Discursos 1979 213


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA


AL LLEGAR A ROMA


Aeropuerto de Ciampino

Domingo 10 de junio de 1979



Señor Presidente del Consejo de Ministros, acoja mi aprecio agradecido por las nobles palabras con que me ha presentado la bienvenida, también en nombre del Gobierno y de toda la nación, a mi regreso a la tierra de Italia.

El Papa ha visitado la tierra nativa, donde vino a la luz del sol y de la fe, donde se consagró a Cristo y a la Iglesia, y ahora regresa a su Sede, allí donde el Señor lo ha puesto para guiar y confirmar a sus hermanos, a Roma, ciudad providencialmente elegida para ser morada del Vicario de Cristo mismo. Doy gracias a Dios por haber podido ver de nuevo Polonia, tierra bendita y fecunda, en la que he hundido mis raíces de hombre, de sacerdote, de obispo, extrayendo linfas ricas y vitales; le doy gracias con fervor vivísimo por haberme traído de nuevo aquí, donde mi espíritu quiere identificarse y confundirse, cada día más, con la misión universal que me ha sido confiada. Una patria, la natal, ha preparado y envía de nuevo a la otra, más grande, católica. que abraza, como mi servicio, a todo el mundo.

Me siento feliz al poder expresar en esta hora la profunda, inefable alegría de mi corazón, por haber podido tomar parte en las celebraciones centenarias del martirio de San Estanislao: Warszawa (Varsovia), Gniezno, Czestochowa, Kraków (Cracovia), etapas de mi peregrinación, han constituido otros tantos momentos de comunión gozosa, de amistad, de diálogos constructivos y, sobre todo, de elevación de la misma plegaria. Las emociones íntimas y profundas de los diversos encuentros se han soldado armoniosamente entre sí en mi corazón, enriqueciéndolo con una nueva, grata experiencia que es pura gracia del Altísimo.

Tengo ante los ojos el ondear atento, pacífico, orante de muchedumbres de hermanos, de hijos, de compatriotas, que han querido tributar el afecto más devoto al hijo de la misma tierra, pero, ante todo, a la Cabeza visible de la Iglesia, al Sucesor de Pedro. La fe de Polonia es realidad viva y vibrante, de la que querría haceros partícipes, conteniendo ella —como todas las expresiones auténticas de fe— un mensaje de optimismo y esperanza: "Cristo ya no muere, la muerte no tiene ya dominio sobre El" (Rm 6,9). Esta afirmación cierta de Pablo, con la que terminé mi saludo a los fieles polacos en la catedral ele Warszawa, la transmito ahora a vosotros y, por medio ele vosotros, a la querida Roma y a Italia, como mensaje de salvación, que encuentra siempre confirmaciones nuevas en nosotros mismos, en la sociedad y en el concierto de los pueblos, con tal que la fe en Cristo inspire nuestras opciones responsables.

Al concluir mi viaje, me es grato renovar un saludo de recuerdo y de buenos deseos a toda la nación polaca, y dirigir todavía un ferviente agradecimiento al Episcopado polaco, con el cardenal Stefan Wyszynski, primado de Polonia, a la cabeza, y a los representantes de la autoridad del Estado por la consideración y la diligencia con que me han acogido y rodeado.

Al manifestaros que ante la venerada imagen de la Virgen de Czestochowa he tenido un recuerdo particularísimo para los destinos de Italia, y para el bien, para la pacífica convivencia y la serena prosperidad de sus ciudadanos, dirijo a todos los presentes un pensamiento respetuoso y cordial, y al mismo tiempo la expresión viva de mi gratitud: a los señores cardenales; a las autoridades civiles y militares italianas, que con su acogida deferente y espontánea, me hacen más alegre la hora de regreso; a los distinguidos miembros del Cuerpo Diplomático, cuya presencia da testimonio de la participación de sus respectivas naciones en la alegría de mi peregrinación; a vosotros que con una jubilosa bienvenida me proporcionáis una auténtica atmósfera de familia; a los directivos, pilotos, personal de ]a Compañía aérea, y a cuantos se han afanado por la óptima organización del viaje, haciéndolo a la vez confortable y atrayente. Para todos sea prueba de afecto y benevolencia mi bendición, que hago extensiva a la Ciudad Eterna y al orbe católico.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DEL "ROTARY INTERNATIONAL"

Jueves 14 de junio de 1979



Queridos amigos:

214 Siguiendo el ejemplo de mi predecesor Pablo VI, con sumo gusto doy la bienvenida a los miembros del Rotary International. Es un placer para mí tener oportunidad de proseguir a nivel internacional la conversación que Pablo VI inició con vosotros hace años en Milán y continuó más tarde en Roma. También yo estoy deseando reflexionar con vosotros sobre vuestros objetivos tan importantes y sobre vuestras valiosas actividades.

Vuestra presencia aquí indica gran capacidad para el bien. Venís de muy diferentes naciones y ambientes. Traéis una vasta experiencia en el campo económico, industrial, profesional, cultural y científico. En la solidaridad de vuestra asociación encontráis ayuda mutua, estímulo recíproco y participación en el mismo empeño de trabajar por el bien común. A quien os observa con interés profundo y atención inteligente, le parece como si estuvierais ofreciendo sincera y generosamente vuestros talentos, recursos y energías para ponerlos al servicio del hombre. Y en la medida en que persigáis este ideal sublime de llegar a las gentes de todos los sitios, estoy cierto de que continuaréis encontrando satisfacción y realización humana. Claro está que del mismo acto de dar, de ayudar a los otros a que se valgan por sí mismos, sacaréis enriquecimiento para vuestra propia vida. Mostrándoos cada vez más comprometidos en la causa del hombre, iréis apreciando más la dignidad y grandeza insuperables del hombre, y también su fragilidad y vulnerabilidad reales. En los esfuerzos y afanes por el bien del hombre, podéis contar con la comprensión y estima de la Iglesia católica.

La Iglesia es un aliado seguro de todos los que promueven el bien del hombre, irrevocablemente comprometida como está en tal causa por virtud de su naturaleza y mandato. En mi Encíclica hice hincapié sobre la relación entre la misión de la Iglesia y el hombre, cuando afirmé: "El hombre en la plena verdad de su existencia, de su ser personal y a la vez de su ser comunitario y social —en el ámbito de la propia familia, en el ámbito de la sociedad y de contextos tan diversos, en el ámbito de la propia nación o pueblo... en el ámbito de toda la humanidad—, este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión: es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo..." (Redemptor hominis
RH 14). Por razón de esta solicitud de la Iglesia hacia el hombre en su realidad concreta, permitidme que añada una palabra de especial aliento por vuestro programa actual que centra el interés en estos tres términos: "Salud, hambre, humanidad". Ellos denotan que son vuestro medio específico de contribuir al progreso espiritual y material de la sociedad con la defensa de la dignidad humana, llevando a la práctica principios de conducta íntegra y dando ejemplo de amor fraterno. Que este programa así concebido llegue a ser aportación duradera al hombre, de parte del Rotary International.

Las tres palabras en sí abren ya campos extensos que dicen mucho del ingenio de vuestro espíritu de servicio. Cuando el mundo moderno está llegando a conseguir una medicina más y más cualificada, al mismo tiempo gran número de personas se encuentran privadas, por desgracia, de los cuidados médicos elementales. A pesar de tantos esfuerzos y logros magníficos, el campo de la medicina preventiva sigue siendo en gran parte un reto al que no se ha respondido. La dignidad del hombre requiere cuidado atento y de verdad competente en el sector de la salud mental, amplio campo donde nos encontramos de nuevo con la fragilidad y vulnerabilidad humanas, y donde tanto se necesita empeño honrado y constante en favor de la grandeza y dignidad del hombre.

El hambre, tan extendida, continúa siendo hoy una de las pruebas sorprendentes de que no ha terminado la búsqueda de progreso y de señorío sobre la creación. Millones de niños están clamando al mundo pidiendo alimentos. Y al mismo tiempo millones de personas se ven forzadas a padecer en el cuerpo y la mente las consecuencias de la falta de alimentación apropiada cuando eran jóvenes. Ante el testimonio de la historia exhiben las cicatrices permanentes de una condición física o mental deficiente o seriamente dañada. Para quienes quieren de verdad ver, el hambre es muy real. Y al mismo tiempo, el hambre tiene muchas facetas. El hombre está hambriento de pan y, a la vez, es consciente de que no puede vivir de "solo pan" (cf. Dt Dt 8,3 Mt 4,4). El hombre tiene hambre de conocer al Creador, al Dador de todo bien; tiene hambre de amor y de verdad. El ser humano tiene hambre de ser comprendido; tiene ansia de libertad y justicia y de paz auténtica y duradera.

Queridos Rotarios: ¿No es éste un campo en el que halláis muchas oportunidades de dedicaros a vuestros semejantes? Y todos los demás retos que encontráis al procurar el progreso humano —sea en el sector del desarrollo o de la liberación— se pueden agrupar bajo la tercera palabra: Humanidad, mejoramiento de la humanidad. Trabajar en favor de la humanidad, estar al servicio de los hombres y mujeres de todas partes, es una meta espléndida sobre todo cuando está motivada por el amor.

En este momento, a nadie sorprenderá que haga referencia especial en estas reflexiones a los Rotarios que están vinculados a mí por la fe cristiana. Precisamente cuando Pablo VI hablaba del progreso del hombre y desarrollo de los pueblos, proclamó el convencimiento, que es también mío y de los cristianos de todas partes, de que "mediante su inserción en Cristo vivificante, el hombre entra en una nueva dimensión, en un humanismo trascendente que le confiere su mayor plenitud: ésta es la finalidad suprema del desarrollo personal" (Populorum progressio, 16). Y justamente de esta "nueva dimensión" y de este "humanismo trascendente" quiero dar testimonio hoy, ofreciéndolos como complemento de todo lo que estáis haciendo en vuestro programa de servicio noble y valioso. Considerando así al hombre como "el camino primero y fundamental de la Iglesia" (Redemptor hominis RH 14), no puedo dejar de proclamar asimismo que "Jesucristo es el camino principal de la Iglesia" (ib., 13).

Finalmente quiero rogaros que transmitáis a todos los miembros del Rotary International, a todos vuestros compañeros del mundo entero, la manifestación de mi estima por los esfuerzos que hacéis en favor de la humanidad. Que vuestro servicio generoso sea honra de vuestros países respectivos y se refleje en el gozo de vuestra vida diaria. Envío un saludo especial a vuestros hijos y a los ancianos de vuestros hogares, y mis oraciones incluyen todas las intenciones qué lleváis en el corazón. Que Dios ayude al Rotary International en la noble causa de conseguir estar al servicio de la humanidad, de la humanidad necesitada.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS AFILIADOS Y AMIGOS DEL CENTRO

«SANTO DOMINGO» DE BOLONIA


Sábado 16 de junio de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas:

Permitidme que, ante todo, dirija mi saludo más sincero y cordial a todos vosotros, que os habéis reunido aquí en representación también de muchos otros socios y simpatizantes del Centro Santo Domingo, de Bolonia. Además, quiero daros las gracias cordialmente por haber deseado este encuentro, que demuestra vuestro sentido de cristiana, filial adhesión y devoción a esta Cátedra de Pedro a la que el Señor, en su inescrutable bondad, me ha llamado.

215 Esta circunstancia me ofrece además la feliz ocasión de recordar que también yo tuve el honor de ser invitado por los responsables de vuestro Centro, no hace muchos años, y que, por tanto, he sido uno de sus oradores. Y he de decir que todavía conservo un buen recuerdo de aquella experiencia. Ella me permitió conocer de cerca una excelente institución cultural que constituye una presencia viva y un testimonio cristiano en la ciudad y diócesis de Bolonia, loablemente disponible también a la escucha de otras voces, en un espíritu de diálogo fecundo y constructivo.

Celebráis el décimo año de vida de vuestro sodalicio. Sé que ese Centro fue oportunamente fundado por algunos laicos amigos de la Orden dominicana, en la que se ha inspirado. Por una parte, sus orígenes postconciliares le confieren un timbre de renovada inclusión en la vida de la Iglesia local y una peculiar apertura a los diversos fermentos presentes en el mundo contemporáneo. Por otra parte, sus lazos de unión con la Orden de Santo Domingo le imprimen una característica de sólida adhesión al Magisterio de la Iglesia y una especial seriedad de aplicación metodológica en el estudio y exposición de los diversos temas tratados. A este respecto, no se puede dejar de pensar en dos figuras luminosas de dominicos: San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Sus nombres evocan inmediatamente la investigación y profundidad del saber, cultivado según un típico corte "católico", entendido ese adjetivo no sólo en sentido confesional y eclesial, sino también en el etimológico del amplísimo ángulo visual propio de la inteligencia humana. También hoy todo esto es más necesario que nunca.

En efecto: es importante que el específico anuncio evangélico, o kerygma, venga homogéneamente integrado en el estudio y profundización de los diversos aspectos de las ciencias, tanto teológicas como humanas. El apostolado de la cultura, al que os dedicáis, es parte fundamental de la acción misionera de la Iglesia. desde sus orígenes. La misión de Jesús, que no vino a "abrogar la ley, sino a consumarla" (
Mt 5,17), debe continuar en la historia y ha de realizarse con celo e inteligencia. San Pablo, por su parte, aun estigmatizando la inanidad de la sabiduría de este mundo (cf. 1Co 1,19-21), enumera luego entre los carismas del Espíritu "la palabra de la sabiduría... y de la ciencia" (1Co 12,8). Y los antiguos Padres de la Iglesia no hicieron otra cosa que meditar el mensaje bíblico a la luz de las categorías culturales del propio ambiente, hasta el punto de revitalizar al mismo tiempo ambas cosas.

De, ese modo, adquiere forma una verdadera y propia "sabiduría cristiana" que se distingue por su enraizamiento en la Revelación, por su aguda sensibilidad a las culturas históricas, por su indispensable aplicación a la vida concreta del hombre, por encima de cualquier aristocrática abstracción, así como por su finalidad eclesial, como calificada aportación al aumento de fe en la comunidad de los bautizados. Y así, vosotros comprobáis prácticamente e inducís también a experimentar cuán fecunda y entusiasmante es la mutua relación entre el movimiento de la inteligencia en búsqueda de la fe y el de la fe que busca por sí misma a la inteligencia. Por este camino no se puede dejar de llegar a "Cristo, en el que se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia" (Col 2,3), aun descubriendo, con gozosa maravilla, que su amor "supera toda ciencia" (Ep 3,19).

A la luz de este camino y de esta meta, yo no puedo dejar de estimular cordialmente vuestra actividad. Proseguid con gozo y entusiasmo el trabajo emprendido. según vuestros fines organizativos y apostólicos. Diez años de vida son relativamente pocos; ante vosotros tenéis todavía mucho tiempo para una creciente contribución en los debates de nuestra época y para una incidencia cada vez más profunda y fecunda sobre el hombre de hoy, que tiene, más que nunca, sed de lo absoluto y de vida eterna (cf. Jn Jn 6,68). Así, podréis prestar un preciosísimo servicio a la comunidad cristiana y, en sentido más amplio, a la civil, de la querida ciudad y diócesis de Bolonia.

Por mi parte, quiero confirmar de buen grado estos deseos, concediendo de corazón la propiciadora bendición apostólica a todos vosotros, a cuantos representáis y, en particular, a los beneméritos responsables del Centro, sean laicos o pertenecientes a la Orden dominicana


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE PAKISTÁN

EN VISITA "AD LIMINA ASPOSTOLORUM"


Lunes 18 de junio de 1979



Queridos hermanos en Nuestro Señor Jesús:

Al recibiros esta mañana deseo saludar a toda la Iglesia que está en Pakistán. Os digo con el Apóstol Pedro: "La paz a todos vosotros los que estáis en Cristo" (1P 5,14).

Los pensamientos de mi corazón vuelan a las comunidades de fieles de las diócesis de vuestro país; a los sacerdotes que construyen las Iglesias locales en unión con vosotros a través del Sacrificio eucarístico y la Palabra de Dios; a los religiosos que con su consagración a Jesucristo dan testimonio especial de esperanza en el destino de todos los hijos de Dios; a los seminaristas que se están preparando a transmitir la Palabra de Dios a las generaciones futuras; y a todo el laicado llamado a participar íntimamente en la misión evangelizadora de la Iglesia y que edifican el Reino de Dios en su vida diaria. Estoy cercano a vosotros en el amor del Salvador, cercano a vosotros en los esfuerzos que hacéis por proclamar "la incalculable riqueza de Cristo" (Ep 3,8).

Al mismo tiempo y como Pastor de la Iglesia universal, puedo —y lo hago— aseguraros, a vosotros y a vuestro pueblo, la solidaridad de todos vuestros hermanos del mundo entero. Y pienso que en esta solidaridad encontraréis vigor y fuerza nueva para continuar la entrega gozosa a la causa del Evangelio. La comunión de fe y amor que disfrutamos —esta unidad que el Espíritu Santo lleva a efecto en nosotros— es sin duda alguna un gran don de Dios.

216 Hoy en la tumba de San Pedro y junto con su Sucesor, podéis renovar vuestra respuesta y la de vuestras Iglesias locales a todas las exigencias de esta unidad católica. Desde este centro podéis llevar a vuestro pueblo un mensaje de esperanza y aliento para que sigan afirmándose en el corazón mismo de la vida católica y, como los fieles de los primeros tiempos de la Iglesia, perseveren en aplicarse a "la enseñanza de los Apóstoles y a la unión, a la fracción del pan y a la oración" (Ac 2,42).

Estoy seguro de que sentís a veces muy agudamente el peso de la carga puesta sobre vosotros, en cuanto obispos, por el Señor. Sobre todo a causa de vuestro celo experimentaréis hondamente en el corazón las limitaciones y obstáculos que dificultan el ejercicio de vuestra misión pastoral. Pero el éxito de vuestro ministerio no se mide con categorías humanas; se mide más bien por vuestro amor y fidelidad a la Palabra de Dios. Cristo nos ha dicho que sigamos adelante con la fuerza del Espíritu, y nos ha asegurado que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos (cf. Mt Mt 28,20). Con "palabras de veracidad y el poder de Dios" (2Co 6,7), nos debemos presentar ante el mundo humildemente, sí, pero resueltamente a cumplir la tarea que nos ha confiado el Señor.

Deseo expresaros mi admiración hacia la fe de vuestro pueblo y al esfuerzo sostenido y a la constancia gozosa con que vuestras Iglesias locales prueban su fidelidad a Cristo. Y al mismo tiempo deseo añadir una palabra sobre un aspecto particular de vuestra fidelidad a Cristo. En los Hechos de los Apóstoles se nos presenta la actividad de Jesús: "pasó haciendo el bien..." (Ac 10,38). Pues esta misma actividad se está llevando a cabo en Pakistán, en los miembros de Cristo, en vuestro pueblo. La motivación está en el amor de Cristo, el amor de su Padre, el amor de sus hermanos. A través de toda una red de esfuerzos generosos especialmente en los sectores de la caridad, la sanidad y la enseñanza, el Señor Jesús continúa haciendo el bien, sigue manifestando su amor. El misterio de la Iglesia como prolongación de Cristo va adelante. El carisma del Buen Pastor sigue ejercitándose así entre vuestro pueblo. El amor de Dios pasa de generación en generación, y se está manifestando continuamente.

Creo que la consideración de este aspecto importante de la Iglesia en cuanto misterio divino, es extraordinariamente beneficiosa para confortaros y reavivar vuestro celo pastoral. También vuestro pueblo sentirá gozo al reflexionar en el hecho de que en cuanto comunidad eclesial perpetúa entre los de su propia carne y sangre la acción de amor de Jesucristo, Hijo de Dios. Al reflexionar en la grandeza de esta misión, todos los obstáculos aparecen como secundarios. Puede haber momentos pasajeros de desaliento, pero el poder del Misterio pascual no conoce derrotas.

Por tanto, queridos hermanos obispos, nuestra tarea consiste en continuar mostrando el amor de Cristo y proclamando su Evangelio salvífico de redención con todas nuestras energías. Lo demás está en manos de Dios.

Al continuar nuestro apostolado, la Palabra de Dios es la alegría de nuestro ministerio. Es lámpara de nuestros pies y luz de nuestro camino (cf. Sal Ps 119,105). Guardando y meditando la Palabra de Dios es como nos capacitamos para cumplir nuestra misión de caridad. Proclamando a nuestro pueblo la Palabra de Dios sin adulteraciones y con toda su riqueza, lo equipamos para la vocación de vida cristiana, de servicio y de testimonio cristiano que le corresponde.

Queridos hermanos en el Episcopado: En nuestra unidad especial de hoy, ¿acaso no nos sentimos sostenidos por el poder del Señor Jesús? ¿No advertimos su presencia? ¿No le oímos decirnos que continuemos valiente y gozosamente en comunión con la Iglesia católica del mundo entero, proclamando su amor y difundiendo su verdad?

Pido a nuestra bendita Madre María que os sostenga en el servicio de su Hijo, que os conforme a semejanza suya cada vez más perfecta, para que así vuestro testimonio dé grande honor y gloria a la Santísima Trinidad.

Y con el saludo y oraciones envío mi bendición apostólica a todos cuantos constituyen la comunidad de fieles de vuestra tierra. Una palabra especial de ánimo va también a los catequistas y a las familias cristianas, a la juventud y a los que sufren y trabajan y oran, a fin de que el mundo vea el rostro de Jesús en medio de vosotros.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN DE RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS

DEDICADOS A LOS INSTITUTOS SOCIO-SANITARIOS


Lunes 18 de junio de 1979



¡Queridísimos hermanos y hermanas!

217 Al agradeceros la cortesía que os ha movido a solicitar este encuentro, deseo expresar ante todo el vivo gozo que llena mi ánimo al ver junto a mí una tan calificada representación de las familias religiosas que actúan en el campo socio-sanitario. Al veros, mi pensamiento se dirige instintivamente hacia el gran número de almas generosas, que comparten vuestro mismo ideal de consagración a Cristo y de servicio a los hermanos y que, como vosotros, gastan sus energías en las salas de los hospitales o sanatorios, entre las personas internadas en centros de rehabilitación o entre los ancianos residentes en institutos dedicados a ellos.

Y he aquí que, como evocada por vuestra misma presencia, una multitud de otros rostros aparece ante los ojos del alma: es el mundo de los que sufren, sea cualquiera su edad y condición social, cada uno con su propia historia, quizá con su propia amargura, ciertamente con una expectación que a veces se hace imploración angustiosa.

Vuestro servicio surge precisamente de la viva percepción de las necesidades, expectativas y desilusiones, que agitan esta porción de la humanidad, de la que con demasiada frecuencia tiende a desentenderse el mundo de los sanos. Vuestra sensibilidad está inspirada y estimulada sobre todo por la palabra de Cristo: "Estaba enfermo y me visitasteis" (
Mt 25,56). Os habéis dejado personalmente arrastrar y habéis decidido consagrar vuestra vida a las esperanzas de tantos hermanos. Lo habéis decidido de forma plena y total, renunciando a todo lo que habría podido representar un obstáculo a la plenitud de la entrega, precisamente a esa vuestra consagración a Cristo en la vida religiosa para una disponibilidad sin reservas, amorosa y operante, hacia las necesidades del prójimo.

Deseo testimoniaros mi admiración. Con vuestro ejemplo, continuáis una tradición nobilísima que, partiendo de la institución de los primeros diáconos (cf. Act Ac 6,1), caracteriza toda la historia de la Iglesia. Me complace sobre todo citar las "hospederías" de los años mil, frecuentadas por peregrinos y cruzados, así como los hospitales del siglo XVI, ricos de arte y de historia; pero se puede decir que, desde los orígenes hasta los más modernos conjuntos sanitarios, ha sido toda una floración de iniciativas asistenciales, que se inspiran y alimentan en los valores evangélicos. Es significativo, a este respecto, el hecho de que la constitución de las mismas estructuras asistenciales, desde el pasado más remoto, fuese siempre igual: la catedral y, junto a ella, el hospital, como para testimoniar con hechos la fe en la doble presencia de Cristo: la real, bajo las especies eucarísticas, y la mística, entre los hermanos necesitados y enfermos.

Es necesario reavivar la toma de conciencia de estas tradiciones gloriosas y de la seguridad en la fe que las inspiró, para confirmar en nosotros mismos la fidelidad al compromiso de dedicación al prójimo necesitado y la motivación superior, precisamente de fe, que ilumina y orienta su cumplimiento. En otras palabras: lo que justifica también hoy, en una sociedad avanzada y que tiende a ser autosuficiente, vuestro peculiar ideal, es el hecho de ofrecer al necesitado, junto a una prestación generosa, incansable, no siempre reconocida ni siquiera en sus derechos, indiscutible a nivel sanitaria y humanitario, también un testimonio vivo del amor y de la solicitud de Cristo hacia los que sufren.

La asistencia, en efecto, no puede reducirse al elemento estrictamente técnico-profesional, sino que debe dirigirse a todo el ser humano y por tanto también a su aspecto espiritual. Ahora bien, el espíritu humano, por su naturaleza, está abierto a la dimensión religiosa, la cual, por añadidura, se hace en general más viva y se advierte más en el momento de la enfermedad y del sufrimiento. El enfermo, por tanto, si es cristiano, deseará la presencia, junto a sí, de personas consagradas, las cuales, junto con toda su prestación técnica adecuada, sepan ir más allá de esta dimensión que pudiéramos llamar humana y ofrecerles, con paciente y atenta delicadeza, la perspectiva de una esperanza más amplia: la que nos enseña la cruz, en que fue enclavado el Hijo de Dios por la redención del mundo. Dentro de esa perspectiva, "toda cruz —como tuve ocasión de decir recientemente a un grupo de enfermos durante mi peregrinación a Polonia—, toda cruz colocada sobre las; espaldas del hombre adquiere una dignidad humanamente inconcebible, haciéndose signo de salvación para quien In lleva y también para los demás".

Esa es la razón profunda que motiva vuestra presencia en el amplio campo de la asistencia sanitaria: llevar a los enfermos, con la palabra y el ejemplo, un testimonio limpio y coherente que les haga revivir ante sus ojos algún rasgo de la figura amable del Salvador, "el cual pasó haciendo el bien y curando a todos" (Ac 10,38). ¿No es quizá éste también el mandamiento que resonó en los labios de Jesús, cuando mandó a sus discípulos "a predicar el reino de Dios y hacer curaciones"? (Lc 9,2 cf. Lc 10,9). La Iglesia, comprometiéndose a la asistencia de los enfermas no hace más que obedecer la voluntad de servicio y de amor de su Señor y Maestro.

Continuad, pues, hijos e hijas queridísimos, con ímpetu renovado vuestra acción benéfica en servicio del hombre. Vuestra diaria dedicación sea testimonio de una realidad que trasciende vuestra vida: inclínese Cristo mismo con vosotros sobre el sufrimiento humano para suavizar su tormento con el bálsamo de la esperanza que sólo El puede dar. Sed conscientes de esta misión y vivid coherentemente sus consecuencias. Precisamente, para ayudaros en este vuestro empeño, quisiera proponeros algunas sugerencias.

1. La primera se refiere a la elección del campo de acción. El Estado ha hecho en estos años progresos importantes en el cumplimiento de su deber sanitario y asistencial. No obstante lo cual, sigue habiendo sectores en los que la asistencia pública presenta todavía, en cierto modo, y a veces casi inevitablemente, lagunas e insuficiencias. Hacia esa dirección deberá orientarse con preferencia prioritaria vuestro interés.

Es obvio que, para llevar a cabo decisiones ponderadas en este sentido, será necesario someter las iniciativas maduradas dentro de cada instituto, a una "verificación", mediante una abierta constatación de la realidad: con una valoración comunitaria de la situación objetiva, se podrá llegar a decisiones que respondan mejor a las efectivas exigencias del contexto social concreto.

2. La segunda sugerencia se refiere al diálogo religioso que se establece entre vosotros y los enfermos: éste deberá intentar proponer, con respeto para todos, y en particular con delicadeza para quien no tiene todavía el don de la fe, juntamente con el testimonio de vuestra vida personal, el misterio pascual en su integridad. Existe, en efecto, una cierta "ascética de la aceptación" que enlaza más con la noción de "resignación" cercana al fatalismo, que con la paciencia cristiana (la hypomone de San Pablo). En el misterio pascual, que hace comprender la pasión y muerte de Cristo a In luz de la resurrección, se esclarece la vocación del cristiano frente a la enfermedad y a la muerte: la aceptación del sufrimiento se une a la voluntad y al empeño de hacer lo posible por vencerlo y por reducirlo o superarlo cuando se trata del prójimo. En el sufrimiento y en la muerte, efectivamente, se manifiesta la misteriosa herencia del pecado, sobre el cual Cristo ya triunfó definitivamente.

218 Por tanto, nada de renuncia ante la enfermedad, sino resistencia activa; el cristiano actúa para liberarse de la enfermedad y la muerte, en la que, gracias a la fuerza que recibe por la fe en el misterio pascual, se ve sostenido por la certeza de que, al final, triunfará la vida.

3. Una última sugerencia quiero todavía confiaros: se refiere al estilo de vuestra presencia junto a los enfermos. Es una presencia que tiene rasgos comunes con los de todas las personas que se dedican profesionalmente a la asistencia de enfermos: la preparación científica y técnica, la generosidad del servicio, la atención constante a la persona que tiene necesidad de cuidados. Pero presenta también, por la motivación evangélica que la inspira, un rasgo particular, que consiste en ver en el enfermo, por el sufrimiento que lleva en el cuerpo y en el espíritu, la persona misma de Cristo; y, por tanto, puede requerir también el sacrificio, la renuncia a derechos profesionalmente fundados y a exigencias humanamente explicables.

¿No es éste quizá el más importante testimonio que estáis llamados a dar en el ámbito de vuestro trabajo? Es, decir: el testimonio de que el enfermo no puede dejar de constituir una prioridad permanente, dentro de todas las atenciones y actividades sanitarias. Y quisiera añadir —con gran admiración y afecto, porque sé lo que muchísimos de vosotros dais por encima de las mismas 'energías físicas— que esa prioridad puede llevar consigo, en algunos casos, también sacrificios en el plan organizativo y financiero de las mismas instituciones. especialmente en favor de los más pobres.

Como veis, no es la vuestra realmente una tarea fácil. Requiere el ejercicio de una caridad que se inspira diariamente en el ejemplo de Cristo, "el cual no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (
Mc 20,28). Pero es en esta inspiración genuinamente evangélica donde radica la nobleza de vuestra misión y la justificación de vuestra presencia en el mundo de los enfermos. El ejercicio de la caridad hacia los hermanos es natural expresión de la fe; y la Iglesia justamente lo afirma como una dimensión no marginal, ni secundaria, de la misma libertad religiosa. ¡Recordadlo!

Y en los momentos de cansancio, elevad vuestra mirada a María, la Virgen que, olvidándose de Sí misma, emprendió viaje "de prisa" hacia la montaña, para visitar a su anciana prima Isabel, necesitada de ayuda y asistencia (cf. Lc Lc 1,39 y ss.). Sea Ella la inspiradora de vuestra cotidiana dedicación al deber; que os sugiera Ella las palabras adecuadas y los gestos oportunos en la cabecera de los enfermos; os consuele en las incomprensiones y fracasos, ayudándoos a conservar siempre en vuestro rostro la sonrisa y en el corazón la esperanza.

Con estos deseos, mientras confirmo mi estima y mi afecto por vuestra Asociación y por los institutos que representa, abrazo a todos con una paternal bendición, que de buen grado extiendo también a los queridos enfermos de vuestros centros y al personal médico y paramédico, que en ellos presta con diligencia su meritoria obra.



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