Discursos 1979 251


PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA


A LOS OBISPOS, PRESBÍTEROS, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS


DE LAS MARCAS


Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María

Sábado 8 de septiembre de 1979



Agradezco mucho a mons. Marcello Morgante, obispo de Ascoli Piceno y Presidente de la Conferencia Episcopal de Las Marcas, sus amables palabras de saludo, en las que ha sintetizado bien la plenitud de los sentimientos de todos en este momento, en este lugar, en este encuentro.

He deseado mucho, queridísimos hermanos y hermanas en Cristo, reservaros un afectuoso encuentro en este día memorable. Efectivamente, lo merece vuestra condición especial de personas consagradas a Dios: bien porque poseéis la sublime dignidad sacerdotal, bien porque pertenecéis a familias e instituciones religiosas, femeninas y masculinas, y por lo tanto llamadas a formar parte, por medio de los santos votos, del estado de perfección.

Los sentimientos de fidelidad a Cristo y a la Iglesia, de veneración filial a su Vicario en la tierra, los veo expresados elocuentemente, más que a través de la manifestación externa de júbilo con que me habéis acogido, en el vibrar de vuestros ojos, prueba y reflejo de la luz interior de vuestras almas, enriquecidas por tantos dones espirituales. Y me parece poder captar también esta pregunta: ¿cómo podremos corresponder cada vez mejor a las esperanzas de todo el Pueblo de Dios, especialmente en las graves dificultades de la hora presente? En esta ciudad mariana creo poder responderos: sed imitadores auténticos de la Virgen.

252 Como Ella, sabed guardar en vuestro corazón todas esas cosas (cf. Lc Lc 2,32) que el Redentor os sugerirá cuando le vais buscando con alegría, con perseverancia, con emoción.

Y sea vuestra misión cerca del prójimo, como la de María, en servicio de diligente caridad, al lado de su pariente Isabel: llena de Dios por la gracia que la apremia y la guía, solícita por el amor que la distingue, desinteresada porque está ajena a toda recompensa humana, discreta por la intimidad del mensaje que debe llevar.

Y como la Virgen, alejada en los pocos triunfos del Hijo, pero muy cerca de El junto a la cruz, así también vosotros, no preocupándoos de las efímeras satisfacciones de la tierra, pero solícitos por los sufrimientos humanos, sabed aceptar con entrega inefable las consecuencias supremas de la paternidad y maternidad espiritual de todos los que Cristo os ha confiado, más aún, de toda la humanidad, que necesita vuestro ejemplo y vuestro testimonio.

Estos son los deseos que, en nombre de María Santísima, siento el deber y el gozo de dejaros aquí, cerca de la casa de la humildad, de la caridad, de la obediencia.

Mientras pido insistentemente vuestras oraciones, os aseguro que os acompañan siempre mi recuerdo y mi bendición apostólica, que extiendo a todos vuestros seres queridos.


PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA

VISITA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CEMENTERIO POLACO DE LORETO


Sábado 8 de septiembre de 1979



Reunidos en este cementerio donde reposan mis hermanos polacos muertos en el suelo de Italia en defensa de la libertad, tomamos conciencia de todo lo que debemos a estos hombres que han dado la vida por el triunfo del amor y la libertad sobre el odio y la violencia. Roguemos juntos a Dios, Padre de misericordia, que los acoja en su seno y les dé la recompensa de su sacrificio.

Oh Dios, Tú que conoces y dispones los momentos de la vida humana, mira el dolor de toda la familia de los pueblos por la muerte de tantos hermanos que al servicio de los ideales de paz y libertad, han colmado en breve tiempo de su existencia terrena. A Ti confiamos, Padre bueno, su espíritu y recuerdo, para que su juventud vuelva a florecer a tu lado y para que ninguna fuerza de odio o disgregación haga vano su sacrificio, unido al de Cristo tu Hijo.




PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA

ENCUENTRO CON LAS ASOCIACIONES LAICALES DE LAS MARCAS


Plaza del Santuario de Loreto

Sábado 8 de septiembre de 1979



Queridísimos hermanos y hermanas:

253 Estoy especialmente contento por encontrarme hoy junto con vosotros, miembros de las asociaciones católicas laicales de Las Marcas: muchas gracias a quien ahora mismo ha sabido interpretar tan bien los sentimientos de este momento de gracia y alegría.

Estamos reunidos, en la misma fe y en la misma caridad, junto a este santuario, que la piedad cristiana desde hace siglos ha vinculado íntimamente con el inefable misterio de la Encarnación del Verbo, y en el día en que la Iglesia celebra la festividad litúrgica de la Natividad de María Santísima.

1. Estamos aquí para honrar, exaltar, orar a la Virgen de Loreto, con nuestra pequeñez de criaturas, pero también con nuestro amor de hijos, necesitados de la sonrisa y la presencia de la Madre. Me complace repetir las palabras de San Pedro Damiano, pronunciadas en un sermón con motivo de la festividad de hoy: "Era necesario que naciese esa Virgen de la que el Verbo habría de tomar la carne humana. Es decir, era necesario que antes fuese edificada la casa en la que el Rey del cielo, bajando a la tierra, se dignaría poner su morada... Era necesario que primero fuese preparada la sala nupcial destinada a recibir al Esposo que celebraba sus bodas con la Iglesia" (Sermo 45: PL 144, 740 s.).

En estos momentos, mientras contemplamos la altura vertiginosa de la santidad de María y admiramos sus privilegios singulares, escuchemos en silencio algunas de sus palabras, entre las que, como perlas preciosas, nos ha conservado el Evangelio. Que las palabras de María tengan una resonancia profunda en nuestra alma y nos estimulen a una vida cristiana cada vez más coherente respecto a Dios, a la Iglesia y al mundo.

2. "He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (
Lc 1,38).

Son las palabras de María que, en el misterio de la Anunciación, cierran el diálogo sublime entre Ella y el ángel Gabriel, y nos hacen entrever las profundidades de esa alma, convertida en instrumento docilísimo, sereno y consciente de la acción de Dios. Cuando la Santísima Virgen pronunciaba estas palabras —comenta admirablemente San Atanasio— intentaba decir: "Soy la tablilla en la que el escritor puede escribir lo que le plazca. Escriba el Señor del universo, haga lo que quiera" (Com. a S. Lucas, frag.: ).

¡Hermanas y hermanos especialmente comprometidos en el apostolado! ¡Y sobre todo vosotros, jóvenes que me escucháis! Debemos tener siempre presente que es fundamental para la vida del cristiano esta actitud mariana de absoluta y dócil disponibilidad respecto a Dios. Esto significa que debemos reconocer —y no sólo en abstracto— el "primado de lo espiritual", el valor preeminente de la vida interior, la necesidad insustituible de la unión con Jesucristo, mediante la oración asidua, la práctica constante de los sacramentos de la Eucaristía y de la Reconciliación, condiciones todas para una fecundidad auténtica en la acción apostólica, según las palabras mismas de Jesús: "Permaneced en mí y yo en vosotros... El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada... Permaneced en mi amor" (Jn 15,4 Jn 15,5 Jn 15,9).

3. Oigamos todavía a María Santísima: "Haced lo que El os diga" (Jn 2,5).

Son las palabras que Ella dirigió en Caná de Galilea, a los servidores; y se realizó el milagro del agua transformada en vino.

Son las palabras que esta tarde Ella dirige maternalmente a cada uno de nosotros.

Quien se profesa "cristiano", es decir, seguidor de Cristo, debe hacer lo que Jesús dice, dejándose arrastrar completamente por su mensaje. El Evangelio, por tanto, todo el Evangelio, con sus afirmaciones y exigencias frecuentemente paradójicas para la mentalidad corriente, debe animar la vida de cada cristiano, pero especialmente de quienes, como vosotros, desean tener fe para compromisos personales por la venida del Reino de Cristo y ser sus testigos y difusores en el propio ambiente.

254 En consecuencia, dad un testimonio incisivo de fe luminosa, sin respeto humano, sin ficciones, sin miedo; de amor activo hacia todos, especialmente hacia los más débiles, los más pobres, los más necesitados, con un espíritu de servicio sincero.

La Iglesia tiene necesidad de vosotros, de vuestro compromiso, de vuestro entusiasmo, de vuestra acción, de vuestra preparación profesional y cultural, de vuestras iniciativas, de vuestra entrega. El Papa os reitera con fuerza, hoy ante la Virgen, la apremiante llamada con que finaliza el decreto del Concilio Vaticano II sobre el apostolado de los laicos: "Es el Señor Jesús quien envía a los laicos a todas las ciudades y lugares... para que se le ofrezcan como colaboradores en las diversas formas y maneras del único apostolado de la Iglesia..., trabajando siempre generosamente en la obra del Señor, sabiendo bien que su trabajo no es vano delante del Señor" (Apotolicam actuositatem, 33).

Hermanos y hermanas, muchachos, jóvenes, hombres, mujeres de Las Marcas, ¿cómo responderéis a esta invitación? Estoy cierto de que, reflexivamente conscientes de ser partícipes de la función sacerdotal, profética y real de Cristo (cf. Lumen gentium
LG 33-36), ofreceréis a la Iglesia cada vez más generosamente vuestras capacidades, vuestro tiempo, vuestro dinamismo; para ser asociados a la misión salvífica de Jesús. ¡Es el Papa quien os lo pide en el nombre del Señor Jesús!

La Virgen de Loreto, desde este lugar de gracias y bendiciones, dirija maternalmente vuestros pasos por los caminos del bien y os inspire propósitos de gran generosidad.

Amén


PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA

ENCUENTRO CON LOS ALUMNOS DEL INSTITUTO "BARACCA"


Sábado 8 de septiembre de 1979



Queridísimos jóvenes:

Estoy muy contento de encontrarme en medio de vosotros en esta capilla del Instituto "Baracca": ante todo deseo expresaros mi saludo cordial, muchachos y muchachas jóvenes, que en este lugar de enseñanza os inspiráis en los ideales de patria y de fe, en los que os educan vuestras familias, y que están simbolizados tan heroicamente por la noble figura del aviador Francesco Baracca.

Sobre todo dirijo un pensamiento especial a cuantos entre vosotros han sido probados por el dolor y el luto, al haber perdido a sus padres, caídos en cumplimiento de su servicio en la Aeronáutica italiana: vaya a vosotros mi solidaridad paterna y a ellos el recuerdo y la oración de sufragio por el merecido descanso en Dios.

A todos los presentes expreso mi sincero agradecimiento por la invitación que se me ha hecho de venir a esta capilla, que es el corazón de todo el Instituto, donde los espíritus se forjan en los altos ideales cristianos y donde se preparan para saber insertarse en la sociedad de hoy tan exuberante de energías y maravillas, pero también tan desorientada y descontenta de sí.

A vosotros jóvenes, valientes, pero que aceptáis la sabiduría que os transmiten vuestros educadores, a vosotros corresponde el deber de testimoniar con vuestra vida y con vuestra conducta la belleza y la validez del mensaje evangélico y de mostrar a los hombres de nuestro tiempo el rostro luminoso de Cristo. ¡Tened valentía para hacer esto! ¡Tened confianza porque la victoria será vuestra! Esta es la consigna que pongo en vuestras manos fuertes y en vuestros corazones generosos.

255 Os sostenga en este esfuerzo el Señor Jesús, amigo de los jóvenes, y os sirva de estímulo la bendición apostólica que ahora os imparto a vosotros, y a cuantos amáis, padres, familiares, superiores y amigos.


PEREGRINACIÓN A LORETO Y ANCONA

ENCUENTRO CON LOS FIELES DE ANCONA


Puerto de Ancona

Sábado 8 de septiembre de 1979

1. Antes de regresar a Roma, después de las profundas. emociones espirituales de esta jornada singular, pasada junto al venerado santuario de Loreto, he querido hacer una parada de oración en esta ilustre ciudad, capital de la región de Las Marcas.

Al agradecer las nobles palabras que me han dirigido, presento mi saludo cordial a cuantos están presentes en este rito vespertino —mons. arzobispo de Ancona, señor alcalde y demás autoridades civiles y eclesiásticas, sacerdotes, religiosos y fieles—; y quiero además abrir la mente y el corazón a toda la gente del Piceno, que sabía yo estaban esperando calladamente mi peregrinación y, desde que se anunció oficialmente, no han dejado de manifestarme, en diversas y muy afectuosas formas, su propia satisfacción jubilosa. Y debo añadir que la hospitalaria acogida que he recibido hoy, ha confirmado de lleno estos nobles sentimientos. Mi saludo, por tanto, queridos hijos y hermanos míos, se inspira en el más vivo agradecimiento y, porque conozco bien y aprecio las cualidades morales que os caracterizan, diría incluso en el ámbito de la población italiana, quisiera acompañar ese saludo con una breve palabra que sea para vosotros no sólo un recuerdo del encuentro, sino también un signo de ánimo y estima.

2. Entre las características que os distinguen, "hermanos del suave, del fuerte Piceno" (como dice el comienzo de un himno eucarístico vuestro), destaca el fervor en la vida religiosa. Esta encuentra, sí, en Loreto su ideal centro propulsor por la invitación constante que ofrece para meditar y adorar el augusto misterio del Verbo encarnado, pero se expresa y se manifiesta por todas las comarcas de la región, desde los Apeninos al Adriático, en la coherencia, en la seriedad, en la ejemplaridad de un auténtico estilo cristiano. Se trata evidentemente de una herencia preciosa que es obligatorio no sólo conservar y tutelar —como exige todo patrimonio recibido de los antepasados—, sino también desarrollar y promover, para que pueda ser transmitida con beneficio seguro a las nuevas generaciones.

Analizando esta espiritualidad, es fácil resaltar la importancia que en ella asume la piedad mariana. Ahora, a mí me parece que, en vuestro caso, debe tener más clara confirmación la conocida expresión ad Jesum per Mariam. El culto que tributáis a la Virgen de Loreto, el vínculo de amor que os une a Ella como a vuestra celeste Patrona, las invocaciones que tan frecuentemente le dirigís en las iglesias y en las casas, las mismas formas de folklore religioso mariano (como el encender miles y miles de fogatas sobre vuestras bellas colinas en la vigilia de la fiesta del 10 de diciembre); pues bien, todo esto debe encaminaros y conduciros a un seguimiento generoso y pronto de su Hijo divino. Debéis demostrar de forma concreta en vuestra conducta cuán profundamente verdadero es lo que el Concilio Vaticano II, con su autorizado magisterio, ha vuelto a proponer a la atención de todo el Pueblo de Dios; que "el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres... como dimana del beneplácito de Dios y brota de la superabundancia de los méritos de Cristo... no impide en nada la unión inmediata de los creyentes con Cristo, sino que más bien la facilita" (Lumen gentium LG 60). Vosotros debéis demostrar cómo la profunda y tierna devoción mariana, que tanto honor recibe en el seno de vuestras familias, mantiene despierta entre vosotros la conciencia eclesial y refuerza el sentido, más aún, la certeza de la pertenencia a Cristo, única Cabeza nuestra y Señor.

Este es, pues, el primero y principal recuerdo de mi visita: si Las Marcas pueden ser llamadas con todo derecho "Terra Mariae", al mismo tiempo y precisamente en correspondencia a este título, deben ser "Terra Domini Iesu Christi".

3. En el curso de los siglos vuestra región ha estado vinculada a la Sede Apostólica. También desde este punto de vista, puedo reconocer una segunda cualidad, que define aún mejor vuestra fe cristiana, en el sentido —quiero decir—de una fidelidad a toda prueba a la Iglesia de Cristo y de una adhesión especial a la persona y a la misión de su Vicario en la tierra. ¿Cuántos hombres insignes por su virtud y saber han dado Las Marcas a la Iglesia, en diversas épocas? Entre los muchos santos quiero nombrar a Santa María Goretti, cuya tumba he visitado recientemente en Nettuno. ¿Y quién no recuerda también las figuras de los no pocos Pontífices Romanos que, nacidos en esta tierra bendita, sirvieron egregiamente a la Iglesia? Entre tantos nombres que me vienen fácilmente a los labios, diré sólo dos de ellos: ante todo el de Sixto V, un Papa muy benemérito de vuestra región y concretamente de la ciudad de Loreto, como de Roma y de la cristiandad; luego, en tiempos más recientes, el de Pío IX, nacido en la vecina ciudad de Senigallia y todavía recordado por la infatigable obra de Pastor, desarrollada durante su largo y probado servicio pontificio. Precisamente a estos "precedentes" históricos, a esta alta tradición, a estos paisanos vuestros, debéis volver la mirada, no ya por un vano sentimiento regionalista, sino por una referencia obligarla en vuestra vida espiritual y moral, por una orientación más segura para corresponder a las exigencias intrínsecas de la fe católica.

4. No puedo ignorar, por lo demás, el lugar en que se desarrolla este encuentro: estamos celebrando esta sagrada liturgia en la zona del puerto. Y también a este respecto no faltan ciertamente los motivos de naturaleza religiosa, comenzando por el sugestivo y evocador perfilarse allá arriba, hacia lo alto, de vuestra catedral, ciudadanos de Ancona, que con su majestuosa mole domina todas las casas y las cosas de los hombres. Desde el templo dedicado al mártir Ciriaco, podéis recorrer de nuevo y considerar, en la trama de una historia plurisecular, las vicisitudes, tanto alegres, como dolorosas, de las que habéis sido protagonistas vuestros padres y vosotros mismos, que recordáis los años de la guerra. Pero vale también para el pasado cuanto ya he dicho de la tradición religiosa: debe servir para tener despierta la conciencia y dar un nuevo impulso al espíritu para seguir adelante, para caminar con lucidez y valentía hacia el porvenir.

Encontrándome en el área del puerto, pienso —como también vosotros pensáis—en el trabajo humano que en él se desarrolla cada día. Decir puerto, quiere decir tráfico y movimiento, pero también afanes, sacrificio y sudor para tantos de vosotros, hermanos que ahora me estáis escuchando. También a vosotros, trabajadores del puerto, en razón de vuestro deber tan humilde y útil, como a vuestros colegas de otras regiones y a todos los trabajadores del mar, dirijo ahora mi palabra, que quiere ser una prueba de consideración y de respeto para vuestras personas y para la multiplicidad de vuestras prestaciones. La Iglesia os muestra también a vosotros el Señor, que asoció a su obra redentora, por elección, un grupo de pobres pescadores de Galilea. Hermanos, que conocéis la fatiga frecuentemente ingrata y la inseguridad del mañana, por medio de mí, la Iglesia os exhorta a la esperanza y a la confianza: sabed mirar a lo alto; sabed reconocer a Cristo redentor, esto es, liberador del hombre; sabed acoger su Evangelio de salvación y de paz.

256 5. En el año de gracia 1464, el día de la fiesta de la Asunción de María Santísima al cielo, moría aquí en Ancona, con el espíritu dirigido hacia el Oriente, el Papa Pío II, el senense Enea Silvio Piccolomini. Es un recuerdo lejano; pero me agrada evocarlo no sólo para tributar homenaje a la memoria de un predecesor mío, o para confirmar cuanto ya he dicho acerca de las relaciones entre los Papas y la región de Las Marcas, sino para tener ocasión, además, de enviar desde aquí, más allá del mar, mi saludo lleno de buenos deseos y de vivos recuerdos a los pueblos del más cercano Oriente. A los hijos de la Iglesia, como a los hermanos separados, que viven allá, deseo indicar "in visceribus Iesu Christi" (Ph 1,8) el ideal permanente de la comunión eclesial, deseando —como hicieron tantos de mis predecesores, como han hecho más recientemente Juan XXIII y Pablo VI— el restablecimiento de la perfecta unidad entre todos los creyentes en Cristo, y apresurando, con la caridad y la oración, el día verdaderamente feliz en que se cumplirá este deseo.


ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS DELEGADOS DE LAS COMUNIDADES DE VIDA CRISTIANA

Castelgandolfo

Domingo 9 de septiembre de 1979



Hermanos y hermanas de la Federación mundial de comunidades de vida cristiana:

Habéis sido tan buenos que habéis venido a verme al comienzo de vuestra reunión del consejo general. Me complazco en encontrarme con vosotros y en aseguraros mi interés y oraciones en este momento en que iniciáis un período de reflexión sobre cómo trabajar en pro de una comunidad mundial al servicio de un único mundo.

Este objetivo significa hacer que las personas se abran para entrar en comunicación con otros, diciéndoles como Jesús dijo al sordomudo en la lectura del Evangelio de hoy, "Ephphatha", es decir, "Abríos". Tenemos que romper los estrechos límites del "auto-centrismo", cuestionándonos sobre nuestro estilo de vida para ver en qué sentido falla en responder a la llamada de Dios a vivir como una única familia humana de la que todos somos miembros, y tratando de discernir las necesidades espirituales y materiales de nuestros hermanos v hermanas del mundo todo que requieren nuestra ayuda.

Esta tarea no es fácil, por cierto. Pero a través del poder de Jesús no es imposible. Invoco su ayuda sobre vuestras deliberaciones y sobre los esfuerzos de cada una de las comunidades de vida cristiana a fin de que alcancen tal objetivo. Y en su nombre bendigo a cada uno de vosotros y a los demás miembros de vuestro Movimiento.






A LOS OBREROS DE LA CIUDAD INDUSTRIAL DE POMEZIA (ITALIA)


Jueves 13 de septiembre de 1979

La gracia y la paz del Señor Jesús estén con todos vosotros,
queridísimos hermanos y hermanas:

No puedo ocultar mi profunda alegría al encontrarme en medio de vosotros, trabajadores y trabajadoras. ¡Bienvenidos todos a esta reunión! Os agradezco vivamente la invitación que me habéis dirigido y la demostración de afecto que me habéis reservado. Gracias vivísimas al señor alcalde por su gentil acogida y al representante de los empresarios y de los trabajadores por las hermosas palabras que acaban de dirigirme, y que me han hecho vibrar al unísono con vuestra fe de cristianos, y con vuestros corazones, con vuestros problemas de hombres.

257 1. Permitidme, antes de abrir mi conversación con vosotros, que dirija un saludo cordial y lleno de buenos deseos a todos los miembros de las familias de este bello y laborioso pueblo, que se encamina a convertirse en ciudad, y ya se merece el respeto de todos por su trabajo y su compromiso social.

Vayan sobre todo un saludo y una caricia a los niños aquí presentes y a los que han quedado en casa: benditos sean, porque son la riqueza y la alegría de vuestros hogares.

Os dirijo un saludo especial a vosotros jóvenes, muchachos y muchachas, a quienes tanto estimo por vuestra autenticidad y por vuestra capacidad de coherencia y de sacrificio, de la que dais con frecuencia pruebas elocuentes.

Un saludo a vosotros, hombres y mujeres, que lleváis el peso, con frecuencia aplastante, de la fatiga cotidiana en las industrias o en los campos: conozco bien vuestro estado de ánimo y vuestras tensiones: también yo, como he dicho ya en otra ocasión, he tenido "la experiencia directa de un trabajo físico como el vuestro, de una fatiga cotidiana y su dependencia, de su pesadez y monotonía" (Discurso a los obreros en Monterrey). Por esto considerad al Papa un amigo y colega vuestro.

Un saludo a los enfermos; sabed que siempre estoy cercano a vosotros con mi benevolencia y mi plegaria incesante. Lo mismo que Cristo en la cruz, no podéis moveros libremente, pero como El, extended vuestros brazos sobre vuestra ciudad, más aún, sobre el mundo entero, ofreciendo vuestro sufrimiento por todos.

Un saludo particular a vosotros, empresarios, dirigentes y organizadores de empresas, que dais ocupación y pan, para que la sociedad se transforme mediante la cooperación de todas las fuerzas activas. Tenéis ciertamente grandes méritos, pero también grandes responsabilidades.

Finalmente, un saludo especialmente afectuoso a los padres Oblatos de las dos parroquias de San Benito y San Miguel, que con su presencia fraterna, se prodigan por el bien espiritual de vuestras almas, bajo la sabia guía del obispo, mons. Bonicelli, presente en este encuentro.

2. Al hallarme entre vosotros esta tarde, se me ofrece también la oportunidad de dar voz a los problemas que apremian a este centro industrial, que en pocos años ha registrado un incremento de población verdaderamente enorme. En 1939 los habitantes no superaban las 1.500 personas; hoy, a 40 años de distancia, habéis superado la cifra de 30.000 habitantes, con 264 empresas. Todo esto hace, sí, que Pomezia, aun siendo una zona notablemente industrializada y con una articulación particularmente viva, se halle en apuros con muchos problemas debidos sobre todo a la carencia de infraestructuras, necesarias para una presencia más amplia de empresas y trabajadores. Hay dificultades e incomodidades en la vida social: y me permito invocar la obra solícita de las autoridades competentes, expresando mi aliento y mi aplauso a cuantos dedican cuidados y medios para proporcionares a los habitantes de Pomezia condiciones cada vez más justas y más estables para vuestra actividad y bienestar.

3. En esta audiencia, en la que por primera vez me encuentro de modo oficial, por así decirlo, con el mundo del trabajo, en Italia, deseo entablar un diálogo con vosotros y preguntaros para conocer vuestro estado de ánimo respecto a la Iglesia, que abriga para con vosotros profunda gratitud y simpatía por lo que sois y por lo que hacéis. En cambio, en los ambientes del trabajo alguna vez se ha difundido la opinión contraria. La Iglesia, se dice, se preocupa de los valores morales y religiosos, y se desinteresa de los valores económicos y temporales, como si no comprendiera la realidad en que se encuentra el obrero. Y así se duda o se desconfía de las palabras y de los gestos benévolos de la Iglesia. Más aún, algunos se preguntan: ¿Qué tiene que ver la religión con la industria?, ¿no son dos realidades heterogéneas? ¿No vienen a mezclar lo sagrado con lo profano?

Queridísimos hermanos y hermanas, os responderé con toda franqueza que estas objeciones no tienen razón de ser, cuando se considera vuestra actividad como parte de una actividad más amplia, que es la propia actividad del hombre, la moral, y cuando se tienen presentes las finalidades a las que quiere llegar vuestro trabajo, esto es, a la vida del hombre en su totalidad, en su dignidad, en su destino superior e inmortal. Más aún, os diré que estas objeciones podrían cerrar la entrada en vuestro sector a los factores espirituales, cuya falta es causa de verdaderas deficiencias, desórdenes, peligros y daños. El elemento cristiano, en vez de suscitar inquietudes, las hace superar mejor, porque lleva a la fábrica paz, justicia y unidad. Por esto en las grandes encíclicas sociales, como la Rerum novarum de León XIII, la Quadragesimo anno de Pío Xl, la Mater et magistra y la Pacem in terris de Juan XXIII y la Populorum progessio de Pablo VI, los Sumos Pontífices no se han cansado jamás de afirmar que es necesario el coeficiente religioso para solucionar mejor las relaciones humanas que se derivan de la organización industrial, y esto no ya para emplear el elemento religioso como elemento alienante, sino para descubrir, en cambio, a su luz, la carencia fundamental de todo sistema que pretenda considerar como puramente económicas las relaciones humanas en los lugares de trabajo, y para sugerir que otras relaciones deben integrarlas, más aún regenerarlas, según la visión cristiana de la vida: primero, el hombre, después lo demás. Es hermoso notar cómo la religión cristiana proclama el primado de Dios sobre todas las cosas, y por esto mismo pone de manifiesto el primado del hombre en las realidades temporales. Es hermoso también observar cómo este primado constituye el motivo que estimula y justifica el dinamismo social y el progreso civil, a los que el fenómeno industrial imprime su movimiento inevitable. Y precisamente, en virtud del reconocimiento de este primado, hoy se está saliendo del estadio primitivo de la era industrial, cuando se creía que la armonía social se reducía al resultado del determinismo de las condiciones económicas en juego, mientras para todos es sabido cuántas desgracias ha causado la búsqueda del bienestar humano, fundado exclusiva y únicamente sobre los bienes económicos y sobre un planteamiento materialista de la vida, el cual no sirve, sino esclaviza al hombre.

No conviene olvidar, a este propósito, que el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo: si no fuese así, el hombre volvería a ser esclavo. Ahora, si el hombre es el valor primero, nosotros no podemos disminuirlo y como decapitarlo, negándole su proyección esencial hacia la trascendencia, es decir, hacia Dios, que ha hecho del hombre el colaborador. En esta visión superior, el trabajo, castigo y al mismo tiempo premio de la actividad humana, comporta otra relación, esto es, la esencialmente religiosa, que ha expresado felizmente la fórmula benedictina: ¡Ora et labora! El hecho religioso confiere al trabajo humano una espiritualidad animadora y redentora. Este parentesco entre trabajo y religión refleja la alianza misteriosa, pero real, que media entre el actuar humano y el providencial de Dios, causa primera que rige y gobierna la creación.

258 4. He aquí, hermanos queridísimos, las razones por las que la Iglesia, como aludí antes, no puede mirar al trabajador sin un sentimiento sincero de simpatía; simpatía que significa participación en su sufrimiento, comprensión y disposición a la estima, a la amistad y al amor; que significa además reconocimiento y proclamación de su dignidad de hombre, de hermano y de persona inviolable, sobre cuyo rostro está impresa la imagen de Dios.

Simpatía que brota también y sobre todo del hecho de que Cristo fue hombre de trabajo manual; estuvo bajo la dependencia de San José, fue el "hijo del carpintero" (
Mt 13,55). Cristo está siempre con vosotros y siempre en medio de vosotros: donde el hombre suda, trabaja y sufre, El está presente. Puedo deciros que he venido aquí a buscarlo entre vosotros, que gastáis vuestra penosa fatiga, como El en otro tiempo, en el taller de Nazaret. En nombre de El, pues, os bendigo a todos y os estrecho la mano en señal de benevolencia fraterna.
* * *


Cuando el Papa terminó de leer este discurso, entabló con los obreros un diálogo en el que se expresó así:

Como he dicho al comienzo, es la primera vez que hablo a trabajadores, a operarios de una ciudad obrera; la primera vez en Italia, pues lo he hecho con frecuencia en Polonia. Sobre todo, ya sabéis que yo también he sido obrero durante más de cuatro años y valoro mucho aquel período de mi vida. He dicho en muchas ocasiones que en aquellos cuatro años de trabajo me han valido más que dos doctorados. Y debo añadir que precisamente entablé amistad con obreros de mi mismo taller, de la misma fábrica en la que trabajábamos juntos, y esta amistad ha durado hasta después de la guerra, hasta después de la ocupación nazi.

Cuando era ya sacerdote y después obispo y cardenal, he seguido manteniendo estos contactos personales con mis amigos trabajadores. Además, vengo de una parte de Polonia que es la más industrializada del país, o sea, la parte meridional de Polonia, entre Cracovia y Silesia. Y siendo obispo y cardenal, he tenido muchas, muchísimas ocasiones de ir a Nowa Huta, centro conocido quizá también en Italia, ciudad industrial surgida en un pueblo de labradores y que ahora con sus 200.000 habitantes es mucho más grande que Pomezia; está situada en las cercanías de Cracovia. Otras ocasiones eran los encuentros con los obreros de Silesia, centro muy industrial donde sobre todo hay mineros. Con todo esto quiero haceros notar un detalle. Al hablaros aquí esta tarde a vosotros, obreros italianos de Pomezia, he estado esperando a ver cuál era vuestra reacción a las palabras del Papa que se encuentra por vez primera entre obreros italianos. He hablado sólo de problemas fundamentales: religión y trabajo, Iglesia y mundo del trabajo; y no he entrado en detalles porque no conozco bastante la situación. En Polonia he hablado siempre de otro modo; pero es que allí tenía experiencia personal y, como conocía los problemas, podía entrar en cuestiones particulares. Debo decir que ha habido algo que me ha impresionado y es vuestra reacción cuando he dicho "el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo". Vuestra reacción ha sido la misma que en Polonia. Me acuerdo todavía de mi última homilía en Piecary, Silesia, ante 200.000 trabajadores, mineros en su mayoría. Cuando pronuncié esa frase, la reacción fue la misma. Se ve que existen algunos elementos, algunos principios que son comunes y de los que se deduce enseguida tanto en Italia como en Polonia —y pienso que en todo el mundo— que la verdad es tal que no puede ser otra. Os doy las gracias por ello, porque he tenido con los obreros italianos la primera experiencia personal que ciertamente me servirá y ayudará a captar, conocer y comprender cada vez mejor el mundo del trabajo y el mundo de los obreros de Italia. A ello estoy llamado, pues siendo Obispo de Roma y siendo Papa, soy servidor vuestro. Como dijo Cristo, no he venido a ser servido sino a servir.


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