Discursos 2005 16

16 5. Por lo que se refiere a la situación religiosa, en vuestros informes se refleja una seria preocupación por la vitalidad de la Iglesia en España, a la vez que se ponen de relieve varios retos y dificultades. Atentos a los problemas y expectativas de los fieles ante esta nueva situación, vosotros, como Pastores, os sentís interpelados a permanecer unidos para hacer más palpable la presencia del Señor entre los hombres a través de iniciativas pastorales más apropiadas a las nuevas realidades.

Para ello es primordial conservar y acrecentar el don de la unidad que Jesús pidió para sus discípulos al Padre (cf. Jn
Jn 17,11). En vuestra propia diócesis, estáis llamados a vivir y dar testimonio de la unidad querida por Cristo para su Iglesia. Por otra parte, la diversidad de pueblos, con sus culturas y tradiciones, lejos de amenazar esta unidad, ha de enriquecerla desde su fe común. Y vosotros, en cuanto sucesores de los Apóstoles, tenéis que esforzaros en “conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz” (Ep 4,3). Por eso os quiero recordar que “en la transición histórica que estamos viviendo debemos cumplir una misión comprometedora: hacer de la Iglesia el lugar donde se viva y la escuela donde se enseñe el misterio del amor divino. ¿Cómo será posible esto sin redescubrir una autentica espiritualidad de comunión?” (Mensaje a un grupo de Obispos, 14.II.2001, n.3), válida para todas las personas y en todos los momentos.

6. Los Sacramentos son necesarios para el crecimiento de la vida cristiana. Por eso los pastores han de celebrarlos con dignidad y decoro. Especial importancia se ha de dar a la Eucaristía, “Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad” (San Agustín, In Johannis Evangelium, 26,13). Su participación, como recuerdan los Santos Padres, nos hace “concorpóreos y consanguíneos con Cristo" (San Cirilo de Alejandría, Catequesis mistagógicas, IV,3), e impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad.

A este respecto, con ocasión de la clausura del Año Jacobeo, he invitado a los fieles españoles a buscar en el Santísimo Sacramento la fuerza para vencer los obstáculos y afrontar las dificultades del momento presente. Al mismo tiempo, apoyados por sus Obispos, se sentirán vigorizados en la propia fe para dar un testimonio público y creíble al defender “el respeto efectivo a la vida, en todas sus etapas, la educación religiosa de los hijos, la protección del matrimonio y de la familia, la defensa del nombre de Dios y del valor humano y social de la religión cristiana” (Carta al Arzobispo de Compostela, 8.XII.2004). Se debe incrementar, pues, una acción pastoral que promueva una participación más asidua de los fieles en la Eucaristía dominical, la cual ha de ser vivida no sólo como un precepto sino más bien como una exigencia inscrita profundamente en la vida de cada cristiano.

7. En las relaciones quinquenales habéis puesto de manifiesto vuestra solicitud por los sacerdotes y seminaristas. Los sacerdotes están en la primera línea de la evangelización y soportan “el peso del día y el calor” (Mt 20,12). Ellos necesitan de manera especial vuestro cuidado y cercanía pastoral, pues son vuestros “hijos” (LG 28), “amigos” (ChD 16) y “hermanos” (PO 7).

La relación con los sacerdotes no ha de ser solamente de tipo institucional y administrativo, sino que, animada ante todo por la caridad (cf. 1P 4,8), ha de revelar la paternidad episcopal que será modelo de aquella que después los presbíteros han de tener con los fieles que tienen confiados. De un modo especial, esa paternidad se debe manifestar en la situación actual con los sacerdotes enfermos, con los de edad avanzada, y también con los que están al frente de mayores responsabilidades pastorales.

Los sacerdotes, por su parte, deben recordar que, antes de nada, son hombres de Dios y, por eso, no puede descuidar su vida espiritual y su formación permanente. Toda su labor ministerial “debe comenzar efectivamente con la oración” (San Alberto Magno, Comentario de la teología mística, 15). Entre las múltiples actividades que llenan la jornada de cada sacerdote, la primacía corresponde a la celebración de la Eucaristía, que lo conforma al Sumo y Eterno Sacerdote. En la presencia de Dios encuentra la fuerza para vivir las exigencias del ministerio y la docilidad para cumplir la voluntad de Quien lo llamó y consagró, enviándolo para encomendarle una misión particular y necesaria. También la celebración devota de la Liturgia de las Horas, la oración personal, la meditación asidua de la Palabra de Dios, la devoción a la Madre del Señor y de la Iglesia y la veneración de los Santos, son instrumentos preciosos de los que no se puede prescindir para afirmar el esplendor de la propia identidad y asegurar el fructuoso ejercicio del ministerio sacerdotal.

8. Una esperanza viva es el incremento de la vocaciones sacerdotales que se da en algunas partes. Es verdad que la situación social y religiosa no favorece la escucha de la llamada del Señor a seguirle en la vida sacerdotal o consagrada. Por eso es importante orar sin cesar al Dueño de la mies (cf. Mt Mt 9,38) para que siga bendiciendo a España con numerosas y santas vocaciones. Para ello se debe fomentar una pastoral específica vocacional, amplia y capilar, que mueva a los responsables de la juventud a ser mediadores audaces de la llamada del Señor. No hay que tener miedo a proponerla a los jóvenes y después acompañarlos asiduamente, a nivel humano y espiritual, para que vayan discerniendo su opción vocacional

9. Los fieles católicos, a los cuales les incumbe buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según la voluntad divina, están llamados a ser testigos valientes de su fe en los diferentes ámbitos de la vida pública. Su participación en la vida eclesial es fundamental y, en ocasiones, sin su colaboración vuestro apostolado de pastores no llegaría a “todos los hombres de todos los tiempos y lugares” (LG 33).

Los jóvenes, futuro de la Iglesia y de la sociedad, han de ser objeto especial de vuestros desvelos pastorales. En este sentido, no deben escatimarse los esfuerzos necesarios, aunque a veces no den fruto inmediato. A este respecto, ¿cómo no recordar la impresionante y conmovedora vigilia que presidí con cientos de miles de jóvenes en Cuatro Vientos, recordándoles que se puede ser moderno y cristiano? Ahora muchos se preparan para ir a Colonia y participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Decidles que el Papa les espera allí, bajo el lema “Hemos venido a adorarle” (Mt 2,2) para, junto con coetáneos de otros países, descubrir en Cristo el rostro de Dios y de la Iglesia como “la casa y la escuela de la comunión” y amor (Novo millenio ineunte, 43).

10. Queridos Hermanos: habéis tomado la iniciativa de dedicar un año especial a la Inmaculada, Patrona de España, en conmemoración del 150º aniversario de la proclamación de este dogma mariano. Se trata de una invitación al pueblo fiel a renovar su consagración personal y comunitaria a nuestra Madre y a secundar mi invitación a toda la Iglesia a ponerse “sobre todo a la escucha de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como misterio de luz” (Ecclesia de Eucharistia EE 62).

17 La evangelización y la práctica de la fe en tierras españolas han ido siempre unidas a un particular amor a la Virgen María. Así lo ponen de manifiesto los numerosos templos, santuarios y monumentos que se elevan por doquier en vuestra tierra; las cofradías, hermandades, gremios y claustros universitarios, que porfiaban en la defensa de sus privilegios, así como las prácticas de piedad y fiestas populares en honor de la Madre de Dios, que han sido también fuente de inspiración de tantos artistas, célebres pintores y renombrados escultores.

España es tierra de María. A Ella encomiendo vuestras intenciones pastorales. Bajo su maternal protección pongo a todos los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los seminaristas, los niños, jóvenes y ancianos, las familias, los enfermos y necesitados. Llevadles a todos el saludo y el cariño del Papa, acompañado de la Bendición Apos tólica.

ALOCUCIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DE UNA COMISIÓN ECUMÉNICA

Viernes 28 de enero de 2005



Eminencias;
excelencias;
queridos padres;
hermanos en Cristo:

Me complace daros la bienvenida a todos con ocasión de vuestra segunda asamblea plenaria, y agradezco a Su Gracia Anba Bishoy sus amables palabras. De modo especial, saludo a los representantes de las Iglesias ortodoxas orientales y, a través de vosotros, extiendo mis mejores deseos fraternos a mis venerables hermanos los jefes de vuestras Iglesias.

Me uno a vosotros en la oración para que los vínculos reales de comunión entre nosotros se fortalezcan aún más con una espiritualidad de comunión que contemple "el misterio de la Trinidad que habita en nosotros", y vea "todo lo que hay de positivo en el otro, para acogerlo y valorarlo como regalo de Dios" (Novo millennio ineunte NM 43). Con estos sentimientos, aliento vuestros esfuerzos por fomentar la comprensión mutua y la comunión entre los cristianos de Oriente y de Occidente, e invoco las bendiciones de Dios todopoderoso sobre vuestras deliberaciones.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE ARMENIA

ROBERT KOCHARIÁN


Viernes 28 de enero de 2005



Señor presidente:

18 1. Con gran alegría lo acojo y le agradezco cordialmente su grata visita, así como las amables palabras que ha querido dirigirme. Su presencia me trae a la memoria nuestro primer encuentro, que tuvo lugar aquí, en el Vaticano, en marzo de 1999, con ocasión de la inauguración de la exposición "Roma Armenia", y los encuentros que mantuvimos en septiembre de 2001 en Ereván durante mi peregrinación apostólica a Armenia para las celebraciones jubilares del XVII centenario de la conversión del pueblo armenio al cristianismo.

Aprovecho de buen grado esta ocasión para enviar a todo el pueblo armenio un afectuoso saludo, extendiéndolo a los millones de armenios que, aunque están esparcidos en numerosas partes del mundo, permanecen siempre unidos a su cultura y sus tradiciones cristianas.

2. Señor presidente, quiero manifestarle mi sincero aprecio por las buenas relaciones que mantienen la Santa Sede y el Gobierno de su país. Sé que la comunidad católica es bien acogida y respetada, y sus diversas actividades contribuyen al bienestar de toda la nación.

Todos desean vivamente que aumente cada vez más la colaboración entre la Santa Sede y el Gobierno armenio, y, donde las situaciones lo exijan, que se perfeccione eventualmente el estatus de la Iglesia católica.

3. Además, existen relaciones de estima y amistad entre la Iglesia católica y la Iglesia apostólica armenia. Estoy seguro de que este entendimiento, que se ha intensificado gracias a la iniciativa del Catholicós Karekin II, tendrá repercusiones positivas para la convivencia pacífica de todo el pueblo armenio, llamado a afrontar no pocos desafíos sociales y económicos.

Deseo que se establezca una paz verdadera y estable en la región de Nagorno Karabaj, de la que proviene usted, señor presidente. Se podrá lograr si se rechaza con firmeza la violencia y se mantiene un diálogo paciente entre las partes, también gracias a una activa mediación internacional.

4. La Santa Sede, que a lo largo de los siglos no ha dejado de denunciar la violencia y defender los derechos de los débiles, seguirá apoyando todos los esfuerzos encaminados a construir una paz sólida y duradera.

Señor presidente, le aseguro mi oración por su persona, por su familia y por el pueblo armenio, invocando sobre todos las abundantes bendiciones de Dios.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA

CON OCASIÓN DE LA APERTURA DEL AÑO JUDICIAL


Sábado 29 de enero de 2005



1. Esta cita anual con vosotros, queridos prelados auditores del Tribunal apostólico de la Rota romana, pone de relieve el vínculo esencial de vuestro valioso trabajo con el aspecto judicial del ministerio petrino. Las palabras del decano de vuestro Colegio han expresado el compromiso común de plena fidelidad en vuestro servicio eclesial.

En este horizonte quisiera situar hoy algunas consideraciones acerca de la dimensión moral de la actividad de los agentes jurídicos en los tribunales eclesiásticos, sobre todo por lo que atañe al deber de adecuarse a la verdad sobre el matrimonio, tal como la enseña la Iglesia.

19 2. Desde siempre la cuestión ética se ha planteado con especial intensidad en cualquier clase de proceso judicial. En efecto, los intereses individuales y colectivos pueden impulsar a las partes a recurrir a varios tipos de falsedades e incluso de corrupción con el fin de lograr una sentencia favorable.

De este peligro no están inmunes ni siquiera los procesos canónicos, en los que se busca conocer la verdad sobre la existencia o inexistencia de un matrimonio. La indudable importancia que esto tiene para la conciencia moral de las partes hace menos probable la aquiescencia a intereses ajenos a la búsqueda de la verdad. A pesar de ello, pueden darse casos en los que se manifieste esa aquiescencia, que pone en peligro la regularidad del proceso. Es conocida la firme reacción de la norma canónica ante esos comportamientos (cf. Código de derecho canónico, cc. 1389, 1391, 1457, 1488 y 1489).

3. Con todo, en las circunstancias actuales existe también otro peligro. En nombre de supuestas exigencias pastorales, hay quien ha propuesto que se declaren nulas las uniones que han fracasado completamente. Para lograr ese resultado se sugiere que se recurra al expediente de mantener las apariencias de procedimiento y sustanciales, disimulando la inexistencia de un verdadero juicio procesal. Así se tiene la tentación de proveer a un planteamiento de los motivos de nulidad, y a su prueba, en contraposición con los principios elementales de las normas y del magisterio de la Iglesia.

Es evidente la gravedad objetiva jurídica y moral de esos comportamientos, que ciertamente no constituyen la solución pastoralmente válida a los problemas planteados por las crisis matrimoniales. Gracias a Dios, no faltan fieles cuya conciencia no se deja engañar, y entre ellos se encuentran también no pocos que, aun estando implicados personalmente en una crisis conyugal, están dispuestos a resolverla sólo siguiendo la senda de la verdad.

4. En los discursos anuales a la Rota romana, he recordado muchas veces la relación esencial que el proceso guarda con la búsqueda de la verdad objetiva. Eso deben tenerlo presente ante todo los obispos, que por derecho divino son los jueces de sus comunidades. En su nombre administran la justicia los tribunales. Por tanto, los obispos están llamados a comprometerse personalmente para garantizar la idoneidad de los miembros de los tribunales, tanto diocesanos como interdiocesanos, de los cuales son moderadores, y para verificar la conformidad de las sentencias con la doctrina recta.

Los pastores sagrados no pueden pensar que el proceder de sus tribunales es una cuestión meramente "técnica", de la que pueden desinteresarse, encomendándola enteramente a sus jueces vicarios (cf. ib., cc. 391, 1419, 1423, 1).

5. La deontología del juez tiene su criterio inspirador en el amor a la verdad. Así pues, ante todo debe estar convencido de que la verdad existe. Por eso, es preciso buscarla con auténtico deseo de conocerla, a pesar de todos los inconvenientes que puedan derivar de ese conocimiento. Hay que resistir al miedo a la verdad, que a veces puede brotar del temor a herir a las personas. La verdad, que es Cristo mismo (cf. Jn
Jn 8,32 y 36), nos libera de cualquier forma de componenda con las mentiras interesadas.

El juez que actúa verdaderamente como juez, es decir, con justicia, no se deja condicionar ni por sentimientos de falsa compasión hacia las personas, ni por falsos modelos de pensamiento, aunque estén difundidos en el ambiente. Sabe que las sentencias injustas jamás constituyen una verdadera solución pastoral, y que el juicio de Dios sobre su proceder es lo que cuenta para la eternidad.

6. Además, el juez debe atenerse a las leyes canónicas, rectamente interpretadas. Por eso, nunca debe perder de vista la conexión intrínseca de las normas jurídicas con la doctrina de la Iglesia. En efecto, a veces se pretende separar las leyes de la Iglesia de las enseñanzas del Magisterio, como si pertenecieran a dos esferas distintas, de las cuales sólo la primera tendría fuerza jurídicamente vinculante, mientras que la segunda tendría meramente un valor de orientación y exhortación.

Ese planteamiento revela, en el fondo, una mentalidad positivista, que está en contraposición con la mejor tradición jurídica clásica y cristiana sobre el derecho. En realidad, la interpretación auténtica de la palabra de Dios que realiza el Magisterio de la Iglesia (cf. Dei Verbum DV 10) tiene valor jurídico en la medida en que atañe al ámbito del derecho, sin que necesite de un ulterior paso formal para convertirse en vinculante jurídica y moralmente.

Asimismo, para una sana hermenéutica jurídica es indispensable tener en cuenta el conjunto de las enseñanzas de la Iglesia, situando orgánicamente cada afirmación en el cauce de la tradición. De este modo se podrán evitar tanto las interpretaciones selectivas y distorsionadas como las críticas estériles a algunos pasajes.

20 Por último, un momento importante de la búsqueda de la verdad es el de la instrucción de la causa. Está amenazada en su misma razón de ser, y degenera en puro formalismo, cuando el resultado del proceso se da por descontado. Es verdad que también el deber de una justicia tempestiva forma parte del servicio concreto de la verdad, y constituye un derecho de las personas. Con todo, una falsa celeridad, que vaya en detrimento de la verdad, es aún más gravemente injusta.

7. Quisiera concluir este encuentro dándoos las gracias de corazón a vosotros, prelados auditores, a los oficiales, a los abogados y a todos los que trabajan en este Tribunal apostólico, así como a los miembros del Estudio rotal.

Ya sabéis que podéis contar con la oración del Papa y de muchísimas personas de buena voluntad que reconocen el valor de vuestra actividad al servicio de la verdad. El Señor os recompensará por vuestros esfuerzos diarios, no sólo en la vida futura, sino también ya en esta con la paz y la alegría de la conciencia, y con la estima y el apoyo de los que aman la justicia.

A la vez que expreso el deseo de que la verdad de la justicia resplandezca cada vez más en la Iglesia y en vuestra vida, de corazón imparto a todos mi bendición.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PADRES CAPITULARES

DE LA CONGREGACIÓN DE LOS LEGIONARIOS DE CRISTO




Queridos hermanos:

1. Con ocasión del tercer Capítulo General de vuestro Instituto, me es grato enviar mi saludo de modo particular al P. Marcial Maciel, vuestro Fundador, así como al P. Álvaro Corcuera, recién elegido Director General de la Congregación de los Legionarios de Cristo y del Movimiento Regnum Christi. Hago extensivo también mi saludo a los miembros del Consejo General y a los demás Padres Capitulares.

2. El Capítulo General es siempre un acontecimiento muy importante para revitalizar el propio carisma fundacional, examinar con corazón agradecido las maravillas que Dios ha hecho en vuestra historia y afrontar los retos actuales de la Iglesia con la espiritualidad que os es propia, en comunión con la gran pluralidad de carismas que el Espíritu Santo ha derramado en ella a lo largo de los siglos.

Os encontráis en un momento histórico para la vida del Instituto, en el que se abre una mueva fase. Habéis tenido la dicha de caminar durante 64 años bajo la guía de vuestro Fundador. Así habéis crecido y os habéis desarrollado hasta alcanzar la madurez. Ahora habréis de continuar el camino guiados por el nuevo Director General, aunque no falten la compañía, el afecto paterno y la experiencia del P. Maciel, que ha renunciado a un nuevo periodo de gobierno. Esto os compromete a custodiar, vivir y transmitir fielmente los dones que por medio de él habéis recibido del Señor.

3. Ante vosotros está la tarea de desarrollar la obra inspirada al Fundador, la cual trata de distinguirse por la entrega al servicio a la Iglesia y la formación de la juventud en sólidos principios cristianos y humanos que, basados en la libertad y responsabilidad personal, contribuyan a su madurez espiritual, social y cultural, en fidelidad al Magisterio y en plena comunión con el Papa. Personalmente he podido participar, en varias ocasiones, en la vida de vuestra Congregación, concretamente con la aprobación definitiva de las Constituciones, en junio de 1983 y, recientemente, aprobando los Estatutos del Movimiento Regnum Christi.

4. Queridos hermanos: os aliento a seguir irradiando vuestra espiritualidad y dinamismo apostólico, rico en la diversidad de sus obras y abierto siempre a nuevas expresiones, según las necesidades más apremiantes de la Iglesia en los diversos tiempos y lugares. Fieles al carisma del Instituto y unidos firmemente a la Roca de Pedro, vuestra aportación a la misión evangelizadora de la Iglesia será realmente fecunda.

Pido al Espíritu Santo, por la maternal intercesión de la Santísima Virgen María, que os ilumine en vuestros trabajos capitulares, a la vez que os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.

21 Vaticano, 31 de enero de 2005


IOANNES PAULUS II


Febrero de 2005

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA PLENARIA

DE LA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA




Al venerado hermano señor cardenal

ZENON GROCHOLEWSKI

Prefecto de la Congregación para la educación católica

1. Con placer le dirijo mi cordial saludo a usted, a los venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, así como a todos los miembros de ese dicasterio, reunidos con ocasión de la asamblea plenaria. Deseo pleno éxito a los trabajos de estos días, durante los cuales estáis examinando algunas cuestiones concernientes a los seminarios, a las facultades eclesiásticas y a las universidades católicas.

2. Estáis dedicando una atención particular al proyecto de educación en los seminarios, que tiene en cuenta la complementariedad fundamental de las cuatro dimensiones de la formación: humana, intelectual, espiritual y pastoral (cf. Pastores dabo vobis PDV 43-59).

A la luz de los actuales cambios sociales y culturales, a veces puede resultar útil que los educadores se sirvan de la colaboración de especialistas competentes para ayudar a los seminaristas a comprender más a fondo las exigencias del sacerdocio, considerando el celibato como un don de amor al Señor y a los hermanos. Ya en el momento de la admisión de los jóvenes al seminario se debe comprobar atentamente su idoneidad para vivir el celibato, para tener, antes de la ordenación, una certeza moral sobre su madurez afectiva y sexual.

3. Vuestra plenaria ha dirigido su atención también a las facultades eclesiásticas y a las universidades católicas, que representan un rico patrimonio para la Iglesia. En la "gran primavera cristiana" que Dios está preparando (cf. Redemptoris missio RMi 86), deben distinguirse por la calidad de la enseñanza y de la investigación, a fin de que puedan dialogar adecuadamente con las demás facultades y universidades.

Dada la rapidez del actual desarrollo científico y tecnológico, esas instituciones están llamadas a una renovación continua, valorando "las conquistas de la ciencia y de la tecnología en la perspectiva total de la persona humana" (Ex corde Ecclesiae, 7). Desde este punto de vista, seguramente es útil el diálogo interdisciplinar. En particular, resulta fecunda la confrontación con "una filosofía de alcance auténticamente metafísico" (Fides et ratio FR 83), y con la misma teología.

4. Otro tema interesante de vuestros trabajos es la educación cristiana a través de las instituciones escolares. Hace cuarenta años la declaración conciliar Gravissimum educationis expuso, al respecto, algunos principios que luego la Congregación para la educación católica ha desarrollado aún más.

En el contexto de la globalización y del cruce variable de pueblos y culturas, la Iglesia siente la urgencia del mandato de anunciar el Evangelio y quiere vivirlo con renovado impulso misionero. Por tanto, la educación católica se presenta cada vez más como el fruto de una misión que deben "compartir" los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles laicos. En este horizonte se sitúa el servicio eclesial que prestan los profesores de religión católica en la escuela. Su enseñanza contribuye al desarrollo integral de los alumnos y al conocimiento del otro, dentro del respeto recíproco. Por tanto, es de desear que en todas partes se reconozca la enseñanza de la religión y desempeñe un papel adecuado en el proyecto educativo de las instituciones escolares.

22 5. Por último, quisiera aludir a la eficaz labor vocacional que realiza la Obra pontificia para las vocaciones sacerdotales, instituida por mi venerado predecesor Pío XII. Sostiene, ante todo, la Jornada mundial de oración por las vocaciones: una cita anual en torno a la cual se llevan a cabo iniciativas y acontecimientos de la pastoral vocacional en todas las diócesis.

Al manifestar mi profunda gratitud a esta benemérita y fecunda institución, animo de buen grado a cuantos dedican tiempo y esfuerzo a promover una amplia pastoral de las vocaciones en el seno de la comunidad eclesial. Además, me parece muy oportuna la iniciativa espiritual que ha puesto en marcha durante este año dedicado a la Eucaristía, es decir, crear, a través de turnos de oración en cada continente, un vínculo de oración que una entre sí a las comunidades cristianas de todo el mundo.

6. A este respecto, quisiera reafirmar que la Eucaristía es el manantial y el alimento de toda vocación sacerdotal y religiosa. Por tanto, deseo expresar mi aprecio por toda iniciativa insertada en esta "red" de oración por las vocaciones, que espero envuelva al mundo. Que María, "Mujer eucarística", vele sobre cuantos dedican sus energías a la pastoral vocacional.

A todos vosotros, y a vuestros seres queridos, imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 1 de febrero de 2005

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL GRUPO DE ESTUDIO

DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS




Distinguidos señores y señoras:

1. Os dirijo a todos un cordial saludo y expreso mi aprecio a la Academia pontificia de ciencias, siempre dedicada a su tarea tradicional de estudio y reflexión sobre las delicadas cuestiones científicas que afronta la sociedad contemporánea.

La Academia pontificia ha querido dedicar esta sesión del grupo de estudio, como había hecho en dos ocasiones anteriores durante la década de 1980, a un tema de particular complejidad e importancia: el de los "signos de la muerte", en el contexto de la práctica de los trasplantes de órganos de personas fallecidas.

2. Sabéis que el magisterio de la Iglesia ha seguido desde el principio, con un interés constante e informado, el desarrollo de la práctica quirúrgica del trasplante de órganos, destinada a salvar vidas humanas de la muerte inminente y permitir a los enfermos seguir viviendo algunos años más.

Desde el tiempo de mi venerado predecesor Pío XII, durante cuyo pontificado comenzó la práctica quirúrgica del trasplante de órganos, el magisterio de la Iglesia ha dado continuamente su contribución en este campo.

Por una parte, la Iglesia ha estimulado la donación gratuita de órganos y, por otra, ha puesto de relieve las condiciones éticas para esa donación, ponderando la obligación de defender la vida y la dignidad tanto del donante como del beneficiario; también ha señalado los deberes de los especialistas que intervienen en este procedimiento del trasplante de órganos. Se trata de favorecer un complejo servicio a la vida, armonizando el progreso técnico con el rigor ético, humanizando las relaciones interpersonales e informando correctamente al público.

23 3. Teniendo en cuenta el progreso constante de los conocimientos científicos experimentales, todos los que efectúan trasplantes de órganos tienen necesidad de proseguir una investigación permanente en el ámbito científico y técnico, para asegurar al máximo el éxito de la operación, alargando la vida del paciente el mayor tiempo posible. Asimismo, hace falta un diálogo constante con expertos en disciplinas antropológicas y éticas, para garantizar el respeto a la vida y a la persona humana, así como para proporcionar a los legisladores los datos necesarios a fin de establecer normas rigurosas en este campo.

Desde esta perspectiva, habéis elegido abordar una vez más, mediante un serio estudio interdisciplinar, la cuestión particular de los "signos de la muerte", gracias a los cuales se puede establecer con certeza moral la muerte clínica de una persona, a fin de proceder a la extracción de los órganos para el trasplante.

4. Dentro del horizonte de la antropología cristiana es bien sabido que el momento de la muerte de toda persona consiste en la pérdida definitiva de su unidad constitutiva corpóreo-espiritual. En efecto, cada ser humano está vivo precisamente en la medida en que es "corpore et anima unus" (Gaudium et spes
GS 14), y sigue vivo mientras subsiste esta unitotalidad-sustancial. A la luz de esta verdad antropológica resulta claro, como ya observé en otra ocasión, que "la muerte de la persona, entendida en este sentido primario, es un acontecimiento que ninguna técnica científica o método empírico puede identificar directamente" (Discurso al XVIII congreso internacional de la Sociedad de trasplantes, 29 de agosto de 2000, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de septiembre de 2000, p. 6).

Sin embargo, desde el punto de vista clínico, el único modo correcto, y también el único posible, de afrontar el problema de la determinación de la muerte de un ser humano consiste en esforzarse por identificar los "signos de la muerte" adecuados, que se conocen por su manifestación corporal en cada persona.

Evidentemente, se trata de un tema de fundamental importancia, con respecto al cual se debe escuchar, en primer lugar, la posición de la ciencia, atenta y rigurosa, como enseñó Pío XII cuando declaró que "corresponde al médico dar una definición clara y precisa de "la muerte" y del "momento de la muerte" de un paciente que expira en estado de inconsciencia" (Discurso a un grupo de médicos sobre el problema de la reanimación, 24 de noviembre de 1957: AAS 49 [1957] 1031).

5. Partiendo de los datos proporcionados por la ciencia, las consideraciones antropológicas y la reflexión ética tienen el deber de hacer un análisis igualmente riguroso, escuchando atentamente el magisterio de la Iglesia.

Deseo aseguraros que vuestros esfuerzos son laudables y que, ciertamente, servirán mucho a los dicasterios competentes de la Sede apostólica, especialmente a la Congregación para la doctrina de la fe, que ponderarán los resultados de vuestra reflexión y ofrecerán luego las aclaraciones necesarias para el bien de la comunidad, en particular de los pacientes y de los especialistas que están llamados a dedicar su competencia profesional al servicio de la vida.

A la vez que os exhorto a perseverar en este compromiso común de buscar el bien genuino del hombre, imploro del Señor sobre vosotros y sobre vuestra investigación, abundantes dones de luz en prenda de los cuales os imparto a todos con afecto mi bendición.
Vaticano, 1 de febrero de 2005






Discursos 2005 16