Discursos 1979 194


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA


AL CONSEJO DEL EPISCOPADO POLACO PARA LA CIENCIA



Martes 5 de junio de 1979




Con gran gozo me reúno con el venerable Consejo del Episcopado polaco para la Ciencia, del que hasta hace poco he sido presidente por voluntad de la Conferencia de dicho Episcopado. Hoy saludo cordialmente a mi sucesor el Excmo. Sr. Don Marian Rechowicz y a todos los amados sacerdotes y señores profesores.

Deseo deciros que al Consejo del Episcopado para la Ciencia doy la misma gran importancia que le daba en el pasado.

195 Tal vez, hoy, después de la promulgación de la nueva Constitución Apostólica Sapientia christiana sobre los estudios universitarios, veo más claramente la actualidad de nuestro Consejo para la Ciencia y aprecio con mayor conocimiento de causa su función y responsabilidad.

La Iglesia, sobre todo en esta época, debe afrontar esta responsabilidad. Antes de nada debe proveer concienzudamente sobre los problemas de su propia ciencia a nivel académico. Asimismo debe participar con competencia suma en los importantes procesos de la ciencia contemporánea, vinculados a la actividad de las universidades e institutos varios, especialmente en sus propias universidades e institutos católicos.

El Consejo del Episcopado para la Ciencia, que reúne a representantes de todos los ateneos católicos de carácter académico en Polonia, precisamente en este campo debe ser de utilidad para el Episcopado y la Iglesia en nuestra patria. No exagero al decir que a él incumbe gran parte de la responsabilidad del hoy y del mañana de la cultura polaca cristiana.

Por tanto, y teniendo presente todo lo anterior, Excelentísimos obispos y señores profesores, encomiendo vuestra actividad futura a María, Sede de la Divina Sabiduría, y os bendigo de todo corazón.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA


DURANTE LA "LLAMADA DE JASNA GÓRA"


Martes 5 de junio de 1979



"María, Reina de Polonia, estoy a tu lado, te recuerdo, vigilo".

Repetiremos dentro de poco estas palabras que, desde el tiempo de la gran novena de preparación para el milenio del bautismo, se convirtieron en la llamada de Jasna Góra y de la Iglesia en Polonia.

Las repetiré hoy con vosotros como Papa-peregrino en su tierra patria.

Qué bien responden estas palabras a la invitación que tantas veces oímos en el Evangelio: "Vigilad". Respondiendo a esta invitación del mismo Cristo, deseamos hoy, como cada tarde a la hora de la llamada de Jasna Góra, decir a su Madre: "¡Estoy a tu lado, te recuerdo, vigilo!".

Estas palabras expresan, de modo sencillo y, al mismo tiempo, fuerte, lo que significa ser cristiano en tierra polaca siempre, pero especialmente en esta decisiva "milenaria" época de la historia de la Iglesia y de la nación. Ser cristiano quiere decir vigilar, como vigila el soldado durante la guardia, la madre a su hijo y el médico al enfermo.

Vigilar significa custodiar un gran bien.

196 Con ocasión del milenio del bautismo, nos hemos dado cuenta, con una nueva fuerza, de ese gran bien que es nuestra fe y toda la herencia espiritual que de ella toma su origen en nuestra historia. Vigilar significa recordar todo esto. Significa percibir agudamente los valores que existen en la vida de cada hombre por el simple hecho de serlo, de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios y haber sido redimido con la sangre de Cristo. Vigilar quiere decir recordar todo esto. Recordárnoslo a nosotros mismos y muchas veces también a los demás, a los connacionales, al prójimo.

2. Hay que vigilar, mis queridísimos hermanos y hermanas; hay que vigilar y cuidar con gran celo todo bien del hombre, porque ésa es la gran tarea que nos corresponde a cada uno de nosotros. No puede permitirse que se pierda nada de lo que es humano, polaco, cristiano sobre esta tierra.

"Sed sobrios y vigilad" (
1P 5,8), dice San Pedro. Y yo hoy. en la hora de la llamada de Jasna Góra, repito sus palabras. Me encuentro aquí, en efecto, para vigilar en esta hora con vosotros y mostraros cuán profundamente me afecta cualquier amenaza contra el hombre, contra la familia y la nación. Amenazas que tienen siempre su origen en nuestra debilidad humana, en la voluntad frágil, en la forma superficial de considerar la vida.

. Por tanto, queridísimos connacionales, en esta hora de particular sinceridad, en el momento de abrir el corazón ante Nuestra Señora de Jasna Góra, os digo esto y esto es lo que os confío. ¡No sucumbáis en la debilidad!

No os dejéis vencer del mal, sino venced al mal con el bien (cf. Rom Rm 12,21). Si ves que tu hermano cae, levántalo, ¡no lo dejes expuesto al peligro! A veces es difícil sostener a otro hombre, sobre todo "si se nos escapa de entre las manos...". Pero, ¿se puede hacer? Es Dios mismo, es el mismo Cristo quien nos confía cada uno de nuestros hermanos, de nuestros connacionales, diciendo: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40). ¡Estad atentos a no haceros responsables de los pecados de los demás! Cristo dirige severas palabras contra quienes producen escándalo (cf. Mt Mt 18,6-7). Mira a ver, por tanto, querido hermano y hermana, en esta hora de sinceridad nacional, ante la Madre y ante su corazón lleno de amor, si escandalizas, si arrastras a otros al mal, si echas con ligereza sobre tu conciencia los vicios y malas costumbres que los otros contraen por causa tuya... Los jóvenes... quizá incluso tus propios hijos...

"¡Sed sobrios y vigilad!".

Vigilar y recordar de este modo, quiere decir estar junto a María. Estoy a tu lado. No puedo sentirme cerca de Ella, de Nuestra Señora de Jasna Góra si no es vigilando y recordando estas cosas. Y si realmente "vigilo y recuerdo", ya por eso mismo estoy a su lado. Y puesto que Ella ha invadido tan profundamente nuestros corazones, es más fácil para nosotros vigilar y recordarnos de lo que es nuestra herencia y nuestro deber, estando junto a María. "Estoy a tu lado".

3. La llamada de Jasna Góra no ha dejado de ser nuestra plegaria y nuestro programa. ¡Plegaria y programa de todos! ¡Que sea, de modo especial, la plegaria y el programa de las familias polacas!

La familia es la primera y fundamental comunidad humana.

Es ambiente de vida, es ambiente de amor. La vida de toda sociedad, nación y Estado, depende de la familia; la familia es, dentro de esa sociedad, un verdadero ambiente de vida y de amor.Hay que hacer mucho, mejor dicho, hay que hacer todo lo posible para proporcionar a la familia las condiciones necesarias para ello: condiciones de trabajo, de vivienda, de manutención,: cuidando de la vida desde el momento de la concepción, respeto social de la paternidad y la maternidad, gozo que dan los niños desde que llegan al mundo, pleno derecho a la educación y, al mismo tiempo, ayuda a la educación en todas sus formas... He aquí un amplio y rico programa, del que depende el porvenir del hombre y de la nación.

¡Cómo deseo hoy, queridísimos connacionales, cuán ardientemente deseo que en este programa se cumpla, día tras día, año tras año, la llamada de Jasna Góra, la plegaria de los corazones polacos!

197 ¡Cuán ardientemente deseo yo, que debo la vida, la fe, la lengua y una familia polaca, que la familia no deje jamás de ser fuerte con la fuerza de Dios! ¡Que supere todo cuanto la debilita, la destroza, todo cuanto no le permite ser verdadero ambiente de vida y de amor!

Para eso ruego por vosotros en este momento, con las palabras de la llamada de Jasna Góra.

Y deseo rogar también en el futuro, repitiendo: "Estoy a tu lado, te recuerdo, vigilo", a fin de que este nuestro grito ante la Madre de Dios resuene y se actualice allí donde más se sienta su necesidad.

Allí donde, de la fidelidad a estas palabras, repetidas al finalizar el primer milenio, dependerá en su mayor parte el milenio nuevo.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS SEMINARISTAS Y NOVICIOS


Santuario de Jasna Góra

Miércoles 6 de junio de 1979



1. ¡Queridísimos míos! El Evangelio que más veces oímos leer cuando estamos presentes aquí en Jasna Góra, es el que nos recuerda las bodas de Caná de Galilea. San Juan, como testigo ocular, describió en todos sus detalles aquel acontecimiento que tuvo lugar en los comienzos de la vida pública de Cristo Señor. Es el primer milagro —primer signo de la fuerza salvífica de Cristo—realizado en presencia de su Madre y de sus primeros discípulos, futuros Apóstoles. También vosotros os habéis reunido aquí como discípulos de Cristo Señor. Cada uno de vosotros se ha hecho su discípulo a través del santo bautismo, que obliga a una sólida preparación de nuestros entendimientos, de nuestras voluntades, de nuestros corazones. Esto se realiza mediante la catequesis, primero en nuestras familias, después en la parroquia. Mediante la catequesis profundizamos cada vez más en el misterio de Cristo y descubrimos en qué consiste nuestra participación en él. La catequesis no es solamente aprender nociones religiosas, sino introducirnos en la vida de participación en el misterio de Cristo. De modo que, conociéndole a El —y conociendo, a través de El, también al Padre: "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,9)— nos convertimos, por el Espíritu Santo, en partícipes de la nueva vida que Cristo dio a cada uno de nosotros ya desde el bautismo y ha reafirmado después en la confirmación.

2. Esta nueva vida que Cristo nos da es nuestra vida espiritual, nuestra vida interior. Nos descubrimos, por tanto, a nosotros mismos; descubrimos en nosotros al hombre interior, con sus cualidades, talentos, nobles deseos, ideales; pero descubrimos también las debilidades, los vicios, las malas inclinaciones: egoísmo, orgullo, sensualidad. Sabemos perfectamente que los primeros de esos aspectos de nuestra humanidad tienen que ser desarrollados y reforzados y que, en cambio, los otros han de ser superados, convertidos, transformados. De ese modo —en el vivo contacto con el Señor Jesús, en el contacto del discípulo con el Maestro—, comienza y se desarrolla la más sublime actividad del hombre: el trabajo sobre sí mismo, que tiene como fin la formación de la propia humanidad. En nuestra vida nos preparamos para realizar diversos trabajos en una u otra profesión; en cambio, el trabajo interior tiende únicamente a formar el hombre mismo: ese hombre que es cada uno de nosotros. Este trabajo es la más personal colaboración con Jesucristo, semejante a la que se verificó en sus discípulos cuando les llamó a la intimidad con El.

3. El Evangelio de hoy habla del banquete. Sabemos bien que el Divino Maestro, al llamarnos a colaborar con El —colaboración que nosotros, como discípulos suyos, aceptamos para convertirnos en sus apóstoles—, nos invita como en Caná de Galilea. El prepara, en efecto, ante nosotros, como han descrito de modo expresivo y simbólico los Padres de la Iglesia, dos mesas: la mesa de la Palabra de Dios y la mesa de la Eucaristía. El trabajo que asumimos para nosotros mismos consiste en acercarnos a esas dos mesas para participar en ellas a manos llenas. Sé bien lo numerosos que son en Polonia los jóvenes, chicos y chicas, que con gozo, con confianza, con íntimo deseo de conocer la verdad y encontrar el amor puro y hermoso, se acercan a la mesa de la Palabra de Dios y a la mesa de la Eucaristía. Con ocasión de este nuestro encuentro de hoy, deseo subrayar el gran significado de las diversas formas de ese trabajo creativo, que nos permite encontrar el profundo valor de la vida, la verdadera fascinación de la juventud, viviendo en la intimidad con Cristo Maestro, en su gracia santificante. Se descubre de ese modo que la vida humana, en cuyos umbrales se encuentran todavía los jóvenes, tiene un sentido muy rico y que esa vida —siempre y en todo lugar— es una libre y consciente respuesta a la llanada de Dios, es una vocación claramente definida.

4. Algunos de vosotros han descubierto que Cristo les llama de modo especial a su exclusivo servicio y quiere verles en el altar como ministros suyos, o también en el camino de la consagración evangélica mediante los votos religiosos. Este descubrimiento de la vocación va seguido de una particular tarea de preparación durante varios años, la cual se realiza en los seminarios eclesiásticos o en los noviciados religiosos. Estas instituciones —beneméritas en la vida de la Iglesia— no dejen jamás de atraer a las almas juveniles, dispuestas a entregarse únicamente al Redentor, para que se cumpla lo que vosotros cantáis tan espontáneamente: "Ven conmigo a salvar el mundo, estamos ya en el siglo veinte...". Recordaos lo que yo gozo con cada vocación sacerdotal o religiosa, como un don especial de Cristo Nuestro Señor a la Iglesia, al Pueblo de Dios, como testimonio singular de la vitalidad cristiana de nuestras diócesis, parroquias y familias. Y hoy aquí, junto a vosotros, confío cada joven vocación a Nuestra Señora de Jasna Góra y se la ofrezco como un bien particular.

5. Durante el banquete de Caná de Galilea, María pidió a su Hijo la primera señal en favor de los jóvenes esposos y de los dueños de la casar Que María no deje de rogar por vosotros, por toda la juventud polaca, por la juventud de todo el mundo, a fin de que en vosotros se manifieste el signo de una nueva presencia de Cristo en la historia. Y vosotros, queridísimos míos, recordad bien esas palabras que la Madre de Cristo pronunció en Caná, dirigiéndose a los hombres que debían llenar las vasijas de agua. Dijo entonces indicando a su Hijo: "Haced lo que El os diga" (Jn 2,5).

198 También a vosotros os dice lo mismo. Aceptad esas palabras.

Recordadlas.

¡Ponedlas en práctica!


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS SACERDOTES


Catedral de la Sagrada Familia de Czestochowa

Miércoles 6 de junio de 1979



1. Queridos hermanos míos en el sacerdocio y a la par, en el mismo sacerdocio de Cristo, amadísimos hijos.

Nos encontramos aquí a loa pies de la Madre de Dios, ante el rostro de nuestra Madre: Madre de los sacerdotes. Nos encontramos en circunstancias insólitas que seguramente, al igual que yo, sentís profundamente. Pues bien este primer Papa polaco, que está hoy ante vosotros, recibió la gracia de la vocación sacerdotal en tierra polaca, pasó por el seminario mayor polaco (en gran parte “subterráneo", porque era durante la ocupación), estudió en la facultad teológica de la Universidad Jagellónica, recibió la ordenación sacerdotal del obispo polaco de inolvidable memoria y príncipe inflexible, el cardenal Adam Stefan Sapieha, participó con vosotros en las mismas experiencias de la Iglesia y de la nación.

Esto sobre todo quiero deciros en el encuentro de hoy. Todo lo que aquí se ha consolidado en mí, lo que de aquí me he llevado, tiene su eco en todos los encuentros que he tenido con los sacerdotes desde el día 16 de octubre de 1978. Por eso hoy, al encontrarme con vosotros, deseo referirme sobre todo a las palabras que en diversas ocasiones he pronunciado. En efecto, considero que todos vosotros tenéis parte en su formulación, y a vosotros pertenecen en parte los derechos de autor. Además creo que, aunque hayan sido pronunciadas en Roma o en otras partes, hacen referencia a vosotros que estáis en Polonia

2. He aquí un trozo del discurso dirigido a los sacerdotes diocesanos y religiosos de la diócesis de Roma, el 9 de noviembre del año pasado: «Recuerdo —decía— a los sacerdotes dignos de admiración, celosos y con frecuencia heroicos, con quienes he compartido afanes y luchas... En mi anterior trabajo episcopal me ha prestado gran servicio el consejo presbiteral, en cuanto comunidad, y como lugar de encuentro para compartir, junto con el obispo, la solicitud común hacia toda la vida del presbyterium, y para dar eficacia a su actividad pastoral... Mientras me encuentro aquí con vosotros por vez primera y os saludo con afecto sincero —decía también a los sacerdotes y religiosas de Roma— tengo todavía ante los ojos y el corazón al presbyterium de la Iglesia de Cracovia: todos nuestros encuentros en ocasiones varias, las conversaciones frecuentes que comenzaban ya en los años de seminario, las reuniones de sacerdotes, compañeros de ordenación de cada uno de los cursos del seminario, a las que siempre me invitaban y en la que yo tomaba parte con gozo y provecho» (Nb 2-3 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, EN 19 19 de noviembre de EN 1978 pág EN 2).

3. Y ahora volvamos juntos al gran encuentro con los sacerdotes mexicanos en el santuario de la Virgen de Guadalupe, a los que dirigí estas palabras:

«Servidores de una causa sublime, de vosotros depende en buena parte la suerte de la Iglesia en los sectores confiados a vuestro cuidado pastoral. Ello os impone una profunda conciencia de la grandeza de la misión recibida y de la necesidad de adecuarse cada vez más a ella. Se trata, en efecto.... de la Iglesia de Cristo —¡qué respeto y amor debe esto infundirnos!—, a la que habéis de servir gozosamente en santidad de vida (cf. Ef Ep 4,13). Este servicio, alto y exigente no podrá ser prestado sin una clara y arraigada convicción acerca de vuestra identidad como sacerdotes de Cristo, depositarios y administradores de los misterios de Dios, instrumentos de salvación para los hombres, testigos de un reino que se inicia en este mundo, pero que se completa en el más allá» (Nb 2-3, AAS 71, 1979, pág. 180; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de febrero de 1979, pág. 4).

199 4. Finalmente, la tercera cita y, quizá, la más conocida: la Carta a todos los sacerdotes de la Iglesia con ocasión del Jueves Santo de 1979. He sentido muy viva la necesidad de dirigirme a los sacerdotes de toda la Iglesia, precisamente al comienzo de mi pontificado. Deseaba que fuese en ocasión del Jueves Santo en ocasión de la "fiesta de los sacerdotes". Tenía ante mis ojos aquel día cuando, en la catedral de Wawel, juntos hemos renovado nuestra fe en el sacerdocio del mismo Cristo, dedicándole de nuevo, a su plena disposición, todo nuestro ser, alma y cuerpo, para que pudiese obrar mediante nosotros y cumplir su obra salvífica.

«Nuestra actividad pastoral —he escrito entre otras cosas— exige que estemos cerca de los hombres y de sus problemas, tanto personales y familiares como sociales. pero exige también que estemos cerca de estos problemas "como sacerdotes". Sólo entonces, en el ámbito de todos esos problemas, somos nosotros mismos. Si, por tanto, servimos verdaderamente a estos problemas humanos, a veces muy difíciles. entonces conservamos nuestra identidad y somos de veras fieles a nuestra vocación. Debemos buscar con gran perspicacia, junto con todos los hombres, la verdad y la justicia, cuya dimensión verdadera y definitiva sólo la podemos encontrar en el Evangelio. más aún, en Cristo mismo» (
Nb 7, AAS 71, 1979, pág. 404; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 15 de abril de 1979, pág. 10).

5. Queridos sacerdotes polacos reunidos hoy en Jasna Góra: He aquí los principales pensamientos que deseaba compartir con vosotros. Los sacerdotes polacos tienen su propia historia, que han escrito en estrecha unión con la historia de la patria, las enteras generaciones de los "ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1Co 4,1) que ha dado nuestra tierra.

Nos hemos sentido siempre profundamente ligados al Pueblo de Dios, a este pueblo en medio del cual hemos sido "escogidos", y para el cual somos "constituidos" (cf. Heb He 5,1). El testimonio de la fe viva que sacamos del Cenáculo, de Getsemaní, del Calvario; de la fe mamada con la leche de nuestras madres; de la fe consolidada entre las duras pruebas de nuestros connacionales, es nuestro carnet espiritual; el fundamento de nuestra identidad sacerdotal.

¿Cómo podría dejar de recordar en este encuentro de hoy a los millares de sacerdotes polacos que durante la última guerra perdieron la vida, sobre todo en los campos de concentración?

Permitidme, sin embargo, limitar los recuerdos que se me agolpan en la mente y en el corazón.

Diré solamente que esta herencia de la fe sacerdotal, del servicio, de la solidaridad con la nación en sus momentos más difíciles, que constituye en cierto sentido el fundamento de la confianza histórica en los sacerdotes polacos por parte de la sociedad, debe ser siempre cultivada por cada uno de vosotros y, diría, conquistada de nuevo. Cristo el Señor ha enseñado a los Apóstoles el concepto que deben tener de sí mimos y lo que deben exigirse: "Sonsos siervos inútiles: lo que teníamos que hacer, eso hicimos" (Lc 17,10). Queridos hermanos, sacerdotes polacos, recordando estas palabras y las experiencias históricas, debéis tener siempre presentes estas exigencias que provienen del Evangelio, y que son la medida de vuestra vocación. Es un gran bien este crédito de confianza que el sacerdote polaco tiene ante la sociedad cuando es fiel a su misión y su actitud es límpida y conforme con este estilo de vida que la Iglesia en Polonia ha seguido durante los últimos decenios: el estilo del testimonio evangélico del servicio social. Dios nos asista para que este estilo no se vea expuesto a titubeo alguno.

Cristo pide a sus discípulos que su luz resplandezca ante los hombres (cf. Mt Mt 5,16). Nos damos perfectamente cuenta de las debilidades humanas que hay en cada uno de nosotros. Pensemos con humildad en la confianza que tiene en nosotros el Maestro y Redentor, al confiarnos el poder sobre su Cuerpo y Sangre. Confío en que, con la ayuda de su Madre, seáis capaces —en estos tiempos difíciles y con frecuencia no claros— de comportaros de tal manera que brille vuestra luz entre los hombres. Oremos incesantemente por ello. Oremos con gran humildad.

Quiero además expresar este ardiente deseo: que Polonia no cese de ser la patria de las vocaciones sacerdotales y la tierra del gran testimonio que se da a Cristo mediante el servicio de vuestra vida: mediante el ministerio de la Palabra y de la Eucaristía.

Amad a María, queridos hermanos. No dejéis de sacar de este amor la fuerza para vuestros corazones. Que Ella sea para vosotros y mediante vosotros la Madre de todos, que tienen tanta sed de maternidad.

Monstra Te esse Matrem
200 Sumat per Te preces
qui pro nobis natus
tulit esse Taus.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

ANTES DE SALIR DEL SANTUARIO DE JASNA GÓRA


Miércoles 6 de junio de 1979



¡Señora Nuestra de Jasna Góra!

1. Hay la costumbre —una bella cosumbre— de que loa peregrinos que has hospedado junto a Ti en Jasna Góra, antes de irse de aquí, te hagan una visita de despedida. Recuerdo muchas de estas visitas de despedida, de estas audiencias particulares que Tú. ¡oh Medre de Jasna Góra!, me has concedido cuando yo era aún estudiante de liceo y venía aquí con mi padre o con la peregrinación de toda la parroquia natal de Wadowice. Recuerdo la audiencia que me concediste a mí y a mis compañeros cuando llegamos aquí clandestinamente, como representantes de la juventud universitaria de Kraków, durante la terrible ocupación, para no interrumpir la continuidad de las peregrinaciones universitarias a Jasna Góra iniciadas en el memorable año 1936. Recuerdo tantas otras despedidas de Ti, tantos otros momentos de separación, cuando venía aquí como asistente espiritual de los jóvenes y más tarde como obispo guiando las peregrinaciones de los sacerdotes de la archidiócesis de Kraków.

2. Hoy he venido a Ti, Señora Nuesra de Jasna Góra, con el venerable primado de Polonia, con el arzobispo de Kraków (Cracovia), con el obispo de Czestochowa y con todo el Episcopado de mi patria para despedirme una vez mas y para pedirte la bendición para mi viaje. Vengo aquí después de estos días pasados con ellos —y con tantos otros peregrinos— como primer servidor de tu Hijo y Sucesor de San Pedro en la Cátedra Romana. Es verdaderamente inefable el significado de esta peregrinación. No intentaré ni siquiera buscar palabras para expresar lo que ha sido para mí y para todos nosotros y lo que no cesará de ser. Perdona, pues, Madre de la Iglesia y Reina de Polonia, que todos nosotros te demos las gracias únicamente con el silencio de nuestros corazones. Con este silencio te cantamos nuestro "prefacio" de despedida.

3. Deseo solamente, en tu presencia, dar las gracias a mis queridísimos hermanos en el Episcopado: al cardenal primado, a los arzobispos y obispos de la Iglesia en Polonia, de entre los cuales he sido llamado, y con quienes he estado profundamente vinculado desde el comienzo y sigo estándolo. He aquí a los que convirtiéndose, según palabras de San Pedro, en modelos del rebaño (forma gregis) (cf. 1P 5,3) sirven con toda el alma a la Iglesia y a la patria, sin ahorrar sus fuerzas. Deseo daros las gracias, venerables hermanos, a todos vosotros y en particular a ti, eminentísimo y dilectísimo primado de Polonia, repitiendo una vez más (quizás también sin palabras) lo que ya dije en Roma el 22 y el 23 de octubre del año pasado. Hoy repito lo mismo —con el pensamiento y con el corazón—aquí, en presencia de Nuestra Señora de Jasna Góra.

Doy las gracias de corazón a todos los que estos días han sido peregrinos aquí conmigo, en particular los custodios del santuario: los padres paulinos, encabezados por su superior general y guardián de Jasna Góra.

4. ¡Madre de la Iglesia de Monteclaro! Una vez más me consagro a Ti "en tu materna esclavitud de amor: Totus tuus! ¡Soy todo tuyo! Te consagro la Iglesia entera, en todas partes, hasta los confines de la tierra. Te consagro la humanidad; te consagro los hombres, mis hermanos. Todos los pueblos y naciones. Te consagro Europa y todos los continentes. Te consagro Roma y Polonia unidas, a través de tu siervo, por un nuevo vínculo de amor.

Madre, ¡acepta!

201 Madre, ¡no nos abandones!

Madre, ¡guíanos Tú!


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL LLEGAR A LA CIUDAD DE SAN ESTANISLAO


Cracovia, miércoles 6 de junio de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas:

Por inescrutable designo de la Providencia, tuve que dejar la sede episcopal de San Estanislao en Kraków (Cracovia) y, desde el 16 de octubre de 1978, ocupar la de San Pedro en Roma. La elección hecha por el Sacro Colegio fue para mí expresión de la voluntad de Cristo mismo.A esta voluntad deseo permanecer siempre sumiso y fiel, deseo además servir con todas mis fuerzas la gran causa a la que he sido llamad, es decir, el anuncio del Evangelio y la obra de la salvación. Os doy las gracias porque me habéis ayudado espiritualmente, sobre todo con vuestras oraciones.

Si digo esto en mis primeras palabras con las que os saludo, lo hago porque Cristo escribe sus llamadas en el corazón vivo del hombre. Y mi corazón estaba, y no ha dejado de estar, unido con vosotros, con esta ciudad, con este patrimonio, con esta "Roma polaca".

Aquí, en esta tierra, he nacido.

Aquí, en Kraków, he pasado la mayor parte de mi vida, comenzando con la matrícula en la Universidad Jagellónica en 1938.

Aquí recibí la gracia de la vocación sacerdotal.

En la catedral de Wawel fui consagrado obispo, y desde enero de 1964 heredé el gran patrimonio de los obispos de Kraków.

Kraków, desde los más tiernos años de mi vida, ha sido para mí una síntesis particular de todo lo que es polaco y cristiano. Ella me ha hablado del gran pasado histórico de mi patria. Ha representado para mí de modo sublime el espíritu de su historia.

202 Recuerdo la antigua Kraków de mis años juveniles y universitarios, y la Kraków nueva, esa que con la construcción de Nowa Huta casi se ha triplicado. Esa en cuyos problemas he participado como Pastor, como obispo, como cardenal.

Hoy saludo a esta mi querida Kraków como peregrino.

Saludo a todo lo que la forma: el testimonio de la historia, la tradición de los reyes, el patrimonio de la cultura y de la ciencia y, al mismo tiempo, la moderna metrópoli.

Sobre todo, os saludo a vosotros, habitantes de Kraków, a todos y a cada ano. Vuelvo a vosotros come a una gran familia durante estos días del jubileo le San Estanislao.

¡Os siento tan cercanos! A causa de este alejamiento al que el Señor me la llamado, os siento todavía más cercanos.

Quiero expresaros mis sentimientos y deseos con las palabras de San Ignacio de Antioquía: "Os conceda ahora todo bien en abundancia la gracia del Señor... En efecto, como vosotros me habéis consolado de tantas formas, así os consuele a vosotros el Señor Jesús. Me habéis demostrado vuestro amor, tanto cuando estaba presente, como cuando estaba ausente; el Señor os recompense por ello" (Carta a los fieles de Esmirna, IX. 2 Sources Chrétiennes, X. 164).

Deseo, durante estos pocos días que estaré con vosotros, hacer lo mismo que he hecho siempre: anunciar "las grandezas de Dios" (
Ac 2,11), dar testimonio del Evangelio y servir a la dignidad del hombre. Así como la sirvió San Estanislao hace tantos siglos.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA


EN LA CATEDRAL DE CRACOVIA


Miércoles 6 de junio de 1979



Al llegar a Kraków, he dirigido mis primeros pasos hacia la catedral para encontrarme con vosotros, que esperabais aquí, junto a la tumba de San Estanislao, de la Reina Santa Eduvigis, y junto a la tumba de nuestros reyes, de nuestros caudillos, de nuestros inspirados poetas nacionales. Todos sabéis muy bien lo que ha sido para mí esta catedral de Wawel.

Saludo a todo el presbiterio de la Iglesia de Kraków, tan querido para mí, reunido junto a las reliquias de su Patrono, obispo hace ahora nueve siglos, y al mismo tiempo junto a su actual sucesor, el metropolitano de Kraków, y a sus hermanos en el Episcopado.

Saludo a todos.

203 Desde 1972 vine preparando, junto con vosotros, queridísimos hermanos, este jubileo que ahora celebramos. aunque de modo tan diverso del que se preveía. ¡Son inescrutables los designios de Dios! ¡Inescrutables sus caminos!

Habíamos proyectado juntos que este año se haría la visita a todas las parroquias de la archidiócesis de Cracovia con las reliquias de San Estanislao, y sé que esto se está realizando. Permitidme que a esta sucesión de visitas añada también la mía actual en la basílica de Wawel que, como catedral, es madre de todas las iglesias y parroquias de la archidiócesis. Mediante la visita a las santas reliquias, aquí en la catedral, visito indirectamente a cada una de las parroquias. Y, de este modo, visito también a cada uno de vosotros, queridísimos hermanos e hijos, a cada uno en el propio puesto de trabajo. Visito a todas las comunidades del Pueblo de Dios, de las que sois Pastores. Os ruego que saludéis a vuestras parroquias, a vuestras iglesias, a vuestras capillas. Saludad a todos los santuarios siempre tan queridos para mi corazón.

¡Saludad a las familias, a los padres, a la juventud!

Lo mismo que entonces, también ahora ruego cada día por mi querida archidiócesis:

por las familias;

por las parroquias y vicarías fonáneas;

por las congregaciones religiosas masculinas y femeninas;

por el seminario de Kraków y todos los seminarios que tienen sede en la ciudad;

por el ateneo teológico, que es heredero de la facultad más antigua de Polonia, de la Universidad Jagellónica, que debemos a la Reina Santa Eduvigis;

por el consejo presbiteral;

por la curia metropolitana;

204 por el cabildo encargado de la custodia de Wawel;

por el Sínodo de la archidiócesis y de la metrópoli.

Bendito sea Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo que nos ha bendecido con el don de una particular unidad en su servicio. Amén.


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA


EN EL SANTUARIO DE KALWARIA ZEBRZYDOWSKA


Jueves 7 de junio de 1979



1. No sé, desde luego, cómo dar las gracias a la Divina Providencia que me ha concedido una vez más visitar este lugar. Kalwaria Zebrzydowska, el santuario de la Madre de Dios, los Santos Lugares de Jerusalén vinculados a la vida de Jesús y de su Madre, reproducidos aquí, los así llamados "Caminitos". Los he visitado muchas veces, de niño, de joven. Los he visitado como sacerdote. Especialmente he visitado con frecuencia el santuario de Kalwaria como arzobispo de Kraków (Cracovia) y como cardenal. Veníamos aquí muchas veces, los sacerdotes y yo, para concelebrar ante la Madre de Dios. Veníamos en la peregrinación anual de agosto y también en las peregrinaciones de determinados grupos en primavera y otoño. Pero más frecuentemente venía aquí solo, y andando por los caminitos de Jesucristo y de su Madre, podía meditar sus misterios santísimos, y encomendar a Cristo, por medio de María, los problemas especialmente difíciles y de singular responsabilidad en mi complejo ministerio. Puedo decir que casi ninguno de estos problemas ha madurado sino aquí, mediante la oración ardiente ante este gran misterio de la fe que Kalwaria esconde dentro de sí.

2. Es un misterio, que todos vosotras conocéis bien: vosotros, padres y hermanos bernardinos (franciscanos), custodios de este santuario, y vosotros habitantes del lugar, feligreses, vosotros numerosos, numerosos peregrinos que venís aquí en diversos tiempos y en distintos grupos desde toda Polonia, especialmente de las regiones cercanas a los Cárpatos, de una y otra parte de Tatra, algunos bastantes veces. Kalwaria tiene en sí algo que atrae al hombre. ¿Qué es lo que provoca tal efecto? Quizá también esta belleza natural del paisaje, que se extiende en los umbrales de los Beskidy polacos. Ciertamente ello nos recuerda a María que —para visitar a Isabel— "se puso en camino y con presteza fue a la montaña" (Lc 1,39). Pero lo que sobre todo atrae aquí al hombre continuamente es ese misterio de unión de la Madre con el Hijo y del Hijo con la Madre. Ese misterio está narrado de modo plástico y magnífico mediante todas las capillas e iglesitas que se extienden en torno a la basílica central, donde reina la imagen de la Virgen de Kalwaria, coronada con la diadema del Papa León XIII, el 15 de agosto de 1887, por el cardenal Albino Dunajewski. Para el centenario de este acto, que tendrá lugar en 1987, os prepararéis durante los próximos nueve años. Vivid profundamente estos nueve años de preparación y os acerquen todavía más a los misterios de la Madre y del Hijo, tan intensamente vividos y meditados en este santo lugar.

El misterio de la unión de la Madre con el Hijo y del Hijo con la Madre en el Vía Crucis, y después en las huellas de sus funerales de la Capilla de la Dormición en el "Sepulcro de la Virgen". Finalmente, el misterio de la unión en la gloria, que recuerdan los caminitos de la Asunción y de la Coronación. Todo ello, bien situado en el tiempo y en el espacio, revestido por las oraciones de tantos corazones, de tantas generaciones, constituye un singular tesoro vivo de la fe, esperanza y caridad del Pueblo de Dios en esta tierra. Siempre, cuando venía aquí, tenía conciencia de sacar de este tesoro. Y siempre tenía conciencia de que esos misterios de Jesús y de María, que meditamos rezando por los vivos y por los difuntos, son verdaderamente inescrutables. Siempre volvemos a ellos, y cada vez nos apremian a volver aquí de nuevo y a sumergirnos de nuevo en ellos En estos misterios se expresa en síntesis todo lo que forma parte de nuestra peregrinación terrestre, que forma parte de nuestros "caminitos" de la vida cotidiana. Todo esto fue asumido por el Hijo de Dios y, por medio de su Madre, le es devuelto de nuevo al hombre: está penetrado de una luz nueva, sin la cual la vida humana no tiene sentido y permanece en la oscuridad. " ..El que me sigue no anda en tinieblas sino que tendrá luz de vida" (Jn 8,12). He aquí el fruto de mi peregrinación repetida durante tantos años por los caminitos de Kalwaria. El fruto que hoy comparto con vosotros.

3. Y si deseo animaron y entasiasmaros a algo, es precisamente a esto: que no ceséis de visitar este santuario. Más aún: quiero deciros a todos, pero sobre todo a los jóvenes (porque los jóvenes están encariñados de modo especial con este lugar): no ceséis de orar: es necesario "orar en todo tiempo y no desfallecer" (Lc 18,1), dice Jesús. Orad y formad, mediante la oración, vuestra vida.

"No sólo de pan vive el hombre" (Mt 4,4)... y no sólo con las cosas temporales, y no sólo con la satisfacción de las necesidades materiales, con las ambiciones, o con los deseos, el hombre es hombre. "No sólo de pan vive el hombre. sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4). ¡Si debemos vivir esta Palabra, Palabra divina, es necesario orar "sin desfallecer"! Llegue desde este lugar a todos los que me escuchan, aquí y en cualquier sitio, esta invitación sencilla y fundamental del Papa a la oración.

Es la invitación más importante.

Es el mensaje más esencial.


Discursos 1979 194