Discursos 1979



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: Enero de 1979



ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS JÓVENES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 3 de enero de 1979



Queridísimos:

Al igual que en semanas anteriores, también se hallan presentes en este encuentro con el Papa muchísimos jóvenes pertenecientes a asociaciones católicas o grupos que colaboran con sus párrocos. Veo presentes asimismo a muchas religiosas venidas a Roma para participar en la asamblea de la Federación Italiana de Religiosas Educadoras. Y toman parte, además, buen número de peregrinaciones, entre las que merece especial mención la de la diócesis de Molfetta, presidida por su obispo. A todos doy mi cordial bienvenida, mi afectuoso saludo y expreso vivo agradecimiento por su visita.

El apacible tiempo litúrgico iniciado con la Noche Santa, nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre algunos aspectos del misterio del Verbo Encarnado; y hoy queremos centrar nuestra atención en la Familia de Nazaret, cuya fiesta hemos celebrado recientemente.

Familia santa la de Jesús, María y José, sobre todo por la santidad de Aquel para quien ésta fue constituida en familia humana, porque en ella vemos presentes elementos propios de muchas otras familias.

Es pobre realmente esta Familia, según nos es presentada por el Evangelio, ya sea en el momento del nacimiento del Hijo de Dios, o en el tiempo del destierro en Egipto a que fue forzada, o también en Nazaret donde vivía modestamente del trabajo de sus manos.

En Jesús, María y José es admirable el ejemplo de solidaridad humana y de comunión con todas las demás familias, así como también de inserción en el contexto humano más amplio que es la sociedad. Según ese modelo divino se deben plasmar todas las otras familias humanas, y vivir con Aquella para resolver los problemas nada fáciles de la vida conyugal y familiar. Dichos problemas hondos y agudos necesitan afrontarse con acción solidaria y responsable,

Como en Nazaret, Dios se hace presente también en todas las familias y se integra en el acontecer humano. Pues la familia, que es la unión del hombre y la mujer, está encaminada por su propia naturaleza a la procreación de nuevos hombres que van acompañados a lo largo de la existencia en el crecimiento físico y, sobre todo, en el crecimiento moral y espiritual, a través de una obra educativa diligente. Por consiguiente, la familia es el lugar privilegiado y el santuario donde se desarrolla toda la aventura grande e intima de cada persona humana irrepetible. Incumben a la familia, por tanto, deberes fundamentales, cuyo cumplimiento no puede dejar de enriquecer abundantemente a los responsables principales de la misma familia, haciendo de ellos los cooperadores más directos de Dios en la formación de nuevos hombres.

Esta es la razón de por qué la familia es insustituible y, como tal, ha de ser defendida con todo vigor. Es necesario hacer lo imposible para que la familia no sea suplantada. Lo requiere no sólo el bien "privado" de cada persona, sino también el bien común de toda sociedad, nación y estado. La familia ocupa el centro mismo del bien común en sus varias dimensiones, precisamente porque en ella es concebido y nace el hombre. Es necesario hacer todo lo posible para que desde su momen­to inicial, desde su concepción, este ser humano sea querido, esperado, vivido como valor particular único e irrepetible. Debe sentirse importante, útil, amado y valorado, incluso si está inválido o es minusválido; es más, por esto precisamente más amado aún.

2 Esta es la enseñanza que brota del misterio de la Encarnación.

Una consideración última quiero presentar a vuestra reflexión, partiendo de la dolorosa dificultad —sumamente angustiosa para una madre— en que se llega a encontrar María por no poder ofrecer un cobijo al Hijo que le va a nacer. El acontecimiento grande y misterioso de la maternidad puede suscitar en muchas mujeres motivos de sufrimiento, duda y tentación. El "sí" generoso, el que la mujer debe pronunciar ante la vida que aflora en su seno —un "sí" acompañado muchas veces del temor a mil dificultades—, comporta siempre un acto interior de seguridad en Dios y confianza en el hombre nuevo que debe nacer. Con sentido fraterno de caridad y solidaridad, jamás debemos dejar sola a una mujer, sobre todo si vacila y duda, que se prepara a dar a luz a un nuevo hombre, que será un nuevo hermano para cada uno de nosotros. Debemos tratar de prestarle toda la ayuda necesaria en su situación, sostenerla y darle ánimos y esperanza.

A todos expreso mi deseo más ferviente de todo bien al comenzar este año nuevo, a la vez que de corazón invoco sobre todos la protección del Señor e imparto la bendición apostólica.

DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

EN EL HOSPITAL DEL NIÑO JESÚS DE ROMA

Domingo 7 de enero de 1979



Hermanos y hermanas:

Ahora, al terminar esta visita pastoral a este hospital del Niño Jesús, permitidme que dirija una palabra sencilla y breve de saludo y aliento a todos los que trabajáis en esta institución en pro del alivio y curación de los pequeños enfermos.

Mi agradecimiento cordial ante todo al sr. comisario y a toda la dirección administrativa y sanitaria, por la actividad incansable ya realizada, y por los planes futuros que se proponen llevar a cabo, a fin de que este centro de salud responda cada vez mejor a las exigencias sanitarias modernas. Saludo también a todos los médicos, a los ayudantes, a las religiosas y a las celadoras de los niños, en quienes me gusta ver un reflejo de la figura taumatúrgica de Cristo, que dedicó tan gran parte de su ministerio a curar enfermos y aliviar afligidos.

Y a vosotros, queridos niños enfermos de este hospital, ¿qué os diré? Os diré que he subido aquí al Janículo ex profeso por vosotros, para veros, para deciros personalmente todo el afecto que siento por vosotros, y para aportar consuelo a los sufrimientos que padecéis a causa de la enfermedad, y también por estar separados de vuestros padres y vuestra casa. En la oración os auguro que podáis restablecer la salud pronto y encontrar de nuevo el gozo de vivir entre vuestros seres queridos.

Un saludo particularmente afectuoso deseo dirigir también y sobre todo, a vosotros, padres y familiares de los pequeños hospitalizados, que soportáis el drama de la enfermedad de vuestras criaturas y os preguntáis con ojos suplicantes el porqué del dolor inocente. Sabed que no estáis solos ni abandonados. ¡No sufrís en vano! Vuestro padecimiento os asemeja a Cristo, el único que puede dar sentido y valor a todos los actos de nuestra vida.

Y en fin, a todos los presentes que de una manera u otra frecuentan este hospital y se aplican a las obras de misericordia y de ayuda espiritual y social, recordaré la promesa que hizo el Señor Jesús a quienes lo buscan en los enfermos: «He estado enfermo y me habéis visitado... Cuantas veces hicisteis esto a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (cf. Mt Mt 25,34-40).

Al manifestaros de corazón mi cariño por el servicio que prestáis a los pequeños enfermos, os exhorto a proseguir vuestra misión con fe cristiana, que hace descubrir en el enfermo la imagen misma de Dios; y a la vez, en nombre del Niño Jesús, a quien está dedicado este hospital, y de la Virgen María, invocada por vosotros como Salus infirmorum, imparto a todos mi bendición apostólica especial, que hago extensiva a vuestros familiares que han quedado en casa.








AL SEÑOR VERNON LORRAINE BENJAMIN MENDIS,


NUEVO EMBAJADOR DE SRI LANKA ANTE LA SANTA SEDE


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Lunes 8 de enero de 1978



Señor Embajador:

Os acojo cordialmente como representante del Gobierno y pueblo de Sri Lanka, Os doy las gracias por el saludo que me habéis transmitido del Presidente Jayewardene, y os ruego tengáis la bondad de hacerle llegar la expresión de mis deseos de felicidad, acompañados de la oración.

El país que representáis tiene una historia larga de hechos humanos famosos, investigación filosófica y esfuerzos por la cultura. Profeso respeto sincero hacia todos los sectores del pueblo de Sri Lanka con sus varias tradiciones culturales y religiosas, y oro a fin de que se desarrolle todo lo que es mejor de cada religión para bien de la nación entera.

La Iglesia católica considera deber suyo impulsar la unidad y el amor entre los individuos y las naciones. Considera a toda la humanidad procediendo de Dios como su origen, y destinada a Dios como a su meta final. Para la Iglesia, cada ser humano está hecho a imagen y semejanza de Dios y. por ello, está dotado de una dignidad elevada que exige la mayor veneración. Se esfuerza por inculcar amor fraterno entre todos los hombres. que son hijos de un mismo Padre.

En consecuencia, con su comprensión y respeto a los demás, los católicos de Sri Lanka tiene el deber religioso de contribuir a la armonía y el bien de la nación. Me ha complacido oír a Vuestra Excelencia que los cristianos de vuestro país juegan un papel notable en la vida de la nación. Abrigo la esperanza de que ayudarán con libertad y espíritu de colaboración a construir una sociedad en la que todos puedan vivir de pleno acuerdo con su dignidad humana y desarrollar las posibilidades que Dios les ha dado.

Confío también en que vuestra nación como tal colaborará eficazmente en el progreso de la paz a escala mundial. Es ésta una causa que la Santa Sede lleva muy en el corazón. Cuento con el esfuerzo conjunto de individuos e instituciones por llevar adelante, con el pensamiento y la acción los principios humanos que edifican y salvaguardan la paz, Por tanto, aprecio grandemente el bien que pueda resultar del servicio a tales principios y pido a Dios que lo bendiga.

Deseo tengan éxito los esfuerzos de Sri Lanka por el progreso económico y el aumento de colaboración internacional a fin de mejorar la situación de los sectores del mundo menos favorecidos en el aspecto material.

Como Embajador, Vuestra Excelencia tiene la misión de inculcar armonía, paz y cooperación entre las naciones. Os prometo mi apoyo pleno en el desempeño de esta tarea. y pido a Dios que sea fructífera y feliz.







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS JÓVENES EN LA BASÍLICA DE SAN PEDRO


Miércoles 10 de enero de 1979



Queridos chicos y chicas:

4 1. ¡También esta mañana sois muchos, muchísimos! Esta gran basílica se estremece con el murmullo de vuestra juventud y está animada con la luz de vuestra sonrisa. El calor del entusiasmo se propaga en las oleadas de vuestras voces argentinas y se traduce en una invitación a la confianza y al optimismo, a pesar de las nubes oscuras que se vislumbran en el horizonte, también en el alba del nuevo año. ¡Demos gracias a Dios por la frescura de vuestros sentimientos y por la sinceridad de vuestra adhesión a todo ideal noble y grande!

El tema sobre el que querría llamar vuestra atención en este momento está muy cercano a vuestra sensibilidad. Querría, en efecto, detenerme con vosotros a contemplar todavía la maravillosa escena que el misterio de Navidad nos ha puesto ante los ojos. Es una escena muy familiar para vosotros: muchos la habéis revivido activamente al construir el pesebre en vuestras casas. Pues bien, entre los protagonistas de esta escena os invito a contemplar esta mañana a María, la Madre de Jesús y Madre nuestra.

La Iglesia misma nos sugiere esta atención especial hacia la Virgen: ella quiso que el último día de la octava de Navidad y primer día del año nuevo estuviera consagrado a la celebración de la Maternidad de María. Es evidente, pues, la intención de resaltar el "puesto" de la Madre, la "dimensión materna", diría, de todo el misterio del nacimiento humano de Dios.

2. Esta intención se manifiesta no sólo en este día. La veneración de la Iglesia a la Virgen —una veneración que supera el culto de cualquier otro santo y que se llama "hiperdulía"—, penetra todo el año litúrgico. A partir del 25 de marzo —día en que de modo discreto. pero profundamente consciente, se recuerda el momento de la Anunciación, y por lo mismo de la Encarnación del Verbo eterno en el seno purísimo de la Virgen—, hasta el 25 de diciembre, puede decirse que la Iglesia camina con María. viviendo con Ella la espera propia de cada madre: la espera del nacimiento, la espera de Navidad. Y, al mismo tiempo, durante este período, María "camina" con la Iglesia. Su espera materna está inserta de modo sencillo pero realísimo en la vida de la Iglesia durante todo el año. Lo sucedido entre Nazaret, Ain Karim y Belén, es el tema de la liturgia de la Iglesia, de su oración —especialmente del rezo del Rosario— y de su contemplación.

3. Todo comenzó con el coloquio entre la Virgen y el Arcángel Gabriel: «¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?» (
Lc 1,34). Respuesta: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Al mismo tiempo que la maternidad física, tuvo comienzo la maternidad espiritual de María, una maternidad que llena los nueve meses de la espera, pero que se prolongó más allá de la hora del nacimiento de Jesús, para abrazar los treinta años transcurridos en Belén, Egipto y Nazaret, e incluso los años de la vida pública de Jesús, cuando el Hijo de María abandonó la casa de Nazaret para predicar el Evangelio del reino: años que culminaron en los acontecimientos del Calvario y en el sacrificio supremo de la cruz.

Fue precisamente aquí, al pie de la cruz, donde la maternidad espiritual de María llegó en cierto sentido a su momento clave. «Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo» (Jn 19,26). Así vinculaba Jesús, de forma nueva, a María, su Madre, con el hombre; con el hombre al que había entregado el Evangelio.

Jesús la vinculó entonces a cada hombre, como la vincula después a la Iglesia, el día de su nacimiento histórico, es decir, el día de Pentecostés. Desde ese día toda la Iglesia la tuvo como Madre, y todos los hombres la tienen como Madre. Entienden las palabras pronunciadas desde lo alto de la cruz como dirigidas a cada uno de ellos. La maternidad espiritual no conoce límites; se extiende en el tiempo y en el espacio y llega a todos los corazones humanos. Llega a todas las naciones y viene a ser piedra angular de la cultura humana. Maternidad: realidad humana grande, espléndida, fundamental, presente al comienzo de los tiempos en el plan del Creador, ratificada solemnemente en el misterio del nacimiento de Dios, al que ahora ya permanece inseparablemente unida.

4. Os quiero exhortar, queridos chicos y chicas, a amar a vuestras mamás, a recibir sus enseñanzas, a seguir sus ejemplos. Sobre el rostro de cada mamá se puede sorprender un reflejo de la dulzura, de la intuición, de la generosidad de María. Honrando a vuestra madre, honráis también a Aquella que, siendo Madre de Cristo, es también madre de cada uno de nosotros.

En fin, quiero recordar, especialmente a las muchachas, que la maternidad es la vocación de la mujer: lo era ayer, lo es hoy, lo será siempre; es su vocación eterna. Me vienen a la mente las palabras de una canción de mi tierra, en la que se dice que la mamá es la que todo lo comprende y abraza con el corazón a cada uno de nosotros. Y allí se añade que hoy el mundo "tiene hambre y sed" como nunca de esa maternidad que, física o espiritualmente, es la vocación de la mujer, como lo fue de María.

Mi oración es que, también hoy, en la familia y en la sociedad, sea reconocida y tutelada la dignidad de la madre. Dependerá sobre todo de vosotros, jóvenes, que esto ocurra en el mundo de mañana. Comprometeos desde ahora a mirar a vuestras mamás con los ojos con que Jesús miraba a la suya. Que Ella misma os ayude en este propósito, Ella, la Virgen Madre, que es nuestra esperanza.








AL SEÑOR GURBACHAN SINGH ,


NUEVO EMBAJADOR DE INDIA ANTE LA SANTA SEDE


Jueves 11 de enero de 1978



Señor Embajador:

5 Yo también, y con gran cordialidad. hago los mismos amables votos que usted me ha transmitido de las principales autoridades civiles de la República de India. Su delicada atención me proporciona gran placer, lo mismo que vuestra presencia y las palabras que acaba de pronunciar en la presentación de las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador de vuestro país ante la Santa Sede.

Con acierto ha relevado Vuestra Excelencia la interdependencia de todos los miembros de la raza humana, interdependencia puesta en evidencia hoy en día más que anteriormente. No podemos ignorar la existencia y necesidades de otros individuos y pueblos, tanto si los conocemos como si nos pasan inadvertidos. Está cada vez más claro que las naciones forman una única sociedad global. No obstante los intentos de aislamiento que a veces se pretende hacer, cada país está influido por los otros para bien o para mal. Cada país siente los efectos de las ideas profesadas en otros países, de su nivel de prosperidad. de su paz o de la ausencia de ésta, de su orden y libertad. Las desgracias de los demás son un terreno bien inseguro para asentar en ellas el propio éxito.

El camino acertado es el de ayudarse mutuamente, procurar la paz en todas partes, la prosperidad que posibilita el desarrollo integral, y la dedicación a ideales nobles. Los que eligen dicho camino, bien se merecen el apoyo y aliento que está en mi poder darles, pues es el camino que la Iglesia católica tiene el deber de inculcar en cuantos escuchan su mensaje.

El mensaje cristiano del que está encargada es, corno Vuestra Excelencia sabe, un mensaje en el que están íntimamente ligados el amor a Dios y el amor al hombre; de tal modo que todo el que sigue las vías que aquélla enseña, tendrá que probar su amor a Dios desterrando del corazón todo egoísmo, orgullo, ambición desmesurada, rivalidad e injusticia; y tratar a los demás como quisiera ser tratado por ellos. La Iglesia se afana por crear tal actitud en el pueblo, sin la que no puede haber sincera política de solidaridad con los individuos y pueblos que forman la familia humana.

India ha sido bendecida con muchos elementos preciosos de su tradición antigua y viva, que favorecen tal actitud. Por ello. miro a India con gran confianza por la aportación que es capaz de prestar a la paz y al progreso verdadero. y para garantizar el respeto a la plena dignidad espiritual del hombre. Pido a Dios que siga protegiendo a vuestro país.

Oro también por el éxito de vuestra misión. El Embajador tiene especial responsabilidad de impulsar la cooperación internacional para bien de todos. Vuestra Excelencia está encargado de hacer todavía más fructíferas las relaciones de amistad entre India y la Santa Sede. Puede contar, por tanto, con mi apoyo pleno y el de mis auxiliares; y con nuestras oraciones.

DISCURSO DEL SANTO PADRE

AL CUERPO DIPLOMÁTICO

ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes 12 de enero de 1979



Excelencias, señoras, señores:

Vuestro Decano se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos y felicitación de principio de año, de un modo que me ha impresionado hondamente. Os lo agradezco y agradezco a todos este testimonio alentador. Por mi parte, estad seguros de mis deseos cordiales para cada uno de vosotros, para todos los miembros de vuestras Embajadas, vuestras familias y los países que representáis. Formulo estos deseos ante Dios, y le pido que ilumine vuestro camino como el de los Magos del Evangelio, y os dé día a día la valentía y satisfacciones que necesitáis para hacer frente a vuestros deberes. Le ruego que os bendiga, o sea, que os colme de bienes.

En esta circunstancia solemne, que reúne junto al Papa a todas las Misiones diplomáticas acreditadas ante la Santa Sede, es normal que a la felicitación yo añada algunas consideraciones sobre vuestra noble función y sobre el marco en que ésta se inserta: la Iglesia y el mundo.

1. Comenzaré mirando con vosotros al pasado más inmediato y reiterando la gratitud de la Sede Apostólica por las muchas Delegaciones que honraron los funerales del Papa Pablo VI y del Papa Juan Pablo I, de santa memoria, y las ceremonias de inauguración del pontificado de mi predecesor y mío.

6 Tratemos de captar su significado. Esta participación en los acontecimientos más importantes de la vida de la Iglesia, de los representantes de quienes tienen en la mano las responsabilidades políticas, ¿no es acaso una manera de subrayar la presencia de la Iglesia en el mundo contemporáneo y, sobre todo, de re conocer la importancia de su misión -y especialmente de la misión de la Sede Apostólica-, que siendo estrictamente religiosa, se inserta también en el marco de los principios de la moral, que le están unidos de modo indisoluble? Esto nos lleva a ese orden a que aspira tan ardientemente el mundo contemporáneo, un orden basado en la justicia y la paz; siguiendo las orientaciones del Concilio Vaticano II y de acuerdo con la tradición constante de la doctrina cristiana, la Iglesia se esfuerza por contribuir a él con los medios que están a su alcance.

El primado de lo espiritual

2. Naturalmente, estos medios son "medios pobres" que el mismo Cristo nos enseñó a utilizar, y que son propios de la misión evangélica de la Iglesia. Sin embargo, en esta época de enorme progreso de los "medios ricos" de que disponen las estructuras políticas, económicas y civiles actuales, estos medios propios de la Iglesia conservan todo su significado, siguen teniendo su finalidad propia e incluso adquieren nuevo esplendor. Los "medios pobres" están íntimamente ligados al primado de lo espiritual. Son signos ciertos de la presencia del Espíritu en la historia de la humanidad. Muchos contemporáneos parece que muestran comprensión particular de esta escala de valores; baste evocar, citando sólo a los no católicos, el mahatma Gandhi, el sr. Dag Hammarskjöld, el pastor Martín Luther King. Cristo sigue siendo la expresión más alta de esta pobreza de medios en la que se revela el primado del Espíritu: la plenitud de espiritualidad de que es capaz el hombre con la gracia de Dios y a la que está llamado.

3. En esta perspectiva, séame permitido agradecer las muestras de afecto manifestadas en los comienzos de mi pontificado, y asimismo esta reunión de hoy. Sí, consideremos este hecho de la presencia ante la Santa Sede de representantes de tantos Estados, tan diferentes por su perfil histórico, organización y carácter confesional, de los que representan a pueblos de Europa o de Asia conocidos desde la antigüedad; o de Estados más jóvenes, como la mayor parte de América, cuya historia se remonta a algunos siglos; y en fin, de Estados más recientes nacidos en este siglo. Tal presencia responde en profundidad a la visión que el Señor nos reveló un día al hablar de "todas las naciones" del mundo, en el momento en que confiaba a los Apóstoles el mandato de anunciar la Buena Nueva en el mundo enteró (cf. Mt
Mt 28,10 y Mc 16,15). Responde también a los espléndidos estudios hechos por el Concilio Vaticano II (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, cap. II, Nb 13-17 y Constitución pastoral Gaudium et spes, núms. GS 2, 41, GS 89, etc. ).

4. Al entrar en contacto con tantos Estados, de perfil tan diferente -entre otros modos, también a través de las Representaciones Diplomáticas-, la Sede Apostólica desea ante todo expresar su estima profunda por cada nación y cada pueblo, por su tradición, cultura y progreso en todos los órdenes, según dije ya en las cartas dirigidas a los Jefes de Estado con ocasión de mi elección a la Sede de Pedro. El Estado, en cuanto expresión de la autodeterminación soberana de pueblos y naciones, constituye una realización normal del orden social. En ello reside su autoridad moral. Hijo de un pueblo de cultura milenaria, que ha sido privado durante un tiempo considerable de su independencia como Estado, conozco por experiencia la alta significación de este principio.

5. La Sede Apostólica se goza por la presencia de representantes tan numerosos; sería feliz también si viera a otros muchos, sobre todo de naciones y poblaciones que tenían antes una tradición secular a este respecto. En este momento pienso ante todo en naciones que podemos considerar católicas. Pero también en otras. Puesto que actualmente, lo mismo que progresa el ecumenismo entre la Iglesia católica y las otras Iglesias cristianas; lo mismo que se tiende a establecer contactos con todos los hombres apelando a su buena voluntad; igualmente este círculo se ensancha como lo demuestra la presencia aquí de muchos representantes de países no católicos; y encuentra siempre motivos de extensión en la conciencia que tiene la Iglesia de su misión, como lo expresó tan acertadamente mi venerado predecesor Pablo VI en la Encíclica Eclesiam suam. De todas partes han llegado votos -lo he notado especialmente en mensajes de países del "Este"- para que el nuevo pontificado contribuya a la paz y acercamiento entre las naciones. En conformidad con la misión de la Iglesia, la Sede Apostólica quiere estar en el centro de este ac ercamiento fraterno. Desea estar al servicio de la paz no por medio de actividades políticas, sino impulsando los valores y principios que son condición de la paz y del acercamiento, y están en la base del bien común internacional.

6. En efecto, hay un bien común de la humanidad en el que están en juego graves intereses que requieren la acción concertada de los Gobiernos y de todos los hombres de buena voluntad: la garantía de los derechos humanos, problemas de la alimentación, sanidad, cultura, cooperación económica internacional, reducción de armamentos, eliminación del racismo... ¡El bien común de la humanidad! Una "utopía" que el pensamiento cristiano persigue sin cansarse, y que consiste en la búsqueda incesante de soluciones justas y humanas, teniendo en cuenta a un tiempo el bien de las personas y el bien de los Estados, los derechos de cada uno y los derechos de los demás, los intereses particulares y las necesidades generales.

El bien común de la humanidad

En el bien común encuentran motivación no sólo las enseñanzas sociales de la Sede Apostólica, sino también las iniciativas que le resultan posibles en el marco del campo que le es propio. Es el caso, actualísimo, del Líbano. En un país destrozado por odios y devastaciones, y con víctimas innumerables, si no se consigue con esfuerzo leal y generoso que se respete la identidad y exigencias vitales de todos, sin vejación ni de unos ni de otros, ¿qué posibilidad queda aún de reanudar otra vez relaciones de vida común entre cristianos de diferentes tendencias? Y si se mira al conjunto del Oriente Medio, mientras algunos hombres de Estado tratan con tenacidad de llegar a un acuerdo y otros vacilan en comprometerse en él, ¿quién no ve que el problema de fondo reside tanto en la seguridad militar y territorial como en la confianza mutua efectiva, la única que puede contribuir a armonizar los derechos de todos, repartiendo de manera realista las ventajas y los sacrificios? No es distinto el problema de Irlanda del Norte; los obispos y responsables de confesiones no católicas, desde hace años están exhortando a vencer el virus de la violencia manifestado en formas de terrorismo y represalias; invitan a desterrar el odio, respetar en la práctica los derechos humanos, y afanarse con esfuerzo por comprender y llegar a un acuerdo. ¿Acaso no hay aquí un bien común donde coinciden la justicia y el realismo?

Para la Santa Sede, también la diplomacia y las negociaciones son un medio cualificado de confiar en los recursos morales de los pueblos. Con este espíritu y acogiendo el llamamiento de Argentina y Chile, he tenido a bien enviar a estos dos países al cardenal Samoré, a fin de que, como diplomático de gran experiencia, se hiciera abogado de soluciones aceptables para los dos pueblos, que son cristianos y vecinos. Tengo la alegría de constatar que esta obra paciente ha llegado ya a un primer resultado positivo y valioso.

Mi pensamiento y oración vuelan asimismo a tantos otros problemas que turban con frecuencia la vida del mundo estos días en particular, y ocasionan otra vez tantas muertes, destrucciones y rencores en países que cuentan con pocos católicos, pero son igualmente queridos por esta Santa Sede; seguimos los sucesos dramáticos de Irán y estamos muy al tanto de las noticias que nos llegan del país y de toda la población del sudeste asiático, tan probado ya.

7 7. Bien vemos que la humanidad está dividida de muchas maneras. Se trata también, y antes que nada, de divisiones ideológicas vinculadas a sistemas estatales diferentes. La búsqueda de soluciones que permitan a las sociedades humanas cumplir las propias tareas y vivir en justicia, es quizá el signo principal de nuestro tiempo. Hay que respetar todo lo que pueda favorecer esta gran causa, sea en el régimen que fuere. Hay que sacar provecho de las experiencias mutuas. En contraposición a ello, no sería posible transformar esta búsqueda multiforme de soluciones, en programas de lucha para asegurarse el poder en el mundo, sea el que fuere el imperialismo que encubra dicha lucha. Sólo en esta línea podemos conjurar la amenaza de las armas modernas, sobre todo del armamento nuclear que sigue preocupando tanto al mundo moderno.

La Sede Apostólica está siempre dispuesta a manifestar, y ya ha dado pruebas de ello, su apertura a todos los países y regímenes, buscando siempre el bien esencial, que es el verdadero bien del hombre. Muchas de las exigencias relativas a este bien se expresaron en la Declaración de los Derechos del Hombre y en los Tratados internacionales que hacen posible la aplicación concreta. En este plano podemos elogiar efusivamente a la Organización de las Naciones Unidas en cuanto plataforma política, donde la búsqueda de la paz y distensión, del acercamiento y comprensión recíprocos encuentran base, apoyo y garantía.

La libertad religiosa

8. La misión de la Iglesia es religiosa por naturaleza y, en consecuencia, el terreno de encuentro de la Iglesia o de la Sede Apostólica con la vida multiforme y diferenciada de las comunidades políticas del mundo contemporáneo, está caracterizado de manera particular por el principio reconocido universalmente de la libertad religiosa y de la libertad de conciencia. Este principio no sólo entra en la lista de derechos del hombre admitidos por todos, sino que ocupa el puesto clave. Se trata, en efecto, del respeto a un derecho fundamental del espíritu humano en el que el hombre se expresa con la mayor profundidad como hombre.

El Concilio Vaticano II elaboró la Declaración sobre la libertad religiosa; ésta contiene la motivación de dicho principio y las principales aplicaciones prácticas; o, dicho de otro modo, el conjunto de premisas que confirman el funcionamiento real del principio de libertad religiosa en la vida social y pública.

Respetando los derechos análogos de las demás comunidades religiosas del mundo, la Sede Apostólica se siente movida a emprender iniciativas en favor de todas las Iglesias unidas a ella en plena comunión. Procura hacerlo siempre en unión con los Episcopados respectivos, con el clero y comunidades de fieles.

En su mayoría estas iniciativas dan resultados satisfactorios. Pero es difícil dejar de mencionar ciertas Iglesias locales y ciertos ritos cuya situación, en lo que respecta a la libertad religiosa, deja mucho que desear, cuando no es del todo deplorable. Llegan incluso gritos acuciantes pidiendo ayuda o socorro, que la Santa Sede no puede desoír. Y en consecuencia, debe presentarlas con toda claridad a la conciencia de los Estados y regímenes de toda la humanidad. Se trata de un simple deber que coincide con las aspiraciones de paz y de justicia del mundo.

Precisamente en este sentido la Delegación de la Santa Sede se sintió movida a levantar la voz en la reunión de Belgrado, en octubre de 1977 (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de enero de 1978, págs. 9 y 11), aludiendo a las declaraciones aprobadas en la Conferencia de Helsinki sobre la seguridad y cooperación en Europa y, en particular, sobre el tema de la libertad religiosa.

El viaje a México

Además, la Sede Apostólica está siempre dispuesta a tener en cuenta los cambios de las realidades y mentalidades sociales que se verifiquen en los diferentes Estados, y está pronta a aceptar, por ejemplo, la revisión de Tratados solemnes que se establecieron en otras épocas y circunstancias.

9. Muy pronto voy a ir a Puebla para verme con los representantes de los Episcopados latinoamericanos, e inaugurar con ellos una reunión muy importante. Ello forma parte de mi misión de Obispo de Roma y Cabeza del Colegio de los Obispos. Quiero manifestar públicamente mi alegría por la comprensión y la actitud acogedora de las autoridades mexicanas en lo que concierne al viaje. El Papa confía en poder cumplir esta misión también en otras naciones, precisamente porque le han hecho ya muchas invitaciones similares.

8 Una vez más aún renuevo mis votos cordiales de paz y progreso para el mundo entero, ese progreso que responde plenamente a la voluntad del Creador: "Someted la tierra y dominadla" (Gn 1,28). Este mandamiento debe entenderse aplicado al dominio moral y no sólo a la dominación económica. Sí, deseo a la humanidad toda suerte de bienes para que todos puedan vivir en la verdadera libertad, en la justicia y en el amor.

*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.3 p.1, 2, 12.








Discursos 1979