Discursos 1979 162


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN LA CLAUSURA DE LA ASAMBLEA GENERAL

DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA


Sala del Sínodo

Viernes 18 de mayo de 197\i9



163 Queridísimos y venerados hermanos del Episcopado italiano:

He deseado vivamente encontrarme de nuevo con vosotros al término de la presente asamblea general, no sólo por el placer que el reiterado contacto o —con exactitud— la comunión nos proporciona ciertamente a mí y a vosotros, sino también y sobre todo para expresaros mi aprecio sincero por el esfuerzo que cada uno de vosotros ha demostrado en estos días laboriosos. Acabo de regresar de la visita a Montecassino, y también esta circunstancia, por la evocación de recuerdos fundamentales que afectan conjuntamente a la historia del cristianismo y a la civilización itálica, me hace sentir más profundamente el vínculo espiritual que me une a vosotros. Y quiero daros las gracias también por haberme esperado pacientemente, sabiendo bien que no pocos de vosotros habrían debido regresar a sus respectivas sedes por exigencias urgentes del ministerio.

1. Por mi parte, he procurado seguir —en cuanto me ha sido posible— vuestros trabajos, en los cuales he notado con gran satisfacción la seriedad y lucidez en la obligada y preeminente consideración que habéis dedicado al tema-problema de los "Seminarios y vocaciones sacerdotales". De este asunto ya hablé durante la concelebración en la Capilla Sixtina, pero su intrínseca importancia y las valiosas aportaciones que le han dado los Excmos. relatores me sugieren añadir, alguna consideración ulterior al respecto. No hay duda de que los datos estadísticos que se han presentado deben ofrecer el necesario punto de referencia para una valoración exacta del problema; pero, como Pastores animados de fe viva y realismo prudente, debemos tener siempre presente que el remedio más eficaz, la solución adecuada es una incesante, valiente, ferviente iniciativa vocacional. No es lícito pensar en el problema en términos numéricos y burocráticos o en clave de simple reclutamiento: la vocación es y será siempre un don singular de Dios, que, lejos de excluir la colaboración humana, más bien la presupone y estimula. No es licito pensar en su solución eliminando o atenuando las características típicas del sacerdocio que configuran inseparablemente su nobleza y dificultad: ¡No se trata de rebajar la línea para que se supere el obstáculo! Es necesario corresponder a la altura del ideal con la generosidad de la entrega y la capacidad de sacrificio.

Hermanos, vosotros comprendéis que es necesario un esfuerzo pastoral coordinado para esa primavera de las vocaciones que está en los deseos no sólo de los que estamos aquí reunidos, sino de todo el Pueblo de Dios, a cuya evangelización estamos destinados con la ayuda indispensable de los presbíteros. A este esfuerzo habéis dedicado atención y afanes en el curso de la presente asamblea. Hago míos unos y otros, ofreciéndoos mi colaboración más solidaria y abierta.

2. He escuchado el Comunicado final redactado al término de vuestros trabajos; me complazco en expresaros mi adhesión convencida a las indicaciones que contiene. La intención que os ha inspirado ha sido expresar colegialmente, con la riqueza de las aportaciones que habéis ofrecido en estos días, una línea de acción unitaria. También de este modo —pienso yo— se refuerza y acrecienta la conciencia comunitaria de todo el Episcopado y además su capacidad de indicar, con la debida ponderación, una posición clara que, aun teniendo en cuenta las diversas circunstancias, compromete responsablemente a cada uno de los miembros de la Conferencia. En una hora tan importante para la vida de la nación, animados por un alto sentido del deber, habéis solicitado oportunamente la dignidad y la coherencia de la recta conciencia cristiana. ¿Y cómo podría no subrayar la importancia y la validez de este planteamiento que —en la sucesión de los acontecimientos o en la diversidad de las contingencias socio-culturales— asume el valor mismo de un principio?

Vuestra llamada, en línea objetiva, merece ser compartida y deseo que sea escuchada y seguida.

3. La amplitud de los debates, la importancia de los temas tratados y la capacidad de decisión que habéis demostrado también en estos días, son un signo elocuente de vuestro afecto por el pueblo que os está confiado, por este pueblo italiano, al que —casi por impulso natural— me siento impelido a dirigir una palabra justa de gratitud y de elogio. Sí, quiero expresar una alabanza pública y bien merecida al pueblo bueno y generoso, tenaz y trabajador, que une el dinamismo y las realizaciones geniales de la edad moderna a las reconocidas virtudes del tiempo antigua. Esto pensaba yo esta mañana durante el viaje que me ha llevado a la tumba venerada de San Benito, Patrono y ejemplo luminosísimo para toda Europa; también visitando el vecino cementerio que acoge —cerca de los de tantas otras victimas— los restos de los hijos de mi Polonia, que derramaron su sangre en esta tierra, pensaba de nuevo en las vicisitudes de Italia, que en los momentos de prueba ha recurrido siempre a sus respuestas y a sus admirables energías, encontrando en ellas el secreto y el coraje para comenzar de nuevo. Y pensaba una vez más, junto con el Santo de Nursia, en Francisco de Asís y en Catalina de Siena, que constituyen un trío, al que se dirige con admiración la mirada del mundo no sólo cristiano. Y pensaba de nuevo en las relaciones multiformes y emblemáticas, que han marcado, durante los siglos, la historia de la Iglesia y de Italia, tan rica de testimonios sorprendentes de fe cristiana. Hermanos queridísimos, esta expresión de alabanza surge espontánea de mi corazón, y os ruego que la comuniquéis a vuestros sacerdotes y fieles, cuando regreséis a vuestra sede.

4. Permitidme, finalmente, venerados y queridos hermanos, que ahora toque otro tema, que reviste importancia fundamental para la actividad misma de vuestra Conferencia.

a) Hace ya tiempo, el cardenal Antonio Poma, que desde hace diez años desempeña el cargo de Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, ha pedido que fuese aceptada su dimisión de esta función. Había puesto ya esta petición en manos del Papa Pablo VI y luego en las del Papa Juan Pablo I; sucesivamente también se ha dirigido a mí, exponiendo el mismo deseo. Yo le he rogado que aceptara mantener el cargo por cierto tiempo. Todos sabemos lo importante que ha sido para la comunidad episcopal de Italia la presidencia del cardenal arzobispo de Bolonia, durante los años que han visto la aplicación fiel y generosa de las normas emanadas de la Sede Apostólica para la ejecución de las disposiciones del Concilio Ecuménico Vaticano II: quiero decir ante todos vosotros que el cardenal Poma ha estado muy cercano personalmente a mí, desde los tiempos del Concilio, durante el cual pude admirar su preparación, su celo, su prudencia, su bondad. Además, en este decenio de su presidencia se han delineado cada vez más netamente las estructuras, las competencias y las tareas de la Conferencia Episcopal Italiana, que ha tomado una dimensión cada vez más orgánica, incisiva y esencial, adoptando las oportunas iniciativas para incrementar la vida espiritual del país, con visión a la vez objetiva y rica de esperanza, crítica y estimulante, de los problemas más graves en el plano de la pastoral de conjunto. De esto dan. fe, entre otras cosas, el interés que sus opiniones y documentos suscitan en la opinión pública: los méritos del cardenal Poma, aunque envueltos en su modestia, son ciertamente muy grandes en el papel creciente de la CEI: y me complace certificarlo hoy públicamente y con profunda gratitud.

b) A raíz de esta dimisión, me he encontrado frente a un problema que todos juzgamos muy importante.

El estatuto de la CEI prevé en el artículo 25: "En consideración a los vínculos particulares del Episcopado de Italia con el Papa, Obispo de Roma, el nombramiento del Presidente de la Conferencia está reservado al Sumo Pontífice".

164 Dándome cuenta de que el mencionado principio ponía ante el Papa, que no proviene del círculo del Episcopado italiano, un deber muy difícil y, al mismo tiempo, queriendo actuar de acuerdo con esta norma, he creído oportuno —dada la necesidad de proveer al nombramiento del nuevo Presidente— recurrir a los Presidentes de las Conferencias regionales, pidiéndoles que manifestaran su opinión para asegurar la sucesión del cardenal Poma.

Al fin de estos contactos, decidí dirigirme al arzobispo de Turín, mons. Anastasio Alberto Ballestrero, o.c.d., proponiéndole que aceptara el cargo de Presidente de la CEI, ya que había sido el indicado por la mayoría de los prelados consultados. Puesto que mons. Ballestrero ha aceptado el nombramiento, deseo ahora comunicaros a todos vosotros aquí presentes que, desde hoy y por el período de tres años —como prevé el estatuto— es el Presidente de la CEI.

Por tanto, le quiero manifestar mi cordial felicitación y mis augurios fraternos, seguro de interpretar los sentimientos de todos.

En el espíritu de la palabra evangélica que ya quise recordar durante la reciente concelebración, os renuevo una fuerte invitación a la confianza y a la valentía, con la certeza de la asistencia indefectible de Dios, en cuyo nombre os bendigo de corazón juntamente con vuestros fieles.



DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS ALPINOS DE ITALIA

Sábado 19 de mayo de 1979



Queridísimos alpinos de Italia:

Bienvenidos a esta histórica plaza de San Pedro.

Al celebrar este año en Roma vuestra reunión periódica, densa de recuerdos, de nostalgias, de poesía y de amistad, también habéis querido encontraros con el Papa.

¡Alpinos de Italia! Ancianos, veteranos de tantas guerras, quizá heridos y mutilados, graduados y humildes soldados, capellanes militares, condecorados y beneméritos, jóvenes que pertenecéis a este cuerpo generoso y valiente, recibid mi más cordial saludo.

Os agradezco sinceramente que hayáis venido. Os agradezco en particular vuestros sentimientos de fe, estima, simpatía y afecto, y querría que cada uno sintiera en lo profundo de su espíritu cuánto os aman la Iglesia y el Papa; ¡aman a cada uno de los hombres que peregrinan sobre la tierra!

El encuentro de hoy se convierte para todos vosotros en una página alegre de vuestra vida, que sirva para vosotros y para vuestros seres queridos, de consuelo y estímulo en orden a ser siempre mejores.

165 Pero querría que junto con la alegría tan espontánea y calurosa del encuentro, llevéis también con vosotros el recuerdo de la palabra del Papa, que es habla en nombre de Cristo, Redentor del hombre.

1. Vosotros, hombres templados en vicisitudes dramáticas y dolorosas de la historia, enseñad al mundo a ver en los acontecimientos la mano de la Providencia divina, que guía la historia.

La situación internacional, siempre precaria e inestable, el resurgir continuo de la violencia política y social, el sentimiento difuso de insatisfacción e inquietud, las pesantes preocupaciones por el futuro de la humanidad, las amargas desilusiones de numerosas clases de la sociedad, las incógnitas que pesan sobre el futuro de todos y otras causas aún, pueden inocular el veneno del pesimismo y empujar a la evasión, a la indiferencia, muchas veces a la ironía desaprensiva e inerte, y en ciertos casos incluso a la desesperación.

Pues bien, las vicisitudes incómodas y gloriosas de vuestra vida enseñan a tener el coraje de aceptar la historia, que significa en el fondo amar el propio tiempo, sin añoranzas vanas y sin utopías místicas, convencidos de que cada uno tiene una misión que cumplir y que la vida es un don recibido y una riqueza que se debe dar, como quiera que sean los tiempos, serenos o embrollados, pacíficos o atribulados.

Para esto es necesaria la "pedagogía de la voluntad", o sea, es necesario el entrenamiento en el sacrifico y la renuncia, el esfuerzo en la formación de caracteres sólidos y serios, la educación en la virtud de la fortaleza interior para superar las dificultades, para no ceder a la pereza, para mantener la fidelidad a la palabra y al deber.

Hoy especialmente el mundo tiene necesidad de hombres tenaces y animosos que miren a lo alto, como el alpino que escala la escarpada pared para alcanzar la cumbre y ni el abismo del precipicio que está debajo, ni la dura roca o el hielo adverso pueden detenerlo.

Hoy muchos se sientes frágiles y extraviados; y es también comprensible, dado el conocimiento más concreto e inmediato de las vicisitudes humanas y la mentalidad de fácil consumo que el progreso ha creado. Y por esto es más necesario volver a enseñar el espíritu de sacrificio y de coraje.

2. Pero no basta aceptar la historia: ¡vosotros nos enseñáis que es necesario "transformar" la historia!

¡Cuántos de vosotros podrían contar sus aventuras en la paz y en la guerra, ya trágicas y tristes, ya alegres y serenas!

¿Y qué se puede sacar de este patrimonio de vida intensa? Una sola conclusión y un solo imperativo: la historia debe ser transformada mediante la "civilización del amor", que fue la preocupación constante del Papa Pablo VI, de venerada y siempre presente memoria.

Y, por esto, os digo, alpinos de Italia, como digo a todos los hombres de la tierra: ¡Amad!

166 Este es el "mandamiento nuevo" de Cristo: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 15,12);

— ¡amad a vuestra familia, a vuestra casa, y permaneced fieles en el amor!;

— ¡amad a vuestro pueblo, a vuestro barrio, a vuestra ciudad! Cada uno dé su aportación de esfuerzo, de servicio, de caridad, especialmente hacia los que sufren y hacía los necesitados, para crear centros de solidaridad, a fin de que nadie se sienta solo y marginado a causa del egoísmo;

— ¡amad a Italia, vuestra patria querida, que aun entre tantas vicisitudes y contrastes, es vuestra tierra, rica en historia, en belleza, en genio y en bondad!;

— ¡amad a Europa, que por milenios ha volcado en la historia las riquezas incalculables de la inteligencia y del sentimiento!;

— ¡amad a todo el mundo, porque todos somos hermanos y cada uno debe llevar en su corazón a toda la' humanidad! ¡Cuántos prófugos, desocupados, damnificados, sin casa y sin pan, esperan vuestro amor!.

Recordemos una figura bien conocida en Italia y en el extranjero: ¡el capellán de los alpinos, Don Carlo Gnocchi! ¡El, al regresar de la espantosa experiencia de la campaña bélica en Rusia, se comprometió a amar todavía más, y fundó la obra de asistencia para los niños mutilados y poliomielíticos!

3. Finalmente, querría añadir aún: ¡elevemos la historia mediante la fe en Jesucristo!

¿Por qué motivo se ha encarnado Dios? ¿Por qué Jesucristo, el Verbo de Dios, ha querido meterse en nuestra historia humana? Sólo para 'salvarla, revelando los valores trascendentes y sobrenaturales de todas nuestras acciones. Esta es la verdad que hace tan sublime nuestra existencia: estamos destinados a Dios, a la eternidad, a la felicidad eterna que depende de nuestras opciones libres. Jesús ha venido para dar testimonio y garantizar la verdad (cf. Jn Jn 18,37).

El conocido escritor francés François Mauriac, en la introducción a su célebre "Vida de Jesús", escribía: "Ha sido necesario que Dios se sumergiera en la humanidad y que en un preciso momento de la historia, en un determinado punto del globo, un ser humano, hecho de carne y de sangre, pronunciase ciertas palabras, realizase ciertos actos, para que yo me arrodillara... Yo no creo sino lo que toco, lo que veo, lo que se incorpora a mi sustancia; y por esto tengo fe en Cristo" (F. Mauriac, La vita di Gesù, ed. Mondadori, Milán, 1943).

¡Es necesario tener fe en Cristo para salvar al hombre!

167 ¡Para elevar la historia, es necesario salvar a los hombres! Y Cristo nos dice: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré" (Mt 11,28). ¡Sólo El tiene palabras de vida eterna! ¡Sólo El es la salvación del hombre!

¡Alpinos de Italia! ¡Cristo quiere hacer también de vosotros instrumentos de paz y de salvación! ¡Escuchad su voz! ¡Dad testimonio de su amor!

¡Os ayude María Santísima, a la que vosotros llamáis la "Virgen de loa alpinos"!

¡Os acompañe mi propiciadora bendición, que deseo extender a todos vuestros seres queridos, a todos vuestros familiares!


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE ESTUDIANTES ORTODOXOS

Sábado 19 de mayo de 1979



Queridísimos:

De todo corazón os doy la bienvenida y mi saludo más cordial. Teólogos dedicados de diversos modos al servicio de vuestras Iglesias, habéis venido a esta ciudad para especializaros y, al mismo tiempo, para conocer de modo directo el gran esfuerzo de reflexión teológica y de renovación pastoral realizado, a todos los niveles, en la vida de la Iglesia católica, sobre todo después del reciente Concilio. Un esfuerzo de profundización espiritual, de tensión purificadora hacia lo esencial, de fidelidad cada vez más dinámica y coherente hacia nuestro único Señor y hacia todos los aspectos de su mensaje de salvación, que debemos anunciar a los hombres y mujeres de hoy.

En este amplio campo de la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo, las posibilidades de colaboración entre la Iglesia católica y las venerables Iglesias ortodoxas, a las que pertenecéis, son grandes porque brotan de la comunión, aunque todavía no plena, que ya nos une. Por otra parte, esforzándonos en vivir y presentar juntos toda la realidad del Evangelio dada a la Iglesia y transmitida de generación en generación hasta nosotros, es como podremos disipar y superar las divergencias heredadas de las incomprensiones del pasado.

Esta colaboración no sólo es posible desde ahora, sino que es necesaria, si queremos ser verdaderamente fieles a Cristo. El quiere nuestra unidad. Ha orado por nuestra unidad. Hoy más que nunca, en un mundo que reclama autenticidad y coherencia, nuestra división es un contra-testimonio intolerable. Es como si negásemos con nuestra vida lo que profesamos y anunciamos.

He querido comunicaros estos pensamientos, al recibiros aquí por vez primera, para pediros que manifestéis a vuestros obispos, a vuestros patriarcas, mi voluntad firme de colaborar con ellos para progresar hacia la plena unidad, manifestando en la vida de nuestras Iglesias esa unidad que ya existe entre nosotros. Es necesario que esa caridad sin engaño, en la que nos hemos encontrado y vuelto a encontrar, se vuelva creativa y animosa para hallar senderos seguros y rápidos que nos conduzcan a esa plena comunión, que sellará nuestra fidelidad a nuestro único Señor.

He aquí el mensaje que os pido transmitáis a quienes os han enviado a estudiar en los diversos Institutos de la Iglesia de Roma, la Iglesia que preside en la caridad.

168 A vosotros, queridos estudiantes, os deseo que esta estancia romana sea fecunda, ante todo para vuestro crecimiento en Cristo bajo la acción del Espíritu Santo. Una sólida vida espiritual personal es la condición indispensable para todo trabajo teológico y la fuente en la que debe alimentarse continuamente y renovarse todo verdadero servicio de Iglesia. Y que esta estancia pueda también ser fructuosa para vuestra preparación a las tareas que mañana os serán confiadas.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE DIRIGENTES DE LA COMPAÑÍA AÉREA "ALITALIA"

Lunes 21 de mayo de 1979



Señor Presidente y miembros de la Sociedad "Alitalia":

Siento gran satisfacción al poderme encontrar con vosotros esta mañana, en la cordial familiaridad de esta audiencia especial que, permitiéndome volver a veros de cerca, despierta en mi espíritu, frescas e intactas, las emociones indelebles del viaje a América Latina.

Deseo ante todo expresaros mi reconocimiento sincero por todas las atenciones que tuvisteis conmigo y con las personas que me acompañaban: la habilidad de los pilotos y su perfecto control de los complejos aparatos de a bordo, la solicitud delicada y atenta de la tripulación del magnífico I-Dyne "Dante Alighieri", que vuestra Sociedad puso a disposición, hicieron posible la travesía aérea rápida, segura y confortable hacia aquel lejano Continente, en el que un compatriota vuestro fue el primero en plantar la cruz de Cristo, hace ahora casi cinco siglos.

Una multitud de recuerdos, imágenes, emociones se presentan en el espíritu al evocar de nuevo el momento en que, teniendo en el alma el ansia del misionero, puse pie en esa tierra de la que la fatiga, el sacrificio, la sangre de tantos generosos heraldos del Evangelio hicieron germinar mieses abundantes, que ahora "blanquean para la siega" (Jn 4,35). El encuentro con la fe ardiente de aquellas poblaciones y con su entusiasmo espontáneo e incontenible, ha constituido para mí una experiencia única, que se me ha grabado en el alma con caracteres indelebles. El ímpetu, lleno de confianza, con que multitudes inmensas acudían en torno al humilde Vicario de Aquel que "es centro del cosmos y de la historia" (Redemptor hominis RH 1), me ha confirmado en la convicción de que el mundo contemporáneo está volviéndose nuevamente a Cristo, como a "Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad, como Aquel que libera al hombre de lo que limita, disminuye y casi destruye esta libertad en sus mismas raíces, en el alma del hombre, en su corazón, en su conciencia" (ib., 12).

Ahora bien, la obra que vosotros prestasteis con singular pericia y con dedicación infatigable, ha sido la mediación preciosa que me ha consentido llevar una palabra, un deseo, una esperanza a la Iglesia que simul orat el laborat, que a la vez ora y trabaja (Lumen gentium LG 17), en América Latina. Al reiteraros el testimonio de mi gratitud, quiero aseguraros que en mi oración ha habido y habrá un puesto especial para vosotros. Conozco las dificultades de vuestro trabajo y sé que exige, junto a una preparación esmerada y a un ejercicio constante, un excepcional dominio de los propios nervios y un sólido equilibrio psíquico, que garanticen la capacidad de un lúcido autocontrol. incluso en las situaciones imprevistas y arriesgadas.

Son éstas cualidades interiores, que pueden encontrar un validísimo y vigoroso apoyo en una fe madura y en un sincero compromiso moral, según los dictámenes de la antigua sabiduría cristiana. Por lo demás, la familiaridad con los espacios ilimitados del cielo y la posibilidad de tomar distancias, por así decirlo, de "la pequeña parcela que nos hace tan crueles" (Dante, Par. 22, 151), no pueden menos de facilitar en el espíritu, de quien se lanza a esas alturas, una percepción más limpia de la omnipresencia divina y una visión más serena y más verdadera de los valores auténticos, que hacen noble y digna la vida de un ser humano.

Mi deseo es que el pensamiento de Dios, Padre de todos los hombres, Creador de la tierra que sobrevoláis y Señor de los cielos que surcáis, os acompañen constantemente en el cumplimiento de vuestro deber, os ilumine y os sostenga en los momentos difíciles, os inspire siempre la "ruta" justa en las opciones de la vida, para que este viaje decisivo, que tiene su escala más allá de los confines del tiempo, pueda llegar felizmente a la meta, que es Dios mismo.

Confirmo estos deseos con una particular bendición apostólica, que gustosamente extiendo a todos los miembros de la Sociedad "Alitalia" y a vuestros familiares, a quienes os ruego la llevéis juntamente con la seguridad de un afectuoso recuerdo mío en la oración.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS SUPERIORES Y SUPERIORAS GENERALES

DE INSTITUTOS RELIGIOSOS NO CATÓLICOS


Lunes 21 de mayo de 1979



169 Muy queridos en Cristo:

Como Obispo de Roma os doy la bienvenida a esta Sede Apostólica. Me proporciona satisfacción especial saber que habéis participado en una consulta ecuménica sobre la vida religiosa. Por tanto, vuestra visita constituye un momento propicio para reflexionar brevemente todos juntos sobre este tema, y para experimentar a través de esta reflexión el gozo de haber abrazado los ideales sublimes de la vida religiosa.

Entre estos ideales figura la concepción básica de la vida religiosa como consagración especial a Nuestro Señor Jesucristo, como medio de unirse totalmente a su persona divina y de responder a todas las exigencias del bautismo en Cristo. La vida religiosa es el seguimiento radical de las bienaventuranzas, el reconocimiento práctico del primado de Cristo en la Iglesia y en el mundo. Es la respuesta libre de los discípulos a la invitación del Señor Jesús: "Permaneced en mi amor" (
Jn 15,9).

El Concilio Vaticano II concibe la vida religiosa proyectada a mayor santidad de la Iglesia y a mayor gloria de la Santísima Trinidad, que en Cristo y por Cristo es fuente y origen de toda santidad (cf. Lumen gentium LG 47). Considera que todo el servicio eclesial eficaz del religioso procede de la unión íntima con Cristo (cf. Perfectae. caritatis PC 8).

Toda concepción de la vida religiosa como modo nuevo y especial de responder al llamamiento universal de todo el Pueblo de Dios a la santidad, nos lleva necesariamente por otra parte, al aspecto eclesial de la vida religiosa. En la historia de la Iglesia, la autoridad eclesiástica ha garantizado la autenticidad de esta vida que se ha enfocado constantemente en relación con todo el Cuerpo de esta vida, donde las actividades de cada miembro y de la comunidad son beneficiosas para todo el Cuerpo, por razón del principio de la unión dinámica con Cristo Cabeza.

Confío en que vuestra consulte ecuménica sobre temas tan importantes producirá frutos duraderos, con la ayuda de la gracia de Dios. Pido al Espíritu Santo que sea quien proyecte luz en vuestra reflexión acerca de la vida religiosa, especialmente cuando toque la cuestión de la unidad de la Iglesia, la unidad perfecta querida por Cristo.

¿Quién mejor que los religiosos experimentará en la oración la urgencia no sólo de aparecer unidos, sino también de vivir en verdad y caridad plenas? Y al experimentar esta urgencia, experiencia que ya de por sí es un don de Dios, ¿no experimentaremos asimismo la necesidad de purificación personal creciente. para lograr esa conversión del corazón siempre en aumento, que parece exigirnos Dios como requisito previo a la unión corporativa. de todos los cristianos? Y la libertad espiritual que el religioso trata de adquirir al adherirse totalmente al Señor Jesús, ¿acaso no lo vincula cada vez con mayor cercanía y en amor a realizar hasta el fin la voluntad de Cristo para su Iglesia? ¿Es que los religiosos no están llamados de modo especial a dar expresión al anhelo de los cristianos de que el diálogo ecuménico —que por naturaleza es transitorio— debe concluirse en esa comunión plena que es "con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,3)? ¿Acaso no deben ser los primeros los religiosos en comprometerse con generosidad total en el plan salvífico de Dios, repitiendo cada uno con San Pablo: "Qué he de hacer Señor" (Ac 22,10)?

Queridos hermanos y hermanas: Es este un momento de alegría, fundado no en la complacencia, sino en el deseo humilde y lleno de arrepentimiento de cumplir la voluntad de Dios. Lo es al mismo tiempo de confianza "en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención" (1Co 1,50). A él levantamos el corazón cuando invocamos el poder de sus méritos para sostenernos con generosidad y sacrificio mientras estamos a la espera de la revelación plena de su Reino, de la consumación de nuestra unidad en Cristo: "Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad".

Deseo pediros que llevéis a vuestras comunidades religiosas mi saludo y aliento para vivir profundamente "en la fe del Hijo de Dios" (Ga 2,20). Al manifestaras mi amistad y estima, os aseguro que os amo en Cristo Jesús, Señor nuestro.




PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE EL ENCUENTRO CON UN GRUPO DE INVÁLIDOS

Y ENFERMOS ANTE LA GRUTA DE LOURDES


DE LOS JARDINES VATICANOS


Martes 22 de mayo de 1979



Hijos queridísimos:

170 Permitidme que sin circunloquios o perífrasis introductorias, sino con absoluta espontaneidad, os manifieste los diversos sentimientos de mi espíritu en este encuentro, que se realiza en un ambiente tan sugestivo de silencio, de paz y de oración, durante una tarde límpida y serena de mayo, a los pies de la gruta de la Virgen, o mejor, cerca del corazón de la Madre Inmaculada, que nos mira y nos sonríe desde la gruta construida en estos jardines vaticanos, en recuerdo devoto y perenne del lugar, en los Pirineos, donde Ella se apareció en el siglo pasado como visión del cielo, mensajera de esperanza y de amor para la humanidad sufriente y pecadora.

Mi primer pensamiento es de sincera complacencia y viva gratitud para todos los que han promovido y organizado este encuentro, que se podría definir "encuentro de familia", porque estamos reunidos todos en torno a la Virgen para un diálogo sencillo, espontáneo y afectuoso, como sucede entre los hijos y la mamá, que lo ve todo, incluso los secretos más recónditos; que lo comprende todo, incluso los silencios más largos; que lo reanima todo, incluso las cosas más insignificantes.

Gracias a todos vosotros por haber venido a visitar al Papa; gracias también por los delicados sentimientos que cultiváis en el corazón para el Vicario de Cristo y que intentáis manifestar en esta ocasión especial; finalmente, gracias por vuestra presencia, que se puede considerar casi "presencia sacramental" de Cristo.

Sí, vosotros sois, en vuestro cuerpo herido y doliente, la expresión de Cristo crucificado, y como una prolongación de su pasión, de manera que cada uno de vosotros puede repetir con San Pablo: "Suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo. que es la Iglesia" (
Col 1,24); y además: "Padecemos con El (esto es, con Jesús) para ser con El glorificados" (Rm 8,17). Por tanto, Cristo os elige, os une y os asemeja a Sí con el medio insustituible, inefable del sufrimiento, a través del cual imprime en vosotros su imagen doliente y continúa realizando la obra de la redención. ¿Cuál es, pues, el valor de vuestro sufrimiento? No habéis sufrido, o sufrís, en vano: el dolor os madura en el espíritu, os purifica en el corazón, os da un sentido real del mundo y de la vida, os enriquece de bondad, de paciencia, de longanimidad, y —oyendo resonar en vuestro espíritu la promesa del Señor: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados" (Mt 5,5)— os da la sensación de una paz profunda, de una alegría perfecta, de una esperanza gozosa. Por esto, sabed dar un valor cristiano a vuestro sufrimiento, sabed santificar vuestro dolor con confianza constante y generosa en El, que consuela y da fuerza. Sabed que no estáis solos, ni separados, ni abandonados en vuestro "vía crucis"; junto a vosotros, a cada uno de vosotros, está la Virgen Inmaculada, que os considera como sus hijos más amados: María, que "se ha convertido para nosotros en Madre en el orden de la gracia... desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz..." (Lumen gentium LG 61-62), está cercana a vosotros, porque ha sufrido mucho con Jesús por la salvación del mundo.

¡Miradla con plena confianza y abandono filial; Ella os mira de manera especial, os sonríe con ternura materna, os acompaña con cuidado solícito!

Os asista y proteja siempre esta Madre dulcísima: nosotros le pedimos por vosotros, para que os esté cercana, os consuele, os dé paz y lleve a cumplimiento en vosotros, para el bien de la Iglesia, para la difusión del Evangelio, para la paz del mundo, ese designio de gracia y de amor, que os une más estrechamente y os configura con Cristo Jesús. Estoy seguro de que rezaréis por el Papa y ofreceréis también por él al Señor vuestros sufrimientos, ¿verdad? De este modo nuestro recíproco diálogo cordial continuará más allá de este brevísimo espacio de tiempo.

Finalmente, a todos vosotros, vuestros familiares, médicos y a cuantos os asisten y os cuidan continua y afectuosamente, imparto la bendición apostólica, como auspicio de abundantes favores celestiales y prenda de mi paterna benevolencia.

Tras pronuncias este discurso en italiano, Juan Pablo II se dirigió en francés al Comité internacional católico de los invidentes

Quiero saludar también a los miembros del Comité internacional católico de ciegos, que están preparando el XI Congreso internacional.

Queridos amigos: Conozco vuestros afanes al servicio de los ciegos, especialmente en los países en vías de desarrollo, donde todavía es más difícil la vida para ellos. Os aliento de todo corazón.

Claro está que la naturaleza se subleva instintivamente ante el sufrimiento y la enfermedad. Pero por otra parle ¿acaso no es necesario rechazar uno y otra en cierto modo para llegar a superarlos y vivir lo más plenamente posible, a pesar de ellos? Es éste precisamente el significado de la acción social de vuestro Comité.

171 Pero la fe en el Señor resucitado abre perspectivas más hondas. El Exsultet de Pascua nos dice que El es "la luz que no conoce ocaso", qui nescit occasum. Buscad esta luz del alma. Por ella, el sufrimiento unido al de Nuestro Señor y al de la Virgen María al pie de la cruz, abre el camino de la vida eterna para sí y para los demás.

Que vuestro Congreso dedicado a la tercera edad se enfoque en esta doble dirección. Ayudad a los ciegos a vivir con plenitud en el plano humano. Y ayudadles asimismo a caminar generosamente hacia esta luz espiritual "que no conoce ocaso" y que puede iluminar y caldear toda ancianidad hasta el último instante y a pesar de sus penas. Que la Virgen de la Luz, a la que se debe invocar cada día, sea quien os guíe en vuestro apostolado. Contad con mi oración por vosotros y por todos los ciegos que representáis; y recibid mi bendición.


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