Discursos 1979 153


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS DIRECTORES NACIONALES DE LAS PONTIFICIAS

OBRAS MISIONALES


Viernes 11 de mayo de 1979



Queridos hermanos e hijos:

Siento honda satisfacción en encontrarme con los Directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias. Sé que cada año os reunís con mons. Simon Lourdusamy, Presidente del Consejo Superior de estas Obras, para decidir la repartición de los fondos que vosotros contribuís a recaudar y que se distribuyen íntegramente a las comunidades cristianas necesitadas de ayuda. Es la primera vez que tengo la oportunidad de recibiros y animaros.

La obra de solidaridad qua lleváis a cabo es magnífica y necesaria. Es típica de la caridad efectiva que debe reinar entre todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Es una expresión concreta de la comunión eclesial, de la que hoy se habla con grata insistencia. Encontramos ya un ejemplo de ella en la primera generación cristiana, cuando el Apóstol Pablo invitó a las Iglesias a contribuir a la colecta en favor de los "santos" de Jerusalén que pasaban entonces por una situación material crítica. Es sobre todo necesaria para continuar la evangelización con medios adecuados en las Iglesias jóvenes o en las Iglesias que sufren necesidad.

154 Ciertamente, el dinamismo misionero radica en las personas, animadas del Espíritu de Pentecostés, ansiosas de llevar la Buena Nueva a sus hermanos y hermanas del mundo, por la sencilla razón de que están en juego su salvación y la voluntad de Cristo. Puede existir también una vitalidad religiosa que, aun disponiendo de medios pobres, se apoya en la santidad de los evangelizadores y en la participación activa de los cristianos. Pero precisamente el verdadero celo no puede dispensarse de buscar, no el lujo y la comodidad, sino al menos una subsistencia decorosa y una justa remuneración de los obreros del Evangelio; medios catequéticos dignos de la educación, adaptada y profunda, en la fe; posibilidades de formar convenientemente a los sacerdotes, a las religiosas, a los catequistas, a las familias y a los apóstoles seglares; estructuras de coordinación pastoral que faciliten el intercambio, la reflexión, una acción concertada, una atención particular a los jóvenes, la asistencia de los indigentes, la fundación de centros de renovación espiritual, etc.

Ahora bien, toda esta ayuda la deben aportar los cristianos mismos: en primer lugar los de la comunidad interesada, la cual ha de hacer cuanto está en su mano para proveer a sus propias necesidades y también los de las comunidades más dotadas de bienes materiales. Estas comunidades, al abrirse generosamente a la solidaridad misionera —trátese de personas particulares, familias, parroquias o diócesis—, se benefician también ellas mismas del dinamismo apostólico; se hacen testimonio de la vitalidad religiosa de las más jóvenes, y esto puede estimular su renovación. Es preciso asimismo que la opinión pública comprenda bien esta necesidad de ayudar a las Iglesias de misión. Este es vuestro principal cometido. Con la fundación de las grandes Obras Misionales, en el siglo pasarlo, se suscitó un magnífico movimiento. Hoy se constata con frecuencia una admirable generosidad, pero es necesario que veléis por mantenerla y desarrollarla, asociando a ella en concreto, eventualmente con nuevos métodos, las jóvenes generaciones. Pues constatáis quizás que algunas comunidades, por otra parte ricas, permanecen demasiado preocupadas por las dificultades económicas del momento y en sus propios problemas, o se muestran poco conscientes del deber misionero, aun sintiéndose al mismo tiempo sensibles a la miseria material de los países afectados por el hambre.

Las Obras Misionales Pontificias que vosotros dirigís a nivel nacional deben pues realizar en primer lugar este trabajo de educación a la caridad, y a la caridad misionera. Quiero aseguraros lo mucho que la Iglesia universal aprecia vuestra acción específica y, como presidente de todas las Iglesias en la caridad, os doy en su nombre las más rendidas gracias. No os desaniméis nunca. Perfeccionad vuestra acción. Consolidad incesantemente la cooperación misionera.

De esta manera, no sólo preparáis el clima para más amplia generosidad, para la participación y el intercambio extendidos al plano de los medios, sino suscitáis vocaciones misioneras. El IV domingo de Pascua hemos rezado por las vocaciones. Si bien éstas son necesarias por doquier, lo son mucho más en los territorios de misión donde, a falta de una esforzada y sistemática evangelización, el terreno permanece incluso o hasta, lamentablemente, se convierte en teatro de ideologías ajenas a la fe cristiana. Sí, vuestro propósito educador debe tender también a suscitar vocaciones misioneras, de sacerdotes, de religiosos, de religiosas, de laicos, en las viejas comunidades cristianas y en las jóvenes comunidades; estas últimas, a cuyos directores de las Obras Misionales tengo la satisfacción de saludar, experimentan precisamente en muchas partes un despertar ejemplar de vocaciones.

¡Que el Espíritu Santo ilumine y fortalezca vuestro celo! ¡Que la Virgen María os obtenga las gracias necesarias para disponer las almas a la caridad! Recibid mi afectuosa bendición apostólica.




DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS FUTBOLISTAS DEL MILAN

Sábado 12 de mayo de 1979



Queridos futbolistas del Milan:

Vuestra visita me proporciona una gran alegría: la de encontrarme con jóvenes atletas que, en la víspera del último partido de fútbol del año, en el estadio Olímpico de Roma, y con el trofeo del campeonato de Italia 1979 ya en la mano, han querido rendir homenaje al Papa para dar también un significado moral y espiritual al triunfo que se disponen celebrar.

Queridos jóvenes, os saludo cordialmente y os agradezco vuestra presencia junto con vuestro presidente, director deportivo y entrenador.

Al veros, no puedo menos de manifestar una vez más mi simpatía por todos los deportistas y por el deporte en sus diversas formas, y al mismo tiempo la estima que la Iglesia tiene por esta noble actividad humana. La Iglesia, como por lo demás sabéis, admira, aprueba y estimula el deporte, descubriendo en él una gimnasia del cuerpo y del espíritu, un entrenamiento para las relaciones sociales fundadas en el respeto a los otros y a la propia persona, y un elemento de cohesión social que favorece incluso relaciones amistosas en el campo internacional. A tanto se eleva la dignidad del deporte, cuando se inspira en principios sanos y excluye todo exceso de peligro en el atleta y de pasión desordenada en el público que se exalta en las contiendas deportivas.

Creo no equivocarme al reconocer en vosotros este potencial de virtudes cívicas y cristianas. En un mundo en el que a veces se puede comprobar la presencia dolorosa de jóvenes cansados, marcados por la tristeza y por experiencias negativas, sed para ellos amigos prudentes, guías expertos y entrenadores, no sólo en los campos deportivos, sino también en los caminos que conducen a las metas de los auténticos valores de la vida. Añadiréis así a las satisfacciones deportivas, méritos de orden espiritual, ofreciendo a la sociedad una preciosa aportación de salud moral. Daréis así a la Iglesia la alegría de ver en vosotros hijos fuertes (cf. 1Jn 2,14), leales y generosos.

155 Estos son, pues, queridísimos hermanos, los sentimientos y deseos que vuestra exuberante juventud ha suscitado en mi espíritu. Os conceda el Señor Jesús ese "gol", es decir, esa meta final, que es el verdadero y último destino de la vida. Con este fin os sostenga mi bendición que extiendo de todo corazón a todos vuestros familiares, amigos y admiradores.




PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS NIÑOS CANTORES DEL «ANTONIANO» DE BOLONIA

Lunes 14 de mayo de 1979



Queridísimos:

Mi cordial y afectuosa bienvenida a vosotros, muchachos del "Pequeño Coro del Antoniano", a vuestros queridos padres y a los buenos padres franciscanos. Sé que habéis deseado mucho este encuentro, para manifestarme vuestro afecto y vuestro entusiasmo. Me siento feliz también yo de poderos satisfacer con esta audiencia aunque sea breve.

Ante todo quiero manifestaros mi aprecio por la merecida "fama" que habéis adquirido en estos años con vuestras simpáticas interpretaciones musicales, que han agradado no sólo a vuestros pequeños coetáneos, sino también a los adultos. Y esto porque en vuestras canciones, con mucha sencillez, dais frecuentemente voz armoniosa y concorde a los sentimientos de los que vive el hombre y que pertenecen a su ser más profundo: el amor y la solidaridad hacia los otros, especialmente hacia los más necesitados, el afecto y la gratitud hacia los que hacen el bien, el valor de la amistad, la necesidad de justicia, de verdad, el deseo de la belleza, el respeto a la naturaleza...

Vuestro canto, límpido y cristalino, se eleve siempre para exaltar estos valores; pero vuestro canto y vuestro corazón se eleven especialmente para exaltar, adorar, dar gracias a Dios Padre, por todo lo que ha hecho y continúa haciendo por nosotros.

"Cantaré al Señor mientras viva, / tocaré para mi Dios mientras exista: / que le sea agradable mi poema; / y yo me alegraré con el Señor", así exclama el Salmista (Ps 103 [104] 33 s.).

¡La alegría! Sed portadores y transmisores de ella. Es verdad: el canto es el lenguaje más elevado con el que el hombre expresa sus sentimientos, la esperanza, la espera, el amor, la angustia, el dolor, pero especialmente la alegría. ¡Cantad siempre la alegría! La alegría de vivir, de estar en paz con vosotros mismos, con los otros, con Dios. Sed siempre buenos; sed siempre amigos, hermanos sinceros de Jesús; realizad, según vuestras posibilidades, las enseñanzas del Evangelio comunicad esta alegría cristiana a vuestras pequeños compañeros y condiscípulos; dádsela a los mayores, que a veces parecen haber perdido el sentido de la verdadera alegría.

A todos vosotros, a vuestros padres, a los padres franciscanos, mis felicitaciones y mi particular bendición apostólica.




DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS OBISPOS Y FIELES POLACOS

Saña Pablo VI

Miércoles 16 de mayo de 1979



156 Queridísimos compatriotas:

Quiero saludaros con motivo de este excepcional encuentro con las palabras del saludo cristiano: ¡Alabado sea Jesucristo!

Quiero saludar, junto con vosotros, al cardenal Stefan Wyszynski aquí presente, primado de Polonia, protector de la cura pastoral de los polacos emigrantes; en él vemos todos el excepcional símbolo vivo de la unidad de los polacos en la patria y en todo el mundo. Junto con el cardenal primado, saludo a los Pastores de la Iglesia en Polonia presentes en esta audiencia: Henryk Roman Gulbinowicz, arzobispo de Wroclaw, Kazimierz Jan Majdanski, obispo de Szczecin-Kamien, Józef Glemp, obispo de Warmia, Bronislaw Dabrowski, f.d.p., secretario de la Conferencia Episcopal de Polonia, y Jan Wosinski, obispo auxiliar de Plock.

De modo particular saludo cordialmente al obispo Wladyslaw Rubia, Secretario General del Sínodo de los Obispos, delegado del cardenal primado para la cura pastoral de los polacos emigrantes, y al obispo Szczepan Wesoly, ayudante del obispo Rubin en el mismo ministerio.

Saludo a todos los que atienden pastoralmente a los polacos en todo el mundo, saludo también a las religiosas, que están aquí presentes con todos tos representantes de Polonia en los cinco continentes y en veinte países de todos el mundo.

1. Ha sido posible realizar este encuentro excepcional con ocasión del gran jubileo de San Estanislao. El aniversario de su muerte, acaecida en 1079 a manos del rey Boleslao Smialy, se ha celebrado cada 100 años. La última vez se celebró el 1879 en Cracovia, en Polonia y en todo el mundo. La Providencia divina ha producido hechos tan maravillosos, que este jubileo lo festejan en Polonia y los polacos de la emigración juntos con el Papa, un Papa que hasta hace poco ha sido sucesor de San Estanislao en la cátedra episcopal de Cracovia. El mismo Papa que, junto con el cardenal primado, los obispos de Polonia y particularmente con los obispos que residen en Roma, estaba preparando el programa de este jubileo tanto en Cracovia, como en la Ciudad Eterna.

2. Diversas circunstancias demuestran que el novecientos aniversario del martirio del obispo de Cracovia debe tener un relieve especial también en Roma. Entre otras circunstancias es importante ésta: que San Estanislao, como Patrono principal de Polonia, es testigo particular del milenio de nuestro bautismo; este milenio se ha vivido en una comunión ininterrumpida con la Cátedra de Pedro en Roma. La canonización de San Estanislao tuvo lugar en Asís el 1253; también por esto nuestros pensamientos deben dirigirse a la "tierra italiana", que por vínculos culturales e históricos se ha manifestado cercana a Polonia tantas y tantas veces en el curso de los siglos. Otra circunstancia especial es el aniversario de la institución que, desde su origen, lleva el nombre de San Estanislao. Me refiero a la Residencia Polaca romana anexa a la iglesia de San Estanislao, y cuyo origen —hace 400 años— debemos al Siervo de Dios, cardenal Stanislaw Hozjusz, obispo de Warmia, y uno de los Legados Pontificios en el Concilio de Trento. Esta iglesia, con la residencia de San Estanislao, es un signo particular de la presencia histórica de Polonia en Roma.

3. Es un signo muy importante en nuestros tiempos. He aquí que, después de la segunda guerra mundial, junto a la iglesia de San Estanislao en Roma, tiene su sede el Centro para la cura pastoral de los polacos en el extranjero. Aquí junto a esta iglesia está la sede del Centro principal en el que trabajó hasta 1964 como responsable el arzobispo Józef Gawlina, y después el obispo Wladyslaw Rubin. El cardenal Hozjusz fundó esta residencia romana para los peregrinos que llegan a Roma. Eran los tiempos de la primera República Polaca, los últimos tiempos del siglo de oro de la historia polaca. Se puede pensar que no sólo los peregrinos provenientes de Polonia habrán tenido aquí su residencia, sino precisamente Polonia: esta nación unida desde hace tantos siglos a la Iglesia católica, ha tenido en Roma una casa que testimoniase su presencia entre las otras naciones católicas de Europa.

Desde los últimos años del siglo XIX y después a través del XX, se han realizado dolorosos cambios en nuestra nación y en nuestro Estado, que han obligado a tantos hijos de nuestra patria a la emigración. Ha sido una emigración política, ideológica y cultural. Sólo después para encontrar trabajo numerosos millones de polacos pobres, particularmente del campo, emigraron en gran parte más allá del Océano. Contemporáneamente a esta oleada migratoria comenzó la última guerra. La guerra sorprendió fuera de los confines de nuestra frontera a tantos hijos e hijas de la patria, y éstos ofrecieron su vida en todos los frentes del mundo por su patria y por su independencia, y después de la guerra, no pudieron regresar a Polonia por la que habían combatido.

Incluso, pues, en nuestra época se escribe también una nueva parte de los libros sobre las peregrinaciones polacas, como hacía Mickiewicz. Este encuentro nuestro de hoy debemos inscribirlo en esta parte. Dejamos a la Divina Providencia dar un significado importante a este encuentro entre los compatriotas de todo el mundo con el Papa-polaco, porque ninguno de nosotros lo puede dar. Para darle un significado pleno, deberíamos tener conocimiento del pasado y del futuro. El conocimiento del futuro depende totalmente de la sabiduría y del poder de Dios.

4. Nosotros ahora detengámonos en este punto que nos permite recorrer nuestra historia y también conocer el presente: debemos sacar de nuestro encuentro los motivos fundamentales que nos llevan directamente al gran aniversario de San Estanislao. La tradición medieval nos confirma que él es Patrono excepcional de los polacos.Esta Polonia de los Piastas, que fue dispersada, debía tener este Patrono de la unidad de la patria, no sólo para permanecer unida, sino sobre todo para encaminarse hacia una vía de progreso. Sabemos que este desarrollo comenzó al fin del siglo XIV, cuando la unidad se apoyó primero en la corona de Wladyslaw Loktetek, y después se fundó en la de Kazimierz Wielki. En este tiempo comienza el período del universalismo polaco, en el que destaca primeramente la universidad de Cracovia: y después seguirán otros acontecimientos: el comienzo de la dinastía Jagellonica, la providencial obra de la Reina Beata Jadwiga, la unión polaco-lituana, el gran desarrollo de la cultura humanista cristiana. Estos han sido los frutos del bautismo de Polonia, tal como se han manifestado en ese preciso momento histórico.

157 Universalismo significa pertenencia a la comunidad humana, más amplia que la propia nación. Significa también madurez de esta nación que da como un pleno derecho entre todas las naciones del mundo. El universalismo tiene carácter profundamente humanista y también ahí vemos un excepcional reflejo cristiano que desea unir a los hombres sobre la base del pleno respeto de su dignidad, de su ser personas, de su libertad y de sus derechos. Todos tenemos el mismo Padre.

5. En este encuentro excepcional de hoy debemos desearnos —con la ayuda de la gracia de Dios y por intercesión de María, Madre de la Iglesia que es nuestra Señora de Jasna Góra, Reina de Polonia, con la intercesión de San Estanislao, de San Adalberto y de todos los Santos y Beatos polacos, hasta el Beato Maximiliano Kolbe y la Beata María Teresa Ledochowska— que todos nosotros, dondequiera que estemos, logremos dar testimonio de la madurez de Polonia, logremos hacer más fuerte nuestro derecho de ciudadanos entre todas las naciones de Europa y del mundo, y logremos servir a esta noble finalidad: testimoniar el universalismo cristiano.

Yo he tenido bastantes veces la suerte de visitar en tiempos pasados los grandes centros de emigración polaca. Hoy os ruego, queridos compatriotas, que aceptéis la bendición de la mano del Papa, del primado de Polonia y de los obispos aquí presentes que representan al Episcopado polaco —y que la llevéis a vuestras familias, a vuestras comunidades, a vuestras parroquias, a vuestros ambientes de trabajo—, como signo de este encuentro que permanecerá siempre en mi corazón.


ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


EN LA ABADÍA DE MONTECASSINO


Viernes 18 de mayo de 1979



Hermanos e hijos queridísimos:

Hace 35 años, el 18 de mayo de 1944, los soldados polacos del General Anders, llegados poco antes al frente y agregados a la "Octava Armada" británica, lograban izar la bandera polaca blanca y roja sobre los escombros todavía humeantes de esta histórica abadía.

Tres meses antes, el 15 de febrero de 1944, centenares de toneladas de explosivos habían sido arrojadas por los bombarderos, destruyendo la abadía, considerada objetivo bélico, mientras entre uno y otro bombardeo el tiro cruzado de las artillerías terrestres y marinas sembraban muerte y ruina por todas partes.

En el cementerio polaco más de mil cruces recuerdan el sacrificio de estos jóvenes que combatieron y murieron junto con otros muchos ejércitos por la libertad y la paz.

Han pasado 35 años; y hoy está aquí, en Montecassino, en la célebre abadía resurgida y gloriosa, un hijo de Polonia, convertido en Pontífice, para recordar y elevar sufragios por sus hermanos, junto a los demás caídos, víctimas de las ideas equivocadas y de los contrastes humanos.

¡Oh, verdaderamente son misteriosos los designios de Dios e imprevisibles los caminos de la historia! ¿Quién habría podido imaginar nunca que este siglo tan estupendo por las conquistas y el progreso, habría visto desencadenados tanto odio y tanta crueldad? ¿Y quién habría podido prever jamás que precisamente de la martirizada y humillada Polonia, habría de salir la voz del Sucesor de Pedro?

No queda más que permanecer estremecidos ante el porvenir, pero bien seguros de que, a través de las vicisitudes a veces trágicas de la humanidad, ¡Cristo vence siempre, y el amor, en definitiva, resulta siempre igualmente vencedor!

158 Hace ya 9 años subí aquí arriba, a Montecassino, con 200 sacerdotes ex-prisioneros de los campos de concentración de Dackau y de Mathausen. ¡Hoy, convertido en Vicario de Cristo, he vuelto, trayendo en el corazón no sólo ya a Polonia, sino a Italia y a todo el mundo!

Estoy aquí para orar, para meditar con vosotros y también para trazar un programa de vida a la luz de Montecassino y de San Benito.

1. Escuchemos primero la voz de Montecassino.

¿Qué nos puede decir, qué nos quiere decir este monumento insigne de religiosidad y humildad?

Tres veces fue destruido y tres veces resurgió de sus ruinas, permaneciendo centro místico de valor inefable para Italia, para Europa y para el mundo. Aquí han subido los humildes y los poderosos, los santos y los pecadores, los místicos y los desesperados.

Aquí han venido poetas, escritores, filósofos y artistas.

Aquí han llegado almas sedientas de verdad o atormentadas por la duda, y han encontrado paz y certeza.

Aquí han llegado desalentadas y asustadas multitudes inermes y prófugas, víctimas de las borrascas de los tiempos, y han encontrado refugio y consuelo.

¿Cómo se explica este aflujo de gente humilde o importante a Montecassino?

Dante Alighieri, como bien sabéis, se lo hace explicar al mismo San Benito:

«Aquel monte en cuya falda está Cassino / fue frecuentado en la propia cima / por gentes engañadas y mal dispuestas. / Y yo soy el que allá, arriba llevó el primero / el nombre de Aquel que reveló en la tierra / la verdad que tanto nos sublima. / Y tanta gracia resplandeció sobre mí, / que retraje a las villas circunvecinas / del impío culto que sedujo al mundo» (Paradiso, XXII, 37-45).

159 Aquí se ha venido siempre y se viene para encontrar «la verdad que tanto nos sublima», para respirar una atmósfera distinta, transcendente, transformante.

Por esto, pueblos, ¡venid a Montecassino! ¡Venid a meditar sobre la historia pasada y a comprender el significado auténtico de nuestra peregrinación terrena! ¡Venid a recuperar paz y serenidad, ternura con Dios y amistad con los hombres, para llevar de nuevo esperanza y bondad a las frenéticas metrópolis del mundo moderno, atormentadas y desilusionadas en la angustia de tantas almas!

¡Venid especialmente vosotros, jóvenes, sedientos de inocencia, de contemplación, de belleza interior, de alegría pura; vosotros que buscáis los significados últimos y decisivos de la existencia y de la historia, venid y reconoced y gustad la espiritualidad cristiana y benedictina, antes de dejaros seducir por otras experiencias!

¡Y vosotros, monjes benedictinos, mantened viva vuestra espiritualidad, vuestra contemplación mística unida al trabajo, entendido como servicio a Dios y a los hermanos! Vuestra alegría íntima sea la alabanza a Dios por medio de la fuerte y dulce lengua latina y de las sublimes y purificadoras melodías gregorianas. Servid de ejemplo al mundo con vuestro trabajo en el silencio y en la humilde obediencia.

2. Escuchemos en particular la voz de San Benito.

Hombre representativo y verdadero gigante de la historia, San Benito es grande no sólo por su santidad, sino también por su inteligencia y actividad, que supieron dar un nuevo curso a los acontecimientos de la historia.

De su vida interesante y venturosa recordemos sólo los extremos: Nacido en Nursia hacia el 480, o sea en las montañas interiores de la Umbría, Benito estudió algún tiempo la retórica en Roma, después, asustado o disgustado por lacorrupción del ambiente, se retiró junto al lago Aniene, en Subiaco, en la soledad, donde surgieron nada menos qua 13 monasterios. Obligado a abandonar el valle del Aniene, Benito se dirigió a esta alta colina que domina la villa de Cassino, donde en el 529 fundó el célebre monasterio y se dedicó a !a evangelización de aquellas poblaciones todavía paganas, mientras su hermana Escolástica dirigía el cenobio de las religiosas.

Hacia el fin del siglo V el mundo estaba perturbado por una tremenda crisis de valores y de instituciones, provocada por el final del Imperio Romano, por la invasión de otros pueblos y por la decadencia de las costumbres.

En esta noche oscura de la historia, San Benito fue un astro luminoso.

Dotado de una profunda sensibilidad humana, San Benito en su proyecto de reforma de la sociedad miró sobre todo al hombre, siguiendo tres líneas directivas:

— el valor del hombre individual. como persona;

160 — la dignidad del trabajo, entendido como servicio a Dios y a los hermanos;

— la necesidad de la contemplación, o sea, de la oración: habiendo comprendido que Dios es el Absoluto, y que vivimos en el Absoluto, el alma de todo debe ser la oración: Ut in omnibus glorificetur Deus (Regla).

Por esto, en síntesis, se puede decir que el mensaje de San Benito es una invitación a la interioridad. El hombre debe ante todo entrar en sí mismo, debe conocerse profundamente, debe descubrir dentro de sí el aliento de Dios y las huellas del Absoluto. El carácter teocéntrico y litúrgico de la reforma social, propugnada por San Benito, parece calcar la célebre exhortación de San Agustín: Noli foras ire, in teipsum redi; in interiore homine habitat veritas (Vera relig., 39, 72). San Gregorio en sus célebres Diálogos (Migne, PL 66, 125-204), en los que narra la vida de San Benito, escribe que «habitó solo consigo mismo, bajo los ojos de quien nos mira desde lo alto: solus superni spectatoris ocuiis habitavit secum (Lib. II, c. III).

Escuchemos la voz de San Benito: de la soledad interior, del silencio contemplativo, de la victoria sobre el rumor del mundo exterior, de este «habitar consigo mismo», nace el diálogo consigo y con Dios, que lleva hacia las cumbres de la ascética y la mística.

3. Finalmente, escuchemos aún la voz de los tiempos.

La voz de los tiempos nuestros, que vivimos con ansia y miedo, nos dice que los hombres tienden cada vez más a la unidad. Se siente la necesidad de un mayor conocimiento recíproco entre los individuos y entre los pueblos.

Pero hoy especialmente Europa está realizando su unidad, no sólo económica, sino también social y política, bien que en el respeto a cada una de las nacionalidades.

Muchos y complicados son los problemas que se deben afrontar y resolver, desde el campo cultural y escolar al jurídico y económico.

Pero escuchando a San Benito, que fue definido por Pío XII «Padre de Europa» y a quien Pablo VI declaró el celeste Patrono de la misma, los tiempos impulsan hacia una cada vez más intensa comprensión recíproca, que venza y supere las desigualdades sociales, la indiferencia egoísta, la prepotencia, la intolerancia.

¿Y no es éste el mensaje de la fe cristiana? Esta fe cristiana que es el alma y el espíritu de Europa y que nos invita a ser bondadosos, pacientes, misericordiosos, obradores de paz, limpios de corazón, pobres de espíritu, hambrientos y sedientos de justicia (cf. Mt
Mt 5,1-12).

La voz de San Benito se une así a la voz de los tiempos. ¡Sean las bienaventuranzas el programa de vida para Europa y para todos!

161 También San Pablo nos dice: «Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, longanimidad, soportándoos y perdonándoos mutuamente siempre que alguno diere a otro motivo de queja... Pero por encima de todo esto, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección. Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones» (Col 3,12-15).

Nosotros queremos pedir aquí por esta paz de Cristo; y si miramos toda la búsqueda actual de una mayor unidad entre los pueblos europeos, esperamos que ésta lleve también a una conciencia más profunda de las raíces —raíces espirituales, raíces cristianas—, porque, si se debe construir una casa común, se debe construir también un fundamento más profundo. No basta un fundamento superficial.

Y ese fundamento más profundo —lo hemos visto también en nuestro análisis— quiere decir siempre «espiritual».

Pedimos que la búsqueda de una Europa más unida se base sobre el fundamento espiritual de la tradición benedictina, de la tradición cristiana, católica, que quiere decir universal.

Solamente en el nombre de esta tradición es posible que ahora, a este lugar, hoy, venga como Obispo de Roma el hijo de un pueblo diverso en lengua y en historia, pero arraigado en el mismo fundamento, en la misma tradición espiritual, en la misma cristiandad con un pasado tan cristiano, que él puede estar entre vosotros no sólo como uno de casa, sino como vuestro Pastor.

¡Dirijamos a María Santísima nuestra mirada y nuestro corazón!

¡Nos ayude Ella a estar todos de acuerdo para unir a Europa y a todo el mundo en el único sol que es Cristo!

En 1944, al término de las trágicas jornadas de Montecassino, apenas llegaron las tropas a las cumbres de las ruinas aún humeantes, un grupo de soldados católicos polacos quiso erigir allí una pequeña capilla dedicada a María; luego la adornaron como permitían las circunstancias dramáticas, y finalmente se postraron en oración confiada.

Sobre ese terreno se levanta hoy esta nueva iglesia.

Hermanos e hijos queridísimos, unámonos en la oración a María, en la imitación de sus virtudes, en el amor filial y coherente; y después sigamos adelante con fe y valentía diciendo con San Benito: Ora et labora et noli contristari!




DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN EL CEMENTERIO DE MONTECASSINO

Viernes 18 de mayo de 1979



162 Señor Primer Ministro,
Ilustres Señores:

Os agradezco sinceramente vuestra presencia, y agradezco a usted, Señor Presidente del Consejo, las gentiles palabras que me ha dirigido en el momento en que me dispongo a visitar estos lugares consagrados por el dolor humano y por la esperanza cristiana.

El Papa viene, ante todo, en afligida peregrinación para orar y recordar a quienes en estas zonas, durante uno de los períodos más trágicos de la segunda guerra mundial, derramaron su sangre: son millares; pertenecían a varias naciones, a varias razas, a varias religiones; ¡eran hombres, esto es, hijos de Dios y, por lo tanto, entre ellos hermanos en Cristo! ¡Sus allegados los lloran todavía. y se preguntan por el "por qué" del fin violento de estos jóvenes que ciertamente soñaban la vida y no la muerte, el amor y no el odio, la alegría y no el sufrimiento, la paz y no la guerra!

Por tanto, vengo a unirme con la profundidad de mi ser de hombre, de cristiano, de sacerdote, de Obispo, de Papa, a la oración ardiente, al recuerdo angustioso y al dolor aún vivo de quienes han quedado con gran vacío incolmable en su corazón y en su casa.

Pero vengo también para escuchar y transmitir a todos el mensaje de los que descansan en este cementerio militar polaco, como también en los cementerios militares inglés, alemán, italiano y fran­cés: ellos nos dicen que el sacrificio de su joven vida no puede haber sido inútil; que su sangre debe haber contribuido a hacer a los hombres más buenos, más abiertos, más solidarios los unos con los otros; que su extremo sufrimiento, humanamente incomprensible, ha adquirido significado pleno en cuanto unido al de Cristo, que tomó sobre sí también el dolor y la muerte.

Invito a todos a uniros a mi oración en sufragio por las almas de los soldados sepultados bajo la tierra de estos cementerios, pero también de los soldados caídos en todas las guerras, cumpliendo su deber para con la patria, y que viven por la eternidad en Dios.

En esta perspectiva adquiere como un significado emblemático mi estancia en la abadía de Montecassino: destruida completamente por la furia bélica y renacida de sus ruinas, continúa siendo para Europa y para el mundo un centro de espiritualidad y civilización. En este día tan solemne, en el nombre de Dios y del hombre, repita a todos: «No matéis! ¡No preparéis a los hombres destrucciones y exterminio! ¡Pensad en vuestros her­manos que sufren hambre y miseria! ;Respetad la dignidad y la libertad de cada uno!» (Redemptor hominis
RH 16).

A todos mi bendición apostólica.


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