Audiencias 1979 93

93 6. Hace pocas semanas tuvo lugar en Roma el IV Simposio organizado por el Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas sobre el tema "Los jóvenes y la fe".

Los prelados que, en número de más de 70, representaban a los obispos de Europa, analizaron a fondo la situación de los jóvenes contemporáneos en relación con la fe, así como las características principales de su religiosidad. Aún sin descartar cierta preocupación por determinadas actitudes de rechazo, por parte de los jóvenes, de algunos valores tradicionales, los obispos hicieron resaltar el hecho de que los jóvenes de hoy descubren cada vez más a la Iglesia como comunidad de fe, se acercan con especial interés al Evangelio y a la persona de Jesucristo, sienten profundamente el valor de la meditación y de la oración.

Que todo esto que he dicho sea un suplemento de aquel tema central de que se ocuparon, en junio, los representantes de las Conferencias Episcopales de casi toda Europa. Para todos los jóvenes, especialmente para los que durante las vacaciones buscan a Dios, sean estas palabras mías una prueba de que el Papa se acuerda de ellos y pide a Cristo para ellos, "la belleza de la alegría" y la "belleza del amor".

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Querría poder entretenerme personalmente con cada uno de vosotros que participáis en esta audiencia. No siendo esto posible, os doy mi saludo a cada uno en particular, especialmente a los jóvenes, que son bastante numerosos.

Esta tarde deseo hablar de la juventud que, terminados sus trabajos en la escuela o la universidad, disfruta ahora del descanso de las vacaciones.

Pienso especialmente en esos grupos de jóvenes que quieren hacer de este período un momento de profundización en los valores espirituales y religiosos, para hacerlos fuente de inspiración y de esperanza en la propia vida.

El contacto más íntimo con la naturaleza, la reflexión sobre la Sagrada Escritura, la participación en la liturgia, pueden ser cauces estupendos para un encuentro más profundo consigo mismo y con ese Dios que nos habla a través de la naturaleza o desde el fondo del corazón.

La experiencia de la camaradería, de la amistad, del amor, de la alegría juvenil que se despliega en el canto, constituyen una magnífica ocasión para comprender mejor o reforzar ese ideal espiritual que halla su fundamento mejor en la verdad y el amor auténtico que Cristo nos trae.

Al enviar mi recuerdo a todos los jóvenes, especialmente a los que buscan a Dios, pido que Cristo les haga sentir, en plenitud de vivencia espiritual, la belleza de la alegría y la belleza del amor.

94 A todos los jóvenes y chicos presentes en esta audiencia, les llegue de nuevo mi saludo más cordial, con el deseo afectuoso de que pasen buenas vacaciones, vividas en el espíritu a que antes he aludido.

En especial, hago votos, queridos jóvenes, porque vuestras vacaciones veraniegas, como toda la existencia, transcurran en conformidad con las profundas exigencias de la verdad que está en vosotros y que tiene un nombre: ¡Jesucristo!

(A los enfermos)

Un abrazo para vosotros, queridos enfermos. Quiero recordaros hoy que "Dios eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes" (
1Co 1,28).

Frente a la realidad del dolor, la fe cristiana ofrece una presencia: la presencia de Uno que padeció y murió en la cruz y después venció, resucitando de entre los muertos.

Su victoria es también la nuestra y por El tenemos nosotros una esperanza de vida y de resurrección, que no defrauda. ¡Animo! Que el Señor os asista con su gracia y su consuelo. Y que os sostenga mi bendición.

(A los recién casados)

Queridos recién casados, bienvenidos a esta audiencia. Vuestra presencia es, como siempre muy significativa. En la nueva vida que habéis iniciado a los pies del altar del Señor, el problema para los esposos cristianos no es solamente el de quererse bien, sino que se trata de sentir y amar la presencia de Dios entre vosotros; se trata de saber que sois parte viva de la Iglesia de Cristo.

Comprometeos a vivir intensamente vuestra fe cristiana. Para vosotros mis más fervientes votos y mi bendición.





Agosto de 1979

Miércoles 1 de agosto de 1979



95 1. Se acerca el primer aniversario de la muerte del Papa Pablo VI. Dios lo llamó junto a Sí el 6 de agosto del año pasado, fecha en que, cada año, se celebra la solemnidad de la Transfiguración del Señor. Esta solemnidad, bella y rica de contenido, fue la última jornada del Papa Pablo VI sobre la tierra, el día de su muerte, el día de su tránsito desde la vida de aquí abajo a la eternidad. "La vida no se quita, sino que se transforma"; así rezamos en el Prefacio de la Misa de Difuntos. En efecto, el día mismo de la muerte de aquel gran Papa, día de la Transfiguración, se ha hecho signo elocuente de esta verdad.

Podemos reflexionar sobre el significado del día que Dios eligió para que concluyera una vida tan laboriosa, tan llena de dedicación y de sacrificio por la causa de Cristo, del Evangelio, de la Iglesia. El pontificado de Pablo VI, ¿no ha sido acaso un tiempo de profunda transformación, promovida por el Espíritu Santo a través de toda la actividad del Concilio, convocado por su predecesor? Pablo VI, que había heredado de Juan XXIII la obra del Concilio inmediatamente después de la primera sesión en 1963, ¿no se encontró acaso en el centro mismo de esa transformación, primero como el Papa del Vaticano II y luego como el Papa de la realización del Vaticano II, en el período más difícil, inmediatamente después de la clausura del Concilio?

Si nos es lícito reflexionar sobre el significado del día que Dios eligió como clausura de su ministerio pontificio, se acumulan en la mente varias interpretaciones. Recordando la fiesta de la Transfiguración que Dios quiso como fecha conclusiva de su fe sobre la tierra (cf.
2Tm 4,7), podríamos decir que aquel día manifestó, en cierto modo, el particular carisma y también el particular esfuerzo de su vida. Carisma de la "transformación" y esfuerzo de la "transformación". Se podría decir, desarrollando este pensamiento, que el Señor, habiendo llamado al Papa Pablo a su gloria, en la solemnidad de su Transfiguración, le permitió a él y nos permitió a nosotros conocer que en toda obra de "transformación", de renovación de la Iglesia en el espíritu del Vaticano II, Él está presente, como lo estuvo en aquel maravilloso acontecimiento que tuvo lugar en el monte Tabor y que preparó a los Apóstoles para la salida de Cristo de esta tierra, primero a través de la cruz y luego a través de la resurrección.

2. ¡El Papa del Vaticano II! ¡El Papa de aquella profunda transformación, que era nada menos que una revelación del rostro de la Iglesia, esperada por el hombre y por del mundo de hoy! Hay también aquí una analogía con el misterio de la Transfiguración del Señor. En efecto; el mismo Cristo que los Apóstoles vieron sobre el monte Tabor no era sino Aquel a quien habían conocido todos los días, Aquel cuyas palabras habían escuchado y cuyas acciones habían visto. Sobre el monte Tabor, se les reveló el mismo Señor, pero "transfigurado". En esa Transfiguración se manifestó y se realizó una imagen de su Maestro que en todas las anteriores circunstancias les era desconocida, estaba oculta para ellos.

Juan XXIII, y después de él Pablo VI, recibieron del Espíritu Santo el carisma de la transformación, gracias al cual la figura de la Iglesia, a todos conocida, se manifestó igual y, al mismo tiempo, diversa. Esa "diversidad" no significa alejamiento de su propia esencia, sino más bien una penetración más profunda en la esencia misma. Es la revelación de aquella figura de la Iglesia que estaba escondida anteriormente. Era necesario que, a través de los "signos de los tiempos", reconocidos por el Concilio, se hiciese manifiesta y visible, se hiciese principio de vida y de acción para el tiempo en que vivimos y para el futuro.

El Papa, que nos dejó el año pasado en la solemnidad de la Transfiguración del Señor, recibió del Espíritu Santo el carisma de su tiempo. En efecto; si la transformación de la Iglesia debe servir para su renovación, hace falta que el que la emprenda posea una conciencia particularmente fuerte de la identidad de la Iglesia. Pablo VI manifestó la expresión de tal conciencia sobre todo en su primera Encíclica Ecclesiam suam y después, continuamente: proclamando el Credo del Pueblo de Dios y emanando una serie de normas ejecutivas, referentes a las deliberaciones del Vaticano II, inaugurando la actividad del Sínodo de los Obispos, avanzando como un precursor en dirección de la unión de los cristianos, reformando la Curia Romana, internacionalizando el Colegio Cardenalicio, etc.

En todo ello, se revelaba siempre la misma conciencia de la Iglesia, que confirma más profundamente la propia identidad en la capacidad de renovación, de afrontar las transformaciones que surgen de su vitalidad y, al mismo tiempo, de la autenticidad de la tradición.

3. Permitid que en este contexto evoque al menos algunas frases de las muy numerosas enunciaciones del Papa muerto hace un año. En su primera Encíclica, la Ecclesiam suam, que lleva precisamente la fecha del 6 de agosto de 1964, se expresaba así: "Por una parte, la vida cristiana, tal como la Iglesia la defiende y promueve, debe continua y valerosamente evitar todo cuanto pueda engañarla, profanarla, sofocarla, como para inmunizarse contra el contagio del error y del mal; por otra, no sólo debe adaptarse a los modos de concebir y de vivir que el ambiente temporal le ofrece y le impone, en cuanto sean compatibles con las exigencias esenciales de su programa religioso y moral, sino que debe procurar acercarse a él, purificarlo, ennoblecerlo, vivificarlo y santificarlo... La palabra, hoy ya famosa, de nuestro venerable predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, la palabra aggiornamento la tendremos siempre presente como norma y programa; lo hemos confirmado como criterio directivo del Concilio Ecuménico, y lo recordaremos como un estímulo a la siempre renaciente vitalidad de la Iglesia, a su siempre vigilante capacidad de estudiar las señales de los tiempos y a su siempre joven agilidad de probar todo y de apropiarse lo que es bueno (cf. 1Th 5,21); y ello, siempre y en todas partes" (Ecclesiam suam n. 44 y 52).

Y algunos años después, decía en un discurso: "Quien ha comprendido algo de la vida cristiana no puede prescindir de una aspiración constante a la renovación. Los que atribuyen a la vida cristiana un carácter de estabilidad, de fidelidad, de estabilidad, lo ven justamente, pero no lo ven todo. Ciertamente la vida cristiana está basada en hechos y obligaciones que no admiten cambios, como la regeneración bautismal, la fe, la pertenencia a la Iglesia, la animación de la caridad; es, por naturaleza, una adquisición permanente, que no debe ser comprometida jamás; pero es, como decimos, una vida y, por tanto, un principio, una semilla que debe desarrollarse, que exige crecimiento, perfeccionamiento y, dada nuestra natural caducidad y dadas ciertas incurables consecuencias del pecado original, exige ser reparada, rehecha, renovada" (Insegnamenti di Paolo VI, vol. IX, pág. 318).

4. El Papa Pablo fue un sembrador generoso de la Palabra de Dios. La enseñó a través de solemnes documentos de su pontificado. La enseñó a través de las homilías que pronunció en diversas circunstancias. La enseñó, en fin, a través de su catequesis de los miércoles que, desde su pontificado, entró en el programa habitual de todo el año. Gracias a esto, pudo continuamente "proclamar el Evangelio" (cf. Evangelii nuntiandi ). Siguiendo el ejemplo del Apóstol Pablo, consideraba el anuncio del Evangelio como su primer deber y como su más grande gozo. Estas catequesis papales llegaron a ser alimento sustancioso para toda la Iglesia, en un período que tenía especial necesidad.

Frente a las inquietudes del período postconciliar, aquel singular "carisma de la Transfiguración" se demostró bendición y don para la Iglesia. Y así, Pablo VI se convirtió en Maestro y Pastor de las inteligencias y conciencias humanas, en cuestiones que exigían la decisión de su autoridad suprema. Sirvió a Cristo y a la Iglesia con aquella admirable firmeza y humildad que le permitieron mirar, con ojos de fe y esperanza, el porvenir de la obra que estaba realizando.

96 Al acercarse el primer aniversario de su muerte, recomendamos nuevamente su alma al Cristo del monte de la Transfiguración, a fin de que lo acoja en la gloria del eterno Tabor.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas: Deseo que cada uno de los visitantes de lengua española y portuguesa presentes en esta audiencia, no se considere como perdido en el anonimato de la muchedumbre, sino como objeto del afecto individual y del saludo personal del Papa, que se dirigen a cada persona, de cualquier nación provenga.

El próximo día 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración del Señor, hará un año que murió el Papa Pablo VI. Una coincidencia llena de significado. Es la transformación de la vida terrena, en el encuentro con el Cristo transfigurado; todo un simbolismo de la vida y muerte de quien, como Papa del Concilio, convocado por su predecesor, y como Papa de la aplicación práctica del mismo Concilio, se halló al centro de la transformación eclesial.

Llamando a Sí al Papa Pablo VI en la fiesta de la Transfiguración, podemos decir que el Señor ha manifestado el carisma particular y la fatiga dolorosa de una vida: el carisma de la transformación y el dolor que ésta conlleva. Una obra en la que el Señor ha estado presente, como en el Tabor.

Este Papa ha revelado ese nuevo rostro de la Iglesia que esperaba el hombre y el mundo de hoy; la nueva figura de la Iglesia, que es la misma y a la vez diversa. La misma en su esencia y diversa en su capacidad de constante transformación, atenta a los signos de los tiempos. Ahí están para probarlo la Encíclica Ecclesiam suam, el Credo del Pueblo de Dios, las normas para la aplicación del Concilio, la actividad del Sínodo de los Obispos, el nuevo impulso del ecumenismo, la reforma de la Curia, la internacionalización del Colegio Cardenalicio y tantos otros hechos que podríamos citar.

Pablo VI, ejemplo de firmeza y de humildad, generoso sembrador de la palabra de Dios con sus escritos, homilías y con sus hermosas catequesis de los miércoles, nos ha manifestado una clara conciencia de la Iglesia, que muestra su identidad en la capacidad de renovación: que halla nueva vitalidad en la fidelidad a la auténtica tradición.

En el aniversario de su muerte, pidamos al Cristo de la Transfiguración que le acoja en la gloria del eterno Tabor.
* * *


Durante la audiencia general del 30 de mayo pasado, al hablar de que en el transcurso de la historia, se añadieron a las diversas lenguas del Cenáculo, el día de Pentecostés, cada una de las lenguas eslavas, no mencioné el idioma servio.

Quiero suplir hoy ese olvido. Como se sabe, el origen cierto del cristianismo en Servia se remonta al siglo IX, en coincidencia con la actividad evangelizadora y la cultura religiosa de San Cirilo y San Metodio. Sin embargo, hay que decir que ya en el siglo VI hubo intentos de evangelización en tierras de los servios. Por otra parte, en un documento del año 1020, debido al Emperador de Constantinopla, Basilio II, se hace mención de la diócesis servia de Ras. El fundador del Estado servio medieval, Stefan Njemanja, fue bautizado según el rito latino, y su hijo Stefan Prvovencani recibió la corona real de manos del Papa Honorio III en 1218. Desde entonces, con alternas vicisitudes, el pueblo servio creció y se desarrolló, siempre sólidamente radicado en la fe cristiana.

97 Doy gracias, por tanto, de corazón al Señor, porque también en la lengua servia, como en todas las otras lenguas eslavas y en todas las otras lenguas de la gran familia humana, pudo el Evangelio ser anunciado con la fuerza del mismo Espíritu Santo, que se manifestó al comienzo, el día del primer Pentecostés.

(A los jóvenes)

¡Queridísimos jóvenes! Os dirijo mi saludo, lleno de afecto. Bien sabéis cuál es el deseo del Papa respecto a vosotros: deseo que seáis buenos y generosos, superando el mal que existe en la sociedad, con vuestra vida de gracia, con vuestra pureza, con vuestra amistad con Jesús.

Este es el camino justo de la vida; el camino de la verdadera alegría y de la eterna salvación. Pero ¿qué hacer? ¿Dónde está el secreto?

Nos lo dice el gran Santo y Doctor de la Iglesia que hoy festejamos, San Alfonso María de Ligorio, en su libro siempre actual, porque es sencillo y pro-fundo, "Del gran medio de la oración". En la oración: ahí está el secreto.

También yo os exhorto a encontraros con Dios mediante la oración, diciéndoos con San Alfonso: ¡"El que reza, ciertamente se salva"!

(A los enfermos)

¡Queridísimos enfermos! Con especial cordialidad, como siempre, os dirijo mi saludo, que nace del afecto y veneración hacia los que sufren. Saber sufrir con amor, con resignación, con valentía, con confianza, con paciencia, es un gran arte que se aprende solamente con ayuda de la gracia divina, en la escuela de Cristo crucificado, que conoce y santifica nuestro dolor.

San Alfonso María de Ligorio escribió una obrita mística, muy conmovedora, que todavía hoy puede consolar y ayudar: "La pasión de Nuestro Señor Jesucristo". Os exhorto a que la meditéis; os servirá ciertamente de consuelo y alivio en vuestras penas. Que mi bendición os acompañe.

(A los recién casados)

¡Queridísimos recién casados!

98 También a vosotros llegue mi saludo, junto con los mejores deseos y mi enhorabuena por la nueva vida que habéis empezado.

Siguiendo la viva exhortación de San Alfonso María de Ligorio, os invito a poner vuestra vida bajo la protección de la Virgen.

Una sincera y auténtica devoción a la Virgen María os será de gran ayuda, para ser esposos cristianos, testigos de fe y caridad, padres alegres y generosos.

¡Que os ayude mi bendición!

(A varios grupos de peregrinos)

Saludo con afecto a los peregrinos italianos presentes en esta audiencia: a los numerosos sacerdotes y jóvenes seminaristas, a los religiosos y religiosas, a los grupos parroquiales, a las familias y a todas las personas presentes.

Deseo dirigir un saludo particular a los jóvenes de la "Comunidad de vida cristiana", de la ciudad de Cuneo, los cuales, desde hace algunos años van difundiendo por Italia el mensaje evangélico con sus cantos.

Al agradeceros vuestras melodías con las cuales habéis alegrado esta audiencia, os dejo a cada uno de vosotros, queridísimos jóvenes, una consigna. Me sirvo para ello de las palabras del gran Agustín: "Como suelen cantar los viandantes, también tú canta y camina. ¿Qué significa 'camina'? Ve adelante, ve adelante por los caminos de la bondad" (cf. Sermo 256, 3).

Saludo ahora a los miembros del comité que han venido de la isla de Capri trayendo una estatua de bronce de la "Virgen del Socorro", que será colocada en la cima del Monte Tiberio. Al bendecir la imagen de la Virgen, confío vuestras personas a su especial protección, hijos queridísimos, la de vuestros familiares y la de todos los ciudadanos de la isla, y hago votos para que vuestra devoción a la Madre de Cristo sea cada vez más profunda y consciente.



Miércoles 8 de agosto de 1979



1. También hoy, como la semana pasada, quiero dedicar nuestro encuentro a la memoria del gran Papa Pablo VI, a quien el Padre celestial llamó a sí hace un año, en la fiesta de la Transfiguración del Señor. Ciertamente ni el discurso anterior ni el de hoy podrán agotar la riqueza multiforme de su pontificado y de su personalidad. Lo que pretendemos poner de relieve hoy es la maravillosa convergencia del día de la muerte con el carisma de la vida de Pablo VI. He intentado desarrollar este pensamiento la semana pasada, concentrándome sobre todo en el hecho importante de la transformación de la Iglesia —transformación que ha promovido la interpretación de los signos de los tiempos hecha por el Concilio Vaticano II—. Juan XXIII solía definir esta transformación: aggiornamento (puesta al día). Sin embargo, a ese gran proceso al que "el Papa de la bondad" dio sólo comienzo, el Papa Pablo VI dedicó todo su difícil pontificado de quince años.

99 Ese aggiornamento, esa renovación o "transformación", fue inspirado por el conocimiento profundo de la naturaleza de la Iglesia y por el amor a su misión salvífica. Por iniciativa del Papa Juan y después bajo la guía del Papa Pablo, la Iglesia se ha adaptado a las tareas inherentes a su misión ante el hombre de nuestro tiempo, ante la familia humana, a la que ha sido enviada. El sentido más profundo del "aggiornamento'' es estrictamente evangélico: surge de la voluntad de servir, siguiendo a Cristo, de la voluntad de servir a Dios en los hombres, de servir al hombre. El servicio se identifica con la misión, descubierta de nuevo en la misión salvífica del mismo Cristo.

2. La misión de servir al hombre tuvo siempre una dimensión concreta y a la vez universal en el estilo del ministerio pontificio de Pablo VI. En efecto, se sirve a cada uno de los hombres, sirviendo a las causas de las que depende una justa orientación de su vida en condiciones determinadas: históricas, sociales, económicas, políticas y culturales. Pablo VI, en su misión en favor de la transformación de la suerte del hombre sobre la tierra, puso siempre en primer lugar la gran causa de la paz entre las naciones. Dedicó a esta causa la máxima atención, la mayor solicitud e interés. Baste recordar sus Mensajes anuales para la Jornada mundial de la Paz, que le permitieron desarrollar esta gran y central temática ética de nuestro tiempo desde diversos puntos de vista.

"La verdadera paz —recordaba él, por ejemplo, en la Jornada de la Paz de 1971— debe fundarse en la justicia, en la idea de la intangible dignidad humana, en el reconocimiento de una igualdad indeleble y feliz entre los hombres, en el dogma fundamental de la fraternidad humana; esto es, en el respeto, en el amor debido a todo hombre, por el solo hecho de ser hombre. Irrumpe aquí la palabra victoriosa: por ser hermano. Hermano mío, hermano nuestro" (Il volto della pace , núm. 172: Pablo VI , Enseñanzas al Pueblo de Dios 1970, pág. 405).

"Si quieres la paz, trabaja por la justicia". Este era el compromiso que Pablo VI proponía en el Mensaje del año siguiente. Y comentaba: "Es una invitación que no ignora las dificultades para practicar la justicia: definirla, ante todo, y actuarla después, nunca sin algún sacrificio del propio prestigio y del propio interés. Quizá hace falta mayor magnanimidad para rendirse a las razones de la justicia y de la paz, que no para luchar e imponer el propio derecho, auténtico o presunto, al adversario" (Il volto della pace , núm. 228-230, Pablo VI: Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1971, pág. 317).

Y además: "Hagamos posible la paz —insistía en otro Mensaje— predicando la amistad y practicando el amor al prójimo, la justicia y el perdón cristiano, abrámosle las puertas, donde haya sido excluida, con negociaciones leales y ordenadas a sinceras conclusiones positivas; no rehusemos cualquier clase de sacrificio, que, sin ofender la dignidad de quien se vuelve generoso, haga la paz más rápida, cordial y duradera" (Il volto della pace , núm. 274 Pablo VI, Enseñanzas al Pueblo de Dios 1972, pág. 421).

3. La importancia de la causa de la paz en la vida de la humanidad de hoy es necesario medirla también sobre la base de la amenaza mortal que puede constituir las guerra moderna, a través del uso de todos esos medios destructivos que llevan a la autodestrucción. Sin embargo, ningún otro, tanto como el apóstol y vicario del mismo Cristo, que es el verdadero Príncipe de la paz, debe tener conciencia de que es imposible asegurar la paz en la vida internacional, si sólo se mira a los medios de que puede servirse el hombre. Antes bien es necesario mirar al hombre que se sirve de esos medios. Es él mismo quien debe querer de modo maduro y responsable la paz, y modelar la vida de la humanidad en todas sus dimensiones, a base de una coherente búsqueda de la paz. Se llega a la paz a través de la justicia, a través de una justicia completa y universal: opus iustitiae pax.

Juan XXIII, en la Pacem in terris, había subrayado los cuatro derechos fundamentales de la persona humana, que deben ser respetados en la vida social e internacional para el bien de la paz: el derecho a la verdad, a la libertad, a la justicia, al amor. Pablo VI, desarrollando orgánicamente este pensamiento, publicó la Encíclica para la promoción y desarrollo de los pueblos, en la que llamó a este justo desarrollo con el "nombre nuevo de la paz".

Todos recordamos sus palabras: "...si el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, ¿quién no querrá cooperar a él con todas sus fuerzas?" (Populorum progressio,
PP 87). Y también: "Combatir la miseria y luchar contra la injusticia es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y por consiguiente el bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres" (Populorum progressio, PP 76).

4. El Papa, al que Cristo llamó a Sí en la fiesta de la Transfiguración, insistió siempre en reanudar un trabajo infatigable en favor de la obra de la transformación del hombre, de la sociedad, de los sistemas, obra que debía dar los frutos tan deseados por los hombres, las naciones, toda la humanidad: los frutos de la justicia y de la paz. Mirando con atención asidua y alguna vez acaso con inquietud, y sobre todo con continua esperanza cristiana, el desarrollo multiforme de los acontecimientos en el mundo contemporáneo, él trabajó siempre en favor de esa civilización que calificó con el nombre de "civilización del amor"; según el espíritu del mandamiento más grande de Cristo.

La Iglesia se pone al servicio de esta "civilización del amor", mediante su misión, ligada al anuncio y a la realización del Evangelio. Particularmente querida para Pablo VI fue la evangelización en el mundo contemporáneo, a la que —a petición de los obispos reunidos en Sínodo el año 1974— dedicó una magnífica Exhortación, la Evangelii nuntiandi, como suma del pensamiento y de las orientaciones apostólicas, que brotan del magisterio conciliar y de la experiencia continua de la Iglesia. "El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo —comenzaba diciendo—, exaltados por la esperanza, pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad" (Evangelii nuntiandi EN 1).

Y explicaba: "Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: 'He aquí que hago nuevas todas las cosas' (Ap 21,5). Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo y de la vida según el Evangelio. La finalidad de la evangelización es, por consiguiente, este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos" (Evangelii nuntiandi EN 18). ¡Compromiso nobilísimo y exaltante!

100 5. Por esto, no se puede recordar el día de la muerte del gran Pontífice sin detenerse a pensar de nuevo, al menos un instante, en toda la herencia de su gran espíritu.

El 6 de agosto de 1978, los últimos rayos de la fiesta de la Transfiguración cayeron sobre el corazón del Pastor, que con toda su vida había servido a la gran causa de la transformación del hombre, en nuestra difícil época, y de la renovación de la Iglesia para esa transformación.

Estos rayos parecían decir: "Muy bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel..., entra en el gozo de tu señor" (
Mt 25,21). Y Pablo VI no volvió más a su esfuerzo cotidiano, sino que siguió al Señor que lo llamaba desde el monte de la Transfiguración.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Con profundo afecto doy la bienvenida a esta encuentro a cuantos procedéis de los diversos países de lengua española y portuguesa. Bienvenido sea cada grupo y cada familia o cada persona individual.

Continúo hoy evocando la figura y la obra del Papa Pablo VI, no para agotar la multiforme riqueza de su pontificado y personalidad, sino para. subrayar la convergencia entre el día de su muerte —la fiesta de la Transfiguración del Señor— y el carisma de su vida: la renovación o transformación de la Iglesia.

Juan XXIII había llamado "puesta al día", aggiornamento, a esa renovación a la que Pablo VI dedicó los quince años de su pontificado. Quería con ello adecuar la Iglesia a las exigencias del hombre de hoy. Una adaptación para servir mejor al hombre, para cumplir mejor la misión salvífica de Cristo y de su Iglesia.

Y como sólo se sirve al hombre sirviendo a las causas de las que depende la justa dirección de su vida concreta, .Pablo VI puso en primer lugar la gran causa de la paz. La jornada Mundial de la Paz, celebrada cada año, demuestra su interés particular por la paz, que —como él indicó— debe estar basada en la justicia, en el reconocimiento de la dignidad humana, de la igualdad entre los hombres, en el amor a cada hombre, en la fraternidad universal de los hombres en Cristo. Una paz que es posible, que debe excluir toda guerra, que se prepara con la amistad y el perdón, que se construye con el justo progreso. Ese progreso que es el nuevo nombre de la paz.

Su llamada a trabajar por la civilización del amor; su empeño en la evangelización del mundo, son otros tantos, fecundos servicios a la causa de la comunidad cristiana y humana. Un servicio a la causa de la transformación del hombre, una invitación que Pablo VI legó a la Iglesia en aquella tarde, hace un año, en que el Señor lo llamó a Sí.
* * *


101 Un grupo entre nosotros está compuesto de jóvenes que vienen de Inglaterra para trabajar en Italia en colaboración con las Religiosas de Madre Teresa de Calcuta. Jesús nos enseñó a ayudar a los otros no sólo a través de la palabra sino también a través de sus acciones. Vosotros habéis seguido su ejemplo. El, sin duda, os recompensará y os colmará de sus bendiciones.

(A los jóvenes)

Me dirijo a vosotros, carísimos jóvenes que, siempre distintos y siempre alegres, acudís desde todos los rincones de Italia para ver al Papa y escuchar sus palabras. Siempre repito esas palabras a los jóvenes, expresándome de modo lo más diverso posible, pero sustancialmente siempre idéntico: ¡Os quiero mucho!

Con la luz y el fervor del amor de Cristo, os exhorto a perseverar en esa alegría, gracias a la cual no os será jamás difícil la práctica de las enseñanzas evangélicas y su difusión en cualquier ambiente; colaborando así con esa generosa disponibilidad y dedicación, que tanto agrada al Señor, a la acción santificadora y liberadora de su gracia. Con este deseo, os bendigo de corazón y, con vosotros, a vuestras respectivas familias.

(A los enfermos)

A vosotros, enfermos presentes en esta audiencia, y a todos cuantos sufren aflicción y dolor en el cuerpo y en el espíritu, vaya mi paternal y afectuoso pensamiento.

El Papa, Padre común de todos, sabe que nadie puede extrañarse si él, queridos enfermos, os mira con predilección y tiene para vosotros una atención especial. Vosotros sois, en efecto, con vuestro sufrimiento, humildemente aceptado y sobrellevado con ejemplar generosidad, la demostración de la conformidad con la voluntad divina, no sólo en el deseo de más profunda purificación y para hacer más aceptable a Dios vuestro sacrificio, sino también porque para una cosa tan grande os inspiráis en la caridad hacia el prójimo. Esa unión con Dios es la que Santa Teresa de Jesús ansiaba más todavía que la unión mística y la recomendaba continuamente porque es la más segura de todas. Animándoos a tan sublime coloquio con el Padre celestial os acompaño con la bendición apostólica.

(A los Madonnari)

Hoy, en la audiencia, está presente un grupo especial: una representación de los llamados Madonnari que, en Camaiore de Luca, tuvieron el pasado mes de junio su I Congreso internacional,

A vosotros, carísimos Madonnari, que con pasión y pericia os dedicáis a dibujar sobre las aceras, plazas y atrios de las iglesias, las imágenes de la Virgen y de los Santos, llegue mi más cordial saludo, unido a la admiración y al agradecimiento por el Giotto de oro que habéis querido entregar al Papa "como mensajero de paz y de esperanza en el mundo".

Vosotros sois los "artistas del asfalto", que dibujáis con colores vivaces y rasgos delicados solamente para un día. Que el Señor os bendiga y la Virgen os acompañe, a fin de que, con vuestros dibujos tan significativos, podáis suscitar en los hermanos un pensamiento devoto, darles una consoladora visión del cielo, sembrar una eficaz necesidad de bondad y de paz.

102 ¡Que os acompañe siempre mi estima y mi reconocimiento!

(A los recién casados)

Y a vosotros, queridísimos recién casados, vayan, con mi cordial saludo, mis felicitaciones y mejores deseos. Estáis experimentando, en estos primeros días de vuestra unión conyugal, la veracidad y solidez de vuestro amor, ese amor que ha sido para vosotros bendecido, ordenado y llamado santo. Yo os deseo que vuestro afecto sea siempre la fuente de vuestra felicidad cristiana, de aquel gozo sereno que no puede existir ni durar si no se comprende y se acepta el alto sentido de la vida presente, fundada sobre la plenitud del espíritu cristiano. Con tales votos, imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.






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