Discursos 1979 338


VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


A LOS ESTUDIANTES DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA


Washington

Domingo 7 de octubre de 1979



339 Queridos estudiantes de la Universidad católica:

Mi primer saludo al llegar a este "campus" va dirigido a vosotros. A todos os ofrezco la paz y el gozo de Jesucristo, nuestro Señor. Me han dicho que habéis dedicado a la oración una vigilia nocturna, para que Dios bendiga mi visita. Os doy cordialmente las gracias por tan admirable expresión de comunión conmigo y por tan hermoso regalo. Me gustaría hablar largo y tendido con vosotros; me gustaría escucharos y saber qué es lo que pensáis de vosotros mismos y del mundo. Pero el tiempo del que dispongo es muy breve.

Algo ya me habéis comunicado: al darme la bienvenida con la ofrenda de vuestras oraciones, habéis demostrado entender lo que es más importante en vuestra vida: vuestro contacto con Dios, vuestra búsqueda del sentido de la vida en la Palabra de Cristo, tal como os habla en la Sagrada Escritura. Me agrada saber que la reflexión sobre los valores espirituales y religiosos forma parte de vuestro deseo de vivir en plenitud esta etapa de vuestra vida. Los intereses materialistas y los valores unilaterales no son nunca suficientes para satisfacer los deseos del corazón y la mente de la persona humana. Una vida reducida a la sola dimensión de las posesiones, de los bienes de consumo, de los intereses temporales, nunca os permitirá descubrir y gozar de la plena riqueza de vuestra humanidad. Solamente en Dios (en Jesús, Dios hecho hombre) seréis capaces de comprender en plenitud lo que sois. El os desvelará vuestra auténtica grandeza: que habéis sido redimidos por El y acogidos en su amor; que en El habéis sido auténticamente liberados, El que dijo de Sí mismo: "Si, . piles, el Hijo os librare, seréis verdaderamente libres" (
Jn 8,36).

Sé que vosotros, como el resto de los estudiantes esparcidos por el mundo, estáis preocupados por los problemas que gravitan sobre vuestra sociedad y sobre todo el mundo. Dirigid la vista a esos problemas, exploradlos, estudiadlos y aceptadlos como un reto. Pero hacedlo a la luz de Cristo. El es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). El sitúa a todo ser humano en la verdadera dimensión de la verdad y del amor auténtico. El verdadero conocimiento y la auténtica libertad se hallan en Jesús. Dejad que Jesús forme parte siempre de vuestra hambre de verdad y justicia, y de vuestro compromiso por el bienestar de vuestros semejantes.

Gozad de los privilegios de vuestra juventud: el derecho a ser dinámicos, creativos y espontáneos; el derecho a vivir en plenitud la esperanza y la alegría; la oportunidad de explorar el maravilloso mundo de la ciencia y el conocimiento; y, sobre todo, la suerte de entregaros personalmente a los demás en un servicio alegre y generoso.

Os dejo ahora con esta oración: que el Señor Jesús se os revele a todos vosotros, que os conceda fortaleza para manifestar y profesar vuestra condición de cristianos, que os muestre que sólo El es capaz de saciar vuestros corazones. Aceptad su libertad y abrazad su verdad, y sed mensajeros de la certeza de haber sido auténticamente liberados por la muerte y resurrección del Señor Jesús. Esta será la nueva experiencia. la poderosa experiencia que generará, a través de vosotros, una sociedad más justa y un mundo mejor.

¡Que Dios os bendiga, y que la alegría de Jesús esté siempre con vosotros!





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


DURANTE LA CELEBRACIÓN DE LAUDES


EN EL SANTUARIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Washington

Domingo 7 de octubre de 1979



En este santuario nacional de la Inmaculada Concepción, mi primer deseo es dirigir el pensamiento y encauzar el corazón a la mujer de la historia de la salvación. En el designio eterno de Dios esta mujer, María, fue elegida para entrar en la obra de la Encarnación y Redención. Este designio de Dios se iba a actuar a través de su determinación libre, rendida en obediencia al querer divino. A través de su "sí", un "sí" que impregna toda la historia y en la que está reflejado, Ella consintió ser la Virgen Madre de nuestro Dios Salvador, la esclava del Señor y, al mismo tiempo, la madre de todos los creyentes que a lo largo de los siglos llegarían a ser hermanos y hermanas de su Hijo. A través de Ella, el Sol de Justicia apareció en el mundo. A través de Ella, el gran Médico de la humanidad, el reconciliador de corazones y conciencias, su Hijo, el Dios Hombre. Jesucristo, iba a transformar la condición humana, y por su muerte y resurrección iba a elevar a toda la familia humana. Como gran señal aparecida en el cielo en la plenitud del tiempo, esta mujer domina toda la historia en cuanto Virgen Madre de su Hijo y Esposa del Espíritu Santo, en cuanto esclava de la humanidad.

Por asociación con su Hijo, esta mujer se hace también signo de contradicción para el mundo y, a un tiempo, signo de esperanza, a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada. La mujer que concibió espiritualmente antes de concebir físicamente, la mujer que acogió la Palabra de Dios, la mujer que se insertó íntima e irrevocablemente en el misterio de la Iglesia ejerciendo la maternidad espiritual con todos los pueblos. La mujer que es venerada como Reina de los Apóstoles sin quedar encuadrada en la constitución jerárquica de la Iglesia, y que sin embargo hizo posible toda jerarquía porque dio al mundo al Pastor y Obispo de nuestras almas. Esta mujer, esta María de los Evangelios, a quien no se menciona entre los presentes en la última Cena, acude de nuevo al pie de la cruz para consumar su aportación a la historia de la salvación. Por su actuación valiente prefigura y anticipa la valentía a lo largo de los siglos de todas las mujeres que contribuyen a dar a luz a Cristo en cada generación.

340 En Pentecostés una vez más aparece de nuevo la Virgen Madre para ejercer su papel en unión con los Apóstoles, con y en y sobre la Iglesia. Y nuevamente concibe otra vez del Espíritu Santo para dar a luz a Jesús en la plenitud de su Cuerpo, la Iglesia, y no dejarla ya nunca, no abandonarla jamás, sino continuar amándola y cuidándola a través de los tiempos.

Esta es la mujer de la historia y de los destinos, la que hoy nos anima, la mujer que nos habla de fecundidad, dignidad humana y amor, y que es la expresión más grande de total consagración a Jesucristo, en cuyo nombre nos hemos reunido hoy.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A LAS RELIGIOSAS


Santuario de la Inmaculada Concepción, Washington

Domingo 7 de octubre de 1979



Queridas hermanas:

La gracia, el amor y la paz de Dios Padre nuestro, y de nuestro Señor Jesucristo sean con vosotras.

Me alegro de tener oportunidad de hablaros hoy. Me siento contento en esta ocasión por la estima que tengo de la vida religiosa y la gratitud que nutro hacia las religiosas, por su preciosa contribución a la misión y vida auténtica de la Iglesia.

Me complace especialmente que os hayáis reunido en el santuario nacional de la Inmaculada Concepción, porque la Virgen María es modelo de la Iglesia, Madre de los fieles y ejemplo perfecto de vida consagrada.

1. En el día de nuestro bautismo recibimos el mayor don que Dios puede otorgar al hombre y a la mujer. Ningún otro honor, ninguna otra distinción alcanzarán a igualar su valor. Porque fuimos liberados del pecado e incorporados a Cristo y a su Cuerpo que es la Iglesia. Ese día, y cada uno de los días sucesivos, fuimos elegidos "para que fuésemos santos e inmaculados ante El" (Ep 1,4).

En los años que siguieron a nuestro bautismo nos creció el conocimiento —y hasta la admiración— del misterio de Cristo. Escuchando las bienaventuranzas, meditando en la cruz, hablando con Cristo en la oración y recibiéndole en la Eucaristía, fuimos progresando hasta un día, un momento particular de nuestra vida, en el que ratificamos solemnemente nuestra consagración bautismal con conciencia y libertad plenas. Manifestamos la determinación de vivir siempre unidos a Cristo y ser miembros vivos y generosos del Pueblo de Dios según los dones recibidos del Espíritu Santo.

2. Vuestra consagración religiosa se construye sobre este único fundamento del que participan todos los cristianos en el Cuerpo de Cristo. Con el deseo de perfeccionar e intensificar lo que Dios comenzó por el bautismo en vuestra vida y convencidas de que Dios os estaba ofreciendo el don de los consejos evangélicos, quisisteis seguir a Cristo más de cerca, conformar más completamente vuestra vida con la de Jesucristo, en una comunidad religiosa determinada y a través de ella. Esta es la esencia de la consagración religiosa: profesar dentro de la Iglesia y para bien de ésta, pobreza, castidad y obediencia en respuesta a la invitación especial de Dios. a fin de alabar y servir a Dios con mayor libertad de corazón (cf. 1Co 7,34-35), y para llevar una vida más conforme a la de Cristo, según el tipo de vida elegido por El y su Madre bendita (cf. Perfectae caritatis PC 1 Lumen gentium LG 46).

341 3. La consagración religiosa no sólo hace más honda vuestra entrega personal a Cristo, sino que también refuerza vuestra relación con su Esposa, la Iglesia. La consagración religiosa es un modo peculiar de vivir en la Iglesia, un modo particular de actuar la vida de fe y servicio iniciados en el bautismo.

Por su parte, la Iglesia os ayuda a discernir la voluntad de Dios. Al aceptar y refrendar el carisma de vuestros institutos, vincula vuestra profesión religiosa a la celebración del misterio pascual de Cristo.

Estáis llamadas por el mismo Jesús a actuar y manifestar en la vida y actividades vuestra profunda relación con la Iglesia. Este vínculo de unión con la Iglesia debe quedar patente en el espíritu y empresas apostólicas de cada instituto religioso. Porque la fidelidad a Cristo jamás puede separarse de la fidelidad a la Iglesia, especialmente en la vida religiosa. Esta dimensión eclesial de la vocación de consagración religiosa tiene muchas consecuencias importantes para los mismos institutos y para cada uno de sus miembros. Implica, por ejemplo, mayor testimonio público del Evangelio, puesto que representáis de modo especial en cuanto religiosas, la relación esponsalicia entre la Iglesia y Cristo. La dimensión eclesial requiere asimismo, por parte de cada miembro y del instituto en su conjunto, fidelidad a los carismas peculiares que Dios ha dado a la Iglesia a través de vuestros fundadores y fundadoras. Esto significa que los institutos están llamados a alimentar con fidelidad dinámica los compromisos corporativos que estuvieron vinculados al carisma fundacional, fueron refrendados por la Iglesia y todavía responden a necesidades importantes del Pueblo de Dios. Buen ejemplo a este respecto sería el sistema de la enseñanza católica que ha sido de valor incalculable para la Iglesia de Estados Unidos, y medio excelente no sólo de comunicar el Evangelio de Cristo a los estudiantes, sino también de impregnar a toda la comunidad de la verdad y amor de Cristo. Es éste uno de los apostolados en el que las mujeres han prestado y siguen prestando todavía una colaboración incomparable.

4. Queridas hermanas en Cristo: Jesús debe ser siempre el primero en vuestra vida. Su persona debe ser el centro de vuestras actividades, de las actividades de cada día. Ninguna otra persona ni actividad puede tener precedencia ante El. Pues toda vuestra vida ha sido consagrada a El. Con San Pablo tenéis que decir: todo cuanto deseo es "conocerle a El y el poder de su resurrección y la participación en sus sufrimientos, conformándome a El en la muerte" (
Ph 3,10).

Sólo cuando ocupa el lugar principal en la mente y el corazón, Cristo sigue siendo el primero en vuestra vida. Por ello debéis uniros a El continuamente en oración. Sin oración la vida religiosa no tiene sentido. Ha perdido el contacto con la fuente, se ha vaciado de su sustancia y no podrá seguir cumpliendo sus objetivos. Sin oración no puede haber gozo, ni esperanza, ni paz. Porque la oración es lo que nos mantiene en contacto con Cristo. Estas palabras incisivas escritas en la Evangelica testificatio nos hacen reflexionar: "No olvidéis el testimonio de la historia: la fidelidad a la oración o el abandono de ésta constituye el test de vitalidad o decadencia de la vida religiosa" (Evangelica testificatio, 42).

5. Dos fuerzas dinámicas actúan en la vida religiosa: vuestro amor a Jesús —y en Jesús, a todos los que le pertenecen— y su amor a vosotras.

No podemos vivir sin amor. Si no encontramos amor, si no lo experimentamos y lo hacemos nuestro, y si no participamos íntimamente en él, nuestra vida carece de significado. Sin amor somos incomprensibles para nosotros mismos (cf. Redemptor hominis RH 10).

De modo que cada una de vosotras necesita una relación entusiasta de amor al Señor, una unión profunda de amor con Cristo, Esposo vuestro, un amor como el que se expresa en este salmo:

"Dios, tú eres mi Dios, a ti te busco solícito, sedienta de ti está mi alma, mi carne te desea como tierra árida, sedienta, sin aguas. Cómo te contemplaba en tu santuario, ponderando tu grandeza y tu gloria" (Ps 63,1-2).

Pero mucho más importante que vuestro amor a Cristo es el amor de Cristo a vosotras. Habéis sido llamadas por El. El os ha hecho miembros de su Cuerpo, El os ha consagrado en la vida de los consejos evangélicos y destinado a participar de la misión que Cristo ha confiado a su Iglesia, su propia misión salvífica. Por esta razón centráis la vida en la Eucaristía. En la Eucaristía celebráis su muerte y resurrección, y recibís de El el pan de vida eterna. Y es sobre todo en la Eucaristía donde os unís al que es objeto de vuestro amor. En la Eucaristía y con El encontráis todavía mayores motivos para amar y servir a sus hermanos y hermanas. En la Eucaristía y con Cristo adquirís mayor comprensión y misericordia para con el Pueblo de Dios. Y en la Eucaristía recibís fuerzas para perseverar en la dedicación a un servicio abnegado.

6. Vuestro servicio es entonces en la Iglesia, prolongación de Cristo a quien habéis hecho entrega de la vida. Porque no apareceréis vosotras, sino Jesucristo Nuestro; Señora Al igual que Juan Bautista, sabéis que para que Cristo crezca, vosotras debéis disminuir. Y por ello vuestra. vida debe caracterizarse por la disponibilidad total: prontitud a servir según lo requieran las necesidades de la Iglesia, prontitud a dar testimonio público de. Cristo al que amáis.

342 .La necesidad de este testimonio público constituye una llamada constante a la conversión interior, a la rectitud y santidad de vida de cada religiosa. Resulta también una invitación a que cada instituto reflexione sobre la integridad de su testimonio eclesial corporativo. Por esta razón, en mi discurso de noviembre último a la Unión Internacional de Superioras Generales, dije que no carecía de importancia el que vuestra consagración se manifieste en el signo exterior permanente de un hábito religioso, sencillo y adecuado. Esta no sólo es mi convicción personal, sino también el deseo de la Iglesia expresado con frecuencia por muchos fieles.

Como hijas de la Iglesia —título amado de muchos de vuestros grandes Santos—estáis llamadas a la adhesión generosa y amorosa al auténtico Magisterio de la Iglesia, que es garantía sólida de la fecundidad de vuestro apostolado y condición indispensable de interpretación auténtica de los "signos de los tiempos".

7. La vida contemplativa ocupa hoy y ocupará siempre un puesto de gran honor en la Iglesia. La oración de contemplación tuvo su fundamento en la vida del mismo Jesús y ha sido parte de la vida religiosa de todos los tiempos. Por ello, aprovecho esta ocasión para alentar de nuevo —como lo hice en Roma, México y Polonia— a los miembros de comunidades contemplativas. Sabed que siempre estaréis cumpliendo una tarea importante en la Iglesia, en su misión salvífica, en su servicio a la entera comunidad del Pueblo de Dios. Proseguid fielmente, con confianza y en oración, las ricas tradiciones que se os han transmitido.

Os recuerdo al terminar y con sentimientos de admiración y amor, que el objeto de la vida religiosa es alabar y glorificar a la Santísima Trinidad y, a través de vuestra consagración, ayudar a la humanidad a entrar en la plenitud de vida del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En todos los programas y actividades procurad tener siempre presente esta meta. No podéis prestar mayor servicio; no podéis alcanzar mayor realización de vosotras mismas, Queridas hermanas: Hoy y siempre ¡Alabado sea Jesucristo!





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

PLEGARIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA VIRGEN MARÍA


EN EL SANTUARIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


Washington

Domingo 7 de octubre de 1979



Este santuario nos habla con la voz de toda América, con la voz de todos los hijos e hijas de América, llegados aquí de diferentes países del Viejo Mundo. Al llegar, trajeron consigo, en sus corazones, el mismo amor por la Madre de Dios que caracterizaba a sus antecesores y a ellos mismos en sus países de origen. Esta gente, a pesar de hablar diferentes lenguas y de provenir de ambientes históricos y tradicionales distintos, se unieron en torno al corazón de una Madre común. Su fe en Cristo les proporcionaba la conciencia de formar el único Pueblo de Dios, pero al mismo tiempo esta conciencia se hizo mucho más vívida con la presencia de la Madre en la obra de Cristo y de la Iglesia.

Hoy, al darte las gracias, Madre, por tu presencia en medio de los hombres y mujeres de esta tierra (una presencia que se ha prolongado durante doscientos años), por conferir una forma nueva a su vida social y cívica, encomiendo a todos a tu Corazón Inmaculado.

Rememoro, con gratitud y alegría, el honor que se te tributó al nombrarte Patrona de los Estados Unidos, bajo la advocación de Inmaculada Concepción, en la celebración del VI Concilio provincial de Baltimore en 1846.

Te encomiendo, Madre de Cristo, y te confío la Iglesia católica: obispos, sacerdotes, diáconos, personal e institutos religiosos, seminaristas, vocaciones y todo el apostolado laical en sus diversas modalidades.

De un modo especial, te confío el bienestar de las familias cristianas de este país, la inocencia de los niños, el futuro de los jóvenes, la vocación de hombres y mujeres. Te pido que comuniques a todas las mujeres de los Estados Unidos la gracia de compartir con profundidad la alegría que experimentaste en tu cercanía a Jesucristo, tu Hijo. Te pido que mantengas a todos libres del pecado y del mal, con esa libertad que experimentaste de manera única desde el momento mismo de la suprema liberación en tu Inmaculada Concepción.

343 Te confío la gran obra ecuménica que se desarrolla en este país, donde quienes confiesan a Cristo pertenecen a Iglesias y comuniones diferentes. Hago esto para que se cumplan las palabras de la plegaria de Cristo: "Que todos sean uno". Te confío las conciencias de hombres y mujeres y la voz de la opinión pública, para que no se opongan a la ley de Dios, sino que la sigan como fuente de verdad y bien.

A esto añado, Madre, la gran causa de la justicia y la paz en el mundo moderno, para que la fuerza y la energía del amor prevalezcan sobre el odio y la destrucción, y para que los hijos de la luz no fallen en la causa del bienestar de toda la familia humana.

Te encomiendo y te confío, Madre, a cuantos se preocupan por promover el progreso temporal, para que éste no sea parcial, sino que cree condiciones que permitan el pleno desarrollo espiritual de individuos, familias, comunidades y naciones. Te encomiendo al pobre, al que sufre, al enfermo y al impedido, a los ancianos y a los moribundos. Te pido que reconcilies a los que se hallan en pecado, que sanes a los que sufren y que animes a quienes han perdido su esperanza y su alegría. Ilumina con la luz de Cristo, tu Hijo, a quienes se debaten en la duda.

Los obispos de la Iglesia en los Estados Unidos han elegido tu Inmaculada Concepción como el misterio sobre el que gravite tu patronazgo para con el Pueblo de Dios en este país. Que la esperanza contenida en este misterio venza el pecado y sea compartida por todos los hijos e hijas de América, así como por toda la familia humana. Al mismo tiempo. cuando se recrudezca la lucha entre el bien y el mal, entre el príncipe de las tinieblas y padre de la mentira y el amor evangélico, que .la luz de tu Inmaculada Concepción ilumine a todos el camino hacia la gracia y la salvación. Amén.





VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA


A LO PROFESORES DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA


Washington

Domingo 7 de octubre de 1979



1. Nuestra reunión de hoy me causa gran placer y os agradezco sinceramente vuestra cordial acogida. Mi experiencia con el mundo universitario, y muy especialmente con la Pontificia Facultad Teológica de Cracovia, hace para mí más agradable este nuestro encuentro. Forzosamente debo sentirme muy a gusto con vosotros. Las expresiones sinceras con las que el canciller y el presidente de la Universidad Católica de América me han acogido, en representación de todos vosotros, confirman que vuestras asociaciones e instituciones católicas de alta cultura se distinguen por la fiel adhesión a Cristo y por la generosa dedicación al servicio de la verdad y de la caridad.

Hace noventa y un años que el cardenal Gibbons y los obispos americanos solicitaron la fundación de la Universidad Católica de América, como una universidad "destinada a preparar en la Iglesia dignos ministros para la salvación de las almas y para la difusión de la religión, así como para dar a la República ciudadanos valiosos y formados". Me parece oportuno, en esta ocasión, dirigirme no solamente a esa gran institución, tan irrevocablemente ligada a los obispos de los Estados Unidos que la fundaron y generosamente sostienen, sino también a todas las universidades, colegios y academias católicas de enseñanza superior de vuestro país, tanto las que están en relación formal y a veces jurídica con la Santa Sede, como las que son en sí "católicas".

2. Pero antes de nada, permitidme que mencione las facultades eclesiásticas, tres de las cuales están instituidas aquí, en la Universidad Católica de América. Saludo especialmente a estas facultades y a todos los que dedican a ellas sus mejores talentos. Ofrezco mis oraciones por el floreciente desarrollo, por la constante fidelidad y por el éxito de estas facultades. En la Constitución Apostólica Sapientia christiana he tratado directamente de estas instituciones para darles directrices y asegurar que desarrollen sus tareas en bien de la comunidad cristiana, dentro de las circunstancias actuales que cambian tan rápidamente.

Deseo también expresar mí agradecimiento y admiración hacia esos hombres y mujeres, especialmente sacerdotes y religiosos, que se dedican a cualquier forma de ministerio universitario. Sus sacrificios y esfuerzos para llevar el verdadero mensaje de Cristo al mundo universitario, secular o católico, no puede pasar inobservado.

La Iglesia aprecia también grandemente el trabajo y testimonio de sus hijos e hijas cuya vocación les lleva a las universidades no católicas de vuestro país. Estoy seguro de que su esperanza cristiana y su patrimonio católico llevan una dimensión rica e insustituible al mundo de los estudios superiores.

344 Una especial muestra de gratitud y de aprecio dedico también a los padres de estudiantes y a los estudiantes que, a veces, con grandes sacrificios personales y económicos, frecuentan universidades y colegios católicos para recibir una formación que abarque a la vez la ciencia y la fe, los valores culturales y los evangélicos.

A todos los que están comprometidos en la administración, enseñanza o estudios en los colegios y universidades católicas, quiero recordarles las palabras de Daniel: "Los sabios brillarán con el esplendor del firmamento, y los que enseñaron la justicia a la muchedumbre resplandecerán por siempre, eternamente, como las estrellas" (
Da 12,3). Sacrificio y generosidad han obtenido resultados heroicos en la fundación y desarrollo de estas instituciones. Pese a las enormes dificultades financieras, los problemas de admisión y otros obstáculos, la Divina Providencia y el interés de todo el Pueblo de Dios han permitido que estas instituciones católicas florezcan y se desarrollen.

3. Quisiera repetir aquí hoy cuanto dije a los profesores y estudiantes en México, donde indiqué tres objetivos que hay que perseguir. Una universidad o un colegio católicos están llamados a dar una contribución específica a la. Iglesia y a la sociedad con la alta cualidad científica de sus investigaciones, con un profundo estudio de los problemas y con un adecuado sentido de la historia, junto con la preocupación de demostrar el significado completo de la persona humana regenerada en Cristo, favoreciendo así el entero desarrollo de la persona. Más aún, una universidad o un colegio católicos deben proporcionar considerables conocimientos a los jóvenes —hombres y mujeres— los cuales, después de haber realizado una síntesis personal de fe y cultura, serán capaces y estarán deseosos de asumir tareas importantes en servicio de la comunidad y de la sociedad en general, así como de dar testimonio de su fe ante el mundo. Y finalmente, para ser lo que deben ser, una universidad o un colegio católicos deberán crear, en la facultad o entre los estudiantes, una verdadera comunidad que dé testimonio de un cristianismo vivo y operante, una comunidad donde el sincero fervor por la investigación científica y por el estudio se añada al fervor, también profundo, por una auténtica vida cristiana.

Esta es vuestra identidad. Esta es vuestra vocación. Cada universidad o colegio se distinguen por un especial modo de ser. Vosotros debéis distinguiros por vuestro ser católicos, por vuestra afirmación de Dios, de su revelación y de la Iglesia católica como guardián e intérprete de esa revelación. El adjetivo "católico" no será jamás una simple etiqueta, que se puede colocar o quitar según que varíen las circunstancias.

4. Por haber sido durante muchos años profesor universitario, jamás me cansaré de insistir sobre el papel eminente de la universidad, que es el de instruir, pero también el de cuidar la investigación científica. En ambos campos, su actividad está estrechamente ligada a la más profunda y noble aspiración de la persona humana: el deseo de conocer la verdad. Ninguna universidad puede merecer la justa estima del mundo de la cultura si no aplica los más altos módulos de la investigación científica, adaptando continuamente sus métodos y sus instrumentos de trabajo, y si no se distingue por la seriedad y, consiguientemente, por la libertad de investigación. Verdad y ciencia no son conquistas gratuitas, sino el resultado de aceptar la objetividad y explorar todos los aspectos de la naturaleza y del hombre. Cada vez que el propio hombre es objeto de investigación, ningún método individual o combinación de métodos podrá desentenderse de examinar la naturaleza completa del hombre, por encima de cualquier otro aspecto puramente natural. Teniendo ante los ojos la verdad total sobre el hombre, el cristiano, en sus estudios y en sus enseñanzas, rechazará cualquier visión parcial de la realidad humana y se dejará iluminar por su fe en la creación del hombre por Dios y en la redención realizada por Cristo.

El servicio a la verdad explica, por tanto, la relación histórica entre la universidad y la Iglesia. Encontrando el propio origen y desarrollo en las Palabras de Cristo, que son verdades liberadoras (cf. Jn Jn 8,32), la Iglesia siempre ha tratado de apoyar las instituciones que están —y no puede ser de otra manera— al servicio del conocimiento de la verdad. La Iglesia puede, con todo derecho, presumir de ser, en cierto modo, la madre de las universidades. Los nombres de Bolonia, Padua, Praga y París resplandecen desde la más antigua historia de los esfuerzos intelectuales y del progreso humano. La continuidad de la tradición histórica en este campo ha llegado hasta nuestros días.

5. En una universidad católica, la constante dedicación a la honradez intelectual y la excelencia académica se sitúan en la perspectiva de la misión evangelizadora y de servicio, propia de la Iglesia. Por eso, la Iglesia pide a estas instituciones, a vuestras instituciones, que presenten sin equívocos su naturaleza católica. Esto es lo que he querido reafirmar en mi Constitución Apostólica Sapientia christiana, donde he escrito: "En efecto, la misión de evangelizar que es propia de la Iglesia, exige no sólo que el Evangelio se predique en ámbitos geográficos cada vez más amplios y a grupos humanos cada vez más numerosos, sino también que sean informados por la fuerza del mismo Evangelio el sistema de pensar, los criterios de juicio y las normas de actuación; en una palabra, es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio. Porque el medio cultural en el cual vive el hombre ejerce una gran presión sobre su modo de pensar y consecuentemente sobre su manera de obrar; por lo cual la división entre la fe y la cultura es un impedimento bastante grave para la evangelización, como, por el contrario, una cultura imbuida de verdadero espíritu cristiano es un instrumento que favorece la difusión del Evangelio" (Sapientia christiana, 1).

En los objetivos de la instrucción superior católica entran también la educación destinada a la producción, a la competencia profesional y a la competencia tecnológica y científica. Sin olvidar el destine último de la persona humana, la plena justicia y la santidad, que nacen de la verdad (cf. Ef Ep 4,24).

6. Así, pues, si vuestras universidades y colegios están institucionalmente ligados al mensaje cristiano y si forman parte de la comunidad católica de evangelización, de ello se sigue que están esencialmente unidos con la jerarquía de la Iglesia. Y aquí quisiera expresar un sentimiento especial de gratitud, de estímulo y guía para los teólogos. La Iglesia tiene necesidad de sus teólogos, especialmente en este tiempo y en esta época tan profundamente marcados por cambios radicales en todas las esferas de la vida y de la sociedad. Los obispos de la Iglesia, a quienes el Señor ha confiado la misión de conservar la unidad de la fe y la predicación del. mensaje —los obispos individualmente en sus diócesis, y los obispos colegialmente con el Sucesor de Pedro en la Iglesia universal— tenemos todos necesidad de vuestro trabajo de teólogos, de vuestra dedicación y de los frutos de vuestras reflexiones. Nosotros deseamos escucharos y estamos dispuestos a recibir la válida asistencia de vuestra responsable preparación científica.

Pero esta auténtica preparación teológica y, por igual motivo, vuestra enseñanza teológica, no puede ser real y fructuosa si no profundiza en su inspiración y origen, que es la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y en la Sacra Tradición de la Iglesia, tal como está interpretada por el Magisterio auténtico a lo largo de la historia (cf. Dei Verbum DV 10). La verdadera libertad académica ha de considerarse en relación con el objetivo final del trabajo académico, que mira a la verdad total de la persona humana. La contribución del teólogo enriquecerá a la Iglesia solamente si toma en consideración la función propia de los obispos y los derechos de los fieles. Ese trabajo descarga sobre los obispos la salvaguardia de la autenticidad cristiana, de la unidad de la fe y de la enseñanza moral, según las exhortaciones del Apóstol Pablo: "Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo" (2Tm 4,2). Rechaza lo falso, corrige el error, reclama a la obediencia... El fiel tiene derecho a no ser turbado por teorías e hipótesis sobre las cuales no es capaz de juzgar o que puedan ser fácilmente simplificadas o manipuladas por la opinión pública para fines que están muy lejos de la verdad. El día de su muerte, Juan Pablo I afirmó: "Entre los derechos del fiel, uno de los más grandes es el de recibir la Palabra de Dios en toda su integridad y pureza..." (A un grupo de obispos filipinos en visita «ad limina Apostolorum», 28 de septiembre de 1978). Es justo que el teólogo sea libre, pero con esa libertad que es apertura a la verdad y a la luz que proceden de la fe y de la fidelidad a la Iglesia.

Para terminar, os expreso una vez más mi alegría por estar entre vosotros. Tendré siempre presente vuestro trabajo y vuestras preocupaciones. Que el Espíritu Santo os guíe y que la intercesión de María, Sede de la Sabiduría, os ayude siempre en vuestro insustituible servicio a la humanidad y a la Iglesia. Que Dios os bendiga.





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