Audiencias 1979 9

9 En virtud de esta catolicidad, “cada una de las partes colabora con sus dones propios con las restantes partes y con toda la Iglesia, de tal modo que el todo y cada una de las partes crecen a causa de todos los que mutuamente se comunican y tienden a la plenitud en la unidad. De donde resulta que el Pueblo de Dios... reúne a personas de pueblos diversos” (Lumen gentium LG 13).

Aquí tenemos ante los ojos la misma imagen del Evangelio de San Mateo que se lee en la Epifanía; sólo que está ampliada. El mismo Cristo, que aceptó en Belén como Niño los dones de los tres Magos, sigue siendo siempre Aquel ante quien los hombres y pueblos enteros “abren sus tesoros”. En el acto de esta apertura ante Dios Encarnado, los dones del espíritu humano adquieren valor particular; se convierten en los tesoros de las diversas culturas, riqueza espiritual de pueblos y naciones, patrimonio común de la humanidad. Este patrimonio se forma y acrecienta siempre a través del “intercambio de dones” de que habla la Constitución Lumen gentium. El centro de este intercambio es Él, el mismo que aceptó los dones de los Reyes Magos. El mismo, que es el Don visible y encarnado, suscita la apertura de los espíritus y el intercambio de dones del que viven no sólo cada hombre individualmente, sino también los pueblos, las naciones, la humanidad entera.

3. Toda la meditación anterior es, en cierto modo, introducción y prólogo de lo que quiero decir ahora.

Pues con la gracia de Dios mañana debo emprender un viaje a México, el primero de mi pontificado. Con ello quiero seguir las huellas del gran Papa Pablo y continuar la tradición que él inició. Voy a México, a Puebla, con ocasión de la Conferencia Episcopal de América Latina, que inaugura los trabajos el sábado próximo con la concelebración eucarística en el santuario de la Virgen de Guadalupe. Ya desde hoy quiero expresar mi gratitud a los representantes del Episcopado por su invitación; y a los representantes de las autoridades mexicanas, en especial al Presidente de la República, por su actitud acogedora ante este viaje que me permite cumplir un deber pastoral sumamente importante.

Hago referencia en este momento a la liturgia de la fiesta de Epifanía y también a las palabras de la Constitución Lumen gentium, que nos permiten echar una mirada a los dones particulares que el pueblo y la Iglesia que están en México han aportado y siguen aportando al tesoro común de la humanidad y de la Iglesia.

¿Quién no ha oído hablar al menos de los esplendores del antiguo México? De su arte, de sus conocimientos en el campo de la astronomía, de sus pirámides y templos, en los que se expresaba su ansia de lo divino, imperfecta ciertamente, y aún no iluminada.

Y, ¿qué decir de las catedrales e iglesias, palacios y casas consistoriales, construidos en México por artesanos mexicanos después de su cristianización? Dichos edificios son expresión elocuente de la maravillosa simbiosis que el pueblo mexicano ha sabido llevar a efecto entre los elementos mejores de su pasado y los de su futuro cristiano, en el que entonces se estaba introduciendo.

Pero México ha hecho grandes progresos también en época más reciente. Al lado de las famosas edificaciones del llamado estilo colonial, existen hoy en día rascacielos, grandes carreteras, impresionantes edificios públicos y complejos industriales del México moderno. Sin embargo —y aquí reside otro mérito suyo—, en medio del progreso político, técnico y civil moderno, el alma mexicana muestra claramente que quiere ser y permanecer cristiana; hasta en la música popular típica el mexicano canta su eterna nostalgia de Dios y su devoción a la Virgen Santa. Y en tiempos difíciles del pasado —ya felizmente superados—, el mexicano ha demostrado tener no sólo buenos sentimientos religiosos, sino también fortaleza y firmeza de una fe no indiferente, sino heroica por cierto, como muchos recordarán todavía.

Estoy convencido de que ante Cristo y su Madre se puede realizar aquella “apertura e intercambio de dones”, al que el Episcopado de América Latina, yo mismo y toda la Iglesia vinculamos tan grandes esperanzas para el futuro.

4. Volvamos una vez más aún a la descripción de San Mateo. El Evangelio dice que aquella “apertura de dones” de los Reyes Magos en Belén se llevó a cabo ante el Niño y su Madre.

Añadamos que esta situación sigue repitiéndose justamente así. ¿Acaso no lo demuestra la historia de México y la historia de la Iglesia en aquellas tierras? Al ir allá, me es motivo de gozo el poder pisar las huellas de tantos peregrinos que de toda América, y en especial de América Latina, caminan hacia el santuario de la Madre de Dios de Guadalupe.

10 Yo también vengo de una tierra y una nación cuyo corazón palpita en los grandes santuarios marianos, sobre todo en el santuario de Jasna Gora. Quisiera repetir de nuevo otra vez, como el día de la inauguración del pontificado, las palabras del mayor pacta poeta: “Virgen Santa, que defiendes la preclara Czestochowa y resplandeces en la Puerta Aguda...”.

Esto me permite entender al pueblo, a los pueblos, a la Iglesia, al continente cuyo corazón palpita en el santuario de la Madre de Dios de Guadalupe.

Espero también que ello me abra el camino hacia el corazón de aquella Iglesia, aquel pueblo y aquel continente.

Saludos

(A los enfermos y a los recién casados)

Deseo dirigir un saludo particular a los enfermos aquí presentes. Sobre todo quiero asegurarles que el Papa no los olvida, al contrario, siempre les reserva un puesto especial en su corazón y en sus oraciones ¡Animo!

Al mismo tiempo pretendo también formular un cordial deseo de pleno éxito para la "Jornada mundial de los Leprosos", que tendrá lugar aquí, en Roma, el próximo 28 de enero, con algunas iniciativas que culminarán en la concelebración eucarística presidida por el cardenal Vicario en la basílica de San Juan de Letrán. El Señor sostenga y fecundice el trabajo humilde pero espléndido de cuantos se dedican a hacer desaparecer este tremendo mal, como las religiosas de la Tercera Orden de San Francisco de Siracusa (Estados Unidos), algunas de las cuales están aquí presentes. También en este campo todos podemos mostrarnos como discípulos de nuestro Maestro y Señor Jesús, que ante los leprosos adoptó actitudes de bondad, no limitadas a la compasión, sino consistentes en concretas y prodigiosas intervenciones de salvación (cf.
Mc 1,40-41).

Que estos deseos sean fecundados por la asistencia divina, y a todos sirva de conforto mi paterna bendición apostólica.

Están hoy también presentes varias parejas de recién casados. Les dedico mis mejores deseos, asegurándoles una oración especial para que el Señor los asista y les bendiga en la nueva vida que inician juntos.

(A varias peregrinaciones)

Saludo, ahora, con gran cordialidad y con afecto paterno a la peregrinación de las diócesis de Civita Castellana, Orte y Gallese, y Nepi y Sutri, presidida por su obispo.

11 Queridísimos: Al manifestaras el aprecio y la satisfacción de mi espíritu, os agradezco esta significativa y grata visita, a la que correspondo con los mejores votos. Deseo que todos los aquí presentes, así como cuantos representáis. seáis «fuertes en la fe» (1P 5,9), «alegres en la esperanza» (Rm 12,12), defensores de la verdad y de la caridad (cf. Ep 4,15) para que podáis ofrecer en todo tiempo y lugar un testimonio sincero, luminoso y convincente de vida inspirada en la Persona, en la doctrina y en el ejemplo de Cristo (cf. Ac 1,8).

Confirmo tal deseo con la propiciadora bendición apostólica, que extiendo a todas vuestras familias y a las personas que­ridas.

Añado además un saludo pura los peregrinos de las parroquias, entre los que se destacan hoy especialmente por su número los de algunas parroquias romanas: la de los Santos Pedro y Pablo en el EUR, la del Santísimo Nombre de María en el barrio Appio-Latino, y la de Santo Tomás Moro en Vía Tiburtina.

A todos aseguro mi constante recuerdo en la oración y bendigo a todos de corazón.

(En español)

Amadísimos hermanos y hermanas:

La presencia de las cámaras de televisión mexicana en esta audiencia, me ofrece la grata oportunidad de enviar un afectuoso saludo, salido del corazón, a todos los queridísimos hijos mexicanos.

Sabéis que mañana., Dios mediante, daré comienzo al primer viaje de mi pontificado. Voy a México para inaugurar, con una celebración eucarística en el santuario de la Virgen de Guadalupe, los trabajos de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Quiero manifestar desde ahora mi gratitud a los representantes del Episcopado por su invitación, y a las autoridades mexicanas, en particular al Señor Presidente de la República, por su benevolencia que me permite cumplir un deber pastoral tan importante.

Voy a México, un país moderno, que ha sido y quiere ser cristiano; cuya alma, en la misma música popular, canta la nostalgia eterna de Dios y la devoción a la Santísima Virgen; sus sentimientos religiosos, la firmeza de su fe. han quedado bien demostrados en momentos históricos difíciles, a veces incluso de manera heroica.

Al igual que en mi tierra nativa, siento que el corazón late fuerte en el santuario de la Madre de Dios. Espero que Guadalupe me abra el camino al corazón de la Iglesia, de aquel pueblo y de todo aquel continente.

A todos mi bendición apostólica.



12

Febrero de 1979

Miércoles 7 de febrero de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas:

1. La III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano es un acontecimiento sobre el que se concentra la atención de toda la Iglesia y suscita gran interés aún en ambientes extraeclesiásticos. El hecho de que ésta sea la III Conferencia testifica que su historia, aunque breve, es muy significativa y fructuosa.

En 1955 el Papa Pío XII quiso convocar la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano —celebrada en Río de Janeiro del 25 de julio al 4 de agosto de 1955—, para examinar los problemas religiosos que también entonces levantaban angustias agudas por el continente entero; fue como escrutar los signos de los tiempos para sacar de ellos indicaciones de caminos cada vez más idóneos hacia la renovación y nuevo vigor de la actividad apostólica de la Iglesia. Especialmente la escasez del clero, surgida con evidencia dramática, impulsó a buscar colaboración más estrecha a nivel continental, cuyo instrumento iba a ser un consejo representativo de todos los Episcopados nacionales. La creación del CELAM fue el resultado primero y más relevante de la Conferencia: un resultado dinámico, abierto a desarrollos que adquirieron ritmo e importancia crecientes.

En 1968 el Papa Pablo VI, para poder adecuar mejor la misión de la Iglesia a las necesidades de América Latina a la luz de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, convocó la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en Medellín del 24 de agosto al 6 de septiembre de 1968. Objeto principal de este encuentro fue el estudio del tema: “La Iglesia en la transformación presente de América Latina a la luz del Concilio Vaticano II”.

Los detalles arriba indicados ilustran suficientemente sobre el modo cómo se ha formado y desarrollado, a lo largo de decenios, este órgano espléndido de colegialidad del Episcopado actual en el continente latinoamericano y que en este momento es el protagonista del acontecimiento denominado brevemente “Puebla”.

2. Como se sabe, esta abreviación proviene del nombre de la ciudad mexicana donde se desarrolla la III Conferencia General del Episcopado latinoamericano. He tenido la gran suerte de poderla inaugurar personalmente, presidiendo la con celebración en el santuario de la Madre de Dios de Guadalupe, el sábado 27 de enero, y pronunciando un discurso el domingo 28 de enero al comenzar las sesiones en el seminario mayor de Puebla. De todos modos, querría llamar la atención especialmente sobre el método de trabajo y sobre el modo tan perspicaz y preciso de la preparación de la misma Conferencia.

Antes de llegar a la formulación de las tesis principales contenidas en el “Documento de Trabajo”, que consta de un total de 172 páginas, cada Conferencia Episcopal de América Latina ha trabajado sobre la pauta del “Documento de Consulta”, preparando sus propios juicios, observaciones y propuestas en relación al tema de la III Conferencia, que se ha formulado así: “La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”. Es fácil intuir que las fuentes de este tema se han buscado principalmente en los trabajos de las Asambleas ordinarias del Sínodo de los Obispos celebradas en Roma en los años 1974 y 1977: recordemos que el tema de estas Asambleas fue respectivamente: la “evangelización en el mundo contemporáneo” y la “catequesis con referencia especial a los jóvenes”.

El fruto del intercambio de experiencias, propuestas y sugerencias del Sínodo de los Obispos de 1974 fue la Exhortación Apostólica de Pablo VI Evangelii nuntiandi, uno de los documentos más característicos, significativos y fructíferos de su pontificado.

Tal es la génesis —muy clara como se ve— de la actual Conferencia del CELAM, por lo que se refiere al tema. La iniciativa de tratar este tema de carácter universal-eclesiástico, esto es, la “evangelización” con referencia a América Latina, se remonta al año 1976. En todo caso, el ciclo completo de su preparación ha ocupado dos años enteros. En este período las Conferencias Episcopales nacionales, aprovechando también las colaboraciones ofrecidas por cada uno de los sectores de las comunidades eclesiales locales, prepararon su aportación para la redacción del “Documento de Trabajo”, esto es, del documento que debía servir como punto de referencia para los trabajos de la Conferencia de Puebla, y sobre cuya pauta se debía proceder al intercambio de experiencias, propuestas y sugerencias: lo que justamente se está realizando ahora en Puebla.

13 Cada una de las Conferencias Episcopales, además de estar representadas por sus respectivos Presidentes, han nombrado un número de delegados proporcionado al número global de obispos que forman parte de la misma Conferencia. Más aún, han sido invitados a Puebla representantes de los diversos sectores del Pueblo de Dios: sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos y laicos.

3. Puede ser que algunos de los que hoy me están escuchando conozcan ya los pormenores antes indicados referentes a la Conferencia de Puebla. Pero he creído oportuno sintetizarlos ahora por dos motivos:

Antes de nada, en atención a la importancia del acontecimiento que se llama “Puebla”. Al mismo tiempo, para expresar mi alegría por cuanto que las enseñanzas sobre la colegialidad del Episcopado, recordadas por el Concilio Vaticano II, se encarnan de manera tan espléndida en la vida y fructifican en nuestros días.

Valdría la pena abrir aquí de nuevo el texto de la Constitución Dogmática Lumen gentium, por el capítulo III, y releer con atención todos sus párrafos.

Sería necesario recordar muchos pasajes del Decreto Christus Dominus sobre los deberes pastorales de los obispos.

Detengámonos en algunas frases: “Así como por disposición del Señor San Pedro y los demás Apóstoles forman un solo Colegio Apostólico, de modo análogo se unen entre sí el Romano Pontífice, Sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los Apóstoles. Ya la disciplina más antigua, según la cual los obispos esparcidos por todo el orbe comunicaban entre sí y con el Obispo de Roma en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la paz, y también los Concilios convocados para decidir en común el tema que fuera, incluso muy importante, sometiendo la resolución al parecer de muchos, expresan la naturaleza y la forma colegial del orden episcopal, confirmada manifiestamente por los Concilios Ecuménicos celebrados a lo largo de los siglos” (Lumen gentium
LG 22).

El Concilio es la expresión más plena de la colegialidad del ministerio episcopal en la Iglesia. Sus otras manifestaciones no tienen significado tan fundamental. No obstante, son muy necesarias, útiles y a veces absolutamente indispensables. Esto se refiere tanto a instituciones colegiales —entre éstas se desarrollan ahora preferentemente en la Iglesia occidental las Conferencias Episcopales—, como también a diversas formas de actuación colegial.

La actual Conferencia de Puebla es cabalmente una de estas formas de actuación colegial del Episcopado latinoamericano. Ciertamente, cada una de las instituciones colegiales, así como las formas de la actuación colegial de los Episcopados, corresponden de manera particular a las exigencias de nuestros tiempos.

4. La Constitución Dogmática Lumen gentium utiliza precisamente la expresión corpus episcopale (cuerpo episcopal), cuando habla de la colegialidad de los obispos. Parece que aquí se encierra una analogía todavía más profunda en relación a toda la Iglesia, a la que como bien sabemos, San Pablo llamaba: “el Cuerpo de Cristo” (cf. Rm 12,5 1Co 1,13 1Co 6,12-20 1Co 10,17 1Co 12,12 1Co 12,27 Ga 3,28 Ep 1,2-23 Ep 2,16 Ep 4,4, Col Ep 1,24 Ep 3,15). Por medio de esta última analogía entramos ya profundamente en el misterio íntimo de la Iglesia: en la unión de vida que ella toma de Cristo.

El corpus episcopale se refiere a la estructura externa más importante de la Iglesia: su unidad jerárquica. De todos modos, esta estructura externa está al servicio del misterio interior de la Iglesia: del Cuerpo místico de Cristo. Precisamente por esta razón y por este fin, ella, es decir, esta estructura, es también “cuerpo”: el cuerpo, o sea, el Colegio Episcopal.

Durante el tiempo en que este Colegio, es decir, el “cuerpo” dedica sus trabajos al problema de la evangelización “en el presente y en el futuro” del continente sudamericano, es necesario desear que el mismo Señor Jesús esté presente en medio de sus miembros y a través de ellos. Porque, así leemos en la citada Constitución Lumen gentium:

14 “En la persona, pues, de los obispos a quienes ayudan los presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice Supremo, está presente en medio de los fieles. Porque, sentado a la diestra del Padre, no está ausente de la congregación de sus pontífices, sino que, principalmente a través de su servicio eximio, predica la Palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes, y por medio de su oficio paternal (cf. 1Co 4,15) va congregando nuevos miembros a su Cuerpo con regeneración sobrenatural; finalmente, por medio de su sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad. Estos Pastores, elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1Co 4,1), a quienes está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (cf. Rm 15,16 .4ct Rm 20,24) y el glorioso ministerio del Espíritu y de la justicia” (cf. 2Co 3,8-9) (Lumen gentium LG 21).

A todos mi bendición apostólica.

Saludos

(A la peregrinación de la diócesis italiana de Senigallia)
Un saludo especial a los participantes en la peregrinación de la diócesis de Senigallia, presidida por el obispo mons. Odo Fusi Pecci, y organizada al concluir el centenario de la muerte del Santo Padre Pío IX.

Sois conciudadanos de un gran predecesor mío, que con su personalidad y su largo y difícil pontificado marcó una época crucial de la historia de la Iglesia y de Italia. Sirva su memoria para hacer de todos nosotros miembros cada vez más responsables en el ámbito de la comunidad cristiana y constantemente sensibles a la voluntad de Dios, que se manifiesta en los signos de los tiempos.

(A los enfermos)
Deseo dirigir un saludo particularmente cordial a todos los enfermos aquí presentes. Queridísimos, sabed que vuestro sufrimiento, unido al de Cristo, viene a ser un medio precioso de redención y salvación en beneficio también de vuestros hermanos.

Os acompañe la gracia y la paz del Señor en cada día de vuestra vida. Este es mi deseo y mi oración para cada uno de vosotros, mientras os bendigo de corazón.

(A los recién casados)
Quiero dirigir ahora una cordial y paterna bienvenida a todos los nuevos esposos aquí presentes y en particular a los que, perteneciendo al Movimiento de los Focolares, han participado en un curso de espiritualidad familiar celebrado en Rocca di Papa.

15 Sed bienvenidos al Vicario de Cristo para recibir su bendición sobre vuestra unión, a la que el Apóstol San Pablo llama «sacramento grande» (cf. Ep 5,32), comparándola con la unión íntima y profunda de Cristo el Señor con su Iglesia.

En efecto, la comunión de vida que habéis aceptado con libre y responsable consentimiento, la quiere el mismo Creador, para quien esa comunión no puede estar sujeta al arbitrio humano, sino que debe conformarse al plan divino que la ha establecido única e indisoluble, precisamente para bien del hombre.

Abrid el ánimo a la confianza serena: en la medida en que viváis vuestra unión en relación filial y en oración con el Señor, no podrán faltaros los auxilios para desarrollar vuestra misión sublime y os será concedido saborear también en esta tierra las verdaderas alegrías del corazón que nadie podrá quitaros.

Os acompañe mi bendición en vuestro camino confiado.

(A la comunidad del "Circo Americano")
Tenernos hoy entre nosotros a la comunidad del "Circo Americano", que ha vuelto ahora a Roma después de una gira de tres años fuera de Italia. Sé que entre sus muchos componentes de diversas naciones, hay también algunos ciudadanos polacos. Pues bien, a vosotros y a toda esta gran familia circense, dirigida por el señor Enis Togni, va mi saludo sincero y el deseo cordial de que vuestra itinerante profesión artística contribuya verdaderamente a repartir alegría y serenidad a los hombres que encontráis en vuestro camino.

Mientras nos disponemos gustosamente a asistir al breve espectáculo que gentilmente habéis querido ofrecernos, os aseguro que os acompaña siempre mi particular bendición.

(A la Orquesta y a la compañía de canto de la "Staatsoper" de Munich)
En la audiencia de hoy vaya un especial saludo de bienvenida para la Orquesta de la Opereta de la ciudad de Munich, que actúa como invitada en representaciones aquí en Roma. Quiera este valioso intercambio cultural, que vence barreras, servir para un enriquecimiento de los intercambiantes como para profundizar el conocimiento y lazo de unión entre los pueblos.



Miércoles 14 de febrero de 1979



Queridos hermanos y hermanas:

16 1. “La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina”. Sobre este tema ha trabajado la III Conferencia General del Episcopado de aquel continente desde el 27 de enero al 13 del corriente mes de febrero. Ayer la Conferencia terminó sus trabajos. Hoy quiero, en unión con mis hermanos en el Episcopado participantes en esa Conferencia, en unión de los Episcopados de todo el continente latinoamericano, dar gracias al Espíritu Santo por el conjunto de estos trabajos. Quiero dar gracias al Espíritu de nuestro Señor Jesucristo y a su Madre, Esposa del Espíritu Santo. Precisamente a sus pies en el santuario de Guadalupe iniciamos juntos la III Conferencia.

Cuando oímos la palabra “evangelización”, nos viene a la mente la frase de San Pablo: “Porque si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí si no evangelizara!” (
1Co 9,16). Estas palabras que brotan de lo más profundo del alma del Apóstol son el grito de la Iglesia de nuestros tiempos. Han venido a ser el testamento de Pablo VI, que encontró su expresión en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi. Ahora vienen a ser las palabras de fe, esperanza y caridad del Episcopado latinoamericano. Porque la fe, esperanza y caridad deben ser traducidas a lenguaje de responsabilidad por el Evangelio, por su anunció tal como lo formuló San Pablo Apóstol.

2. La evangelización en el continente americano es ante todo herencia de siglos. Si hablamos del presente y del futuro de esta evangelización, no podemos olvidar su “ayer”, su pasado. De esto hablé, durante el reciente viaje, en la primera homilía que pronuncié en la Misa concelebrada en Santo Domingo. “Desde los primeros momentos del descubrimiento –decía—, la preocupación de la Iglesia se pone de manifiesto para hacer presente el Reino de Dios en el corazón de los nuevos pueblos, razas y culturas... El suelo de América estaba preparado por corrientes de espiritualidad propia para recibir la nueva sementera cristiana”.

Aquel “ayer” de la evangelización de los hombres y de los pueblos del continente latinoamericano se ha notado constantemente durante mi visita a México, y ha creado lo específico de todo el viaje. En todas partes encontré templos espléndidos que recordaban las primeras generaciones de la Iglesia y del cristianismo en aquella tierra. Pero sobre todo encontré hombres vivos que han aceptado como propio el Evangelio que les anunciaron en el Nuevo Mundo los misioneros provenientes del Viejo Mundo, e hicieron de él la sustancia de su propia vida. Ciertamente aquel encuentro de los recién llegados de Europa con los indígenas no fue fácil. Se tiene la impresión de que estos últimos no hayan aceptado del todo lo que es europeo; que, de alguna manera, trataron de esconderse en sus propias tradiciones y en la cultura nativa. Pero al mismo tiempo se tiene la impresión de que hayan aceptado a Jesucristo y a su Evangelio; que en aquella comunidad de fe se haya realizado un encuentro de lo “viejo” con lo “nuevo”, y esto se halla en la base no sólo de la vida de la Iglesia, sino de la misma sociedad mexicana. La continuidad de la fe ha pasado —como todos sabemos— pruebas graves y oposiciones duras. Es difícil resistir a la impresión, que se impone con insistencia, de que en el crisol de esas pruebas y oposiciones la comunidad se ha robustecido y ha profundizado. Lleva consigo las señales de una gran sencillez y de la victoria espiritual de la fe, a pesar de las circunstancias que podrían testificar en contra y que, considerando las cosas desde el punto de vista humano, podrían entristecer.

3. “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (He 13,8).

Los representantes del Episcopado reunidos en Puebla, reflexionando sobre la evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, eran conscientes del hecho que la Iglesia como Cuerpo de Cristo y fiel Esposa suya, la Iglesia como Pueblo de Dios, no puede romper jamás con el pasado, con la tradición, pero tampoco puede contentarse con mirar sólo al pasado: la Iglesia (“retrooculata: mirando atrás”), debe ser al mismo tiempo siempre la Iglesia que mira al futuro (Ecclesiaanteoculata: Iglesia mirando adelante”). A este futuro, a los hombres que ya existen y a los que vendrán, la Iglesia debe revelar siempre a Jesucristo, misterio de salvación pleno y no mermado. Este misterio es un misterio eterno en Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. El misterio que en el tiempo ha venido a ser una Realidad Divino-Humana, que se llama Jesucristo.

El es una realidad histórica y al mismo tiempo está sobre la historia, “es el mismo ayer y hoy y por los siglos” (He 13,8).

Es una realidad que no queda fuera del hombre; la razón de su existir, ser y obrar en el hombre; construir la fuente y el fermento de la vida nueva en cada hombre.

Evangelizar significa actuar en esta dirección para que la fuente y el fermento de vida nueva brillen en los hombres y en las generaciones siempre nuevas.

Evangelizar no quiere decir sólo hablar “de Cristo”. Anunciar a Cristo significa obrar de tal manera que el hombre —a quien se dirige este anunció— “crea”, es decir, se vea a sí mismo en Cristo, encuentre en Él la dimensión adecuada de su propia vida; sencillamente, que se encuentre a sí mismo en Cristo.

El hombre que evangeliza, que anuncia a Cristo es el ejecutor de esta obra, pero sobre todo lo es el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesucristo. La Iglesia que evangeliza permanece sierva e instrumento del Espíritu.

17 El hecho de encontrarse a sí mismo en Cristo, que es precisamente el fruto de la evangelización, viene a ser la liberación sustancial del hombre. El servicio al Evangelio es servicio a la libertad en el Espíritu. El hombre que se ha encontrado a sí mismo en Cristo, ha encontrado el camino de la consiguiente liberación de la propia humanidad a través de la superación de sus limitaciones y debilidades; a través de la liberación de la propia situación de pecado y de las múltiples estructuras de pecado que pesan sobre la vida de la sociedad y de los individuos.

Con no menor claridad debemos referirnos a esta verdad tan fuertemente expresada por San Pablo, en la misión evangelizadora en el continente americano y en todas partes.

4. El futuro de la evangelización se identifica con la realización del programa grande y múltiple delineado por el Concilio Vaticano II.

La Iglesia, para que pueda cumplir su misión con relación al “mundo”, debe reforzarse profundamente en el propio misterio, debe construir a fondo la propia comunidad, la comunidad del Pueblo de Dios, basada en la sucesión apostólica, en el ministerio jerárquico, en la vocación al servicio exclusivo a Dios en el sacerdocio y en la vida religiosa, en el laicado consciente de sus propios deberes apostólicos.

El mundo latinoamericano espera que la Iglesia cumpla su misión propia en sus confrontaciones. Lo espera también cuando en la confrontación de la Iglesia y el Evangelio, manifiesta contestación e indiferencia.

Todo esto no debe desalentar en su amor a los apóstoles de Cristo y a los servidores del Evangelio.

Mis queridos hermanos en el Episcopado del continente latinoamericano dan testimonio de que “el amor de Cristo los urge” (cf.
2Co 5,14), de que están prontos a “predicar la palabra, a insistir a tiempo y a destiempo, a reprender, a vituperar y exhortar con toda longanimidad y doctrina” (cf. 2Tm 4,2), como dice San Pablo, para que las comunidades confiadas a su cuidado de pastores y maestros “no aparten los oídos de la verdad para volverlos a las fábulas” (cf. 2Tm 4,4).

Mis hermanos en el Episcopado del continente latinoamericano están prontos, en unión con sus sacerdotes, religiosos y religiosas, con todo el laicado celoso, a interpretar los “signos de los tiempos” para formar a todo el Pueblo de Dios en la justicia, en la verdad y en el amor.

El Señor los bendiga en todo este trabajo.

Permítales ver los frutos de este celo y de esta cooperación, cuya prueba es la III Conferencia General de Puebla.

Que la Iglesia en el continente latinoamericano, fuerte por la tradición de la primera evangelización, se fortalezca de nuevo con la conciencia de todo el Pueblo de Dios, con la fuerza de las propias vocaciones sacerdotales y religiosas, con sentido profundo de responsabilidad por un orden social fundado en la justicia, en la paz, en el respeto a los derechos del hombre; en la adecuada distribución de los bienes, en el progreso de la instrucción pública y de la cultura.

18 Les deseamos todo esto.

Sigamos rogando sin cesar por tal intención de América Latina todos nosotros aquí reunidos y toda la Iglesia, invocando la intercesión de la Madre de Dios de Guadalupe, a cuyos pies dimos comienzo a nuestros trabajos.

Amén.

Saludos

(A los enfermos)
Deseo reservar una palabra especial y un saludo afectuoso a loa enfermos aquí presentes. En la sugestiva ceremonia de San Pedro el domingo pasado, los enfermos tuvieron el primer puesto. Todos los que sufren en el cuerpo o en el alma ocupan siempre el primer puesto en el corazón del Papa. Por tanto, queridos enfermos, mi oración por vosotros es pidiendo que la fortaleza cristiana no os abandone en ninguna circunstan­cia. y os sirva de consuelo interior el apoyar vuestro sufrimiento en la cruz de Jesús. Con el deseo de que tengáis toda ayuda divina y humana, os bendigo cordialmente, y con vosotros bendigo a vuestros familiares y a cuantos os están cercanos.

(A los recién casados)
Seáis bendecidos también vosotros. queridísimos recién casados. Gracias por vuestra presencia. Vuestra nueva vida ha comenzado ante el altar del Señor con el sello de un rito sacramental; no olvidéis jamás que sois esposos cristianos elevados a la dignidad de colaboradores de Dios en la procreación y educación de los hijos que Dios os conceda. El Papa ora por vosotros y os acompaña con su deseo de una existencia familiar serena y virtuosa, y con una bendición cordial.

(A los focolarinos)

Mi saludo cordial va hoy al grupo de cuarenta hermanos en el Episcopado de varios continentes y países; se trata de obispos "amigos" del Movimiento de Focolarinos, reunidos estos días en el centro "Mariápolis" de Rocca di Papa, por iniciativa del obispo de Aquisgrán, mons. Klaus Hemmerle, a fin de vivir juntos una experiencia de comunión espiritual. A vosotros, venerados hermanos, el augurio de que podáis realizar en este tiempo de meditación, oración y reflexión conjunta, la unidad de mente y corazón que pidió Jesús intensamente al Padre para sus discípulos en la última Cena: «Que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que Tú me has enviado» (
Jn 17 Jn 21).

Un saludo afectuoso y paterno deseo dirigir a los trescientos cincuenta sacerdotes de distintas diócesis europeas que participan, también ellos, en un congreso organizado por el Movimiento de Focolarinos en el centro "Mariápolis". Estoy cierto de que estos días son para vosotros, hijos queridísimos, días de gracias divinas que harán más intenso y fecundo vuestro ministerio. Por ello, con San Pablo, «ruego que vuestra caridad crezca más y más en conocimiento y en toda dis­creción, para que sepáis discernir lo mejor» (Ph 1,9 es.), y llevéis a Jesús a las almas. Os bendigo paternamente.

19 (A los participantes en el IX congreso nacional italiano de ecónomos de comunidades)

Ahora deseo dirigir un saludo particular a loa religiosos y religiosas aquí presentes, que están tomando parte estos días en su congreso anual, organizado por el Centro Nacional de Ecónomos de Comunidades. Conozco bien los gravosos deberes que os están encomendados en la administración delicada de vuestras casas religiosas, hospitales, residencias de ancianos, guarderías infantiles, centros de subnormales, etc. Os aseguro que os comprendo y, sobre todo, que oro para que sepáis unir la acción a la contemplación, y así cumplir mejor vuestro deber, tan rico de méritos y de provecho ante los hombres, y tan valioso ante Dios. A este fin os conforte mi bendición especial que imparto de corazón a los congresistas y a cada uno de los miembros de vuestros ins­titutos respectivos.

(A la parroquia de Portomaggiore de Ravena)

Me da alegría poder dar una bienvenida cordial a la nutrida peregrinación de la parroquia de Portomaggiore de la diócesis de Ravena, que trae a esta sala la "primera piedra" de la casa de reposo que la caridad cristiana se pro-pone construir para los ancianos de la parroquia. Queridísimos: Con sumo gusto bendigo la iniciativa de la nueva casa y, con ella, la primera piedra que es el signo tangible y que representa a Cristo, en la alegoría bíblica, convertido con la resurrección en "piedra angular" del nuevo Pueblo de Dios (cf.
1P 2,4-9). Os expreso mi aplauso por el testimonio de solidaridad cristiana que ofrecéis hoy; y en señal de afecto paterno bendigo a todos los organizadores de esta peregrinación, junto con vuestro celoso arzobispo, mons. Ersilio Tonini, y con vuestro arcipreste, a la vez que pidiendo dones selectos al Señor y la protección celestial de la Virgen, imparto a vosotros y a los seres queridos que quedaron en casa, la propiciadora bendición apostólica.

A continuación Juan Pablo II entonó el canto del Paternóster e impartió la bendición apostólica. Seguidamente, en una sala contigua a la de Pablo VI, el Santo Padre saludó personalmente a cada uno de los obispos que habían asistido a la audiencia.






Audiencias 1979 9