Discursos 1978 62


AL NUEVO EMBAJADOR DE NICARAGUA


ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 7 de diciembre de 1978



Señor Embajador,

Con sincero agrado doy la bienvenida a Vuestra Excelencia, que me presenta las Cartas Credenciales, como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Nicaragua ante la Santa Sede.

Sé bien –y las palabras que Vuestra Excelencia acaba de pronunciar son también una prueba de ello– que el pueblo de Nicaragua está cordialmente unido a esta Sede Apostólica por enraizados vínculos de cercanía espiritual, dimanantes de una presencia ya secular de la Iglesia en aquellas tierras, siempre solidaria con sus hombres y su historia. Quiero por ello atestiguar aquí mi estima y confianza hacia su noble País, del cual sigo de cerca, y no sin preocupación, la marcha diaria de sus acontecimientos.

A través de su continua presencia evangelizadora, la Iglesia, “sacramento de salvación”, no hace otra cosa que cumplir su misión de servicio a los hombres, para hacer presente entre ellos el reinado de Dios, que no sólo es reinado de paz, de justicia y de amor. Nace de ahí su solicitud constante y sacrificada por avivar en las conciencias también la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece la familia humana. Bienes tan entrañables como son la dignidad humana, la unión fraterna, la libertad, frutos excelentes de la naturaleza y del esfuerzo humano, son propagados por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato.

63 Promover estos valores inalienables de la persona, crear en torno a ella las condiciones de vida espiritual, social y cultural, sin sombra de discriminación, para que cada individuo asuma responsablemente las multiformes exigencias de convivencia humana y se obligue a sí mismo en la construcción cada vez más positiva de la comunidad, todo esto constituye el molde indispensable de una sociedad ordenada y pacífica.

En esta búsqueda activa del bien común, la Iglesia en Nicaragua, desea seguir participando desinteresadamente, con los medios que le son propios. Ella quiere ofrecer su cooperación para el desarrollo de todos, mediante una formación completa, sobre todo en el campo moral, conforme a la vocación cristiana, capacitándolos para satisfacer sus legítimas aspiraciones, no sólo individuales, sino también familiares y comunitarias.

Señor Embajador, pidiendo al Señor, dador de todo bien, que haga realidad estos propósitos para que sean fuente diaria de concordia y de efectiva colaboración pacífica, invoco también el favor divino sobre el pueblo de Nicaragua, sobre sus responsables y de manera especial, en este día, sobre Vuestra Excelencia, deseándole acierto en el cumplimiento de su alta y noble misión.








A LA UNIVERSIDAD CATÓLICA ITALIANA DEL SAGRADO CORAZÓN


EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO


DEL PADRE AGOSTINO GEMELLI


Viernes 8 de diciembre de 1978

. Ilustrísimo señor rector:

1. Las nobles expresiones con que usted ha querido reafirmar, en este primer encuentro con el nuevo Sucesor de Pedro, la fiel adhesión a Cristo en la persona de su Vicario, y el generoso compromiso de servir a la verdad en la caridad, que animan a los miembros de la gran familia de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, han suscitado en mi ánimo sentimientos de viva emoción y de sincera estima. Por tanto, a usted, a los preclaros representantes del cuerpo académico, a los queridos estudiantes, a los señores del personal administrativo y auxiliares, y a cuantos se han reunido aquí, el testimonio de mi paternal gratitud y de mi especial afecto.

Tengo la dicha de presentaros mi cordial bienvenida, queridos hijos, y de saludar en vosotros a exponentes calificados de una institución que, desde hace muchos años, desarrolla en Italia un papel de gran importancia para la animación cristiana del mundo de la cultura. Con este encuentro, que solicitasteis y os he concedido con gozo, habéis querido finalizar de modo muy significativo las celebraciones con motivo del centenario del nacimiento del padre Agostino Gemelli, el ilustre franciscano que con clarividente sabiduría, caridad apostólica e indomable energía, dio vida al espléndido complejo de personas y de obras, de vida y de pensamiento, de estudio y de acción, que es vuestra Universidad.

En el curso de este año os habéis detenido a reflexionar, con renovada intensidad de afecto, sobre la figura, el pensamiento y la obra del religioso insigne, a quien tanto debe la comunidad de católicos italianos y el mismo mundo de la cultura y de la investigación científica. Habéis tomado de nuevo sus escritos, habéis vuelto a meditar sus enseñanzas. En efecto, os ha parecido evidente que no habríais podido ofrecerle mejor tributo de reconocimiento que hacer espacio a su voz, cuyo eco muchos todavía conserváis en el corazón. para que "el padre" pudiese repetir a los actuales continuadores de su obra las metas ideales y los proyectos concretos de acción, las perspectivas sugerentes y los peligros insidiosos, los temores siempre amenazantes y las jamás perdidas esperanzas.

2. También nuestro pensamiento va a él en este momento, para recoger algunos aspectos significativos de su mensaje y sacar de ellos consuelo y estímulo en las no leves dificultades de la hora presente. Así, pues, hay una "constante" —al menos eso me parece— que orienta y sostiene la acción del padre Gemelli en el arco de su existencia entera: es el interés por el hombre: el hombre concreto, dotado de ciertas capacidades físicas y síquicas, condicionado por ciertos factores ambientales, debilitado por ciertas enfermedades, en tensión hacia la conquista de ciertos ideales.

¿No fue, acaso. este interés el que empujó al joven estudiante hacia la facultad de medicina, hacia aquella ciencia que hace del servicio a la vida humana su propio programa y su propia bandera? ¿Y no fue también este mismo interés quien le sugirió —siendo ya religioso— la especialización en psicología experimental, orientándolo hacia la ciencia que polarizará su atención y su tarea de investigador genial e infatigable para todo el resto de su vida? El interés por el hombre lo llevó a dirigirse con pasión especial a las situaciones más penosas y difíciles: las del trabajo obrero, para estudiar "el factor humano del trabajo" y llegar, tras experiencias realizadas directamente en las minas de azufre de Sicilia, o en las fábricas del Norte, a la conclusión, entonces pionera, de que no debe ser el hombre quien se adapte a la máquina, sino que ésta debe ser construida a medida del hombre; y las situaciones de soldados expuestos a las experiencias perturbadoras de la violencia bélica, o las de aviadores en apuros con aviones rudimentarios y muy peligrosos, le llevaron a preparar remedios específicos a los traumas sicológicos siempre más numerosos entre los militares de primera línea; y finalmente, las situaciones de presidiarios, a un grupo de los cuales ofreció hospitalidad en los locales del laboratorio de psicología de la Universidad Católica, lo llevaron a estudiar de cerca sus reacciones y deducir de ellas las normas para una eficaz intervención reeducativa.

3. Las notas biográficas apenas delineadas muestran cómo fue el interés que el padre Gemelli mantenía por el hombre: no el interés del científico, desarraigado de la realidad, que considera al hombre como mero objeto de análisis, sino la pasión dolorosa de quien se siente implicado íntimamente en los problemas de quienes siendo víctimas, son semejantes suyos. El interés por el hombre para el padre Gemelli significó voluntad de servir al hombre. ¿Cómo? La experiencia enseñó al animoso religioso que el servicio más necesario y urgente para ofrecerlo al prójimo era ayudarle «a pensar bien», por decirlo con palabras de Pascal (Pensées , núm. Nb 347), «el pensamiento constituye la grandeza del hombre» (ib., 346). En la rectitud del pensar radica el presupuesto del recto obrar; y en la rectitud del obrar está puesta la esperanza de la solución duradera para los graves problemas que atormentan a la humanidad.

64 «El mundo necesita sobre todo ideas», ésta era su convicción (cf. A. Gemelli, La Universidad en favor de la paz social, en Vita e Pensiero, enero de 1930). Y puesto que las ideas se elaboran y comunican en la escuela, he aquí el proyecto atrevido de un instituto que recogiera a estudiosos de valía, sostenidos por el ideal de la investigación científica seria y desinteresada, y a jóvenes diligentes, animados por el deseo de caminar con los maestros a la búsqueda de la verdad, para adherirse a ella apasionadamente y transmitir después generosamente a otros las riquezas que son ya sustancia de la propia vida (cf. A. Gemelli, El progreso de los estudios científicos entre los católicos italianos, en Studium, junio de 1907).

Pero la razón humana, por sí sola, ¿está en condiciones de alcanzar el puerto satisfactorio de la verdad? El doloroso esfuerzo de los años juveniles, acallado solamente con la experiencia pacificante de la conversión, había hecho tocar con la mano al padre Gemelli la necesidad de la fe para una respuesta satisfactoria a los problemas de fondo de la existencia humana. Por eso, no temerá en decir: «La solución de estos problemas no se la debemos pedir a las ciencias, ni puras ni aplicadas, no se la debemos pedir a la filosofía, sino a la religión». Y con claridad programática establecerá: «Debemos remontamos a Dios, no a un dios cualquiera que nos presente una religión natural, sino al Dios vivo, a Jesucristo, suprema razón para nuestro vivir, suprema belleza para contemplar, suprema bondad para imitar, supremo premio que conseguir» (A. Gemelli, La función religiosa de la cultura, en Vita e Pensiero, abril de 1919).

4. La Universidad Católica nació para responder a estas exigencias. Esta fue la intención de su fundador, que quiso constituir en ella un «verdadero y eficaz foco de cultura católica», como declaró cuando ya estaba próximo a realizarse el gran proyecto (cf. A. Gemelli, Por qué los católicos italianos deben tener su Universidad, en Vita e Pensiero, julio de 1919), y como confirmó inmediatamente después de su desarrollo oficial, afirmando: «La Universidad Católica fue concebida por el sueño audaz de hacer conocer, amar y seguir el catolicismo en Italia» (Boletín de Amigos , núm.
Nb 1, enero de 1922).

No se trataba, obviamente, de poner en litigio, de modo alguno, el método y la libertad pertinentes a cada disciplina científica: el padre Gemelli describió su naturaleza y patrocinó su tutela en diversas ocasiones. Se trataba más bien de actualizar, a nivel universitario, «la alianza de la fe con la ciencia», a lo que aludía en una carta desde Polonia el entonces Nuncio Apostólico, mons. Aquiles Ratti (cf. carta al p. Gemelli, 28 de marzo de 1921), y que el Magisterio oficial, en particular el Vaticano II, ha reconocido tantas veces como posible, deseable y fecundo (cf. Gravissimum educationis GE 8 y 10, y los anteriores documentos magisteriales allí citados).

Efectivamente, en la fe aceptada y vivida, el progreso cultural encuentra más que un obstáculo, una ayuda incomparable para resolver y superar las antinomias a que se encuentra hoy expuesto: piénsese, por ejemplo, en la exigencia de promover el dinamismo y la expansión de la cultura sin poner en peligro la sabiduría ancestral de los pueblos; piénsese también en la urgencia de salvaguardar, a pesar del fraccionamiento de cada una de las disciplinas, la necesaria síntesis; piénsese, en fin. en el problema de reconocer, por una parte, la legítima autonomía de la cultura, evitando, sin embargo, por otra parte, el riesgo de un humanismo cerrado, circunscrito a un horizonte meramente terreno y expuesto, en consecuencia, a desarrollos ciertamente inhumanos (cf. H. De Lubac, Le drame de l'humanisme athée, París, 1945).

El padre Gemelli ve en la Universidad Católica un lugar privilegiado, en el que sería posible tender un puente entre el pasado y el futuro, entre la antigua cultura clásica y la nueva cultura científica, entre los valores de la cultura moderna y el mensaje eterno del Evangelio. De tal síntesis se derivaría —él lo esperaba justamente— un impulso eficacísimo hacia la realización de un humanismo pleno. abierto dinámicamente sobre los horizontes infinitos de la divinización a la que el hombre histórico está llamado. Con esto se lograría del mejor modo el fin al que —como he dicho poco antes— tendió la vida del padre Gemelli, esto es, el fin de servir al hombre. «Yo creo —afirmaba en el discurso de apertura del año académico 1957-1958, es decir, al término de su laboriosa existencia— que la Universidad contemporánea, si tiene el deber de colaborar para el progreso de las ciencias y de seguir la metodología que pide cada una de ellas, sin embargo no debe poner jamás en segundo plano lo que exige el reconocimiento de su primado, es decir, el hombre, la persona humana, el mundo de la espiritualidad» (A. Gemelli, Las conquistas de la ciencia y los derechos del espíritu, en Vita e Pensiero, enero de 1958).

5. Estas fueron las convicciones que guiaron y sostuvieron la acción del padre Gemelli al poner en marcha y al conducir a término, en medio de dificultades de todo género, el titánico proyecto de una Universidad libre y católica en Italia. Son éstas las convicciones que deben continuar orientando también hoy la tarea de quienes han optado libremente por formar parte como responsables, como profesores o como alumnos, de la Universidad Católica del Sagrado Corazón.

Estoy seguro de interpretar el sentimiento profundo del padre Gemelli, al deciros hoy: estad orgullosos del título de "Católica" que connota vuestra Universidad. Ese título no insensibiliza vuestro compromiso para la promoción de cada valor humano auténtico. Si es verdad que «el hombre supera infinitamente al hombre», como dijo Pascal (cf. Pensées , núm. Nb 434), es necesario entonces decir que la persona humana no encuentra la plena realización de sí misma más que en referencia a Aquel que constituye la razón fundamental de todos nuestros juicios sobre el ser, el bien, la verdad y la belleza. Y como la infinita trascendencia de este Dios, a quien alguien ha denominado como el "totalmente otro", se acercó a nosotros en Cristo Jesús, se hizo carne para ser totalmente partícipe de nuestra historia, es necesario entonces concluir que la fe cristiana nos habilita a los creyentes para interpretar, mejor que nadie, las instancias más profundas del ser humano y para indicar con serena y tranquila seguridad los caminos y los medios de su plena satisfacción.

Así, pues, éste es el testimonio que la comunidad cristiana y el mismo mundo de la cultura esperan de vosotros, profesores y alumnos de la Universidad a la que dio inicio la fe intrépida del padre Gemelli: mostrad con los hechos que la inteligencia no sólo no está menoscabada, sino que está más bien estimulada y fortalecida por aquella fuente incomparable de comprensión de la realidad humana, que es la Palabra de Dios; mostrad con hechos que en torno a esta Palabra es posible construir una comunidad de hombres y de mujeres (la universitas personarum de los orígenes) que llevan adelante su investigación en los diversos campos y sectores, sin perder el contacto con los puntos esenciales de referencia de una visión cristiana de la vida: una comunidad de hombres y mujeres que buscan respuestas concretas a problemas concretos; pero que están sostenidos por la gozosa conciencia de poseer juntos la respuesta última a los problemas últimos; una comunidad de hombres y mujeres que se esfuerzan, sobre todo, por encarnar en su existencia y en el ambiente social del que forman parte, el anuncio de la salvación que han recibido de quien es «la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre» (Jn 1,9); una comunidad de hombres y mujeres que se sienten comprometidos —con respeto también a la legítima autonomía de las realidades terrenas creadas por Dios, dependientes de El y a El ordenadas— a «grabar la ley divina en la vida de la ciudad terrena» (Gaudium et spes GS 43).

El orgullo del título "Católica" lleva consigo también el compromiso de una clara fidelidad de la Universidad a la Iglesia, al Papa y a los obispos, para quienes siempre ha sido y es tan querida, y para toda la comunidad eclesial italiana. que la sostiene con sacrificios y la mira con afecto, pero también con exigente esperanza. Esta fidelidad —tan insistentemente inculcada por el padre Gemelli y tan coherentemente vivida— es garantía de la unidad y de la caridad fraterna, que constituyen el distintivo de vuestra institución, lo mismo que de cualquier otra destinada al servicio del Pueblo de Dios.

Esta es vuestra tarea, queridos hijos, vista la consigna que el Papa os encomienda; y éste también su ardiente deseo. Un deseo que dirijo muy particularmente a los jóvenes, en cuyas manos están puestos no sólo los destinos futuros del glorioso Ateneo Católico, sino sobre todo las esperanza de animación cristiana de la sociedad del mañana. Resuene todavía para ellos, en labios del Papa, la advertencia que su rector magnífico dirigía en una hora difícil de la historia italiana y mundial: «No es hora de palabras vacías y de actitudes jactanciosas —decía él—. Es hora de grandes tareas. Es especialmente a vosotros, los jóvenes, a quienes corresponde la construcción del mañana, la construcción de la nueva época de la historia. Dondequiera que os encontréis, mostraos conscientes de esta misión vuestra. Sed llamas que arden, iluminan, guían, consuelan. La nobleza de sentimientos, la pureza de vida, el odio a la vulgaridad y a todo lo que rebaja, nunca como hoy son un deber» (Hoja a los estudiantes, octubre de 1940).

65 Y ahora, al despedirme de vosotros, hijos queridos, el pensamiento se eleva implorante a Aquella a a quien veneramos hoy en el privilegio de su Inmaculada Concepción. El padre Gemelli amó a la Santísima Virgen con devoción filial y la defendió con ardor apasionado contra sus denigrantes, hasta merecer entre sus amigos el apelativo de "Caballero de la Virgen". Quiera María reservar una mirada de predilección maternal a la Universidad Católica del Sagrado Corazón, para la que tanto trabajó, sufrió y oró este hijo suyo tan generoso. Ella. a quien la Iglesia invoca como "Trono de la Sabiduría", sea pródiga en luces y consuelos hacia los actuales continuadores de una obra a la que la Santa Sede y toda la Iglesia italiana miran con inmutable afecto, constante confianza y con siempre viva esperanza.

Con estos deseos me alegro mucho en concederos a vosotros. a vuestras familias y a todos los amigos de la Universidad Católica mi paternal y propiciadora bendición apostólica.

Sé que también están presentes en este encuentro los miembros de la Asociación de Padres de la Escuela Católica, que celebra en Roma, durante estos días, su primer congreso de los delegados regionales.

También a ellos hago extensivo mi saludo y mi bendición. deseando que el Señor los asista en su compromiso generoso en pro de una adecuada formación cultural. moral y religiosa de la juventud.








AL EQUIPO DE FÚTBOL DE BOLONIA, ITALIA


Sábado 9 de diciembre de 1978



Queridos jóvenes deportistas:

Siento particular alegría al recibiros y daros mi cordial bienvenida a vosotros, jugadores del equipo de fútbol de Bolonia, a vosotros dirigentes y familiares, que habéis querido tomar parte en este feliz encuentro.

Agradezco vuestra presencia, que reaviva en mi alma recuerdos imborrables de los años pasados junto a la juventud deportista; con la que he vivido momentos cargados de alegría humana y espiritual.

Sabéis que los jóvenes son objeto de predilección para la Iglesia y el Papa, que quiere encontrarse con ellos para dar y recibir entusiasmo y ánimo; pero vosotros, jóvenes deportistas, ocupáis un lugar de preferencia, porque ofrecéis, de modo eminente, un espectáculo de fortaleza, de lealtad y autocontrol, y más todavía porque poseéis, de forma sobresaliente, el sentido del honor, de la amistad y de la solidaridad fraterna: virtudes que la Iglesia promueve y exalta.

Queridos jóvenes, continuad dando lo mejor de vosotros mismos en las competiciones deportivas, acordándoos siempre de que los certámenes deportivos, aunque de por sí tan nobles, no deben ser un fin en sí mismos, sino estar subordinados a las exigencias mucho más nobles del espíritu. Por eso, mientras os repito: sed deportistas valerosos, os digo también: sed buenos ciudadanos en la vida familiar y social y, más aún, sed buenos cristianos, que sepan dar un sentido superior a la vida para poder poner en práctica lo que el Apóstol San Pablo decía a los atletas cristianos de su tiempo: «¿No sabéis que los que corren en el estadio todos corren, pero uno solo alcanza el premio? Corred, pues, de modo que lo alcancéis, Y quien se prepara a la lucha, de todo se abstiene, y eso para alcanzar una corona corruptible; mas nosotros, para alcanzar una incorruptible» (1Co 9 1Co 24-25).

Con estos sentimientos, expreso a todos mi saludo, mi ánimo, que deseo fortalecer con una bendición especial.








A DIVERSOS GRUPOS DE OBREROS ITALIANOS


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Sábado 9 de diciembre de 1978



Queridos hermanos y hermanas, trabajadores y trabajadoras de la Montedison, de la Sociedad Alfa-Romeo, de la Pirelli, del Corriere dalla Sera, y de otras Sociedades más, pertenecientes a los «Grupos de compromiso y presencia cristiana». ¡Sed bienvenidos a la casa del Padre común!

1. Sé que, desde hace tiempo, esperabais esta audiencia del Papa. Queríais ya encontraros con el Papa Juan Pablo I, de venerada memoria, que —según me dicen— era un poco de casa en la gran fábrica de Porto Marghera. El Señor lo ha llamado después de un pontificado tan breve, pero tan intenso que ha producido inmensa conmoción en el mundo. Y aquí tenéis al nuevo Papa, que está muy contento de recibir hoy a esta nutrida representación de la industria italiana tan importante y bien conocida en el mundo entero. Os saludo a todos de corazón y os agradezco la alegría que me proporcionáis con vuestra visita.

2. Como sabéis, yo también fui obrero: durante un breve período de mi vida, durante la última guerra mundial, también yo tuve experiencia directa del trabajo en una fábrica. Conozco, pues, lo que significa la obligación de la fatiga cotidiana dependiendo de otros; conozco su pesadez y monotonía; conozco las necesidades de los trabajadores y sus justas exigencias y legítimas aspiraciones. Y sé cuánta necesidad hay de que el trabajo no sea jamás alienante ni cause frustración, sino que corresponda siempre a la superior dignidad espiritual del hombre.

3. Sabéis, además, cómo la Iglesia. siguiendo el ejemplo del divino Maestro, siempre ha estimado, protegido y defendido al hombre y a su trabajo, desde la condenación de la esclavitud, hasta la exposición sistemática de la «Doctrina social cristiana», desde la enseñanza de la caridad evangélica como precepto supremo, hasta las grandes Encíclicas sociales, como la Rerum novarum de León XIII, la Quadragesimo Anno de Pío XI, la Mater et Magistra de Juan XXIII, la Populorum progressio de Pablo VI. La Iglesia, en relación a los trabajos penosos y a las tribulaciones de la historia humana, en el proceso dramático de la sistemación social y política de los pueblos, ha defendido siempre al trabajador, propugnando la urgencia de una auténtica justicia social, unida a la caridad cristiana, en un clima de libertad, de respeto recíproco, de fraternidad. A este propósito, sólo quería recordar el radiomensaje del Papa Juan XXIII a los obreros polacos, el 26 de mayo de 1963, pocos días antes de morir: «No ahorraremos fatiga, mientras vivamos, para que se tenga solicitud y cuidado de vosotros. Tened confianza en el amor de la Iglesia, y confiaos a ella tranquilos, en la certeza de que sus pensamientos son pensamientos de paz y no de aflicción».

4. Y ahora, ¿qué os diré yo a vosotros, trabajadores cristianos, qué os diré en particular que pueda serviros como recuerdo de nuestro encuentro?

Lo primero de todo, deseo vivamente que el trabajo sea un derecho real para cada persona humana. La situación nacional e internacional es hoy tan difícil y complicada, que no podemos ser simplistas. Pero, porque sabemos que el trabajo es vida, serenidad, compromiso, interés, signo, debemos desearlo para todos.

Quien tiene trabajo se siente útil, válido, comprometido en algo que da valor a su propia vida. No tener trabajo es sicológicamente negativo y peligroso, tanto más para los jóvenes y para quien ha de mantener una familia. Por tanto, mientras debemos dar gracias al Señor, si tenemos trabajo, debemos sentir también la pena y la angustia de los desocupados y, en cuanto nos sea posible, esforzarnos para solucionar estas situaciones dolorosas. ¡No bastan las palabras! ¡Hay que ayudar concretamente, cristianamente! Mientras hago una llamada a los responsables de la sociedad, me dirijo también a cada uno de vosotros directamente: ¡Comprometeos también vosotros para que todos puedan tener trabajo!

En segundo lugar, exhorto a la actualización de la justicia social. También aquí son muchos los problemas, son enormes; pero apelo a la conciencia de todos, a los que dan trabajo y a los trabajadores. Los derechos y los deberes son de ambas partes y, para que la sociedad pueda mantenerse en el equilibrio de la paz y del bienestar común, es necesario el compromiso de todos para combatir y vencer al egoísmo. Empresa difícil, ciertamente, pero el cristiano debe procurar escrupulosamente ser justo en todo y con todos, ya en remunerar y proteger el trabajo, ya en emplear sus propias fuerzas. Debe ser, en efecto, un testigo de Cristo en todas partes, y por eso también en el trabajo.

Finalmente os invito a la santificación del trabajo. No siempre es fácil, agradable y satisfactorio el trabajo; alguna vez puede ser molesto, no valorado, no bien retribuido. y hasta peligroso. Es necesario enton­ces recordar qué lodo trabajo es una colaboración con Dios para perfeccionar la naturaleza creada por El, y es un servicio a los hermanos. ¡Por eso, hay que trabajar con amor y por amor! Entonces estaréis siem­pre contentos y serenos y, aunque el trabajo cansa, se toma la cruz juntamente con Jesucristo y se soporta la fatiga con ánimo.

¡Queridos trabajadores y trabajadoras!

67 ¡Sabed que el Papa os ama, os sigue en vuestras fábricas y en vuestros talleres, os lleva en el corazón! ¡Mantened en alto el nombre "cristiano" en los lugares de vuestro trabajo, juntamente con el de vuestra, mejor dicho, nuestra Italia!

Con mi bendición apostólica.






AL MOVIMIENTO APOSTÓLICO DE CIEGOS DE ITALIA


Sábado 9 de diciembre de 1978



Queridos hijos:

Expreso, ante todo, mí alegría sincera al encontrarme hoy con vosotros, consultores eclesiásticos. consejeros nacionales, delegados misioneros de más de 60 grupos diocesanos del "Movimiento Apostólico de Ciegos" de Italia, que celebra en estos días el 50 aniversario de su fundación.

A mi alegría se une la viva satisfacción por los méritos que el Movimiento se ha granjeado en estos largos años, jalonados por el sacrificio silencioso, por el compromiso serio, por la dedicación constante a fin de estimular y ayudar a los hermanos invidentes —niños, jóvenes, ancianos— para que se inserten de manera personal y responsable en la vida de la Iglesia y de la sociedad civil, para que maduren interiormente el propio itinerario con Cristo, para que ofrezcan un testimonio externo, coherente y límpido, de la propia profesión de fe en el mensaje evangélico.

La bondad y la fecundidad de vuestras actividades multiformes han tenido su confirmación en la exigencia ineludible de expandir y dilatar también vuestras iniciativas en favor de los invidentes del Tercer Mundo: podemos decir que desde hace 10 años vuestro Movimiento ha establecido puestos misioneros en Brasil, Guinea Bissau, en el Imperio Centroafricano, Kenia, Sudán, en Tanzania, Uganda, en realidad, en toda África. ¡Estupendo! ¡Realmente estupendo! He leído con profunda emoción las relaciones que trae vuestra hermosa revista.

Esta proyección mía y vuestra sobre el pasado, ciertamente es motivo de complacencia y satisfacción; pero hay que proyectarse también y sobre todo al futuro: millones de hermanas y hermanos invidentes en todo el mundo esperan de nosotros, si no el prodigio de la curación, sí, la comprensión, la solidaridad, el afecto, la ayuda; en una palabra, nuestra auténtica caridad, fundada en la fe. Y es precisamente esta fe la que debe actuar en nosotros mediante la caridad (cf. Gál Ga 5,6), como nos advierte San Pablo. Tened muy presente la recomendación de Jesús: «Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt 5,16).

Continuad con entusiasmo, con interés vuestro trabajo apostólico. No os dejéis abatir por las dificultades o el desaliento. Me gusta aplicaros las palabras, tan actuales; que San Ignacio, obispo de Antioquía, martirizado en Roma hacia el año 107, dirigía a los cristianos de Efeso: «Como al árbol se lo conoce por sus frutos, así a quienes se llaman discípulos de Cristo se los conocerá por sus obras. Hoy no es cuestión de profesar la fe con palabras, sino que es necesaria la fuerza íntima de la fe viva y operante para ser hallados fieles hasta el fin» (Carta a los Efesios, XIV, 2).

Sobre todos vosotros, sobre todos los miembros del Movimiento, sobre todos los invidentes, invoco la gracia, la fuerza y el consuelo de Cristo. «luz del mundo» (cf. Jn Jn 1,5 Jn Jn 1,9 Jn 3,19 Jn 8,12 Jn 9,5 Jn 12,46), y os doy, de todo corazón una especial bendición apostólica.








AL SEÑOR JOHN GERALD MOLLOY,


NUEVO EMBAJADOR DE IRLANDA ANTE LA SANTA SEDE


Martes 12 de diciembre de 1978



Señor Embajador:

68 Con alegría acojo a Vuestra Excelencia en calidad de Embajador de Irlanda ante la Santa Sede, y al recibir las Cartas Credenciales que os ha dado el Excmo. Sr. Presidente Hillery, ruego a Vuestra Excelencia le transmita mi saludo cordial y le renueve de corazón los buenos deseos que ya le manifesté en nuestro reciente encuentro.

Me proporciona complacencia especial recibir al representante de un país de larga y gloriosa tradición de adhesión a la fe cristiana. San Patricio, de quien Irlanda recibió esta fe, está considerado con razón como su Abraham o Moisés, puesto que fue él quien la formó en el cristianismo y la situó en un camino que se comprometió a seguir fielmente desde entonces. El continente europeo, con el que vuestro país está enlazando ahora relaciones más estrechas, sigue manteniendo un recuerdo excelente de las grandes personalidades irlandesas que dejaron impresión profunda por su sabiduría y santidad, en un tiempo en que la luz del Evangelio y del saber corrían peligro de irse apagando. Hoy todos los continentes sienten la influencia de vuestros misioneros, y de los hombres y mujeres que han construido sus hogares en otros países y están prestando ayuda fraternal a otros pueblos.

Me alegro mucho ante estas manifestaciones de honda convicción cristiana de vuestros compatriotas. Es garantía —así me lo parece— de que la comprensión y cooperación llegarán a sustituir al odio y a la lucha. El mensaje del Evangelio, que la Iglesia está llamada a hacer penetrar cada vez más en el modo de pensar y de vivir del pueblo, recomienda respeto sincero y amor a los que tienen diferentes puntos de vista sociales y políticos. Nos enseña que todos los otros seres humanos son hermanos o hermanas nuestros. Por consiguiente, se compromete a fortalecer la unión de la familia entre los hijos de una misma madre patria, y estimular la colaboración mutua y respeto de los demás y de los valores espirituales, que son el fundamento de la concordia de una sociedad y de su progreso moral y social.

Os aseguro. Señor Embajador. que tengo gran interés por el bienestar de vuestro país. y elevo oraciones para que todos puedan gozar de la felicidad en paz y justicia. Aprecio grandemente la colaboración que las autoridades irlandesas están prestando al bien de los pueblos del mundo por medio de ayudas materiales y espirituales, contribuyendo a mantener v fortificar la paz. y defendiendo loe derechos humanos.

Deseo prometer a Vuestra Excelencia toda clase de ayudas de parte de la Santa Sede en el cumplimiento de vuestros deberes de Embajador, y manifiesto la esperanza de que vuestra misión sea premio para usted mismo y beneficiosa para todos








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