Discursos 1979 419

419 La segunda razón es ésta: lo que ya se ha conseguido hasta ahora nos anima en la búsqueda de la restauración de la plena unidad cristiana. En mayo de 1970, con ocasión de la visita de Su Santidad Vasken I (procedente de la ciudad santa de Echmiadzin) a mi predecesor Pablo VI, el Papa y el Católicos afirmaron en una Declaración común que "la unidad no puede llevarse a cabo a menos que todos, Pastores y fieles, nos esforcemos por conocernos mutuamente. Por eso, urgen a los teólogos a dedicarse a un estudio común dirigido a un conocimiento más profundo del misterio de nuestro Señor Jesucristo...".

No eran palabras vacías. Evocaban una seria respuesta por parte de Pastores y fieles y por parte de los teólogos de ambas Iglesias, que están tratando de ponerlas seriamente en práctica. Ya han comenzado debates teológicos. Ya se han hecho estudios en común. Ha habido intercambio de estudiantes. Se ha hecho más frecuente entre nosotros compartir las alegrías y las penas de nuestras respectivas comunidades y colaborar en el esfuerzo porque la Palabra de Cristo pueda ser mejor conocida y más amada, "para que la Palabra del Señor avance con celeridad y sea El glorificado" (
2Th 3,1).

Hoy mismo nos reuniremos para rezar juntos. Que esto sea expresión de nuestro deseo de que nuestra colaboración progrese y crezca con la bendición de Dios Padre y con la asistencia del Espíritu Santo, que Cristo nos prometió como abogado que nos enseña todo y que continuamente nos recuerda todo lo que Cristo nos dijo (cf. Jn Jn 14,26).





VIAJE A TURQUÍA


A LA COMUNIDAD ARMENIO-CATÓLICA DE ESTAMBUL


Iglesia de San Juan Crisóstomo

Jueves 29 de noviembre de 1979



Querido hermano,
queridos hermanos y hermanas de la archidiócesis armenia católica de Estambul:

Con gozo doy gracias a Dios, que me ha permitido venir a Estambul y pasar unos momentos con vosotros. Momentos demasiado breves, tanto para vosotros como para mí.

Conozco vuestra fidelidad en la fe, vuestra cohesión en torno a vuestro arzobispo, vuestro continuo esfuerzo por conservar viva vuestra comunidad, sus hermosas tradiciones, su rico patrimonio de espiritualidad. Y conozco también vuestra meritoria vinculación a la persona del Papa, vuestra voluntad de seguir en plena comunión con la Sede Apostólica de Roma.

Esta fidelidad y esta vinculación se enraízan en una larga historia, que ha producido frutos cristianos admirables, a través de los siglos, en diversos países de Oriente, pero que ha tenido que soportar a menudo grandes pruebas e incluso profundos sufrimientos. El recuerdo de esta conmovedora historia constituye un motivo más para dedicaros hoy un ferviente homenaje, para traeros a vosotros y a vuestros hermanos consuelo y valor, y para desearos alegría en la paz.

Por lo que a mí respecta, he conocido y estimado a los cristianos armenios en mi propia patria, Polonia. Desde mi juventud he estado familiarizado con sus comunidades, así como con las de otras Iglesias orientales. ¡Quiera Dios que esta experiencia providencial me ayude a trabajar por la estima y la comprensión recíprocas y por el estrechamiento de los vínculos fraternos que deberían unir a todas las Iglesias de Cristo!

420 Os invito a participar en este gran movimiento de la unidad, en vuestra calidad de orientales y de católicos. Vivís aquí en contacto directo con los hermanos cristianos ortodoxos; habitáis en la misma ciudad, afrontáis los mismos problemas pastorales, las mismas preocupaciones sociales; celebráis la misma liturgia. La realización de la plena comunión entre todos los cristianos es para vosotros un problema urgente con el que os topáis en la vida de cada día. ¿Quién, más que vosotros, podría ser apto para interpretar y aplicar las sabias directrices del Concilio Vaticano II en este terreno? Vosotros estáis especialmente llamados a ser los artífices de la unidad. Como afirma el mismo Concilio Vaticano: "Corresponde a las Iglesias orientales en comunión con la Sede Apostólica Romana la especial misión de promover la unión de todos los cristianos, especialmente de los orientales, según los principios del decreto de este santo Sínodo sobre el ecumenismo: en primer lugar con la oración, con el ejemplo de vida, con la religiosa fidelidad a las antiguas tradiciones orientales, con un mutuo y mejor conocimiento, con la colaboración y la fraternal estima de instituciones y mentalidades" (Decreto Orientalium Ecclesiarum OE 24).

Os agradezco de todo corazón vuestra calurosa acogida, vuestra disponibilidad, vuestro amor, vuestra apertura al diálogo fraterno, vuestra sensibilidad a los signos de los tiempos y a lo que el Espíritu Santo hoy pide a la Iglesia. Imploro sobre vosotros los dones del Espíritu Santo y la asistencia materna de la Madre de Dios. Ruego especialmente por los que, entre vosotros o vuestros hermanos, conocen la prueba, la enfermedad, la vejez, la dispersión; ruego también por las generaciones jóvenes. ¡Que Dios os conserve fuertes en la fe, perseverantes en la esperanza, magnánimos en la caridad! ¡Y que os colme de su paz! Formulo también estos deseos de cara a la gran familia armenia extendida por el mundo. Os bendigo de todo corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.





VIAJE A TURQUÍA


A LA COMUNIDAD POLACA


Viernes 29 de noviembre de 1979



Queridos compatriotas:

1. En el programa de mi actual visita no podía faltar el encuentro con vosotros. Es un encuentro único por las circunstancias en que se realiza. Cuando, hace algunos años, fue a Cracovia el profesor L. Biskupski a visitarme, durante la conversación me propuso también la idea de visitar vuestra comunidad de Adampol en Turquía. Pero era difícil prever la posibilidad que proponía. Mas la Providencia divina ha hecho que hoy se esté realizando de una manera que, durante aquel encuentro, ninguno de nosotros podía prever.

2. La colonia polaca en Turquía no es numerosa; sin embargo, tiene un significado excepcional, tiene una elocuencia histórica. Ante todo, vuestra presencia aquí recuerda un hecho muy entrañable para cada polaco. Después de la división de Polonia, cuando diversas cortes reales europeas habían tomado parte en la violencia hecha sobre el cuerpo vivo de nuestro país, sólo Turquía no compartió tal violencia. Sin embargo, habíamos dejado atrás siglos difíciles. Las reiteradas, guerras, llevadas con suerte alterna hasta Viena en el 1683. Por lo tanto, si después de todo esto, precisamente aquí en Estambul los sultanes no aceptaron la división de Polonia, debemos considerar este hecho como algo único.

"Todavía no ha llegado el Nuncio de Lechistan (Polonia)", se anunció durante muchos años en esta corte, durante las recepciones a los representantes de los otros Estados. Y finalmente ha llegado el momento de la venida de este Nuncio.

3. Adampol (Polonezköy) debe su nombre al príncipe Adam Jerzy Czartoryski, que en 1842 dio origen a esta colonia polaca, fundada en terrenos que los polacos habían comprado a los misioneros de San Vicente de Paúl (lazaristas). Pero la historia de la presencia de la colonia polaca en la antigua capital de Turquía en Estambul se remonta a un pasado mucho más lejano y cuenta casi con 400 años. Raramente ha sucedido en otra parte del mundo que una agrupación de polacos pudiese sobrevivir tanto tiempo lejos de la patria. Aquí encontraron refugio los polacos insurrectos de 1830-31, los prisioneros de guerra rescatados por los turcos de la armada del Zar, los soldados polacos de la división de Zamoyski disuelta en 1856.

En 1855 vino a Estambul Adam Mickiewicz, nuestro máximo poeta, para sostener aquí el espíritu patriótico entre los polacos y formar una legión polaca que, según la concepción del romanticismo, debía servir para la liberación de la patria que, después de la insurrección de noviembre, fue todavía más sojuzgada.

La colonia polaca en Turquía ha vivido diversas vicisitudes y ha afrontado muchas dificultades. El hecho de que hoy nos encontremos aquí y hablemos en la lengua de nuestros antepasados, constituye el mejor testimonio de su actitud.

4. Vosotros sois herederos de esos polacos que, hace más de 100 años, dieron comienzo a este oasis polaco en el Bósforo.

421 Yo. como compatriota vuestro y a la vez "primer Papa de la estirpe de los polacos", me encuentro con vosotros hoy con gran emoción. Doy gracias a Dios por este encuentro.

Al mismo tiempo formulo para vosotros los más cordiales deseos de todas las gracias de Dios en vuestra vida personal, familiar, social, cívica.

Juntamente con vosotros encomiendo a la protección de la Madre de Dios a Polonia, patria de nuestros antepasados y patria nuestra. Permaneced firmes en la fe de Cristo y de su Iglesia, que os acompaña a través de toda la historia de generación en generación. Os bendigo en el nombre de la Santísima Trinidad y os saludo a cada uno de vosotros y a toda vuestra comunidad.





VIAJE A TURQUÍA

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

DURANTE LA LITURGIA EN LA CATEDRAL DE SAN JORGE,


EN EL FANAR


Viernes 30 de noviembre de 1979



Santísimo y muy amado hermano. «¡Oh, qué bueno y deleitoso es estar los hermanos juntos! (Ps 132).

Estas palabras del Salmista brotan de mi corazón en este día en que estoy con vosotros. Sí, ¡qué bueno y deleitoso es estar los hermanos juntos!

Estamos reunidos para celebrar a San Andrés, un Apóstol, el primer llamado de entre los Apóstoles, el hermano de Pedro, corifeo de los Apóstoles. Esta circunstancia subraya la significación eclesial de nuestro encuentro de hoy. Andrés fue un Apóstol, es decir, uno de aquellos hombres elegidos por Cristo para ser transformados por su Espíritu y enviados al mundo como El mismo había sido enviado por su Padre (cf. Jn Jn 17,18). Fueron enviados para anunciar la Buena Noticia de la reconciliación otorgada en Cristo (cf. 2Co 5,18-20), para llamar a los hombres, a través de Cristo a la comunión con el Padre en el Espíritu Santo (cf. Jn Jn 1,1-3) y para reunir así a los hombres, convertidos en hijos de Dios, en un gran pueblo de hermanos (cf. Jn Jn 11,52). Reunir todo en Cristo para alabanza de la gloria de Dios (cf. Ef Ep 1,10-12), ésta es la misión de los Apóstoles, esta es la misión de quienes, después de ellos, fueron también elegidos y enviados, ésta es la vocación de la Iglesia.

Así, pues, celebramos hoy a un Apóstol, el primer llamado de entre los Apóstoles, y esta festividad nos recuerda aquella exigencia fundamental de nuestra vocación, de la vocación de la Iglesia.

Este Apóstol, Patrón de la ilustre Iglesia de Constantinopla, es el hermano de Pedro. Ciertamente que todos los Apóstoles se hallan ligados entre sí por una fraternidad nueva, que une a aquellos cuyo corazón ha sido renovado por el Espíritu del Hijo (cf. Rom Rm 8,15), a quienes también ha sido confiado el ministerio de la reconciliación (cf. 2Co 5,18). Sin embargo, esto no suprime, ni mucho menos, los lazos particulares creados por el nacimiento y la educación en una misma familia. Andrés es el hermano de Pedro. Andrés y Pedro eran hermanos y, dentro del Colegio Apostólico, debía ligarles una intimidad mayor, y debía unirles una colaboración más estrecha en la tarea apostólica.

También aquí la celebración de hoy nos recuerda que entre la Iglesia de Roma y la Iglesia de Constantinopla existen lazos especiales de fraternidad y de intimidad, y que es natural que exista una colaboración más estrecha entre estas dos Iglesias:

Pedro, el hermano de Andrés, es el corifeo de los Apóstoles. Gracias a la inspiración de Dios, él reconoció plenamente a Jesús el Cristo, el Hijo de Dios vivo (cf. Mt Mt 16,16). Por esta fe, recibió el nombre de Pedro, de modo que la Iglesia se apoye sobre esta Roca (cf. Mt Mt 16,18). A él se le confió el encargo de asegurar la armonía de la predicación apostólica. Hermano entre los hermanos, recibió la misión de confirmarlos en la fe (cf. Lc Lc 22,32). Tiene el primero la responsabilidad de velar por la unión de todos, de asegurar la armonía de las Iglesias santas de Dios en la fidelidad "a la fe, que una vez para siempre ha sido dada a los santos" (Jds 3).

422 Con este espíritu y animado por estos sentimientos ha querido el Sucesor de Pedro visitar este día la Iglesia que tiene por Patrón a San Andrés, a su venerable Pastor, a toda su jerarquía y a todos sus fieles. Ha querido venir a participar en su plegaria. Esta visita a la primera sede de la Iglesia ortodoxa muestra claramente la voluntad de toda la Iglesia católica de avanzar en el camino hacia la unidad de todos, así como su convicción de que el restablecimiento de la plena comunión con la Iglesia ortodoxa es una etapa fundamental en el progreso decisivo de todo el movimiento ecuménico. Quizás nuestra división no ha dejado de tener su influencia sobre las demás divisiones que la han seguido.

Mi visita se sitúa en la línea de apertura trazada por Juan XXIII. Reanuda y prolonga las visitas memorables de mi predecesor Pablo VI, aquella que le condujo ante todo a Jerusalén, donde por primera vez tuvo lugar el abrazo emocionante y el primer diálogo oral con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, en el mismo lugar en que se llevó a cabo el misterio de la redención para congregar a los hijos de Dios dispersos; luego el encuentro tuvo lugar aquí mismo, unos doce años después, a la espera de que a su vez el Patriarca Atenágoras fuera a visitar a Pablo VI en su sede de Roma. Estas dos grandes figuras nos han dejado para reunirse con Dios: uno y otro terminaron su ministerio con la mirada puesta en la plena comunión, y casi impacientes por lograrla en vida. Yo por mi parte no he querido retrasarme más en venir a orar con vosotros; en vuestra sede. Entre mis viajes apostólicos ya realizados o proyectados, este tiene para mí una importancia y una urgencia particulares. Me atrevo a esperar también que Su Santidad el Patriarca Dimitrios I y yo podamos de nuevo orar juntos, pero esta vez sobre la tumba del Apóstol Pedro. Estas visitas expresan ante Dios y ante todo el Pueblo de Dios, nuestra impaciencia por la unidad.

Durante casi mil años las dos Iglesias-hermanas crecieron la una al lado de la otra como dos grandes tradiciones vitales y complementarias de la única Iglesia de Cristo, manteniendo, no sólo relaciones pacíficas y fructíferas, sino también el cuidado de la comunión indispensable en la fe, la oración y la caridad, que a ningún precio quisieron poner en tela de juicio, a pesar de las diferentes sensibilidades. El segundo milenio, por el contrario, se ha visto oscurecido, a excepción de algunas claridades fugitivas, por la distancia adoptada por ambas Iglesias una frente a otra, con todas sus funestas consecuencias. La herida no ha sanado aún, pero el Señor puede sanarla, y ello nos obliga a poner en esta causa nuestro mejor empeño. Nos encontramos ahora al final del segundo milenio: ¿No sería hora de apresurar el paso hacia la perfecta reconciliación fraterna, a fin de que el alba del tercer milenio nos encuentre en pie unos al lado de los otros, en la comunión plena, para testimoniar juntos la salvación delante del mundo, cuya evangelización espera este signo de unidad?

A partir de este plan concreto, la visita de hoy muestra también la importancia que la Iglesia católica confiere el diálogo teológico que va a comenzar con la Iglesia ortodoxa. Con realismo y sabiduría, de acuerdo con el deseo de la Sede Apostólica de Roma y la voluntad de las Conferencias Panortodoxas, se había decidido reanudar entre le Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas relaciones y contactos que permitieran reconocerse mutuamente y crear la atmósfera necesaria para un fructuoso diálogo teológico. Era necesario rehacer el contexto antes de tratar de rehacer juntos los textos. A este período se le ha llamado justamente el diálogo de la caridad. Este diálogo ha permitido recuperar la conciencia de la profunda comunión que ya nos unía, y hace que podamos mirarnos y tratarnos como Iglesias-hermanas. Se han hecho ya muchas cosas, pero hay que continuar el esfuerzo realizado. Tenemos que sacar las consecuencias de este redescubrimiento teológico recíproco en todos aquellos lugares en que católicos y ortodoxos viven juntos. Hemos de superar los hábitos de aislamiento para colaborar en todos aquellos campos de la acción pastoral en que es posible tal colaboración gracias a la comunión casi total que existe ya entre nosotros. No hay que tener miedo de considerar de nuevo, de una y otra parte, y consultándonos unos a otros, las normas canónicas establecidas cuando la conciencia de nuestra comunión —que ahora es estrecha aunque aún sea incompleta— estaba todavía oscurecida, normas que quizás no corresponden ya a los resultados del diálogo de la caridad y a las posibilidades que han abierto. Esto es importante para que los fieles de una y otra parte tomen conciencia de los progresos ya logrados, y sería deseable que aquellos que están encargados del diálogo tengan presente esta preocupación de sacar para la vida de los fieles las consecuencias de los progresos futuros.

Este diálogo teológico que va a comenzar tendrá por objetivo el superar los malentendidos y los desacuerdos que existen todavía entre nosotros, si no ya a nivel de fe, sí a nivel de formulaciones teológicas. Debería desarrollarse no sólo en la atmósfera del diálogo de la caridad que debe aumentarse e intensificarse, sino también en una atmósfera de adoración y de disponibilidad.

Sólo en la adoración, con un sentimiento elevado de la transcendencia del misterio indecible "que supera toda ciencia" (
Ep 3,19), podrán situarse nuestras divergencias y "no imponeos ninguna otra carga más que éstas necesarias" (Ac 15,28) para restablecer la comunión (cf. Decreto Unitatis redintegratio UR 18). Me parece, efectivamente, qué la cuestión que debemos plantearnos no es tanto la de saber si podemos restablecer la plena comunión, sino más bien si tenemos aún derecho de permanecer separados. Debemos plantearnos esta cuestión en nombre mismo de nuestra fidelidad a la voluntad de Cristo sobre su Iglesia, a la cual una plegaria incesante debe hacernos cada vez más disponibles los unos a los otros en el curso del diálogo teológico.

Si es cierto que la Iglesia está llamada a reunir a los hombres en la alabanza de Dios, San Ireneo, gran Doctor de Oriente y Occidente, nos recuerda que "la gloria de Dios es que el hombre viva" (Adv. Haer. IV, 20, 7). En la Iglesia todo está orientado a permitir que el hombre viva verdaderamente en esta total libertad que procede de la comunión con el Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo. San Ireneo, en efecto, añade enseguida: "Y la vida del hombre es la visión de Dios", visión del Padre manifestado en el Verbo.

La Iglesia sólo puede responder plenamente a esta vocación dando testimonio con su unidad de la novedad de esta vida otorgada en Cristo: "Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno y conozca el mundo que Tú me enviaste y amaste a estos como me amaste a mí" (Jn 17,23)

Seguros de que nuestra esperanza ni puede ser confundida (cf. Rom Rm 5,5) os vuelvo a expresar, hermanos muy amados, la alegría de encontrarme entre vosotros, y con vosotros doy gracias de ello al Padre de quien procede todo don perfecto (cf. Sant 1, 17).





VIAJE A TURQUÍA

DECLARACIÓN COMÚN

DEL PAPA JUAN PABLO II Y DEL PATRIARCA DIMITRIOS I




Nosotros, el Papa Juan Pablo II y el Patriarca Ecuménico Dimitrios I damos gracias a Dios que nos ha permitido juntarnos para celebrar la festividad del Apóstol Andrés, primer llamado y hermano del Apóstol Pedro. "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos" (Ep 1,3).

Buscando la sola gloria de Dios a través del cumplimiento de su voluntad, declaramos de nuevo nuestra firme voluntad de hacer todo lo posible porque llegue pronto el día en que se restablezca la plena comunión entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa y en que podamos finalmente concelebrar la divina Eucaristía.

423 Agradecemos a nuestros predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, todo lo que hicieron por reconciliar nuestras Iglesias y hacerlas progresar en la unidad.

Los progresos realizados en la etapa preparatoria nos permiten anunciar que el diálogo teológico va a comenzar y hacer pública la lista de los miembros de la comisión mixta católico-ortodoxa que llevará a cabo dicho diálogo.

Este diálogo teológico tiene como finalidad no sólo progresar hacia el restablecimiento de la plena comunión entre las Iglesias hermanas católica y ortodoxa, sino también contribuir a los diálogos múltiples que tienen lugar en el mundo cristiano de cara a la búsqueda de su unidad.

El diálogo de la caridad (cf. Jn
Jn 1 Jn 3,34 Ef Ep 4,1-7), enraizado en una fidelidad completa al único Señor Jesucristo y a su voluntad para con la Iglesia (cf. Jn Jn 17,21), ha abierto el camino hacia una mejor comprensión de las posiciones teológicas recíprocas y además hacia nuevos acercamientos del trabajo teológico y hacia una nueva actitud de cara al pasado común de nuestras Iglesias. Esta purificación del recuerdo colectivo de nuestras Iglesias constituye un importante fruto del diálogo de la caridad y una condición indispensable del progreso futuro. Este diálogo de la caridad debe continuar intensificándose en la compleja situación que hemos heredado del pasado y que constituye la realidad en la que debe desenvolverse hoy nuestro esfuerzo.

Deseamos que el progreso en la unidad abra nuevas posibilidades de diálogo y colaboración con los creyentes de otras religiones y con todos los hombres de buena voluntad, para que el amor y la fraternidad lo sitúen por encima del odio y de la oposición entre los hombres. Esperamos contribuir así al advenimiento de una verdadera paz mundial. Imploramos este don de quien era, quien es y que vendrá, Cristo nuestro único Señor y nuestra verdadera paz.

Fanar, fiesta de San Andrés, 1979.





VIAJE A TURQUÍA

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Aeropuerto militar de Esmirna

Viernes 30 de noviembre de 1979



Señor Ministro,
Excelencias,
señoras y señores:

424 No puedo abandonar vuestro país sin manifestar mi agradecimiento cordial al pueblo turco y a sus dirigentes. Gracias a ellos he podido llevar a cabo felizmente esta visita en la que tenía tanto interés. Me he beneficiado de su cortés hospitalidad, de un servicio de orden bien organizado y de los diferentes medios que se han puesto a mi disposición en este viaje. He podido asimismo conversar agradable y provechosamente con las autoridades; y le agradecería en particular, señor Ministro, transmitiera la promesa de mi recuerdo y gratitud al Excmo. Sr. Presidente de la República y a los miembros del Gobierno.

Al igual que mi querido predecesor Pablo VI, he venido a vuestra tierra como mensajero de paz y como amigo. La Sede Apostólica de Roma no cesa de manifestar su voluntad de contribuir, según sus propios medios, a la instauración de relaciones pacíficas y fraternas entre los pueblos, al progreso humano y espiritual de todas las naciones sin distinción, a la promoción y defensa de los derechos humanos de las personas y comunidades nacionales, étnicas y religiosas. La República de Turquía, que mantiene relaciones diplomáticas con la Santa Sede desde 1960, está bien convencida de ello.

Me siento complacido de haber tenido ocasión de manifestar mi estima hacia el pueblo turco. Lo sabía ya y lo he experimentado estos días: es una nación orgullosa de sí misma con razón, que se propone solucionar sus problemas políticos, económicos y sociales con dignidad, democracia e independencia. Tiene la riqueza de una juventud muy numerosa y está decidida a utilizar todos los recursos del progreso moderno. Hago votos cordiales por su porvenir.

No he podido tampoco dejar de meditar en su pasado. Desde hace milenios —hasta los hititas podemos remontarnos— este país ha sido encrucijada y crisol de civilizaciones al ser gozne entre Asia y Europa. ¡Cuántas riquezas culturales escondidas no sólo en sus restos arqueológicos y sus monumentos venerables, sino en el alma, en la memoria más o menos consciente de su población! ¡Cuántas aventuras también, gloriosas o dolorosas, han formado la trama de su historia!

La unidad de la Turquía moderna se constituye hoy alrededor del bien común que se ha de impulsar, y por el que el Estado tiene la misión de velar. La distinción clara de los campos civil y religioso puede permitir que cada uno ejerza sus responsabilidades específicas respetando la naturaleza de cada poder y la libertad de las conciencias. El principio de esta libertad de conciencia, como también la de religión, culto y enseñanza, están reconocidos en la Constitución de esta República. Deseo que todos los creyentes y sus comunidades se beneficien de aquélla cada vez más. Cuando están bien formadas, las conciencias sacan de sus profundas convicciones religiosas, es decir, de su fidelidad a Dios, una esperanza, un ideal y las cualidades morales de valentía, lealtad, justicia y fraternidad, que son necesarias para la felicidad, la paz y el alma de todos los pueblos. En este sentido séame permitido manifestar mi estima hacia todos los creyentes de este país.

He venido a vosotros ante todo como jefe religioso, y comprenderéis fácilmente que me he sentido especialmente feliz al encontrar en este país a hermanos e hijos cristianos que esperaban mi visita y estas comunicaciones espirituales que se habían hecho necesarias en cierto modo. Sus comunidades cristianas, pocas en número pero fervorosas y hondamente enraizadas en la historia y el amor de su patria, mantienen la llama de la fe, la oración y la caridad de Cristo, dentro del respeto a todos. He evocado asimismo ante ellas las regiones y ciudades que fueron distinguidas por la evangelización de los grandes Apóstoles de Cristo, Pablo, Juan, Andrés; por las primeras comunidades cristianas; y por los grandes Concilios Ecuménicos. Sí, como Sucesor del Apóstol Pedro, mi corazón y el de todos los cristianos del mundo, está muy encariñado con estos famosos lugares a donde siguen viniendo nuestros peregrinos con emoción y gratitud. Es honor para vuestro país comprenderlos y facilitar esta hospitalidad.

Agradezco particularmente a Vuestra Excelencia el haber tenido la amabilidad de acompañarme. Saludo asimismo a los representantes de las comunidades civiles, religiosas y culturales aquí presentes. Formulo mis mejores votos para ustedes y para todos y cada uno de sus compatriotas. Quisiera que mi visita haya sido para todos como un mensaje de paz y de amor fraterno, sin los que no hay felicidad verdadera ni auténtico progreso, ni menos aún fidelidad a Dios. Seguiré pidiendo al Altísimo que dé luz al pueblo turco y a sus dirigentes en la búsqueda de su voluntad, les ayude en sus duras tareas y les colme de sus dones de paz y fraternidad.





VIAJE A TURQUÍA


AL LLEGAR A ROMA


Aeropuerto de Fiumicino

Viernes 30 de noviembre de 1979



Con el corazón todavía invadido por intensas emociones y trayendo en el alma imágenes inolvidables de lugares que hacen tan queridos tradiciones venerandas, piso de nuevo la tierra italiana.

Estoy agradecido al Señor por la asistencia que me ha concedido también en esta peregrinación, que se ha desarrollado con el distintivo de dos "notas" peculiares de la Iglesia, la de la apostolicidad y de la unidad. Efectivamente, he ido a visitar a Su Santidad el Patriarca Dimitrios I, para rendir homenaje, junto con él, al hermano del Apóstol Pedro y para confirmar así que la ascendencia apostólica permanece marcada indeleblemente en el rostro de la Iglesia como uno de sus rasgos sobresalientes. Con este viaje he intentado, además, testimoniar mi firme voluntad de ir adelante por el camino que conduce a la unidad plena de todos los cristianos y dar, al mismo tiempo, una aportación al acercamiento de los hombres entre sí, en el respeto de lo que es esencial y profundamente humano.

425 Ahora mi pensamiento se dirige con reconocida benevolencia a las autoridades turcas, que tanta cortesía han querido demostrarme durante mi estancia en la nación; al querido hermano Su Santidad Dimitrios I, a los Metropolitas, a los Obispos, al clero y a los fieles del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, con quienes he tenido el gozo de vivir un momento significativo de comunión en la fe y en la caridad; a los venerables hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, al Pueblo de Dios de la Iglesia católica que está en Turquía; y a toda la población turca, que con espontáneas manifestaciones de simpatía me ha hecho captar el gran deseo de entendimiento y de fraternidad que hay en el corazón de cada hombre.

Expreso, ahora, mi complacencia agradecida ante todo al señor Ministro del Interior, honorable Virginio Rognoni, por las nobles palabras con que ha querido presentarme la bienvenida, en nombre también del Gobierno y del pueblo italiano. Saludo, después, y doy las gracias a los miembros del Sacro Colegio, a las autoridades civiles y eclesiásticas, como también al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, por su gentil presencia, en la que reconozco el testimonio del interés con que ha sido seguida mi peregrinación. Finalmente, quiero dirigir una palabra de complacencia y de reconocimiento a los dirigentes, a los pilotos y al personal de la Sociedad aérea, a cuya entrega experta y solícita se ha debido el resultado perfecto de la travesía aérea.

Al aseguraros que he tenido para todos un recuerdo en la oración a la Virgen Santísima, especialmente en la ciudad de Efeso, quiero confiar una vez más a su intercesión materna a cuantos he encontrado en estos días en mi camino y, mientras invoco sobre todos la bendición de Cristo Redentor, me complazco en impartir mi bendición apostólica a los que estáis aquí presentes, a los queridísimos hijos de la Urbe y a toda la humanidad, con el deseo más cordial de prosperidad y de paz.

Al llegar al Vaticano, Su Santidad entró en la basílica de San Pedro para orar ante la tumba del Apóstol, hermano de San Andrés. Saludó a los monaguillos que le esperaban en los jardines vaticanos y luego se asomó a la ventana de su despacho privado para responder a las aclamaciones de las personas que se habían congregado en la plaza de San Pedro.

¡Alabado sea Jesucristo! Estoy en casa, gracias a Dios... Debo dar gracias al Señor que nos ha conducido. Debo dar las gracias también a todas las personas presentes y a tantas otras que me han seguido con su oración. Así, he hecho este viaje guiado por el Señor y por tantas personas buenas, por tantas comunidades que han rezado por mi viaje. Por hoy es suficiente. Hablaremos un poco más el domingo. Os doy las gracias una vez más y os deseo una buena noche. Vosotros y yo hemos ganado todos un buen descanso. ¡Alabado sea Jesucristo!





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CONSEJO GENERAL DE LOS REDENTORISTAS


Jueves 6 de diciembre de 1979



Hijos queridísimos:

1. Mi espíritu se abre en el saludo más cordial al recibiros en esta audiencia especial que habéis solicitado con amable insistencia y que esta mañana tengo la alegría de poderos conceder, finalmente, después de alguna dilación impuesta por los compromisos pastorales de estas semanas. Estoy contento de presentar, ante todo, mis felicitaciones sinceras al Rvdmo. padre Joseph Pfab, a quien la estima de los religiosos participantes en el reciente capítulo general ha confirmarlo en el cargo de superior general; y saludo, después, afectuosamente a todos vosotros que, en calidad de sus consejeros, habéis sido llamados a dar vuestra valiosa aportación para el gobierno de toda la congregación.

Estoy seguro de que habéis realizado un buen trabajo junto con los demás padres capitulares, durante las intensas jornadas de confrontación y reflexión del mencionado capítulo general, gracias también a los datos suministrados por la consulta precedente a cada una de las comunidades. Las decisiones que habéis tomado después de haber pensado y orado, no pueden, por lo tanto, dejar de ofrecer una aportación determinante a la consolidación de los resultados ya conseguidos, a la superación de las dificultades que actualmente se advierten, al planteamiento del compromiso comunitario para el futuro próximo.

2. He visto con satisfacción, a este propósito, que os habéis preocupado de preguntaros con lúcida franqueza sobre el fin primario de vuestro instituto, fin que San Alfonso fijó en el anuncio de la Palabra de Dios "a las almas más abandonadas". En efecto, el Concilio ha recordado sabiamente que no se da una renovación auténtica de la vida religiosa sin un "retorno a las fuentes", y es conocida la norma que formularon los padres en esta materia: "reconózcanse y manténganse fielmente el espíritu y propósito propios de los fundadores, así como las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio de cada instituto" (Decret. Perfectae caritatis PC 2).

Conscientes de esto, habéis tratado de enfocar el significado preciso de la evangelización en el mundo de hoy, y os habéis preguntado quiénes deben ser considerados "los pobres" y los "abandonados" en nuestro contexto social, así como de establecer las "prioridades de compromiso", para orientar hacia ellas, bien que en el respeto a un legítimo pluralismo. el esfuerzo misionero de la congregación. Esto era necesario para evitar inútiles dispersiones de energías, y para mantener en la congregación la fisonomía que San Alfonso le dio y que el pueblo cristiano ha demostrado muy claramente apreciar en el curso de los siglos.


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