Discursos 1978 68

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PRESIDENTES DE ARGENTINA Y CHILE


: Señor Presidente,

Quiero dirigir mi atención al inminente encuentro entre los señores Cancilleres de Argentina y Chile con la viva esperanza de ver superada la controversia que divide a vuestros Países y que tanta angustia causa en mi ánimo.

Ojalá el coloquio allane el camino para una ulterior reflexión, la cual, obviando pasos que pudieran ser susceptibles de consecuencias imprevisibles, consienta la prosecución de un examen sereno y responsable del contraste. Podrán prevalecer así las exigencias de la justicia, de la equidad y de la prudencia, como fundamento seguro y estable de la convivencia fraterna de vuestros pueblos, respondiendo a su profunda aspiración a la paz interna y externa, sobre las cuales construir un futuro mejor.

El diálogo no prejuzga los derechos y amplía el campo de las posibilidades razonables, haciendo honor a cuantos tienen la valentía y la cordura de continuarlo incansablemente contra todos los obstáculos.

Será una solicitud bendecida por Dios y sostenida por el consenso de vuestros pueblos y el aplauso de la Comunidad internacional.

Inspira mi llamado el afecto paterno que siento por esas dos Naciones tan queridas y la confianza que me viene del sentido de responsabilidad del que hasta ahora han dado prueba y de la que espero un nuevo testimonio.

69 Con mis mejores votos y mi Bendición.

Vaticano, 12 de diciembre de 1978

IOANNES PAULUS PP. II



DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SEÑOR PETAR MLADENOV,

MINISTRO DE ASUNTOS EXTERIORES


DE LA REPÚBLICA POPULAR DE BULGARIA


Jueves 14 de diciembre de 1978



Señor Ministro:

Me complazco en dar la bienvenida a Vuestra Excelencia. a su Señora y a los dignos miembros del sequito. Deseo recibiros con el mismo espíritu de la promesa que hizo mi predecesor de venerada memoria, Juan XXIII, hace ya muchos años, cuando al terminar su misión de Representante Pontificio en Bulgaria. declaró que allí donde él se hallara, las puertas de su casa estarían siempre abiertas para recibir a un búlgaro.

Soy asimismo el sucesor del Papa Pablo VI y, como tal, me agrada recordar la visita que le hizo hace tres años el Excmo. Sr. Don Todor Jivkov, Pre­sidente del Consejo de Estado de la República Popular de Bulgaria. Dicha visita marcó el comienzo del intercambio abierto de puntos de vista y echó, por así decir, las bases de una búsqueda común y no estéril, de soluciones a los diversos problemas referentes a las relaciones entre la Iglesia y el Estado en Bulgaria.

Señor Ministro, sigo con atención el progreso social, cultural y espiritual del noble pueblo búlgaro, justamente apegado a su historia y tradiciones, que determinan su identidad y están en la base de su soberanía nacional. Como Pastor univer­sal de la Iglesia católica, no me pasa inadvertido que el número de sus hijos —de rito latino y bizantino— es bastante reducido en Bulgaria.

Con todo, me gozo en saber que no sólo siguen siendo fieles a su Iglesia, sino que además dan ejemplo de cum­plimiento de los deberes de ciudadanos y prestan colaboración eficaz en el desarrollo de la nación a la que están orgullosos de pertenecer. En mi opinión, ello es consecuencia natural de la rica herencia espiritual y cultural transmitida al pueblo búlgaro por los Santos Cirilo y Metodio. Gracias a los fundamentos asentados por estos dos apóstoles, y tam­bién al testimonio admirable de otros muchos obispos y sacerdotes, ha sido posible demostrar que la fe cristiana y la cultura. lejos de ser extraña u oponerse la una a la otra, se enriquecen mutuamente. Por esta razón miro con interés las iniciativas varias tomadas conjuntamente por los organismos designados al efecto por Bulgaria y el Vaticano, para favorecer actos de colaboración concreta en el campo cultural.

Me congratulo, Señor Ministro, de los progresos ya realizados para dar a la Iglesia católica en Bulgaria la posibilidad de cumplir las tareas encomendadas, y deseo que puedan resolverse de modo satisfactorio las cuestiones en vías de examen todavía. Sabéis que la Iglesia católica —también en Bulgaria— no desea obtener privilegios; pero tiene necesidad de espacio vital —así como en todas partes—, para llevar a cabo su misión religiosa y poder trabajar —se­gún su naturaleza específica y con los medios que le son propios— en el desarrollo integral y pacífico de todo el hombre y de todos los hombres.

Nuestro pensamiento vuela también a los Pastores y fieles de la venerable Iglesia ortodoxa búlgara, y recuerdo con gozo y agradecimiento su participación en la ceremonia de inauguración de mi pontificado, con el envío de una Delegación especial.

Señor Ministro, le ruego tenga a bien transmitir al Señor Presidente de la República de Bulgaria mis votos sinceros. Me complazco en expresarle mis deseos de paz y prosperidad material y espiritual, en justicia y amor fraterno, para todo el pueblo búlgaro que me es tan querido.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES


EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


70

Miércoles 13 de diciembre de 1978



Queridos niños y niñas, y queridos jóvenes:

Es una alegría auténtica veros aquí ante mí, saludaros con toda la fuerza de mi corazón y departir brevemente con vosotros en diálogo sencillo y afectuoso. Casi quisiera que el tiempo no pasara, para exhortaros a vivir con intensidad estos años de vuestra juventud e invitaros a ser testigos intrépidos de vuestra fe en el mundo de hoy. Así tomo parte de cierta manera en el gozo de vuestros padres cuando en casa os ven alrededor de la mesa, os hablan y os dan sus consejos y sugerencias, y de este modo os van preparando a la vida. Hay siempre un atractivo especial en vosotros los jóvenes, por vuestra bondad instintiva no contaminada con el mal, y por vuestra disposición particular a acoger la verdad y ponerla en práctica. Y puesto que Dios es verdad, vosotros al amar y abrazar la verdad, sois los más cercanos al cielo.

Sabéis que ahora nos hallamos en el tiempo de Adviento. "Adviento" significa —como dije las semanas anteriores— "venida"; es el tiempo en que nos preparamos a la venida del Redentor. Jesús nació una vez solo, es verdad; pero la Iglesia, que es nuestra Madre en la vida sobrenatural, nos hace recordar cada año su nacimiento, no sólo para adorarle y darle gracias, sino también para recibir los mismos dones que trajo a los pastores y a los Magos, es decir, la gracia, el amor a Dios, la bondad con el prójimo y la humildad con todos.

Por consiguiente, "Adviento" es la venida de Jesús y la expectación de esta venida. Quizá algunos de los más pequeños esperen la Navidad por los regalos que les preparan sus padres. Esto no está mal. Pero debéis esperarlo sobre todo por los regalos de la gracia, que es lo más importante en la vida.

Preparaos bien a la fiesta de Navidad. ¿Cómo? Como nos indica la Iglesia en las lecturas de su liturgia. Escuchadme.

Sabéis que Dios ha creado todas las cosas, también el hombre. Además sometió al poder del hombre los campos, los frutos, el sol, la lluvia, los animales y todo lo que éste necesitaba. De tal modo que todo cuanto el hombre era y tenía era don del amor de Dios; igual que ocurre en vuestras familias, donde vuestros padres no sólo os dan la vida colaborando con Dios, sino todo lo que vuestra vida necesita. Adán y Eva, ¿no tenían que haber sido fieles a Dios? Claro que sí. Y en cambio, desobedecieron y perdieron su amistad. Entonces Dios los echó del paraíso terrestre, como bien sabéis por la Biblia.

¡Pobres hombres, expulsados del paraíso, sin Dios y condenados al infierno!

Pero el Señor los amaba como vuestros padres aman a cada uno de vosotros. Entonces pensó salvarlos enviando un Redentor, o sea, a Jesucristo, su Hijo. El vendría, enseñaría el camino de la verdad y después moriría para reparar el pecado de los hombres. Ved ahora la bondad de Dios: castigó a Adán y Eva y a sus descendientes, pero prometió enseguida la salvación por medio del Redentor.

Mas el Señor no mandó enseguida al Salvador. Durante este largo período de tiempo los hombres vivieron esperando y deseando al Redentor. Y los Profetas, especialmente Isaías, ¡cómo mantuvieron viva esta esperanza! ¡Cómo oraban para que el Redentor viniera pronto!

Pues bien, es lo mismo que debemos hacer cada uno de nosotros en este tiempo de Adviento: desear que Jesús venga en Navidad, que nos dé su gracia, que nos ayude a vencer el pecado. Pero al mismo tiempo debéis ser más buenos y haceros dignos de Dios que viene. Por lo tanto, en este tiempo debéis esforzaros por ser más religiosos, más obedientes, más estudiosos, más conscientes, más puros.

71 A todos deseo desde ahora feliz Navidad, y os ruego llevéis esta felicitación mía a vuestros padres y a todos vuestros seres queridos. Y a la vez que extiendo mi saludo a cuantos os han acompañado aquí, os doy de corazón mi bendición apostólica.
* * * *


Palabras del Papa antes de dejar la basílica

Algunos niños querían venir aquí a pronunciar el discurso con el Papa. Muy bien, enseguida vendrán, en cuanto yo me vaya a la Sala Nervi. Ahora quiero leeros una frase de una carta de un monaguillo de Nuestra Señora de la Guardia, de Génova: "Santo Padre, quiero darte esta pequeña cantidad que adjunto (son cincuenta mil liras); me las han regalado para Navidad; y así tú puedes hacer feliz a un niño polaco". Bien, lo agradezco. Veo que me he convertido en lugar de intercambio de la bondad de los niños. En nombre del muchacho a quien se entregará el regalo, doy las gracias a los muchachos aquí presentes.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL SR. CHRISTOPHE DE KALLAY,

NUEVO MINISTRO DE LA SOBERANA ORDEN MILITAR DE MALTA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 14 de diciembre de 1978



Señor Ministro:

Con bastante frecuencia han tenido ocasión mis predecesores de recibir una Delegación de la Soberana Orden Militar de Malta, y manifestarle su complacencia y aliento. Pero hacía tiempo que no había presentado aquí Cartas Credenciales un nuevo Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante la Santa Sede. Me proporciona gozo especial, por tanto, dar la bienvenida a Vuestra Excelencia y ofrecerle mis votos mejores por el cumplimiento de la misión que inaugura hoy.

Vuestras palabras llenas de nobleza acaban de evocar la historia casi milenaria de una fidelidad sin fallos a la Sede Apostólica, con el afán de procurar inseparablemente la defensa de la fe y el servicio al prójimo.

Muchos elementos del pasado han desaparecido, como habéis hecho notar. Pero según dice magníficamente San Pablo, la caridad perdura siempre, esa caridad que une indisolublemente aquí abajo el amor de Dios y el de los hermanos y, sobre todo, el de los miembros de Jesucristo que sufren. Tal es el fundamento de vuestras actividades, inspiradas en el Evangelio, que exige a los Caballeros de Malta las cualidades de vida espiritual que le dan sentido y fecundidad.

Al recibir a vuestro predecesor, en plena segunda guerra mundial, el gran Papa Pío XII subrayaba la ayuda prestada por la Orden a tantas víctimas inocentes del conflicto. ¿Acaso son menos numerosas ahora? Sabéis que las desgracias necesitadas de ayuda no han disminuido. Por tanto. también hoy a todos aquellos que representáis aquí, ¿cómo no alentarlos a procurar entregarse todavía más, viendo en los hospitales, leproserías y múltiples lugares donde se prodiga vuestra abnegación, un servicio al mismo Cristo, el que —os lo recordaba asimismo Pío XII— «siendo rico se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza» (2Co 8,9)?

Esta lección debe sernos especialmente grata en estos días que nos acercan a la celebración de Navidad. Por ello formulo mis mejores votos para que la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de Malta siga cumpliendo su alta misión. y pido al Señor que colme de gracias al Príncipe y Gran Maestre, a los Caballeros y Damas de la Orden y. en particular. a Vuestra Excelencia, impartiendo de todo corazón sobre todos la bendición apostólica.








AL CONSEJO DE LA SECRETARÍA GENERAL


DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS


72

Sábado 16 de diciembre de 1978



Venerables hermanos:

Siento una inmensa alegría al poder dialogar hoy con vosotros. Pues el Consejo de la Secretaría general del Sínodo de los Obispos es para mí una comisión querida y familiar; es, en realidad, el ambiente, por decirlo así, donde yo mismo he crecido. Permitidme recordar que, al finalizar la última Asamblea del Sínodo de los Obispos en octubre de 1977, fui elegido de nuevo, para tres años, miembro de este Consejo.

Si mi mandato quedó extinguido por otra decisión del Colegio Cardenalicio el 16 de octubre de este año, no obstante me siento íntimamente unido a este Consejo; por todo lo cual —siempre nos gusta repetir lo que agrada— me alegro muy particularmente de vuestra presencia. Lo que proponéis es parte también —y quizá no muy pequeña— de mi experiencia personal.

Y esta experiencia expresa realmente la doctrina del Concilio Vaticano II sobre la forma colegial de los obispos. Colegialidad que está pidiendo cada día más la vida misma de la Iglesia de nuestro tiempo.

De esto se hizo eco el primer discurso de Juan Pablo I, con estas palabras: «Saludamos a todos los obispos de la Iglesia de Dios, "que representan cada uno a su Iglesia, y todos juntos con el Papa a toda la Iglesia en el vínculo de la paz, del amor y de la unidad" (Lumen gentium LG 23), y cuya forma colegial queremos robustecer firmemente»(AAS 70, 1978, págs. 696-697; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de septiembre de 1978, pág. 2); pocas semanas después, su sucesor confirmó esto mismo en su primera alocución, con estas palabras: «Exhortamos de manera especial a meditar con mayor profundidad lo que comporta el vínculo colegial, por el cual los obispos se unen íntimamente con el Sucesor de San Pedro y todos entre sí, para realizar las espléndidas tareas que les han sido confiadas de iluminar con la luz del Evangelio, santificar con los instrumentos de la gracia y regir con el arte pastoral a todo el Pueblo de Dios. Esta forma colegial comporta ciertamente el con­veniente desarrollo de las instituciones, en parte nuevas, en parte acomodadas a las necesidades actuales, con las cuales se logre la mayor unidad de espíritu, de afanes y de iniciativas en la obra de construir el Cuerpo de Cristo... A éste respecto queremos citar ante todo el Sínodo de los Obispos» (AAS 70, 1978, pág. 922; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 22 de octubre de 1978, pág. 3).

El principio que enunció el Concilio sobre la forma colegial, se puede manifestar y realizar, sin duda, de muchas maneras. Sobre esto trató mi preclaro predecesor Pablo VI, cuando habló a los padres congregados para el Sínodo extraordinario de 1969, y les dijo: «Creemos haber dado ya una prueba de la voluntad de incrementar prácticamente la colegialidad episcopal, sea instituyendo el Sínodo de los Obispos, sea reconociendo las Conferencias Episcopales, sea asociando a algunos hermanos en el Episcopado y Pastores residentes en sus diócesis, al ministerio propio de nuestra Curia Romana. Y si la gracia del Señor nos asiste y la fraterna concordia facilita nues­tras mutuas relaciones, el ejercicio de la colegialidad podrá tener más amplio desarrollo en otras formas canónicas... El Sínodo... podrá ilustrar la existencia y el incremento de la colegialidad episcopal en términos canónicos oportunos, y al mismo tiempo podrá confirmar la doctrina de los Concilios Vaticano I y Vaticano II sobre la potestad del Sucesor de San Pedro y del Colegio de los Obispos con el lapa, su Cabeza» (AAS 1969, págs. 717-718).

Todas las sesiones anteriores trataron de estas cosas, que ciertamente tienen gran fuerza para realizar, en la práctica misma, el propósito de renovación de la Iglesia contenido en la doctrina del Concilio Vaticano II.

Lo que nos enseñan abiertamente los temas discutidos en las dos últimas sesiones ordinarias del Sínodo de los Obispos: la cuestión principal y como el quicio de todo esto, parece ser la evangelización, a la que sigue inmediatamente la catequesis, por medio de la cual se realiza principalmente la evangelización. Fruto del Sínodo celebrado en 1974, fue la Exhortación Apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi; el fruto del Sínodo de los Obispos de 1977 aún no está publicado; espero que podrá estarlo en la primera parte del año próximo. Necesitamos ciertamente estos documentos, que dimanan de la acción fecunda, pero a veces difícil, de la vida de la Iglesia, y que a su vez le aportan nuevo fermento de vida.

Vosotros estáis persuadidos, sin duda alguna, de la gran importancia del tema propuesto para el Sínodo de 1980, y que es: “Tareas de la familia cristiana en el mundo contemporáneo”. Este tema no está desvinculado de los anteriores, sino que se encuentra en el mismo surco. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la familia no es sólo “objeto” de evangelización y de catequesis, sino que es también, y muy principalmente, su “agente fundamental”. Esto se deduce de toda la doctrina del Concilio Vaticano II sobre el Pueblo de Dios y el apostolado de los laicos. Es el campo principal donde esta doctrina se lleva a la práctica y donde, en consecuencia, se realiza la renovación de la Iglesia según la mente del mismo Concilio.

¡Ciertamente habéis de tomar y realizar un gran trabajo, venerables hermanos! Os doy las más rendidas gracias por vuestra solicitud, en primer lugar al Secretario General del Sínodo de los Obispos, Wladyslaw Rubin, obispo titular de Serta, y a todos y cada uno de los preclaros miembros del Consejo de la Secretaría general. Y no quiero pasar por alto a los peritos y oficiales que realizan su tarea en la misma Secretaría. A todos vosotros os confirmo y exhorto a realizar un trabajo tan noble, por el que se dará a la Iglesia de nuestro tiempo mucho vigor e incremento.

73 Abrazándoos con especial afecto, os doy muy gustosamente la bendición apostólica, como prenda del auxilio celestial








EN LA INAUGURACIÓN


DE LA "ESCUELA PROFESIONAL DE SAN PABLO"


Domingo 17 de diciembre de 1978



Queridos hijos:

Dirijo, ante todo, un saludo particularmente cordial a todos vosotros aquí presentes, por el caluroso recibimiento que me habéis hecho.

Estoy contento y a la vez honrado de estar hoy en medio de vosotros para inaugurar esta "Escuela Profesional de San Pablo", ideada y querida por mi gran predecesor Pablo VI. El, y no yo, debería estar aquí en mi lugar, para coronar el intenso y personal interés por esta obra de tan alto valor social, proyectada ya desde 1974 y llevada ahora a feliz término.

Este es uno de los monumentos más vivos y significativos, levantado por su aguda sensibilidad en favor de la promoción humana, entendida como consecuencia necesaria de una adhesión al Evangelio vivida en plenitud. Con verdadero espíritu de amor práctico por realizaciones estables, él pensó en las necesidades del populoso barrio Ostiense y. sobre todo, en sus numerosos jóvenes. De acuerdo con las competentes autoridades regionales del Lacio, se eligió el tipo peculiar de escuela y de construcción, y se procedió después a edificar un instituto que, con capacidad para 500 muchachos, está en condiciones de salir al paso de las necesidades locales con cursos específicos de enseñanza profesional para mecánicos, electricistas y electrotécnicos. Como sabéis. el mismo Pontífice hizo frente a los gastos no pequeños para la realización de este complejo amplio y funcional. Por esto, tanto el edificio como las selectas instalaciones de la escuela, son un espléndido regalo de este Papa insigne que sabía muy bien, como nos enseña el Apóstol, que «la fe actúa por la caridad» (Ga 5,6). Por su parte, los beneméritos Padres Josefínos de Murialdo, que ya dirigen el contiguo Oratorio de San Pablo, os aportan su apreciada gestión en calidad de educadores expertos de la juventud.

Yo me encuentro hoy aquí para recordar y reconocer todo esto, para tributar el debido honor y aplaudir a quien de veras ha hecho brillar la luz de sus obras buenas ante los hombres (cf. Mt Mt 5,16), y para invitar a las familias del barrio, y especialmente a los alumnos de la escuela, a bendecir la memoria del Santo Padre Pablo VI, que, como Jesús, «pasó haciendo el bien» (Ac 10,38). Estoy aquí para deciros que comparto plenamente estos nobles propósitos. Por tanto, aun cuando Pablo VI ya no está entre nosotros, sabed que el nuevo Papa hace propia su iniciativa y pide al Señor quiera ayudarlo para proseguir con idéntico celo infatigable, el mismo compromiso de caridad eficaz, sobre todo en favor de los más necesitados.

Ahora sólo me resta formular un ferviente deseo a todos los jóvenes que aprenden un oficio para la vida. Sé que el año escolar comenzó ya en el pasado octubre. Pero estoy todavía a tiempo para recomendaros que preparéis aquí no sólo un trabajo especializado, útil para vosotros y para vuestra subsistencia, sino también, y sobre todo, la dimensión del cristiano amor fraterno que sabe dar y darse, para que llevéis a la sociedad contemporánea un tributo no sólo material, sino de construcción espiritual e interior, sin el cual todo sería deficiente y efímero.

Especialmente os recomiendo que, en este período tan precioso de vuestra juventud, pero también tan decisivo para la madurez de vuestra personalidad. os dediquéis con generosidad a vuestra formación religiosa, además de la humana y profesional.

Que mi cordialísima bendición apostólica os acompañe a todos: alumnos, profesores, y a cuantos presten aquí su trabajo y han colaborado a su realización: para que esta escuela crezca y dé frutos dignos de su venerado fundador, mediante la aportación de todos y con la necesaria gracia de Dios.






A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DE VIGILANCIA


DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO


Lunes 18 de diciembre de 1978



74 Queridísimos hijos:

Estoy contento de hallarme hoy aquí con vosotros para un encuentro breve, pero mucho más cordial y jubiloso, para saludaros con especial efusión de sentimientos. Dos son los motivos que me impulsan a dirigiros la palabra.

El primero consiste en el servicio particular que desarrolláis con solicitud infatigable en el ámbito de esta Ciudad del Vaticano. Sé cuánta exigencia supone esto y qué espíritu de responsabilidad requiere para cada uno de vosotros. Pues bien, yo estoy aquí para agradeceros vuestro servicio, vuestra diligencia, y el trabajo con que cumplís la tarea que se os ha confiado. Vuestro deber de vigilancia para que todo se desenvuelva dentro de la seguridad y del orden puede ser ocasión y fuente para vuestra disciplina personal y, por lo tanto, para una autoeducación humana y espiritual. En este sentido acaso no resulte inoportuno recordar que el Evangelio invita a todos los cristianos a una actitud constante de fecunda "vigilancia" en relación con la venida del Señor.

El hecho de desarrollar vuestra actividad cerca de la tumba de San Pedro, centro de la catolicidad, es indudablemente un gran honor y debe ser para vosotros un motivo también de íntima alegría, pero además de saludables reflexiones. Esto debe ser un estímulo para vivir en plenitud la vida cristiana. El vuestro no es un empeño o un servicio cualquiera; el vuestro es un deber que exige fe y coherencia, de modo que también podáis testimoniar vuestras convicciones religiosas y vuestro amor a Cristo, a la Iglesia y al Papa, en la vida cotidiana.

Mi visita y mi saludo se inspiran hoy, además, en un segundo motivo. La Navidad ahora ya está cerca. Todos debemos esperar al Señor y estar prontos a recibirlo come se debe: con fe, interés y alegría. Cuando nace en Belén, los primeros en recibirlo y en rendirle homenaje fueron los pastores vigilantes; así escribe San Lucas: «unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño» (
Lc 2,8). Esta es la actitud justa, necesaria para todos. Por lo tanto, también vosotros estáis invitados a ser como aquellos custodios de los rebaños, o como aquellas vírgenes prudentes que a la llegada del esposo estaban preparadas para salir a su encuentro (cf. Mt Mt 25,6-10). Con esta condición la Navidad viene a ser verdaderamente una "fiesta" en el sentido pleno del término, con la consiguiente proyección sobre la vida diaria: aquellos pastores, en efecto, después de la visita a Jesús, «se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto» (Lc 2,20).

En este momento mi palabra se transforma en felicitación, verdaderamente sentida, para vosotros y vuestras familias. Que esta próxima Navidad sea una verdadera ocasión de amor, de paz, de intimidad en vuestras casas: sólo con esta realidad es posible una auténtica y duradera prosperidad humana y cristiana que de todo corazón pido al Señor para vosotros. Y que el Señor os proteja, os recompense, os estimule con la abundancia de sus gracias, de las que quiere ser prenda mi especial bendición apostólica.








A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO


DE CONFERENCIAS EPISCOPALES DE EUROPA


Martes 19 de diciembre de 1978



Queridos hermanos:

Siento gran alegría al recibiros, pues doy gran importancia a estas reuniones plenarias de vuestro Consejo, en las que participan obispos delegados de cada una de las Conferencias Episcopales del conjunto del continente europeo.

1. Esta colaboración se lleva a efecto según los estatutos aprobados canónicamente por la Santa Sede el 10 de enero de 1977. Consiste en el intercambio sistemático de informaciones, experiencias y puntos de vista sobre los principales problemas pastorales que se plantean en vuestros países. Os lleva también a afrontar juntos los deberes que tienen dimensión europea.

Es uno de los modos de encarnar la colegialidad, en cuyo marco las enseñanzas del Concilio Vaticano II pueden producir todos sus frutos. Colegialidad significa apertura recíproca y cooperación fraterna de los obispos al servicio de la evangelización, de la misión de la Iglesia. Una apertura y colaboración de este tipo son necesarias no sólo a nivel de Iglesias locales y de Iglesia universal, sino también a nivel de continentes, como lo atestigua la vitalidad de otros organismos regionales —si bien los estatutos sean algo diferentes— tales como el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SCEAM), o la Federación de Conferencias de Obispos de Asia (FABC), por citar sólo estas grandes Asambleas. El Papa y la Santa Sede consideran un deber la promoción de tales Organismos en los diferentes niveles de cooperación colegial, quedando claro que las instancias regionales o continentales no suplantan la autoridad de cada obispo ni de cada una de las Conferencias Episcopales en lo que respecta a decisiones, y que dichas instancias encuadran la propia búsqueda dentro del marco de las orientaciones generales de la Santa Sede, en estrecha unión con el Sucesor de Pedro. Y en el caso presente, la dimensión europea al Papa le parece muy importante e, incluso, necesaria.

75 2. Entre sus numerosos intercambios y actividades, el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) ha tomado una iniciativa importante: organizar un simposio de obispos de Europa cada tres años. El simposio programado para este año no pudo celebrarse a causa de la muerte improvisa de mis dos predecesores y los Cónclaves subsiguientes; pero continúa la preparación sobre el tema: «La juventud y la fe». Es un tema muy importante; hay que abordarlo con toda objetividad y con la esperanza del apóstol, convencidos de que el mensaje de Cristo puede y debe hacer impacto en los jóvenes de cada generación.

Yo tuve la suerte de participaren el Simposio de 1975 y pronunciar una conferencia en él. Deseo recordar al menos algunos de los pensamientos que entonces nos confió Pablo VI cuando nos recibió. Se trataba de pensamientos sobre Europa, su herencia cristiana y su porvenir cristiano. Nos invitaba a «hacer resurgir el alma cristiana de Europa en la que se enraíza su unidad», a purificar y hacer volver a su fuente los valores evangélicos aún presentes, pero como desarticulados y centrados sobre objetivos puramente terrestres; a despertar y fortificar las conciencias a la luz de la fe predicada a tiempo y a destiempo; a hacer converger su llama por enci­ma de todas las barreras (cf. AAS 67, 1975, págs. 588-589; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 2 de noviembre de 1975, pág. 10).

Siguiendo la línea de estas ideas. Pablo VI proclamó a San Benito Patrón de Europa; y ya se está acercando, por cierto, el XV centenario del nacimiento de este gran santo.

3. Europa no es la primera cuna del cristianismo. La misma Roma recibió el Evangelio, gracias al ministerio de los Apóstoles Pedro y Pablo, que vinieron aquí de la patria de Jesucristo. Pero, de todos modos, es cierto que durante dos milenios Europa ha venido a ser como el lecho de un gran río, en el que el cristianismo se ha difundido, haciendo fértil la tierra de la vida espiritual de los pueblos y naciones de este continente. Y con este empuje Europa se ha convertido en un centro de misión que se ha irradiado hacia los otros continentes.

El Consejo de Conferencias Episcopales de Europa constituye una representación particular de los Episcopados católicos de Europa. Debemos desear que todos los Episcopados estén representados plenamente en esta organización y tengan posibilidad de participar en él efectivamente. Sólo en estas condiciones puede considerarse completo el análisis de los problemas esenciales de la Iglesia y el cristianismo. Se trata, ciertamente, de problemas de la Iglesia y el cristianismo abordados con perspectiva ecuménica. Pues si es verdad que toda Europa no es católica, también lo es que casi toda ella es cristiana. Vuestro Consejo debe llegar a ser como el vivero donde se manifiesten, desarrollen y maduren no sólo la conciencia de lo que era ayer el cristianismo, sino también la responsabilidad de lo que deberá ser mañana.

Con estos sentimientos os presento mi felicitación de Navidad y Año Nuevo a cada uno de vosotros, a vuestro Consejo, a todos los Episcopados que representáis, y a todas las naciones de este continente que la Providencia ha unido de modo tan elocuente a la historia del cristianismo.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS JÓVENES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 20 de diciembre de 1978



Queridos niños y niñas y queridos jóvenes:

También este miércoles tiene lugar el acostumbrado, pero cordial y significativo, encuentro en esta Basílica Vaticana, entre el Papa y todos vosotros, tan numerosos, alegres y elocuentes en vuestros animados rostros y en vuestro afectuoso recibimiento.

El Papa, que representa la juventud de Cristo y de la Iglesia, se alegra siempre al encontrarse con quienes son la expresión de la juventud de la vida y de la humanidad.

Hay, pues, entre nosotros una afinidad de espíritu; se confirma una como exigencia de entretenernos como verdaderos amigos; se siente el gozo de comunicar alegrías, esperanzas, ideales; florece vivo y espontáneo el deseo de diálogo que, por parte del Papa, se traduce en la enseñanza de la verdad y de la bondad, en exhortación y estímulo, en afecto y bendición; mientras que, por parte vuestra, niños y jóvenes, se manifiesta en la acogida libre y gustosa de dichas enseñanzas paternas, se expresa en el propósito de llevar a la práctica cuanto aquí se os dice, se concreta en el compromiso de ser testimonio entre vuestros coetáneos de la verdadera alegría que florece en los corazones buenos, puros, ricos de la gracia del Señor.

76 Quiero llamar hoy vuestra atención sobre esta gracia que se manifiesta, de manera muy particular y emocionante, en la Encarnación del Verbo de Dios, o sea, en el nacimiento temporal de Jesús, para que también vosotros, contemplando el gran misterio de amor y de luz, que irradia el Niño celeste, podáis, como los pastores de Belén, volver a vuestras casas llenos de alegría, cantando el hosanna a Dios en lo alto de los cielos por el inefable don de su Hijo Unigénito, hecho a los hombres, y comunicando esta misma alegría a los demás.

«¡El Señor está cerca!», nos repite la liturgia en estos días con acentos cada vez más vibrantes y emocionados. Debemos decir sinceramente que, si el corazón se alegra con este anuncio, la mente se plantea esta pregunta: ¿Para qué viene a nosotros el Señor? A tal pregunta respondo, reanudando y completando el tema del Adviento, iniciado en las semanas anteriores. En él se han esbozado tres grandes verdades fundamentales: Dios, que crea y se revela a Sí mismo, a la vez, en esta creación; el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, "refleja" a Dios en el mundo visible creado; Dios da su gracia, es decir, quiere que «todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad» Quiere que cada hombre llegue a ser partícipe de su verdad, de su amor, de su misterio, para que pueda participar de su misma vida divina.

¡Qué maravilloso destino! ¡Vivir de Dios y con Dios siempre, para ser felices eternamente con El!

Pero Dios no quiere que nos salvemos y seamos felices de manera inconsciente o a la fuerza, sino que pide nuestra consciente y libre colaboración, poniéndonos frente al «árbol de la ciencia del bien y del mal», o sea, nos propone una elección, nos exige una prueba de fidelidad.

Sabemos bien cómo Adán y Eva, los primeros, y sus descendientes después, siguiendo su nefasto ejemplo, conocieron más la «ciencia del mal» que la del bien. Así hizo su aparición en el mundo el pecado original, inicio y símbolo de tantos pecados, de inmensa ruina, de muerte física y espiritual. ¡El pecado! El catecismo nos dice que es la trasgresión del mandamiento de Dios. Sabemos bien que con él se ofende al Señor, se rompe la amistad con El, se pierde su gracia, se camina fuera de la vía justa, encaminándose hacia la ruina. Dios, por medio de sus mandamientos, nos enseña prácticamente cómo debemos comportarnos para vivir de manera digna, humana, serena; con ellos nos inculca el respeto a los padres y a los superiores (IV mandamiento), el respeto a la vida en todas sus manifestaciones (V mandamiento), el respeto al cuerpo y al amor (VI mandamiento), el respeto a las cosas de los otros (VII mandamiento), el respeto a la verdad (VIII mandamiento). El pecado es ignorar, pisotear, transgredir estas normas sabias y útiles que nos ha dado el Señor; ¡he aquí por qué el pecado es desorden y ruina! En efecto, con tantas "voces" dentro y fuera de nosotros, nos tienta, es decir, nos empuja a no creer a Dios, a no escuchar sus paternales invitaciones, a preferir nuestro capricho a su amistad. ¡Cometiendo el pecado, nosotros estamos lejos de Dios, contra Dios, sin Dios!

El Adviento nos dice que el Señor viene «por nosotros y por nuestra salvación», esto es, para librarnos del pecado, para darnos de nuevo su amistad, para iluminar con su luz nuestra mente y caldear con su amor nuestro corazón.

Jesús está próximo a venir: en la noche de Navidad vayamos a su encuentro para decirle nuestro sincero y emocionado "gracias", pidiéndole la fuerza de mantenernos siempre lejos del pecado y permanecer constantemente fieles a su infinito amor.

No puedo separarme de vosotros sin presentaros un deseo paternal: el Niño de Belén, junto con su dulcísima Madre y Madre nuestra, os sonría y colme a vosotros y a todos vuestros seres queridos con los dones de la alegría, de la paz, y la prosperidad, os conceda, en fin, su celestial bendición, de la que la mía es anticipo y signo.

Saludo a los jóvenes

(Tras el canto del coro de niños y niñas de la Academia Filarmónica Romana)

Un coro cantaba el bellísimo canto, pero había también otra voz más bien baja que tomaba parte en el canto. No sé quién era el que cantaba con aquella voz baja. Gracias. os agradezco mucho esta canción y también el haberme permitido cantar... perturbar... el coro.








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