Discursos 1979 80


A LA FEDERACIÓN INTERNACIONAL


DE UNIVERSIDADES CATÓLICAS (FIUC)


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Sábado 24 de febrero de 1979



Queridos hermanos e hijos:

¿Necesito expresaros la alegría que siento al volver a encontrarme unos instantes con vosotros, miembros del consejo de la Federación Internacional de Universidades Católicas y rectores de las Universidades Católicas de Europa? El Anuario Pontificio de 1978 me incluía todavía entre los miembros de la Sagrada Congregación para la Educación Católica, donde me familiaricé con vuestros problemas. Guardo asimismo recuerdo excelente de mi participación en la reunión de Lublín, a la que acabáis de aludir tan amablemente. En cuanto al trabajo del profesor de universidad, me resulta fácil calibrar su interés e importancia después de los años que he pasado enseñando yo también en la facultad teológica de Cracovia, la más antigua de Polonia, y en la Universidad Católica de Lublín.

1. No hay duda de que estáis bien convencidos de ello, pero quiero subrayar de nuevo que las Universidades Católicas ocupan un puesto privilegiado en el corazón del Papa, como lo deben tener en toda la Iglesia y en los desvelos de sus Pastores en medio de las abundantes actividades de su ministerio. Dedicadas al trabajo de investigación y a la enseñanza, por ello mismo tienen también un papel de testimonio y una tarea de apostolado sin los cuales la Iglesia no acertaría a evangelizar plenamente y de modo estable el amplio mundo de la cultura, y ni siquiera tampoco a las generaciones que crecen cada vez más instruidas, y que serán cada vez más exigentes para poder afrontar desde la fe las múltiples cuestiones planteadas por las ciencias y los distintos sistemas de pensamiento. Desde los primeros siglos, la Iglesia ha tenido experiencia de la importancia de la pastoral del pensamiento —baste evocar a San Justino y a San Agustín— y han sido innumerables sus iniciativas en este sector. No necesito citar los textos del reciente Concilio, que os sabéis de memoria. Desde hace algún tiempo, y con razón, la atención de los responsables de la Iglesia se ha visto interpelada por las necesidades espirituales de ambientes sociales bastante descristianizados o poco cristianizados: obreros, campesinos, emigrantes y pobres de todas clases. Ello es muy necesario y el Evangelio nos lo señala como deber. Pero también el mundo universitario tiene más necesidad que nunca de la presencia de la Iglesia. Y vosotros contribuís a mantener esa presencia dentro del marco específico vuestro.

2. Dirigiéndome hace poco a los profesores y estudiantes de México, indiqué tres objetivos a los institutos universitarios católicos: Prestar una aportación específica a la Iglesia y a la sociedad por medio del estudio a fondo de los diferentes problemas, con el afán de sacar a luz el sentido pleno del hombre regenerado en Cristo y lograr así su desarrollo integral; formar pedagógicamente hombres que, después de realizar una síntesis personal entre fe y cultura, sean capaces de mantener a la vez su puesto en la sociedad y dar testimonio de fe; construir una auténtica comunidad entre profesores y estudiantes, a fin de que por este mismo hecho dé testimonio visible de cristianismo vivo.

3. Insistiré ahora sobre algunos puntos fundamentales. La investigación a nivel universitario supone plena lealtad y seriedad y, por ello mismo, libertad de investigación científica. Sólo a este precio podréis rendir homenaje a la verdad, servir a la Iglesia y a la sociedad, y merecer la estima del mundo universitario; y ello en todas las ramas del saber.

Pero cuando se trata del hombre y del campo de las ciencias humanas, hay que añadir lo siguiente: Si es lógico aprovechar la ayuda de las distintas metodologías, no es suficiente elegir una ni tampoco hacer la síntesis de varias, para poder determinar qué es el hombre en profundidad. Precisamente porque no es un ingenuo, el cristiano no podría consentir que se le quiera encerrar en dichos presupuestos. Sabe que debe superar la perspectiva puramente natural; su fe le lleva a abordar la antropología desde la perspectiva de la vocación y salvación totales del hombre; la fe es la luz bajo la que trabaja y el eje que guía su investigación. En otras palabras, una Universidad Católica no es sólo un campo de investigación religiosa abierto a todas las direcciones. Supone en los profesores una antropología iluminada por la fe, coherente con la fe y, en particular, con la creación y con la redención de Cristo. En medio de la superabundancia actual de modos de abordar la antropología que, por otra parte, con demasiada frecuencia terminan por empequeñecer al hombre, los cristianos han de desempeñar una tarea peculiar dentro de la misma investigación y de la enseñanza, precisamente porque se oponen a una visión parcial del hombre.

En cuanto a la investigación teológica propiamente dicha, por definición no puede existir sin que busque su fuente y su norma en la Escritura y en la Tradición, en la experiencia y las decisiones de la Iglesia transmitidas por el Magisterio a lo largo de los siglos. Estas breves observaciones marcan las exigencias específicas de la responsabilidad del cuerpo docente de las facultades católicas. Siguiendo esta dirección, deben salvaguardar las Universidades Católicas su carácter propio. Así encuadradas, dan testimonio no sólo ante los estudiantes, sino también ante las otras universidades, de la seriedad con que la Iglesia aborda el mundo del pensamiento y, al mismo tiempo, de comprensión inteligente de la fe.

4. De cara a esta misión grande y difícil, es muy de desear la colaboración entre las Universidades Católicas del mundo entero, para provecho de las mismas y para desarrollar convenientemente las relaciones con el mundo de la cultura. De aquí toda la importancia de vuestra Federación. Aliento de todo corazón sus proyectos, y especialmente el estudio del tema de la próxima asamblea sobre los problemas éticos de la sociedad tecnológica moderna. Es un tema capital hacia el que tengo yo también gran sensibilidad, y sobre el que espero hallar ocasión de volver. Que el Espíritu Santo os guíe con su luz y os dé la fuerza necesaria. Que la intercesión de María os mantenga disponibles a su acción y a la voluntad de Dios. Sabéis que sigo estando muy cerca de vuestros afanes y preocupaciones. De todo corazón os doy mi bendición apostólica.










DURANTE LA CELEBRACIÓN DEL MATRIMONIO


DE DOS JÓVENES ROMANOS


Capilla Paulina, Vaticano

Domingo 25 de febrero de 1979



Queridos esposos:

82 Dentro de poco pronunciaréis las palabras de la promesa sacramental que os hará esposos en Cristo Jesús ante Dios y ante la Iglesia. Son palabras concisas (ciertamente las sabéis de memoria); pero su significado, su densidad, su fuerza unitiva, son particularmente grandes. Prometiéndoos recíprocamente el amor, la fidelidad, la honestidad matrimonial, no sólo ratificaréis lo que ya ahora testifican vuestros corazones jóvenes, sino que al mismo tiempo pondréis los fundamentos para la construcción de la casa de vuestro futuro común. El hombre debe habitar sobre la tierra, y para habitar en ella necesita no sólo un edificio construido sobre fundamentos materiales; hoy necesita un fundamento espiritual. El amor, la fidelidad, la honestidad matrimonial constituyen ese fundamento sobre el que únicamente puede apoyarse la comunidad matrimonial, el fundamento sobre el que puede construirse la casa espiritual para la familia futura.

Todos nosotros, reunidos aquí, damos gran importancia a estas palabras que pronunciaréis dentro de poco. Sabemos qué valor tienen estas palabras personalmente para vosotros y, al mismo tiempo, cuán importantes son para la Iglesia y la sociedad.

Una sola cosa os deseamos y sobre todo pedimos a Dios en este día: que estas palabras constituyan el principio de toda vuestra vida; que podáis, con el auxilio de la gracia divina, realizarlas en vuestra vida, respetando recíprocamente estos compromisos solemnes que hoy formuláis mutuamente ante Dios.

Que Cristo esté siempre con vosotros. No apartéis nunca los ojos de El. Buscadlo con el pensamiento, con el corazón y oración, para que El guíe vuestro joven amor hacia estos grandes deberes de los que asumís aquí la responsabilidad de hoy en adelante. Y los hombres nuevos —vuestros niños, fruto futuro de vuestra unión— den testimonio de que cumplís fielmente el plan eterno de amor del Creador mismo; y ellos encuentren después, a través de vosotros, el camino hacia Cristo y su Iglesia. De este modo daréis gracias a Dios por el amor que El ha suscitado en vuestros corazones y que os permite expresar y confirmar hoy con este gran sacramento.








AL II CONGRESO EUROPEO DEL MOVIMIENTO POR LA VIDA



Lunes 26 de febrero de 1979




Ilustres señores:

¡Bienvenidos a la casa del Papa! He acogido de muy buen grado vuestro deseo de que os conceda una audiencia especial con motivo de vuestro II Congreso Europeo, porque este encuentro me da ocasión para dirigiros a vosotros y a todos cuantos forman parte de los Movimientos por la vida, unas palabras de elogio y aliento, a fin de que perseveréis en la noble tarea a que os habéis comprometido para defensa del hombre y de sus derechos fundamentales. Vosotros lucháis para que se le reconozca a todo hombre el derecho de nacer, crecer, desarrollar armoniosamente sus propias capacidades, construir libre y dignamente el propio destino trascendente.

Son magníficos estos objetivos y yo me complazco al ver que, para tratar de conseguirlos, se unen no solamente los hijos de la Iglesia católica, sino personas que pertenecen a otras confesiones religiosas o tienen una orientación ideológica diversa, lo que considero como una expresión de ese "acuerdo en apoyarse sobre algunos principios elementales pero firmes", "principios de humanidad", que "todo hombre de buena voluntad puede encontrar... en su propia conciencia"; acuerdo, al que me refería en mi reciente mensaje para la "Jornada mundial de la paz".

Fiel a la misión recibida de su divino Fundador, la Iglesia ha afirmado siempre, pero con especial fuerza en el Concilio Ecuménico Vaticano II, la sacralidad de la vida humana. ¿Quién no recuerda aquellas palabras solemnes?: "Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la insigne misión de conservar la vida, misión que ha de llevarse a cabo en modo digno del hombre. Por tanto, la vida humana desde su concepción, ha de ser salvaguardada, con el máximo cuidado" (Constitución pastoral Gaudium et spes GS 51). Fortalecidos con esta convicción, los Padres conciliares no dudaron en condenar, sin medios términos, todo "cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado—; cuanto viola la integridad de la persona humana, como, por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos para dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al trabajador al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana" (ib., 27). En este contexto se inserta vuestro compromiso. El cual consiste, ante todo, en una acción inteligente y asidua de sensibilización de las conciencias respecto a la inviolabilidad de la vida humana en todas sus fases, de modo que el derecho a vivir. sea eficazmente reconocido en las costumbres y. en la ley, como valor fundamental para toda convivencia que quiera llamarse civil. Tal compromiso se expresa, además, en la valiente toma de posición contra cualquier forma de atentado a la vida, venga de donde viniere. Por último, se traduce en la oferta, desinteresada y respetuosa, de ayudas concretas a las personas que encuentran dificultades para conformar la propia conducta a los dictámenes de la conciencia.

Se trata de una obra de gran humanidad y de generosa caridad, que no puede dejar de obtener la aprobación de toda persona consciente de las posibilidades y de los riesgos con que se enfrenta nuestra sociedad actual.

Que no os desalienten las dificultades, la oposición, los fracasos que podéis encontrar en vuestro camino. Se trata del hombre y ante tan importante puesta en juego, nadie puede encerrarse en una actitud de resignada pasividad, sin abdicar de sí mismo. Como Vicario de Cristo, Verbo de Dios Encarnado, yo os digo: tened fe en Dios, Creador y Padre de todo ser humano; tened confianza en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y llamado a ser hijo Suyo, en el Hijo. En Cristo, muerto y resucitado, la causa del hombre ha tenido ya su veredicto definitivo: ¡la vida vencerá sobre la muerte!

Con esta esperanza en el corazón os concedo muy gustoso a todos, en prenda: de la asistencia divina, mi apostólica bendición.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DE LA CUARESMA 1979


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Martes 27 de febrero de 1979



Vosotros os preguntaréis: «¿Qué significa hoy la Cuaresma?». La privación siempre relativa de la alimentación –pensaréis vosotros– no tiene gran sentido, cuando tantos hermanos y hermanas nuestros, víctimas de guerras o catástrofes, sufren de veras física y moralmente.

El ayuno se refiere a la ascesis personal, siempre necesaria, pero la Iglesia pide a los bautizados imprimir una huella especial en este tiempo litúrgico. La Cuaresma tiene, pues, un significado para nosotros: debe manifestar a los ojos del mundo que todo el Pueblo de Dios, porque es pecador, se prepara con la penitencia a revivir litúrgicamente la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Este testimonio público y colectivo tiene su origen en el espíritu de penitencia de cada uno de nosotros y nos impulsa también a profundizar interiormente este comportamiento y a motivarlo mejor.

Privarse de algo es no sólo dar de lo superfluo, sino también, muchas veces, incluso de lo necesario, como la viuda del Evangelio que sabía que su óbolo era ya un don recibido de Dios. Privarse de algo es liberarse de las servidumbres de una civilización que nos incita cada vez más a la comodidad y al consumo, sin siquiera preocuparse de la conservación de nuestro ambiente, patrimonio común de la humanidad.

Conviene que vuestras comunidades eclesiales tomen parte en las “Campañas de Cuaresma”; os ayudarán así a orientar el ejercicio de vuestro espíritu de penitencia compartiendo lo que vosotros poseéis con los que tienen menos o que no tienen nada.

¿Podéis vosotros quedaros todavía ociosos en la plaza porque nadie os ha invitado a trabajar? La obra de la caridad cristiana necesita obreros; la Iglesia os llama. No esperéis a que sea muy tarde para socorrer a Cristo que está en la cárcel o sin vestidos, a Cristo que es perseguido o está refugiado, a Cristo que tiene hambre o está sin vivienda. Ayudad a nuestros hermanos y hermanas que no tienen el mínimo necesario para poder llegar a una auténtica promoción humana.

A todos los que os habéis decidido a realizar este testimonio evangélico de penitencia y participación, yo os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA IGLESIA DE ROMA CON MOTIVO DE LA CUARESMA




Queridos hermanos y hermanas:

1. La Iglesia comienza la Cuaresma. Como todos los años, entramos en este período comenzando por el miércoles de ceniza, para prepararnos durante 40 días al triduo sagrado de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La Cuaresma se relaciona también con aquel ayuno de 40 días que constituyó en la vida terrestre de Cristo la introducción a la revelación de su misión de Mesías y Redentor. La Iglesia durante la Cuaresma desea animarse a sí misma acogiendo con interés especial la misión de su Señor y Maestro en todo su valor salvífico. Por eso escucha con la máxima atención las palabras de Cristo, que anuncia inmutablemente el Reino de Dios, independientemente del desarrollo de las vicisitudes temporales en los diversos campos de la vida humana. Y su última palabra es la cruz sobre el monte Calvario: esto es, el sacrificio ofrecido por su amor para reconciliar al hombre con Dios. .

En el tiempo de Cuaresma todos debemos mirar a la cruz con especial atención para comprender de nuevo su elocuencia. No podemos ver en ella solamente un recuerdo de los acontecimientos ocurridos hace casi dos mil años. Debemos comprender la enseñanza de la cruz tal como habla a nuestro tiempo, al hombre de hoy: «Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos» (He 13,8).

En la cruz de Jesucristo se expresa una viva llamada a la metánoia, a la conversión: «Arrepentíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). Y debemos aceptar esta llamada como dirigida a cada uno de nosotros y a todos, de manera particular con ocasión del período de la Cuaresma. Vivir la Cuaresma significa convertirse a Dios mediante Jesucristo.

84 2. El mismo Cristo nos indica en el Evangelio el rico programa de la conversión. Cristo —y después de El la Iglesia— nos propone también, en el tiempo de la Cuaresma, los medios que sirven para esta conversión. Se trata, ante todo, de la oración; después de la limosna y del ayuno. Es preciso aceptar estos medios e introducirlos en la vida en proporción a las necesidades y a las posibilidades del hombre y del cristiano de nuestro tiempo. La oración es siempre la condición primera y fundamental del acercamiento a Dios. Durante la Cuaresma debemos orar, debemos esforzarnos por orar más; buscar el tiempo y lugar para orar. Ella es, en primer lugar. la que nos hace salir de la indiferencia y nos vuelve sensibles a las cosas de Dios y del alma. La oración educa también nuestras conciencias, y la Cuaresma es un tiempo particularmente adecuado para despertar y educar la conciencia. La Iglesia nos recuerda precisamente en este período la necesidad inderogable de la confesión sacramental, para que todos podamos vivir la resurrección de Cristo no sólo en la liturgia, sino también en nuestra propia alma.

La limosna y el ayuno, como medios de conversión y de penitencia cristiana, están estrechamente ligados entre sí. El ayuno significa un dominio sobre nosotros mismos; significa ser exigentes en las relaciones con nosotros mismos; .estar prontos a renunciar a las cosas —y no sólo a los manjares—, sino también a goces y placeres diversos. Y la limosna —en la acepción más amplia y esencial— significa la prontitud a compartir con los otros alegrías y tristezas, a dar al prójimo, en particular al necesitado; a repartir no sólo los bienes materiales, sino también los dones del espíritu. Y precisamente por este motivo debemos abrirnos a los demás, sentir sus diversas necesidades, sufrimientos, infortunios, y buscar —no sólo en nuestros recursos, sino sobre todo en nuestros corazones, en nuestro modo de comportarnos y de actuar— los medios para adelantarnos a sus necesidades o llevar alivio a sus sufrimientos y desventuras.

Así, pues, el dirigirse a Dios mediante la oración va unido con el dirigirse al hombre. Siendo exigentes con nosotros mismos y generosos con los otros, manifestamos nuestra conversión de modo concreto y al mismo tiempo social. A través de una plena solidaridad con los hombres, con los que sufren y especialmente con los necesitados, nos unimos con Cristo paciente y crucificado.

3. Entramos, pues, en el tiempo cuaresmal en conformidad con la tradición secular de la Iglesia. Entramos en este período en conformidad con la tradición particular de la Iglesia de Roma. Nos contemplan las generaciones de los discípulos y confesores de Cristo que le dieron aquí testimonio singular de fidelidad, no escatimando ni su propia sangre. Nos los recuerdan sus catacumbas y los más antiguos santuarios de Roma. Los recuerda toda la historia de la Ciudad Eterna.

Entramos en este período, comenzando por el miércoles de ceniza, día en que la Iglesia pone sobre nuestra cabeza la ceniza, en señal de la caducidad de nuestro cuerpo y de nuestra existencia temporal, advirtiéndonos en la liturgia: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás».

Aceptemos con humildad este signo penitencial, para que pueda renovarse, con mucha más fuerza, en el corazón y en la conciencia de cada uno de nosotros el misterio de Cristo crucificado y resucitado, de modo que también nosotros podamos «vivir una vida nueva» (
Rm 6,4).

El Vaticano, 28 de febrero de 1979.







VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LAS MONJAS CAMALDULENSES


DEL MONASTERIO ROMANO DEL AVENTINO


Miércoles de ceniza 28 de febrero de 1979



Queridísimas hermanas en Cristo:

Estoy contento por este encuentro que tanto habéis deseado. Al presentaros un afectuoso saludo, quiero recordaros cómo y cuánto mira la Iglesia con materna solicitud vuestro compromiso de oración, de contemplación y de sacrificio.

Dedicarse a Dios es considerado por los maestros de la vida espiritual como la forma más noble y más alta de actividad del ser humano, en cuanto que éste se concentra del todo en la adoración y en la escucha del Ser Infinito, que quiere la salvación de toda la humanidad. Se comprende, pues, bien cómo a esa oración de alabanza debe acompañar la oración de propiciación y de impetración para que se cumpla el querer divino.

85 Y tanto más acepta es a Dios esa oración, cuanto más inocente y pura es el alma que la presenta. He aquí, pues, la forma preciosa de colaboración que vosotras, religiosas de clausura de vida eminentemente contemplativa, ofrecéis a la Iglesia para bien de las almas.

No sólo os pido que perseveréis en vuestros propósitos generosos, sino que os exhorto a progresar cada vez más en la amistad con Dios, a reavivar continuamente la llama del amor, como volcanes cubiertos de nieve. En la hora presente, tan difícil por las muchas dificultades que presenta, vuestra oración alimentada por el sacrificio en la soledad y en el silencio, atraiga sobre la tierra la bondad misericordiosa de Dios. Y con este deseo invoco sobre toda la comunidad la asistencia divina y os bendigo paternalmente.








A UN GRUPO DE ALUMNAS DEL TRINITY COLLEGE


Miércoles de ceniza 28 de febrero de 1979



Me alegra tener la oportunidad de saludar a un grupo de estudiantes del arte de Roma. La Iglesia está siempre deseosa de volver a manifestar su amor y estima a los estudiantes. Para la Iglesia en Roma, particularmente, es un gozo recibiros y mostraros la tradición de arte de la que es custodio fiel y la promotora más dinámica.

Y la Iglesia espera que, a través de la belleza de esta ciudad y de su arte, os veáis llevadas a penetrar más en el misterio del hombre, que es el centro de todas las cosas sobre la tierra (cf. Gaudium et spes GS 12). Al mismo tiempo la Iglesia sostiene y profesa, y a todos ofrece a Cristo como «la clave, el centro y el fin de toda la historia humana» (ib., 10).

Queridas jóvenes: Pido que en vuestros estudios encontréis a Cristo en toda su humanidad y en toda su divinidad. Dios os bendiga a todas.







Marzo de 1979




A UNA REPRESENTACIÓN DEL EJÉRCITO ITALIANO


Sala Pablo VI

Jueves 1 de marzo de 1979



Ilustrísimos señores y señoras,
queridísimos jóvenes:

86 Siento gran alegría al recibiros y manifestaron mi sincera gratitud por la gentileza y la fe profunda que os han traído aquí.

Dirijo mi saludo cordial a las autoridades, y en primer lugar al señor Ministro de la Defensa, a los jefes de Estado Mayor, a los Oficiales, a los representantes de todas las ramas del ejército, al personal sanitario, a los agregados a distintos servicios, a las señoras del Patronato, a las Hermanas de los hospitales militares y a las Damas de la Cruz Roja, y quiero extender mi saludo también a todas las personas que os son queridas. En particular os saludo a vosotros, jóvenes, que prestáis el servicio militar, y me es grato subrayar que veo en vosotros ante todo la juventud, siempre generosa e intrépida en sus aspiraciones, en sus sentimientos profundos, en sus ideales, en sus exigencias frente a las grandes opciones de la vida; además veo en vosotros a Italia, vuestra patria, esta nación atractiva y privilegiada, amada y visitada por todas las gentes del mundo, y a la que las otras naciones contemplan con admiración, por la Sede de Pedro y por los incalculables tesoros de arte, literatura, bellezas naturales, que incitaron a grandes poetas y pensadores de todo el mundo a describirla y cantarla como "patria" del corazón; veo en vosotros, en el uniforme que vestís, el testimonio de un compromiso solemne para la defensa de los valores fundamentales de la libertad, del orden, de la justicia y de la paz.

Reflexionando ahora un instante sobre vuestra edad juvenil y sobre vuestro deber actual, y extendiendo la mirada también a vuestros amigos de Italia, a quienes representáis aquí, quiero proponer algunos pensamientos que surgen espontáneamente en mí.

1. Vuestra edad es la de la pregunta suprema: ¿Qué sentido tiene la vida? Y consiguientemente, ¿qué sentido tiene la historia humana?

Ciertamente es la pregunta más dramática y también la más noble, que califica verdaderamente al hombre en su naturaleza de persona inteligente y volitiva. En efecto, el hombre no puede encerrarse en los límites del tiempo, en el círculo de la materia, en el nudo de una existencia inmanente y autosuficiente; puede intentar hacerlo; puede incluso afirmar con palabras y gestos que su patria es sólo el tiempo y que su casa es sólo el cuerpo. Pero en realidad la pregunta suprema lo agita, lo punza y lo atormenta. Es una pregunta que no se puede eliminar.

Sabemos cómo, por desgracia, gran parte del pensamiento moderno, ateo, agnóstico, secularizado, insiste en afirmar y enseñar que la pregunta suprema sería una enfermedad del hombre, una ilusión de género psicológico y sentimental, de la que es necesario curarse, afrontando valientemente el absurdo, la muerte, la nada.

Es una filosofía sutilmente peligrosa, porque sobre todo el joven, todavía frágil en su pensamiento, sacudido por las dolorosas vicisitudes de la historia pasada y presente, por la inestabilidad e incertidumbre del futuro, a veces traicionado en los afectos más íntimos, marginado, incomprendido, desocupado, puede sentirse empujado por esa filosofía a la evasión en la droga, en la violencia o en la desesperación.

2. Vuestra edad es la del encuentro consciente y querido con Cristo.

Queridísimos jóvenes: Sólo Jesucristo es la respuesta adecuada y ultima a la pregunta suprema acerca del sentido de la vida y de la historia.

Mas con respeto a cuantos tienen otras ideas y sabiendo bien que la fe en Cristo tiene sus tiempos y estaciones y que exige una maduración personal, vinculada a la "gracia" de Dios, os digo con franqueza confiada que, pasada la edad ingenua de la niñez y la época sentimental de la adolescencia, al llegar a la juventud, es decir, a vuestra edad exuberante y crítica, la aventura más bella y entusiasmante que os puede suceder es el encuentro personal con Jesús. que es el Cínico que da verdadero significado a nuestra vida.

No basta buscar; es necesario buscar para encontrar la certeza. Y la certeza es Jesús que afirma: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (
Jn 14,6)... "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas" (ib., 8. 12)... "Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (ib., 18, 57).

87 Sólo Jesús tiene palabras convincentes y consoladoras: sólo El tiene palabras de vida, más aún, de vida eterna: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El" (Jn 3,16-17).

La única solución al escepticismo y la desesperación es la fe en Cristo. ¡Sólo Jesús revela el significado de nuestra existencia en el misterio sin limites del universo, en el torbellino oscuro e imprevisible de la historia! El gran y famoso filósofo y matemático francés, Blaise Paseal, al llegar finalmente al encuentro definitivo y gozoso con Cristo, escribía en sus pensamientos, con lucidez insuperable: «Nosotros no sólo conocemos a Dios únicamente por medio de Jesucristo, sino que nos conocemos a nosotros mismos únicamente por medio de Jesucristo. Nosotros no conocemos la vida, la muerte, sino por medio de Jesucristo. Fuera de Jesucristo no sabemos lo que es nuestra vida o nuestra muerte, Dios y nosotros mismos. Por esto, sin la Escritura que tiene por objeto sólo a Jesucristo, no conocemos nada y no vemos más que oscuridad y confusión en la naturaleza de Dios y en nuestra naturaleza" (Pensées , núm. Nb 548). Y el Concilio Ecuménico Vaticano II ha subrayado que "sólo en el misterio del Verbo encarnado encuentra plena luz el misterio del hombre" (Gaudium et spes GS 22).

3. En fin, y es le conclusión práctica, vuestra edad es la de la decisión más importante. Cualquier camino que elijáis en la vida, la decisión más importante es vivir dondequiera, siempre y con todos. el ideal cristiano del amor a Dios y al prójimo.

¡No os alejéis de Cristo! ¡Optad por El! ¡La humanidad necesita sobre todo de buenos samaritanos, porque necesita de Cristo!

Me es grato recordar una exhortación que Pablo VI, mi venerado predecesor, dirigía precisamente en esta sala a doce mil jóvenes, hace dos años: «No os dejéis engañar por los que querrían introducir en vuestros corazones ideales distintos e incluso opuestos a los de vuestra fe. Sólo en Cristo está la solución de todos vuestros problemas. El es quien libera el hombre de las cadenas del pecado y de toda esclavitud: El es la luz que brilla en medio de las tinieblas: El es "la verdad que tanto nos sublima" (Dante, Paraíso XXII, 43); El es quien da a la vida las razones por las que vale la pena vivir, amar, trabajar, sufrir; El es nuestro apoyo y nuestro alivio» (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de mayo de 1977, pág. 4).

Para llegar a esta decisión tan sublime y tan necesaria, sabed abrir vuestros corazones y vuestras conciencias al sacerdote, que es ministro de Cristo, ahora a vuestros capellanes y después a los sacerdotes dedicados a vuestra atención espiritual. Encontraréis en ellos ayuda y apoyo para vuestra vida cristiana.

Vivid este período de servicio con sentido de amistad, de fraternidad y compromiso de amor, manteniendo viva en vuestros corazones la nostalgia de vuestros seres queridos que os siguen y os esperan. y el respeto a vuestros superiores, en la convicción de que la grandeza y el honor de la patria dependen de la honestidad y de la seriedad de cada ciudadano:

Con estos deseos, mientras invoco para vosotros y vuestras familias la continua asistencia de Dios y de la Santísima Virgen, y la abundancia de favores celestiales, bendigo a todos de corazón.






A LOS SACERDOTES DE ROMA


CON MOTIVO DEL COMIENZO DE LA CUARESMA



Viernes 2 de marzo de 1979




1. Nos encontramos al comienzo de la Cuaresma. En este tiempo cada uno de nosotros debe renovar, es decir encontrar de nuevo, en algún modo, sobre todo el propio "ser cristiano", la identidad que brota de pertenecer a Cristo, primeramente mediante el bautismo. Toda la tradición del tiempo de Cuaresma está orientada en esta dirección y su culminación en la antigua práctica de la Iglesia era precisamente el bautismo de los catecúmenos.

Recordemos que el sustrato fundamental de nuestro sacerdocio es el "ser cristiano"; nuestra "identidad sacerdotal" hunde sus raíces en la "identidad cristiana" ("christianus – alter Christus; sacerdos – alter Christus: el cristiano es otro Cristo; el sacerdote es otro Cristo").

Preparándonos con nuestros hermanos en la fe a la renovación de las promesas bautismales en la vigilia del Sábado Santo, nos preparamos de modo particular a la renovación de las promesas sacerdotales en la liturgia del Jueves Santo, el día de los sacerdotes. Todo el tiempo de Cuaresma debe servir para tal preparación.


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