Discursos 2005 23

MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


DURANTE LA MISA DE LA IX JORNADA MUNDIAL


DE LA VIDA CONSAGRADA




Durante la concelebración eucarística, antes de leer el mensaje del Papa, mons. Franc Rodé transmitió a los presentes el saludo y la bendición de Su Santidad, que estaba unido espiritualmente a los consagrados congregados en la basílica. He aquí sus palabras:

En la fiesta de la Presentación del Señor en el templo, día en que el Hijo de Dios engendrado en la eternidad es proclamado por el Espíritu Santo "gloria de Israel" y "luz de las naciones", nos encontramos reunidos para renovar nuestra consagración al Señor. A todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, os transmito el saludo personal del Santo Padre, que os agradece el afecto mostrado y la fervorosa oración. En este momento el Papa está presente entre nosotros con su oración y nos envía su bendición. Escuchemos con corazón agradecido su Mensaje a los consagrados y consagradas de todo el mundo.

24 Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Hoy se celebra la Jornada de la vida consagrada, ocasión propicia para dar gracias al Señor juntamente con aquellos que, llamados por él a la práctica de los consejos evangélicos, "los profesan fielmente, se consagran de modo particular a Dios, siguiendo a Cristo, que, virgen y pobre (cf. Mt
Mt 8,20 Lc 9,58), por su obediencia hasta la muerte de cruz (cf. Flp Ph 2,8), redimió y santificó a los hombres" (Perfectae caritatis PC 1). Este año la celebración asume un significado especial, porque se cumple el 40° aniversario de la promulgación del decreto Perfectae caritatis, con el que el concilio ecuménico Vaticano II trazó las líneas fundamentales de la renovación de la vida consagrada.

Durante estos cuarenta años, siguiendo las directrices del magisterio de la Iglesia, los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica han recorrido un camino fecundo de renovación, marcado, por una parte, por el deseo de fidelidad al don recibido del Espíritu mediante los fundadores y las fundadoras, y, por otra, por el anhelo de adaptar el modo de vivir, de orar y de actuar a "las condiciones actuales, físicas y psíquicas, de los miembros y, en la medida en que lo exija el carácter de cada instituto, a las necesidades del apostolado, a las exigencias de la cultura y a las circunstancias sociales y económicas" (Perfectae caritatis PC 3).

¿Cómo no dar gracias al Señor por esta oportuna "actualización" de la vida consagrada? Estoy seguro de que, también gracias a ella, se multiplicarán los frutos de santidad y actividad misionera, a condición de que las personas consagradas conserven siempre un fervor ascético y lo manifiesten en las obras apostólicas.

2. El secreto de este fervor espiritual es la Eucaristía. Durante este año, dedicado de modo especial a ella, quisiera exhortar a todos los religiosos y religiosas a instaurar con Cristo una comunión cada vez más íntima mediante la participación diaria en el sacramento que lo hace presente, en el sacrificio que actualiza su entrega de amor en el Gólgota, en el banquete que alimenta y sostiene al pueblo de Dios peregrino. Como afirmé en la exhortación apostólica Vita consecrata, "por su naturaleza, la Eucaristía ocupa el centro de la vida consagrada, personal y comunitaria" (n. 95).
Jesús se entrega como Pan "partido" y Sangre "derramada" para que todos "tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). Se entrega a sí mismo por la salvación de toda la humanidad. Tomar parte en su banquete sacrificial no sólo implica repetir el gesto realizado por él, sino también beber su mismo cáliz y participar en su misma inmolación. Del mismo modo que Cristo se hace "pan partido" y "sangre derramada", todos los cristianos, y más aún todos los consagrados y las consagradas, están llamados a dar la vida por los hermanos, en unión con la del Redentor.

3. La Eucaristía es el manantial inagotable de la fidelidad al Evangelio, porque en este sacramento, corazón de la vida eclesial, se realizan plenamente la íntima identificación y la total configuración con Cristo, a la que los consagrados y las consagradas están llamados. "Aquí se concentran todas las formas de oración, se proclama y acoge la palabra de Dios, se nos interpela sobre la relación con Dios, con los hermanos y con todos los hombres: es el sacramento de la filiación, de la fraternidad y de la misión. La Eucaristía, sacramento de unidad con Cristo, es a la vez sacramento de la unidad eclesial y de la unidad de la comunidad de los consagrados. En definitiva, es fuente de la espiritualidad de cada uno y del instituto" (Caminar desde Cristo, 26). En la Eucaristía las personas consagradas adquieren "una mayor libertad en el ejercicio del apostolado, una irradiación más consciente, una solidaridad que se expresa con el saber estar de parte de la gente, asumiendo sus problemas para responder con una fuerte atención a los signos de los tiempos y a sus exigencias" (ib., 36).

Amadísimos hermanos y hermanas, entremos en el misterio de la Eucaristía guiados por la santísima Virgen y siguiendo su ejemplo. Que María, Mujer eucarística, ayude a cuantos están llamados a una intimidad especial con Cristo a participar asiduamente en la santa misa y les obtenga el don de una obediencia pronta, de una pobreza fiel y de una virginidad fecunda; que los convierta en discípulos santos de Cristo eucarístico.
Con estos sentimientos, a la vez que les aseguro un recuerdo en la oración, de buen grado bendigo a todas las personas consagradas y a las comunidades cristianas en las cuales están llamadas a cumplir su misión.

Vaticano, 2 de febrero de 2005

JUAN PABLO II







A LOS ALUMNOS DEL PONTIFICIO SEMINARIO ROMANO MAYOR


Sábado 5 de febrero de 2005



25 (El Papa participó espiritualmente en el encuentro por televisión desde el policlínico Gemelli. El arzobispo Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado, leyó el discurso que el Santo Padre tenía preparado para esta ocasión)



Queridos hermanos:

1. Con gran alegría me uno a vosotros, en el día de la fiesta de la Virgen de la Confianza, patrona del Seminario romano mayor. Saludo al cardenal vicario, a los obispos auxiliares, al rector y a los demás superiores y, con especial afecto, a vosotros, queridos seminaristas, y a vuestros familiares. Saludo al coro y a la orquesta diocesanos, dirigidos por monseñor Marco Frisina, así como a los jóvenes amigos del Seminario romano. Sois para mí motivo de consuelo, porque representáis un signo privilegiado del amor del Señor a su amada Iglesia que está en Roma.

2. "Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con María, es el "programa" que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización" (Ecclesia de Eucharistia
EE 6). Habéis querido tomar estas palabras mías como tema de reflexión para vuestra fiesta.

Mane nobiscum Domine! El oratorio de monseñor Marco Frisina ha hecho resonar en la sala Pablo VI esta intensa invocación, siempre actual para los cristianos, especialmente en los momentos de sufrimiento y de prueba. En el Año de la Eucaristía celebrar a María significa que debéis centrar vuestra atención en el sacrificio de su Hijo divino, que se hace sacramentalmente actual en toda santa misa.

3. Amadísimos seminaristas, ¡cuán significativo es el gesto de Jesús en el icono de la Virgen de la Confianza que veneráis en vuestro seminario! Indicando a la Madre, el Niño parece anticipar, sin palabras, lo que al final, en la cruz, dirá al discípulo Juan: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,27).
También yo os repito hoy: ahí tenéis a vuestra Madre, a quien debéis amar e imitar con plena confianza, para convertiros en sacerdotes capaces de pronunciar, no una vez, sino siempre, la palabra decisiva de la fe: "Heme aquí", "fiat".

"Mater mea, fiducia mea!". Que esta jaculatoria sea la síntesis profunda y sencilla de vuestras jornadas, vividas contemplando a Cristo con María.

4. Quisiera extender este deseo a todos los jóvenes presentes, especialmente a los que están recorriendo el camino de verificación vocacional con vistas al ingreso en el seminario; a los que siguen con interés el itinerario vocacional de la diócesis de Roma ofrecido a niños, adolescentes y jóvenes.

Pienso, en particular, en los monaguillos y en los grupos juveniles de las parroquias.

Queridos muchachos, el Señor pasa y llama (cf. Mt Mt 4,18-22), estad dispuestos a colaborar con él.
26 Os encomiendo a la Virgen de la Confianza. Y rogad al Dueño de la mies para que no falten obreros en su mies (cf. Mt Mt 9,38).

Con gran afecto os bendigo a todos.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS ENFERMOS Y PEREGRINOS


CON OCASIÓN DE LA JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO


Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me uno con alegría a todos vosotros que, como cada año, participáis, en la basílica vaticana, en el encuentro de peregrinos, enfermos y voluntarios organizado conjuntamente por la Unión nacional italiana de transporte de enfermos a Lourdes y santuarios internacionales (Unitalsi) y la Obra romana de peregrinaciones. Saludo a cada uno con afecto.

En primer lugar, saludo al cardenal vicario, a los obispos y a los numerosos sacerdotes presentes, y saludo también con gran cordialidad a vosotros, queridos peregrinos que habéis acudido para revivir el clima típico de Lourdes; a vosotros, queridos responsables de la Unitalsi y de la Obra romana de peregrinaciones; a vosotros, queridos voluntarios; y sobre todo a vosotros, queridos enfermos, a los que me siento particularmente cercano.

2. La sugestiva celebración eucarística y mariana que estáis viviendo en la basílica de San Pedro asume un significado especial en el día en que la liturgia hace memoria de la bienaventurada Virgen María de Lourdes.

La celebración del 11 de febrero nos hace remontarnos con el pensamiento a la gruta de Massabielle, en los altos Pirineos franceses, donde en el año 1858 la Virgen se apareció dieciocho veces a santa Bernardita Soubirous. Desde aquella gruta, que se ha convertido en lugar de oración y esperanza para numerosos peregrinos procedentes de todas las partes del mundo, la Inmaculada sigue invitando a la oración, a la penitencia y a la conversión. Es el mismo mensaje de Cristo: "Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1,15), que nos recuerda la liturgia de la Cuaresma, recién comenzada. Acojámoslo con humilde y dócil adhesión. La llegada de enfermos y personas que sufren a los pies de la Virgen constituye una exhortación incesante a confiar en Cristo y en su Madre celestial, que nunca abandonan a los que acuden a ellos en el momento del dolor y de la prueba.

3. Al morir en la cruz, Cristo, el varón de dolores, cumplió el designio de amor del Padre y redimió al mundo. Queridos enfermos, si unís vuestros sufrimientos a los de Cristo, podéis colaborar con él en la salvación de las almas. Esta es vuestra misión en la Iglesia, la cual siempre tiene clara conciencia del papel y el valor de la enfermedad iluminada por la fe. Por tanto, queridos enfermos, nunca es inútil vuestro sufrimiento. Más aún, es muy valioso, porque así compartís, de forma misteriosa pero real, la misma misión salvífica del Hijo de Dios. Por eso, el Papa cuenta mucho con el valor de vuestras oraciones y vuestros sufrimientos. Ofrecedlos por la Iglesia y por el mundo; ofrecedlos también por mí y por mi misión de Pastor universal del pueblo cristiano.

4. Desde la basílica de San Pedro la mirada se dirige ahora hacia muchas otras localidades, donde hoy se reúnen las comunidades cristianas con ocasión de la XIII Jornada mundial del enfermo y, de modo especial, hacia el santuario "María, Reina de los Apóstoles", en Yaundé, Camerún. Allí tienen lugar las principales celebraciones de este importante acontecimiento eclesial, sobre el tema: "Cristo, esperanza de África". El continente africano, al igual que la humanidad entera, necesita experimentar el amor misericordioso del Señor y la ayuda de la Virgen María, sobre todo en los momentos de sufrimiento y enfermedad.

Que María, Mujer del dolor y de la esperanza, tenga piedad de los que sufren y obtenga para cada uno la plenitud de vida. Que a todos los estreche junto a su corazón de Madre.

Virgen santísima, Reina de África y del mundo entero, ¡ruega por nosotros! A todos envío con afecto mi bendición.

27 Vaticano, 11 de febrero de 2005





                                                                               Marzo de 2005



MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN LA III JORNADA EUROPEA


DE LOS UNIVERSITARIOS DURANTE UNA VIGILIA MARIANA


Sábado 5 de marzo de 2005




Amadísimos jóvenes universitarios:

1. A todos vosotros, reunidos en la sala Pablo VI para una vigilia mariana, os dirijo mi cordial saludo. No puedo estar presente en medio de vosotros, pero estoy igualmente cercano con el afecto y la oración. Extiendo mi saludo a vuestros coetáneos que, con ocasión de la III Jornada europea de los universitarios, participan en el encuentro mediante conexiones televisivas especiales. Bari en Italia, y luego Berlín, Bucarest, Lisboa, Zagreb, Londres, Tirana, Madrid y Kiev: Europa está idealmente comprometida en este importante momento de oración y de reflexión, como preparación para la próxima Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar precisamente en el centro del continente europeo, en Colonia.

2. Me alegro de que, como estudiantes, hayáis querido ofrecer vuestra contribución específica a la preparación de una cita tan significativa de la juventud mundial con esta reunión, que tiene por tema: "La búsqueda intelectual como camino para encontrar a Cristo". No existe contradicción entre la fe y la razón. Lo demuestra también la experiencia de los santos Magos, que llegaron a Belén utilizando estas dos dimensiones del espíritu humano: la inteligencia, que escruta los signos, y la fe, que lleva a adorar el misterio. Para afrontar el largo y fatigoso viaje en busca del Mesías no bastaba la razón; se requería también la fe en el signo de la estrella para llegar a la meta. La esperanza y el deseo ardiente de los Magos no fueron vanos. En Belén buscaron al Niño Jesús y, una vez llegados ante él, la inteligencia necesitó de la fe para reconocer en aquel humilde Hijo del hombre al esperado Mesías anunciado por los profetas a lo largo del Antiguo Testamento.

3. Amadísimos jóvenes, que os anime siempre el deseo de descubrir la verdad de vuestra existencia. Que la fe y la razón sean las dos alas que os conduzcan a Cristo, verdad de Dios y verdad del hombre. En él encontraréis la paz y la alegría. Que Cristo sea el centro de toda vuestra existencia. Este es mi deseo más sincero, que os expreso de corazón a todos, acompañándolo con la seguridad de mi oración.

En este primer sábado del mes os encomiendo, de modo especial, a la guía materna de María santísima: que ella os enseñe cómo seguir fielmente a Jesús hasta la cruz y experimentar la alegría de la resurrección.

Con estos sentimientos, os bendigo a todos. ¡Feliz Pascua y buen camino hacia Colonia!

Hospital policlínico Gemelli, 5 de marzo de 2005


MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR STAVROS LYKIDIS,

NUEVO EMBAJADOR DE GRECIA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 7 de marzo de 2005



Señor embajador:

28 1. Me alegra aceptar las cartas que acreditan a su excelencia como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Grecia ante la Santa Sede. Le agradezco que me haya transmitido el saludo de su excelencia el señor Constantinos Stephanopoulos, presidente de la República helénica. Recordando con placer la visita que me hizo al Vaticano y mi visita a Grecia, con ocasión de mi peregrinación apostólica tras las huellas de san Pablo, le ruego que le exprese mis mejores deseos para su persona, así como para todo el pueblo griego. Al final de su misión, le felicito sinceramente. Saludo también a su excelencia el señor Karolos Papoulias que, dentro de algunos días, asumirá el gobierno del país.

2. No puedo evocar su país sin recordar al apóstol san Pablo, que fundó allí las primeras comunidades cristianas de Europa, hace cerca de dos mil años. La Grecia de hoy no olvida la herencia de la fe cristiana, uno de los elementos constitutivos de la nación. Sabe que esta herencia perdura, más que como un recuerdo del pasado, como un elemento vivo de su cultura y de sus instituciones, capaz de fecundar de manera nueva las aspiraciones nobles y elevadas para el futuro de la humanidad, principalmente en Europa, donde el cristianismo ha dejado una huella muy profunda en la cultura.

Señor embajador, estoy seguro de que su país puede seguir desempeñando un papel importante en el seno de la Unión europea para que se reconozca y se exprese adecuadamente esta dimensión religiosa, en la que la Santa Sede y la República de Grecia están igualmente arraigadas.

3. En el mundo de hoy, debilitado por el peligro del terrorismo y por la persistencia de conflictos duraderos y siempre amenazadores, la Unión europea aparece, por muchas razones, como un modelo de voluntad política en favor de la unión de los pueblos y de la paz. La Santa Sede no puede por menos de alegrarse de ello e invitar a los pueblos europeos que han asumido ese compromiso a promover con todas sus fuerza el diálogo y el entendimiento entre los pueblos, así como el fortalecimiento de las instituciones internacionales encargadas de garantizarlos. Como he recordado frecuentemente, ese esfuerzo sólo podrá tener éxito si va acompañado por una voluntad de justicia a nivel internacional y, en consecuencia, por una política valiente de desarrollo en favor de los países más pobres, especialmente en el continente africano. Los dramáticos acontecimientos ocurridos recientemente en el sureste de Asia han puesto de manifiesto la capacidad de la comunidad internacional para movilizarse con eficacia en favor de las poblaciones probadas.
Asimismo, los Juegos olímpicos que se celebraron en Atenas el año pasado manifestaron con claridad el deseo de fraternidad que albergan los hombres y que puede vencer el odio y la violencia. Así pues, se puede esperar con confianza una movilización equivalente y duradera tanto de las naciones como de las personas en favor de la paz y al servicio del hombre.

4. Señor embajador, le ruego que transmita mi saludo afectuoso a las comunidades de fieles católicos que viven en Grecia. En su mayor parte son pequeñas y se hallan esparcidas, pero están arraigadas en su fe y deseosas de testimoniarla de manera viva en medio de sus hermanos ortodoxos. Ha destacado usted, señor embajador, la importancia que su Gobierno atribuye a la presencia de la Iglesia católica en su país. A este propósito, sería oportuno que la Iglesia católica, prosiguiendo un diálogo abierto y constructivo entre todos los responsables implicados, pueda tener el estatuto jurídico que le falta y que sería el signo de reconocimiento pleno de sus derechos, como sucede en todos los países de la Unión europea. Por su parte, la Iglesia católica está comprometida en un diálogo fraterno con la Iglesia ortodoxa y sabe que sus fieles en Grecia no tienen otro deseo que vivir diariamente este diálogo, preocupándose también por participar plenamente en la vida económica, política y social del país, en la que ya están ampliamente comprometidos. Aseguro a toda la comunidad católica y a sus pastores el apoyo y la oración del Obispo de Roma, Sucesor de Pedro. Saludo también cordialmente a los pastores y a los fieles de la Iglesia ortodoxa de Grecia, en particular a Su Beatitud Cristódulos, arzobispo de Atenas, que me acogió fraternalmente durante mi peregrinación, alegrándome por los vínculos que se establecieron en esa ocasión, y le renuevo la seguridad de la voluntad de diálogo fraterno de la Iglesia católica.

5. En el momento en que usted inaugura su noble misión de representación ante la Santa Sede, le expreso, señor embajador, mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Tenga la seguridad de que encontrará siempre entre mis colaboradores la acogida y la comprensión que necesite.
Sobre su excelencia, sobre su familia y sobre sus colaboradores, así como sobre todo el pueblo griego y sus dirigentes, invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas.

Hospital policlínico Gemelli, 7 de marzo de 2005





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


AL SEÑOR HELMUT TÜRK


NUEVO EMBAJADOR DE AUSTRIA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes de 7 de marzo de 2005



Excelentísimo señor embajador Türk:

29 1. Con ocasión de la presentación de sus cartas credenciales como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Austria ante la Santa Sede, me congratulo de todo corazón con usted por su nueva y honorable misión, que el presidente de la República austríaca doctor Heinz Fischer le ha confiado. Deseo que las relaciones seculares y tradicionalmente buenas entre Austria y la Sede apostólica se configuren también en el futuro como bases sólidas para una colaboración fecunda entre el Estado y la Iglesia, para el bien de los hombres.

2. He realizado tres viajes pastorales a su amado país. Ya durante mi primera visita, que hice en 1983 con ocasión del Katholikentag austríaco, fui en peregrinación al santuario de Mariazell para rendir homenaje a María, Magna Mater Austriae, y para encomendarle las peticiones de todos los cristianos y, sobre todo, del pueblo austríaco. El tema de aquella peregrinación fue Spes nostra, salve! En mayo del año pasado volví espiritualmente a Mariazell, uniéndome a los innumerables peregrinos que, al final del Katholikentag centroeuropeo, dieron testimonio de "Cristo, esperanza para Europa". Ese gran encuentro de fieles de ocho Estados de Europa central y oriental, en los que viven 60 millones de católicos, fue una manifestación evidente de la voluntad de caminar juntos en el futuro, basándose en la fe católica que une a los hombres.

3. Recuerdo la "Peregrinación de los pueblos" a Mariazell con sincera gratitud por el compromiso de la República de Austria. La gran participación de la Federación y del land Steiermark contribuyeron de modo relevante a hacer que las celebraciones conclusivas del Katholikentag centroeuropeo fueran un foro para muchos encuentros valiosos entre representantes políticos y responsables sociales, en diversos niveles, de los ocho países participantes. El común denominador de todos esos encuentros y coloquios fue el arraigo en la confesión católica.

Sin embargo, no sólo la gran fiesta de la fe ante la Madre de las gracias de Mariazell en el pasado más cercano mostró la identidad católica de Austria y de sus habitantes; también la conmovedora despedida del cardenal Franz König, marcada por una gran participación popular, manifestó al mundo que, a pesar de algunas cuestiones críticas con respecto a la Iglesia y el fuerte impulso hacia la secularización, un elevado número de austríacos se mantiene siempre firme en la fe cristiana.

4. Señor embajador, la peregrinación de los pueblos a Mariazell bajo la dirección de los católicos austríacos ha recordado a muchos que su país está llamado a la acción política en un gran contexto europeo. Las motivaciones residen en la historia de Austria y en su posición geopolítica en el corazón del continente. Como ya afirmé anteriormente, Austria se ha transformado de país de confín en "país puente". Este papel de vuestro amado país ha llegado a ser cada vez más evidente durante los últimos años, sobre todo, aunque no exclusivamente, desde el punto de vista político. Es necesario construir puentes en todos los ámbitos en los que las líneas de división minan la convivencia humana. La Iglesia católica, que está comprometida con decisión a favorecer un clima ecuménico en las diversas confesiones cristianas, y que ha aceptado el desafío del diálogo con las demás religiones del mundo, reconoce el interés y el apoyo del Estado austríaco en este ámbito.
Con razón, las cuestiones sociopolíticas son prioritarias en la acción del Estado. Con la ayuda de Dios todo gobierno debe aspirar al servicio del justo orden de la vida civil y del bien terreno. El Gobierno está al servicio del bien común, cuya garantía es el deber prioritario de su política.
Hoy, más que nunca, este bien no sólo depende evidentemente de factores nacionales, sino también del clima político general del espacio europeo. Si Austria, comprometida en las circunstancias actuales, quiere proseguir su gran tradición de cohesión entre los pueblos, tendrá mucho que dar ahora y en el futuro a Europa y al mundo. En efecto, como intermediaria entre el este y el oeste de esta parte del mundo, Austria ha promovido valientemente la ampliación de la Unión europea hacia el este y lo ha seguido activamente. La unión pacífica de tantas naciones de Europa central y oriental con sus vecinos occidentales ha dado vida y ha acrecentado una comunidad política, económica y de seguridad política, cuyos países miembros se encuentran con iguales derechos e iguales deberes como interlocutores que colaboran al servicio de sus compatriotas.

5. Sin embargo, no se debe olvidar que las coordenadas económicas y políticas por sí mismas no pueden garantizar a largo plazo el bien de todos los participantes.

Además, la Unión europea consiste sobre todo en "una concordia de los valores, que se exprese en el derecho y en la vida" (Ecclesia in Europa, 110). En esta "comunión europea de valores" se sitúa el papel de la Iglesia católica como fundadora de sentido y de identidad. De hecho, desde este punto de vista, la Iglesia en vuestro país se ha distinguido siempre como generadora de impulsos. Este hecho va acompañado por el compromiso concreto en la política y en las instituciones estatales por parte de los cristianos practicantes. Un auténtico consenso sobre los valores constituye el presupuesto indispensable de una "comunidad solidaria", que va más allá de los confines y, como demuestra la historia, no se agota en el bienestar económico cambiante de quienes tienen éxito. Ante todo, los valores que vuestro pueblo toma de la fe cristiana confieren a la Unión un fundamento sólido, sobre el cual la Casa común europea puede surgir, crecer y forjarse continuamente. De acuerdo con otras naciones católicas, Austria tiene, hoy y en el futuro, una tarea importante que deben desempeñar todos los políticos que se sienten comprometidos con los valores cristianos y sociales, independientemente de su pertenencia a un partido.

6. La fe cristiana inspira el compromiso sociopolítico de innumerables personas en todo el mundo. En muchos lugares, actuar con responsabilidad cristiana significa estar dispuestos a comprometerse concretamente en favor de los demás y, sobre todo, del bien común. Este compromiso no tiene sólo una configuración privada, sino que a menudo se realiza de modo significativo en unión con otras personas y a nivel institucional. También la Iglesia, con sus orientaciones, quiere dar su contribución al bien común. El hombre es el camino primero y fundamental que la Iglesia recorre en el cumplimiento de su misión (cf. Redemptor hominis
RH 14). Por eso, se siente llamada a intervenir donde está en juego su salvación. La Iglesia quiere colaborar con el Estado para el bien del hombre, donde puede dar su contribución específica. La Santa Sede constata con satisfacción que en Austria existe una colaboración fecunda y probada entre el Estado y la Iglesia por el bien y el interés de todos los ciudadanos, independientemente de su pertenencia confesional y religiosa. Aquí deseo destacar expresamente la colaboración entre la Iglesia y el Estado en los sectores de la educación, la sanidad y los servicios sociales. Beneficiarias de esta colaboración son personas de todas las clases sociales y de todas las edades.

A ese propósito, es necesario recordar que el Gobierno austríaco, a través de una serie de medidas de política familiar, realiza acciones positivas y alentadoras. Sería de desear que el fundamental "sí a la vida" se tradujera cada vez más y mejor políticamente en un "sí a los hijos". A ninguna persona se le puede negar jamás el derecho a la vida, que es el presupuesto de todos los demás derechos. Una sociedad puede definirse verdaderamente "humana" si la vida humana en todas sus fases, o sea, desde la concepción hasta la muerte natural, goza de la tutela plena y efectiva del derecho. La Iglesia no se cansa jamás de recordarlo. Sabe también que en su promoción de la defensa incondicional de la vida humana y de la dignidad de la persona siempre puede contar con la comprensión y el apoyo de las personas de buena voluntad. Se constata con satisfacción que los jóvenes están dispuestos a comprometerse en este sentido.

30 7. Durante los largos años de su servicio diplomático, usted, señor embajador, ha conocido las posiciones de la Santa Sede en el ámbito del derecho internacional. Sé que usted sostiene el compromiso universal del Sucesor de Pedro en favor de la reconciliación, la justicia y la paz, y estoy seguro de que su nueva misión le dará alegría y satisfacción. Correspondo de buen grado a los buenos deseos que me ha transmitido en nombre del presidente de la República de Austria. Encomendando a su amada nación a la intercesión de María, del beato Carlos de Austria y de todos los patronos del país, le imparto de todo corazón mi bendición apostólica a usted, a los miembros de la embajada de la República de Austria ante la Santa Sede y a su familia.

Hospital policlínico Gemelli, 7 de marzo de 2005





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN EL CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO


Martes 8 de marzo de 2005



. Amadísimos hermanos:

1. Con gran alegría os dirijo un cordial saludo a todos vosotros, que participáis en el curso sobre el fuero interno, organizado por el Tribunal de la Penitenciaría apostólica. Dirijo un saludo especial al señor cardenal James Francis Stafford, penitenciario mayor, a sus colaboradores, así como a los penitenciarios de las basílicas de la ciudad de Roma, que prestan un servicio muy valioso e importante.

El curso sobre el fuero interno despierta interés entre los jóvenes sacerdotes alumnos de las universidades y ateneos pontificios y constituye una cita formativa de notable interés, que pone de relieve la necesidad de una continua actualización teológica, pastoral y espiritual de los presbíteros, a los que se "ha confiado el ministerio de la reconciliación" (2Co 5,18).

2. Las páginas evangélicas que la liturgia propone a nuestra atención en este tiempo de Cuaresma ayudan a comprender mejor el valor de este singular ministerio sacerdotal. Muestran al Salvador mientras convierte a la samaritana y es para ella fuente de alegría; cura al ciego de nacimiento y se transforma para él en manantial de luz; resucita a Lázaro, y se manifiesta como vida y resurrección que vence la muerte, consecuencia del pecado. Su mirada penetrante, su palabra y su juicio de amor iluminan la conciencia de cuantos se encuentran con él, suscitando en ellos conversión y renovación profunda.

Vivimos en una sociedad que a menudo parece haber perdido el sentido de Dios y del pecado. Por eso, en este contexto es aún más urgente la invitación de Cristo a la conversión, que supone la confesión consciente de los propios pecados y la relativa petición de perdón y de salvación. El sacerdote, en el ejercicio de su ministerio, sabe que actúa "en la persona de Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo"; por eso, debe cultivar en sí los mismos sentimientos de Cristo, aumentar en sí mismo la caridad de Jesús maestro y pastor, médico de las almas y de los cuerpos, guía espiritual, juez justo y misericordioso.

3. En la tradición de la Iglesia, la reconciliación sacramental siempre ha sido considerada en estrecha relación con el banquete sacrificial de la Eucaristía, memorial de nuestra redención. Durante este año, dedicado particularmente al misterio eucarístico, me parece muy útil atraer vuestra atención hacia la relación vital que existe entre estos dos sacramentos.

Ya en las primeras comunidades cristianas se sentía la necesidad de prepararse con una conducta de vida digna para celebrar la fracción del pan eucarístico, que es "comunión" con el cuerpo y la sangre del Señor, y "comunión" (koinonía) con los creyentes que forman un solo cuerpo, porque se alimentan del mismo cuerpo de Cristo (cf. 1Co 10,16-17).

Es muy útil recordar las exhortaciones de san Pablo a los fieles de Corinto, que tomaban a la ligera la celebración de la "cena eucarística", sin prestar atención al sentido profundo del memorial de la muerte del Señor y a sus exigencias de comunión fraterna (cf. 1Co 11,17 ss). Sus palabras, de gran severidad, nos exhortan también a nosotros a recibir la Eucaristía con auténtica actitud de fe y de amor (cf. 1 Co 11, 27-29).


Discursos 2005 23