Discursos 1978 84

84 Bien sabemos que también durante las fiestas navideñas ha habido, y sigue habiendo, lágrimas y amarguras; quizá muchos niños las han pasado con frío, hambre, llanto y soledad... Y sin embargo, a pesar del dolor que a veces penetra en nuestra vida, Navidad es un rayo de luz para todos porque nos revela el amor de Dios y nos hace sentir la presencia de Jesús entre todos, sobre todo entre los que sufren. Precisamente por este motivo Jesús ha querido nacer en la pobreza y el abandono de una gruta, y ser colocado en un pesebre.

Me viene espontáneamente a la memoria el recuerdo de mis sentimientos y vivencias comenzando por los años de mi infancia en casa de mis padres, y siguiendo por los años difíciles de la juventud durante el período de la segunda guerra, la guerra mundial. ¡Ojalá no se repita jamás en la historia de Europa y del mundo! Y sin embargo, hasta en los años peores Navidad ha traído consigo siempre algún rayo de luz. Y este rayo penetraba hasta en las experiencias más duras de desprecio del hombre, de aplastamiento de su dignidad y de crueldad. Para darse cuenta de ello basta tomar en las manos las memorias de hombres que han pasado por cárceles o campos de concentración, frentes de guerra o interrogatorios y procesos.

2. El segundo sentimiento que brota espontáneo en estos días navideños es el agradecimiento, naturalmente.

¿Quién es Jesús Niño? ¿Quién es ese Niño pequeño, pobre, frágil, nacido en una gruta y colocado en un pesebre? ¡Sabemos que es el Hijo de Dios hecho hombre! «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (
Jn 1,14).

La doctrina cristiana nos enseña que la segunda Persona de la Santísima Trinidad, o sea la Inteligencia infinita del Padre (el Verbo), en el seno de María Santísima y por obra del Espíritu Santo, asumió en Sí la «naturaleza humana» tomando un cuerpo y un alma como los nuestros.

Esta es nuestra certeza: sabemos que Jesús es hombre como nosotros, pero al mismo tiempo es el «Verbo encarnado», es la segunda Persona de la Santísima Trinidad hecha hombre; y, por ello, en Jesús la naturaleza humana y, en consecuencia, toda la humanidad, ha sido redimida, salvada, ennoblecida hasta el punto de llegar a ser partícipe de la «vida divina» mediante la gracia.

En Jesús estamos todos: nuestra verdadera nobleza y dignidad tienen su fuente en el acontecimiento grande y sublime de Navidad.

Por ello es espontáneo y lógico el sentimiento de gratitud honda y gozosa hacia Jesús que ha nacido para cada uno de nosotros, por nuestro amor y salvación. Volved a leer y meditad cada una de las páginas del Evangelio de Mateo y Lucas; reflexionad sobre el misterio de Belén para comprender cada vez más el auténtico valor de la Navidad y no permitir que degenere en una fiesta del consumo o sólo exterior.

3. Y en fin, me refiero ahora a un tercer sentimiento que brota del episodio de los pastores. El ángel avisa a los pastores completamente ignorantes de que un acontecimiento grande se ha producido en Belén: ha nacido el Salvador y lo encontrarán envuelto en pañales y reclinado en un pesebre. ¿Qué hicieron los pastores? «Fueron y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre» (Lc 2,16).

¿Habéis entendido la lección de los pastores? Oyen la voz del ángel, se ponen enseguida a buscarlo y, al fin, encuentran a Jesús. Es un hecho histórico muy elocuente y significativo, y simboliza la búsqueda que el hombre debe efectuar para encontrar a Dios. El hombre es el ser que busca a Dios, porque busca la felicidad.

Todos debemos buscar a Jesús.
85 Muchas veces hay que buscarlo porque todavía no se le conoce; otras, porque lo hemos perdido; a veces se le busca para conocerle mejor, para amarlo más y hacerlo amar.

Se puede decir que toda la vida del hombre y toda la historia humana es una gran búsqueda de Jesús.

A veces puede ser obstaculizada por dificultades intelectuales o motivos existenciales al ver tanto dolor y tanto mal a nuestro alrededor y dentro de nosotros; y también por problemas morales al tener que cambiar la mentalidad y el modo de vivir.

No hay que dejarse paralizar por las dificultades, sino que como los pastores de Belén se debe partir con valentía y ponerse a buscarlo.

¡Todos los hombres deben tener el derecho y la libertad de buscar a Jesús! Todos los hombres deben ser respetados en esta búsqueda, cualquiera que sea el punto del camino en que se encuentren. Todos deben tener también la buena voluntad de no vagabundear por aquí y allá sin comprometerse a fondo, y deben dirigirse con decisión hacia Belén. Algunos han narrado la historia y el itinerario de su camino y encuentro con Jesús en libros muy interesantes que merecen la pena leer. Pero la mayoría guarda escondida en la intimidad esta aventura espiritual estupenda. Lo esencial es buscar para encontrar, recordando la frase famosa que el gran filósofo y matemático francés, Blas Pascal, hace decir a Jesús: «No me buscarías ciertamente, si no me hubieras encontrado ya» (B. Pascal, Pensées, 553: Le mystére de Jésus).

Queridísimos chicos y chicas:

Los pastores encontraron a Jesús y «se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían visto y oído, según se les había dicho» (
Lc 2,16-20).

¡Felices nosotros que hemos buscado y encontrado a Jesús!

¡No perdamos a Jesús! ¡No perdáis a Jesús! Antes bien, sed testimonio de su amor al igual que los pastores. Esta es la felicitación de Navidad que os hago de lo hondo del corazón.

Pido a María Santísima, Madre de Jesús y Madre nuestra, que en vuestras almas, en vuestras familias, en vuestros colegios, en vuestros juegos, sea siempre Navidad con el gozo de la fe, el empeño de vuestra bondad y el esplendor de vuestra inocencia.

Os ayude y sostenga también mi bendición, que imparto con afecto paterno a vosotros, a vuestros seres queridos y a cuantos se os han unido en esta audiencia.






A LA ASOCIACIÓN DE MÉDICOS CATÓLICOS ITALIANOS


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Jueves 28 de diciembre de 1978



Ilustres señores y queridos hijos de la Asociación de Médicos Católicos Italianos:

Al daros cordialmente la bienvenida a ésta, que ya es mi casa, quiero expresaros ante todo mi alegría por este encuentro en el que puedo conocer a tantas personas eminentes por méritos científicos, admirables por el alto sentido del deber, ejemplares por su intrépida profesión de fe cristiana. Os agradezco sinceramente la cortesía y el afecto, de los que es signo manifiesto y consolador vuestra visita, y estoy complacido, por lo tanto, de saludar a vuestro celoso consiliario eclesiástico, el reverendo hermano mons. Fiorenzo Angelini, a vuestro ilustre presidente, profesor Pietro de Franciscis, valiosamente secundado por los tres vicepresidentes, al infatigable secretario general, profesor Domenico Di Virgilio, a los miembros del consejo nacional, a los delegados regionales y a los presidentes de las secciones diocesanas, a la representación de los miembros de la Asociación, como también al grupo de Enfermeros Católicos, cuya presencia hoy es testimonio de la íntima colaboración que quieren actualizar con vosotros, médicos, en servicio de los enfermos.

Aprovecho gustosamente la ocasión para manifestar públicamente la gran estima que siento por una profesión como la vuestra, considerada siempre y por todos, más como una misión que como un trabajo corriente. La dignidad y la responsabilidad de esta misión jamás serán comprendidas suficientemente, ni expresadas adecuadamente. Asistir, curar, confortar, sanar el dolor humano, es tarea que por su nobleza, utilidad y su ideal, se acerca mucho a la vocación misma del sacerdote. Tanto en el uno como en el otro oficio encuentra, efectivamente, la más inmediata y evidente manifestación el mandamiento supremo del amor al prójimo, un amor llamado no pocas veces a actualizarse aun en formas que tocan el verdadero y real heroísmo. No debe asombrar, por tanto, la solemne advertencia de la Sagrada Escritura: «Honra al médico antes que lo necesites, porque también a él lo creó el Señor. Pues el Altísimo tiene la ciencia de curar...» (Sir 38, 1-2).

Vuestra Asociación surgió para favorecer la consecución de las altas finalidades de la profesión y enriquecerlas con la aportación específica de los valores cristianos. Para medir la importancia de la aportación que intenta traer a vuestra actividad de médicos cristianos, basta citar el contenido del artículo 2 del estatuto, donde se señalan como objetivos de la Asociación perfeccionar la formación moral, científica y profesional de los miembros, promover los estudios médico-morales a la luz de los principios de la doctrina católica, mimar el espíritu de auténtico servicio humano y cristiano de los médicos en relación con los enfermos, actuar en favor de la seguridad del más digno ejercicio de la profesión y de la tutela de los justos intereses de la clase médica, educar a los socios para una recta corresponsabilidad eclesial y para una generosa disponibilidad en pro de toda actividad caritativa aneja al ejercicio de la profesión.

No son propósitos que queden sobre el papel. Gustosamente constato la obra de sensibilización y orientación desarrollada por la Asociación en estos años entre la clase médica italiana, ya a través de la variada y excelente producción editorial, ya por medio del apreciado periódico Orizzonte Medico, ya en los "Cursos de estudio" (del reciente sobre "El Hombre de la Sábana Santa", me habéis ofrecido gentilmente las actas como obsequio), que han visto, en el espacio de 11 años, valiosos especialistas de varias ciencias enfrentarse con temas antropológicos de interés fundamental, buscando una respuesta satisfactoria para el hombre y para el cristiano. Tengo que expresar mi aprecio y mi aplauso: la finalidad formativa que se persigue con tales medios, merece ser aprobada cordialmente y deben ser estimulados calurosamente los esfuerzos mantenidos en esta dirección.

Esto vale, sobre todo, hoy, cuando poderosas corrientes de opinión, sostenidas eficazmente por los grandes medios de comunicación, tratan de influenciar la conciencia de los médicos por todos los medios para inducirlos a prestar su trabajo en prácticas contrarias a la ética, no sólo cristiana, sino también sencillamente natural, en contradicción abierta con la deontología profesional, expresada en el celebérrimo juramento del antiguo médico pagano.

En el Mensaje para la jornada mundial de la Paz del pasado 1 de enero, mi gran predecesor Pablo VI, de venerada memoria, dirigiéndose a los medios de manera especial, señalándolos como «sabios y generosos protectores de la vida humana», expresó la confianza de que por el «ministerio religioso» pudiera encontrarse sostenido el «ministerio terapéutico» de los médicos en la afirmación y en la defensa de la vida humana en todas «las singulares contingencias en las que la misma vida puede verse comprometida por positivo e inicuo propósito de la voluntad humana». Estoy seguro de que esta llamada angustiada y profética encontró y encuentra gran eco y aceptación no sólo entre los médicos católicos, sino también entre aquellos que, aunque no alentados por la fe, comprenden profundamente, no obstante, las exigencias superiores de su profesión.

Como ministro del Dios a quien presenta la Sagrada Escritura como «amante de la vida» (cf. Sab 11, 25), quiero manifestar también mi sincera admiración hacia todos los cirujanos que, siguiendo el dictamen de la recta conciencia, saben resistir cada día a las lisonjas, presiones, amenazas y tal vez hasta violencia física, para no mancharse con comportamientos siempre lesivos de ese bien sagrado que es la vida humana: su testimonio valiente y coherente constituye una aportación importantísima para la construcción de una sociedad que, por ser a la medida del hombre, no puede menos de poner en su base el respeto y la protección del presupuesto primordial de cualquier otro derecho humano, esto es, el derecho a vivir.

El Papa une su voz gustosamente a la de todos los médicos de recta conciencia y hace propias sus demandas fundamentales: en primer lugar, la de ver reconocida la naturaleza más íntima de su noble profesión, que los quiere servidores de la vida y nunca instrumentos de muerte; también un respeto pleno y total, en la legislación y en la práctica, a su libertad de conciencia, entendida como derecho fundamental de la persona para no ser forzada a obrar contra la propia conciencia, ni se le impida comportarse de acuerdo con ella; finalmente, una indispensable y firme protección jurídica de la vida humana en todos sus estadios, también en las adecuadas estructuras activas que favorecen la acogida gozosa de la vida naciente, la promoción eficaz durante su desarrollo y madurez, y su tutela cuidadosa y delicada cuando comienza su decadencia y hasta su morir natural.

El servicio a la vida debe urgir, llenando de gozoso entusiasmo, sobre todo a los médicos católicos, que en su fe en Dios creador, de quien el hombre es imagen, y en el misterio del Verbo eterno bajado del cielo en la frágil carne de un niño indefenso, encuentran una nueva y más alta razón de dedicación solícita a la protección amorosa y a la salvaguarda desinteresada de cada hermano amenazado, especialmente si es pequeño, pobre, inerme. Me sirve de consuelo saber que estas convicciones están profundamente arraigadas en vuestro ánimo: ellas inspiran y orientan vuestra cotidiana actividad profesional y os saben sugerir, cuando es preciso, actitudes, incluso públicas, claras e inequívocas.

87 ¡Cómo no mencionar, a este propósito, los testimonios ejemplares que habéis dado, con adhesión oportuna y concorde, a las indicaciones del Episcopado en el reciente y doloroso caso de la legislación abortiva! Ha sido un testimonio en el que —lo subrayo con orgullo en mi calidad de Obispo de Roma— esta ciudad se ha distinguido particularmente, brindando aun a los médicos no católicos una invitación y un estímulo de providencial eficacia. Este gesto responsable alcanzará más eficazmente sus fines de afirmación del derecho de la libertad de conciencia del personal médico y paramédico, aprobado por una cláusula incluida en la ley, de coherencia personal, de defensa del derecho a la vida y de denuncia social para una situación legal lesiva de la justicia, adoptado con autenticidad de motivaciones y confirmado por una generosidad desinteresada, abierta a todas las responsabilidades e iniciativas al servicio de la persona humana.

No se me oculta que la coherencia con los principios cristianos puede significar para vosotros la necesidad de exponeros al peligro de incomprensiones, de malentendidos y aun de discriminaciones molestas. En la hipótesis bien triste de semejante eventualidad, os ayude la palabra programática, en la que se inspiró constantemente vuestro colega, el Beato Giuseppe Moscati: «Ama la verdad —escribía en una nota personal el 17 de octubre de 1922—; muéstrate como eres, y sin fingimientos y sin miedos y sin miramientos. Y si la verdad te cuesta la persecución, acéptala; y si el tormento, sopórtalo. Y si por la verdad debieses sacrificarte a ti mismo y a tu vida, sé fuerte en el sacrificio» (cf. Positio super virtutibus, Roma, 1972). ¿Acaso no es normal, por lo demás, que se actualice en la vida del cristiano la predicción de Cristo: «Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (
Jn 15,20)? Será el momento, pues. de recordar que el Maestro divino ha reservado una bienaventuranza especial para quienes son insultados y perseguidos «por su causa» (cf. Mt Mt 5,11-12).

Por lo tanto, al confirmaros con mi estima el cordial estímulo para continuar por el camino del testimonio valiente y del servicio ejemplar en favor de la vida humana, imploro sobre vuestros propósitos la ayuda de la Virgen Santísima, a quien vosotros gustáis invocar como «Salud de los enfermos y Madre de la Sabiduría», imploro la protección de San Lucas, «el médico amado» (Col 4,14), a quien veneráis como patrono, y pensando con afecto paterno en vuestros colegas de la Asociación esparcidos por toda Italia, en sus respectivas familias, como también en tantos enfermos a quienes dedicáis vuestra solicitud cotidiana, sobre vosotros y sobre ellos levanto mis manos para impartir, con efusión cordial, una especial bendición apostólica, como prenda de los deseados consuelos celestiales.








A LOS DELEGADOS DE LA FEDERACIÓN DE INSTITUTOS


DE ACTIVIDADES EDUCATIVAS


Viernes 29 de diciembre de 1978



Queridos delegados de la Federación de Institutos de Actividades Educativas:

Conociendo vuestra presencia en Roma con ocasión de la tradicional asamblea de fin de año, quise reservaros y reservarme un encuentro particular no sólo con motivo de vuestra numerosa concurrencia, sino también y sobre todo por el calificado testimonio que dais aquí como representantes de la Escuela católica en Italia. Me han dicho que mi venerado predecesor Pablo VI, jamás omitió dirigiros su iluminadora palabra en circunstancias análogas, los años pasados, y entonces pensé que podía hacer yo lo mismo y corresponder, ante todo, a la deferencia, a la devoción, al fervor de vuestra visita.

Sí, queridos hermanos e hijos, deseo agradeceros vuestros afectuosos sentimientos, y más aún el trabajo inteligente, incansable, tan valioso por tantos sacrificios —pequeños y grandes— como la actividad escolar-educativa aporta a nuestros días. No hablo sólo del trabajo de coordinación y organización que es necesario para que esta Federación, qua talis, pueda funcionar bien, difundiendo para beneficio común informaciones, orientaciones, propuestas e iniciativas, entre los numerosos institutos que reúne; hablo especialmente del trabajo que cada uno de los institutos y cada uno de los directores y profesores desarrolla, día a día, en su ámbito, afrontando y superando los problemas no siempre fáciles, para volver cada vez más incisiva, provechosa, original, ejemplar, dentro del contexto de la instrucción pública, la función de las escuelas fundadas por la autoridad eclesiástica o dependientes de ella.

Mi palabra quiere ser un reconocimiento y a la vez un estímulo. "Reconocimiento" en italiano —lo sé por obvia razón etimológica— quiere decir también gratitud; pues bien, el reconocimiento-gratitud que os viene de la Conferencia Episcopal Italiana lo comparte plenamente el Papa, que asegura seguiros con simpatía y confianza en vuestra actividad tan benemérita. En una época como la nuestra es urgente, más que en el pasado, conservar la imagen —la tipología, diría— de una escuela cristiana que, dentro de la observancia siempre leal de las normas generales de la competente legislación escolar del respectivo país, asume como su punto de partida y además como su meta de llegada el ideal de una educación integral —humana, moral y religiosa— según el Evangelio de Nuestro Señor. Antes que los programas de estudio, antes que los contenidos de los diversos cursos de enseñanza —vosotros lo sabéis bien— para una escuela auténticamente cristiana es y será siempre esencial esta referencia indeclinable a la pedagogía superior y trascendente de Cristo-Maestro. Privada de esto, le faltaría la fuente misma de inspiración, le faltaría su eje central, le faltaría el elemento específico que la define y caracteriza entre las otras estructuras organizativas didácticas, o los otros centros de promoción cultural. Es justo, pues, que exija esto cada uno de los institutos que se dirige a vuestra Asociación, y también cuantos responsablemente trabajan allí en diversos niveles.

Queriendo interpretar la sigla FIDAE, noté que recientemente habéis adoptado una lectura, en parte, nueva, para poner el acento sobre "Actividades Educativas". Este finalismo pedagógico y formativo más lúcido revierte en honor vuestro, porque quiere decir precisamente que para vosotros la enseñanza de las disciplinas escolares y el uso de los instrumentos didácticos necesarios para la instrucción se inscriben en el programa más amplio de la paideia cristiana, que a su vez se inserta en la misión evangelizadora confiada a la Iglesia por su Fundador.

Me complazco sinceramente de este planteamiento y aprecio mucho esta colaboración. Por lo mismo, os exhorto a manteneros siempre coherentes y fieles a uno y otra, alentados por el pensamiento, o mejor, por la convicción de que así desarrolláis un precioso servicio eclesial, además de cultural y civil.

Con mi cordial bendición.








A LOS MIEMBROS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA


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Sábado 30 de diciembre de 1978



Queridos hermanos y hermanas

Una alegría grande, paternal, in vade mi corazón al recibiros hoy por vez primera, en el clima tan sugerente y conmovedor de Navidad

Vosotros, miembros de la Acción Católica Italiana, pedisteis "ver a Pedro" y habéis venido en número extraordinariamente elevado, colmados de fervor y de alegría, para traer vuestro testimonio de fidelidad y de amor, y para escuchar la palabra del Vicario de Cristo y yo os lo agradezco profundamente y saludo con todo afecto a cada uno de vosotros personalmente. En particular doy las gracias a vuestro presidente por las nobles palabras con que ha querido interpretar vuestros sentimientos.

1. Ante todo, quiero expresaros mi complacencia por lo que representáis en la Iglesia italiana. Efectivamente, desde hace más de cien años, la Acción Católica vive y trabaja en esta querida nación, en la que su presencia ha sido fuente valiosa de formación para tantos fieles de toda clase y edad, desde los niños hasta los adultos, desde los estudiantes a los trabajadores, desde los maestros a los doctores; vivero de vocaciones para la vida sacerdotal y religiosa; escuela de apostolado concreto y directo en distintos puestos de compro­miso y trabajo. ¡Cuántos obispos y cuántos sacerdotes provienen de las filas de Acción Católica! ¡Cuántas vocaciones religiosas surgieron de su seno! ¡Y cuántos papás y mamás fueron y son todavía verdaderos educadores y formadores de la conciencia de sus hijos, gracias a la formación recibida en los encuentros de "Asociación" y gracias al apostolado ejercido con amor y con entusiasmo en la propia parroquia y en la propia diócesis!

Por eso, yo puedo y debo sobre todo confiar en vosotros.

Habéis comprendido lo que dice el artículo 2 de vuestro estatuto, según el cual, el objetivo de la Acción Católica Italiana es «la evangelización, la santificación de los hombres, la formación cristiana de sus conciencias, de manera que lleguen a impregnar las comunidades y los diversos ambientes de espíritu evangélico»; vosotros conocéis las orienta­ciones dadas por la Conferencia Episcopal Italiana en una carta del 2 de febrero de 1976, según la cual, la Acción Católica actúa a lo largo de tres direcciones: la tarea formativa; el servicio pastoral efectivo dentro de las estructuras eclesiales y en situaciones de vida; y la reconstrucción práctica de la síntesis entre fe y vida en cada ambiente; en fin, vosotros tenéis aún presentes las iluminadoras palabras del gran Papa Pablo VI, de venerada memoria, que decía, el 25 de abril de 1977, a los participantes en la asamblea nacional: «La Acción Católica tiene que descubrir de nuevo la pasión por el anuncio del Evangelio, única salvación posible para un mundo que de otro modo caería en la desesperación. Ciertamente, la Acción Católica ama al mundo, pero con un amor que recibe inspiración del ejemplo de Cristo. Su modo de servir al mundo y de promover los valores del hombre consiste primariamente en evangelizar, en coherencia lógica con la convicción de que en el Evangelio se encierra el poder más estremecedor, capaz de hacer verdaderamente nuevas todas las cosas» (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 1 de mayo de 1977, pág. 2).

Yo confío en vosotros, porque la Acción Católica, por su íntima naturaleza, tiene relaciones especiales con e] Papa, y por lo tanto, con los obispos y sacerdotes: ésta es su característica esencial. Cada grupo "eclesial" es un modo y un medio para vivir más intensamente el bautismo y la confirmación; pero la Acción Católica debe hacerlo de manera completamente especial, ya que se define como ayuda directa a la jerarquía, participando en sus inquietudes apostólicas. Por esto yo, como Vicario de Cristo, estrechando espiritualmente la mano a los 650.000 miembros, digo a cada uno: ¡Ánimo! ¡Sé fuerte y generoso! ¡Honra a Cristo, a la Iglesia y al Papa!

2. ¿Qué puedo deciros, en este excepcional encuentro, que os acompañe y os sirva de aliento, para estos momentos no fáciles, en los que la Providencia quiere que vivamos?

Mucho se ha dicho ya y mucho se dirá todavía sobre esta segunda mitad del siglo XX, tan turbulento e inquieto, analizando los diversos fenómenos económicos, sociales y políticos que connotan su fisonomía. Pero quizá la característica que, entre otras muchas se va destacando siempre como más fundamental, es el "pluralismo ideológico".

Sin duda que este concepto merece una profunda comprobación por lo que respecta a su contenido teórico y a sus implicaciones prácticas. Si queremos que este "pluralismo", a nivel práctico, no implique exclusivamente la contraposición radical de los valores, la preocupante dispersión cultural, el "laicismo" unilateral en las estructuras estatales, la crisis de las instituciones e incluso una dramática inquietud en las conciencias, de lo que tenemos experiencia cada día tanto en las relaciones públicas como privadas, es necesaria la madura conciencia cristiana de la Iglesia, a la que se refería, de modo previsor, el Papa Pablo VI en la Encíclica Ecclesiam suam.

89 El Concilio Vaticano II nos ha preparado precisamente para esta renovada conciencia de la Iglesia, es decir, para una fe profunda, madura, sensible a todos los "signos de los tiempos". Por eso es grande e importante la tarea de la Acción Católica en nuestro tiempo, sobre «esta tierra doliente, dramática y magnífica», como la calificó mi predecesor Pablo VI en su testamento.

a) Lo primero de todo: que tengáis verdadero culto a la verdad.

Para poder comprometer auténticamente el tiempo propio y las propias capacidades en la salvación y santificación de las almas, primera y principal misión de la Iglesia, es necesario ante todo tener certeza y claridad sobre las verdades que se deben creer y practicar. Si hay inseguridad, incertidumbre, confusión, contradicción, no se puede construir. Especialmente hoy es necesario poseer una fe iluminada y convencida, para poder iluminar y convencer. El fenómeno de la "culturización" de masas exige una fe profunda, clara, segura. Por esta razón os exhorto a seguir con fidelidad las enseñanzas del Magisterio. A este propósito, ¿cómo no recordar las palabras de mi predecesor Juan Pablo I en su primer y único radiomensaje del 27 de agosto pasado? Decía: «Superando las tensiones internas que se han podido crear aquí y allá, venciendo las tentaciones de acomodarse a los gustos y costumbres del mundo, así como las seducciones del aplauso fácil, unidos con el único vínculo del amor que debe informar la vida íntima de la Iglesia, como también las formas externas de su disciplina, los fieles deben estar dispuestos a dar testimonio de la propia fe ante el mundo: "Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere"(
1P 3,15)»; (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 3 de septiembre de 1978, pág. 3).

Hoy más que nunca son necesarias una gran prudencia y un gran equilibrio porque, como ya escribía San Pablo a Timoteo (cf. 2Tm 4,3-4), hay tentaciones de no soportar más la sana doctrina y de seguir, en cambio, "doctas fábulas".

No os dejéis intimidar, o distraer, o confundir por doctrinas parciales o erróneas, que después dejan desilusionados y vacían todo fervor de la vida cristiana.

b) En segundo lugar, que tengáis anhelo de santidad.

Sólo quien tiene puede dar; y el militante de la Acción Católica es tal precisamente para dar, para amar, para iluminar, para salvar, para llevar paz y alegría. La Acción Católica debe tender decididamente hacia la santidad.

Todo compromiso, aun de tipo social y caritativo, no debe olvidar jamás que lo esencial en el cristianismo es la redención, y esto es que Cristo sea conocido, amado y seguido.

El compromiso de la santidad implica, por esto, austeridad de vida, serio control de los propios gustos y de las propias elecciones, dedicación constante a la oración, una actitud de obediencia y docilidad a las orientaciones de la Iglesia, tanto en el campo doctrinal, moral y pedagógico, como en el campo litúrgico.

También vale para nosotros, hombres del siglo XX, lo que San Pablo escribía a los romanos: «No os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta» (Rm 12,2).

Hoy el mundo necesita ejemplos, edificación, predicaciones concretas y visibles. Esta debe ser la preocupación de la Acción Católica.

90 c) Finalmente, que sintáis cada vez más la alegría de la amistad.

Los hombres necesitan hoy especialmente de sonrisa, bondad, amistad. Las grandes conquistas técnicas y sociales, la difusión del bienestar y de la mentalidad permisiva y de consumo no han traído la felicidad. Las divisiones en el campo político, el peligro y la realidad de nuevas guerras, las continuas calamidades, las enfermedades implacables, la desocupación, el peligro de la contaminación ecológica, el odio y la violencia y los múltiples casos de desesperación han creado desgraciadamente una situación de continua tensión y de nerviosismo.

¿Qué debe hacer la Acción Católica? Llevar la sonrisa de la amistad y de la bondad a todos y dondequiera.

El error y el mal deben ser condenados y combatidos constantemente; pero el hombre que cae o se equivoca debe ser comprendido y amado.

Las recriminaciones, las críticas amargas y polémicas, los lamentos sirven poco: nosotros debemos amar nuestro tiempo y ayudar al hombre de nuestro tiempo.

Un ansia de amor debe ser desencadenado continuamente por el corazón de la Acción Católica que ante la cuna de Belén medita el misterio inmenso de Dios que se hizo hombre justamente por amor del hombre.

Ya San Pablo escribía en la Carta a los romanos: «Amaos los unos a los otros con amor fraternal, honrándoos a porfía unos a otros... Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no los maldigáis. Alegraos con los que se alegran, llorad con los que lloran... No volváis mal por mal» (
Rm 12,9-17).

3. Estas son las consignas que os dejo en recuerdo del primer encuentro, mientras os exhorto a invocar la ayuda y la protección de María Santísima, Reina de la Acción Católica:

— Ella, que es la Virgen de la ternura, os haga sentir siempre su amor y su consuelo;

— Ella, que es el "Trono de la Sabiduría", os ilumine para ser siempre fieles a la verdad, sabiendo que «todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús sufrirán persecuciones» (2Tm 3,12);

— Ella, que es nuestra esperanza, esté cerca de vuestras parroquias y vuestras diócesis, para que siempre seáis coherentes con el gran compromiso que se deriva de pertenecer a la Acción Católica.

91 Y os acompañe y ayude la bendición apostólica que muy de corazón os imparto, a vuestros consiliarios eclesiásticos, a vuestros dirigentes, a todos los miembros de la Acción Católica y a sus respectivas familias, como prenda de las mejores gracias celestiales.







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