Discursos 1979 406


A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO DE TÉCNICA ORTOPÉDICA


Y A LA FEDERACIÓN ITALIANA DE MÉDICOS ORTOPÉDICOS


Lunes 19 de noviembre de 1979



Queridos hermanos y amigos de la Federación italiana de especialistas en la técnica ortopédica:

Muy gustosamente he correspondido a vuestro vivo deseo de encontraros conmigo en una audiencia especial, después del doble e importante congreso científico que habéis tenido estos días en Florencia. No sólo estoy contento por vuestra presencia, y agradecido por los sinceros sentimientos de atención en los que se inspira, sino que, además estoy complacido por una serie de motivos que quisiera exponer inmediatamente como demostración de la estima e interés que vuestra profesión y vuestra especialización merecen también por parte de la Iglesia.

1. La primera palabra, esto es, el primer motivo de complacencia está en el carácter amplio y abierto del congreso: promovido por la benemérita Asociación F.I.O.T.O., ha tenido una clara e intencionada dimensión internacional, incluyendo, junto a los expertos y a los clínicos italianos, no pocos ilustres colegas de otras naciones y, señaladamente del área mediterránea. Esto quiere decir mucho, no sólo desde el punto de vista científico, sino también desde el punto de vista ético y espiritual. Efectivamente, un encuentro tan amplio significa disponibilidad a la colaboración, intercambio de experiencias y de métodos, confrontación de los resultados y —además de estos datos objetivos— un incremento indudablemente positivo de las relaciones interpersonales. Vuestro simposio, amigos, ha permitido ciertamente no sólo un fecundo contacto a nivel de especialistas, sino también un mejor conocimiento directo recíproco, que se manifestará muy útil también en el futuro. Al tener la responsabilidad de la Iglesia, que —como sabéis— es esencialmente una comunión viva y activa entre los creyentes, yo me congratulo sentidamente por el espíritu comunitario y fraterno que ha animado al presente congreso.

2. Pero no es suficiente: en efecto, ¿cómo podría olvidar que vuestro interés se ha concentrado de manera peculiar en las enfermedades de la infancia y de la adolescencia, y en los problemas que su tratamiento plantea a vuestra profesión? He aquí, pues, que, en el Año Internacional del Niño, habéis intentado dar una aportación original y específica, debatiendo numerosos temas que van desde el conocimiento a la terapéutica, desde la investigación a los aparatos ortopédicos, necesarios para prevenir o curar las no raras malformaciones de los más pequeños. Esto os ha proporcionado con todo derecho el patrocinio honorífico de la UNICEF, pero os hace merecer igualmente el aplauso y el reconocimiento de tantos padres, más aún, de toda la sociedad, que no puede menos de aventajarse por la salud y la integridad de las nuevas generaciones. ¿Cuántas veces hemos constatado dolorosamente cómo ciertas malformaciones, al no haber sido diagnosticadas o curadas a tiempo, han perjudicado el desarrollo del niño o se han convertido en irreversibles?

Este compromiso vuestro —estoy seguro de ello— continuará más allá de la ocasión que acaba de reuniros, y se reflejará en el ejercicio cotidiano de la disciplina ortopédica dentro de vuestros ambulatorios y hospitales. Por eso, no necesitáis de un estímulo especial: sólo deseo sugeriros que tengáis siempre clara conciencia del alto valor humano y social de vuestro trabajo, como también de las amplias posibilidades que presenta en orden al alivio de tanto sufrimientos, que deben apremiar todavía más vuestro esfuerzo y dedicación de médicos, la de vuestros asistentes y de todo el personal sanitario, cuando afectan a quien se está asomando a la vida. Este pensamiento de aliviar el dolor de los otros y —tan frecuentemente— el dolor inocente, debe, a su vez, sosteneros en los sacrificios y en los mismos riesgos que vuestra profesión comporta.

3. Al llegar aquí, se podría pensar que las consideraciones que acabo de hacer valen para todos los sectores del arte de la medicina y que tienen, por lo mismo, un carácter general. Ciertamente, los principios de la deontología profesional y las normas éticas son fundamentalmente iguales para las distintas especializaciones, pero me parece que vuestro trabajo, queridos amigos, tiene no sólo su fisonomía obvia y su definido campo de aplicación, sino también una típica capacidad de intervención respecto a ciertos males que afectan más por su carácter, diría. macroscópico. Sólo quiero decir dos nombres: los niños mutilados y los poliomielíticos. ¿Quién no recuerda la obra admirable y ejemplar que, después de la segunda guerra mundial. desarrolló en Italia el llorado don Carlo Gnocchi, con la cooperación indispensable de los médicos y de los especialistas en ortopedia, para socorrer a tantos niños gravemente heridos en su físico y bloqueados en su desarrollo? Y si hoy, gracias al progreso de la ciencia, la terrible enfermedad de la poliomielitis ha cesado de ser una grave amenaza social, cuántas personas afectadas quedan todavía por curar, cuántos "desenlaces" perduran aún, cuánta actividad hay todavía para vosotros ortopédicos.

Y debería hablar, además, de las desgracias en el trabajo, de los accidentes de la carretera, de los crecientes peligros de la motorización, para confirmar cuánto ha aumentado el campo de intervención por parte vuestra como especialistas. Lejos de ser considerado inductivamente uno de los tantos sectores de la medicina, el vuestro es en realidad un sector amplio y delicado, de importancia creciente, en el que las responsabilidades morales son igual a las dificultades intrínsecas de la profesión.

4. En el "depliant" que anuncia e ilustra los diversos temas de vuestro simposio, he observado una litografía, que en su parte superior representa dos manos con los índices que se tocan. Ciertamente está tomada de la escena de Miguel Ángel en la bóveda de la Capilla Sixtina, allí donde con evidencia plástica está pintado el dedo de Dios que transmite la existencia, la vida y la energía al dedo del primer hombre. Esto me ha agradado mucho: cada hombre, en realidad, como es creado por Dios a su imagen y semejanza (cf. Gén Gn 1,26), así recibe de El una superioridad ontológica sobre todas las cosas creadas, y con ella un poder tal, que le permite escrutar, utilizar, dominar y perfeccionar, en cierto modo, la naturaleza (ib., 1, 28).

Bajo este punto de vista se puede afirmar que cada hombre es un colaborador de Dios. También en vuestra profesión, en las técnicas que genialmente sabéis poner a punto para bien de los hermanos que sufren, debéis pensar en esto, y esto debe deciros a vosotros mismos: "Como médico también yo soy colaborador de Dios en restituir la salud al cuerpo enfermo; lo soy también como ortopédico, al restaurar algunas partes del cuerpo heridas por la enfermedad o por dolorosos acontecimientos, y al rehabilitarlas de manera que puedan desarrollar su función originaria. Con la ayuda de Dios, pues, yo puedo, más aún, quiero contribuir a devolver a los enfermos que están a mi cuidado —además del deseado restablecimiento de la eficiencia de los miembros físicos— la necesaria serenidad interior y la alegría de vivir una vida sana y libre junto a los otros hombres".

407 En confirmación de este deseo y en recuerdo del encuentro de hoy, os bendigo de corazón, invocando sobre vuestras personas y sobre vuestra actividad el consuelo superior de los favores celestes.






A LOS OBISPOS DE COLOMBIA


EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


20 de noviembre de 1979



Amadísimos Hermanos en el Episcopado,

1. Una vez más siento el gozo de ver junto a mí un nutrido grupo de Obispos de Colombia, en esa renovada comunión de sentimientos eclesiales y de afecto mutuo, objetivo y fruto de la visita ad limina.

Vuestra presencia, para mí tan grata, me hace recordar instintivamente a los miembros del Episcopado de vuestro País que os han precedido. Siento como que estamos prolongando ahora las vivencias y reflexiones que tuve con ellos y que vienen a recibir un complemento con este nuestro encuentro.

2. Una nota peculiar caracteriza nuestra reunión de hoy, ya que vosotros, queridos Hermanos, como Prelados de los diversos Vicariatos Apostólicos y Prefecturas Apostólicas de Colombia, me traéis la presencia específica de la Iglesia misionera en vuestra Patria.

Por ello, mi primera palabra quiere ser de estima y agradecimiento por el empeño que ponéis en el trabajo de edificación y consolidación de la Iglesia en cada una de las porciones eclesiales confiadas a vuestro cuidado y responsabilidad pastorales.

En esa tarea, tan vital y meritoria, recibís una ayuda preciosa por parte de las Congregaciones e Institutos religiosos a los que están encomendadas vuestras Circunscripciones misioneras. Quiero, en consecuencia, expresar aquí mi profundo aprecio y gratitud, al que uno el testimonio de mi complacencia y alabanza más vivas, a los miembros de esas beneméritas familias religiosas, que tan generosas energías consumen en ese cometido, en medio de tantas dificultades ambientales y de no pocas privaciones. ¡Que el Señor les recompense largamente! Son sentimientos que se extienden a todos los demás que – religiosas sobre todo – prestan su abnegado servicio en estrecha colaboración con vosotros.

3. Sé que estáis empeñados en la labor de un cultivo intenso de las vocaciones nativas. Ello me alegra muy de veras y os aliento a no ahorrar energías en la prosecución de ese camino, que va en la dirección de las necesidades esenciales y prioritarias de la Iglesia.

Sin embargo, mirando al panorama de la Iglesia en vuestra Nación, podríamos preguntarnos si otras diócesis más privilegiadas no estarían en condiciones de prestaros una ayuda válida, poniendo generosamente a vuestra disposición los agentes evangelizadores, sobre todo sacerdotes y religiosos, que parece están en grado de daros.

Esa ayuda fraterna entre las diversas comunidades eclesiales, además de ser un signo evidente de comunión en Cristo y de maduración en la vivencia de la fe católica, además de contribuir a corregir desniveles bastante notables en cuanto a las fuerzas evangelizadoras, favorecería mucho la elevación de vuestras Circunscripciones misioneras a diócesis de derecho común, objetivo al que yo mismo miro con favor y que anhelo vivamente, apenas las circunstancias lo permitan.

408 La conciencia activa de la ayuda que una Iglesia particular puede y debe prestar a la otra menos favorecida en agentes de pastoral y aun en recursos materiales, lejos de mermar energías propias, hará revitalizar los mecanismos de su vigor interno, suscitando nuevas fuerzas de generosidad y fecundidad eclesiales, que son premio a la propia apertura en la caridad dinámica del Evangelio y semilla de seguras bendiciones divinas.

Así pues, si la dimensión misionera es una consecuencia necesaria de la vocación cristiana y si “ la Iglesia entera es misionera y la obra de la evangelización un deber fundamental del Pueblo de Dios ”, cada comunidad diocesana – con su respectivo Pastor, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos – ha de hacer realidad esa amplitud de miras eclesiales, que se extienden a las otras comunidades hermanas en la fe.

He aquí una hermosa tarea evangelizadora para todos y más específicamente para los Pastores, pues, como bien recuerda el Concilio Vaticano II, “ suscitando, promoviendo y dirigiendo la obra misional en su diócesis, el Obispo hace presente y como visible el espíritu y el ardor misionero del Pueblo de Dios, de forma que toda la diócesis se haga misionera ”.

4. Al concluir vuestra visita a la Sede de Pedro, os disponéis ahora a regresar al seno de vuestras comunidades, para continuar la obra evangelizadora. Esa obra en la que se armonizan las dos facetas de predicación perseverante del mensaje salvador de Cristo y de ayuda a los que viven en estrechez y privación.

Querría que la palabra del Papa llegara, personal y llena de afecto, a cada miembro eclesial que trabaja con vosotros en la viña del Señor. Para alentarlo en su bregar por el reino de Cristo, por la difusión de la fe, por la vivencia de la misma, por la firmeza alegre aguardando el cumplimiento de nuestra esperanza. Y al mismo tiempo, para manifestar mi aplauso por la dedicación encomiable que se presta a los más necesitados, a los más pobres, a todos aquellos a quienes llega quizá sólo el apoyo y socorro que inspira la caridad hecha en nombre de Cristo. Sepan todos los que así hacen realidad la presencia solícita de la Iglesia, que el Papa los acompaña, los anima, está cerca de ellos.

Termino, amados Hermanos, asegurándoos que estas intenciones las llevaré a la oración, para que la gracia divina se difunda en abundancia sobre cada miembro de vuestras Iglesias locales y sobre sus iniciativas.

Sea el Dador de todo bien perfecto el que lleve a plenitud la obra comenzada. Sea la Madre de la Iglesia, la Estrella de la evangelización, el modelo perfecto de vida cristiana, la que consuele el animoso caminar, y le haga ir dejando una estela fecunda de realizaciones evangélicas y humanas, en una proyección total a Cristo y al hermano. Para que así sea, os doy mi Bendición, que se alarga a todos vuestros colaboradores y fieles.





DISCURSO DEL SANTO PADRES JUAN PABLO II


A LOS DELEGADOS DE LAS COMISIONES ECUMÉNICAS NACIONALES


Viernes 23 de noviembre de 1979



Es para mí un especial motivo de alegría el dar la bienvenida a tantos obispos y sacerdotes que promueven directamente la gran obra de la unidad de los cristianos en las diversas partes del mundo. Habéis venido a Roma por invitación del Secretariado para la Unión de los Cristianos, y vuestra venida es una expresión viva de la estrecha colaboración que debe existir entre las Iglesias locales y la Santa Sede en este asunto, como en tantos otros.

Hace algunos años el Secretariado ponía de manifiesto en su documento para la colaboración ecuménica, por un lado, la iniciativa propia de la Iglesia local a su nivel en la obra ecuménica, y, por otro lado, la necesidad de velar para que tales iniciativas se lleven a cabo dentro de los límites de la doctrina y de la disciplina de toda la Iglesia católica. Estos principios se hallan claramente reflejados en el carácter y la composición de vuestra presente reunión.

Tanto vosotros, que habéis venido de las diferentes naciones, como los miembros del Secretariado, obtendréis, estoy seguro, un inmenso beneficio de las jornadas de diálogo y de oración. Vuestro trabajo es difícil y a veces solitario, y por eso es bueno estar entre hermanos. Me siento también muy agradecido por la presencia de los tres huéspedes de la Iglesia ortodoxa, la Comunión anglicana y la Federación mundial luterana. Con alegría les doy la bienvenida como hermanos en Cristo.

409 Como sabéis. dentro de pocos días efectuaré una visita a Su Santidad el Patriarca Ecuménico Dimitrios I. "Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales propósitos del Concilio Ecuménico Vaticano 1I (cf. Unitatis redintegratio UR 1) y desde mi elección me comprometí formalmente a promover la puesta en práctica de sus normas y orientaciones, considerando que éste era para mí un deber primordial" (Alocución al Secretariado para la Unión de los Cristianos, 18 de noviembre de 7.978): Mi primer viaje ecuménico dará expresión sólida a este compromiso, e irá dirigido a la sede primera de la Iglesia ortodoxa. Espero seguir teniendo la oportunidad de reunirme con otros Pastores y líderes cristianos con vistas a la cooperación con ellos y a intensificar nuestros esfuerzos comunes en favor de la unidad.

En cada una de las palabras del tema escogido para vuestra reunión parece estar implícito el aspecto positivo y esperanzador de la actividad ecuménica: "El ecumenismo como prioridad pastoral en el trabajo de la Iglesia". Durante algunos minutos quisiera compartir con vosotros algunos de los pensamientos que me sugiere este tema en esta semana en que conmemoramos el XV aniverario de tres grandes documentos del Concilio Vaticano II: Lumen gentium, Orientalium Ecclesiarum y Unitatis redintegratio.

Estáis aquí para hablar sobre ecumenismo. Esta palabra no debe evocar aquel falso temor a los reajustes necesarios para toda genuina renovación de la Iglesia (cf. Directorio Ecuménico. I, 2). Menos aún es el ecumenismo un pasaporte para la indiferencia o la negligencia respecto a todo lo que es esencial para nuestra sagrada Tradición. Más bien es un reto, una vocación a trabajar bajo la guía del Espíritu Santo por la unión perfecta y visible en la fe y en el amor, en la vida y en el trabajo, de todos los que confiesan la fe en nuestro único Señor Jesucristo. A pesar del rápido progreso de los últimos años queda aún rucho por hacer.

Desde este punto de vista debe continuarse la tarea de un diálogo teológico más intenso y de la cooperación con otras Iglesias y comunidades. Más aún, no existe casi ningún país en que la Iglesia católica no esté cooperando con otros cristianos en la tarea de la justicia social, los derechos humanos, el desarrollo y la satisfacción de necesidades. Tal trabajo lleva ya consigo un testimonio común de Cristo, porque "la cooperación de todos los cristianos expresa con viveza la unión que ya los vincula entre sí y expone a más plena luz el rostro de Cristo siervo" (Unitatis redintegratio UR 12).

Vuestro trabajo posee otro aspecto igualmente vital. "La preocupación por el restablecimiento de la unión es cosa de toda la Iglesia, tanto de los fieles como de los Pastores" (ib., 5). Sin embargo, no se puede decir todavía que todos los miembros de la Iglesia católica hayan asimilado esta enseñanza como debieran. Una de las tareas principales de las Comisiones ecuménicas a todo nivel es promover la unidad, presentando ante el pueblo católico los objetivos del ecumenismo ayudándole a responder a esta urgente vocación que deben considerar como parte integrante de su llamamiento bautismal. Esta vocación es una llamada a la renovación, a la conversión, a esa plegaria, único medio para acercarnos a Cristo y entre nosotros, que el Concilio define acertadamente "ecumenismo espiritual" y "el alma de todo el movimiento ecuménico" (ib., 8). Cada uno de los cristianos está llamado a servir a la unidad de la Iglesia. Dos tareas son hoy particularmente urgentes. Una es ayudar a los sacerdotes y a quienes se preparan al sacerdocio a apreciar esta dimensión ecuménica de su misión y a transmitirla al pueblo confiado a su cuidado. La otra, como dije el mes pasado en mi Exhortación Catechesi tradendae, se refiere a la dimensión ecuménica de la catequesis: "La catequesis tendrá una dimensión ecuménica... si además suscita y alimenta un verdadero deseo de unidad; más todavía, si inspira esfuerzos sinceros —incluido el esfuerzo por purificarse— en la humildad y el fervor del Espíritu con el fin de despejar los caminos, no con miras a un irenismo fácil..., sino con miras a la unidad perfecta, cuando el Señor quiera y por las vías que El quiera" (Catechesi tradendae CTR 32).

Precisamente por estas razones la tarea de promover la unidad debe ser considerada como una tarea pastoral esencialmente. Es pastoral en el sentido dé que los obispos son los principales ministros de la unidad dentro de las Iglesias locales, y por tanto "tienen una responsabilidad especial en orden a la promoción del movimiento ecuménico" (Directorio Ecuménico II, 65). Es también pastoral en cuanto que todo aquel que está dedicado a este trabajo debe considerarlo como algo ordenado principalmente al fortalecimiento del Cuerpo de Cristo y a la salvación del mundo. Mientras los cristianos estemos divididos se verá dificultada la tarea de predicar el Evangelio. Las divisiones entre los cristianos oscurecen la credibilidad del Evangelio, la credibilidad del mismo Cristo (cf. Evangelii nuntiandi EN 77). Este servicio a la unidad es un servicio a Cristo, al Evangelio y a toda la humanidad. Es, por tanto, un verdadero servicio pastoral.

Esta auténtica tarea pastoral es prioritaria. El Concilio Vaticano puso claramente de relieve la urgencia de esta labor ecuménica. La desunión es un escándalo, un obstáculo para la difusión del Evangelio, y es deber nuestro, con la ayuda de la gracia de Dios, tratar de superarla tan pronto como nos sea posible. La renovación interior de la Iglesia católica es una contribución indispensable a la tarea de la unidad cristiana, por tanto debemos presentar esta llamada a la santidad y a la renovación como algo central para la vida de la Iglesia. Que nadie se engañe a sí mismo, pensando que el trabajo por la unidad plena en la fe es algo secundario, opcional, periférico, algo que puede ser postpuesto indefinidamente. Nuestra fidelidad a Jesucristo nos impulsa a hacer más, a orar más, a amar más. El camino puede ser largo y exige paciencia, y debemos orar con el fin de que esta "genuina necesidad de paciencia en la espera de la hora de Dios nunca sea ocasión de complacencia en el status quo de división en la fe" (Alocución ecuménica en los Estados Unidos, 7 de octubre de 1979). Por lo tanto, vosotros que poseéis una especial responsabilidad en la tarea ecuménica de la Iglesia católica en vuestros propios países, debéis velar siempre por esto como una de las principales prioridades de la misión de la Iglesia hoy.

Así, pues, ésta es una tarea de la Iglesia. Tanto mi predecesor Pablo VI, como yo mismo, hemos recordado frecuentemente el compromiso de la Iglesia católica de trabajar por el ecumenismo según la orientación del Concilio Vaticano. Trabajar por la unidad no es seguir la propia imaginación, o las preferencias personales, sino que significa ser fieles a la postura de la Iglesia católica y auténticos representantes de ésta. El Concilio nos recuerda que "esta acción ecuménica de los fieles, tiene que ser plena y sinceramente católica, es decir, fiel a la verdad que recibimos de los Apóstoles y de los Padres, y conforme a la fe que siempre ha profesado la Iglesia católica, y tendiendo al mismo tiempo hacia la plenitud con que el Señor desea que se perfeccione su Cuerpo en el decurso de los tiempos" (Unitatis redintegratio UR 24). Esto os confiere una grave responsabilidad, pero recordad siempre que también os garantiza la gracia necesaria.

Sabéis bien que vuestra vocación requiere dedicación, y espero que durante esta semana os hayáis entregado de corazón a conocer cuánto se trabaja en numerosas partes del mundo, y cuánto se hace cada día aquí en el Secretariado de Roma. Sin embargo, este trabajo es, en última instancia, obra de Dios. El busca nuestra cooperación, y nosotros debemos poner nuestra confianza en El, porque sólo El puede conducirnos a la unidad que El quiere: una unidad que es reflejo, en el orden de lo creado, de la unidad entre las Personas Divinas. Pues, ¿no es, acaso, la Iglesia de Cristo "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"? (cf. San Cipriano, De oratione dominica, 23: PL 4, 553 citado en Lumen gentium, 4).

A la luz de esta confianza profunda y orante en el poder de Dios, os exhorto a afrontar con decisión, fe y perseverancia las dificultades y obstáculos que son inevitables en vuestro trabajo. Ninguna dificultad debe apartaros nunca de la obra de Dios. El camino de la verdad y la fidelidad llevará siempre la impronta de la cruz; como dice el Apóstol, "por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios" (Ac 14,22). . .

Finalmente, quisiera agradeceros a todos el haber asistido a este encuentro en el Secretariado y el haber dado al mismo vuestra aportación. Ahora que regresáis a vuestros diferentes países para continuar el trabajo con una visión y un entusiasmo renovados, os encomiendo a vosotros y a vuestros colaboradores, a la intercesión de María, Madre de nuestro Señor Jesucristo y Madre de su Iglesia. Le pido que os sostenga en la gran causa de la unidad cristiana para gloria de la Santísima Trinidad: el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.






AL CLUB DE LOS FLORISTAS ITALIANOS


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Sábado 24 de noviembre de 1979



Estoy contento de recibiros y saludaros, queridos socios del "Club Floristi d`ltalia", reunidos en Roma para vuestro congreso anual y que habéis querido encontraros con el Papa para recibir una palabra de aliento y de bendición.

Mi pensamiento, en este momento, se dirige cordial a vosotros aquí presentes y a todos vuestros asociados, que realizan un servicio tan gentil para la convivencia humana. Efectivamente, el intercambio de sentimientos, de afectos y de entendimiento entre los hombres, se realiza siempre a través de signos y figuras, entre los cuales la palabra es la más noble y representativa. Pero también las cosas, todas las realidades de la creación, y las flores con especial evidencia, poseen una fuerza particular evocativa; una capacidad expresiva, especialmente cuando llegan también a los altares, como manifestación de amor y de fe.

En su delicada y perfumada elegancia, las flores testimonian la magnificencia del Creador. La Sagrada Escritura se sirve frecuentemente del lenguaje de las flores, para invitar al hombre a la alabanza a Dios. Recuerdo las palabras del Sirácida: "Oídme, hijos piadosos, y floreceréis como rosal que crece junto al arroyo..., floreced como el lirio, exhalad perfume suave y entonad cánticos de alabanza. Bendecid al Señor en todas sus obras" (Sir 39, 17. 19).

Pero, sobre todo, ¿cómo no evocar para vosotros, que vivís entre las flores, el inolvidable recuerdo que de ellas ha hecho el Señor Jesús en el Evangelio, para invitarnos a la confianza en Dios Padre? "Mirad a los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? (Mt 6,28-30). La flor del campo, alimentada sólo por las fecundas linfas de la tierra que la sostiene, es señalada por el Señor como imagen y ejemplo de abandono sereno y animoso en la Providencia, actitud necesaria a los hombres de toda época, sometidos siempre a la tentación de la desconfianza y del desánimo a causa de las adversidades personales y de las perturbaciones de la naturaleza y de la historia.

De aquí saco mi deseo para vosotros: sabed imprimir en vuestro trabajo sentimientos de gratitud, de alabanza, de veneración, y especialmente esta confianza en Dios, y a la vez propósitos de bondad y de disponibilidad hacia el prójimo, de modo que vuestra actividad se convierta cada vez más en una iniciativa apta para llevar a los hombres un mensaje de serena belleza y cíe fraternidad.

Os acompañe mi bendición.






A LA UNIÓN CRISTIANA DE EMPRESARIOS


Y DIRIGENTES ITALIANOS


Sábado 24 de noviembre de 1979



Queridos e ilustres señores:

Me siento contento y honrado de recibir en esta sala de las bendiciones a vosotros, miembros cualificados del consejo nacional, y a vosotros, dirigentes regionales y provinciales de la Unión Cristiana de Empresarios y Dirigentes. En vosotros saludo a los altos representantes del mundo vasto y complejo de dirigentes de empresas industriales, agrícolas y comerciales, o sea a los que proporcionan trabajo, empleo y formación profesional.

Un saludo particular sobre todo al cardenal Giuseppe Siri, consiliario moral nacional vuestro que desde hace treinta años ayuda y alienta vuestro esfuerzo de animación cristiana del mundo de la economía, esfuerzo noble, sí, pero a la vez muy delicado y difícil. Saludo asimismo a vuestro presidente que juntamente con vosotros ha deseado este encuentro para manifestarme como habéis hecho en otras numerosas ocasiones con mis venerados predecesores Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI, los sentimientos de fe y adhesión sincera a la Sede de Pedro, sentimientos que han resplandecido y resplandecen siempre en esta Unión, ya desde su aparición en el lejano 1947.

411 1. Mi primera palabra para vosotros hoy no puede ser sino de estima, aplauso y aliento por vuestra presencia significativa que hacéis sentir efectivamente en la sociedad, evitando toda ostentación. Es una tarea la vuestra en la que veo implícito un verdadero y propio "servicio" civil y social: servicio a cuantos se ocupan en los campos varios de la actividad empresarial. No puedo, naturalmente, entrar en las características específicamente técnicas de tal actividad; ni vosotros, creo, esperáis esto de mí, a quien el Señor ha confiado la función pastoral de indicar la norma suprema para alcanzar la vida eterna en todas las formas de actividad de la vida humana. En esta perspectiva, que no es de orden económico si bien tampoco es extraña a ninguna realidad que afecte al hombre, he leído con la atención debida la nota informativa que el Sr. presidente ha tenido la amabilidad de remitirme al solicitar esta audiencia, junto con una documentación amplia. Me complace mucho esta actividad vuestra que siguiendo la huella luminosa de los beneméritos fundadores de la Asociación, se ocupa intensamente de dar a conocer, aceptar y aplicar de parte de los operadores económicos, las orientaciones de la doctrina social de la Iglesia en las empresas; y encontrar en dicha doctrina las razones capaces de justificar o mejor, de promover en la sociedad un orden nuevo fundado en el respeto a la persona humana y a su promoción armónica y provechosa para el bien común, un orden que responde a las exigencias del Evangelio y que los pueblos anhelan, desilusionados de tantas promesas y tantas experiencias extrañas o contrarias a las motivaciones de nuestra fe. A ello tiende la acción cotidiana de vuestra Unión. sostenida en ello por la presencia de sus consiliarios morales que tienen función de animadores y guías espirituales discretos y eficaces en medio de los socios.

Me he dado cuenta también con la misma complacencia, de la preciosa contribución que aportáis al análisis de las transformaciones tecnológicas, económicas, políticas y culturales que se están realizando en Italia; dándoles una visión cristianamente orientada. Todo ello lo hacéis a través de congresos, encuentros, debates y buenas publicaciones. Entre estas últimas me gusta recordar la revista Operare cuya perspicacia alabó Pablo VI de venerable memoria por haber sabido superar muchas dificultades «con la competencia de sus colaboradores, la paciencia para investigar en todos los aspectos de la realidad que se estudiaba, la sinceridad de sus opiniones, la moderación de sus afirmaciones y la amplitud de su punto de vista» (Discurso al UCID el 7 de febrero de 1966), Con no menor satisfacción he observado el afán que ponéis en impulsar la investigación metódica para preparar a los futuros dirigentes y formación permanente de los actuales, mediante cursos de puesta al día empresarial, seminarios y actividades conjuntas con las universidades. Este intento noble, destinado a abrir los ánimos a la concepción moderna de la sociedad y a templar las fuerzas morales de vuestros asociados y también de los demás, a fin de que además de poseer una preparación técnica rigurosa, aprendan a ser hombres cristianamente honrados, leales y generosos, merece aprecio y reconocimiento público. Por ello va a vosotros toda mi gratitud y afecto paterno.

2. Pero no basta esto. Consideráis deber vuestro el esfuerzo por dar solución a las instancias legítimas que vienen de los obreros de vuestras empresas. Es necesario que el empresario y los dirigentes de empresa hagan todo cuanto esté en su mano por escuchar, escuchar ¡debidamente!, la voz del obrero que de ellos depende, y por comprender sus exigencias legítimas de justicia y equidad, superando toda tentación egoísta tendente a hacer de la economía la norma de sí misma. Sabréis —y queréis recordarlo a todos— que cualquier desatención en este campo es culpable y todo retraso es fatal. Muchos conflictos y antagonismos entre trabajadores y dirigentes hunden las raíces con frecuencia en el terreno infecundo de la falta de escucha, del rechazo del diálogo, o de que éste se aplaza indebidamente. No es tiempo perdido el que empleáis en reuniros personalmente con los empleados o en hacer vuestras relaciones más humanas y vuestras empresas más "a la medida del hombre". No se os escapa la situación en que se hallan tantos obreros de las fábricas que si se ven forzados a vivir como metidos en un entramado artificial, corren el peligro de sentirse atrofiados en su espontaneidad interior. Con sus automatismos rígidos la máquina es ingrata y avara de satisfacciones. Las mismas relaciones entre compañeros de trabajo, cuando llegan a despersonalizarse, no pueden proporcionar el consuelo y la fuerza necesarios; y las estructuras de producción, distribución y consumo obligan con frecuencia a los obreros a vivir de modo "masificado", sin iniciativa, sin lugar a opciones. Se puede llegar a tal nivel de deshumanización cuando se invierte la escala de valores y se eleva el "productivismo" a parámetro único del fenómeno industrial, cuando se hace caso omiso de la dimensión interior de los valores, cuando se apunta a la perfección del trabajo y no a la perfección de quien lo ejecuta. privilegiando la obra antes que al obrero, al objeto antes que el sujeto. Aquí podría continuar esta consideración que, por otra parte, os es familiar, y nos llevaría a hablar del tema más general y universal de los derechos del hombre. Pero ello nos conduciría lejos; por tanto, me limito a recordar un párrafo breve de mi primera Encíclica donde afirmaba que la violación de los derechos fundamentales del hombre «no puede concordarse de ningún modo con cualquier programa que se defina "humanístico". Y ¿qué tipo de programa social, económico, político, cultural podría renunciar a esta definición?« (cf. Redemptor hominis
RH 17).

Vosotros estáis bien seguros de que sólo con esta perspectiva el hombre —todo hombre, sea empresario, dirigente o colaborador en los distintos sectores como empleado u obrero— puede encontrar su sentido profundo, sintiéndose así en grado de manifestar su talento, colaborar, participar y cooperar en el buen funcionamiento de la empresa del que todos son colaboradores y artífices a un tiempo.

De este modo recupera también su importante significación el tiempo dedicado al trabajo y no menos el reservado al reposo; uno y otro hacen que el hombre se descubra a sí mismo y descubra a la vez los valores más altos del amor y la solidaridad, que le permitan alcanzar el desarrollo integral que lo libere de frustraciones posibles y que siempre acechan.

He aquí, queridos hermanos, algunas indicaciones que os pueden ser útiles en el desempeño de vuestra no fácil actividad empresarial y directiva, de gran responsabilidad. Al terminar me complazco en hacer mío el augurio que mi gran Predecesor Pablo VI os dirigió en su último discurso que fue como testamento. «Que vuestro testimonio cristiano contribuya verdaderamente a difundir en el ambiente empresarial la convicción de que los bienes creados tienen un destino universal "deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad" (Gaudium et spes GS 69,1). Que vuestro ejemplo estimule el uso de los réditos disponibles de una manera no arbitraria ni egoísta; que el planteamiento que dais a vuestra actividad sirva sobre todo a hacer de la empresa una comunidad de personas en la que cada uno se sienta estimado en su propia dignidad mediante una responsable participación en la obra común» (Discurso al UCI, 12 de febrero de 1977). Quiero dar mayor valor a este deseo con la oración, a la vez que invocando la ayuda d Señor sobre vuestras personas y vuestros seres queridos, y sobre todos los inscritos a esta Unión y sus familiares, a todos doy cordialmente mi bendición apostólica.






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