Audiencias 1979 72

Miércoles 20 de junio de 1979

El misterio del Corazón de Cristo

1. Pasado mañana, próximo viernes, la liturgia de la Iglesia se concentra, con una adoración y un amor especial, en torno al misterio del Corazón de Cristo. Quiero, pues, ya hoy, anticipando este día y esta fiesta, dirigir junto con vosotros la mirada de nuestros corazones sobre el misterio de ese Corazón. El me ha hablado desde mi juventud. Cada año vuelvo a este misterio en el ritmo litúrgico del tiempo de la Iglesia.

Es sabido que el mes de junio está consagrado especialmente al Corazón Divino, al Sagrado Corazón de Jesús. Le expresamos nuestro amor y nuestra adoración mediante las letanías que hablan con profundidad particular de sus contenidos teológicos en cada una de sus invocaciones.

Por esto quiero detenerme, al menos brevemente, con vosotros ante este Corazón, al que se dirige la Iglesia como comunidad de corazones humanos. Quiero hablar, siquiera brevemente de este misterio tan humano, en el que con tanta sencillez y a la vez con profundidad y fuerza se ha revelado Dios.

2. Hoy dejamos hablar a los textos de la liturgia del viernes, comenzando por la lectura del Evangelio según Juan. El Evangelista refiere un hecho con la precisión del testigo ocular. "Los judíos, como era el día de la Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas y los quitasen. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua" (Jn 19,31-34).

Ni siquiera una palabra sobre el corazón.

El Evangelista habla solamente del golpe con la lanza en el costado, del que salió sangre y agua. El lenguaje de la descripción es casi médico, anatómico. La lanza del soldado hirió ciertamente el corazón, para comprobar si el Condenado ya estaba muerto. Este corazón —este corazón humano— ha dejado de latir. Jesús ha dejado de vivir. Pero, al mismo tiempo, esta apertura anatómica del corazón de Cristo, después de la muerte —a pesar de toda la "crudeza" histórica del texto— nos induce a pensar incluso a nivel de metáfora. El corazón no es sólo un órgano que condiciona la vitalidad biológica del hombre. El corazón es un símbolo. Habla de todo el hombre interior. Habla de la interioridad espiritual del hombre. Y la tradición entrevió rápidamente este sentido de la descripción de Juan. Por lo demás, en cierto sentido, el mismo Evangelista ha inducido a esto cuando, refiriéndose al testimonio del testigo ocular, que era él mismo, ha hecho referencia, a la vez, a esta frase de la Escritura: "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37 Za 12,10).

73 En realidad así mira la Iglesia; así mira la humanidad. Y de hecho, en la transfixión de la lanza del soldado todas las generaciones de cristianos han aprendido y aprenden a leer el misterio del Corazón del Hombre crucificado, que era el Hijo de Dios.

3. Es diversa la medida del conocimiento que de este misterio han adquirido muchos discípulos y discípulas del Corazón de Cristo, en el curso de los siglos. Uno de los protagonistas en este campo fue ciertamente Pablo de Tarso, convertida de perseguidor en Apóstol. También nos habla él en la liturgia del próximo viernes con las palabras de la Carta a los efesios. Habla como el hombre que ha recibido una gracia grande, porque se le ha concedido "anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo e iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios, Creador de todas las cosas" (
Ep 3,8-9).

Esa "riqueza de Cristo" es, al mismo tiempo, el "designio eterno de salvación" de Dios que el Espíritu Santo dirige al "hombre interior", para que así "Cristo habite por la fe en nuestros corazones" (Ep 3,16-17). Y cuando Cristo, con la fuerza del Espíritu, habite por la fe en nuestros corazones humanos, entonces estaremos en disposición "de comprender con nuestro espíritu humano" (es decir, precisamente con este "corazón") "cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad, y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia..." (Ep 3,18-19).

Para conocer con el corazón, con cada corazón humano, fue abierto, al final de la vida terrestre, el Corazón divino del Condenado y Crucificado en el Calvario.

Es diversa la medida de este conocimiento por parte de los corazones humanos. Ante la fuerza de las palabras de Pablo, cada uno de nosotros pregúntese a sí mismo sobre la medida del propio corazón. "...Aquietaremos nuestros corazones ante Él, porque si nuestro corazón nos arguye, mejor que nuestro corazón es Dios, que todo lo conoce" (1Jn 3,19-20). El Corazón del Hombre-Dios no juzga a los corazones humanos. El Corazón llama. El Corazón "invita". Para esto fue abierto con la lanza del soldado.

4. El misterio del corazón, se abre a través de las heridas del cuerpo; se abre el gran misterio de la piedad, se abren las entrañas de misericordia de nuestro Dios (San Bernardo, Sermo 61, 4; PL 183, 1072).

Cristo dice en la liturgia del viernes: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29).

Quizá una sola vez el Señor Jesús nos ha llamado con sus palabras al propio corazón. Y ha puesto de relieve este único rasgo: "mansedumbre y humildad". Como si quisiera decir que sólo por este camino quiere conquistar al hombre; que quiere ser el Rey de los corazones mediante "la mansedumbre y la humildad". Todo el misterio de su reinado está expresado en estas palabras. La mansedumbre y la humildad encubren, en cierto sentido, toda la "riqueza" del Corazón del Redentor, sobre la que escribió San Pablo a los efesios. Pero también esa "mansedumbre y humildad" lo desvelan plenamente; y nos permiten conocerlo y aceptarlo mejor; lo hacen objeto de suprema admiración.

Las hermosas letanías del Sagrado Corazón de Jesús están compuestas por muchas palabras semejantes, más aún, por las exclamaciones de admiración ante la riqueza del Corazón de Cristo. Meditémoslas con atención ese día.

5. Así, al final de este fundamental ciclo litúrgico de la Iglesia, que comenzó con el primer domingo de Adviento, y ha pasado por el tiempo de Navidad, luego por el de la Cuaresma, de la Resurrección hasta Pentecostés, domingo de la Santísima Trinidad y Corpus Christi, se presenta discretamente la fiesta del Corazón divino, del Sagrado Corazón de Jesús. Todo este ciclo se encierra definitivamente en Él; en el Corazón del Dios-Hombre. De Él también irradia cada año toda la vida de la Iglesia.

Este Corazón es "fuente de vida y de santidad".

Saludos

74 Amadísimos hermanos y hermanas:

Recibid ante todo mi cordial saludo. que quiero sea individual para cada uno, y en especial para vosotros, jóvenes estudiantes de lengua española aquí presentes.

El próximo viernes celebramos la festividad del Sagrado Corazón de Jesús, fecha singular en este mes de junio, particularmente consagrado a la devoción al Corazón de Jesús, al misterio profundo del amor de Dios que se nos revela en el Corazón de Cristo abierto por la lanza, como nos recuerda el Evangelio.

El corazón es un símbolo, que nos habla del interior, de lo espiritual del hombre. En el Corazón de Cristo se nos muestra el misterio de amor de aquel Hombre crucificado que era a la vez Hijo de Dios. Es el misterio de ese Cristo que habita en nuestros corazones mediante la fe. De El San Pablo nos desea que podarnos comprender "cuál es la anchura, la longura, la altura y la profundidad, y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia...".

El costado abierto de Cristo es una llamada, una invitación: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón". Ello equivale a una llamada a descubrir todas las riquezas encerradas en el Corazón del Redentor. Esas riquezas que se nos muestran en las letanías del Sagrado Corazón de Jesús. Meditémoslas. Así podremos encontrar, en ese Divino Corazón, el compendio del ciclo litúrgico y el raudal de gracia que brota de esa "fuente de vida y de santidad".

(A los Misioneros de la Preciosísima Sangre y a las Adoradoras de la Sangre de Cristo)

Saludo a los Misioneros de la Preciosísima Sangre y a las Adoradoras de la Sangre de Cristo, que han venido acompañando a una nutrida peregrinación organizada con ocasión del XXV aniversario de la canonización de su fundador, San Gaspar del Búfalo.

Recordando gloriosamente a su fogoso fundador, les exhorto a meditar continua-mente con afán generoso el misterio de la Sangre de Cristo derramada por la salvación de la humanidad.

(A los consiliarios eclesiásticos diocesanos de la Juventud de Acción Católica)

Dirijo ahora un saludo afectuoso a los consiliarios eclesiásticos diocesanos de la Juventud de Acción Católica. reunidos en congreso estos días en Roma. Queridísimos: Os agradezco vuestra presencia, pero sobre todo os agradezco vuestro trabajo con los jóvenes en orden a su madurez humana y a su formación cristiana. El Señor os acompañe, ilumine y sostenga siempre. Imitad a Jesús, maestro y amigo, en orden a la salvación espiritual y moral de vuestros jóvenes.

(A la peregrinación de la diócesis de Calvi y Teano)

75 Mi bienvenida también a la gran peregrinación de la diócesis de Calvi y Teano, presidida por su obispo. Queridísimos: Me da alegría saber que estáis unidos a vuestro obispo; escuchadle, seguidle, amadlo, porque quien está con el obispo, está con el Papa y está con Jesucristo.

(A los enfermos, a los recién casados y a los jóvenes)

Y ahora dirijo un saludo a los queridos enfermos presentes en esta audiencia. El domingo. pasado celebramos la solemnidad del Cuerpo y Sangre del Señor, del Emmanuel, que significa Dios con nosotros, presente bajo las apariencias de pan y vino. Cristo, inmutable en sus sentimientos de ternura y misericordia, como en otro tiempo por los caminos de Palestina, dirige también hoy desde su presencia silenciosa y sin embargo elocuentísima de la Hostia consagrada, estas palabras consoladoras a las multitudes, y en especial a los enfermos y a los que sufren: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (
Mt 11,28). Haced vuestra esta invitación. Acogedla en vuestro corazón. Con mi bendición.

Mi enhorabuena más cordial a los recién casados reunidos aquí para ver al Papa y recibir la bendición para sus hogares en ciernes.

También a vosotros, queridísimos hijos que habéis recibido hace poco a través del sacramento del matrimonio, un tesoro de gracia confiado a frágiles vasijas de barro, deseo dedicar unas palabras de aliento que me vienen sugeridas por la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, celebrada recientemente.

Jesús Eucaristía está a vuestra disposición para socorreros con su presencia. fortaleceros con su sacrificio místico perenne y constantemente renovado, para alegraros con su dulce comunión. En Jesús Eucarístico sea puro, generoso y fiel vuestro amor. En vuestros propósitos generosos os acompañe mi bendición.

Queridísimos muchachos y jóvenes:

Una palabra de afecto especial deseo dirigiros a vosotros que siempre sois tantos y tan llenos de vitalidad.

Habéis comenzado las vacaciones de verano y, sin duda alguna, estáis bien contentos por ello. También yo estoy contento por vosotros y con vosotros.

¡Disfrutad de las vacaciones! Pero procurad que sean también un tiempo de afán constante y esforzado por ser mejores. Vuestros juegos, vuestra estancia en las montañas o en el mar, vuestras excursiones y vuestra alegría libre de preocupaciones vayan siempre unidos al propósito de ser buenos y de vivir en amistad con Jesús Eucarístico, como hemos meditado en la solemnidad del Corpus Domini.

Os acompañan mi oración y mi bendición.
* * *

76
Llamamiento en favor de los prófugos del Sudeste Asiático


Apremiado por la caridad de Cristo —Caritas Chrisli urget nos— quiero alzar la voz esta tarde para invitaros a dirigir el pensamiento y el corazón al drama que se está verificando en las tierras y mares lejanos del Sudeste de Asia. y que afecta a cientos de miles de hermanos y hermanas nuestros. Están buscando una patria, pues los países que les han acogido en el primer momento han llegado al límite de sus posibilidades y, por otra parte, los ofrecimientos de afincamiento definitivo en otras tierras resultan hasta ahora insuficientes.

Por ello, el proyecto de reunir una conferencia internacional de los países interesados —¿ y qué país hay que pueda sentirse ajeno a esta tragedia?— no puede dejar de ser vivamente estimulada. ¡Que esta conferencia se lleve a cabo lo antes posible! La Santa Sede desea que tal encuentro lleve a los Gobiernos a tornar posturas eficaces para la acogida, tránsito y afincamiento definitivo de los prófugos indochinos.

Rindo homenaje a la acción emprendida ya por algunos países, así como por Organizaciones Internacionales y como fruto de iniciativas privadas. Pero el problema es de tal amplitud que no puede permitirse que el peso grave largo tiempo sólo sobre algunos. Apelo a la conciencia de la humanidad, a fin de que todos, pueblos y gobernantes, asuman su parte de responsabilidad en nombre de una solidaridad que rebasa fronteras, razas e ideologías.

La comunidad de la Iglesia ha llevado a cabo ya una gran obra de caridad, de ayuda mutua, y yo me gozo de corazón en ello. Pero puede y quiere —estoy seguro de ello— hacer todavía más. En sus diócesis los Pastores no dejarán de animar a los fieles, recordándoles en el nombre del Señor que todo hombre, mujer o niño necesitados son nuestro prójimo. Las parroquias, organizaciones católicas, comunidades religiosas y también las familias cristianas, encontrarán modo de manifestar su caridad con los refugiados. Que cada uno se comprometa a tener un gesto concreto según la medida de su generosidad y creatividad inspirada por el amor.
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Deseo dar una bienvenida especial a los dirigentes del Comité de Religión y Arte, de América. Me complazco en deciros que igual que mi predecesor Pablo VI, deseo que se continúe el diálogo de salvación de la Iglesia con los artistas del mundo, y deseo ver expresado en el arte fielmente ese humanismo trascendental que refleja una visión total de la persona humana. Os estoy agradecido por vuestra colaboración generosa en esta causa, e invoco sobre vosotros y vuestras familias las excelsas bendiciones del gozo y la paz.



Miércoles 27 de junio de 1979



1. "Pretiosa in conspectu Domini mors Sanctorum eius: Es cosa preciosa a los ojos de Yavé la muerte de sus santos" (Ps 116,15).

Permitid que comience con estas palabras del Salmo 116 la meditación de hoy, que quiero dedicar a la memoria de los Santos Fundadores y Patronos de la Iglesia Romana. En efecto, se acerca el día solemne del 29 de junio, en el que toda la Iglesia, pero sobre todo Roma, recordará a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Este día se ha consolidado en la memoria de la Iglesia como el día de su muerte. El día que los unió con el Señor, cuya venida esperaban, cuya ley observaban y de quien han recibido "la corona de la vida" (cf. 2Tm 4,7-8 Sant 2Tm 1,12).

El día de la muerte fue para ellos el comienzo de la nueva vida. El Señor mismo les reveló este comienzo con la propia resurrección, de la que se convirtieron en testigos mediante sus palabras, sus obras e incluso mediante su muerte. Todo junto: las palabras, las obras y la muerte de Simón de Betsaida, a quien el Señor llamó Pedro, y de Saulo de Tarso que, después de la conversión se llamó Pablo, constituye como el complemento del Evangelio de Cristo, su penetración en la historia de la humanidad, en la historia del mundo, y también en la historia de esta ciudad. Y verdaderamente hay que meditar en estos días que el Señor, mediante la muerte de sus Apóstoles, nos permite colmar su vida con un recuerdo especial.

77 "Felix per omnes festum mundi cardines/ apostolorum praepollet alacriter,/ Petri beati, Pauli sacratissimi,/ quos Christus almo consecravit sanguine,/ Ecclesiarum deputavit Principes" (Hymnus ad Officium lectionis):

"Brilla por todos los lugares del mundo/ la gran solemnidad de los Apóstoles,/ del bienaventurado Pedro y del gran San Pablo,/ a quienes Cristo consagró con sangre fecunda/ y señaló como Príncipes de las Iglesias" (Himno del Oficio de lectura).

2. Cuando Cristo después de la resurrección tuvo con Pedro aquel diálogo extraño, descrito por el Evangelista Juan, ciertamente Pedro no sabía que precisamente aquí —en la Roma de Nerón— se habrían de cumplir las palabras escuchadas entonces y las mismas que él pronuncio. Cristo le preguntó tres veces "¿me amas?", y Pedro respondió tres veces afirmativamente. Bien que la tercera vez "Pedro se entristeció" (
Jn 21,17), como observa el Evangelista. Algunos piensan en la posible causa de esta tristeza, y suponen que se encuentra en la triple negación, que Pedro recordó en la tercera pregunta de Cristo. De todos modos, después de la tercera respuesta en la que Pedro no aseguró el propio amor, sino que más bien se remitió humildemente a lo que el mismo Cristo sabía a este propósito: "Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21,15), después de esta tercera respuesta, siguen las palabras que un día se habrían de cumplir precisamente aquí, en Roma. El Señor le dice: "Cuando eras joven, tú te ceñías e ibas a donde querías; cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras" (Jn 21,18). Estas palabras misteriosas se pueden entender de diversos modos. Sin embargo, el Evangelista sugiere su sentido exacto, cuando añade que en ellas Cristo indicó a Pedro "con qué muerte había de glorificar a Dios" (Jn 21,19).

Por esto, el día de la muerte del Apóstol, que conmemoramos pasado mañana, nos recuerda también el cumplimiento de estas palabras. Todo lo que sucedió antes —toda la enseñanza apostólica y el servicio a la Iglesia en Palestina, luego en Antioquía y finalmente en Roma—, todo esto constituye el cumplimiento tal de esa triple respuesta: "Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21,15). Todo esto día tras día, año tras año, juntamente con todas las alegrías y las exaltaciones del alma del Apóstol cuando veía el crecimiento de la causa del Evangelio en las almas, pero también todas las inquietudes, las persecuciones, las amenazas, comenzando ya por la primera de Jerusalén, cuando Pedro fue encarcelado por mandato de Herodes, hasta la última, en Roma, cuando se repitió lo mismo por orden de Nerón. Pero la primera vez fue liberado por el Señor mediante su Ángel, mientras que esta última vez ya no. La medida terrena del amor prometido al Maestro probablemente se cumplió suficientemente con la vida y con el ministerio de Pedro. Se cumpliría también esta última parte de las palabras pronunciadas entonces: "...otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras" (Jn 21,18).

Según la tradición, Pedro murió en la cruz como Cristo, pero teniendo conciencia de no ser digno de morir como el Maestro, pidió ser crucificado con la cabeza hacia abajo.

3. Pablo vino a Roma como misionero, después de haber apelado a César contra la sentencia de con donación dictada en Palestina (cf. Ac 25,11). El era ciudadano romano, y tenía derecho a este recurso. Por esto es posible que haya pasado los dos últimos años de vida en la Roma de Nerón. No cesó de enseñar mediante la palabra oral y escrita (mediante las Cartas), pero quizá no pudo dejar ya la ciudad. Habían terminado sus viajes misioneros, con los que había abrazado los principales centros del mundo mediterráneo. Se cumplió así el anuncio acerca del "vaso de elección, para llevar el nombre del Señor ante las naciones" (Ac 9,15).

En el curso de poco más de treinta años desde la muerte de Cristo, desde la resurrección y la ascensión al Padre, la región del mar Mediterráneo y, por lo tanto, el área del Imperio se había ido poblando con los primeros cristianos. Todo esto, en parte considerable, fue el fruto de la actividad misionera del Apóstol de las Gentes. Y si, entre todas estas solicitudes, no le abandonaba el deseo "de morir para estar con Cristo" (Ph 1,23), este deseo llegó a cumplimiento precisamente aquí en Roma. El Señor lo condujo a Roma al final de su vida, para que fuese testigo del ministerio de Pedro no sólo entre los judíos, sino también entre los paganos, y para llevarles el testimonio vivo del desarrollo de la Iglesia "hasta el extremo de la tierra" (Ac 1,8), delineando así la primera forma de su universalidad. El Señor ha hecho de esta manera que Pablo, Apóstol incansable y servidor de esta universalidad, pasase los últimos años de su vida aquí, cerca de Pedro, quien como una roca se arraigó en este lugar para ser el apoyo y el punto estable de referencia de esta misma universalidad.

"O Roma felix, quae tantorum Principum/ es purpurata pretioso sanguine,/ non laude tua, sed ipsorum meritis/ excellis omnem mundi pulchritudinem" (Hymnus ad Vesperas):

"Oh Roma feliz, empurpurada,/ con la sangre preciosa de tan grandes Príncipes,/ superas toda la belleza del mundo,/ no por tu fama, sino por sus méritos" (Himno de Vísperas).

4. Al acercarse el día 29 de junio, festividad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, muchos pensamientos se agolpan en la mente y muchos sentimientos en el corazón. Sobre todo aumenta la necesidad de la oración, para que el ministerio de Pedro encuentre nueva comprensión en la Iglesia de nuestro tiempo, y para que crezca cada vez más la dimensión de la universalidad misionera que San Pablo trajo de modo tan relevante a la historia de la Iglesia Romana, permaneciendo aquí como prisionero en los últimos años de su vida.

Y el Señor, que prometió a Pedro construir su propia Iglesia "sobre la Piedra", continúe siendo benigno hacia esta Piedra que se ha insertado en la tierra de la Ciudad Eterna, hecha fértil con la sangre de sus Fundadores.

Saludos

78 Saludo con afecto a todos y cada uno de los peregrinos de lengua española aquí presentes, en especial a los varios grupos de estudiantes procedentes de España.

Amadísimos hermanos y hermanas:

"Es cosa preciosa a los ojos del Señor la muerte de sus santos" (
Ps 116,15). Con estas palabras quiero recordar a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, cuya festividad la Iglesia entera, y sobre todo Roma, celebrará pasado mañana.

El día de la muerte fue para ellos el comienzo de la nueva vida, tal corno se lo reveló el Señor con su propia resurrección, de la que ellos fueron luego testigos con su predicación, con sus obras y también con su muerte.

A la triple pregunta de Jesús: "¿me amas", Pedro responde: `"Señor, tú sabes que te amo". Ese amor se lo demuestra día tras día en la predicación fiel del Evangelio, en soportar la persecución por la causa de Cristo, en las amenazas. en la cárcel. Pero la prueba mayor de amor la da el Apóstol con la muerte por su Maestro. Aquí, en Roma; crucificado cabeza abajo, según la tradición.

Pablo vino a Roma como prisionero. después de haber predicado el Evangelio un muchas otras partes y haber ensanchado la Iglesia como el Apóstol de las naciones. El Señor lo dirigió a Roma. al final de su vida, para que fuera testigo del ministerio de Pedro y diera también testimonio del desarrollo de la Iglesia "hasta el extremo de la tierra".

En la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, oremos al Señor para que el ministerio de Pedro encuentre nueva comprensión en la Iglesia de nuestros tiempos, y crezca cada día más la dimensión de la universalidad misionera que San Pablo aportó a la Iglesia de Roma.
* * *


Y ahora un saludo cordial a todos los jóvenes y las jóvenes aquí presentes. Queridísimos: La esperanza que representáis para la Iglesia y la sociedad se hará realidad si comprendéis que siendo "Jesucristo la verdad de todo el hombre", la fe en El debe ser la base del criterio para afrontar todos los problemas de la existencia. Os exhorto, por tanto, a motivar en la fe vuestro comportamiento en toda circunstancia. Os acompañe mi bendición.

Queridos enfermos: Os dedico un saldo particularmente afectuoso y os recuerdo las palabras de San Pedro a los primeros cristianos: "Si por haber hecho el bien padecéis y lo lleváis con paciencia, esto es lo grato a Dios. Pues para esto fuisteis llamados, ya que también Cristo padeció por vosotros y os dejó ejemplo para que sigáis sus pasos" (1P 2,21-22). Son palabras de actualidad siempre y siempre válidas para vosotros y para todos. Os sirvan de luz y consuelo. De corazón os bendigo.

Queridísimos recién casados: ¡Gracias por vuestra presencia!

79 A vosotros que comenzáis una vida nueva en esta sociedad nuestra, no fácil por cierto, deseo recordaros las palabras de San Pablo a su discípulo Timoteo: "No nos ha dado Dios espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza. No te avergüences jamás del testimonio de nuestro Señor y de mí, su prisionero; antes soporta con fortaleza los trabajos por la causa del Evangelio en el poder de Dios que nos salvó y nos llamó con vocación santa" (2Tm 1,7-8).

Sed también vosotros valientes al testimoniar vuestra fe y vuestra voluntad de santificaros.

Os sostenga en este esfuerzo mi bendición.
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Una bienvenida especial a la peregrinación de la archidiócesis de Onitsha. Dios os bendiga y bendiga a Nigeria entera.

Una palabra especial de saludo también a los oficiales y a la tripulación del portaaviones "Eisenhower" y a los componentes de las unidades militares emplazadas en Alemania y a los directores de USO patrocinados por el Club católico de Roma que está celebrando los 35 años de fundación. Que Dios os ayude en vuestras actividades de servicio.

(A diversos grupos de religiosos)

En la audiencia de hoy veo presentes a muchos religiosos y, entre éstos, a un grupo de canónigos regulares de la Inmaculada Concepción que están celebrando capítulo general, y a los superiores de las casas de la Confederación del Oratorio de San Felipe Neri. A vosotros, queridísimos religiosos y también a vosotras, religiosas, os doy un "gracias" sincero por vuestro trabajo en favor de la Iglesia, y os deseo que seáis siempre fervorosos de espíritu y testigos alegres y valientes de Cristo en el mundo.

(A los representantes de la Asociación de Maestros Católicos)

Doy también la bienvenida a los participantes en la reunión de estudio organizada por la Asociación de Maestros Católicos. Que el Divino Maestro ilumine siempre vuestra inteligencia con su luz, fortalezca vuestra voluntad y vuestro corazón y dé fecundidad de bien a vuestra generosa dedicación a la enseñanza.

(A los peregrinos de Caltanisetta, Parma y Pavía )

80 De entre las numerosas peregrinaciones, me es grato saludar a las de las diócesis de Caltanisetta, Parma y Pavía, presididas por los obispos respectivos. Llegue a todos mi aprecio y agradecimiento por esta visita; a todos exhorto a templar su fe cristiana junto a la tumba del Apóstol Pedro; para todos pido abundantes favores celestiales de alegría y prosperidad, y en prenda de ellos imparto de corazón mi bendición.



Julio de 1979

Miércoles 4 de julio de 1979



1. La Iglesia romana ha vivido la semana pasada santos y elevados momentos, que merecen una particular mención ante Dios y ante los hombres.

Ante Dios, para poder expresarle nuestra gratitud y renovarle nuestra confianza. Ante los hombres, para satisfacer la exigencia de los corazones que en tales momentos se unen y se abren recíprocamente.

Por primera vez yo, que no soy nativo de esta ciudad ni de esta tierra, he podido venerar a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo precisamente en este lugar —de donde el Señor les llamó hacia Sí—, en el día dedicado a la conmemoración anual de su glorioso martirio. Lo había hecho ya durante muchos años en mi tierra patria, manifestando así la unidad con Pedro que reúne al Pueblo de Dios en la Iglesia católica. Pero aquí, en el mismo centro de la Iglesia, el misterio de esa insólita vocación, que condujo a Pedro desde el lago de Genesaret a Roma y, luego, tras sus huellas, trajo aquí también a Pablo de Tarso, nos habla con toda la fuerza de la realidad histórica. ¡Con qué profunda emoción, a última hora de la tarde del 28 de junio, hemos rezado las primeras Vísperas de la fiesta de los dos Santos Patronos! Y después, tras la bendición de los Palios, que son símbolo de la unidad de la Iglesia universal con la Sede de San Pedro, bajamos al lugar donde se encuentran las santas reliquias del Apóstol, sepultadas aquí un tiempo y sometidas en nuestro tiempo a nuevo examen por parte de los científicos... ¡Qué grande es la elocuencia del altar central de la basílica, sobre el cual celebra la Eucaristía el Sucesor de San Pedro pensando que, en un lugar cercano a ese altar, él mismo, Pedro crucificado, ofreció el sacrificio de su propia vida en unión con el sacrificio de Cristo crucificado sobre el Calvario, y resucitado...

El mismo día, según la tradición, el Señor acogió también el sacrificio de San Pablo.

Y no sólo ellos dos. La liturgia del 30 de junio conmemora a todos los mártires de la Iglesia que entonces, en los tiempos de Nerón, sufrieron aquí en Roma una persecución sangrienta. Lo testimonian antiguos historiadores, como Tácito (Annales XV, 45) y Padres Apostólicos, como Clemente de Roma (Ad Cor 5-6). Pero esa persecución, lejos de ser la última, fue más bien la primera. Después de ella, vinieron otras hasta los tiempos de Diocleciano, a principios del siglo IV y luego, con Juliano el Apóstata, en la segunda mitad del mismo siglo. La Iglesia de Roma echó sus raíces profundas con esos múltiples testimonios. Esta sede del mundo antiguo fue bautizada no sólo con el bautismo del agua, sino también con el bautismo de la sangre de los mártires, "que habla mejor que la de Abel" (He 12,24).

Todos nosotros, que vivimos con las prisas de la civilización contemporánea, con las inquietudes de la vida actual, debemos detenernos aquí a reflexionar sobre cómo nació esta Iglesia, a la cual, por voluntad del Señor, le fue concedido ser el centro y la capital de una misión tan grande: la Iglesia a la que peregrinan tantas otras Iglesias que encuentran en ella el fundamento de la propia unidad.

2. La conmemoración de estas vicisitudes de los comienzos de la Iglesia romana, que Dios fundó aquí sobre Pedro (cuyo nombre significa "Piedra", "Roca"), se ha unido con otros acontecimientos importantes, en la experiencia de los demás días de la pasada semana. Acontecimientos que reflejan el ulterior desarrollo histórico de esa Santa Sede, que siempre debe servir a la unidad de los cristianos en una Iglesia católica y al mismo tiempo apostólica.

Hemos tenido la fortuna de introducir solemnemente en él Colegio de los Cardenales de la Iglesia romana quince hombres. El nombre de uno de ellos permanece in pectore, en espera de las decisiones de la divina Providencia, si es que algún día permitirá revelar ese nombre; los otros, son ya conocidos de todos.

81 En ese rito sublime se ha renovado la milenaria tradición de la Iglesia romana, que tiene un gran significado no sólo para la ulterior estabilidad de la Iglesia, sino también para una comprensión adecuada de su carácter, que es doble: local y al mismo tiempo universal.

Nuestra Iglesia romana "local" está vinculada con esta Ciudad, del mismo modo con que en un tiempo, hace más de 19 siglos, la vinculó a esta Ciudad el Apóstol Pedro. Esta Iglesia romana, después de Pedro, eligió sucesivamente sus propios Obispos, a fin de que ejercieran en ella el servicio pastoral, y lo hizo de modo adecuado a las posibilidades y necesidades de las diversas épocas.

La institución del Colegio Cardenalicio, en sus orígenes, se remonta a esa tradición, según la cual el Obispo de Roma era elegido por los representantes del clero romano. Precisamente aquellos electores romanos, que ya entonces constituían un Colegio importante en la vida de la Iglesia, dieron comienzo a la institución que, desde hace casi mil años, asegura la sucesión sobre la Sede de San Pedro.

La sucesión sobre esta Sede episcopal tiene un significado no sólo para la Iglesia "local", que está aquí en Roma. Lo tiene también para la Iglesia universal, es decir, para cada una de las Iglesias locales, que entran así a formar parte de una comunidad universal. Es éste verdaderamente un significado "clave", porque Cristo dio precisamente a Pedro el "poder de las llaves". En los últimos tiempos, y sobre todo durante el pontificado de Pablo VI, el Colegio Cardenalicio ha crecido y se ha internacionalizado.

El Sacro Colegio, en la actualidad, consta de 70 cardenales de Europa. 40 cardenales de América (Norte, Centro y Sur), 12 cardenales de África, 10 cardenales de Asia y 3 cardenales de Australia y Oceanía. Todos desempeñan tareas especialmente responsables, como Pastores de importantes Iglesias locales (o sea, diócesis) o como Superiores de los principales dicasterios de la Curia romana, y son al mismo tiempo los herederos de aquellos antiguos "electores" que provenían del clero romano y elegían el Obispo de Roma. Por eso, junto a la llamada al Colegio Cardenalicio, se les confía el Título de una de las diócesis suburbicarias o de una de las iglesias romanas. De ese modo, el Colegio Cardenalicio une en sí —y en sí manifiesta— las dos dimensiones constitutivas de la Iglesia: la dimensión "local" y la dimensión ''universal". La Iglesia edificada sobre Pedro es "romana" en estas dos dimensiones.

3. He aquí cómo los días de la semana pasada nos han permitido entrar en una familiaridad particularmente profunda con la realidad de la Iglesia, con su misterio y al mismo tiempo con su historia, que se ha prolongado ante nuestros ojos, en cierto sentido, con una etapa nueva.

Si hoy volvemos a hablar de estos importantes acontecimientos es para manifestar cuán profundamente hemos vivido tales hechos. A ejemplo de la Madre de Cristo, hay que "guardar en el corazón" (cf. Lc
Lc 2,51) acontecimientos tan elocuentes y en el momento oportuno "manifestarlos hacia afuera", a fin de que con esas manifestaciones se consolide su importancia interior.

Mi pensamiento se dirige ahora, una vez más, a los miembros del Colegio Cardenalicio, que ha quedado reforzado nuevamente. Encomiendo cada uno de ellos a las oraciones de todos los aquí reunidos, a las oraciones de toda la Iglesia.

A Jesucristo, "Rey de los siglos" (1Tm 1,17), encomiendo a la Iglesia edificada "sobre el fundamento de los Apóstoles y de los Profetas" (Ep 2,20), la Iglesia romana fundada sobre Pedro y vinculada desde el comienzo al recuerdo del Apóstol de las Gentes.

Saludos

(En español)

82 Amadísimos hermanos y hermanas:

La semana pasada, la Iglesia romana ha vivido momentos que merecen un recuerdo especial. Ante Dios, para darle gracias; y ante los hombres, para revivir instantes de particular comunión de sentimientos.

Por primera vez he celebrado, en este centro de la Iglesia, la fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, pensando con singular intensidad en el misterio de la presencia del Pescador de Galilea y de Pablo de Tarso. He podido así venerar las reliquias de Pedro conservadas bajo el altar central de la basílica que lleva su nombre; bajo ese altar en el que el Sucesor de Pedro celebra la Eucaristía, el sacrificio al que Pedro ha unido el de su propia vida. A este recuerdo, de profundo significado, se asociaba también el del sacrificio por Cristo del Apóstol Pablo, los dos pilares sólidos de esta Iglesia.

Y no sólo a ellos, sino que hemos festejado asimismo a todos los otros mártires, que durante las persecuciones han fecundado con su sangre la Iglesia de Roma. a la que otras Iglesias peregrinan para encontrar el fundamento de su unidad.

Este principio de la Iglesia de Roma, fundada sobre Pedro, ha tenido en estos días otro importante desarrollo. La creación de quince nuevos cardenales —uno de los cuales permanece in pectore, esperando que la divina Providencia permita un día revelar su nombre— hechos parte de la Iglesia romana, son una nueva prueba del doble carácter de esta Iglesia: el local y el universal. Procedentes de diversas diócesis y países —en aras de la deseada internacionalización del Sacro Colegio—, y mediante su adscripción al Título de una iglesia de Roma, sirven a esa doble dimensión, local y universal, que tiene la Iglesia romana.

Os pido que encomendéis fervientemente en vuestras plegarias estas intenciones eclesiales.

(A un grupo de japoneses de religión tenrikyo)

Mi saludo especial va dirigido a los distinguidos visitantes procedentes de Japón: un grupo de miembros de la religión tenrikyo. Con profundo interés y respeto observa la Iglesia católica vuestra fe en un Dios único Creador y Salvador, y alaba el ideal de vida gozosa y de servicio. Que vuestra visita a Roma sea provechosa y os proporcione alegría y paz interior.

(A los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas)

En la audiencia de hoy toman parte numerosos sacerdotes, entre los que destaca el grupo de directores de departamentos catequísticos diocesanos y el de consiliarios de Acción Católica de Adultos. A todos vosotros, queridísimos sacerdotes, que os prodigáis generosamente por conseguir que el hombre moderno acoja la Palabra que salva, expreso mi aprecio avalorado con una bendición apostólica especial.

Saludo también a las muchas religiosas presentes y, entre ellas, en particular a las participantes en el IX Congreso Misionero nacional organizado por la Pontificia Unión Misional. Que el ansia por propagar el Reino, hermanas queridísimas, vibre en vosotras con intensidad creciente y conquiste muchos corazones por medio de vuestro testimonio. Os dé fuerzas mi bendición apostólica llena de afecto.

83 (A los peregrinos de Caltagirone)

Entre las muchas peregrinaciones presentes, deseo saludar a la que ha organizado el obispo de Caltagirone en el VII centenario de la muerte del Beato Gerlando, caballero templario polaco, se­pultado y venerado en la iglesia catedral. Al recordar a mi antiguo compatriota, exhorto a todos a ser fieles a las hondas tradiciones de fe, valentía y generosidad que nos han legado los antepasados., y os bendigo de corazón deseándoos prosperidad y serenidad.

(A los jóvenes, a los recién casados y a los enfermos)

Un saludo afectuoso dirijo a los muchachos "Generación nueva" de los focolarinos, y a los jóvenes del "Centro Internacional de la Juventud Trabajadora". En la denominación de vuestros dos Movimientos, queridos hijos, me complazco en ver vuestro programa de renovación espiritual que se propone dar testimonio cristiano cada vez más generoso y elocuente, tanto en la vida privada como en la social. Al mismo tiempo que os animo a perseverar en vuestros nobles afanes, os exhorto a proyectar cada vez más luz, tanto en el campo intelectual como en el del trabajo, sobre los valores evangélicos de la dignidad humana. la libertad, la justicia y la fraternidad universal. Avaloro tal deseo con la bendición apostólica que extiendo con gusto a vuestras familias.

Un recuerdo cordial deseo dedicar a los recién casados presentes en esta audiencia, a los que quiero expresar un deseo y proponer un compromiso.

Ante todo, el deseo de que seáis felices siempre con la alegría que da Jesús y que nadie podrá quitaros (cf.
Jn 16 Jn 22), si estáis unidos a El y entre vosotros con el vínculo misterioso que instauran la fe, esperanza y caridad cristianas.

Y además, que os comprometáis a que vuestra unión indisoluble consagrada por el sacramento, sea testimonio concreto de la realización diaria del mensaje y las exigencias del Evangelio.

Para vuestras familias en ciernes pido por intercesión de la Virgen gracias y consuelos divinos, a la vez que os doy una bendición apostólica especial.

Un saludo particularmente afectuoso deseo dirigir a ]os queridísimos hermanos y hermanas que llevan en el cuerpo o en el espíritu las señales de la enfermedad o el peso del dolor.

A vosotros que hacéis presente la imagen de Cristo paciente, llegue el amor, comprensión y solidaridad de la Iglesia, del Papa y de todos los presentes, con la certeza que nos da Jesús de que "los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros" (Rm 8,18).

A todos vosotros y a vuestros seres queridos, mi bendición apostólica y la promesa de un recuerdo constante en la oración.





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Miércoles 11 de julio de 1979


Audiencias 1979 72