Discursos 1979 171


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS FUTBOLISTAS DE LOS EQUIPOS NACIONALES

DE ARGENTINA E ITALIA


Viernes 25 de mayo de 1979



Ilustres señores y queridos hijos:

Os quedo sinceramente agradecido por la cortesía de esta visita, que me permite encontrarme y saludar a los prestigiosos campeones de dos países, unidos entre sí por vínculos profundos de fe, de cultura y de sangre, a sus directivos y técnicos con las respectivas familias, y a estos dos equipos de muchachos, que si todavía no poseen la fama de sus colegas ya conocidos, ciertamente emulan su pasión en el deporte y su entusiasmo generoso. A todos dirijo la más cordial bienvenida.

He escuchado con atención e interés las palabras de presentación del señor presidente de la Federación Italiana de fútbol, que ha sabido interpretar con palabras amables y apropiadas los sentimientos comunes y ha recordado además oportunamente la solicitud con que la Iglesia ha seguido siempre el ejercicio de las diversas disciplinas atléticas, complaciéndose al mismo tiempo en subrayar, con rasgo de exquisita delicadeza, el aprecio que yo también he tenido ocasión de mostrar por los valores que van unidos a la práctica del deporte.

Me complazco en poner de relieve la claridad y exactitud con que usted, señor presidente, ha sabido captar la enseñanza del Magisterio eclesiástico en esta materia. Es enseñanza importante, porque refleja uno de los puntos firmes de la concepción cristiana del hombre. Vale la pena recordar, a este propósito, que ya los pensadores cristianos de los primeros siglos se opusieron con decisión a ciertas ideologías, entonces en boga, que se caracterizaban por una infravaloración de lo corporal, defendida en nombre de una mal entendida exaltación del espíritu: sobre la pauta de los datos bíblicos ellos, en cambio, afirmaron con fuerza una visión unitaria del ser humano. "¿Qué es el hombre —se pregunta un autor cristiano de fines del siglo II o de principios del III—, qué es el hombre, sino un animal racional compuesto de un alma y de un cuerpo? El alma, tomada en sí misma, ¿no es, pues, el hombre? No, sino que es el alma del hombre. El cuerpo, pues, ¿es el hombre? No, sino que debe decirse que es el cuerpo del hombre. Por esto, ni el alma ni el cuerpo, tomados separadamente, son el hombre: lo que se llama con este nombre es lo que nace de su unión" (De resurrectione VIII, en Rouet de Journel, Enchiridion Patristicum , núm. Nb 147, pág. 59).

Por esto cuando Emmanuel Mounier, un pensador cristiano de este siglo, dice que el hombre es "un cuerpo por el mismo título que es espíritu: todo él cuerpo y todo él espíritu" (cf. Il personalismo, Roma, 1971, pág. 29), no dice nada nuevo, sino que vuelve a poner de relieve sencillamente el pensamiento tradicional de la Iglesia.

Me he detenido un poco en evocar estos puntos de doctrina, porque sobre estos fundamentos se apoya la valoración de las disciplinas deportivas que propone el Magisterio. Se trata de una valoración altamente positiva, a causa de la cooperación que tales disciplinas aportan para una formación humana integral. En efecto, la actividad atlética, realizada según justos criterios, tiende a desarrollar en el organismo fuerza, agilidad, resistencia y armonía de ademanes, y favorece al mismo tiempo el crecimiento de las mismas energías interiores, convirtiéndose en escuela de lealtad, de coraje, de conformidad, de decisión, de hermandad.

Por lo tanto, al dirigiros una palabra de aplauso y estímulo, jóvenes atletas aquí presentes, y a vuestros colegas de todas las partes del mundo, a los directivos, a los técnicos y a cuantos se dedican a la noble causa de la difusión de una sana práctica deportiva, manifiesto el deseo de que sean cada vez más numerosos los que, templando el cuerpo y el espíritu en las severas normas de las diversas disciplinas deportivas, se esfuercen por conseguir la madurez humana necesaria para medirse con las pruebas de la vida, aprendiendo a afrontar las dificultades cotidianas con valentía y a superarlas victoriosamente.

Permitidme ahora decir una palabra en la lengua que se habla en Argentina.

172 Amadísimos hijos argentinos:

Me siento contento de poder recibiros hoy, día además de la fiesta nacional argentina, para felicitaros cordialmente por vuestros recientes éxitos deportivos y para expresaros mi sentida estima por vuestras personas.

Sois jóvenes todavía y por tanto llenos de ilusión y deseosos de perfeccionaros personal y profesionalmente. Por eso, mis palabras, cuando hablo a deportistas como vosotros, quisieran ser siempre una especie de afectuosa sacudida de los espíritus, animándolos a desplegarse con gallardía hacia los objetivos que más ennoblecen la vida.

Tened presente que, mientras jugáis, sois centro de atención por parte de las masas. El buen juego, el estilo excelente, los resultados favorables os granjearán sus aplausos y su admiración. Pero, ojalá puedan apreciar claramente en vosotros un modelo de respeto y de lealtad, un ejemplo de compañerismo y amistad, un testimonio de auténtica fraternidad. Todo esto afina los espíritus y les hace percibir de cerca lo sublime del ser humano y su auténtica dignidad. Así se coopera también a la construcción de un mundo más pacífico y, si se tiene fe, a la consolidación de la comunidad de los hijos de Dios: la Iglesia.

Con estos deseos os imparto de corazón la bendición apostólica, que hago extensiva a vuestras familias y a todos los queridísimos hijos argentinos.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA DELEGACIONES BÚLGARAS

Viernes 25 de mayo de 1979



Excelencia,
señoras y señores:

Os doy las gracias por esta visita al Vaticano. Gracias particularmente por los saludos y deseos que me habéis traído del Señor Presidente del Consejo de Estado de la República Popular de Bulgaria; a mi vez, le presento los míos con toda sinceridad.

Saludo a cuantos componen las Delegaciones aquí presentes; las personalidades que representan las tradiciones culturales búlgaras: el Metropolita Pankratij, Jefe de la Delegación de la Iglesia ortodoxa búlgara, y los miembros de la Delegación católica entre los que veo a mis hermanos en el Episcopado, Sus Excelencias mons. Bogdan Dobranov y mons. Samuele Dijoundrine.

Vuestra presencia en Roma para asistir a la inauguración de la exposición organizada en la Biblioteca Apostólica Vaticana sobre "Manuscritos y documentos del Vaticano referentes a la historia de Bulgaria", y para tomar parte en las celebraciones en honor de los Santos Cirilo y Metodio, evidencia elocuentemente el hecho de que los lazos de la Santa Sede con Bulgaria a nivel eclesiástico y civil, no son de ayer sino de hace muchos siglos. Vuestras Delegaciones, formadas por personalidades del mundo religioso y cultural, demuestran a mayor abundancia que la cultura y la fe religiosas no sólo no se oponen entre sí, sino que una respecto de la otra mantienen relaciones semejantes a las del fruto con el árbol. Basta estudiar el origen de las culturas de los varios pueblos para ver cómo la cultura ha sido y sigue siendo manifestación auténtica de algunas de las exigencias más hondas del hombre, que quiere expresar en el arte y costumbres lo que le parece verdadero, bueno, bello, justo y digno de ser amado.

173 En mi primera Encíclica Redemptor hominis expliqué cómo todos los caminos de la Iglesia llevan al hombre. Es un hecho histórico que las Iglesias cristianas de Oriente y Occidente han inculcado y propagado a lo largo de los siglos el amor a la propia cultura y el respeto a la cultura de los demás. Así se explica la erección de iglesias magníficas repletas de riquezas arquitectónicas e imágenes sagradas, tales como los iconos, por ejemplo, fruto tanto de la oración y la penitencia como de la ciencia artística. Así se explica también la producción de tantos documentos y escritos de carácter religioso y cultural que llevaron a efecto la instrucción y formación de los pueblos a que estaban destinados.

En este contexto, con orgullo y emoción elevo el pensamiento a los Santos Cirilo y Metodio; ellos dejaron a los pueblos eslavos un patrimonio cultural que es en realidad como el fruto del árbol de su fe cristiana, profundamente enraizado en el amor a Dios y a los hermanos, a quienes sirvieron en circunstancias que no eran siempre favorables. Deseo que su mensaje de unión entre los pueblos en fraternidad verdadera y en una vida pacífica en sociedad, siga escuchándose hoy en las regiones donde vivieron y trabajaron, y a las que amaron hasta la muerte con todo su fervor de apóstoles.

Cuando volváis a vuestra patria, quisiera que fuerais portadores de los deseos de felicidad, paz y prosperidad tanto espiritual como material, que formulo para el pueblo búlgaro tan cercano siempre a mi corazón.


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL

DEL URUGUAY EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 26 de mayo de 1979

Venerables hermanos,

Vuestra presencia me recuerda el mensaje que os dirigí, al comienzo de mi pontificado, con ocasión del primer centenario de la fundación de la jerarquía eclesiástica en vuestro país. Me sentí inmensamente contento de que un acontecimiento de tanta importancia para la historia religiosa de vuestra sierra tuviese su celebración final en la solemnidad de la Inmaculada con una ceremonia culminada a los pies de la imagen de la Virgen de los Treinta y Tres.

Hoy, al veros aquí en vuestra visita ad limina Apostolorum –y siento presentes también a los demás hermanos en el Episcopado que vendrán asimismo a visitar a Pedro– advierto vivamente que se hace más fuerte mi unión con vosotros: una fuerza que halla su perenne fecundidad en el designio según el cual Cristo ha querido construir su Iglesia sobre Pedro, con el mandato de confirmar a sus hermanos, haciendo de su misión con ellos la unidad del colegio apostólico. Se trata de la colegialidad subrayada insistentemente por el Concilio Vaticano II. El Obispo es el principio y fundamento visible de la unidad de la Iglesia particular de la que es Pastor (Lumen gentium LG 23); pero como miembro del Colegio episcopal está obligado a actuar solidariamente con sus hermanos cuando surjan problemas comunes con otras comunidades eclesiales, sobre todo si tales problemas afectan al ámbito entero de una misma nación. Por esto me llena de alegría la imagen que ofrece la Iglesia en vuestro país, signo manifiesto de salvación y sacramento de unidad para todos los hombres (Lumen gentium, I, 48), configurándose por tanto como un modero para la convivencia fraterna de la nación.

Quiero detenerme particularmente en un punto, al poner de relieve la operante unanimidad de vuestras aspiraciones: la adecuada e intensa pastoral de les vocaciones religiosas y sobre todo sacerdotales. Es una exigencia ineludible, por la que también se hace ansiosa mi solicitud, cuando miro a países donde, como en el vuestro, falsa todavía un orgánico y adecuado desarrollo del cuerpo de les Iglesias particulares, obligadas para su vida y su misión a valerse de la ayuda preciosa y generosa, pero precaria, que puede ofrecer el clero de otras naciones.

Por esto doy gracias fervientemente al Dueño de la mies que desde hace algún tiempo va suscitando en vuestras diócesis un creciente número de vocaciones sacerdotales.

Considero superfluo llamar la atención acerca de la necesidad de formar adecuadamente a los futuros obreros de la viña. Pero permitidme insistir, a fin de que en vuestra misión de pastores tenga un lugar prioritario el cuidado de la espiritualidad de quienes serán vuestros inmediatos colaboradores, no menos que de aquellos que el Señor ha puesto ya a vuestro lado. La solicitud para con vuestros sacerdotes tenga todo el vigor y todas les delicadas atenciones que se requieren de vuestro oficio paterno, sobre todo a fin de que sea determinante en sus actitudes y en su conducta la inspiración sobrenatural que interprete adecuadamente la esencia del mensaje evangélico.

Esta animación espiritual os preocupe también en la búsqueda, en la formación y en la dirección de les otras fuerzas, a les que la Iglesia pide hoy una aportación sustancial organizada para el desarrollo de la propia misión.

174 Así vuestro plan pastoral quinquenal preparado para todo el País, podrá pasar a una dinámica fase ejecutiva para la santificación del pueblo de Dios. Se beneficiará también la renovación moral y religiosa de no pequeños sectores, como exigen necesidades muy graves y tendencias funestas, sobre les que recientemente habéis alzado vuestra voz.

Aprecio vivamente vuestro celo vigilante y eficaz sobre todo el ámbito de la misión específica de la Iglesia, que ajena a intervenciones que están fuera de su competencia, presta un servicio – no ciertamente contingente – a la causa de la humanidad en general y del pueblo en medio de cual actúa como madre y maestra. Al respecto vosotros os habéis pronunciado explícita y equilibradamente, y yo mismo he desarrollado este tema fundamental en el discurso de apertura de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Es un camino señalado claramente para la evangelización en un Continente al que quiero mucho y en el que vuestro País ha tenido y mantiene un puesto de gran prestigio. Sólo me falsa, pues, deciros, en un campo tan delicado, que yo cuento mucho con vuestro celo y con el de todos vuestros colaboradores; pero quiero también expresar el deseo de que la sabiduría humana y cristiana de vuestros conciudadanos sepa beneficiarle con confianza del Magisterio y de la obra de la Iglesia.

Deseo volver de nuevo al punto de partida de este discurso: peregrino espiritualmente al Santuario de la Virgen de los Treinta y Tres, encomiando a su amor materno vuestras fatigas, vuestras penas, vuestras aspiraciones y les de todos vuestros sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas seminaristas, les de todos los agentes de la pastora! y de todo vuestro pueblo.

Acoged la bendición apostólica que de todo corazón os imparto y que deseo hacer llegar al cardenal Antonio Barbieri, este insigne pastor que completa en el sufrimiento y en la oración el largo y valioso servicio prestado a la Iglesia en vuestro país.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MUCHACHOS DE LA ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA

Sábado 26 de mayo de 1979



Queridísimos muchachos de Acción Católica:

¡Bienvenidos a esta magnífica plaza de San Pedro!

¡Benditos todos en el nombre del Señor Jesús, amigo de los niños!

Os agradezco sinceramente la jubilosa manifestación de afecto, que me habéis reservado mientras pasaba en medio de vosotros para ofreceros mi cordial saludo paterno, a vosotros que sois "mi alegría y mi corona" (Ph 4,1), porque manifestáis el rostro de la Iglesia "sin mancha y sin arruga" (Ep 5,27); a cuantos os han acompañado aquí: padres, educadores, responsables diocesanos y nacionales de Acción Católica de los muchachos; de modo particular, mi gratitud al consiliario general, mons. Giuseppe Costanzo. y al presidente nacional prof. Mario Agnes. quienes solicitaron esta audiencia con motivo de vuestro encuentro nacional, con el que intentáis también ofrecer vuestra aportación a las iniciativas que se promueven en todas partes en el marco del Año Internacional del Niño.

1. Os habéis querido encontrar con el Papa en este día dedicado a la memoria de San Felipe Neri justamente definido el apóstol de los jóvenes, por su larga e incansable actividad en favor de ellos. Vuestras reuniones en Roma se desarrollan bajo su protección. ¡El, que supo acoger tan bien cerca de sí a los muchachos de las barriadas romanas y educarlos en los nobles ideales de la fe cristiana y de la convivencia cívica! Se dice que para socorrer a los más necesitados, no dudaba en mendigar por los caminos: un día, cierto individuo, creyéndose importunado, le dio una bofetada. El santo con cara sonriente, le dijo: "Esto es para mí, ahora déme algún dinero para mis muchachos". Y a quien se quejaba del bullicio que hacían, solía responder: "Con tal de que no hagan el mal, estaría satisfecho si me rompieran la cabeza". Tan grande era la caridad sacerdotal que sentía por los jóvenes, que no dudó en hacerse malabarista de Dios, maestro de alegría y de júbilo auténticamente evangélicos, que condensaba en el famoso lema: "Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía". Sobre su tumba, poco distante de aquí, en la iglesia de Santa María in Vallicella, adonde iré dentro de poco para celebrar la santa Misa, pediré al santo compatrono de Roma que obtenga para vosotros y para todos los jóvenes del mundo, serenidad de espíritu, nobleza de alma y coherencia a toda prueba en el testimonio evangélico dentro del ambiente en el que estáis llamados a vivir y actuar.

2. Acerca de vuestra reunión en Roma, que concluye las iniciativas que comenzasteis en este mes de mayo, que ha sido para vosotros "el mes de los encuentros", he visto con satisfacción el cartel mural que con su ingeniosa inscripción: "Recibido, Paso", sintetiza hermosamente la última etapa del trabajo desarrollado en este año. Este eslogan, que habéis sacado del argot radiofónico, define muy bien el compromiso cristiano al que está llamado cada uno de vosotros. Esto es, el compromiso de escuchar la palabra de Dios y de los hombres, para transmitirla después, a su vez, a los otros, precisamente como dijo Jesús a sus discípulos: "Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, predicadlo sobre los terrados" (Mt 10,27). Y vosotros sabéis cómo hoy sobre los tejados se ven selvas de antenas radiofónicas y de televisión, que difunden y captan lo que se dice en una cabina de transmisión.

175Recibido: este primer término de vuestro lema quiere decir también saber escuchar, profundizar, descubrir, vivir lo que habéis "recibido" en vuestra vida de grupo: en las reuniones, en la escuela, en las asociaciones, en los juegos, en las prácticas técnicas, donde os conocéis, cambiáis experiencias, compartís vuestros sentimientos, descubrís la impronta que los otros grupos han dejado en el país, o en el barrio, su entusiasmo y su buena voluntad. Pero todo este patrimonio que recibís no debe quedar en vosotros inerte e inactivo, sino que debe, ante todo, servir para promocionar vuestra persona, para enriquecerla, para hacerla mejor. para convertiros en muchachos estupendos. Pero sobre todo quiere decir saber acoger las buenas inspiraciones: dejaros penetrar por la gracia de Dios, aspirar a la santidad. conforme a las palabras del Señor: "Sed perfectos como perfecto es vuestro Padre celestial" (Mt 5,48).

Paso: todo lo que recibís no sólo no debe quedar inerte en vosotros, sino que también debe "pasar", esto es, ser entregado, comunicado a los otros, como hicieron los Apóstoles que se esparcieron por el mundo para comunicar y anunciar a todas las gentes el mensaje de salvación que habían recibido de su Maestro cuando dijo: "Id, pues; enseñad a todas las gentes..: enseñándoles a observar cuanto yo os he mandado" (Mt 28,19 Mt 28,20). También vosotros haréis esto. si os sentís en vuestro corazón "verdaderos testigos vivientes de Cristo entre vuestros compañeros" (cf. Apostolicam actuositatem AA 12), y seréis así, si sabéis manifestar vuestra alegría de vivir, de crecer y de amar: si sabéis vencer las seducciones engañosas de los sentidos; si lográis no ser orgullosos en las relaciones con los otros muchachos menos dotados o más pobres por su condición social; si no obráis con egoísmo; si no sois despechados; si no os vengáis, sino que sabéis perdonar de corazón a quienes os han ofendido; si, en otros términos, sabéis vivir evangélicamente. De este modo ciertamente haréis "pasar" vuestros ideales a los otros y ellos, viendo vuestras obras buenas, glorificarán a vuestro Padre celestial (cf. Mt Mt 5,16).

Queridos muchachos, al volver a casa, contad a vuestros amigos lo que el Papa os ha sugerido como recuerdo de esta hermosa audiencia en la plaza de San Pedro. Decid a todos que el Papa los ama, espera su visita y los bendice; así como ahora imparto mi especial bendición apostólica a los que estáis aquí presentes, con el deseo de que, mediante la ayuda materna de la Virgen María, Rosa Mística del mes de mayo, sepáis "recibir" y "pasar" la consigna cristiana de la fe y de la esperanza para alabanza y gloria de Dios.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PARTICIPANTES EN LA XI ASAMBLEA GENERAL

DE "CARITAS INTERNATIONALIS"


Lunes 28 de mayo de 1979



Eminencia,
Excelencias,
queridos hermanos y hermanas:

Esta semana previa al viaje a Polonia, el programa de actividades del Papa está bien cargado. Pero he querido satisfacer vuestro deseo de tener una audiencia, si bien sea breve, para mostraros la estima que profeso y la importancia que atribuyo a Caritas Internationalis.

En primer lugar me agrada mucho constatar que se van implantando Cáritas diocesanas de forma creciente en dos tercios de las diócesis del mundo: a nivel local son la expresión y el instrumento de la caridad de la gran comunidad cristiana presidida por el obispo y, por ello, de todas las comunidades eclesiales, parroquiales, u otras ligadas a ellas. En más de cien países las Cáritas nacionales tienen un papel de primera categoría para animar y coordinar la actividad caritativa, en unión estrecha con las Conferencias Episcopales. Ha parecido necesario también — y ésta era una idea muy acariciada por mi llorado predecesor ya desde que era todavía mons. Montini— que estos organismos nacionales estuvieran confederados a nivel internacional en Caritas Internationalis, con el fin de estudiar, estimular y armonizar los proyectos de las asociaciones miembros. Es como un árbol bien estructurado de ramificaciones múltiples. Hay que añadir, en fin, que el Pontificio Consejo Cor Unum constituye junto al Papa, junto al que "preside la asamblea universal de la caridad" (Lumen gentium LG 13), un lugar de encuentro de todos los organismos de la Iglesia consagrados a la caridad y al desarrollo.

De acuerdo con el hermoso nombre que lleváis y que es la palabra clave del Evangelio, estáis ordenados a la "caridad". Toda vuestra tarea consiste en vivir de la caridad, en dar testimonio de ella, en ponerla por obra de forma concreta y con otros. No permitamos que la palabra caridad y su realidad se devalúen. No es meramente el fruto de una piedad sentimental y pasajera. Es un amor muy hondo proyectado al prójimo, a todas las personas y, en especial, a las personas necesitadas. Su justificación y dinamismo dimanan del valor que se conceda a la persona, a su dignidad, a su derecho de acceder a una vida honrosa, a pesar de la miseria material o moral que le pueda afligir por desventuras, cataclismos naturales, enfermedades, situaciones sociales injustas, etc. Basta que esta persona tenga necesidad, urgente a veces, de alimento, casa, vestido, medio de ganarse el pan, consuelo en la soledad, visitas o sustento para ella y para los suyos. Y si esta persona tiene tan gran valía a nuestros ojos, es porque la tiene primero a los ojos de Dios; es que Cristo se identifica con ella (cf. Mt Mt 25,34-40); es que Cristo nos pide hacer por ella lo que desearíamos para nosotros mismos en iguales circunstancias (cf. Mt Mt 7,12).

Los cristianos no serían dignos de este nombre si no procuraran llegar a esta caridad que viene de Dios. Deben dar testimonio de ella personalmente y ninguno está dispensado de ejercerla. Ni nadie tiene tampoco el monopolio. Pero es fundamental que los cristianos den testimonio de ella solidariamente, que su corazón esté imbuido de ella, que su deseo de acción caritativa sea luminoso, que se coordinen las iniciativas. Es ésta la tarea de las asociaciones de caridad dentro de la Iglesia y, especialmente, de las Cáritas.

176 Cuando se llega a definir con tal profundidad la caridad, ya no es cuestión de oponer en la Iglesia las medidas de ayuda a las actividades propulsoras del desarrollo. Las dos deben ir a la par. ¿Cómo no preocuparse de establecer para el día de mañana condiciones de vida tales que las miserias endémicas de la actualidad puedan superarse o evitarse en el porvenir, en cuanto dependa de nosotros? Pero, ¿qué valor tendría este interés por la promoción humana, si hiciera caso omiso de las necesidades vitales del mismo día de hoy que no pueden esperar? Dado que, gracias a Dios, nuestra sociedad cada vez se afana más por preparar un mañana mejor, los cristianos deben estar presentes en ella a su modo, es decir, movidos por el amor y la justicia, tratando de promover a todo el hombre y de hacer que los mismos interesados participen en su propio desarrollo. Os habéis ocupado intensamente de ello en esta asamblea general. Pero, por otra parte, en su deseo de planificarlo todo, nuestra sociedad tiene tendencia a minimizar, como provisionales, ciertos casos personales de urgencia, ciertas situaciones imprevistas de socorro, ciertas categorías de marginados. Sabéis también que surgen sin cesar nuevos tipos de pobres en todas nuestras sociedades, al margen del "progreso". "Porque pobres, en todo tiempo los tendréis con vosotros", decía Jesús (Mt 26,11). Cáritas debe fijarse como objetivo primario y vocación singular, el interés por localizarlos, ayudarles con miras educativas y sensibilizar hacía ellos a los demás. Y vigilemos siempre para que las sumas recogidas para estos pobres, a veces incluso donadas por otros pobres, se destinen efectivamente al servicio de los pobres.

Por otra parte, vuestra coordinación a nivel internacional y el hecho de que estéis reconocidos ante las Organizaciones internacionales con estatuto consultivo, os dan posibilidad y os imponen el deber de dar testimonio de caridad cristiana precisamente a nivel de dichas instancias internacionales o intergubernamentales. Se trata de una presencia y acción que tienen su importancia. El Concilio Vaticano II os exhorta a ello (cf. Gaudium et spes GS 90). Sabéis hasta qué punto aprecia la Santa Sede esta actividad internacional en la que no vacila en participar activamente desde el nivel que le es propio.

Que se descubra en todos los sitios a través de vuestras palabras y acciones, el Ágape del Señor que no tiene límite. Sea este amor el fermento evangélico que contribuya a hacer de nuestro universo, un mundo donde la fraternidad y solidaridad sean vividas realmente y en el que los hombres puedan vivir una vida digna de los hijos de Dios. En este tiempo litúrgico pedimos especialmente al Espíritu Santo, el Espíritu de amor: que ilumine, purifique y robustezca el amor de todos los miembros de las Cáritas, a quienes bendigo de todo corazón, con intención especial hacia los responsables y delegados aquí presentes.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE OBISPOS DE LA INDIA

EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Jueves 31 de mayo de 1979



Queridos hermanos en Nuestro Seño Jesucristo:

Por tercera vez en el espacio breve de un mes tengo el gozo de encontrarme con un grupo de obispos indios que están haciendo la visita ad Limina. Evocando mis encuentros con vuestros hermanos obispos y a fin de confortaros y alentaros, os ofrezco las reflexiones hechas con ellos anteriormente. Hablé del ministerio de la fe que es el nuestro y que descansa en el poder de Dios, y está eminentemente expresado en el Sacrificio eucarístico y en el sacramento de la penitencia. Después hablé del Santo Nombre de Jesús, fuente de nuestra fuerza y motivación gozosa de todas nuestras actividades pastorales. Hoy me gustaría seguir reflexionando con vosotros sobre nuestro ministerio común de fe ejercido en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador del mundo.

Día tras día vamos tomando conciencia del reto que suponen las palabras de Cristo pronunciadas antes de la Ascensión: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16,15). En cuanto obispos con tal mandato, sabemos lo que significa experimentar limitaciones, encontrar oposición, topar con la injusticia y sentir los efectos del pecado. Y a pesar de ello, rebosamos de esperanza en nuestro trabajo, aceptando como aceptamos las palabras de Dios: virtus in infirmitate perficitur (2Co 12,9). Queridos hermanos: Esta fue igualmente la convicción de todos los obispos del mundo al comienzo del Concilio Vaticano II. En el mensaje de apertura afirmaron: "Nosotros, en verdad, no poseemos riquezas humanas ni poder terreno, pero ponemos nuestra confianza en la fuerza del Espíritu Santo, prometido por Jesucristo a la Iglesia" (20 de octubre de 1962).

Por tanto, ésta debe ser nuestra actitud siempre, pero especialmente hoy que nos basamos en la unidad inherente al hecho de ser compañeros de apostolado, junto con María, la Madre de Jesús, recibir de nuevo en Pentecostés el don del Padre que es el Espíritu, de modo que podamos seguir dando testimonio de Jesús y prolongando en medio de nuestro pueblo su misión de Buen Pastor.

Precisamente el domingo pasado tuve la alegría de ordenar a veintiséis obispos, entre ellos el auxiliar de Calcuta. No pude menos de meditar en el significado profundo del rito de la ordenación cuando examinaba a los candidatos y les preguntaba: "¿Estáis dispuestos a prestar apoyo como padres abnegados al Pueblo de Dios y guiarlo por el camino de salvación, en cooperación con los sacerdotes y diáconos que participan de vuestro ministerio?" Aquí hay dos palabras clave: prestar apoyo y guiar.

Nuestro ministerio pastoral ejercido en estrecha unión con nuestros colaboradores, está enderezado antes que nada al bien del Pueblo de Dios, en el que nuestro querido laicado constituye la inmensa mayoría. A ellos dedicamos la vida con la misma entrega que un padre, para sostenerlos y guiarlos en el camino de salvación. Pablo VI profundiza más en la realidad de esta paternidad espiritual nuestra, cuando escribe en la Ecclesiam suam: “Es necesario hacerse hermanos de los hombres por el mismo hecho de que queremos ser sus pastores, padres y maestros” (n. 33). Y de este modo en la hermandad que debemos procurar para dar ejemplo, Jesucristo es sin duda alguna el modelo supremo, El que es Hijo Unigénito de Dios, pero se hizo y fue llamado con razón: "el primogénito entre muchos hermanos" (Rm 8,29).

En este tiempo de Pentecostés, sostengamos a nuestro pueblo transmitiéndole el mensaje alentador del mismo Jesús: "No temas, rebañito mío, porque vuestro Padre se ha complacido en daros el reino" (Lc 12,32). Hagámoslo poniendo de manifiesto, sobre todo, la alta dignidad del laicado dentro de la comunidad de la Iglesia. Es de importancia primordial a este respecto el hecho de que por el bautismo y la confirmación el Señor mismo ha encomendado al laicado que tome parte en la misión salvadora de la Iglesia, (cf. Lumen gentium LG 33). No son razones prácticas las que nos mueven a alentarlo y guiarlo en su apostolado, sino el deseo del mismo Cristo para su pueblo, para su Iglesia. En muchas circunstancias los laicos son heraldos inmediatos de la fe al dar testimonio auténtico del Reino de Dios que todavía debe ser revelado en plenitud. Corresponde al laicado la gestión de los asuntos temporales con justicia y paz, equidad y libertad, verdad y amor, siguiendo el plan divino de creación y redención. Están llamados a trabajar a modo de levadura en la santificación del mundo desde dentro, comenzando por la propia familia. Y todos sus esfuerzos. luchas y sufrimientos en pro del Reino de Dios son de inmenso valor cuando los unen al Sacrificio de Cristo. En el ejemplo del Laicado, el mundo debe descubrir el amor de Cristo manifestado en sus miembros. La naturaleza de la Iglesia en cuanto comunidad de oración, es inmediatamente perceptible en las asambleas de fieles reunidos para dar culto y alabar a Dios.

177 En la comunidad de fieles —que debe mantener siempre la unidad católica con los obispos y la Sede Apostólica— se registran grandes penetraciones en la fe. El Espíritu actúa alumbrando la mente de los fieles con su verdad, y enardeciendo los corazones con su amor. Pero esta evidencia de fe que en ellos resplandece y este sensus fidelium no son independientes del magisterium de la Iglesia, la cual es instrumento del mismo Espíritu y está asistida por El. Sólo cuando los fieles se han alimentado de la Palabra de Dios, transmitida fielmente en toda su pureza e integridad, sólo entonces sus carismas peculiares son plenamente eficaces y provechosos. Una vez que la Palabra de Dios es proclamada fielmente a la comunidad y ésta la acepta, entonces produce frutos de justicia y santidad de vida en abundancia. Pero el dinamismo de la comunidad, al comprender y vivir la Palabra de Dios y hacerla vida, depende de que reciba intacto el depositum fidei; y a este fin concreto ha sido dado a la Iglesia un carisma apostólico y pastoral especial. Es uno y el mismo Espíritu de verdad el que dirige el corazón de los fieles y autentica a la vez el magisterium de los pastores del rebaño.

Uno de los mayores servicios que podemos prestar a nuestro pueblo es proclamar ante ellos un día tras otro "la incalculable riqueza de Cristo" (
Ep 3,8), haciendo notar que el cristianismo es un mensaje único y original de salvación, que se llega a encontrar en el nombre de Jesús y sólo en su nombre.

Hermanos: Cada uno de nosotros debe repetir y reafirmar el sí de la ordenación episcopal. Hemos de estar prontos a sostener al Pueblo de Dios y a guiarlo por el camino de la salvación. Y al esforzarnos por cumplir esta misión, debemos pensar en Jesús que transmite a sus discípulos el gran tesoro de la palabra del Padre: Ego dedi eis sermonem tuum (Jn 17,14). Estamos llamados a proseguir su revelación del Padre, a transmitir la Palabra de Dios.

Al mismo tiempo que exhortamos a nuestro pueblo a servir más y más sin discriminación alguna a sus hermanos y a amar a todos, deseamos que sean conscientes de su gran dignidad de discípulos de Cristo y de las consecuencias reales que en la vida diaria tiene el ser sus discípulos. Con humildad, pero con convicción profunda, debemos estar en nuestro puesto, siguiendo abiertamente el consejo de San Pablo: "No os conforméis a este siglo" (Rm 12,2).

Todo esto lleva a descubrir el reto que afronta nuestro laicado; éste debe ocupar su puesto con valentía en amorosa unión con sus obispos en la pusillus grex; todo esto proyecta luz sobre las metas a mantener en el seminario; todo esto pone de relieve la larca sacerdotal de evangelizar auténticamente, y lleva a penetrar con mayor hondura en nuestro ministerio pastoral de obispos de la Iglesia de Dios.

Queridos hermanos: Sigamos adelante; adelante en el nombre de Jesús; muy unidos entre nosotros y con nuestro clero; fuertes en nuestra comunión de fe y amor; ante los obstáculos, serenos; perseverantes en la oración con María, Madre de Jesús; y sosteniendo como padres y hermanos a nuestro pueblo en su vocación característica de cristianos, guiándolo por el camino de la salvación.

Y juntos con toda la Iglesia esperemos al Espíritu Santo, el único quo puede suplir nuestra debilidad y llevar a término y perfección el ministerio de fe que ejercemos en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea gloria y honor por los siglos de los siglos. Amén.


Junio de 1979




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