Discursos 1979 330


VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


AL FINAL DEL CONCIERTO DE LA ORQUESTA SINFÓNICA


DE CHICAGO


Catedral del Santo Nombre, Chicago

Viernes 5 de octubre de 1979



Me siento verdaderamente honrado por la espléndida actuación de la orquesta sinfónica de Chicago.

Os agradezco que me hayáis dado la oportunidad de expresar mi profunda admiración por la belleza artística que me habéis ofrecido esta noche. Aceptad mi profundo reconocimiento.

Me siento además honrado al poder unir, en esta ocasión, mi voz a la de mi predecesor Pablo VI, el cual, durante el elocuente testimonio de un largo pontificado, se mostró amigo de los artistas. Con toda la intensidad de su noble alma, expresó la estima de la Iglesia por el papel del arte. El mismo guió con gran habilidad a la Iglesia católica en el diálogo con los artistas del mundo. Tenía una gran esperanza en que todo arte y belleza hiciese elevar la mirada del hombre hacia Dios, indicando el camino de la belleza increada.

331 Para honrar la memoria de Pablo VI, en mi nombre y en el de la Iglesia, expreso una vez más mi respeto y admiración por lo que contribuís a la elevación de la humanidad, mediante vuestra creación artística que exalta lo que es humano y alcanza lo que es religioso y divino.

En el encuentro cultural y espiritual de esta tarde, quiero extender mi respetuoso saludo a todos los artistas de esta tierra, poniendo de relieve el papel que están llamados a representar, con prodigiosa capacidad, para el progreso de la verdadera cultura en los Estados Unidos y en el mundo entero.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


AL LLEGAR A WASHINGTON


Aeropuerto de «Andrews Air Force Base»

Sábado 6 de octubre de 1979



Señora Carter,
queridos amigos,
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Deseo expresar mi sincero agradecimiento por las corteses palabras de bienvenida que me habéis dirigido a mi llegada a la capital de la nación, última etapa de mi viaje apostólico a los Estados Unidos. Una vez más quiero expresar mi reconocimiento por la invitación que la Conferencia Episcopal y el Presidente Carter me han hecho para visitar los Estados Unidos.

Extiendo mi cordial saludo a cuantos han venido aquí a darme la bienvenida. A usted, señora Carter, y a las demás autoridades civiles, en quienes saludo a todo el pueblo americano y, de modo especial, a los ciudadanos del Estado Federal de Columbia. Un saludo fraternal a usted, cardenal Baum, Pastor de la archidiócesis de Washington y, por su medio, a todo el clero, religiosos y laicos de la comunidad católica. Al mismo tiempo, me siento feliz de poder saludar al Presidente, oficiales y funcionarios de la Conferencia de Obispos católicos que tiene su sede en esta ciudad, así corno también a cuantos trabajan en la Conferencia católica de los Estados Unidos, prestando un servicio indispensable a la comunidad católica de este país. A todos mis hermanos en el Episcopado, un saludo y una bendición del Obispo de Roma en la Sede de San Pedro, para vosotros y vuestras diócesis.

Deseo con gran interés encontrarme con los dirigentes de esta joven y floreciente nación, de manera especial con el Presidente de los Estados Unidos. Me sentiré muy honrado con visitar el cuartel general de la Organización de los Estados de América, para llevar a esta benemérita entidad un mensaje de paz para todos los pueblos representados en ella.

Me es, además, muy grato poder encontrar durante esta mi visita y peregrinación a la comunidad católica de esta región y conocer sus esfuerzos pastorales, programas y actividades.

332 Que las bendiciones de Dios Omnipotente desciendan copiosas sobre todo el pueblo de la capital de esta nación.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


AL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS,


A LOS MIEMBROS DEL CONGRESO, DEL GOBIERNO


Y DE LA CORTE SUPREMA


Casa Blanca, Washington

Sábado 6 de octubre de 1979



Señor Presidente:

Deseo expresar mis más sinceras gracias por sus amables palabras de bienvenida a la Casa Blanca. Supone un gran honor para mí reunirme con el Presidente de los Estados Unidos durante una visita cuyas finalidades son de naturaleza espiritual y religiosa. Quisiera expresarle a usted y, al mismo tiempo, a través de usted a todos los americanos, mi más profundo respeto hacia todas las autoridades federales y estatales de esta nación y hacia su amable gente. En el transcurso de estos últimos días he tenido la oportunidad de visitar algunas de sus ciudades y de sus áreas rurales. Lamento el que el tiempo haya sido tan breve que no me haya permitido saludar personalmente a todos los sectores de este país, pero deseo certificarle que mi estima y afecto van dirigidos a todos los hombres, mujeres y niños, sin distinción.

La Divina Providencia, en su designio, me ha llamado, de mi nativa Polonia, para ser Sucesor de Pedro en la Sede de Roma y guía de la Iglesia católica. Me proporciona una gran alegría saber que soy el primer Papa que ha venido a la capital de esta nación, y doy gracias por este beneficio a Dios Todopoderoso.

Al aceptar su cortés invitación, Señor Presidente, he tenido la esperanza de que nuestro encuentro de hoy supusiera una contribución a la causa de la paz mundial, de la comprensión entre las naciones y de la promoción del pleno respeto a los derechos humanos en todas partes.

Señor portavoz y honorables miembros del Congreso, distinguidos miembros del Gobierno y de la Corte Suprema, señoras y caballeros.

Su presencia aquí me honra enormemente, y aprecio profundamente la expresión de respeto que, de este modo, me hacen patente. Mi gratitud va dirigida a cada uno de ustedes personalmente, por su amable bienvenida. Deseo expresar a todos lo profundamente que estimo su misión como servidores del bien común de todo el pueblo de América.

Provengo de una nación con una larga tradición de profunda fe cristiana y con una historia nacional marcada por numerosas vicisitudes; durante más de cien años, Polonia fue incluso borrada del mapa político de Europa. Pero es también un país marcado por un profundo respeto hacia esos valores sin los que ninguna sociedad puede prosperar: amor a la libertad, creatividad cultural y convicción de que el empeño común por el bien de la sociedad debe ser guiado por un auténtico sentido moral. Mi propia misión espiritual y religiosa me impulsa a ser mensajero de paz y fraternidad, y a testificar en pro de la grandeza de toda persona humana. Esta grandeza deriva del amor de Dios, que nos creó a su propia imagen y nos concedió un destino eterno. En esta dignidad de la persona humana es donde yo veo el significado de la historia y donde encuentro el principio que confiere sentido al papel que todo ser humano debe asumir de cara a su propio desarrollo y al bienestar de la sociedad a la que pertenece. Con estos sentimientos saludo en ustedes a todo el pueblo de América, un pueblo que basa su concepción de la vida sobre valores morales y espirituales, sobre un profundo sentido religioso, sobre el respeto por el deber y sobre la generosidad en el servicio a la humanidad: nobles rasgos que han tomado cuerpo, de un modo particular, en la capital de la nación, con sus monumentos dedicados a figuras nacionales tan sobresalientes como George Washington, Abraham Lincoln y Thomas Jefferson.

Saludo en ustedes al pueblo americano, a sus representantes electos, que sirven en el Congreso para señalar, mediante legislación, el camino que conducirá a todos los ciudadanos de este país (hombres y mujeres) hacia el pleno desarrollo de sus posibilidades, y a la nación entera a asumir su parte de responsabilidad en la construcción de un mundo de auténtica libertad y justicia. Saludo a América en todos los que están investidos de autoridad, autoridad que sólo puede considerarse como una oportunidad para servir a sus compatriotas en el pleno desarrollo de su auténtica humanidad y en el total y expedito disfrute de todos sus derechos fundamentales. Saludo a la gente de este país también en los miembros de la Corte Suprema, que son servidores de la humanidad en la aplicación de la justicia, y que mantienen así en sus manos un imponente poder, que afecta, mediante sus decisiones, a las vidas de todos los individuos.

333 Ruego por ustedes a Dios Todopoderoso, para que les garantice, en sus decisiones, el don de la sabiduría, la prudencia en sus palabras y acciones y la compasión en el ejercicio de la autoridad que les corresponda, para que, en su noble servicio, rindan siempre un verdadero servicio al pueblo.

¡Dios bendiga América!





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


AL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS


AL DESPEDIRSE DE LA CASA BLANCA


Washington

Sábado 6 de octubre de 1979



Señor Presidente:

Me siento muy honrado de haber tenido, en respuesta a su amable invitación, la oportunidad de reunirme con usted; porque, debido a su función de Presidente de los Estados Unidos de América, usted representa ante el mundo a toda la nación americana y tiene la inmensa responsabilidad de guiar a esta nación por los senderos de la justicia y de la paz. Os agradezco públicamente este encuentro, y lo agradezco asimismo a cuantos han contribuido a su realización, i Deseo también reiterar aquí mi más profunda gratitud por el caluroso recibimiento y la exquisita amabilidad de que he sido objeto, por parte del pueblo americano, durante mi viaje pastoral a lo largo de su hermoso país.

Señor Presidente:

Al responder a las amables palabras que me habéis dirigido, me tomo la libertad de empezar con el pasaje del Profeta Miqueas que usted citó en su toma de posesión: "¡Oh hombre!, bien se te ha declarado lo que es bueno y lo que de ti pide Yavé: hacer justicia, amar el bien y caminar en la presencia de tu Dios" (Miq 6. 8). Al recordar estas palabras, quiero saludarle a usted y a todas las autoridades de cada uno de los Estados y de la nación que se han comprometido en pro del bien de los ciudadanos. En realidad, no existe otro modo de ponerse al servicio de la persona humana más que el de procurar el bien de todo hombre y mujer en el despliegue de sus compromisos y actividades. La autoridad en la comunidad política se basa en el principio ético objetivo de que el deber básico del poder lo constituye la solicitud por el bien común de la sociedad, y de que está al servicio de los derechos inviolables de la persona humana. Los individuos, las familias y los diferentes grupos que componen la comunidad cívica son conscientes de que, por sí mismos, son incapaces de realizar por completo todas sus posibilidades humanas; y, por consiguiente, son capaces de captar las condiciones necesarias que deben darse en una comunidad más amplia para una siempre mejor consecución del bien común.

Deseo alabar a las autoridades públicas y a todo el pueblo de los Estados Unidos por haber reservado un lugar destacado, desde los mismos comienzos de la existencia de esta nación, a algunos de los más importantes asuntos relacionados con el bien común. Hace tres años, durante la celebración del bicentenario, en el que tuve la fortuna de participar como arzobispo de Cracovia, vimos todos con claridad que uno de los principios básicos que rigen la vida de esta comunidad es el interés por todo lo humano y lo espiritual. Es superfluo añadir que el respeto a la libertad y a la dignidad del individuo, cualesquiera sean su origen, raza, sexo o credo, ha sido un estimado principio del credo civil de América, y que se ha visto apoyado con denuedo por diferentes decisiones y acciones.

Señor Presidente, señoras y caballeros:

Conozco y aprecio los esfuerzos de este país por la limitación de armas, especialmente de las nucleares. Todos somos conscientes del terrible riesgo que la reserva de tales armas acarrea a la humanidad. Toda vez que es una de las naciones más grandes de la tierra, los Estados Unidos juegan un papel particularmente importante en la búsqueda de una mayor seguridad en el mundo y de una mayor cercanía en la colaboración internacional. Espero de todo corazón que no se remitirán los esfuerzos tanto para reducir el riesgo de una fatal y desastrosa conflagración mundial, como para asegurar una prudente y progresiva reducción de la capacidad destructiva ele los arsenales militares. Al mismo tiempo, y por motivos de su especial posición, espero que los Estados Unidos consigan influir en otras naciones para que se unan en un continuado compromiso de cara al desarme. ¿Cómo puede una nación servir con eficacia a la humanidad (cuyo deseo más profundo es el de la verdadera paz), sino aceptando de todo corazón tal compromiso?

334 La vinculación a los valores humanos y a los intereses éticos, que ha constituido la señal distintiva del pueblo americano, debe ser situada, especialmente en el contexto actual de la creciente interdependencia de los pueblos a lo largo y lo ancho del globo, en el marco de la concepción de que el bien común de la sociedad abarca no sólo a la nación individual a la que uno pertenece, sino a los ciudadanos de todo el mundo. Quiero animar todo tipo de acción que vaya dirigida a reforzar la paz mundial, una vez basada en la libertad y la justicia, en la caridad y la verdad. Las relaciones actuales entre los pueblos y entre las naciones exigen el establecimiento de una mayor cooperación internacional también en el campo económico. Cuanto más poderosa es una nación, tanto mayor resulta su responsabilidad internacional, tanto mayor debe ser su compromiso de cara a la mejora de la suerte de aquellas personas que ven su humanidad constantemente amenazada por la carencia y la necesidad. Es mi ferviente esperanza que todas las naciones poderosas de la tierra sean cada vez más conscientes del principio de la solidaridad humana en la única y gran familia humana. América, que en las décadas pasadas ha demostrado bondad y generosidad al proveer de alimentos en orden a aliviar el hambre del mundo, será capaz, estoy seguro, de igualar esa generosidad con una contribución también convincente al establecimiento del orden mundial, que creará las condiciones económicas y comerciales necesarias para una más justa relación entre todas las naciones del mundo, respetando su dignidad y su propia personalidad. Toda vez que hay gente que sufre debido a las desigualdades internacionales, no puede dejarse a un lado el asunto de la consecución de la solidaridad internacional, aunque esto lleve consigo un cambio notable en las actitudes y estilos de vida de quienes han sido bendecidos con una mayor participación en los bienes de la tierra.

Señor Presidente, señoras y caballeros:

Al tocar el tema del bien común, que encarna la aspiración de todos los seres humanos al pleno desarrollo de sus capacidades y a la justa protección de sus derechos, he mencionado áreas en las que la Iglesia que yo represento y la comunidad política que integra el Estado comparten intereses comunes: la salvaguardia de la dignidad de la persona humana y la búsqueda de la justicia y la paz. En sus propias esferas, la comunidad política y la Iglesia son mutuamente independientes y autogobernantes. Sin embargo, bajo diferentes aspectos, cada una de ellas está al servicio de la vocación personal y social de los mismos seres humanos.

Por su parte, la Iglesia católica proseguirá sus esfuerzos por cooperar en la promoción de la justicia, la paz y la dignidad a través del compromiso de sus líderes y de los miembros de sus comunidades, y mediante su incesante proclamación de que todos los seres humanos son creados a imagen y semejanza de Dios, y de que son hermanos y hermanas, hijos de un único Padre celestial.

Que Dios Todopoderoso bendiga y mantenga a América en la búsqueda de la plenitud de libertad, justicia y paz.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


A LA ORGANIZACIÓN DE LOS ESTADOS AMERICANOS


Washington

Sábado 6 de octubre de 1979

Señor Presidente,
señor Secretario general,
señoras y señores:

1. Es para mí motivo de gran placer tener esta oportunidad de saludar a todos los distinguidos representantes de las distintas naciones miembros de la Organización de Estados Americanos. Mi sincero agradecimiento va a usted. Señor Presidente, por las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido. Agradezco también al Secretario General su amable invitación a visitar la sede general de la más antigua entre las Organizaciones regionales internacionales. Es, pues, justo que, después de mi visita a la Organización de las Naciones Unidas, sea la Organización de los Estados Americanos la primera entre las muchas organizaciones y agencias intergubernamentales a la que tengo el privilegio de dirigir un mensaje de paz y de amistad. La Santa Sede sigue con sumo interés y, puedo decir, con especial atención, los acontecimientos y cambios que afectan al bienestar de los pueblos de las Américas. Por esto se sintió muy honrada cuando fue invitada a enviar el propio Observador permanente a esta Institución, invitación hecha, el pasado año, por decisión unánime de la Asamblea General. La Santa Sede ve en organizaciones regionales, como la vuestra, estructuras intermedias que promueven una mayor diversidad y vitalidad interna, en una determinada área, dentro de la comunidad global de naciones. El hecho de que el continente americano cuente con una Organización encargada de asegurar una continuidad mayor en el diálogo entre los Gobiernos, de promover la paz, de favorecer el pleno desarrollo en la solidaridad y de proteger al hombre, su dignidad y sus derechos, es un factor que beneficia a toda la familia humana. El Evangelio y el cristianismo han entrado de lleno en vuestra historia y en vuestras culturas. Yo quisiera partir de esta tradición común, con el objeto de presentares algunas reflexiones, con absoluto respeto a vuestras convicciones personales y a vuestra propia competencia, a fin de dar a vuestros esfuerzos una contribución original en un espíritu de servicio.

335 2. La paz es un don precioso que vosotros tratáis de preservar para vuestros pueblos. Estáis de acuerdo conmigo en que no es acumulando armas come se logra asegurar esta paz de forma estable. Aparte de que tal acumulación aumenta en la práctica el peligro de hacer recurso a las armas para solucionar las disputas que pueden surgir, resta considerables recursos materiales y humanos a los grandes cometidos pacíficos del desarrollo, que son tan urgentes. Ello podría también hacer pensar que el orden construido sobre las armas es suficiente para asegurar la paz interna en cada uno de los países.

Os pido solemnemente que hagáis todo lo que esté en vuestro poder para frenar la carrera de armamentos en este continente. No hay diferencias entre vuestros países que no puedan ser superadas pacíficamente. ¡Qué alivio sería para vuestros pueblos, cuántas oportunidades nuevas se abrirían a su progreso económico, social y cultural, y qué ejemplo tan contagioso se daría al mundo, si la difícil empresa del desarme llegase a encontrar aquí una solución realista y decidida!

3. La dolorosa experiencia de la historia de mi patria, Polonia, me ha enseñado cuán importante es la soberanía nacional cuando tiene al servicio un Estado digno de tal nombre y libre en sus decisiones; cuán importante es para la protección no sólo de los legítimos intereses materiales del pueblo, sino también de su cultura y de su alma. Vuestra Organización es una organización de Estados, fundada sobre el respeto a la absoluta soberanía nacional de cada uno, sobre la participación paritaria en las tareas comunes y sobre la solidaridad entre vuestros pueblos. La legítima exigencia por parte de los Estados de participar sobre una base de igualdad en las decisiones comunes de la Organización debe ir acompañada del deseo de promover dentro de cada país una participación cada vez más efectiva de los ciudadanos en la responsabilidad y en las decisiones de la nación a través de formas que tengan particularmente en cuenta tradiciones, dificultades y experiencias históricas.

4. De todos modos, aunque tales dificultades y experiencias pueden exigir a veces medidas excepcionales y un cierto período de maduración en la preparación de nuevos avances en la distribución de responsabilidades, ellas nunca jamás justifican un ataque a la dignidad inviolable de la persona humana y a los derechos auténticos que protegen su dignidad. Si ciertas ideologías y ciertas formas de interpretar la legítima preocupación por la seguridad nacional dieran como resultado el subyugar al Estado el hombre y sus derechos y dignidad, ellas cesarían, en la misma medida, de ser humanas y sería imposible compaginarlas con un contenido cristiano sin una gran decepción. En el pensamiento de la Iglesia es un principio fundamental que la organización social ha de estar al servicio del hombre y no viceversa. Esto es válido también para los más altos niveles de la sociedad, donde se ejerce el poder de coerción y donde los abusos, cuando los hay, son particularmente serios. Además, una seguridad en la que los pueblos ya no se sienten implicados, porque no los protege en su verdadera humanidad, es solamente una farsa; a medida que se va haciendo cada vez más rígida, mostrará síntomas de creciente debilidad y de una ruina inminente,

Sir indebidas interferencias, vuestra Organización, dentro del espíritu con que afronta todos los problemas de su competencia, puede hacer mucho en todo el continente para hacer avanzar un concepto de Estado y de su soberanía que sea realmente humano y que por ello precisamente sea la base para la legitimación de los Estados y de sus reconocidas prerrogativas para servicio del hombre.

5. ¡El hombre! El hombre es el criterio decisivo que ordena y dirige todos vuestros empeños, el valor vital cuyo servicio exige incesantemente nuevas iniciativas. Las palabras más llenas de significado para el hombre —palabras como justicia, paz, desarrollo, solidaridad, derechos humanos— quedan a veces rebajadas como resultado de una sospecha sistemática o de una censura ideológica facciosa y sectaria. De este modo pierden su poder para movilizar y atraer. Lo recobrarán solamente si el respeto por la persona humana y el empeño en favor de la misma son puestos de nuevo explícitamente al centro de todas las consideraciones. Cuando hablamos de derecho a la vida, a la integridad física y moral, al alimento, a la vivienda, a la educación, a la salud, al trabajo, a la responsabilidad compartida en la vida de la nación, hablamos de la persona humana. Es esta persona humana la que la fe nos hace reconocer como creada a imagen de Dios y destinada a una meta eterna. Es esta persona la que se encuentra frecuentemente amenazada y hambrienta, sin vivienda ni trabajo decentes, sin acceso al patrimonio cultural de su pueblo o de la humanidad y sin voz para hacer oír sus angustias. A la gran causa del pleno desarrollo en la solidaridad deben dar nueva vida aquellos que en uno u otro grado ya gozan estos bienes, para el servicio de todos aquellos —y son todavía tantos en vuestro continente— que están privados de ellos en medida a veces dramática.

6. El desafío del desarrollo merece toda vuestra atención. También en este campo lo que vosotros logréis puede ser un ejemplo para la humanidad. Los problemas de áreas rurales y urbanas, de la industria y la agricultura y del medio ambiente, son en larga medida una tarea común. La búsqueda decidida de todo esto ayudará a difundir por el continente un sentimiento de fraternidad universal que se extiende más allá de confines y regímenes. Sin menoscabo de las responsabilidades de los Estados soberanos, descubrís que es una exigencia lógica para vosotros el ocuparos de problemas, como el desempleo, emigración y comercio, en cuanto preocupación común, cuya dimensión continental pide de manera cada vez más intensa soluciones más orgánicas a escala continental. Todo lo que vosotros hacéis por la persona humana detendrá la violencia y las amenazas de subversión y destabilización. Porque al aceptar con valentía las revisiones exigidas por "este único punto de vista fundamental que es el bien del hombre —digamos de la persona en la comunidad— y que como factor fundamental del bien común debe constituir el criterio esencial de todos los programas, sistemas, regímenes" (Redemptor hominis
RH 17), dirigís las energías de vuestros pueblos hacia la satisfacción pacífica de sus aspiraciones.

7. La Santa Sede se considerará siempre feliz de prestar su propia y desinteresada contribución a esta tarea. Las Iglesias locales de las Américas harán otro tanto dentro del marco de sus varias responsabilidades. Favoreciendo el progreso de la persona humana, de su dignidad y sus derechos, sirven a la ciudad terrena, a su cohesión y a sus legítimas autoridades. La plena libertad religiosa que ellas piden es para servir, no para oponerse a la legítima autonomía de la sociedad civil y de sus propios medios de acción. Cuanto más capaces sean los ciudadanos de ejercer habitualmente sus libertades en la vida de la nación, tanto más rápidamente las comunidades cristianas serán capaces de dedicarse a sí mismas a la tarea central de evangelización, es decir, a predicar el Evangelio de Cristo, fuente de vida, de fortaleza, de justicia y de paz.

Con oraciones fervientes por la prosperidad y la concordia, invoco sobre esta importante Asamblea, sobre los Representantes de todos los Estados miembros y sus familias, y sobre los queridos pueblos de las Américas, los favores y bendiciones mejores de Dios Todopoderoso.

Mi visita aquí, a la Sala de las Américas, y ante esta noble Asamblea que se consagra a la colaboración interamericana, quisiera expresar un deseo y una oración a la vez. Mi deseo es que ningún hombre, ninguna mujer, ningún niño de las naciones de este continente se sientan abandonados jamás por las autoridades constituidas, a las que están dispuestas a dar plena confianza en la medida en que estas autoridades procuren el bien de todos. Mi oración es para pedir que Dios Todopoderoso conceda su luz a los pueblos y gobernantes a fin de que descubran constantemente nuevas vías de colaboración para construir una sociedad fraterna y justa.

Una palabra más antes de dejaros —con gran pena, lo confieso—, después de esta primera y breve visita a vuestra venerada Organización. A principios de este año, durante mi viaje a México, tuve ya oportunidad de admirar en la población local el entusiasmo, la espontaneidad y la alegría con que viven las gentes de este continente. Estoy convencido de que tenéis que saber preservar el rico patrimonio humano y cultural de vuestros pueblos; y con éste, habéis de saber mantener también las bases indispensables del progreso verdadero que está constituido siempre y en todas partes por el respeto a la suprema dignidad del hombre.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


AL PERSONAL DE LA ORGANIZACIÓN


DE LOS ESTADOS AMERICANOS


Washington

336

Sábado 6 de octubre de 1979



Queridos amigos:

Gracias por haber venido aquí a saludarme. A todos vosotros: ¡paz y alegría!

Cada vez que tengo oportunidad de encontrarme con un grupo de personas, me siento muy feliz porque veo en vosotros a mis hermanos y hermanas, hijos del mismo Dios que es nuestro Padre y nos ha creado con la misma belleza y riqueza, la belleza de ser seres humanos libres, capaces de conocer la verdad, de brindar amor y comprendernos unos a otros, y de unir las manos a fin de hacer del mundo un lugar mejor para vivir en él.

He estado con mucha gente estos últimos días, gente muy diferente de Irlanda, Estados Unidos, ciudades y sectores rurales de América, y la Organización de Estados Americanos. He disfrutado al encontrarme entre ellos, pero he disfrutado sobre todo al ver la fuerza con que cada uno cree en la posibilidad de procurar la paz y el bienestar de todos los hombres, mujeres y niños del mundo. Quiero animaros también a vosotros en vuestra dedicación a la verdad y la justicia sin las que no puede darse la paz verdadera.

Una de las tentaciones del mundo moderno es el materialismo creciente en la mentalidad de la gente y de la misma sociedad. Muchas personas se han desengañado a este respecto; se les ha inducido a pensar que el dinero, el placer, las comodidades y la permisividad podrían sustituir a los valores espirituales.

Por tanto os invito a no perder de vista las cosas que realmente importan, as cosas del espíritu; y ante todo remedemos que es Dios quien confiere sentido a nuestra vida.

A todos vosotros, jóvenes y mayores, digo: No permitáis que las cosas materiales os alejen de lo que realmente cuenta, es decir, del amor de Dios a vosotros y vuestro amor de unos para con otros.

Dios os bendiga.

Queridos amigos de lengua española:

Acabo de visitar la sede de la Organización de Estados Americanos, donde he encontrado a los representantes de esta área geográfica, a los que he traído un mensaje de paz, de amistad, de aliento, de colaboración por parte de la Iglesia.

337 El interés del Papa por este Organismo internacional regional, quiere significar además un interés por cada uno de vuestros países y un interés por cada uno de vosotros, como grupos familiares o como personas.

El saludo que he dirigido a los Representantes de los Estados Americanos, lo hago llegar ahora a vosotros con toda cordialidad. Pido asimismo a Dios que podáis siempre mirar a este Organismo con ojos de esperanza y como lugar en el que hallan eco vuestras legítimas expectativas, orientadas hacia metas de una mayor dignidad humana y cristiana.

A lo largo de mi recorrido por los Estados Unidos, sé muy bien que, dispersos entre las grandes muchedumbres y ciudades, voy encontrando también a numerosos grupos de la comunidad hispana. Ninguno se sienta olvidado por el Papa. sino respetado y amado en su dignidad de hombre, con sus valores culturales y personales propios, además de como cristiano e hijo de Dios.

A vosotros, a vuestros amigos y a todos los hispanos exhorto a sentimientos de solidaridad, y los aliento a mantener vuestros valores humanos y cristianos con valentía y constancia.

Recibid todos, finalmente, mi recuerdo de amigo y mi afectuosa bendición.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


AL CUERPO DIPLOMÁTICO*


Washington

Sábado 6 de octubre de 1979



Excelencias,
señoras, señores:

En el transcurso de esta visita, tan agradable y exigente a la vez, me siento muy satisfecho por la oportunidad que esta tarde se me brinda, de poder encontrarme con los miembros del Cuerpo Diplomático que desarrollan su misión en Washington.

Vuestra presencia aquí me honra. Es un honor que se rinde no solamente a mi persona, sino al Jefe de la Iglesia católica. Y os doy mis más cordiales gracias por ello. Veo también en este gesto de cortesía un estímulo para la actividad de la Iglesia católica y de la Santa Sede en servicio de la humanidad.

338 Esta preocupación por servir a la humanidad es común al Cuerpo Diplomático y a la Santa Sede. Uno y otra actúan en sus respectivos terrenos, desempeñando con perseverancia su propia misión; pero ambos están unidos por la gran causa de la comprensión y de la solidaridad entre los pueblos y las naciones.

Vuestra tarea es muy noble. Pese a las dificultades, los contratiempos y los fracasos inevitables, la importancia de la diplomacia radica en el hecho de que es uno de los caminos que hay que recorrer cuando se busca la paz y el progreso de toda la humanidad. "La diplomacia —decía mi predecesor Pablo VI— es el arte de hacer la paz" (Discurso al Cuerpo Diplomático, Roma, 12 de enero de 1974). Los esfuerzos dé los diplomáticos por establecer la paz o mantenerla, sea a nivel bilateral a multilateral, no van siempre acompañados del éxito. Conviene, sin embargo, estimularlos siempre, hoy como ayer, con el fin de suscitar nuevas iniciativas y trazar nuevos caminos, con esa paciencia y tenacidad que son cualidades eminentes del diplomático. Y ya que hablo en nombre de Cristo, que se proclamó a Sí mismo como "el camino, la verdad y la vida" (
Jn 14,6), quisiera también llamar la atención sobre otras cualidades que me parecen indispensables si se quiere que la diplomacia, en los tiempos actuales, responda a las esperanzas que se han puesto en ella: conviene, en efecto, que los valores supremos, tanto morales como espirituales, se integren cada vez más profundamente en los objetivos perseguidos por los pueblos y en los medios puestos en práctica para alcanzarlos.

La verdad es la primera de esas exigencias morales que deben prevalecer en las relaciones entre las naciones y los pueblos. Para la XIII Jornada mundial de la Paz (1 de enero de 1980) he señalado como tema: "La verdad, fuerza de la paz". Y estoy persuadido de que los Gobiernos y las naciones que representáis, se asociarán también esta vez, como lo han hecho admirablemente en el pasado, a esta gran empresa: impregnar con la verdad todas las relaciones, sean políticas o económicas, bilaterales o multilaterales.

Ahora bien; frecuentemente la mentira surge en nuestro camino, tanto a nivel personal como colectivo, llevando consigo la sospecha allí donde la verdad es indispensable; con lo que el diálogo se hace difícil y hace casi imposible cualquier colaboración o acuerdo. Poner la verdad en todas nuestras relaciones es trabajar para la paz, porque ello permitirá encontrar, para los problemas mundiales, soluciones que sean conformes a la razón y a la justicia; conformes, en una palabra, a la verdad sobre el hombre.

Y esto me lleva a un segundo punto que quisiera recordar. Para que la paz sea real y durable, debe ser humana. El deseo de paz es universal. Está en el corazón de todo ser humano y no puede ser colmado más que a condición de colocar la persona humana en el centro de todos los esfuerzos para suscitar la unidad y la fraternidad entre las naciones.

Vuestra misión de diplomáticos está fundada sobre el mandato que habéis recibido de quienes tienen la responsabilidad del bienestar de vuestras naciones. Y no se puede separar ese poder en el que vosotros tenéis parte, de las exigencias objetivas del orden moral, y del destino de todo ser humano. Yo me permito repetir aquí lo que declare en mi primera Carta Encíclica: "El deber fundamental del poder es la solicitud por el bien común de la sociedad; de aquí derivan sus derechos fundamentales. Precisamente en nombre de estas premisas concernientes al orden ético objetivo, los derechos del poder no pueden ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de los derechos objetivos e inviolables del hombre. El bien común al que la autoridad sirve en el Estado, se realiza plenamente sólo cuando todos los ciudadanos están seguros de sus derechos. Sin esto se llega a la destrucción de la sociedad, a la oposición de los ciudadanos a la autoridad, o también a una situación de presión, de intimidación, de violencia, de terrorismo, de los que nos han dado bastantes ejemplos los totalitarismos de nuestro siglo. Es así como el principio de los derechos del hombre toca profundamente el sector de la justicia social y se convierte en medida para su verificación fundamental en la vida de los organismos políticos" (Redemptor hominis RH 17).

Estas reflexiones adquieren también toda su importancia en el terreno que os preocupa directamente: la búsqueda de la paz internacional, de la justicia entre las naciones y de la cooperación de todos los pueblos en la solidaridad. En fin de cuentas, el éxito de la diplomacia, hoy día, estará en la victoria de la verdad acerca del hombre.

Invoco las bendiciones de Dios Todopoderoso sobre vuestra misión, que comporta la doble exigencia de defender los intereses de vuestros países, integrándolos en el contexto de la paz universal; sobre vosotros mismos, que sois los artífices de la paz; sobre vuestros colaboradores y sobre vuestras familias, que os sostienen y os animan; y, en fin sobre todos aquellos que cuentan con vuestro abnegado servicio para que su propia dignidad de persona humana sea reconocida y respetada. ¡Que la paz de Dios habite siempre en vuestros corazones!

*L' Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.44 p.9.





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