que la Iglesia celebra el primer jueves después del domingo de la Santísima Trinidad, esto es, precisamente mañana, comenzando por las primeras Vísperas del día precedente, es decir, hoy. Deseo que esta meditación nos introduzca en plena atmósfera de la fiesta eucarística.

2. "Non est alia natio tam grandis, quae habeat deos appropinquantes sibi, sicut Deus noster adest nobis: No hay nación tan grande, que tenga a sus dioses tan cerca, como nuestro Dios está presente entre nosotros" (Santo Tomás, Officium SS. Corporis Christi, II Nocturni; cf. Opusc. 57).

Se puede hablar de varias maneras sobre la Eucaristía. Se ha hablado de diversos modos sobre ella en el curso de la historia. Es difícil decir algo que no se haya dicho ya. Y, al mismo tiempo, cualquier cosa que se diga, desde cualquier parte que nos acerquemos a este gran misterio de la fe y de la vida de la Iglesia, siempre descubrimos algo nuevo. No porque nuestras palabras revelen esta novedad. La novedad se encuentra en el misterio mismo. Cada tentativa de vivir con ella en espíritu de fe, comporta nueva luz, nuevo estupor y nueva alegría.

"Y maravillándose de esto el hijo del trueno, y considerando la sublimidad del amor divino (...), exclamaba: 'Tanto amó Dios al mundo (
Jn 3,16)' (...). Dinos, pues, San Juan, ¿en qué sentido tanto? Di la medida, di la grandeza, enséñanos la sublimidad. Dios amó tanto al mundo..." (San Juan Crisóstomo, In cap. Genes. VIII: Homilia XXVII, 1; Opera omnia: PG 4,241).

La Eucaristía nos acerca a Dios de modo estupendo. Y es el sacramento de su cercanía en relación con el hombre. Dios en la Eucaristía es precisamente este Dios que ha querido entrar en la historia del hombre. Ha querido aceptar la humanidad misma. Ha querido hacerse hombre. El sacramento del Cuerpo y de la Sangre nos recuerda continuamente su Divina Humanidad.

Cantamos Ave, verum corpus, natum ex Maria Virgine. Y viviendo con la Eucaristía, volvemos a encontrar toda la sencillez y profundidad del misterio de la Encarnación.

Es el sacramento del descenso de Dios hacia el hombre, del acercamiento a todo lo que es humano. Es el sacramento de la divina "condescendencia" (cf. San Juan Crisóstomo, In Genes. 3, 8: Homilía XXVII, 1: PG 53,134). La entrada divina en la realidad humana ha alcanzado su culmen mediante la pasión y la muerte. Mediante la pasión y la muerte en la cruz, el Hijo de Dios Encarnado se ha convertido, de manera especialmente radical, en el Hijo del hombre, ha compartido hasta el extremo lo que es la condición de cada uno de los hombres. La Eucaristía, sacramento del Cuerpo y de la Sangre, nos recuerda sobre todo esta muerte, que Cristo sufrió en la cruz; la recuerda y, en cierto modo, es decir, incruento, renueva su realidad histórica. Lo testifican las palabras pronunciadas en el Cenáculo separadamente sobre el pan y sobre el vino, las palabras que, en la institución de Cristo, realizan el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre; el sacramento de la muerte, que fue sacrificio expiatorio. El sacramento de la muerte, en el que se expresa toda la potencia del amor. El sacramento de la muerte, que consistió en dar la vida para reconquistar la plenitud de la vida.

"Manduca vitam, bibe vitam: habebis vitam, et integra est vita: Come la vida, bebe la vida: tendrás la vida, y es la vida total" (San Agustín, Sermones ad populum, Series I, Sermo CXXXI, I, 1).

Por medio de este sacramento se anuncia continuamente en la historia del hombre, la muerte que da la vida (cf. 1Co 11,26).

Se realiza continuamente en ese signo sencillísimo, que es el signo del pan y del vino. Dios en él está presente y cercano al hombre con esa cercanía penetrante de su muerte en la cruz, de la que ha brotado la potencia de la resurrección. El hombre, mediante la Eucaristía, se hace partícipe de esta potencia.

3. La Eucaristía es el sacramento de la comunión. Cristo se da a Sí mismo a cada uno de nosotros, que lo recibimos bajo las especies eucarísticas. Se da a Sí mismo a cada uno de nosotros que comemos el manjar eucarístico y bebemos la bebida eucarística. Este comer es signo de la comunión. Es signo de la unión espiritual, en la que el hombre recibe a Cristo, se le ofrece la participación en su Espíritu, encuentra de nuevo en Él particularmente íntima la relación con el Padre: siente particularmente cercano el acceso a Él.

70 Dice un gran poeta (Mickiewocz, Coloquios vespertinos):

"Hablo contigo, que reinas en el ciclo y, que al mismo tiempo eres huésped en la casa de mí espíritu... ¡Hablo contigo!, me faltan palabras para Ti; tu pensamiento escucha cada uno de mis pensamientos; reinas lejos y sirves en cercanía, Rey en los cielos y en mi corazón sobre la cruz..."

En efecto, nos acercamos a la comunión eucarística, recitando antes el "Padrenuestro".

La comunión es un vínculo bilateral. Nos conviene decir, pues, que no sólo recibimos a Cristo, no sólo lo recibe cada uno de nosotros en este signo eucarístico, sino que también Cristo recibe a cada uno de nosotros. Por así decirlo, Él acepta siempre en este sacramento al hombre, lo hace su amigo, tal como dijo en el Cenáculo: "Vosotros sois mis amigos" (
Jn 15,14). Esta acogida y la aceptación del hombre por parte de Cristo es un beneficio inaudito. El hombre siente muy profundamente el deseo de ser aceptado. Toda la vida del hombre tiende en esta dirección, para ser acogido y aceptado por Dios; y la Eucaristía expresa esto sacramentalmente. Sin embargo, el hombre debe, como dice San Pablo, "examinarse a sí mismo" (cf. 1Co 11,28), de si es digno de ser aceptado por Cristo. La Eucaristía es, en cierto sentido, un desafío constante para que el hombre trate de ser aceptado, para que adapte su conciencia a las exigencias de la santísima amistad divina.

4. Deseamos expresar en el marco de esta solemnidad de hoy, como también el próximo domingo y todos los días, esta veneración y amor particular, público, con que rodeamos siempre al Santísimo Sacramento. Permitid que, en este momento, mis pensamientos vuelvan, una vez más, a Polonia, de donde he regresado hace unos días. Han sido jornadas de una particular peregrinación a la tierra en que he nacido y he sido educado, entre los hombres a los que no dejo de estar ligado con los vínculos más profundos de la fe, esperanza y caridad. Deseo, una vez más, dar las gracias cordialísimamente a todos mis compatriotas. Doy las gracias a las autoridades estatales; a mis hermanos en el Episcopado; a todos.

Pues bien, precisamente allí, en mi tierra natal, he aprendido la ferviente veneración y amor a la Eucaristía. Allí he aprendido el culto al Cuerpo del Señor. En la fiesta del Corpus Domini se tienen, desde hace siglos, las procesiones eucarísticas, en las que mis compatriotas trataban de expresar comunitaria y públicamente lo que representa la Eucaristía para ellos. Y también lo hacen hoy. Me uno, pues, espiritualmente a ellos, mientras por vez primera tengo la alegría de celebrar la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo aquí, en la Ciudad Eterna, en la que Pedro, de generación en generación, responde en cierto modo a Cristo: "Señor..., Tú sabes que te amo... Señor, Tú sabes que te amo" (Jn 21,15-17). La Eucaristía es, en cierto modo, el punto culminante de esta respuesta. Quiero repetirla junto con toda la Iglesia a Aquel que ha manifestado su amor por medio del sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, permaneciendo con nosotros "hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20).

Saludos

Quiero ante todo que cada miembro de un grupo y cada persona aquí presente de lengua española, reciba mi saludo personal; un saludo no sólo colectivo, sino individual: para cada uno de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas.

Se celebra mañana la fiesta del Corpus Christi, en la que veneramos el misterio admirable del Cuerpo y la Sangre del Señor, realmente presentes en la Eucaristía.

Es una solemnidad que desde el medioevo alarga el día del Jueves Santo, concentrando la devoción y el amor del pueblo fiel en el culto público y solemne al Santísimo Sacramento; ese misterio de nuestra fe, que es la cercanía estupenda de Dios al hombre; el misterio de Dios que entra en la historia humana; el misterio de la Eucaristía, en el que revivimos el misterio de la Encarnación. Por eso cantamos: ¡Salve, cuerpo verdadero, nacido de la Virgen María!

A la vez, en el misterio eucarístico anunciamos y renovamos constantemente la muerte que da la vida, el Sacramento que nos hace comunión con Cristo, en una unión espiritual en la que el hombre recibe a Cristo y es recibido por El y hecho partícipe de la amistad divina.

71 En mi tierra natal, de la que acabo de regresar, he aprendido la veneración y amar a la Eucaristía. En este día del Corpus Christi me uno a mis connacionales y a cuantos, en Roma y fuera de ella, celebrarán con devoción el misterio de Quien se ha quedado con nosotros "hasta el fin del mundo".
* * *


Dolor del Santo Padre por la expulsión de 70 misioneros de Burundi

No puedo ocultaros, queridísimos hermanos y hermanas, el sentimiento de agudo, profundo dolor que ha experimentado mi corazón al saber las graves noticias de la expulsión de 70 misioneros de la República de Burundi, ocurrida la semana pasada, mientras estaba en Polonia. Son sacerdotes, religiosas y laicos, de instituciones y obras misioneras, conocidas y estimadas por su esfuerzo de evangelización en todo el mundo. Me solidarizo, ante todo, con las comunidades católicas de las diócesis y, en primer lugar, con sus Pastores que se han visto privados repentinamente de ayudas valiosas y calificadas en diversos sectores de la vida pastoral, de la formación del clero, de escuelas y obras de caridad y promoción humana; pienso afectuosamente en estos misioneros separados de la viña del Señor a la que estaban dedicados. Igualmente estoy profundamente apenado por el pensamiento de que la Iglesia, universal en su misión y en su solicitud por todos los pueblos, y que, aun en medio de dificultades, no puede dejar de "sentirse de casa" en cualquier país del mundo—¡Burundi, por lo demás, cuenta con una importante población católica!—, no ha tenido tiempo de examinar en qué pueda haber faltado alguno —si ha faltado— a la lealtad y al respeto que nuestra misión religiosa requiere y que observamos en todas partes hacia las autoridades e instituciones cívicas. Si ocurre que alguno se equivoca en su comportamiento, pienso que la autoridad de la Iglesia tiene motivo para esperar con confianza por parte de la autoridad civil, tanto más si mantiene con ella relaciones oficiales. La Iglesia ha dado pruebas de espíritu de colaboración y sabrá intervenir y corregir, si fuere necesario, mientras por su parte no puede menos de confiar en el espíritu de comprensión y diálogo de las autoridades civiles.

Queridísimos hijos, rezad conmigo para que en la Iglesia de Burundi continúe la ayuda espiritual de los misioneros, la herida pueda ser curada y se reanude el diálogo desarrollándose en beneficio de la comunidad católica y de toda la nación de Burundi, tan querida por mí.
* * *


(A los jóvenes, a los recién casados y a los enfermos)

Ahora deseo dedicar un saludo particular a los muchachos y jóvenes que están presentes entre nosotros. Como son objeto del amor de sus padres, así lo son también del Papa. Y puesto que tienden por naturaleza a buscar y amar la verdad sin ficción, les animo vivamente a buscar siempre con profundidad y con amor a Jesús "camino, verdad y vida", y a abrazar con entusiasmo su mensaje. Con mi bendición afectuosa.

También a vosotros, queridísimos recién casados, al presentaros mi saludo cordial y la enhorabuena, y mi gran complacencia por vuestra grata presencia, os dirijo la exhortación paterna de que tengáis fija la mirada en el Sagrado Corazón de Jesús "Rey y centro de todos los corazones".

Aprended de El las grandes lecciones del amor, bondad, sacrificio y piedad tan necesarios en todo hogar cristiano.

Sacaréis de El fuerza, serenidad, alegría auténtica y profunda para vuestra vida conyugal. Atraeréis su bendición si su imagen está siempre, además de impresa en vuestras almas, expuesta y honrada entre las paredes domésticas.

72 Dedico mi saludo acostumbrado a vosotros, enfermos queridísimos, que tomáis parte en la audiencia general de hoy.

En este mes de junio consagrado al Sagrado Corazón de Jesús, me resulta natural y gustoso exhortaros a dirigir vuestro ánimo, esperanzas y oraciones a ese Corazón "que tanto ha amado a los hombres". y sigue amándolos con doble amor. divino y humano. sobre todo a los que padecen mayores tribulaciones, lágrimas y dolores.

En el Corazón de Cristo "lleno de bondad y amor" podréis encontrar fuerza y consuelo para vuestros sufrimientos, paz para el espíritu y mérito por cada una de vuestras penas.




Audiencias 1979 61