Audiencias 1979 19

Miércoles 21 de febrero de 1979



1. También hoy quiero referirme al tema de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano: a la evangelización. Es un tema fundamental, un tema que siempre es de actualidad. La Conferencia que ha concluido sus trabajos en Puebla el día 13 del corriente mes de febrero da testimonio de ello. Es, además, tema del “futuro”, el tema que la Iglesia debe vivir continuamente y prolongar en el porvenir. Por eso el tema constituye la perspectiva permanente de la misión de la Iglesia.

Evangelizar quiere decir hacer presente a Cristo en la vida del hombre en cuanto persona, y al mismo tiempo en la vida de la sociedad. Evangelizar quiere decir hacer todo lo posible, según nuestra capacidad, para que el hombre “crea”; para que el hombre se descubra a sí mismo en Cristo, para que descubra en Él el sentido y la dimensión adecuada de la propia vida. Este descubrimiento es, al mismo tiempo, la fuente más profunda de la liberación del hombre. San Pablo lo expresa cuando escribe: “Para que gocemos de libertad, Cristo nos ha hecho libres” (Ga 5,1).
Así, entonces, la liberación es ciertamente una realidad de fe, uno de los temas bíblicos fundamentales, inscritos profundamente en la misión salvífica de Cristo, en la obra de redención, en su enseñanza. Este tema nunca ha cesado de constituir el contenido de la vida espiritual de los cristianos. La Conferencia del Episcopado Latinoamericano atestigua que este tema retorna en un nuevo contexto histórico; por eso se debe tomar de nuevo en la enseñanza de la Iglesia, en teología y en pastoral. Debe ser tomado en su propia profundidad y en su autenticidad evangélica. Sí, muchas circunstancias hacen que sea tan actual. Es difícil mencionar aquí todas. Ciertamente lo reclama aquel “deseo universal de la dignidad” del hombre de que habla en Concilio Vaticano II. La “teología de la liberación” viene frecuentemente vinculada (alguna vez demasiado exclusivamente) a América Latina; pero es preciso dar la razón a uno de los grandes teólogos contemporáneos (Hans Urs von Balthasar), que exige justamente una teología de la liberación de alcance universal. Sólo los contextos son diversos, pero es universal la realidad misma de la libertad “con la que Cristo nos ha hecho libres” (Ga 5,1). Tarea de la teología es encontrar su verdadero significado en los diversos y concretos contextos históricos y contemporáneos.

2. Cristo mismo vincula de modo particular la liberación con el conocimiento de la verdad: “Conoceréis la verdad, y la verdad os librará” (Jn 8,32). Esta frase atestigua sobre todo el significado íntimo de la libertad por la que Cristo nos libera. Liberación significa transformación interior del hombre, que es consecuencia del conocimiento de la verdad. La transformación es, pues, un proceso espiritual en el que el hombre madura “en justicia y santidad verdaderas” (Ep 4,24). El hombre así maduro internamente, viene a ser representante y portavoz de tal “justicia y santidad verdaderas” en los diversos ámbitos de la vida social. La verdad tiene importancia no sólo para el crecimiento de la sabiduría humana, profundizando de este modo la vida interior del hombre; la verdad tiene también un significado y una fuerza profética. Ella constituye el contenido del testimonio y exige un testimonio. Encontramos esta fuerza profética de la verdad en la enseñanza de Cristo. Como Profeta, como testigo de la verdad, Cristo se opone repetidamente a la no-verdad; lo hace con gran fuerza y decisión, y frecuentemente no duda en condenar lo falso. Volvamos a leer cuidadosamente el Evangelio; allí encontraremos no pocas expresiones severas, por ejemplo, “sepulcros blanqueados” (Mt 23,27), “guías ciegos” (Mt 23,16), “hipócritas” (Mt 23,13 Mt 23,15 Mt 23,23 Mt 23,25 Mt 23,27 Mt 23,29), que Cristo pronuncia, consciente de las consecuencias que le esperan.

Por lo tanto, este servicio a la verdad, como participación en el servicio profético de Cristo, es un deber de la Iglesia, que trata de cumplirlo en diversos contextos históricos. Es necesario llamar por su propio nombre a la injusticia, a la explotación del hombre sobre el hombre, o bien, a la explotación del hombre por parte del Estado, de las instituciones, de los mecanismos de sistemas y regímenes que actúan algunas veces sin sensibilidad. Es necesario llamar por su nombre a toda injusticia social, discriminación, violencia infligida al hombre contra el cuerpo o el espíritu, contra su conciencia y sus convicciones. Cristo nos enseña una sensibilidad particular hacia el hombre, hacia la dignidad de la persona humana, hacia la vida humana, hacia el espíritu y el cuerpo humano. Esta sensibilidad da testimonio del conocimiento de aquella “verdad que nos hace libres” (Jn 8,32). No está permitido al hombre ocultar esta verdad ante sí mismo. No le está permitido “falsificarla”. No le está permitido hacer de esta verdad un objeto de “subasta”. Es necesario hablar de ella de modo claro y sencillo. Y no para “condenar” a los hombres, sino para servir a la causa del hombre. La liberación, también en el sentido social, comienza por el conocimiento de la verdad.

20 3. Nos detenemos en este punto. Es difícil expresar en un breve discurso todo lo que comporta este gran tema, que tiene muchos aspectos y sobre todo muchos niveles. Subrayo: muchos niveles, porque en este tema es necesario ver al hombre según los diversos componentes de toda la riqueza de su entidad personal y al mismo tiempo social: entidad “histórica y a la vez, de algún modo, “supratemporal”. (De esta “supratemporalidad” del hombre da testimonio, entre otros, la historia). La entidad que es la “caña pensante” (cf. B. Pascal, Pensées, 347) —se sabe cuán frágil es la caña—, precisamente porque es “pensante”, se supera siempre a sí misma; lleva dentro de sí el misterio trascendental y una “inquietud creativa” que dimana de él.

Por ahora nos detenemos en este punto. La teología de la liberación debe ser sobre todo fiel a toda la verdad sobre el hombre, para poner en evidencia, no sólo en el contexto latinoamericano, sino también en todos los contextos contemporáneos, qué realidad es esta libertad “con la que Cristo nos ha liberado”.

¡Cristo! Es necesario hablar de nuestra liberación en Cristo, es necesario anunciar esta liberación. Es necesario insertarla en toda la realidad contemporánea de la vida humana. Lo reclaman muchas circunstancias, muchas razones. Precisamente en estos tiempos en los que se pretende que la condición de la “liberación del hombre” sea su liberación “de Cristo”, esto es, de la religión; precisamente en estos tiempos debe llegar a ser cada vez más evidente y cada vez más plena para todos nosotros la realidad de nuestra liberación en Cristo.

4. “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (
Jn 18,37).

La Iglesia, mirando a Cristo, que da testimonio de la verdad en todas partes y siempre, debe preguntarse a sí misma y en cierto sentido también al “mundo” contemporáneo, en qué modo hace surgir el bien del hombre, en qué modo libera las energías del bien en el hombre: a fin de que él sea más fuerte que el mal, que cualquier mal moral, social, etc. La III Conferencia del Episcopado Latinoamericano da testimonio de la disponibilidad para asumir este esfuerzo. Queremos no sólo encomendar a Dios este esfuerzo, sino también continuarlo para bien de la Iglesia y de toda la familia humana.

Saludos

Un grupo español de "Rocieros por el mundo" entonó en presencia del Papa una sevillana rociera a la Virgen, Blanca Paloma, y el Papa agradeció después con estas palabras en perfecto castellano: «Muchas gracias por el canto».

(Antes de dar lectura a su catequesis)
Quisiera saludar a todos y a cada uno, no sólo en grupo, sino a cada persona. Saludo a los sacerdotes y religiosos, a mis hermanos en el Episcopado y, por último, por ser el primero, al cardenal arzobispo de Boston.

(Después de la catequesis)

De entre los grupos de lengua española que participan en esta audiencia quiero resaltar la presencia calificada de los miembros de la Cuarta Conferencia Interparlamentaria de la Comunidad Europea y del Parlamento Latinoamericano.

21 Vaya a todos ellos mi especial y deferente saludo, junto con mis mejores deseos de bienestar personal y para sus respectivas naciones.

(En italiano)

(A los recién casados)
Deseo después reservar una palabra especial a los recién casados y a los 150 esposos que están siguiendo un curso de catequesis conyugal organizado por la Acción Católica Italiana. Gracias por vuestra presencia. Sois portadores de un gran sacramento que sitúa vuestro amor en una relación misteriosa y, sin embargo, real, con el amor mismo de Cristo a la Iglesia; el amor de Dios que en Cristo se ha manifestado plenamente en la historia humana, desea hacerse visible al mundo en vuestro amor nupcial. Esposos cristianos: ¡Una gran tarea os corresponde! Debéis testimoniar ante todos que es posible, hermoso, noble, el amor fiel en toda circunstancia, abierto generosamente a la vida, capaz de comprender y perdonar siempre, en diálogo confiado y constante con la bondad paterna de Dios. En esta misión trascendental os acompañen mis buenos deseos y mi bendición afectuosa.

(A los enfermos)
Mi saludo se dirige ahora con afecto paterno a los enfermos aquí presentes, en particular a los del hospital romano de Santa María de la Piedad. Queridísimos: Tenéis un puesto privilegiado en el corazón del Papa, como bien sabéis. Si fuera posible, quisiera acercarme a cada uno de vosotros y a cada cristiano probado por el sufrimiento, para escuchar sus confidencias y decirle personalmente con toda convicción "gracias" en nombre de toda la Iglesia, porque con su sufrimiento, quien padece «suple en su carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo, que es la Iglesia» (cf. Col
Col 1,24). Que el Señor os ayude a dar plenitud de sentido por la fe y el amor, a las tribulaciones de cada día; os sostenga con el consuelo interior de su presencia fortalecedora; y os conceda obtener pronto la curación completa, si es de su agrado. Para todos vosotros y para quienes os cuidan, pido los dones de la bondad divina, mediante una bendición apostólica especial.

(A una peregrinación de la archidiócesis de Ferrara y de la diócesis de Comacchio)
Dirijo un saludo cordial y afectuoso a la nutrida peregrinación de la archidiócesis de Ferrara y de la diócesis de Comacchio, presidida por el arzobispo, mons. Filippo Franceschi. Queridísimos hermanos y hermanas: Tengo presente en este momento la historia gloriosa de vuestras ciudades, sus numerosas instituciones benéficas al servicio del hombre, y sobre todo conozco la fe sincera que anima a vuestras comunidades eclesiales, y es la vida del seminario y de todas las formas de apostolado cristiano que ponen en práctica las orientaciones del Concilio Vaticano II. Al agradeceros vuestra visita, que tanto valoro, os exhorto y animo a ser cada vez más generosos en la fidelidad a vuestras tradiciones nobles y genuinas; y a hacer crecer esa fidelidad en clima de solidaridad abierta y leal. A todos imparto mi bendición apostólica.

(A una peregrinación de la diócesis de Patti)
Un saludo también a los peregrinos de la diócesis de Patti, venidos aquí con su Pastor, mons. Carmelo Ferraro, no sólo para mostrar su amor al Sucesor de Pedro, sino también para que bendiga la "primera piedra" del "Centro de promoción en favor de la vida", que se erigirá junto al célebre santuario de Nuestra Señora de Tíndari. Al agradeceros este doble homenaje, queridísimos hermanos y hermanas, deseo augurar, al bendecir la primera piedra, que la obra que se está emprendiendo sea sostenida generosamente por todos, a fin de que no sólo se construya de manera digna de la importancia y nobleza de sus fines, sino que contribuya sobre todo a la defensa valiente del hombre, poniendo de relieve sus valores sagrados y el derecho inalienable a la vida. A vosotros y vuestras familias, mi bendición apostólica, prenda de protección divina.

(Al grupo de Hermanitas de Jesús)
22 Entre tantos grupos beneméritos me complazco en saludar al grupo de Hermanitas de Jesús y a su querida fundadora. Vuestras fraternidades garantizan en el corazón del mundo una presencia de Cristo en clima de oración y amistad. Mis votos y bendición os acompañen en todos los sitios a donde vayáis.

(A los alumnos de la "Escuela de la Fe", de Friburgo, Suiza)
Saludo también a los alumnos de la "Escuda de la Fe", de Friburgo. Queridos amigos: Aprended a descubrir mejor a Cristo en el estudio de su Palabra, en la oración litúrgica y en la vida fraterna; y en consecuencia, sabed compartir su Buena Nueva con amplitud, como auténticos discípulos. ¡Animo a todos!

(A los ugandeses residentes en Roma)
Me siento especialmente feliz al dar la bienvenida a los ugandeses residentes en Roma. Vuestra presencia aquí expresa vuestra participación en el centenario de la evangelización de vuestro país. Y también, vuestra presencia me da oportunidad de manifestar de nuevo mi estima y afecto a la Iglesia que está en vuestro país, y alabar y dar gracias al Señor que por el poder del Espíritu Santo ha hecho producir frutos abundantes de santidad y justicia en la vida de generaciones de ugandeses. Que en esta importante ocasión, todos seáis renovados en el gozo y la fuerza de la vida en Jesucristo, el Hijo de Dios y Salvador del mundo.

(A las Hermanas Franciscanas de Salzkotten, Alemania)
Quisiera dirigir un especial saludo al capítulo general de las Franciscanas de Salzkotten. Vuestra comunidad tiene como carisma propio la oración por la Iglesia, unida a un servicio social a los desvalidos y enfermos. Permaneced fieles a vuestra fundadora en esta misión, que aún hoy sigue estando llena de sentido y de gran urgencia.

La difusión de vuestra congregación, más allá de las fronteras y culturas, es algo maravilloso. El equilibrio entre unidad y pluralidad, que vosotras debéis crear con prudencia, realismo y a veces incluso con sacrificios, significa también una fuerte ayuda para toda la Iglesia, cuya unidad, que se expande por todo el mundo, está representada en vuestra comunidad.

Deseo de corazón a este capítulo general la bendición y el auxilio de Dios para un acontecimiento, que honra a la Iglesia y da gloria a Dios.





Miércoles 28 de febrero de 1979

La Cuaresma, camino hacia la Pascua

23 1. Nos encontramos hoy en el primer día de Cuaresma, miércoles de ceniza. En esta jornada, al comenzar el período de cuarenta días de preparación a la Pascua, la Iglesia nos impone la ceniza sobre la cabeza y nos invita a la penitencia. La palabra “penitencia” se repite en muchas páginas de la Sagrada Escritura, resuena en la boca de tantos Profetas y, en fin de modo particularmente elocuente, en la boca del mismo Jesucristo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos está cerca” (Mt 3,2). Se puede decir que Cristo introdujo la tradición del ayuno de cuarenta días en el año litúrgico de la Iglesia, porque Él mismo “ayunó cuarenta días y cuarenta noches” (Mt 4,2), antes de comenzar a enseñar. Con este ayuno cuadragesimal la Iglesia, en cierto sentido, está llamada cada año a seguir a su Maestro y Señor, si quiere predicar eficazmente su Evangelio. El primer día de Cuaresma —precisamente hoy— debe testimoniar de modo especial que la Iglesia acepta esta llamada de Cristo y que desea cumplirla.

2. La penitencia en sentido evangélico significa sobre todo “conversión”. Bajo este aspecto es muy significativo el pasaje del Evangelio del miércoles de ceniza. Jesús habla del cumplimiento de los actos de penitencia conocidos y practicados por sus contemporáneos, por el pueblo de la Antigua Alianza. Pero al mismo tiempo somete a crítica el modo puramente “externo” del cumplimiento de estos actos: limosna, ayuno, oración, porque ese modo es contrario a la finalidad propia de los mismos actos. El fin de los actos de penitencia es un más profundo acercarse a Dios mismo para poderse encontrar con Él en lo íntimo de la entidad humana, en el secreto del corazón.

“Cuando hagas, pues, limosna, no vayas tocando la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas, para ser alabados de los hombres...; no sepa tu izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna sea oculta, y el Padre que ve lo oculto te premiará.

“Cuando oréis, no seáis como los hipócritas..., para ser vistos de los hombres..., sino... entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo escondido, te recompensará.

“Cuando ayunéis no aparezcáis tristes, como los hipócritas..., (sino) úngete la cabeza y lava tu cara para que no vean los hombres que ayunas, sino tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,2-6 Mt 6,16-18).

Por lo tanto, el significado primero y principal de la penitencia es interior, espiritual. El esfuerzo principal de la penitencia consiste “en entrar en sí mismo”, en lo más profundo de la propia entidad, entrar en esa dimensión de la propia humanidad en la que, en cierto sentido, Dios nos espera. El hombre “exterior” debe ceder —diría— en cada uno de nosotros al hombre “interior” y, en cierto sentido, “dejarle el puesto”. En la vida corriente el hombre no vive bastante “interiormente”. Jesucristo indica claramente que también los actos de devoción y de penitencia (como el ayuno, la limosna, la oración) que por su finalidad religiosa son principalmente “interiores”, pueden ceder al “exteriorismo” corriente, y por lo tanto pueden ser falsificados. En cambio la penitencia, como conversión a Dios, exige sobre todo que el hombre rechace las apariencias, sepa liberarse de la falsedad y encontrarse en toda su verdad interior. Hasta una mirada rápida, breve, en el fulgor divino de la verdad interior del hombre, es ya un éxito. Pero es necesario consolidar hábilmente este éxito mediante un trabajo sistemático sobre sí mismo. Tal trabajo se llama “ascesis” (así lo llamaban ya los griegos de los tiempos de los orígenes del cristianismo). Ascesis quiere decir esfuerzo interior para no dejarse llevar y empujar por las diversas corrientes “exteriores”, para permanecer así siempre ellos mismos y conservar la dignidad de la propia humanidad.

Pero el Señor Jesús nos llama a hacer aún algo más. Cuando dice “entra en tu cámara y cierra la puerta”, indica un esfuerzo ascético del espíritu humano que no debe terminar en el hombre mismo. Ese cerrarse es, al mismo tiempo, la apertura más profunda del corazón humano. Es indispensable para encontrarse con el Padre, y por esto debe realizarse. “Tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. Aquí se trata de recobrar la sencillez de pensamiento, voluntad y corazón, que es indispensable para encontrarse con Dios en el propio “yo” interior. ¡Y Dios espera esto para acercarse al hombre interiormente recogido y, a la vez, abierto a su palabra y a su amor! Dios desea comunicarse al alma así dispuesta. Desea darle la verdad y el amor que tienen en Él la verdadera fuente.

3. Así, pues, la corriente principal de la Cuaresma debe correr a través del hombre interior, a través de corazones y conciencias. En esto consiste el esfuerzo esencial de la penitencia. En este esfuerzo la voluntad humana de convertirse a Dios es investida por la gracia proveniente de conversión y, al mismo tiempo, de perdón, y liberación espiritual. La penitencia no es sólo un esfuerzo, una carga, sino también una alegría. A veces es una gran alegría del espíritu humano, alegría que otros manantiales no pueden dar.

Parece que el hombre contemporáneo haya perdido, en cierta medida, el sabor de esta alegría. Ha perdido además el sentido profundo de aquel esfuerzo espiritual que permite volver a encontrarse a sí mismo en toda la verdad de la intimidad propia. A esto contribuyen muchas causas y circunstancias que es difícil analizar en los límites de este discurso. Nuestra civilización —sobre todo en Occidente— estrechamente vinculada con el desarrollo de la ciencia y de la técnica, entrevé la necesidad del esfuerzo intelectual y físico; pero ha perdido notablemente el sentido del esfuerzo del espíritu, cuyo fruto es el hombre visto en sus dimensiones interiores.

En fin, el hombre que vive en las corrientes de esta civilización pierde muy frecuentemente la propia dimensión; pierde el sentido interior de la propia humanidad. A este hombre le resulta extraño tanto el esfuerzo que conduce al fruto hace poco mencionado, como la alegría que proviene de él: la alegría grande del descubrimiento y del encuentro, la alegría de la conversión (metánoia), la alegría de la penitencia.

La liturgia austera del miércoles de ceniza y, después, todo el período de la Cuaresma es —como preparación a la Pascua— una llamada sistemática a esta alegría: a la alegría que fructifica por el esfuerzo del descubrimiento de sí mismo con paciencia: “Con vuestra paciencia compraréis (la salvación) de vuestras almas” (Lc 21,19).

24 Que nadie tenga miedo de emprender este esfuerzo.

Saludos

Deseo dedicar también un saludo afectuoso a los dirigentes y acogidos del instituto romano de San Miguel. Queridísimos hermanos: Enorgulleceos siempre de las tradiciones cristianas que han distinguido a vuestra institución; los jóvenes, irradiad el ideal evangélico en las escuelas y centros de formación profesional, y el día de mañana en todos los sitios donde lleguéis a encontrares y ejerzáis vuestra actividad; los ancianos, sed perseverantes en la fe y gozosos en la esperanza, plenamente convencidos de que la Providencia no os abandonará jamás, y menos aún en estos valiosos años de vuestra existencia. Mi bendición especial os sirva de consuelo y estímulo en todos vuestros buenos propósitos de comienzos del tiempo cuaresmal.

(A un grupo de treinta sintoístas japoneses)
Me complazco en manifestar al venerable Nijo, Sumo Sacerdote del santuario de Ise, y a los treinta representantes "Shinto" aquí presentes, mi gozo y agradecimiento por haber venido a honrar mi humilde persona en nombre de toda la comunidad sintoísta. En tan feliz ocasión deseo expresar mi respeto a la religión que profesáis. La Iglesia católica acoge con reverencia todo lo que es verdadero, bueno y noble en vuestra religión (cf. Nostra aetate
NAE 2). El sintoísmo, religión tradicional de Japón, afirma por ejemplo que todos los hombres son igualmente hijos de Dios y que, a causa de ello, todos los hombres son hermanos. Además, en vuestra tradición religiosa mostráis sensibilidad y aprecio especial hacia la armonía y belleza de la naturaleza, y os encontráis disponibles para reconocer en ella una revelación de Dios Altísimo. Sé también que en vuestras nobles enseñanzas sobre el ascetismo personal, tratáis de hacer cada vez más puro el corazón del hombre. Las muchas cosas que tenemos en común nos impulsan a unirnos cada vez más estrechamente en amistad y hermandad en el servicio de la humanidad. Por ello, lleno de gozo pido para cada uno de vosotros, vuestras familias y todo el pueblo japonés una bendición especial del Altísimo.

(A las peregrinaciones diocesanas de Capua y Eboli, Italia)
Tengo el gozo de dar una bienvenida afectuosa a la nutrida peregrinación de la archidiócesis de Capua, presidida por el arzobispo, mons. Luigi Diligenza; y a los sacerdotes y fieles de Eboli, acompañados también de su Pastor, mons. Gaetano Pollio. En ambos grupos están presentes algunos enfermos, testigos privilegiados de la bendita y redentora cruz de Cristo. Deseosos de encontraros de corazón a corazón con el Papa, habéis venido aquí para vivir un momento de intimidad familiar y sacar de él motivos de alegría y consuelo. Si bien incluso en esta ocasión, la aspiración más íntima es la de entrar en comunión con el Señor Jesús, esperanza y alegría de nuestras almas, Vida de nuestra vida. Pido al Padre celestial que este acto sea un momento de gracia para todos, y una experiencia gozosa de fe en Jesús Salvador y Liberador en especial para los que por padecer en el cuerpo o en el espíritu, están más cerca de El en un misterioso designio de salvación en favor de toda la humanidad. Con el deseo de que en la vida de cada día os sostenga siempre la certeza del amor paterno del Señor, os bendigo de corazón a vosotros y a vuestras familias.



Marzo de 1979

Miércoles 14 de marzo de 1979



1. Durante la Cuaresma oímos frecuentemente las palabras: oración, ayuno, limosna, que ya recordé el miércoles de ceniza. Estamos habituados a pensar en ellas como en obras piadosas y buenas que todo cristiano debe realizar sobre todo en este período. Tal modo de pensar es correcto, pero no completo. La oración, la limosna y el ayuno requieren ser comprendidos más profundamente, si queremos insertarlos más a fondo en nuestra vida, y no considerarlos simplemente como prácticas pasajeras, que exigen de nosotros sólo algo momentáneo o que sólo momentáneamente nos privan de algo. Con tal modo de pensar no llegaremos todavía al verdadero sentido y a la verdadera fuerza que la oración, el ayuno y la limosna tienen en el proceso de la conversión a Dios y de nuestra madurez espiritual. Una y otra van unidas: maduramos espiritualmente convirtiéndonos a Dios, y la conversión se realiza mediante la oración, como también mediante el ayuno y la limosna, entendidos adecuadamente.

Acaso convenga decir enseguida que aquí no se trata sólo de “prácticas” pasajeras, sino de actitudes constantes que dan una forma duradera a nuestra conversión a Dios. La Cuaresma, como tiempo litúrgico, dura sólo 40 días al año: en cambio, debemos tender siempre a Dios; esto significa que es necesario convertirse continuamente. La Cuaresma debe dejar una impronta fuerte e indeleble en nuestra vida. Debe renovar en nosotros la conciencia de nuestra unión con Jesucristo, que nos hace ver la necesidad de la conversión y nos indica los caninos para realizarla. La oración, el ayuno y la limosna son precisamente los caminos que Cristo nos ha indicado.

25 En las meditaciones que seguirán trataremos de entrever cuán profundamente penetran en el hombre estos caminos: qué significan para él. El cristiano debe comprender el verdadero sentido de estos caminos, si quiere seguirlos.

2. Primero, pues, el camino de la oración. Digo “primero”, porque deseo hablar de ella antes que de las otras. Pero diciendo “primero”, quiero añadir hoy que en la obra total de nuestra conversión, esto es, de nuestra maduración espiritual, la oración no está aislada de los otros dos caminos que la Iglesia define con el término evangélico de “ayuno y limosna”. El camino de la oración quizá nos resulta más familiar. Quizá comprendemos con más facilidad que sin ella no es posible convertirse a Dios, permanecer en unión con Él, en esa comunión que nos hace madurar espiritualmente. Sin duda, entre vosotros, que ahora me escucháis, hay muchísimos que tienen una experiencia propia de oración, que conocen sus varios aspectos y pueden hacer partícipes de ella a los demás. En efecto, aprendemos a orar, orando. El Señor Jesús nos ha enseñado a orar ante todo orando Él mismo: “y pasó la noche orando” (
Lc 6,12); otro día, como escribe San Mateo, “ subió a un monte apartado para orar y, llegada la noche, estaba allí solo” (Mt 14,23). Antes de su pasión y de su muerte fue al monte de los Olivos y animó a los Apóstoles a orar, y Él mismo, puesto de rodillas, oraba. Lleno de angustia, oraba más intensamente (cf. Lc 22,39-46). Sólo una vez, cuando le preguntaron los Apóstoles: “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1), les dio el contenido más sencillo y más profundo de su oración: el “Padrenuestro”.

Dado que es imposible encerrar en un breve discurso todo lo que se puede decir o lo que se ha escrito sobre el tema de la oración, querría hoy poner de relieve una sola cosa. Todos nosotros, cuando oramos, somos discípulos de Cristo, no porque repitamos las palabras que Él nos enseñó una vez -palabras sublimes, contenido completo de la oración-, somos discípulos de Cristo incluso cuando no utilizamos esas palabras. Somos sus discípulos sólo porque oramos: “Escucha al Maestro que ora; aprende a orar. Efectivamente, para esto oró Él, para enseñar a orar” afirma San Agustín (Enarrationes in Ps 56,5). Y un autor contemporáneo escribe: “Puesto que el fin del camino de la oración se pierde en Dios, y nadie conoce el camino excepto el que viene de Dios, Jesucristo, es necesario (...) fijar los ojos en Él sólo. Es el camino, la verdad y la vida. Sólo Él ha recorrido el camino en las dos direcciones. Es necesario poner nuestra mano en la suya y partir” (Y. Raguin, Chemins de la contemplation, Desclée de Brower, 1969, pág. 179). Orar significa hablar con Dios -o diría aún más-, orar significa encontrarse en el Único Verbo eterno a través del cual habla el Padre y que habla al Padre. Este Verbo se ha hecho carne, para que nos sea más fácil encontrarnos en Él también con nuestra palabra humana de oración. Esta palabra puede ser muy imperfecta a veces, puede tal vez hasta faltarnos, sin embargo esta incapacidad de nuestras palabras humanas se completa continuamente en el Verbo que se ha hecho carne para hablar al Padre con la plenitud de esa unión mística que forma con Él cada hombre que ora, que todos los que oran forman con Él. En esta particular unión con el Verbo está la grandeza de la oración, su dignidad y, de algún modo, su definición.

Es necesario sobre todo comprender bien la grandeza fundamental y la dignidad de la oración. Oración de cada hombre Y también de toda la Iglesia orante. La Iglesia llega, en cierto modo, tan lejos como la oración. Dondequiera haya un hombre que ora.

3. Es necesario orar basándose en este concepto esencial de la oración. Cuando los discípulos pidieron al Señor Jesús: “Enséñanos a orar”, Él respondió pronunciando las palabras de la oración del Padrenuestro, creando así un modelo concreto y al mismo tiempo universal. De hecho, todo lo que se puede y se debe decir al Padre está encerrado en las siete peticiones que todos sabemos de memoria. Hay en ellas una sencillez tal, que hasta un niño las aprende, y a la vez una profundidad tal, que se puede consumir una vida entera en meditar el sentido de cada una de ellas. ¿Acaso no es así? ¿No nos habla cada una de ellas, una tras otra, de lo que es esencial para nuestra existencia, dirigida totalmente a Dios, al Padre? ¿No nos habla del “pan de cada día”, del “perdón de nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos”, y al mismo tiempo de preservarnos de la “tentación” y de “librarnos del mal”?

Cuando Cristo, respondiendo a la pregunta de los discípulos “enséñanos a orar”, pronuncia las palabras de su oración, enseña no sólo las palabras, sino enseña que en nuestro coloquio con el Padre debemos tener una sinceridad total y una apertura plena. La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente esto, sobre todo. La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre nosotros y Dios.

A través de la oración todo el mundo debe encontrar su referencia justa: esto es, la referencia a Dios: mi mundo interior y también el mundo objetivo, en el que vivimos y tal como lo conocemos. Si nos convertimos a Dios, todo en nosotros se dirige a Él. La oración es la expresión precisamente de este dirigirse a Dios; y esto es, al mismo tiempo, nuestra conversión continua: nuestro camino.

Dice la Sagrada Escritura:

“Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar, dando la simiente para sembrar y el pan para comer, así la palabra que sale de mi boca no vuelve a mí vacía, sino que hace lo que yo quiero y cumple su misión” (Is 55,10-11).

La oración es el camino del Verbo que abraza todo. Camino del Verbo eterno que atraviesa lo íntimo de tantos corazones, que vuelve a llevar al Padre todo lo que en Él tiene su origen.

La oración es el sacrificio de nuestros labios (cf. He 13,15). Es, como escribe San Ignacio de Antioquía, “agua viva que susurra dentro de nosotros y dice: ven al Padre” (cf. Carta a los romanos VII, 2).

26 Con mi bendición apostólica.

Saludos

Quiero ahora saludar con especial afecto a los superiores y sacerdotes del Pontificio Colegio español de Roma, exhortándoles vivamente a continuar la tradición secular de la iglesia de España de mantener siempre uan estrecha comunión de sentimientos con la Sede de Pedro y con el Vicario de Cristo.

(En inglés)

Deseo dar una bienvenida especial a los estudiantes inválidos de la Asociación de Estudiantes de Universidades a distancia. de Inglaterra, y también a quienes los atienden. Tened la convicción de que los esfuerzos que hacéis para superar todas las desventajas y estar al servicio de los demás, son de gran valor. Y recordad siempre la parte que tiene Dios. Padre nuestro, en vuestras vidas; cuán cerca está de vosotros y lo mucho que os ama

(En alemán)

Entre los grupos presentes de lengua alemana, deseo saludar a los diáconos de la archidiócesis de Paderborn y a los encargados de los alumnos del semina­rio sacerdotal de la diócesis de Maguncia. Acompaño con mi oración y mi bendición especial vuestro camino hacía el sacer­docio.

(A los enfermos)

Mi alma se abre ahora con ternura paterna a cuantos de entre vosotros sufren a causa de la enfermedad. Sabed que no estáis solos en el calvario hacia el que camináis por designio misterioso: la Iglesia toda sufre con vosotros participando fraterna y solidariamente en el drama que os aflige. Y vosotros, por vuestra parte, acertad a dirigiros en las pruebas dolorosas a Aquel que venció el sufrimiento con su propia cruz; y ofrecedle el don de vuestro llanto y vuestras lágrimas, que así no se derramarán en vano, sino que serán redentoras de la humanidad. Os ayude siempre mi bendición apostólica.

(A los recién casados)

A vosotros, recién casados, que habéis inaugurado una vida nueva bajo el signo de bendición del Señor para hacer sagrado e indestructible vuestro amor conyugal, os deseo que consigáis sentir de modo creciente la belleza del gozo cristiano, vivido en vuestras familias en plena concordia y armonía, a imitación de la familia de Nazaret. Con este fin os bendigo de corazón.





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Miércoles 21 de marzo de 1979


Audiencias 1979 19