Discursos 1979 258


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE FIELES DE SENEGAL

Viernes 14 de septiembre de 1979



Al recibiros en mi casa me viene espontáneamente al pensamiento el salmo 133: "¡Ved cuán bueno y deleitoso es habitar en uno los hermanos!". Claro está que procuráis vivir esta experiencia de unidad en la caridad, en Senegal primeramente; pero habéis ahondado en ella de modo inolvidable en Tierra Santa, después en Lourdes y ahora en Roma. Por estos gozos inefables riel corazón y de la fe, ¡demos gracias al Señor de los Señores!

Sé que habéis hecho muchos sacrificios para llevar a efecto por fin esta peregrinación siguiendo los pasos de Cristo, a la tumba de los Apóstoles y al lugar bendito de las apariciones de Nuestra Señora a Santa Bernardita. Os felicito. Vuestra existencia quedará marcada por ello para siempre; y las comunidades cristianas a las que pertenecéis recibirán sin duda alguna de ello un impulso bienhechor.

Vuestras personas, más imbuidas ahora del mensaje evangélico de amor universal, de la piedad mariana bien entendida, y del testimonio de los apóstoles y mártires, ¿cómo podrán no irradiar mayor vida espiritual y no sentirse más obligadas al anuncio multiforme de la Buena Nueva? Habéis recibido mucho en este largo periplo de reflexión y oración, ¡mucho deberéis dar a vuestros hermanos senegaleses!

Permitidme todavía formular un deseo. En nuestra época de incremento del turismo, los católicos deben ayudarse mutuamente a mantener o descubrir el significado profundo de la peregrinación, que es ruptura costosa con la vida diaria, retorno espiritual serio a las fuentes, experiencia de gozo cristiano, nueva alianza con Cristo Salvador, reasunción de responsabilidades eclesiales. El viaje cultural, que tiene su valor y su puesto, es una cosa. La peregrinación es otra. Decidlo a vuestros hermanos cristianos y ayudadles a llegar a ser ellos también peregrinos auténticos.

259 Con mi gratitud profunda por vuestra visita tan rica en significado y promesas para la Iglesia sin fronteras que Cristo quiso, os aliento de nuevo y os expreso mi confianza; y os bendigo a vosotros y a vuestros hermanos católicos, y a vuestro querido país de Senegal.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LAS HERMANITAS DE JESÚS

Domingo 16 de septiembre de 1979



Monseñor,
queridos padres,
queridas hermanitas:

Es siempre para mí una gran alegría recibir a religiosas, pues su vida totalmente consagrada al Señor constituye una bendición y un testimonio excepcional en la Iglesia. Tengo sensibilidad especial, lo sabéis, por vuestra vocación, con la que me familiaricé hace tiempo.

¿Qué deciros en pocas palabras? Me limito simplemente a estimular vuestro compromiso de fidelidad auténtica al padre Carlos de Foucauld. Esta vocación comporta responsabilidad doble: la de estar cara a cara con Dios en nombre de los hombres y mujeres con los que os codeáis, y de todos los demás; y también la de compartir su vida en el nombre de Cristo encarnado.

Al igual que el p. Carlos de Foucauld, consagráis largos ratos a la oración silenciosa, gratuita, frecuentemente ante el Santísimo Sacramento, y oráis con quienes os rodean. En la adoración, la alabanza y la intercesión ante el Salvador, sed las embajadoras de estos hermanos y hermanas, de sus deseos, de sus necesidades. Es esto lo especifico de vuestra oración, lo que le da todo su peso. A través de vosotras y de vuestra oración, de algún modo los hombres se acercan a Dios y a su salvación.

Tened el mismo realismo en lo que concierne a vuestra vida de amistad en el ambiente en que estáis insertas; ésta supone no sólo intercambios simpáticos, sino compartir hondamente durante largo tiempo con el mismo afecto, paciencia y ocultamiento que caracterizan la vida de Nazaret y son las pruebas del amor. Es vuestro modo de dar la vida por los que amáis según el Evangelio, es decir, los trabajadores manuales, los enfermos, los presos, los analfabetos, los nómadas, los poco estimados, los drogadictos, los que están al margen de la relación con la Iglesia y la sociedad.

Y dentro de vuestras comunidades, pequeñas siempre como de familia, y también en el seno de la congregación, beneficiad a las hermanas con las riquezas personales de cada una y con las responsabilidades complementarias, sin dejar de ser vosotras mismas.

Esta "encarnación" así como esta "autenticidad" no pueden significar "ser del mundo", sujetas a los vientos de toda suerte que soplan en los ambientes a que os lleva el apostolado, ni sujetas tampoco a la fantasía personal. Esto exige que estéis sólidamente ancladas en lo esencial de la fe eclesial, de la espiritualidad de vuestra fundación, de la ética cristiana, de la celebración de los misterios cristianos; y os felicito por el cuidado que ponéis cada año en renovaos por turno en "Tre Fontane" durante un curso que coincide con la profesión de vuestras hermanas. Este año estaré fuera de Roma en el momento de esta profesión; por ello he tenido interés en recibiros hoy para prometeros mi unión especial en tal circunstancia.

260 Os dispersaréis de nuevo por los rincones del mundo; es exigencia de vuestra vocación, el amor no conoce fronteras. Pero seguiréis unidas al centro de la Iglesia. cercanas a la tumba del Apóstol Pedro ante la que habéis hecho los votos, unidas al Sucesor de este Apóstol, fundamento de la unidad de la Iglesia. Estad seguras de que el Papa aprecia vuestra vida religiosa y vuestro testimonio apostólico, y está con vosotras con el pensamiento allí donde llevéis el Evangelio. El también se encomienda a vuestra oración y pide al Señor que os bendiga a vosotras y a todas las Hermanitas de Jesús a quienes representáis, y a vuestros seres queridos. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

AL CONSEJO INTERNACIONAL

DE LOS EQUIPOS DE NUESTRA SEÑORA


Lunes 17 de septiembre de 1979



Queridos hermanos y hermanas:

Me complace encontrarme con los Responsables regionales (o interregionales) de los Equipos de Nuestra Señora. Ved en este primer contacto, si bien sea breve, la estima, el aliento y la confianza que quisiera manifestar a vuestro Movimiento, en la línea misma de cuanto os dijo ya mi venerado predecesor Pablo VI. Me alegra la vitalidad de los Equipos y su difusión en varios países, particularmente en los hogares jóvenes.

Os proponéis vivir el amor conyugal y el amor de padres a la luz del Evangelio y de las enseñanzas de la Iglesia, en un clima que da gran relieve a la oración, a la relación entre familias, a los intercambios profundos entre esposos sobre todos los problemas humanos y espirituales. La levadura del Evangelio debe ante todo impregnar las realidades diarias y fundamentales de las relaciones familiares. De este modo y a partir de la base, hay que renovar las células de la Iglesia y de la sociedad. Y el Papa cuenta con la aportación de vuestro Movimiento de espiritualidad matrimonial.

Estimulo, pues, a los miembros de los Equipos de Nuestra Señora a procurar cada vez mayor perfección de vida cristiana en y a través del sacramento del matrimonio; y deseo que muchos otros esposos cristianos hagan lo mismo. Qué riquezas, qué exigencias, qué dinamismo brotan de este sacramento, si se vive cada día en la fe según la imagen del don mutuo de Cristo y su Iglesia. Qué fuerza cuando los esposos se ayudan mutuamente con sencillez a progresar bajo la mirada del. Señor en el amor recíproco y también en el perdón cuando sea necesario, y al entregarse los dos juntos al servicio de la familia, de la comunidad eclesial y del ambiente social. Qué ejemplo para los hijos que de este modo hacen con sus padres la primera experiencia del misterio de la Iglesia. Vosotros mismos, sobre todo los hogares vinculados al Movimiento desde hace tiempo, habéis experimentado ya que todo esto es a la vez muy exigente y muy alentador. Bien sé que tampoco vosotros estáis libres de las tentaciones y pruebas que experimentan otras familias, ni de las contradicciones que encuentra el ideal familiar en la sociedad contemporánea. Pero vosotros ponéis humildemente los medios para superarlas. Preocuparos de alimentar vuestras convicciones, meditaciones y acción en las verdaderas fuentes que son la Palabra de Dios leída en Iglesia, la doctrina y la ética cristianas recordadas por el Magisterio, la espiritualidad auténtica del matrimonio y de los otros sacramentos, con la ayuda de los sacerdotes que la Iglesia pone a vuestra disposición.

Deseo que vuestras convicciones y experiencia beneficien la pastoral familiar de la Iglesia en vuestros países respectivos, uniéndoos según las posibilidades a los enormes esfuerzos que se están haciendo o deberían hacerse en este terreno. En efecto, hay que hacer brillar ante los ojos de las generaciones jóvenes, el plan maravilloso de Dios sobre el amor conyugal, sobre la procreación y sobre la educación familiar; y esto sólo será creíble a través del testimonio de quienes lo están viviendo con todos los recursos de la fe.

Pues toda la Iglesia debe sentirse implicada en este esfuerzo. Por mi parte, ahora estoy aprovechando la ocasión de las audiencias generales del miércoles para presentar elementos de reflexión sobre la familia. El próximo Sínodo de los Obispos abordará "La misión de la familia cristiana"; estáis invitados no sólo a seguirlo con interés y atención, sino también a prestar colaboración en su preparación, dando a conocer en el seno de vuestras comunidades diocesanas vuestras reflexiones sobre los diferentes puntos del programa publicados por la Secretaría del Sínodo. Porque las tareas familiares podrán asumirse de forma cristiana sólo si se profundiza en la teología del matrimonio con toda su riqueza de gracias y su dimensión eclesial, y si esta espiritualidad se vive en la práctica dentro de los hogares.

Con estos sentimientos os expreso mi confianza a vosotros y a todos los hombres y mujeres de los Equipos de Nuestra Señora, así como a sus consiliarios; y os animo a engranar vuestros esfuerzos en la Iglesia, de acuerdo con la doctrina de la Iglesia y en armonía con los pastores de la Iglesia y con los otros Movimientos cuya acción es complementaria de la vuestra. Y de todo corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos, en especial a vuestros hijos.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA ASAMBLEA DE LAS CÁRITAS DIOCESANAS DE ITALIA

Jueves 20 de septiembre de 1979



Hijos carísimos:

261 Al daros mi cordial bienvenida a esta audiencia, que he querido reservar exclusivamente para vosotros, deseo expresaros mi satisfacción por un encuentro al que atribuyo especial importancia. Saludo en vosotros a los representantes de un organismo que, en los pocos años de su existencia, ha adquirido ya numerosos méritos en el ámbito de la Iglesia italiana e incluso más allá de sus confines. Con ímpetu generoso y oportuno, habéis tratado de hacer frente, en estos años, a las diversas situaciones de necesidad que han ido apareciendo, sucesivamente, más urgentes, organizando intervenciones de emergencia en casos de calamidades públicas, coordinando las propuestas caritativas elaboradas en las comunidades locales, promoviendo estudios e indagaciones sobre las causas de escasez y situaciones difíciles, con el fin de predisponer planos eficaces de acción, en el marco de una programación pastoral unitaria,

Concretamente, os habéis preocupado de poner en práctica una inspirada sugerencia de mi venerado predecesor, el gran Papa Pablo VI, el cual al recibiros en circunstancia análoga a ésta, tras haber hecho notar que "vuestra acción no puede limitar sus tareas a la mera distribución de ayuda a los hermanos necesitados", recordaba que "por encima de este cometido puramente material de vuestra actividad debe resaltar su prevalente función pedagógica, el aspecto espiritual que no se mide con cifras o balances, sino por la capacidad que esa actividad tiene para sensibilizar a la Iglesias locales y a cada uno de los fieles en el sentido v en el deber de la caridad" (Discurso del 28 de septiembre de 1972; L'Osservatore Romano, Edición semanal en Lengua Española, 15 de octubre 1972, pág. 9).

Quiero, por tanto, aprovechar este encuentro para dar fe del trabajo que tan útilmente habéis desarrollado hasta ahora y para expresaros, juntamente con mi sincero aprecio, mi más cordial deseo de que prosigáis sobre ese camino, tan exigente como apasionante, del amor práctico hacia los hermanos. Lo hago, plenamente consciente de cumplir una de las tareas fundamentales de mi ministerio. ¿Quién no recuerda, en efecto, la intuición luminosa de Ignacio de Antioquía, el cual, ya en el comienzo del siglo II, atribuía a esta Sede romana la calificación de "universo caritatis coetui preasidens"? (Epist. ad Romanos, inscr.). Y no es menos profunda la reflexión de San Ambrosio, el cual, comentando la insistencia de Jesús al hacer a Pedro la pregunta "¿me amas?", observa: "No es que el Señor dudase. Preguntaba no para saber, sino para manifestar que quería dejarle como Vicario de su amor" (In Lucam, 10: PL 15, 1994).

Pues bien, como "Vicario del amor de Cristo", el Papa no puede dejar de alegrarse por la vitalidad y el dinamismo con que la Cáritas italiana trata de corresponder a las esperanzas y confianza puesta en ella por la Conferencia Episcopal. Que os sostenga en vuestro trabajo la convicción de que todo lo que contribuya a aumentar en la comunidad la capacidad de amar constituye también una ayuda para su avance en la madurez cristiana y para potenciar la eficacia evangelizadora de su presencia en el mundo.

En tal sentido, deseo haceros algunas sugerencias. Quisiera subrayar, ante todo la oportunidad de una catequesis que aclare cada vez mejor a los fieles el estrecho nexo que existe entre el anuncio de la Palabra de Dios, celebración litúrgica de ella, y su traducción concreta en el testimonio de caridad, que llena la vida. Los cristianos de los primeros tiempos tuvieron vivísima conciencia de ello, como puede deducirse por algunas alusiones que, especialmente con referencia a la Eucaristía, se hallan en los Hechos de los Apóstoles (cf. 2, 42 y ss.; 4, 32 y ss.), en las Cartas de San Pablo (
1Co 2,17 ss.; Ep 5,18 ss.) y de otros Apóstoles (cf. Santiago Jc 2, l ss.) así como en la Didajé (cf. 9, 1 ss.; 14, 1 ss.) y en los escritos de la más remota antigüedad cristiana (cf. Ignacio, Philad. 4).

Vendrá bien, por otra parte, estimular a la comunidad cristiana a que se interrogue a sí misma acerca de la adaptación de su propia presencia benéfica respecto a la evolución histórica de las necesidades y a la cuestión que plantean las nuevas formas de pobreza. De ese modo, será posible hallar los caminos que es necesario recorrer hoy para testimoniar, en términos creíbles, el amor de Dios hacia los hombres y especialmente hacia los más pobres.

Convendrá, por último, abrir, sobre todo a los más jóvenes, las perspectivas de un voluntariado de la caridad, que sustituya la espontaneidad dispersa y provisional con la funcionalidad y continuidad de una organización racional del servicio, entendido no sólo como simple satisfacción de las necesidades inmediatas, sino más bien como un empeño tendente a modificar las causas que originan tales necesidades. Los voluntarios, oportunamente formados, serán los normales animadores de un proceso de responsabilización de la comunidad, del que podrán derivarse la revisión de estructuras marginadoras, la promoción de leyes más justas.. la creación de relaciones humanas más satisfactorias.

Hijos carísimos: el trabajo que tenéis delante es amplio y complejo, como vosotros sabéis perfectamente. Que no os desanimen las dificultades, ni os frenen los fracasos o las incomprensiones. Es tan noble la causa, que bien merece la pena realizar incluso grandes sacrificios. Que en todo momento os consuele el recuerdo de cuanto Jesús anunció respecto al Juicio final y que San Juan de la Cruz sintetizó con sus famosas palabras: "A la tarde te examinarán en el amor". Con mi bendición apostólica.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA REPRESENTACIÓN DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Viernes 21 de septiembre de 1979



Es para mí motivo de satisfacción recibir hoy y hablar con apertura de corazón a una representación tan calificada de esa Compañía de Jesús, que, desde hace más de 4 siglos, trabaja incansablemente en todas las partes del mundo "para la defensa y propagación de la fe... bajo el Romano Pontífice, Vicario de Cristo en la tierra" (Fórmula del Instituto).

Por esto agradezco al prepósito general, a sus asistentes y consejeros, a los provinciales aquí presentes, el haber deseado, durante vuestra asamblea romana, venir a rendir homenaje al Vicario de Cristo, al que os une, como jesuitas, un vínculo especial de amor y de servicio. Por mi parte, me complazco en confirmar la benevolencia de esta Sede Apostólica a la Compañía de Jesús, que se ha merecido, en el curso de los siglos, con el fervor de la vida religiosa y con el ardor del apostolado, como mis predecesores han testificado en varias ocasiones.

262 Por las informaciones que me llegan de todas las partes del mundo, conozco el mucho bien que realizan tantos religiosos jesuitas con su vida ejemplar, con su celo apostólico, con su sincera e incondicional fidelidad al Romano Pontífice. Ciertamente no ignoro —y así lo advierto también por otras muchas informaciones— que la crisis que en estos últimos tiempos ha sufrido y sufre la vida religiosa, ha afectado también a vuestra Compañía, causando desorientación en el pueblo cristiano, preocupaciones a la Iglesia, a la Jerarquía y también personalmente al Papa que os habla.

Sé que dirijo la palabra a quienes tienen las principales responsabilidades en el gobierno de la Orden. Cuento con vuestra colaboración y, por lo tanto, deseo vivamente recomendaros que promováis con gran empeño todo el bien que se realiza en la Compañía y realiza la Compañía, y, al mismo tiempo, pongáis remedio, con la debida firmeza, a las deplorables deficiencias, de manera que toda la Compañía viva y actúe animada siempre por el genuino espíritu ignaciano.

La brevedad del tiempo no me permite detenerme a ponderar adecuadamente tanto las iniciativas de bien que deben desarrollarse para salir al encuentro de las necesidades urgentes del mundo, cuanto las deficiencias que deben remediarse, para que no se vea comprometida la eficacia de esas iniciativas. Me limitaré a recordar algunas recomendaciones de mis inmediatos predecesores Pablo VI y Juan Pablo I, que, por el gran amor a la Compañía, tenían particular interés por ella. Las hago plenamente mías.

Por esto os digo: sed siempre fieles a vuestro Instituto, que Pablo VI, "como garante supremo de la fórmula del Instituto y como Pastor universal de la Iglesia" (Carta al padre general, 15 de febrero de 1975), quiso que se conservase en su plena integridad. Sed fieles igualmente a las normas de vuestro Instituto que Pablo VI y más recientemente Juan Pablo I, indicó en la alocución preparada, poco antes de morir, para vuestra congregación de procuradores; especialmente en cuanto se refiere a la austeridad de la vida religiosa y comunitaria, sin ceder a tendencias secularizantes; un sentido profundo de disciplina interior y exterior; la ortodoxia de la doctrina con fidelidad plena al supremo magisterio de la Iglesia y del Romano Pontífice, fuertemente querida por San Ignacio, como bien sabéis todos; y el ejercicio del apostolado, propio de una Orden de presbíteros (Gregorio XIII, "Ascendente Domino"), solícitos del carácter sacerdotal de su actividad, incluso en las más diversas y difíciles empresas apostólicas, llevadas a cabo con la ayuda válida y preciosa de los queridos hermanos coadjutores, mediante el ejercicio de sus tareas.

Para este fin me parece necesario recomendar un cuidado especialísimo en la formación de los miembros jóvenes de la Orden, esperanza de la Compañía y de la Iglesia. Me congratulo con vosotros por el número de vuestros novicios, signo de un consolador florecimiento de vocaciones. Estos jóvenes son un don de Dios; pero, precisamente por esto, constituyen también para vosotros una gran responsabilidad. Vosotros sabréis darles ciertamente la formación adecuada: formación espiritual según la reconocida ascética ignaciana, formación doctrinal con sólidos estudios filosóficos y teológicos según las directrices de la Iglesia, y formación apostólica orientada a aquellas formas de apostolado que son propias de la Compañía, abiertas, sí, a las nuevas exigencias de los tiempos, pero fieles a esos valores tradicionales que tienen eficacia perenne.

Yo sé qué fuerza viva representa la Compañía y por esto deseo ardientemente que crezca y prospere según su espíritu genuino, dando a todos ejemplo de religiosidad profunda, de seguridad doctrinal, de fecunda actividad sacerdotal, de modo que cumpla plenamente la misión que la Iglesia espera de ella y ofrezca a la Sede Apostólica ese servicio que, según su Instituto, se ha comprometido a prestar.

Con estos sentimientos formulo los mejores deseos para los trabajos de vuestra asamblea, mientras imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, a todos vuestros hermanos a quienes representáis, y a las obras apostólicas de toda la Compañía de Jesús.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UNA PEREGRINACIÓN DE LA ARCHIDIÓCESIS DE BOLONIA

Sábado 22 de septiembre de 1979

Señor cardenal,
hermanas y hermanos queridísimos:

Estoy verdaderamente contento por este gozoso encuentro de hoy con una representación tan calificada de la querida e ilustre archidiócesis de Bolonia. Sé cómo habéis deseado, y con cuánto esmero habéis preparado esta peregrinación a Roma, para venerar la tumba del Príncipe de los Apóstoles y para expresar vuestro afectuoso homenaje a su sucesor. ¡Aquí estoy con vosotros! ¡Bienvenidos a la casa del Padre común!

263 1. Mi primer saludo es para vuestro Pastor, el venerado hermano cardenal Antonio Poma, que, desde hace 12 años, está entre vosotros, guiándoos con iluminada sabiduría por el camino del bien. A él mi estima sincera, mi aplauso cordial y también mi aprecio por cuanto ha trabajado, durante tantos años, como Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana. Con él saludo también a los obispos auxiliares, monseñores Benito Cocchi y Vincenzo Zarri.

Saludo, además, a los sacerdotes, religiosos y religiosas presentes. Con ellos recuerdo, en particular, a los superiores, profesores y alumnos del Pontificio Seminario Regional "Benedicto XV", sede del Estudio Teológico Académico boloñés; y además a las religiosas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús y a las del Instituto de las Misioneras de la Inmaculada "Padre Kolbe"; a los miembros del Comité-cooperativa "Simpatía y Amistad"; a los socios de la archicofradía de San Juan Evangelista y San Petronio de los Boloñeses en Roma; a los socios de la Unión de Campaneros boloñeses y a los demás campaneros de la Romaña.

¡A todos mi afectuoso saludo y mi agradecimiento sincero!

2. Ciertamente no es fácil hablar a los representantes de una diócesis como Bolonia, que se precia de una historia y una tradición de espiritualidad, cultura, vida y arte, inspiradas en el mensaje cristiano y que, como es sabido, fue para Europa y para la Iglesia, especialmente en los siglos gloriosos del medievo, un faro luminoso de doctrina. sobre todo en el campo de la Jurisprudencia.

En esta necesaria mirada dirigida al pasado, ¿cómo no recordar la floración de santidad, sus 19 Santos y 12 Beatos, entre ellos los protomártires Vital y Agrícola, el primer obispo San Zama, San Petronio, obispo y patrono de la diócesis, la Beata Clelia Barbieri, elevada al honor de los altares por mi predecesor el Papa Pablo VI de venerada memoria?, y además, ¿los 7 Sumos Pontífices de origen boloñés, entre ellos Benedicto XIV, y los 4 Pastores de Bolonia, elevados al Papado, entre los cuales Benedicto XV, el Papa de la primera guerra mundial?

Al dirigir después la mirada al presente, nos hace descubrir una comunidad diocesana —cuya población alcanza casi un millón— llena de fecundidad espiritual y de dinamismo juvenil, lanzada totalmente y comprometida a vivir en profundidad la propia realidad eclesial en las diversas dimensiones, tanto a través de una participación consciente de los fieles en la liturgia —y al llegar aquí es obligado dirigir nuestro pensamiento agradecido a la obra infatigable del llorado cardenal Giacomo Lercaro—, como en el compromiso misionero, que ha tenido una manifestación feliz en la "hermandad" con la diócesis de Iringa en Tanzania; tanto en las diversas actividades caritativas y educativas, entre las cuales figura el benemérito Instituto Gualandi para sordomudos; como en el compromiso catequético, promovido en las 477 parroquias de la gran archidiócesis; como en las complejas realizaciones que intentan implicar, interesar y comprometer a los jóvenes para vivir con alegría las exigencias del mensaje evangélico.

Pienso que el secreto interior de tanto entusiasmo y de tanta vitalidad debe buscarse fundamentalmente en la arraigada y secular devoción a Cristo Eucaristía, que en vuestra diócesis ha encontrado peculiares y ejemplares manifestaciones en las llamadas "Decenales Eucarísticas", que se celebran en cada parroquia, y en los Congresos Eucarísticos diocesanos y arciprestales. Y ¿cómo olvidar la intensa veneración de los boloñeses a la Virgen Santísima? En nada menos que 40 santuarios marianos de vuestra diócesis confiáis vuestras esperanzas, vuestras ansias, vuestros propósitos, vuestras oraciones más secretas a la Madre de Dios; pero la piedad mariana de los boloñeses halla su expresión más conocida en la devoción a la "Santísima Virgen de San Lucas". También yo, humilde y devoto peregrino, he subido emocionado a ese templo maravilloso, para orar a la Virgen Santa y repetirle de todo corazón: "¡Totus tuus sum ego!".

3. Nuestra mirada común debe dirigirse hoy, de modo especial, al futuro, reconociendo y analizando, con realismo sereno, las dificultades que encontráis en vuestro ambiente social, para el anuncio del mensaje de Jesús. Estas dificultades objetivas, serias, graves, son conocidas de todos. Las ideologías materialistas y la mentalidad hedonista, que se difunden en amplios estratos de la población, especialmente juvenil, tratan por todos los medios de obstaculizar y desvirtuar el anuncio evangélico. ¿Acaso será necesario resignarse frente a estas dificultades?

Os digo a los aquí presentes, a todos los boloñeses: "Velad y estad firmes en la fe, obrando varonilmente y mostrándoos fuertes" (
1Co 16,13). ¡La fe cristiana, este don de la benevolencia divina, que os han transmitido vuestros padres como el tesoro más precioso, debe ser conservada, protegida, amada, defendida! Permaneced firmes en la fe. ¡La fe, que nos abre de par en par los espacios infinitos de la trascendencia; la fe, que nos hace inclinar la frente ante Dios; la fe, que nos une íntimamente a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre; la fe, que abre nuestros corazones a la esperanza y a la alegría; la fe, que nos hace amar a nuestros semejantes como a hermanos, porque actúa mediante la caridad (cf. Gál Ga 5,6); la fe, que nos da la clave para comprender el valor auténticamente revolucionario de las bienaventuranzas evangélicas; la fe, que nos constituye en Pueblo de Dios!

Fe en Dios, Creador y Padre; fe en Cristo, único Salvador y verdadero Liberador; fe en la Iglesia, Madre y Maestra de la verdad. En medio de las continuas y periódicas crisis de las ideologías humanas, vuestra fe y vuestra esperanza estén fijas en Dios (cf. 1P 1,21).

Entonces se podrá repetir de vosotros eso que se decía con admiración en los siglos del medievo: "Bononia docet" (Bolonia enseña). ¡Sí! Bolonia debe enseñar, con su ejemplo, cómo creen, cómo viven los cristianos auténticos; cómo se ama a los pobres y a los marginados; es decir, debe enseñar cómo el Evangelio es siempre actual y cómo, con la gracia de Dios, puede ser vivido para la felicidad plena del hombre.

264 A todos vosotros aquí presentes, a todos los boloñeses, a vuestros seres queridos, os aseguro mi oración a la Virgen, a cuya protección materna confío vuestras familias y, en particular, los pobres, enfermos, jóvenes y niños.

Con mi bendición apostólica.


DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE ARGENTINA

EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Lunes 24 de septiembre de 1979



Venerables hermanos en el Episcopado:

Doy gracias a Dios, porque me ha permitido encontrarme con vosotros y otros obispos de Argentina, venidos a Roma para la visita ad limina, y así ir conociendo mejor la realidad del trabajo evangelizador en aquellas tierras lejanas geográficamente, pero muy cercanas a mi corazón.

En este encuentro colectivo deseo reflexionar con vosotros acerca de algunos puntos que exigen de modo más particular vuestra dedicación como maestros y pastores de la fe, y que a la vez comprometen el esfuerzo de toda la comunidad cristiana.

Al iniciar la reciente Conferencia de Puebla, señalé concretamente lo que constituye el núcleo fundamental de la evangelización y cómo es deber principal de los Obispos ser maestros y testigos de la verdad que viene de Dios: Verdad sobre Jesucristo, Verbo e Hijo de Dios, que se hace hombre para acercarse al hombre y brindarle, por la fuerza de su misterio, la salvación, gran don de Dios. Pero verdad que llega al hombre por medio de la Iglesia, convocada e instituida por el mismo Señor para ser comunión de vida, de caridad y de verdad en su sagrado magisterio. Y finalmente mostrar así al hombre el principio y fundamento de su dignidad y sus derechos. A este respecto quiero deciros que me complazco de los esfuerzos que realizáis por ser fieles a este programa y al deber que tenéis para con las almas confiadas a vuestra responsabilidad pastoral.

Hoy deseo, sin embargo, referirme más específicamente a dos puntos que Usted, Señor Cardenal, acaba de mencionar en las palabras que ha apenas pronunciado. El primero es el de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Este año, con ocasión del Jueves Santo, dirigí a los Obispos y sacerdotes dos cartas, para insistir en la necesidad de fundamentar la propia identidad sacerdotal y dar al mundo el testimonio de una clara consagración a Dios. Al conocer ahora la alentadora realidad del resurgimiento vocacional en vuestras diócesis, vuelvo a señalar la importancia prioritaria del cuidado pastoral que requieren, por una parte, la promoción de las vocaciones de jóvenes y adolescentes y la formación de los seminaristas y aspirantes a la vida religiosa; y por otra, la continua renovación espiritual de los sacerdotes.

El sacerdocio cristiano no tiene sentido fuera de Cristo. Lo enseñanza tradicional nos repite constantemente: “sacerdos alter Christus”, y lo hace marcando no un sentido paralelo, sino indicando cómo Cristo se hace presente en cada sacerdote y cómo el sacerdote obra “in persona Christi”. ¿Cómo será posible esta realidad, si no existe una correspondencia entre aquella identidad misteriosa con Cristo y la identidad personal que se logra por la aceptación efectiva de cada sacerdote? ¿Y cómo podremos llegar a Cristo si el Padre no nos atrae? Por ello, la oración debe llenar la vida del sacerdote: oración personal, que si bien debe expresarse eminentemente a través de la Sagrada Liturgia, habrá de estar alimentada con un continuo recurso a las Sagradas Escrituras, a la luz del Magisterio de la Iglesia. La participación cotidiana en la Eucaristía sellará este contacto íntimo e insustituible con el Señor.

Se requiere también, obviamente en el sacerdote un esfuerzo de estudio y búsqueda en las fuentes y expresiones de ese mismo Magisterio de la Iglesia, con el prudente complemento de las ciencias profanas, para tener una más adecuada disponibilidad al servicio del Señor en favor de los hombres.

Por otra parte, la identidad auténtica del sacerdocio importa un sometimiento humilde y el uso de la inteligencia y dotes naturales para conocer y aceptar los caminos de Dios, abandonándose confiados a su plan de salvación. Sólo bajo la acción de la gracia se va llegando a la sabiduría – don del Espíritu Santo – por la cual el sacerdote tiene la visión trascendente de la vida humana, adquiere el verdadero sentido de las cosas, y saca de los principios de la fe las conclusiones que dirijan a cada hombre, en cada situación, por los caminos de la Verdad y de la Vida.


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