Discursos 1979 111


A LOS MIEMBROS DE LA SOCIEDAD EUROPEA DE FÍSICA


Viernes 30 de marzo de 1979



Quisiera manifestar en primer lugar mi agradecimiento a usted, profesor, por esta iniciativa de venir a visitarme hoy; no acierto a expresar cuán agradecido estoy por este gesto y por vuestra presencia; se trata para mí de una continuación de las experiencias tenidas anteriormente cuando todavía estaba en Polonia, en Cracovia, cuando tenía la costumbre de encontrarme para dialogar con hombres de ciencia y, en especial, con físicos.

Así es que la jornada de hoy y este encuentro vienen a ser para mí una primera prueba de que este modo de obrar, estos encuentros, tendrán un futuro; y de que no son algo que pertenece sólo a mi pasado, sino que tendrán realmente un futuro en plan diferente. Además, le estoy muy agradecido por lo que ha dicho, y pienso que cuanto ha expresado viene a ser el tema esencial de nuestro encuentro. Lo que puedo decir yo ahora será más bien alusión o referencia a ello. Teniendo la fortuna de encontrarme hoy con vosotros, de verdad he pensado que no estaba preparado. Quisiera estar más preparado; pero me he dicho: vayamos, pues, tal y como está la cosa; tal y como estamos hay que dar un paso y comenzar una etapa, y quizá después nos preparemos juntos con futuros encuentros. Pero debo decir que las cosas que ha dicho usted son verdaderamente esenciales para el tema de este encuentro, pues constituyen los problemas fundamentales, los problemas de la naturaleza misma de la ciencia, y después los problemas de la relación entre ciencia y fe, entre ciencia y religión; se trata de problemas que no son sólo internos, por así decir, de la ciencia, sino problemas relativos al sujeto y al portador, al autor de la ciencia y que crea su propio ambiente con la ciencia; crea un cosmos suyo, un cosmos humano para los problemas del hombre. Y son igualmente esenciales las demás cosas que usted ha expuesto; pero me he complacido especialmente cuando ha dicho que el esfuerzo que la ciencia realiza quizá haya sido más afortunado que el esfuerzo hecho por otros, por los políticos, por ejemplo, que no han sabido reconstruir la unidad de Europa, de nuestro continente, mientras que los hombres de ciencia, vosotros, tenéis la convicción de que podréis lograrla. Entonces yo estoy con los hombres de ciencia, estoy con vosotros.

Permitidme, profesor, que ahora cambie de lengua. Quiero continuar expresándome en francés porque quizá sea más fácil a todos los participantes interpretar mis sentimientos y algunas ideas.

Señoras y señores: Me complazco en saludar en vosotros a un grupo de sabios ilustres, miembros de la Sociedad Europea de Física, presidida por el profesor Antonino Zichichi. El encuentro de esta mañana me es de sumo agrado. En efecto, si mi formación personal ha sido y sigue siendo prevalentemente humanista (hay que decir que conozco muy poco de vuestra materia), centrada en cuestiones filosóficas, teológicas y morales, sin embargo vuestras preocupaciones no me son ajenas. Resultaba un poco extraño incluso, pero siempre era bien recibido por los físicos, por las personas, los profesores que representan vuestra profesión y especialización; y conociendo tan poco de vuestros problemas y vuestra ciencia, me encontraba a gusto con ellos. Hemos sido capaces y sabido comprendernos. En Cracovia siempre he procurado y encontrado contactos muy provechosos con el mundo científico y, en particular, con los especialistas en ciencias físicas. Esto es para deciros el valor que encierra para mí este instante que evoca tanto otros encuentros y, más en especial, el que tuve con el Club Roma —los resultados del trabajo de este Club son muy conocidos entre nosotros en Polonia—, si bien las circunstancias no consienten que demos a este encuentro la forma del intercambio personal que yo apreciaba tanto. Pero en el porvenir trataremos de dar más este cariz de intercambio personal a nuestros encuentros.

Los problemas que os habéis planteado durante este Seminario internacional son de gran importancia y actualidad, puesto que podrán constituir un punto de referencia en el desarrollo de la física moderna. Os habéis ocupado, en efecto, de tratar problemas científicos muy actuales que van desde las altas energías para el estudio de los fenómenos subnucleares, hasta la fusión nuclear; desde los radio-interferómetros astrofísicos hasta la luz de los sincrotrones. Excusadme que pronuncie estas palabras sin poder dar significado personal a todas estas expresiones, a esta terminología. Pero pienso que tal es nuestra situación también al vivir en este mundo tan especializado; se pierde la facultad de hablar todas las lenguas posibles, no sólo las lenguas en sentido lingüístico, sino también las lenguas en sentido científico. Gracias al conocimiento de las lenguas clásicas (griego y latín), se comprende un poco lo que quieren decir estas palabras; pero su significado real, la correspondencia con la realidad determinada por esta terminología, está claro quo sois vosotros quienes la debéis aportar. Además, vuestra Sociedad, que comprende varios miles de físicos de 28 naciones de Europa, constituye asimismo un llamamiento a la unidad cultural de toda la comunidad de países europeos.

No tengo intención de profundizar hoy, sino sólo de exponer algunas observaciones sobre el problema siempre nuevo y actual de la posición recíproca del saber científico y la fe. Sois en primer lugar investigadores; debo decir que es una palabra que aprecio muy en especial, ¡investigadores! Es conveniente señalar esta característica de vuestra actividad e impulsar la justa libertad de vuestra investigación dentro de su objeto y método propios, según "la autonomía legítima de la cultura humana y, especialmente, la de las ciencias recordada por el Concilio Vaticano II (Gaudium et spes GS 59). Debo decir que a este párrafo de la Gaudium et spes le concedo gran importancia. La. ciencia es buena en sí misma pues consiste en el conocimiento del mundo que es bueno, creado y contemplado por el Creador con satisfacción, como afirma el libro del Génesis: "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gn 1,51). Soy muy aficionado al primer capítulo del Génesis. Ciertamente el pecado original no alteró totalmente esta bondad primera. El conocimiento humano del mundo es un modo de participar en la ciencia del Creador. Constituye, por tanto, un primer grado de semejanza del hombre con Dios, un acto de respeto hacia El, puesto que todo lo que descubrimos rinde homenaje a la verdad primera.

El sabio descubre las energías desconocidas del universo y las pone al servicio del hombre. Por medio del trabajo debe hacer crecer a un tiempo al hombre y a la naturaleza. Debe humanizar más al hombre, a la vez que respeta y perfecciona la naturaleza. El universo tiene armonía en todas sus partes y todo desequilibrio ecológico entraña perjuicio para el hombre. Por tanto, el sabio no tratará a la naturaleza como a esclava, sino que, inspirándose acaso en el cántico de las criaturas de San Francisco de Asís, la considerará más bien hermana llamada a colaborar con él para abrir caminos nuevos al progreso de la humanidad.

112 Sin embargo, no se puede recorrer este camino sin la ayuda de la técnica y la tecnología, que dan eficacia a la investigación científica. Permitidme que aluda a mi reciente Encíclica Redemptor hominis donde he recordado la necesidad de la regla moral y de la ética que permitan al hombre aprovecharse de las aplicaciones prácticas de la investigación científica, y en la que he hablado de la fundamental cuestión de la inquietud profunda del hombre contemporáneo. «Este progreso cuyo autor y fautor es el hombre, ¿hace "más humana" en todos sus aspectos la vida del hombre sobre la tierra?». ¿La hace más "digna del hombre"? (cf. 15).

No hay lugar a duda de que bajo muchos aspectos el progreso técnico nacido de los descubrimientos científicos, ayuda al hombre a resolver problemas tan graves como el de la alimentación, la energía, la lucha contra ciertas enfermedades más extendidas qua nunca en los países del Tercer Mundo. Están también los grandes proyectos europeos de que se ha ocupado vuestro Seminario internacional y que no pueden realizarse sin la investigación científica y técnica. Pero también es verdad que hoy el hombre es víctima de un gran miedo, como si se sintiera amenazado por lo que él fabrica, por los frutos de su trabajo y por el uso que haga de éstos. Para evitar que la ciencia y la técnica estén a merced de la voluntad de poder de potencias tiránicas, tanto políticas como económicas, y para dar signo positivo a la ciencia y a la técnica en beneficio del hombre, se necesita un suplemento de alma, como se viene diciendo, un soplo nuevo de espíritu, una fidelidad a las normas morales que regulan la vida del hombre.

A los hombres del ciencia de las distintas disciplinas y, en particular, a vosotros, físicos, que habéis descubierto energías de potencial inmenso, corresponde aplicar todo vuestro prestigio para conseguir que las implicaciones científicas se sometan a las normas morales con vistas a la protección y desarrollo de la vida humana.

Una comunidad científica como la vuestra que abarca sabios de todos los países de Europa y de toda convicción religiosa, puede cooperar de modo eminente a la causa de la paz; en efecto, la ciencia supera las barreras políticas, como acabáis de afirmar ahora, y exige colaboración a nivel mundial, sobre todo hoy. Ofrece a los especialistas una plataforma ideal de encuentros e intercambios amistosos que contribuyen al servicio de la paz.

En una concepción cada vez más ele. vasta de la ciencia donde los conocimientos se ponen al servicio de la humanidad en perspectiva ética, me permitiréis que proponga a vuestra consideración un nuevo grado de ascesis espiritual.

Hay un nexo entre fe y ciencia, como también habéis afirmado ahora. El Magisterio de la Iglesia lo ha proclamado siempre; y uno de los fundadores de la ciencia moderna, Galileo, escribía que «la Escritura Santa y la naturaleza proceden una y otra del Verbo Divino; la primera, en cuanto dictada por el Espíritu Santo, el Santo Espíritu, y la otra, en cuanto ejecutora fidelísima de las órdenes de Dios»; así escribía a R. Castelli el año 1615 (Edizione Nazionale dclle Opere di Galileo, vol. V, pág. 282).

Si la investigación científica se lleva a cabo siguiendo métodos de rigor absoluto y se mantiene fiel a su propio objetivo, y si la Escritura se lee ajustándose a las sabias directrices de la Iglesia señaladas en la Constitución conciliar Dei Verbum, que son las directrices últimas, por así decir —había antes otras semejantes—, no puede haber oposición entre fe y ciencia. En los casos en que la historia señala oposición entre ambas, ello deriva de posturas erróneas que el Concilio ha rechazado abiertamente deplorando «ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la autonomía legitima de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer oposición entre la ciencia y la fe» (Gaudium et spes
GS 36,2).

Cuando los científicos avanzan con humildad en la investigación de los secretos de la naturaleza, la mano de Dios les guía hacia las cumbres del espíritu, como lo hacía notar mi predecesor el Papa Pío XI en el Motu proprio con el que instituyó la Academia Pontificia de las Ciencias; y los científicos llamados a formarla "no vacilaron en declarar, y con razón, que la ciencia, sea la quo fuere, abre y consolida el camino que conduce a la fe cristiana".

La fe no ofrece fuentes a la investigación científica como tal, pero anima al científico a continuar la investigación sabiendo que encuentra en la naturaleza la presencia del Creador. Algunos de vosotros caminan por esta vía. Todos concentráis las fuerzas intelectuales en vuestra especialidad, descubriendo cada día junto con el gozo de conocer, las posibilidades ilimitadas que abre al hombre la investigación fundamental y los interrogantes terribles que le plantea al mismo tiempo incluso acerca de su porvenir.

Me gustaría poder proseguir estos encuentros en el futuro, buscando la ocasión y modalidades de un intercambio indirecto —mis ocupaciones al igual que las vuestras no dan margen a otra posibilidad— que me permitan conocer vuestras preocupaciones y lo que os gustaría que el Papa os dijera. Pienso que lo anterior son sólo observaciones preliminares en cierto modo. Deseo, señoras y señores, que la bendición del Todopoderoso descienda sobre vuestros trabajos y personas, y os conceda el consuelo de contribuir al progreso auténtico de la humanidad, a la salud de los cuerpos y los espíritus, a la solidaridad y la paz entre los pueblos. Gracias.








A LOS JÓVENES DEL MOVIMIENTO «COMUNIÓN Y LIBERACIÓN»


Sala Pablo VI

113

Sábado 31 de marzo de 1979



Queridísimos:

Bienvenidos. Este entusiasmo espontáneo y jubiloso con el que habéis acogido mi llegada a esta sala es testimonio de afecto sincero, y es también expresión bien clara de la fe profunda que tenéis en el ministerio eclesial que Cristo me ha confiado.

Vuestra presencia hoy es para mí una gran alegría. Y no puedo decir que nos encontramos por vez primera; no sé cuántas veces nos hemos encontrado ya antes. Recuerdo todos aquellos encuentros en Polonia. Y debo decir que dieron sus frutos, porque hoy no sabía al llegar quién se encontraría en la sala; ¿es juventud italiana o polaca?, me preguntaba.

Tantos encuentros; recuerdo bien los de Kroscienko, y después una vez también en Cracovia.

Pero ahora debemos hablar de vuestra peregrinación. He pensado ser siempre un peregrino bastante fiel, fiel en Czestochowa y en Jasna Gora, pero también he encontrado aquí personas que han hecho dos veces, a pie, la peregrinación desde Varsovia a Czestochowa. En cambio, yo sólo la he hecho una vez y no desde Varsovia, sino desde Cracovia, que es un camino más breve. Vosotros, pues, habéis sido peregrinos muchas veces en Polonia. Vais a Kroscienko, vais un poco a todas partes, durante el verano, cuando se realizan los así llamados oasis, asambleas, ejercicios espirituales de los jóvenes polacos. Vais muy contentos a pasar algunos días con ellos. Y vais además para participar en esa peregrinación de Varsovia a Czestochowa, a lo largo, si no me equivoco, de 250 kilómetros, y el camino no es nada fácil.

El número de participantes italianos, el último año, era el más elevado, y pienso que el mayor número de esos peregrinos estaba constituido por jóvenes de vuestro Movimiento.

Recuerdo una vez, quizá está bien que lo recuerde, no leo; una vez, pero será el último recuerdo por el momento, recuerdo que en Cracovia, después de la peregrinación Varsovia-Czestochowa, vino un grupo, un grupo de italianos vinieron a mi capilla en Cracovia, en la casa arzobispal, y cantaron en polaco. Yo no pude distinguir: ¿son los de Comunión y Liberación, o son los de nuestro Movimiento por la Iglesia viva? Así, pues, no nos encontramos ahora por primera vez.

Os digo que para mí es sobre todo una grandísima alegría el encuentro de hoy y espero que tal alegría, una alegría semejante tendremos siempre.

Quiero manifestaros el consuelo y la satisfacción que me proporciona este encuentro con vosotros. Repetidamente he tenido ya ocasión de testimoniar la confianza que siento por los jóvenes y en todas partes: en Polonia, en México, en Italia. La confianza que tengo en su entusiasmo generoso por toda causa noble y grande, en su disponibilidad pronta y desinteresada hasta el sacrificio por los ideales en que creen. El testimonio de esta confianza os lo reitero esta mañana, a vosotros que creéis en Cristo, en quien está puesta la verdadera esperanza del mundo, porque El es "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9). Vosotros os habéis propuesto llevar a cada ambiente en el que la Providencia os ha puesto para vivir, servir y amar, el mensaje renovador de la fe, porque estáis convencidos de que en el Evangelio es posible encontrar la respuesta satisfactoria a todos los interrogantes que agobian al hombre. Vuestra propuesta ha recogido consensos, sin embargo también entre contrastes y oposiciones, y sé que hasta habéis sufrido.

Pero entre contrastes y oposiciones habéis visto converger en vosotros y alistarse con vosotros a otros jóvenes a quienes vuestro ejemplo ha abierto nuevos horizontes de donación, de autorrealización y de alegría.

114 Habéis podido tocar, pues, con la mano cuánta necesidad tiene de Cristo nuestro mundo. Es importante que continuéis anunciando con valentía humilde su palabra salvadora. En efecto, sólo de ella puede venir la verdadera liberación del hombre. San Juan escribe con expresión incisiva: "El Verbo dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1,12). Es decir, en Cristo se encuentra el manantial de la fuerza que transforma interiormente al hombre, el principio de esa vida nueva que no se desvanece ni pasa, sino que dura para la vida eterna (cf. Jn Jn 4,14).

Sólo, pues, en el encuentro con El "puede hallar satisfacción la inquietud en la que —como apuntaba en mi reciente Encíclica— "bate y pulsa lo que es más profundamente humano: la búsqueda de la verdad, la insaciable necesidad del bien, el hambre de la libertad, la nostalgia de lo bello, la voz de la conciencia" (Redemptor hominis RH 18). Es lógico, por tanto, que "la Iglesia, tratando de mirar al hombre como con los ojos de Cristo mismo, se haga cada vez más consciente de ser la custodia de un gran tesoro que no puede dilapidar" (ib.).

Cada uno de los cristianos está llamado a participar en esta conciencia y en los compromisos que de ella se derivan. También vosotros, jóvenes, queridísimos jóvenes, que en el mismo nombre elegido para calificar vuestro Movimiento, "Comunión y Liberación" (debo decir que me gusta mucho este nombre, me gusta por muchos motivos: por un motivo teológico y por uno, diría, eclesiológico. Está muy unido este nombre con la eclesiologia del Vaticano II. Me gusta además por la perspectiva que nos abre: la perspectiva personal, interior, y la perspectiva social: Comunión y Liberación. Por su actualidad, ésta es la tarea de la Iglesia hoy: una tarea que se expresa precisamente en el nombre "Comunión y Liberación". Con este nombre, pues), habéis mostrado ser conscientes de las expectativas más profundas del hombre moderno. La liberación que el mundo anhela —habéis razonado— es Cristo: Cristo vive en la Iglesia; la verdadera liberación del hombre se realiza, pues, en la experiencia de la comunión eclesial; edificar esta comunión es, por lo mismo, la aportación esencial que los cristianos pueden dar para la liberación de todos.

Es una intuición profundamente auténtica: no puedo menos de exhortaros a sacar de ella con coherencia todas las consecuencias lógicas. La Iglesia es esencialmente un misterio de comunión: diría que es una invitación a la comunión, a la vida en la comunión, digamos, vertical y en la comunión horizontal; en la comunión con Dios mismo, con Cristo, y en la comunión con los otros. Es la comunión que explica una plena realización entre persona y persona. La Iglesia es esencialmente un misterio de comunión: comunión íntima y siempre renovada con la, fuente misma de la vida que es la Santísima Trinidad; comunión de vida, de amor, de imitación, de seguimiento de Cristo, Redentor del hombre, que nos inserta estrechamente en Dios; de quien brota la operante auténtica comunión de amor entre nosotros, en virtud de nuestra asimilación ontológica con El.

Invitación a la comunión. Vivid con decisión generosa las exigencias que brotan de esta realidad. Por esto tratad de lograr unidad en los pensamientos, en los sentimientos, en las iniciativas en torno a vuestros párrocos y con ellos en torno al obispo, que es "principio visible y fundamento de unidad en las Iglesias particulares" (cf. Lumen gentium LG 23). Mediante la comunión con vuestro obispo podéis alcanzar la certeza de estar en comunión con el Papa, con toda la Iglesia; de estar en comunión con el Papa que os ama, que tiene confianza en vosotros y que espera mucho de vuestra acción al servicio de la Iglesia y de tantos hermanos a quienes no ha llegado todavía Cristo con la luz de su mensaje.

Entre los criterios de autenticidad que mi gran predecesor Pablo VI señalaba a los Movimientos eclesiales en su Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, hay uno que merece ser meditado atentamente: «"Las comunidades de base" —decía Pablo VI— serán "lugar de evangelización" y "esperanza para la Iglesia". si permanecieren 'firmemente unidas a la Iglesia particular, en la que se insertan y a la Iglesia universal, evitando así el peligro de aislarse en sí mismas, de creerse después la única auténtica Iglesia de Cristo, y por lo tanto, de anatematizar a las otras comunidades eclesiales» (Nb 58).

Son palabras dictadas por una gran experiencia pastoral, y vosotros estáis en condición de apreciar toda su sabiduría. Habituaos a confrontar con ellas cada una de vuestras iniciativas concretas: de tal compromiso constante de prueba depende la eficacia apostólica de vuestra actividad, que será entonces expresión auténtica de la misión salvadora de la Iglesia en el mundo.

Dije que el nombre, Comunión y Liberación, os abre una perspectiva interior y a la vez social. Interior porque nos hace vivir en comunión con los otros, con los más cercanos; nos hace buscar esta comunión en nuestro camino personal, en nuestra amistad, en nuestro amor, en el matrimonio, en la familia. Después en diversos ambientes: es muy importante mantener el nivel de comunión en las relaciones interhumanas e interpersonales. El nivel de la comunión en las relaciones entre los hombres, entre las personas. El nos permite crear una liberación auténtica, porque el hombre se libera en la comunión con los otros, no en el aislamiento; no individualmente, sino con los otros, mediante los otros, por los otros. Este es el sentido pleno de la comunión de la que brota la liberación. Y la liberación, como dije también en un discurso un miércoles en esta sala, la liberación comporta diversos significados. Depende mucho del ambiente social y cultural: liberación quiere decir diversas cosas. Una cosa es en América Latina, otra en Italia, otra en Europa, e incluso otra en Europa Occidental o en Europa Oriental, otra en los países africanos, etc. Se debe buscar esa encarnación de la liberación que sea justa en el contexto concreto en el que vivimos. Pero la liberación se consigue siempre en la comunión y mediante la comunión.

Queridísimos: Concluyendo este encuentro y estas palabras —sé que no han tocado todos los temas posibles, diría que sólo han tocado los puntos esenciales: el significado de vuestro nombre; pero esperemos que tengamos otras ocasiones para avanzar y profundizar; no se puede decir todo de una vez; es mejor que los oyentes queden un poco hambrientos; pues bien, al concluir este encuentro—, deseo dejaros una consigna: id con la Iglesia confiadamente hacia el hombre. En la Encíclica he señalado precisamente en el hombre el camino principal que debe andar la Iglesia, «porque el hombre —cada uno de los hombres sin excepción alguna— ha sido redimido por Cristo, liberado por Cristo, porque con el hombre —cada uno de los hombres sin excepción alguna— se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello» (Redemptor hominis RH 14). Se nutra de tal certeza vuestro testimonio cristiano y saque de ella cada día nuevo impulso y nueva lozanía.

Hagamos ahora una pequeña pausa para impartir la bendición. Estoy seguro de que no se debe decir más, sólo acoger esta bendición y dejarla oír en vuestros corazones. Pero antes de la bendición quiero dirigirme todavía a vuestro padre espiritual. Y después quiero dirigirme también a vuestro presidente, que me habló al principio, que ha introducido el diálogo, y hasta me ha ofrecido un cuadro brasileño. Estoy agradecido por vuestro obsequio, agradecido al artista, al pintor; muy agradecido al pintor que lo ha hecho. Y ahora podemos orar, dar la bendición. Después nos vendrán algunas ideas y algunas palabras.

(Siguió una plegaria en común).

115 Ahora algunas palabras que se nos han ocurrido durante la plegaria.

Primera: Quiero agradeceros el hecho de que me hayáis acompañado en el comienzo mismo del pontificado: el primer día vinisteis trayendo incluso una inscripción en polaco. Pero yo pensé enseguida: no son polacos los que la traen, porque —os explico por qué no—, había un error, un error ortográfico. Es la primera palabra que se nos ha ocurrido durante la plegaria.

La segunda palabra: Estando, pues, las cosas como están, debemos cantar ahora Otojes gen. Debemos cantar juntos, porque es verdad lo que expresa ese canto. (Canto).

Todavía hay una idea, una palabra. ¿Por qué os dejo así un poco hambrientos, sin tocar todos los temas? Porque he previsto en la semana próxima, jueves, tener un encuentro con los estudiantes de Roma para una reunión pascual, para una celebración eucarística en la basílica de San Pedro, una celebración pascual. El cardenal Vicario ha dicho: Pascua con los estudiantes. Entonces no debo decir demasiado hoy, para dejar un poco para decirlo en la semana próxima.

Basta ya.
Abril de 1979





A UNA PEREGRINACIÓN DE OBREROS Y OBRERAS DE GÉNOVA


Lunes 2 de abril de 1979



Mis queridos hermanos y hermanas:

No puedo ocultar mi gran alegría y mi profundo consuelo al daros la cordial bienvenida, obreros y obreras del vicariato foráneo primero de Génova-San Pier d'Arena: mientras preparaba para vosotros estas ideas que ahora quiero confiaros, ya estaba cercano a vosotros con el corazón y os he esperado vivamente.

Por eso, vaya mi cordial saludo a todos vosotros, y en particular a vuestro venerado e infatigable arzobispo, cardenal Giuseppe Siri, que junto con mons. Berto Ferrari, vicario episcopal para el mundo del trabajo, os han acompañado aquí.

Os quedo agradecido por esta visita y por vuestro devoto homenaje que aprecio mucho porque es reflejo de un testimonio cristiano proveniente de la tierra ligur, rica no sólo en raras bellezas naturales, sino también y sobre todo en antiguas y sólidas tradiciones religiosas, así como en reconocidas virtudes humanas.

116 Al acogeros con corazón paterno que se abre a todos y con todos comparte aspiraciones, temores y esperanzas, deseo dejaros, como recuerdo de este encuentro familiar, algunas reflexiones y exhortaciones.

1. La primera idea, en este sagrado tiempo de Cuaresma que ya tiende a su fin con la celebración de los acontecimientos centrales de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, no puede ser otra que una invitación a buscar a Jesús. Sea vuestra vida una búsqueda continua, sincera, del Salvador, sin cansaros jamás, sin abandonar nunca la empresa, aunque en algún momento se hiciera oscuridad en vuestro espíritu, las tentaciones os acometieran y el dolor y la incomprensión os estrujaran el corazón. Son cosas éstas que forman parte de la vida de aquí abajo, son inevitables: pero incluso pueden hacer bien porque ayudan a madurar nuestro espíritu. Pero no debéis volver nunca atrás, aun cuando os pareciera que la luz de Cristo, "Luz de los pueblos", se vaya debilitando; al contrario, continuad la búsqueda con fe renovada y con gran generosidad.

Profundizad en el conocimiento de Jesús, escuchando la palabra de los ministros del Señor y leyendo alguna página del Evangelio. Tratad de descubrir dónde está El, y en todos podréis encontrar algo particular que os lo indique, que os diga dónde habita; preguntádselo a las almas bondadosas, a las penitentes, a las generosas, a las humildes y escondidas; preguntádselo a vuestros hermanos, de cerca y de lejos, porque en cada uno encontraréis algo que os señale a Jesús. Preguntádselo sobre todo a vuestra alma y a vuestra conciencia, porque ellas os podrán indicar de modo inconfundible la huella de su camino, la impronta de su paso, el vestigio de su poder y de su amor. Pero preguntádselo humildemente, es decir, que vuestra alma esté dispuesta a ver, fuera de sí, lo que Dios ha sembrado de su bondad en las criaturas. Buscarlo cada día quiere decir poseerlo cada día un poco más, y a la vez ser admitidos un poco a la intimidad con El; y entonces podréis entender mejor el sonido de su voz, el significado de su lenguaje, el porqué de su venida a la tierra y de su inmolación en la cruz.

2. Os diré también, como segunda consigna, ¡tened confianza! Esta palabra "confianza" ensancha los pulmones y da alas al corazón, da un alivio sin medida, es algo como salir de una pesadilla. Nuestra edad está marcada en gran parte por la angustia y el temor, por ansiedades y miedos. La confianza se contrapone a cuanto os inquieta: ya que es, realmente, serenidad en el compromiso, intrepidez superior en las contrariedades, promesa en la misteriosa, pero operante, ayuda que la Providencia a nadie niega. La confianza encuentra su máxima expresión en las palabras pronunciadas por Cristo en la cruz: "Padre, en tus manos entrego mi espíritu" (
Lc 23,46). En medio de tantas y tantas dificultades, la confianza os sostiene y os hace elevar la mirada al cielo para decir al Padre que, cuando habéis hecho todo, haga El lo que todavía falta.

3. Finalmente, sed artífices de concordia y de paz. En este tiempo caracterizado, en tan gran parte, por las divisiones sociales y por tantas formas de violencia, es necesario que deis testimonio ante el mundo de fraternidad cristiana en el ambiente donde vivís y trabajáis. Es necesario un compromiso decidido por la construcción de un mundo más humano, más justo, más solidario. Con esto no se quiere negar la legítima defensa de los derechos inalienables, como tampoco la promoción económica y social de los trabajadores menos favorecidos y menos retribuidos, y especialmente de los más humildes, más pobres, más necesitados y más oprimidos. Aún más, aprovecho gustosamente esta ocasión para deplorar, de nuevo, situaciones que no corresponden a la dignidad humana y cristiana, en las que por desgracia se encuentran tantos trabajadores a causa de la desocupación o de fatigas extenuantes hasta el límite de lo que se puede soportar. Frecuentemente la técnica moderna ha venido a ser, en vez de instrumento de promoción, mecanismo destinado a aplastarlo hasta privarlo tal vez de sus atributos más sagrados e intangibles. Como ya he aludido en la reciente Encíclica: "El progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo, que está marcado por el dominio de la técnica, exigen un desarrollo proporcional de la moral y de la ética" (Redemptor hominis RH 15).

Querría que al regresar a vuestras casas, a vuestras familias y a vuestro puesto de trabajo, llevaseis a todos vuestros seres queridos y a todos vuestros colegas mi saludo y mi bendición: decid a todos que los llevo en el corazón y que los encomiendo en la oración a Dios y a la Santísima Virgen, tan venerada por todos los verdaderos genoveses bajo el título de Nuestra Señora de la Guardia, en su célebre santuario de Val Polcevera. Bajo su "guardia" pongo ahora vuestras aspiraciones, vuestros sufrimientos y vuestras fatigas, mientras de todo corazón imparto la propiciadora bendición apostólica.




DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS PROFESORES, SUPERIORES Y ALUMNOS

DE LOS CENTROS ROMANOS DE ESTUDIOS ACADÉMICOS


Miércoles 4 de abril de 1979



Hermanos e hijos queridísimos:

1. Permitidme que me dirija ante todo al Emmo. Cardenal Prefecto Gabriel-Marie Garrone, al que deseo expresar un sincero agradecimiento, tanto por su presencia, como por las nobles palabras que acaba de pronunciar. Todos conocen el interés con que ha trabajado, durante largos años, como primer responsable de la dirección de la Sagrada Congregación para la Educación Católica; e igualmente es conocida la aportación que dio al Concilio Vaticano II desde su fase preparatoria, con la sensibilidad de un Pastor atento y abierto a las exigencias de los tiempos nuevos. Son méritos por los que quiero expresarle hoy público reconocimiento, a la vez que hago extensiva la más profunda gratitud a los cardenales que, como miembros de la misma Congregación, se han reunido para la asamblea plenaria anual, al secretario, al subsecretario. Presento además mi cordial saludo a los profesores, superiores y alumnos de los centros romanos de estudios académicos.

Al comenzar el encuentro, querría hacer antes una referencia personal: durante bastantes años he tenido la oportunidad de participar en los trabajos de esta Sagrada Congregación, y ha sido una experiencia muy preciosa para mí, porque no sólo he recabado gran provecho, sino, al mismo tiempo, he podido confrontarla con las experiencias de mi campo de trabajo pastoral en Polonia.

Como bien sabéis, objeto de la solicitud de este dicasterio son las escuelas católicas de todo orden y grado, pero objeto de especialísima solicitud son los seminarios eclesiásticos; lo que evoca inmediatamente el problema grave y delicado de las vocaciones sacerdotales, sin olvidar, naturalmente, el problema de los institutos superiores de varia orientación: las universidades, las facultades teológicas, las otras facultades de estudios eclesiásticos, etc. Y a este propósito, también debo recordar haber tomado parte en los importantes trabajos de la Congregación relativos a la preparación de la nueva Constitución Apostólica que sustituirá —como documento legislativo—a la Constitución Deus scientiarum Dominus. En virtud del mandato del Concilio Vaticano II, se publicó ya, en mayo de 1968, un documento "transitorio": Normae quaedam ad Constitutionem Apostolicam "Deus scientiarum Dominus" de studiis academicis ecclesiasticis recognoscendam.


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