Discursos 1979 177


A LA ASOCIACIÓN DE MUJERES JEFES DE EMPRESAS MUNDIALES


Viernes 1 de junio de 1979



Señoras, Señores:

Os agradezco de verdad los propósitos y sentimientos nobles que acabáis de manifestar. He sido sensible a vuestro deseo de visitarme en ocasión de vuestro XXVII Congreso Internacional. Correspondo a ese deseo con sumo gusto, a pesar de que me dispongo, como ya sabéis, a hacer un viaje a mi patria, un viaje pastoral que encomiendo a vuestras oraciones.

178 Vuestro Congreso incluye también en el programa un buen número de visitas y viajes, culturales éstos, por toda Italia. No dudo de que ello será ocasión de encuentros interesantes, fructuosos y alentadores para vosotras, mujeres que lleváis las pesadas responsabilidades de jefes de empresa en vuestros países respectivos.

Hasta fecha bastante reciente, era un hecho que los hombres tenían casi el monopolio de tales responsabilidades en los campos industrial, económico y social. Deseáis y con razón, que las mujeres participen más en aquellas. Es una manera de poner en acción vuestras capacidades reales, y comprendo que experimentéis satisfacción en ello y os sintáis así realizadas personalmente. Es un modo asimismo de contribuir con vuestra aportación específica al servicio de la sociedad. En efecto, de este modo tomáis parte muy activa en un mundo centrado en el trabajo y la producción, y que requiere una organización rigurosa: es una gran oportunidad de aportar el beneficio de vuestras cualidades femeninas, que unidas, claro está, a la alta cualificación profesional necesaria, puedan asegurar una acertada complementariedad a los afanes de los hombres. He dicho "complementariedad", pues tenéis el buen criterio de querer trabajar en colaboración y armonía con vuestros compañeros los hombres "en la misma dirección".

Mis deseos a este respecto serán sencillos: sed lo que sois; sed competentes en la gerencia de vuestras empresas y, al mismo tiempo, muy humanas para propulsar entre los dirigentes y todos los empleados relaciones justas y condiciones de vida lo más humanas posibles. Vuestra sensibilidad hacia las relaciones interpersonales os ayudará a ello.

Es normal también que queráis estar representadas ante los poderes públicos, organizaciones privadas nacionales e internacionales, y ahora de Europa, para hacer oír vuestros problemas y puntos de vista. Sí, contribuid con vuestra aportación a crear el clima de paz, comprensión y fraternidad de que nuestra sociedad tiene tanta necesidad.

A vosotras personalmente os deseo gran valentía, pues como puntualiza el artículo 3 de la Asociación Italiana A.I.D.D.A., tenéis necesidad de comprensión y aliento a fin de responder bien a vuestra doble función de mujer —madre de familia con frecuencia— y de dirigente de empresa. Hago votos para que llenéis lo mejor posible vuestras responsabilidades profesionales en estos tiempos difíciles para la economía y el mantenimiento del empleo. Y hago votos igualmente para vuestros hogares y vuestros hijos, que tienen necesidad de vuestra presencia, de vuestro amor y de vuestra solicitud educadora. Pues ninguna madre puede olvidar esta misión primordial que le permite no sólo llegar a realizarse, sino también preparar para la sociedad jóvenes cuyo equilibrio afectivo, intelectual y espiritual haya madurado en un hogar unido, feliz y abierto.

Celebramos ayer en la Iglesia católica la Visitación de María. Contemplábamos a María, futura Madre del Salvador, llena de vitalidad, gozo, orgullo, y también de humildad y esperanza, a causa del amor de Dios que llevó en torno a ella la iniciativa del don. Le pediré por cada una de vosotras, especialmente ante la imagen, tan venerada en mi país, de Jasna Góra. Y, sobre todas vosotras, sobre vuestros seres queridos, sobre los que os acompañan aquí, pido las bendiciones del Señor y, especialmente en este tiempo de Pentecostés, los dones del Espíritu Santo.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

PALABRAS DE DESPEDIDA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN EL AEROPUERTO DE FIUMICINO, ROMA


Sábado 2 de junio de 1979



En el momento de dejar el querido suelo de Italia para dirigirme al querido suelo de Polonia, tengo la viva impresión de que el viaje se realiza como entre dos patrias y, casi por un contacto físico, sirve para unirlas más todavía en mi corazón. Dejo la patria de elección, donde me ha llamado la voluntad del Señor para un singular servicio pastoral, y voy a la patria de origen, que dejé apenas hace algunos meses: es, pues, un retorno al que seguirá en breve otro retorno, después de haber recorrido un itinerario que —lo mismo que mi anterior viaje a México— se inspira expresamente en una motivación religiosa y pastoral.

En efecto, guía mis pasos la celebración del jubileo de San Estanislao, obispo y mártir: su holocausto por la fe, acaecido hace nueve siglos, se inscribe —del mismo modo que el precedente y fundamental Millennium Poloniae— entre los más relevantes acontecimientos histórico-religiosos de mi tierra natal, por lo que hace tiempo se decidió conmemorarlo con celebraciones apropiadas y solemnes. Y yo, que ya había tomado parte en la realización de un vasto programa de animación espiritual con vistas a esta fecha, no podía faltar a esta cita con mi gente, y estoy muy agradecido a la invitación del Episcopado polaco, con su primado cardenal Stefan Wyszynski.

Si Dios quiere, llegaré primero a Varsovia, la gloriosa capital, antes tan probada y que ahora ha resurgido laboriosa y llena de vida. Luego, visitaré Gniezno, ciudad que fue la cuna de la fe cristiana para la nación polaca, porque allí fue bautizado el Soberano Mieszko el 996, y que se distingue por el culto al Patrono San Wojciech; después el célebre santuario mariano de Czestochowa; y finalmente Cracovia, a la que con afecto perenne sigo llamando "mi" ciudad: antigua capital de Polonia, fue la sede episcopal del mártir Estanislao, y para mí, próxima a Wadowice, ciudad de mi juventud y campo de apostolado durante treinta años. En Cracovia adquiere relieve el motivo, diría, personal del presente viaje, porque allí encontraré a la Iglesia de la que provengo.

Pero hay también un motivo internacional, y a este respecto quiero recordar el mensaje, tan deferente y gentil, que me llegó de parte del profesor Henryk Jablonski, Presidente del Consejo de Estado de la República Popular de Polonia, el cual me manifestó, también en nombre del Gobierno polaco, la satisfacción de toda la comunidad nacional por el "hijo del pueblo polaco" que, llamado a la dirección de la Iglesia universal, se dispone a visitar la madre patria. Se trata de un gesto que es y será siempre para mí motivo de vivo agradecimiento. Por esto renuevo el aprecio más sincero a las autoridades del Estado polaco, mientras confirmo cuanto ya he manifestado en la carta de respuesta: esto es, mi adhesión a las causas de la paz, de la coexistencia y de la cooperación entre las naciones; el deseo de que mi visita consolide la unidad interna entre los amados compatriotas y sirva, además, al desarrollo ulterior de las relaciones entre Estado e Iglesia.

179 Con estos sentimientos y pensamientos me dispongo a partir, llevando conmigo también el deseo de mi predecesor Pablo VI. Llevo conmigo el recuerdo de vuestras personas, autoridades y señores todos, que con tanta amabilidad —por la que os estoy sinceramente agradecido— habéis venido a presentarme el saludo de despedida. Llevo conmigo, sobre todo, el vínculo de afecto que me une a la queridísima Italia y a sus ciudadanos.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

PALABRAS DE SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA LLEGADA AL AEROPUERTO DE OKECIE


Sábado 2 de junio de 1979



Distinguido Señor Profesor
Presidente del Consejo de Estado
de la República Popular Polaca:

1. Manifiesto mi sincera gratitud por las palabras de saludo que ahora mismo me ha dirigido, al comienzo de mi estancia en Polonia. Le agradezco cuanto ha dicho en relación con la Sede Apostólica y también sobre mi persona. En sus manos, Señor Presidente, dejo la expresión de mi estima a las autoridades estatales y reitero una vez más mi cordial reconocimiento por la benévola actitud en relación con mi visita a Polonia, "patria amada de todos los polacos", a mi patria.

Quiero recordar aquí una vez más la carta gentil que recibí de usted en el pasado marzo, en la que ha querido expresar, en nombre propio y del Gobierno de la República Popular Polaca, la satisfacción por el hecho de que "el hijo de la nación polaca llamado a la suprema dignidad en la Iglesia" quiere visitar la patria. Recuerdo con gratitud estas palabras. Al mismo tiempo conviene repetir lo que ya he manifestado: es decir, que mi visita está inspirada en motivos estrictamente religiosos. A la vez deseo vivamente que mi presente viaje a Polonia pueda servir a la gran causa del acercamiento y de la colaboración entre las naciones; que sirva para la comprensión recíproca, para la reconciliación y la paz en el mundo contemporáneo. Deseo finalmente que el fruto de esta visita sea la unidad interna de mis compatriotas y también un favorable desarrollo ulterior de las relaciones entre el Estado y la Iglesia en mi amada patria.

Eminentísimo señor cardenal
primado de Polonia:

Le agradezco sinceramente las palabras de saludo, que me son particularmente gratas, tanto considerando la persona que las ha pronunciado, como por lo que respecta a la Iglesia en Polonia, de la que expresan los sentimientos y pensamientos.

Deseo que la respuesta a estas palabras sea todo mi servicio previsto en el programa durante los días que la Providencia divina y vuestra cordial benevolencia me conceden pasar en Polonia.

180 Queridísimos hermanos y hermanas,
queridos compatriotas:

2. He besado el suelo polaco en el que he crecido: la tierra de la que —por inescrutable designio de la Providencia— Dios me ha llamado a la Cátedra de Pedro en Roma; la tierra a la que llego hoy como peregrino.

Permitidme, pues, que me dirija a vosotros, para saludar a cada uno y a todos con el mismo saludo con el que el 16 de octubre del año pasado saludé a los presentes en la plaza de San Pedro:

¡Alabado sea Jesucristo!

3. Os saludo en el nombre de Cristo, tal como he aprendido a saludar a la gente aquí, en Polonia:

— en Polonia, esta mi tierra nativa, a la que permanezco profundamente arraigado con las raíces de mi vida, de mi corazón, de mi vocación;

— en Polonia, este país en el que —como escribió el poeta Cipriano Norwid— "se recoge, por respeto a los dones del cielo, toda migaja de pan que cae por tierra..., donde las primeras inclinaciones de saludo son como una confesión perpetua de Cristo: ¡Sea alabado!";

— en Polonia, que, por su historia milenaria, pertenece a Europa y a la humanidad contemporánea;

— en Polonia, que a lo largo de todo el curso de la historia se ha vinculado a la Iglesia de Cristo y a la Sede Romana con un vínculo particular de unión espiritual.

4. ¡Oh, queridísimos hermanos y hermanas!

¡Oh, compatriotas!

181 Llego a vosotros como hijo de esta tierra, de esta nación, y al mismo tiempo —por inescrutables designios de la Providencia— como Sucesor de San Pedro en la Sede de Roma.

Os doy las gracias porque no me habéis olvidado, y desde el día de mi elección, no cesáis de ayudarme con vuestra oración, manifestándome, al mismo tiempo, tanta benevolencia humana.

Os doy las gracias porque me habéis invitado.

Saludo en espíritu y abrazo con el corazón a cada uno de los hombres que viven en la tierra polaca.

Saludo, además, a todos los huéspedes, venidos del extranjero para estos días y, de modo particular, a los representantes de la emigración polaca de todo el mundo.

¡Qué sentimientos suscitan en mi corazón la melodía y las palabras del himno nacional, que hemos escuchado, hace poco, con el debido respeto!

Os doy las gracias porque este polaco, que hoy viene "de la tierra italiana a la tierra polaca" (Himno nacional polaco), es acogido en el umbral de su peregrinación a Polonia por esta melodía y estas palabras, en las que se expresa siempre la incansable voluntad de la nación por vivir: "mientras vivamos" (Himno nacional polaco).

Deseo que mi estancia en Polonia contribuya a reforzar esta incansable voluntad de vivir de mis compatriotas en la tierra, que es nuestra madre y patria común, y que sirva para el bien de todos los polacos, de todas las familias polacas, de la nación y del Estado.

Que pueda esta estancia, lo quiero repetir una vez más, servir a la gran causa de la paz, a la convivencia amistosa de las naciones y a la justicia social.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA


AL EPISCOPADO Y A LOS FIELES


EN LA CATEDRAL SAN JUAN BAUTISTA DE VARSOVIA


Sábado 2 de junio de 1979



¡Alabado sea Jesucristo!

182 1. Al comienzo de mi peregrinación a través de Polonia saludo a la Iglesia de Varsovia reunida en su catedral: saludo a la capital y a la archidiócesis. Saludo a esta Iglesia en la persona de su obispo, el primado de Polonia.

Ya San Ignacio de Antioquía había enunciado la unidad que logra la Iglesia en su obispo. La doctrina del gran padre apostólico y mártir ha pasado a la Tradición. Ha tenido una amplia y fuerte resonancia en la Constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II.

Esta doctrina ha encontrado una magnífica encarnación precisamente aquí: en Varsovia, en la Iglesia de Varsovia. De tal unidad, en efecto, el cardenal primado se ha convertido en la piedra clave particular. Piedra clave es la que sostiene el arco, la que refleja la fuerza de los fundamentos del edificio. El cardenal primado manifiesta la fuerza del fundamento de la Iglesia que es Jesucristo. En esto consiste su fuerza. El cardenal primado enseña, desde hace más de treinta años, que esta fuerza la debe a María, Madre de Cristo. Todos sabemos bien que gracias a María se puede hacer resplandecer la fuerza de aquel fundamento que es Cristo, y que se puede convertir eficazmente en piedra clave de la Iglesia. Esto es lo que enseña la vida y el ministerio del primado de Polonia. Es él la piedra clave de la Iglesia de Varsovia y de toda la Iglesia de Polonia. En esto consiste la misión providencial que él desarrolla desde hace más de treinta años. Quiero decir esto al comienzo de mi peregrinación aquí, en la capital de Polonia, y deseo una vez más con toda la Iglesia y la nación dar gracias por ello a la Santísima Trinidad. La Iglesia, en efecto, en todas sus dimensiones de tiempo y de espacio, en su dimensión geográfica e histórica, se congrega en la unidad del Padre. del Hijo y del Espíritu, como nos ha recordado también el Concilio (Lumen gentium
LG 4).

2. En el nombre, pues, de la Santísima Trinidad deseo saludar a todos los que forman esta Iglesia en comunión con su obispo, primado de Polonia. Los obispos: el anciano obispo Waclaw, mons. Jerzy, mons. Bronislaw, secretario de la Conferencia Episcopal Polaca, mona. Wladyslaw y mons. Zbigniew, el cabildo metropolitano, todo el clero diocesano y regular, las religiosas de todas las congregaciones, el seminario, la institución eclesiástica académica, que es continuación de la facultad de teología de la universidad de Varsovia.

Deseo asimismo —en unión con el arzobispo de la Iglesia de Varsovia— ver y abrazar en el modo más pleno a toda la comunidad del Pueblo de Dios que representa a casi tres millones de laicos.

La Iglesia está presente "en el mundo" a través de los seglares. Deseo pues abrazar a todos vosotros que formáis la Iglesia peregrina aquí abajo, en tierra polaca, en Varsovia, en Masovia.

A vosotros, padres y madres de familia; a vosotros que vivís en soledad; a vosotros, personas ancianas; a vosotros, jóvenes y muchachos.

A todos vosotros, los que labráis la tierra, los que trabajáis en la industria, en las oficinas, en las escuelas, en los ateneos, en los hospitales, en los institutos de cultura, en los ministerios, en cualquier lugar. Hombres de todas las profesiones que con vuestro trabajo construís la Polonia contemporánea, herencia de tantas generaciones, herencia amada, herencia no fácil, empeño grande, de nosotros polacos "gran deber comunitario", la patria (C. K. Norwid).

Todos vosotros que sois a la vez la Iglesia, esta Iglesia de Varsovia. Vosotros que sancionáis el derecho milenario de ciudadanía de esta Iglesia en la vida actual de la capital, de la nación, del Estado.

3. En unión con la Iglesia archidiocesana saludo también a todos los obispos sufragáneos del metropolitano de Varsovia: los Ordinarios de Lodz, Sandomierz, Lublín, Siedlcc, Warmia y de Plock, con sus obispos auxiliares y las representaciones de las diócesis.

4. La catedral de Varsovia, dedicada a San Juan Bautista, quedó casi completamente destruida durante la insurrección. El edificio en que nos encontramos ahora es totalmente nuevo. Y es también un signo de vida nueva polaca y católica que encuentra su centro en esta catedral. Es signo de lo que Cristo dijo una vez: "Destruid este templo, y en tres días lo levantaré" (Jn 2,19).

183 Queridísimos hermanos y hermanas. queridos connacionales:

Sabéis que vengo a Polonia para la conmemoración del IX centenario del martirio de San Estanislao. El es, entre otras cosas, el Patrono principal de la archidiócesis de Varsovia. Aquí, pues, en Varsovia, comienzo a venerarlo, en la primera etapa de mi peregrinación jubilar.

El, que estaba un tiempo en la sede episcopal de Cracovia (capital de Polonia durante tantos siglos), parece que dijo de sí mismo al Rey Boleslao: "Destruye esta iglesia y Cristo —a través de las generaciones— la reconstruirá". Lo dijo "del templo de su cuerpo" (
Jn 2,21).

En este signo de la nueva construcción y de la nueva vida que es Cristo y que es de Cristo, os encuentro hoy, amadísimos, y os saludo como primer Papa salido de la estirpe polaca, en los umbrales del segundo milenio del bautismo y de la historia de la nación.

"Cristo... ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre El" (Rm 6,9).


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA


DURANTE EL ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES


Palacio Belvedere, Varsovia

Sábado 2 de junio de 1979



Distinguidos Señores,
Distinguido Señor Primer Secretario:

1. "Una Polonia próspera y serena interesa mucho para la tranquilidad y la buena colaboración entre los pueblos de Europa". Me permito comenzar con estas palabras del inolvidable Pablo VI en la contestación a su discurso, Señor Primer Secretario, durante el encuentro en el Vaticano el 1 de diciembre de 1977 (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de diciembre de 1977, pág. 2). Estoy convencido de que estas palabras constituyen el mejor lema para mi contestación a su discurso de hoy, que todos hemos escuchado con la más profunda atención. Sin embargo, en esta respuesta mía, deseo ante todo agradecer las palabras tan benévolas dirigidas tanto a la Sede Apostólica como a mí; añado además un agradecimiento a las autoridades estatales de la República Popular Polaca por su actitud tan gentil respecto a la invitación del Episcopado polaco, que expresa la voluntad de la sociedad católica en nuestra patria, y que, por su parte, me han abierto también las puertas de la tierra natal. Reitero estos agradecimientos y a la vez los hago extensivos, teniendo presente todo aquello a lo que me he hecho deudor, a los diversos órganos de las autoridades centrales y locales, atendida su colaboración para preparar y realizar esta visita.

2. Pasando por las calles de Varsovia, tan querida para el corazón de cada uno de los polacos, no podía resistir la emoción, pensando en el grande, pero también doloroso recorrido histórico que esta ciudad ha realizado para servicio y, al mismo tiempo, para la historia de nuestra nación. Particulares eslabones de este recorrido son el palacio del Belvedere y, sobre todo, el castillo real que está en reconstrucción. El es particularmente elocuente. En él hablan los siglos de la historia de la patria, desde cuando la capital del Estado fue trasladada de Cracovia a Varsovia. Siglos especialmente difíciles y particularmente responsables. Deseo manifestar mi alegría, mejor, quiero dar las gracias por todo esto y por lo que el castillo representa, el cual —como casi toda Varsovia—fue reducido a ruinas durante la insurrección, y ahora se reconstruye rápidamente como un símbolo del Estado y de la soberanía de la patria.

184 Nosotros polacos sentimos de modo particularmente profundo el hecho de que la razón de ser del Estado es la soberanía de la sociedad, de la nación, de la patria. Lo hemos aprendido a lo largo de todo el arco de nuestra historia y especialmente a través de las duras pruebas históricas de los últimos siglos. No podemos olvidar jamás esa terrible lección histórica que fue la pérdida de la independencia de Polonia desde fines del siglo XVIII hasta principies del siglo actual. Esta dolorosa y, en su esencia, negativa experiencia se ha convertido como en una nueva fragua del patriotismo polaco. La palabra "patria" tiene para nosotros un significado tal, conceptual y a la vez afectivo, que las otras naciones de Europa y del mundo no parecen conocerlo, especialmente las que no han experimentado —como nuestra nación— daños históricos, injusticias y amenazas. Y por esto la última guerra mundial y la ocupación, que vivió Polonia, fueron para nuestra generación una sacudida tan grande. Hace 35 años terminó esta guerra en todos sus frentes. En este momento comenzó un nuevo período en la historia de nuestra patria. Pero no podemos olvidar todo lo que ha influido en las experiencias de la guerra y de la ocupación, no podemos olvidar el sacrificio de la vida de tantos hombres y mujeres de Polonia. No podemos olvidar tampoco el heroísmo del soldado polaco que combatió en todos los frentes del mundo "por nuestra libertad y por la vuestra".

Tenemos respeto y estamos agradecidos por todas las ayudas que entonces recibimos de los otros, mientras pensamos con amargura en las desilusiones que no nos faltaron.

3. En los telegramas y en los escritos que los más altos representantes de las autoridades estatales polacas se han dignado enviarme, tanto con motivo de la inauguración del pontificado, como de la actual invitación, volvía de nuevo el pensamiento de la paz, de la convivencia, del acercamiento entre las naciones del mundo contemporáneo. Ciertamente, el deseo expresado en este pensamiento tiene un profundo sentido ético.Detrás de él está también la historia de la ciencia polaca comenzando por Pawla Wlodkowic. La paz y el acercamiento entre los pueblos sólo se pueden construir sobre el principio del respeto a los derechos objetivos de la nación, como: el derecho a la existencia, a la libertad, a ser sujeto socio-político y además a la formación de la propia cultura y civilización.

Me permito repetir una vez más las palabras de Pablo VI, que, en el inolvidable encuentro del 1 de diciembre de 1977, se expresó en estos términos: "...No nos cansaremos de seguir ocupándonos siempre, lo mejor que nos permitan nuestras posibilidades, de que se prevengan y resuelvan con equidad los conflictos entre las naciones, y de que se aseguren y mejoren las bases indispensables para la convivencia pacífica entre países y continentes; entre estas bases hay que considerar, y no entre las últimas, un orden económico mundial más justo, el cese en la carrera de armamentos cada vez más amenazantes también en el sector nuclear, como premisa para un desarme gradual y equilibrado; el desarrollo de mejores relaciones económicas, culturales y humanas entre los pueblos, individuos y grupos asociados" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 18 de diciembre de 1977, pág. 2).

Con estas palabras se expresa la doctrina social de la Iglesia, que siempre apoya el progreso auténtico y el desarrollo pacífico de la humanidad; por esto —mientras todas las formas del colonialismo político, económico o cultural están en contradicción con las exigencias del orden internacional—, es necesario apreciar todas las alianzas y los pactos que se basan sobre el respeto recíproco y sobre el reconocimiento del bien de cada nación y de cada Estado en el sistema de las relaciones recíprocas. Es importante que las naciones y los Estados, uniéndose entre sí con el fin de una colaboración voluntaria y conforme a la finalidad, encuentren al mismo tiempo en esta colaboración el aumento del propio bienestar y de la propia prosperidad. Precisamente este sistema de relaciones internacionales y estas resoluciones entre cada uno de los Estados es el que desea la Sede Apostólica en el nombre de las premisas fundamentales de la justicia y de la paz en el mundo contemporáneo.

4. La Iglesia desea servir a los hombres también en la dimensión temporal de su vida y existencia. Dado que esta dimensión se realiza a través de la pertenencia del hombre a las diversas comunidades —nacionales y estatales y, por lo tanto, a la vez sociales, políticas, económicas y culturales—, la Iglesia descubre constantemente la propia misión en relación a estos sectores de la vida y de la acción del hombre. Lo confirman la doctrina del Concilio Vaticano II y de los últimos Pontífices.

Estableciendo un contacto religioso con el hombre, la Iglesia lo consolida en sus naturales vínculos sociales. La historia de Polonia ha confirmado de modo eminente que la Iglesia en nuestra patria ha procurado siempre, por diversos caminos, educar hijos e hijas válidos para la nación, buenos ciudadanos y trabajadores útiles y creativos en los distintos campos de la vida social, profesional, cultural. Y esto deriva de la misión fundamental de la Iglesia que en todas partes y siempre desea hacer al hombre mejor, más consciente de su dignidad, más dedicado en su vida a los compromisos familiares, sociales, profesionales, patrióticos.

A hacer al hombre más confiado, más valiente, consciente de sus derechos y de sus deberes, socialmente responsable, creativo y útil.

La Iglesia no desea privilegios por esta actividad suya, sino sólo y exclusivamente lo que es indispensable para el cumplimiento de su misión. Y en esta dirección está orientada la actividad del Episcopado, guiado desde hace ya más de 30 años por un hombre de insólita altura, como es el cardenal Stefan Wyszynski, primado de Polonia. Si la Sede Apostólica busca en este campo un acuerdo con las autoridades estatales, es consciente de que, más allá de los motivos referentes a la creación de las condiciones para una actividad integral de la Iglesia, tal acuerdo corresponde a las razones históricas de la nación, cuyos hijos e hijas, en grandísima mayoría, son los hijos e hijas de la Iglesia católica. A la luz de estas indudables premisas, vemos este acuerdo como uno de los elementos de orden ético e internacional en Europa y en el mundo contemporáneo, orden que proviene del respeto a los derechos de la nación y a los derechos del hombre. Me permito, pues, expresar la opinión de que no se puede desistir de los esfuerzos y de la búsqueda en esta dirección.

5. Me permito expresar también la alegría por todo bien, de que participan mis compatriotas, que viven en la patria, de cualquier naturaleza que sea este bien y de cualquier inspiración que provenga. El pensamiento que crea el verdadero bien debe llevar consigo un signo de verdad.

Deseo augurar a Polonia este bien, con más éxito cada vez en la mayor abundancia y en cada sector de la vida. Permitidme, distinguidos señores, que yo siga considerando como mío este bien, y que vuelva a sentir mi participación en él tan profundamente como si habitase todavía en esta tierra y fuese aún ciudadano de este Estado.

185 Y con la misma, o quizá aún con crecida intensidad a causa de la lejanía, continuaré sintiendo de nuevo en mi corazón todo lo que podría amenazar a Polonia y le podría dañar, traer perjuicio, lo que podría significar un estancamiento o una crisis.

Permitidme que yo continúe sintiendo, pensando, deseando así, y que rece por esto.

Os habla un hijo de la misma patria.

Especialmente cercano a mi corazón está todo aquello en que se manifiesta la solicitud por el bien y por la consolidación de la familia, por la salud moral de la joven generación.

Distinguidos Señores,
Distinguido Señor Primer Secretario:

Deseo manifestar de nuevo como conclusión un cordial agradecimiento a usted y expresar mi estima por todos sus afanes, que tienen como finalidad el bien común de los compatriotas y la adecuada importancia de Polonia en la vida internacional. Añado la expresión de consideración hacia todos vosotros, distinguidos representantes de las autoridades, y a cada uno en particular según el cargo que ejercéis y según la dignidad de que estáis revestidos, como también .según la parte importante de responsabilidad que grava sobre cada uno de vosotros ante la historia y ante vuestra conciencia.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL LLEGAR A LA SEDE PRIMADA DE POLONIA


Gniezno, domingo 3 de junio de 1979



Eminencia,
queridísimo primado de Polonia:

1. Dios le recompense las palabras de saludo que me ha dirigido, en el camino que lleva a Gniezno. He aquí el campo, los vastos prados donde nos encontramos, para comenzar la peregrinación. Esta peregrinación debe conducirnos a Gniezno, después de Gniezno —a través de Jasna Góra— a Cracovia, tal como se extiende la ruta de la historia de la nación y al mismo tiempo la de nuestros Santos Patronos: Adalberto y Estanislao, unidos en la solicitud por el patrimonio cristiano de esta tierra, en torno a la Madre de Dios de Jasna Góra.

186 Aquí, sobre estos vastos prados, saludo con veneración al nido de los Piast, origen de la historia de la patria, y cuna de la Iglesia, en la que nuestros antepasados se unieron, mediante el vínculo de la fe, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

¡Saludo a este vínculo! Lo saludo con gran veneración porque se remonta a los orígenes mismos de la historia, y después de mil años, continúa permaneciendo íntegro. Y por esto saludo aquí, juntamente al Ilustrísimo primado de Polonia, también al arzobispo metropolitano de Poznan y a los obispos Ordinarios de Szczecin-Kamien, Koszalin-Kolobrzeg, Gdansk, Pelplin y Wloclawek, con los obispos auxiliares de estas sedes. Saludo al clero de todas las diócesis pertenecientes a la comunidad metropolitana de Gniezno, sede de todos los primados. Saludo a las familias religiosas masculinas y femeninas. Saludo a todos los que, tan numerosos, se han reunido aquí. Todos juntos somos "linaje escogido, sacerdocio regio, gente santa, pueblo adquirido por Dios" (
1P 2,9). Todos juntos formamos también "la estirpe real de los Piast".

2. Queridísimos hermanos y hermanas. Compatriotas míos. Deseo que mi peregrinar a través de la tierra polaca, en comunión con todos vosotros, se convierta en una catequesis viva, integración de esa catequesis que generaciones enteras de antepasados nuestros han inscrito en la historia. Sea ésta la catequesis de toda la historia de la Iglesia y de Polonia y, a la vez, la catequesis de nuestro tiempo.

La tarea fundamental de la Iglesia es la catequesis. Lo sabemos bien, no sólo por los trabajos del ultimo Sínodo de los Obispos, sino también por nuestras experiencias nacionales. En el campo de esta obra de la fe cada vez más consciente, que se introduce siempre de nuevo en la vida de cada generación. sabemos cuánto depende del esfuerzo común de los padres, de la familia, de la parroquia. de los sacerdotes pastores de almas, de los catequistas y de las catequistas, del ambiente, de los medios de comunicación social, de las costumbres. De hecho, los muros, los campanarios de las iglesias, las cruces en las encrucijadas, las imágenes santas en las paredes de las casas y de las habitaciones. todo esto catequiza de algún modo. Y de esta gran síntesis de la catequesis de la vida, del pasado y del presente, depende la fe de las generaciones futuras.

Así, pues, deseo encontrarme hoy junto con vosotros aquí, en el nido de los Piast, en esta cuna de la iglesia; aquí. donde hace más de mil años se inició la catequesis en la tierra polaca.

Y saludar desde aquí a todas las comunidades de la Iglesia en tierra polaca. en las que se desarrolla hoy la catequesis. A todos los grupos de catequistas en las iglesias, capillas. aulas y salas...

Deseo saludar desde aquí a toda la joven Polonia, a todos los niños polacos y a toda la juventud recogida en esos grupos donde se reúne con perseverancia y sistemáticamente... Sí. digo la joven Polonia: y mi corazón se dirige a todos los niños polacos. tanto a los que en este momento están aquí presentes, como a todos los que viven en el suelo polaco.

Ninguno de nosotros puede olvidar jamás las siguientes palabras de Jesús: "Dejad que los niños rengan a mí y no se lo prohibáis" (Lc 18,16). Deseo ser ante vosotros, queridísimos niños polacos, un eco vivo de estas palabras de nuestro Salvador, particularmente en este año en el que se celebra, en todo el mundo el "Año del Niño".

Abrazo con el pensamiento y el corazón a los niños. todavía en los brazos de sus padres y madres. ¡Nunca falten esos brazos amorosos de los padres! Sean poquísimos en la tierra polaca los así llamados huérfanos "sociales", de familias disgregadas o incapaces de educar a los propios hijos.

Tengan fácil acceso a Cristo todos los niños de la edad preescolar. Se preparen con alegría a recibirlo en la Eucaristía. Crezcan "en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres" (Lc 2,52), como El mismo crecía en la casa de Nazaret.

Y mientras crecen así en años, mientras pasan de la infancia a la adolescencia, ninguno de nosotros, queridísimos hermanos y hermanas, sea jamás ante ellos culpable de ese escándalo del que habla Jesús tan severamente. Meditemos de vez en cuando sobre estas palabras. Nos ayuden a desarrollar la gran obra de educación y catequización con mayor celo y mayor sentido de responsabilidad.

187 3. El cardenal primado me ha saludado en nombre de Polonia siempre fiel.La primera y fundamental prueba de esta fidelidad, la condición esencial para el porvenir es precisamente esta juventud, estos niños polacos y, junto a ellos, los padres, los Pastores de almas, las religiosas, los catequistas y las catequistas, aunados en la obra cotidiana de la catequesis en toda la tierra polaca.

¡Dios os bendiga a todos, como, hace tanto tiempo, bendijo a nuestros antepasados, a nuestros Soberanos Mieszko y Boleslao, que, en el recorrido que une Poznan a Gniezno, os bendiga a todos!

Recibid este signo de bendición de manos del Papa-Peregrino que os visita


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